La Humanidad ha creado al fin el virus más mortal de todo el Universo
su virus ha sido identificado como MATA O MUERE.
Hacia una experiencia poética de autotrascendencia
La Humanidad ha creado al fin el virus más mortal de todo el Universo
su virus ha sido identificado como MATA O MUERE.
Y ya no importa nada
Si me tomaste de la mano o la escupiste
Si murmuraste mi nombre o te escondiste
Si alguna vez te acurrucaste de noche
Como un gusanito retorcido a mi costado
Si tuviste hijos conmigo
Si a la noche siguiente ya no estabas a mi lado
Si el Universo creció y creció
Como un corazón inflado
Si ya no crees
Que dos más dos son cuatro
Si puedes leer estas letras
Sabrás
Humanidad
Que ya no importa nada.
Pueblos pobres de la Tierra
manipulados engañados estupidizados:
ganado delirando que pasta en verdes y jugosas praderas †eternas†
mientras los carniceros hechiceros del poder
afilan sus cuchillos de fuego
amontonándolos
esclava y suavemente
dentro del matadero.
La visión más palmaria de nuestra condición
existencial en este plano de realidad no se nos devela tanto en nuestro estado
y progresión después de nacer en nuestra forma de moluscos dentro de su concha,
como sí lo desnuda descarnadamente la muerte. Desde siempre que he puesto
atención en la muerte tal como se manifiesta en el acaecer de mi entorno
natural, en la manera como la muerte mata y rompe tan peculiar y totalmente a
cada individuo, nunca he dejado de experimentar algo tan propio y exclusivo de
la muerte - no lo he podido explicar -, que me instala siempre en un umbral-frontera
ominoso, en una especie de intuición integral de sospecha y desconfianza, como
si una corriente vibrante y alienígena me facilitase presentir con una sorpresiva
modalidad de certeza que todo lo que se me aparece en existencia, todo lo
que yo soy, todo lo que es como es, es sólo un efecto distorsionado y difuso,
este Universo, de lo que no se me aparece,
de lo que no soy, de lo
que no
es como es. Durante gran parte de mi vida he tratado de reconocerme a mí
mismo en los demás, de aprender discipularmente de otros humanos todo,
humildemente y sin dudar de que había tanto saber disponible para mí, de que el
Universo entero era un libro abierto para mí y para la humanidad, incluso de
creer y presentir que había un poder divino, un designio superior, supremo, total,
que lo hacía necesidad, realización y destino. Pero al final, como yo mismo me
reconocía humano y lograba, en un acopio casi culpable de grandeza personal,
reconocerme igual o semejante a los más inspiradores y señeros maestros de
humanidad, de vida, de superación transformativa, de verdad, de Dios, y de
cualquier realización máxima que un humano pudiese concebir, ponía atención
repentinamente en su muerte, y entonces hasta Jesús, el Hijo de Dios, acababa apaleado
y torturado por judíos y romanos, desgarrado vilmente en una cruz, como un cualquiera,
es decir también como yo, sin nada, borrado como hijo de Dios, borrado como
maestro de verdades, borrado como humano por la muerte, completa y terriblemente
desmentido. Y lo que es aún peor, cargando él y yo una nueva tortura,
todavía más absurda e incompatible con mi humanidad y la suya, la única del
único, de haber resucitado. Porque, aunque no hubiese resucitado, o, aunque hubiese
resucitado, yo sabía por vibración trascendental que eso mismo era mucho
más incomprensible y desconocido, más incompatible con cualquier forma de
existencia conocida y posible; es decir, más falso que todo lo verdadero, más separador
y destructor de toda forma de vida, de conocimiento y de existencia, incluso
que la muerte; más mortal que toda muerte y resurrección conocidas. Que las dos
vías posibles o ciertas desembocaban estrechándose en un único y mismo
despeñadero abisal. Y también el más sabio de entre los hombres, el más inteligente
y lúcido, Nietzsche, acabar babeando espuma tirado en una calle de Turín, demente,
embrutecido durante años de senectud como el peor humano, hasta morir deshecho así.
Y Buda, el gran liberado en vida, el hombre inquebrantable y sabio en la verdad
suprema, espejo de máxima paz concebible, acabando viejo y achacoso, desmentido
en todo, morir como un cualquiera entre dolores y excrementos de disentería.
Claro que entonces yo podía creer en cualquier cosa
después de la muerte. Podía tener fe, o agregarle cualquier argumento de fuerza
mayor para salvarnos, para salvarme de la muerte alienígena, de esta muerte que
siempre lanza una carcajada incomprensible justo al final, al caer el telón.
Incluso la tuve intensamente, me solacé en certezas apacibles de continuidad,
pero la muerte seguía vibrando en el aire como un cruel latigazo siempre más, todavía
más incorruptible y mejor que cualquier evidencia. Y mientras más me desdoblaba
de mis propios desdoblamientos, en esta autosuperación recursiva de molusco
fuera de sus nuevas conchas, más la muerte destruía ubicua más la vida menos. Y
ya no era la muerte, sino otra cosa mucho más inmensamente más que la muerte y
que su vida. Y si quedaba algo de la vida, esta vida insistente que vive mientras
vivimos, ahora vibraba que sólo le pertenece a la muerte.
Yo sé que esto no le ocurre casi a nadie, y el no
experimentarlo lo vuelve fatalmente incomunicable, lo hace incomprensible, lo
hace indiferente, lo hace ridículo, lo hace inexistente. Yo mismo lo he logrado
sólo después de inmensas transformaciones tectónicas de mi mente, después de
prácticas y prácticas centenarias de desdoblamiento, de separarme de mí mismo; de
separarme no de mi cuerpo, sino de mi mente; de separarme luego no de mi mente,
sino de mi yo; de separarme luego no de mi yo, sino de mi esencia humana… No
estoy dejando una huella para que nadie me siga. Nadie puede seguir a nadie por
estos lados. Tal vez el camino del Tao posee una inclinación propia. No hay
nada que conocer.
Esta mañana, bien temprano, al levantar las persianas
de mis ventanas, me encontré afuera, en el patio, que el Tiempo estaba jugando
sentado en el suelo, solo, a los dados. Lo comprendí de inmediato porque
parecía un niño, desgreñado y tonto. Entre él y yo existía una relación
singular, como si nuestras mentes se comunicasen sin palabras. Aun así, no tuve
miedo. Era - cómo decirlo - algo tan inmenso, tan inconmensurablemente más que
yo, pero al mismo tiempo estaba allí, delante de mí, como un cuadro humano tan
común, desvencijado y miserable. Me di la vuelta, distinguí la hora en el reloj
de la pared: 6:47 AM. Entonces se me ocurrió una idea peregrina. Habíamos seguido
el camino equivocado, todas las vías humanas desembocaban justo allí afuera, en
mi patio. Al comienzo de los tiempos nos habíamos tocado las piernas y pensamos
“caminante no hay camino, se hace camino al andar”, y ya, primero gateamos,
luego nos incorporamos; orgullosos de tal proeza, echamos a andar simplemente porque
ahora teníamos dos piernas, pero nunca y siempre caminábamos lo mismo hasta
acabar uno y todos allí mismo, sentados en el niño extraño afuera de mi patio,
jugando a los dados. Todo era tiempo pasado, presente y futuro, eso y nada más.
¿Para qué más, si sólo teníamos que recorrer el mismo camino, una y otra vez,
de lo más natural, desde el principio de los tiempos hasta mi patio? Por
primera vez me di cuenta de que yo no estaba sentado en mi patio, sino que
miraba mi patio desde mi ventana, y yo no estaba allí. Pero tal vez sólo era la
ilusión de mi propio reflejo que yo proyectaba sentado allí afuera, mirando hacia
la ventana. Aun así, eso bastó para que el niño levantase la vista hacia mí y,
riendo con lágrimas que caían de sus ojos, me susurrase para que nadie más nos
escuchase:
No fue la mejor elección haber tomado el sol, la luna
y las estrellas como unidad de tiempo. Malas elecciones el segundo, la hora, el
día, y hasta la eternidad. Debiste haberles poetizado mucho antes que su única unidad
de tiempo debería siempre haber sido la experiencia expansiva y fugitiva del
instante dentro del cual aparece simplemente todo aquello que cada uno, y todos
juntos, es capaz de contener allí, sin importar demasiado de dónde, adónde, cuánto,
cuándo, ni qué sea.
Volví a dejar caer de prisa la
persiana, y no he dejado de tiritar hasta este instante.
Apocalipsis
Kaliyuga
Dies Irae
Zand-i Wahman yasn,
¡Qué privilegio el nuestro
vivirlo al fin
toda la Humanidad
en primera persona!
Nuestro rango de realidad podría semejarse a un soplo
de cenizas que se arremolinan dentro de una explosión trascendental sin
límite ni final. Nosotros sólo experimentamos el Universo de la ceniza, pero no
la explosión trascendental. Por tanto, nuestro big bang habría sido sólo
el comienzo del apagado de un aleteo cósmico de cenizas que por un instante sin
tiempo brilló casi tanto como el Fuego Siempreviviente Πῦρ Ἀείζωον que nos respira sin que conozcamos nuestra existencia
ni destino.
Heráclito, 30 DK.
Compadezcan a los hijos de Abraham,
como a Parménides, el de infinita prole hasta los días
de hoy. No pudieron conocer, a pesar de su descomunal esfuerzo, que la
inexistencia se hace sentir en la existencia.
Sentir es puente colgante entre todo esto y la Nada.
La Nada es nuestra propia invisibilidad, pero
contemplada de revés.
Hace años inventé un artefacto para escuchar señales
del Universo Profundo. Lo he mantenido oculto. He tratado de no encenderlo; sus
mensajes me perturban demasiado. Cuando logro escucharlos, creo entender algo,
pero luego parecieran degradarse dentro de mí, y ya no entiendo nada. Anoche,
después de años, me atreví nuevamente a activarlo. La duda de que todo sea un
engaño de mi propia mente, o un insólito malentendido, o la maniobra de algún hábil
manipulador, paradójicamente me acaba redirigiendo hasta él. Hoy no he podido dejar
de pensar en el mensaje que recibí anoche:
“The official language of Hell is English.”
Existimos subsumidos sobre-debajo de 100025
estratos de metauniversos de sueños astronómicos. Sólo los sabios saben que las
mariposas de colores saben soñar en colores. Contemplar el tiempo como una
puesta de sol de tiempo sin ser tiempo que manipula números negros y blancos.
Tocar el espacio impenetrable de mi cerebro científico, diamantino e infinito, un
beso en todas las bocas que se marchita lento y suave. ¡Qué privilegio hozar y
gruñir cada vida entre las carnes de la madre! Oficiar una misa entre aguas
jubilosas de una cascada láctea. Todo está lleno de dioses. Todo está lleno de
demonios. Tienes que ir a trabajar, despierta. ¿La consciencia trata de detener
todo esto? No puedes dejar de colgarte de la teta de tu banco, no puedes evitar
creer en el saldo de tu cuenta mensual. Y tú te ríes tontamente de quienes
creen inquebrantablemente que Moisés abrió las profundidades del Mar Rojo. En
la esquina un loco predica el final del mundo, pero el mundo predica el final
de un loco. ¡Corre, mira tu reloj, otra vez lo hiciste, siempre acabas llegando
un poco tarde!
Tú, mi Señor y mi Dios,
creas el sufrimiento diario de los seres humanos
porque el sufrimiento es un bien
al que nos has obligado.
Pero si yo fuese Dios
y en cambio tú fueses humano
jamás te haría sufrir.
¿Quién sería entonces mejor Dios,
Tú o Yo?
Ahora sólo al final de mi vida ésta
he venido a descubrir, por tanto, he sido enseñado
y otra vez engañado
que ninguna verdad de esas grandes,
las ganadas con el verdadero sudor de la frente
cotidiano
las que de verdad no son de este mundo
pero que juguetean coquetamente con este mundo,
no se dicen, no se revelan, se silencian
a cualquier costo
como Jesús, Heráclito y Buda
silenciaron, encubrieron, deformaron las suyas
para guardar el verdadero secreto
el mismo que ahora declaro y encubro coquetamente
porque yo soy tan nadie como cualquiera.
Nadie ni nada es el camino ni la verdad ni la vida.
Lo que me permite vivir dormir morir en paz
es la revelación de que si los seres humanos
destruyen a la Humanidad y a este planeta
no son los desquiciados humanos quienes lo causan
sino un orden o un desorden superior.
Envalentonados y miopes mortales
escuchen el evangelio del Dios verdadero:
“ Desde el principio el Verbo se hizo araña
y habitó entre las arañas,
y las amó con carne de arañas
y sangre de arañas
(todas ellas lo saben)
no las abandonó
hasta la muerte;
se hizo flores
colores
amores
y habitó entre las flores
hasta la muerte;
se hizo aire
puro impuro
azul y negro
y habitó todo día
humano inhumano
hasta la muerte.”
Con esto ya tienen tarea
suficiente
para dos mil años más
y hasta la muerte.
Los enemigos que deben ser destruidos
por cada país y todo país
por cada enemigo de su enemigo
han llegado a ser
no otro enemigo
no otros países
sino la Humanidad.
Yo soy yo, pero no soy yo, sino algo desconocido para mí y para cualquiera, que se
proyecta o materializa o realiza, u otra cosa, en el fenómeno de mí
mismo que yo experimento completamente como yo. ¿Qué soy más, yo
o (eso) no yo, si en tanto yo, no soy yo, y en tanto no soy yo, soy lo que
soy?... ¿Es real esto que experimento, y que pienso de mí mismo, y por experimentarlo
y pensarlo puede siquiera en alguna medida ser verdadero?... Si
yo no puedo dejar de experimentar lo real como irreal, y lo irreal como real, no
me está permitido diferenciar lo real de lo irreal verdaderamente. ¿Hay
alguna diferencia entre yo y no yo, primero que sea verdaderamente real,
y luego que yo pueda experimentar y conocer? Ni siquiera puedo asegurar que
existe la Verdad más allá de mí mismo. Aunque la haya más allá de mi pobre
percepción, no puedo en absoluto reconocerla, sólo puedo crear ficciones
(comprobables) de que la reconozco, y engañarme a mí mismo y a los demás de
ello. Esto es una completa aporía, el sueño de nunca acabar. No puedo
avanzar ni un milímetro más allá de ella, no puedo avanzar ni un milímetro
existencial para responderla. ¿Puedo hacer algo, algo mínimo e
insustancial que sea, pero que sea algo más, algo otro, aunque
sólo sea realmente otro dentro de lo mismo, que se hunda más
profundamente en su piel, que esta pobre e inerme conciencia que estoy
teniendo acerca de esto mismo?... El problema irresoluble del punto de apoyo absoluto
de Arquímedes para mover el Universo es que, aunque exista ese punto en algún
lugar o forma, él no puede jamás alcanzarlo u obtenerlo; y aunque, por algún
sorpresivo y original descubrimiento o invención, logre mover con su palanca el
Universo, sólo puede hacer eso, pero nada más allá que eso, nada
más que lo que puede hacer un humano con una palanca apoyada en un punto
determinado con un Universo. O sea, lo mismo que hacía antes,
pero de distinta manera, o más, o mejor. Para la mayoría, eso es suficiente.
Para mí, no,
aunque así me sienta como un perro sarnoso que se agita y convulsiona para
tratar de sacarse la sarna de encima. Yo soy libre, en cuanto soy jugado, de jugar este juego en el
que me encuentro; lo jugaré, aunque sea absurdo, hasta que ya no juegue
más por la razón o causa que sea. El que sea absurdo e imposible, hoy por hoy,
no es razón suficiente ni causa para no jugarlo. Disfruto este Juego,
porque cada día descubro que estoy en un casillero distinto que ayer y que siempre,
aunque yo no pueda ganar ni escapar de este juego. La gente en general no puede
ni imaginarse de qué nivel profundo del Juego estoy hablando. Me motiva
vivir esta vida absurda, porque no he perdido la sensación febril, infantil, la
sensación solar interna, irresistible, de que mañana, o en el instante
siguiente, puede aparecérseme una GRAN SORPRESA.
La Cima de la Montaña es el lugar y punto más elevado de
la Ilusión Humana, desde allí se puede contemplar, en una sola visión, todas
las vertientes, todas las pendientes, todos los valles, todos los engaños de
los sentidos, todos los engaños de la mente, todos los engaños de la Verdad, todos
los inagotables multiformes engaños humanos, todos los engaños de este Universo
inmenso, apegados y arraigados a las laderas de la Montaña de la Ilusión.
Sólo en la Cima de la Montaña se puede experimentar en su
plenitud, en su máxima expresión, realización y posibilidad, el Amor, la Espiritualidad,
la naturaleza de Dios, la Belleza maravillosa de este Universo, la condición
más perfecta de uno mismo, la Unidad de Todo, la superación de todo Mal. Más
abajo, en el mundo real, en el mundo cotidiano, en el mundo científico y
material, sólo se realizan ocasionalmente, corruptamente, incompletamente, ingenuamente, frustradamente, cínicamente, ilusoriamente…
Sin embargo, esta Cima, punto máximo y supremo de
experiencia, de existencia y posibilidad humanas, aunque es real - está aquí, sí
-, donde casi ningún ser humano logra ascender, aun así, es igualmente una
Ilusión, la mejor, la más deseable y satisfactoria de todas las
ilusiones, el Reino de Dios, la Ilusión de la Cima de la Montaña, la Ilusión al
final de la Montaña de los Bienaventurados. ¡Qué perfecto se siente estar aquí!...
La Ilusión siempre nos acaba engullendo dentro de su
propia nuestra Ilusión.
Uno
siempre trata de afirmarse en (llegar a) una realidad más fuerte, más
verdadera, más correcta, superior, etc., que (mantenerse) en
una que, en algún sentido, reconocemos como más débil, más imperfecta,
más incompleta, más inadecuada, inferior, etc. Las
Ciencias, por ejemplo, conciben su condición epistemológica, sus
metodologías, la realidad física, etc., como una continua progresión desde un
saber menor a uno mayor; desde una práctica menos eficaz y certera, a una mejor
y superior; desde un conocimiento y develamiento de la realidad menos verdadero
(incompleto), a uno más verdadero (más amplio). Los sistemas y concepciones espirituales
y religiosos universales conciben la experiencia humana y la revelación (divina)
como un continuo progresivo desde un menor saber, a uno mayor y más verdadero;
desde una condición personal, existencial y espiritual que puede desarrollarse
y transformarse progresivamente, certeramente, incluso hasta alcanzar un estado
más próximo a la (suprema) divinidad. La vida cotidiana, la vida común
de todos los seres humanos, en toda su multiplicidad y actividades, en todas
sus formas y manifestaciones, está enteramente inmersa, enteramente
condicionada, normada, constituida, etc., en una visión de cosas peores y otras
mejores, a las que se debe aspirar; siempre el mañana es una oportunidad
para que “todo sea mejor”, se vive la realidad como si ella avanzara
naturalmente desde un menos a más, desde un pasado hacia un futuro. Si estoy
enfermo y me duele el estómago (microilusión), quiero sanarme para que ya no me
duela el estómago (microilusión), porque si estoy sano (microilusión), siento
que la vida merece ser vivida (microilusión), etc. Siempre estamos tratando de
progresar, de avanzar de una condición a otra.
Sin
embargo, no integramos a nuestro sistema cognitivo, a nuestro paradigma sicológico
y semántico inconciente de realidad, a nuestra experiencia del estado de
realidad, el hecho (estado) de que, cuando intentamos y hasta
logramos esto, sólo superamos un modo (estado) de realidad para incorporarnos a
un nuevo modo (estado) enteramente
ilusorio de realidad. Así pues, en cierto sentido microilusorio,
superamos un estado de realidad – particular o general - al ingresar en
un mejor estado de realidad (respecto de otro), pero en otro sentido macroilusorio,
seguimos manteniendo la misma macrocondición de realidad ilusoria, una ilusión,
en otra ilusión, en otra ilusión, en otra ilusión, etc., (aparentemente)
sin progresión ninguna. Por ejemplo, estoy ciego, no puedo ver; me opero quirúrgicamente
de los ojos y ahora puedo ver. Ver, en este caso, es una superación de
la microilusión de no ver, aunque ver también es una
representación microilusoria de la realidad física y una limitación (incapacidad)
para percibir aquello (macroilusorio) que está más allá de mi rango
perceptivo visual. Por ejemplo, también, siempre el ser humano ha concebido que
aprender es pasar de un estado de ignorancia, o de menor saber, a un
estado de mayor saber (conocimiento); sin embargo, todo aprendizaje reemplaza
un tipo de saber o desconocimiento ilusorio, por otro saber sólo más eficiente en
algún sentido relativo, que la ignorancia o el saber menor, aunque genera
otras formas y contenidos ilusorios o determinantes (clausurados), que
normalmente también se ignoran o se desconocen macroilusoriamente (inconciente
o concientemente). Por ejemplo, si
estudio odontología, voy a saber más de la dentadura que antes, pero ya no
estudiaré ingeniería, o egiptología, etc. Si aprendo a tocar guitarra, cada vez
que toque guitarra no tocaré piano. Si aprendo física cuántica, creeré saber que
la realidad es cuántica, y que ya nada desmentirá este saber. Si creo en
(aprendo) la doctrina religiosa de Jesús, no podré aceptar que pueda volver a
venir Jesús (de la forma que sea) y modificar completamente su doctrina de hace
2 mil años. Sin embargo, Jesús, en términos de realidad ilusoria,
podría venir cuantas veces quiera, incluso ninguna más, y hacer y decir cada
vez lo que sea y lo que quiera, sin estar condicionado en absoluto por su
primera aparición (microilusoria) en la Tierra.
Pero,
sobre todo, no podemos saber de ninguna manera si
este mero paso de una microilusión a otra microilusión (¿ad infinitum?) representa,
dentro de un metamarco de realidad inalcanzable experiencialmente para
nosotros, alguna forma, o especie, o semejanza, de progresión, transformación,
evolución, trascendencia, etc., hacia una No-ilusión (No-Macroilusión), o bien,
sólo representa una especie de movimiento circular recursivo (¿ad infinitum?) e
ilusorio. Somos como ratoncillos dentro de un laberinto; nuestro presente
es una experiencia de camino adelante y de camino atrás, a veces abierto, a
veces cerrado; cuando descubrimos un nuevo caminito (abierto-presente), nunca
sabemos cuándo ni cómo alcanzaremos el centro del laberinto que buscamos, ni si
adelante se cerrará por completo, ni si hay una salida, o un centro, o un
afuera, o siquiera si esto es un laberinto.
Ante
esto, ante tanta y absoluta ilusión y delirio humanos, ante la ilusión
redoblada de la realidad física (externa), ¿debiéramos enloquecer,
destruirnos, suicidarnos, o tomar cualquier otra decisión extrema, convulsiva y
desesperada?... Además, ¿algo mínimo siquiera, cualquier cosa que podamos decidir,
querer, realizar es nuestra decisión, es un acto que
decidimos nosotros, desde un absoluto nosotros, como si el comienzo estuviese
en algún punto exclusivo dentro de nosotros, la creación absoluta de esa particular
decisión (¿libre?), y que incluso las opciones que nos planteamos antes de
tomar esta decisión también puedan ser completamente nuestras? El primer
espejismo ilusorio es creer que, porque decidimos hacer algo, y ese algo se
realiza, o nosotros mismos lo realizamos (se cumple), ocurre precisamente
porque nosotros lo decidimos, lo causamos y lo realizamos. Si yo decido mover
el dedo meñique de mi mano izquierda, y el dedo se mueve, ¿siento y creo que no
es mi cerebro, ni mis músculos y nervios, ni mi sistema óseo, ni mi sangre, ni
mis células, ni mis diferentes tipos de energía, etc., quienes deciden
“hacer su parte” para mover mi dedo, sino que es algo invisible y desconocido,
que siento y denomino como mi “yo”, quien causa esa decisión de mover, y ejecutar de hecho,
que mi dedo se mueva? ¿Y qué causa, o hace, que mi yo decida
precisamente eso?... Nadie sabe qué ilusión
se (nos) oculta tras todas estas ilusiones. Yo creo – en mi supuesto
grado superior de microilusión - que TODO lo que nos acontece ocurre
porque Lo que
lo causa y lo provoca (enteramente desconocido e ilusivo para nosotros)
simplemente pasa a través de (por) nosotros, a veces coincidiendo con lo
que nosotros procesamos y decidimos (sentimos) como propio (yo decido, yo
causo), en otras ocasiones, sin coincidir y sin quererlo, como cuando rezamos
para que algo ocurra, y ocurre, o no ocurre; o como cuando lanzamos una moneda
al aire, pedimos cara, y sale cara, o bien, sale sello; o
como cuando estamos transitando por el puente que hemos atravesado cientos de
veces antes, pero el puente esta vez colapsa y se derrumba.
Entonces,
preguntémonos ahora y ante esto, ¿Qué quiero?... ¿Puedo querer, debo
querer, darle sentido a algo?... Si no somos capaces de predecir, de
anticipar, de adivinar lo que va a suceder (futuro, o lo que sea esto [ilusorio]
que adviene en presente) ilusionemos que vamos a lograr lo que queremos; o
que por algún “milagro” de la realidad, eso va a ocurrir precisamente como
quiero o pretendo; o usemos esperanza, este lenitivo ilusorio que está a
montones en nuestra naturaleza mental; o usemos todo este inmenso artefacto de saberes,
conocimientos, técnicas, bienes, logros, facultades, etc., que le
han dado tanta seguridad a la Humanidad actual para justificar cualquier engañito
de realidad y de certeza… O también - como hago yo - podemos aceptar que
las cosas acontezcan a veces como quiero y deseo, lo mismo que no acontezcan
como quiero y deseo, incluso sufriendo porque no sea así, pero siempre,
en uno y otro caso, aceptando
(entregado al movimiento actual y posible de la realidad), por encima de todo,
por dentro de todo, que TODO ES UNA ILUSIÓN. A mí al menos,
este actual trance interno-externo me deja un resabio de algo como paz en
la no-paz. De siempre estar como estoy, de siempre estar donde simplemente
debo estar, de que acontece siempre lo que debe acontecer, aunque eso no
sea lo que puede acontecer, de hacer-no-haciendo, de que estoy
dentro de Algo (ilusorio) que me permite ser y hacer en la medida
y forma que ese Algo es y hace conmigo, o no conmigo.
Está
bien que vayamos a morir todos (juntos). ¿Alguna vez ha dejado de morir
alguien? Ni siquiera Jesús - según dicen - el resucitado[1],
dejó de morir, y ¡vaya de qué manera!... Nuestra Historia humana está completada
no por vivos, sino por muertos. Parece que la vida fuese un accidente temporal
dentro de la muerte, o al menos de algo que no es la vida. Cuando digo
“está bien” (morir), sólo trato de decir que las cosas ocurren en cierto nivel
inalcanzable, inevitable, necesario, por lo cual intentar oponerse resulta
vano, penoso, “nada bueno”. Es una cuestión intuitiva, empírica, espiritual,
etc., que saber dejarse llevar por la existencia, por un Cierto
Movimiento que SIEMPRE lo arrastra todo, aunque lo desconozcamos, “está bien”. Afirmar
o creer que la muerte está mal no se ajusta a la realidad, porque,
además, la realidad no posee una connotación ni un valor moral, ni tampoco un
sentido racional, aunque a veces nos parezca que funciona precisamente así. La realidad
– o Lo Que Sea - que produce todas las cosas que acontecen y existen, si las
crea con algún designio o valor, estamos demasiado lejos (de la capacidad
humana) de experimentarlo y conocerlo. Nosotros sólo experimentamos muy
sumergidos dentro de un juego de ilusiones, ilusiones, cosas reales, que
se perciben como ilusiones sólo cuando, por alguna paradójica capacidad, uno se
separa un poco de la ilusión particular, de un cierto estado individualizado de
ilusión, como un apéndice momentáneo se separa (sin separarse del todo) de su
unidad primaria y así alcanza a experimentar una fugaz sensación de que puede
percibir la unidad como otra cosa diferente de sí misma, y diferente a como la experimenta
en sí misma. Parece como si ese Algo que lo empuja todo nos tomase la cabeza y
la hundiese a la fuerza bajo el agua, para que allí nos ahoguemos en un ensueño
de ilusión y apariencia real y natural. Sólo por un instante a algunos nos
permite sacar la cabeza apenas un poco por encima de la superficie para intuir entonces
que nos estamos ahogando, y no simplemente, como creemos todo el tiempo, que
estamos viviendo en un todo-agua.
Quizás
lo que más nos duele, al sacar por un instante la cabeza del agua, no es el
hecho de reconocer que vamos a morir, o a morir todos juntos, el apego
instintivo a la ilusión de la vida, o el temor de la experiencia de la muerte,
sino que vamos a
matarnos unos a otros, que vamos a destruir este planeta, junto con
todo su valor – aunque sea ilusorio -, pero no por necesidad, no
simplemente porque hay un Destino, no porque una corriente de la existencia nos
lo impone así. ¿O sólo tenemos una vez más la falsa ilusión de que está en
nuestras manos, en nuestra capacidad, en nuestra libertad evitar la mutua
destrucción (debajo del agua)?... Y, en consecuencia, ¿“está bien” que nos
masacremos y apocalípticamente lo aniquilemos todo? En mi más actual visión,
creo que ni somos libres, ni no libres; el remolino de nuestra experiencia de
realidad gira demasiado rápido para diferenciar si hay profundamente algo
bueno o algo malo, lo libre de lo impuesto, y así sucesivamente todo con
todo. ¿Si yo no quiero morir, ni matar a nadie, ni destruir este planeta, pero
soy incapaz de impedirlo, igualmente poseo la misma voluntad colectiva, el
mismo propósito (superior al individuo particular) que nos hará, llevándolo
todos juntos al mismo y único fin, a acabar todos juntos en la misma
destrucción?[2]...
¡Seguramente sí!, pero también debe haber algo más que eso, Algo que se nos escapa por completo, y que
cambiaría también por completo nuestros inútiles intentos de (ilusoria) comprensión.
Yo
creo y observo que cada vez, cada día que pasa, hay más personas en el Mundo
que piensan que, con seguridad, o muy probablemente, en un futuro próximo nos
vamos a destruir por medio de un gran holocausto bélico y sus consecuencias, o
también por otras catástrofes sincrónicas. Sin embargo, a diferencia del pánico
colectivo que causaba esta idea (fin de Mundo) en las diferentes épocas
anteriores, curiosamente hoy la gente en masa, salvo uno que otro desesperado
(para sus adentros), lo observa, lo piensa, lo espera incluso - ¿cómo decirlo?
– con naturalidad, tal vez con resignada y apacible aceptación. No
me cabe duda de que estamos suficientemente dotados con un set natural de
ilusiones para vivir y morir adecuadamente, también el Apocalipsis (¿la
ilusión final?). Muchos, quizás la mayoría, hacen uso de su capacidad natural y
abundante para ignorar, desentenderse, confiar, ser positivo, trivializar,
mentir, tener fe, negar, no creer, desinformar, explicar, manipular, racionalizar,
enfermar, “simplemente vivir”, etc., y de esta manera desactivan, anulan,
ILUSORIAMENTE, la realidad del evento en aproximación (no presente) muerte,
Apocalipsis-Todos-Juntos. Un ejemplo interesante
y representativo del paradigma actual, que vengo describiendo, lo podemos ver
en la popular película No miren arriba[3],
aunque en ella no se trate de una guerra nuclear, sino de la caída de un gran cometa.
O sea, no estoy revelando nada original, nada que no esté en el espíritu
mismo de nuestro tiempo. Basta enterarse, incluso sólo un poco, por los
medios de comunicación al alcance de cualquiera.
Frente
a esto, yo no recomiendo nada en particular, nada en general. Sólo soy un
vidente momentáneo y una víctima-victimario más. Cada uno debe descubrir por sí
solo cómo prepararse y acercarse a la experiencia de su muerte y de la muerte
de los demás, porque, aunque no haya una conflagración mundial y total, la experiencia
de la muerte está cerca, es inevitable para cada uno, uno por uno.
[1]
Incluso si hubiese resucitado, Jesús
dejaría de ser un referente humano (un ser humano), porque no habría seguido
existiendo en nuestro sistema natural humano, donde es necesario morir (del
todo) aquí.
[2]
Incluso aunque me suicide, sigo con
mi suicidio llevando todo al mismo fin. Es decir, si me suicido, y así no lo
impido, entonces también así, por el acto y hecho de suicidarme, lo acompaño
(dentro de la misma corriente total) hacia el mismo final.
[3] En inglés, Don’t Look Up (2021).
Nadie
vio lo que yo vi. Nadie recuerda lo que yo recuerdo. Una pandereta de ladrillo,
encalada, día tras día observada únicamente por mi mirada de niño, atentamente,
curiosamente, desaprensivamente, como una cita de enamorados por primera vez, a
solas. Relieves deformes de una espátula que imprimió golpes de mezcla según
los dictados del momento del corazón de un albañil. Los observaba, como se siente
en un Nocturno de Chopin los rastros de un instante sobre las teclas de su
piano polaco, porque cada encuentro entre mi vista y cada sinuosidad dejaba en
mí una emoción particular y única, ahora tan nostálgica, tan lejana, como sólo
el pasado bien escondido puede serlo. Trazos de pintura resquebrajada en
figuras de un artista desconocido, pedazos de ladrillo rojo a la vista, descascarados
y roídos por humedades persistentes, por quién sabe qué designios de la
existencia. Lagartijas verdiazules a veces se calentaban palpitantes, agarradas
de cualquier pequeño reborde, adormecidas bajo el sol en primavera; corrían a
esconderse cuando mi mirada curiosa se encontraba con sus ojitos entelados. Esa
pandereta por encima de la que levantaba tímidamente mi cabeza, después de
encaramarme a duras penas por las pequeñas salientes que formaban algunos
ladrillos, para espiar el jardín misterioso y prohibido de nuestro vecino
gruñón, del gigante egoísta que reventaba a disparos de perdigón las pelotas de
plástico que regularmente al jugar se nos saltaban sobre ese cerco de la distancia
humana. Una llave de jardín pegada a ese muro blanco para regar una angosta hilera
de calas, lirios y una mata de glicina lila más olorosa que los perfumes de mi
madre, esculpida en mi alma para siempre. ¿Cómo un Universo tan grande, tan
inabarcable para los sabios astrónomos, pudo haber creado un diminuto espacio,
tan lleno, tan sólo nuestro entre él y yo, tan aislado, tan invisible y tan
desbordante al mismo tiempo?... De esa pandereta ya no queda nada. El vecino
está muerto, igual que Chopin. Hace más de cincuenta años todo eso desapareció;
sólo persiste en mi memoria, gracias a un repentino chispazo de recuerdo, esa imperfecta
olvidada pandereta blanca, hasta que yo también desaparezca y me encorve doblemente
en esta misma nada presente, como un remolino de espuma desaparece en cualquiera
playa ignorada.
La
conciencia y la mente en su conjunto cuando experimentan, perciben, capturan,
representan en su máxima expresión, capacidad, realización, posibilidad, la
realidad, su inmensidad, su verdad, apenas logran un fragmento tan
insignificante, tan ilusorio, tan absurdamente humano de ese océano
ontológico inalcanzable… La conciencia y la mente cuando ponen atención,
experimentan, perciben algo, dejan fuera, en la inconciencia y la desatención
“el resto”, la simultaneidad de TODO. ¡Qué cosa más ínfima somos!...
Incluso los estados más elevados de la iluminación espiritual, los ensueños místicos
de integración universal en la Unidad, en Dios, en lo que sea más todo, son
sólo atisbos nebulosos de Algo que podría existir, de un estado de Yo-Todo,
pero que en verdad se nos niega, se nos imposibilita, se nos ilusiona de que
somos capaces de experimentarlo (incluso inmortalmente, eternamente).
Quizás sería mejor reconocer que todo lo que entra y todo lo que queda en
nuestra conciencia y mente es la irrealidad de la
realidad. Quizás ésta sea la paz suprema, la última, la paz menesterosa
y humilde – para nuestra ilusión ingénita, sin embargo, INMENSA - que
nos deja la conciencia máxima de ser casi nada…
Vicentito
tiene – supongo - unos 47 años. Es un padre de familia, como yo, como tú, o, si
no lo eres, como tantas personas. Tiene una hija de un año y medio; él la ama
más que a sí mismo, yo me doy cuenta. La pequeñita no lo ama sólo porque
todavía es demasiado pequeñita para cumplir satisfactoriamente con el buen concepto
de amor, pero sonríe, sonríe, y ríe también a carcajadas, con las
gracias que Vicentito continuamente le inventa. Juanita es su esposa, fiel y
abnegada como la mejor de las mujeres y de las madres… Así los veo yo, cuando
los visito ocasionalmente un domingo, o en una fiesta de cumpleaños... ¡No!...
Es verdad que los puedo revivir como si fuese hoy, pero han pasado ya varios
años desde que presenciaba esto, precisamente así. Se pueden decir
tantas cosas de la vida… ¿Por qué cuando suspiramos inesperadamente siempre buscamos alguna
sentencia, alguna enseñanza universal acerca de la existencia humana?... ¿Qué
puedo decirte, Vicentito, después de 7 años desde que sufriste ese accidente
automovilístico que te mantiene en cama sin la mitad de tu cerebro, contemplando
inmóvil y rígido lo que te queda de esta vida?... ¿Lo presentiste, lo buscaste,
o el misterio de la existencia guarda con siete llaves el secreto doloroso que sólo
ustedes comparten?...
Poetas,
escritores todos,
artistas
desconocidos
consumados
quieren
inyectarse en la yugular
éxito,
ediciones
que suban
como
depósitos bancarios;
reconocimiento
seguidores
premios,
harto dinero,
mujeres
y hombres deslumbrantes,
viajes,
propiedades,
sexo,
algarabía mediática, alcohol,
el
Nobel,
palabras,
más
palabras,
buenas
malas
bellas
estereotipos
palabras,
que
no se agoten,
necesariamente
tasadas
en dólares.
No
me muestren los dientes
no
me gruñan,
quédenselo
todo,
de
verdad
yo
no lo quiero.
Espiral
azul irradiante
pare
al alba gota de rocío;
a
su lado,
un
millón de años,
una
humanidad ha existido
sin
conocer todavía
una
gota de rocío.
Si existe un Dios Justo,
el Juicio Final está cerca.
Si no existe Dios,
no habrá Juicio Final,
sí Apocalipsis.
Desde
niño me llenaron la cabeza de MIERDA; aunque ésta sea una metáfora
desagradable, sé que funcionará para hacerme entender. Cuando digo mierda,
lamentable quiero decir TODO. Advierto que no es en absoluto mi
intención herir la sensibilidad de nadie. Tampoco estoy culpando a nadie, ni me
siento profundamente resentido ni dolido. Es muy raro que uno no use la palabra mierda
con una carga de rabia, con una intensa carga emocional negativa, de
desprecio, asco, ofensa, violencia, etc. Yo carezco de carga emocional
negativa, aunque la utilizo también y la reconozco en mi biografía y aquí para
representar las infiltraciones negativas dentro de mi sensibilidad personal,
y su gravedad en general, en buena parte de mi vida previa… ¡Claro que podría
haber utilizado otra palabra!... Creo que la uso aquí sobre todo para destacar
la dificultad y el desagrado – metafóricamente asco - que me
causa no poder sacarme de adentro más fácilmente esto (mierda,
desecho, residuo conceptual y mental) que todavía me hace tanto daño, que me
condiciona, que me embadurna inaguantablemente por dentro y por fuera. ¿Cómo
podrían mis semejantes haberme ofrecido y dado algo que no fuese mierda,
si ellos mismos tenían y tienen la cabeza llena de mierda?... ¡Está bien, maticemos!,
hay muchos tipos de mierda... Incluso se da la paradoja frecuente de que hay
mierda que no es mierda, o sólo mierda. Veamos esto de la paradoja tan
frecuente. Si alguien me lee ahora, dirá con seguridad: “Yo no tengo la
cabeza llena de mierda”... ¡Sí!, pero también hay personas que dicen de un
pastel: “¡Esto es una mierda!”, y otras, respecto del mismo: “¡Esto
es una exquisitez!”… Una de las grandes preguntas que se deriva de esta
situación universal de la experiencia humana ha sido siempre histórica y
filosóficamente: ¿Ese pastel es realmente algo como una exquisitez, una mierda, u otra cosa?... Es
más, estoy cierto de lo que llamo la mierda infiltrada dentro de mi cabeza
para casi todos los seres humanos sería otra cosa que mierda, incluso mucho
les parecería un rico pastel. Demos un claro y decisivo ejemplo para que
comience a visualizarse de qué hablo… La
Educación. En todo el Mundo, en todas las culturas, en todos los
tiempos, la educación
(la formal y la informal) ha sido un eje central de toda sociedad humana. Sin educación,
sin transmisión de conocimientos y experiencias, la Humanidad no habría
sobrevivido hasta el día de hoy, ni tampoco habría logrado lo que ha
logrado – usted, lector, entienda aquí según su criterio: pastel o mierda,
u otra cosa -. Recuerde que si usted mira hacia la luna y considera que
ya ha habido seres humanos saltando en ella, o piensa en un Mars Rover
desplazándose sobre la superficie de Marte, se henchirá de orgullo humano, de
esta civilización-pastel, y de todo lo demás que hemos llegado a
desarrollar en nuestro “beneficio”. En cambio, si nos encontrásemos en el año
2043 con un planeta Tierra devastado por la destrucción nuclear y otras
calamidades antropogénicas, esos humanos tendrán que reconocer que la nuestra
ha sido una civilización-mierda.[1]
[Ejemplifiquemos sólo de pasada: el hecho de que Einstein, y sus epígonos
físicos, no hayan reconocido e incorporado la dimensión humana (bio-psico-física)[2]
en sus teorías físico-matemáticas reduccionistas de la realidad, convierte su
Teoría de la Relatividad, sin restarle sus méritos ciertos, también en una teoría
de mierda. Es más, toda la Física y las Ciencias modernas adolecen de la
misma falencia y, a fortiori, falsedad, al excluir la Dimensión Humana, en
tanto dimensión universal, en paralelo a las dimensiones espacio-tiempo,
multiverso, cuántica, hiperespacio, etc., no sólo de su modelo de realidad,
sino de sus propios condicionantes – actualmente ignorados - para la actividad
y área (sistema) de conocimiento de las Ciencias.[3]]
Bien,
con la Educación obviamente nos encontramos con un conjunto de saberes
transmitidos intencionalmente para beneficio de quienes los reciben y que se
inoculan casi sin aceptar ninguna forma ni grado de oposición en el educado,
o bien utilizando las más variadas y eficaces formas de encantamiento
persuasivo (p.e., el reconocimiento social, el bienestar material).[4]
Sin embargo, ya desde tempranos tiempos la Humanidad ha creado un set de
conocimientos y experiencias tan numeroso y variado en sus características,
condiciones y efectos, que, lo que a unos les resulta beneficioso, a otros les
resulta perjudicial, como, por ejemplo, “El Arte de la Guerra”,
o, en su conceptualización actual: “El Negocio de la Guerra”. Reconozco
que yo también me nutrí a través de los innumerables tipos de medios culturales
y educativos con la firme creencia y experiencia de estar accediendo, como un
privilegiado, a la pastelería más exquisita y superior que nos ofrecía
la civilización humana: las artes, las ciencias, los libros, la espiritualidad,
la religión, Dios, la filosofía, la inteligencia, el conocimiento, la
superación material y la autosuperación, la medicina, los valores morales, los
ideales, el bien, el amor, la justicia, la humanidad, etc., etc., etc…. He
dicho antes que hay muchos tipos de mierda; también podría agregar –
para que se entienda mejor -, de grados, de experiencias, de parámetros,
de criterios, de sentidos, etc. Se podría, y hasta debería,
ampliar y profundizar en este complejísimo concepto de mierda que aquí
propongo – siempre sólo metafórica y sugestivamente -, para que se comprenda
cabalmente la dimensión, densidad y complejidad implícitas que posee (también
en mi texto). No puedo hacerlo aquí. En cambio, hago explícito que, para mí,
dicho en forma simple y banal, también hay tipos de mierdas mejores
y peores. En buena medida, como meros ámbitos o áreas de la experiencia
humana de civilización, todos aquellos tipos y excelencias que nombré más
arriba siguen siendo para mí todavía las mejores mierdas humanas. En cambio, se
han convertido en una gran mierda sus contenidos, sus logros específicos, sus
conocimientos particulares. O sea, la Física, como Ciencia facultativa, para mí
es una mierda relativamente mejor, que la mierda específica de la teoría de la
relatividad. Sí, uno puede y debe nutrirse de mierda para funcionar
concordantemente en un mundo de mierda, en el cual funciona bastante
bien la mierda, pero no la crema… ¡Esto es una trampa, un engaño, una falacia,
porque nadie te advierte en esta sociedad humana que TODO te está como hipnotizando
para comer heces, pero lo experimentas enteramente pastel!...[5]
¿Cómo podría uno, tratando de huir de la ilusión de mierda, encontrar un punto que no sea otro mero punto
de mierda desde donde contemplar separadamente TODO?... ¡No lo sé!... Pero, al
menos, es un hecho indesmentible para mí que estoy viendo feca donde antes veía
pastel, y estoy experimentando, viviendo esta otra mierda separada que se
siente mejor en todo sentido que toda esa otra mierda, aunque no sea del todo diferente.
¡Eso ya es, al menos, un avance entre mierda y mierda!... Tal vez TODO no sea
más que una escala de mierda al infinito, en la cual uno sólo puede subir o
bajar de una grada de mierda, a otra grada de mierda. [Es desagradable,
¿verdad?, que repita tanto la palabra mierda, sinónimos y derivados.
Bueno, así precisamente me sé - aunque no siento -, y por eso
mismo la repito por todas partes.] Intercalo aquí otro exabrupto y ejemplo significativo
de algo central en el conocimiento de mierda actual: las Ciencias… ¡Qué
decisiva ha sido para la Humanidad, también para mí, su presencia imperial,
imperialista, que todavía crece y crece, en desmedro de los demás saberes y
cosmovisiones!... Una pobre y hedionda Ciencia que teoriza sólo con ayuda de la
razón humana, infantil, vérmica, sicótica; una pobre y pegajosa Ciencia
que se atiene a una realidad sólo encuadrable dentro de los sentidos;
una pobre y arrogante Ciencia que se ha representado y le ha metido el guante
sólo con Matemáticas a un minúsculo entorno material (un Universo
con un tamaño de sólo 93.000 millones de años luz) que debiera ser
experimentado en relación con la infinitud incalculable, indeterminada, de
realidades, modos de ser y dimensiones, a los que tenemos
acceso fáctico y también posible; una pobre y delirante Ciencia que se
absolutiza a sí misma como Verdad y Sucesora de Dios (Supremo)…
¡Qué aborrecible ceguera de las Ciencias, y, como causa de las Ciencias, la
penosa y limitada condición humana, incapaz hasta ahora de reconocer por dónde
va su increíble y desaprovechada propia grandeza!... La persona humana es un cruce
interdimensional, un agujero de gusano multidimensional, incalculablemente
multidimensional, la demostración más completa e inmediata del
Multiverso físico y no-físico, la sobre-superación de toda Física y de toda
Ciencia y de toda forma de conocimiento hasta ahora conocidas; el asombro y el
milagro llevado al summum, pero experimentado desde una conciencia y una
autoconciencia espontáneas tan limitadas del fenómeno, del potencial, de la
complejidad de sus realidades imbricadas, de su verdadera condición natural, que
le ha sido conferida de modo tan fácil, tan gratuitamente dado, tan integrado, tan
unificado en su rareza y multiplicidad, que no alcanza a reconocerlo, que no alcanza
a darse cuenta - ¡pobre miope! -, aunque está totalmente inmerso en esa experiencia multiversal[6],
pues sólo se ha atenido a la utilización de los sentidos; a una racionalidad
servil de los sentidos y la materia; a una prolongación y extensión
(material-tecnológica-computacional) de los sentidos y la corporalidad física; a
una emocionalidad absorbente tan básica y animal, que apenas nos diferencia de
los lagartos; a un desarrollo de la mente, de la conciencia y del cerebro que
apenas se asemeja al resplandor de un fósforo que pronto se apaga, habiendo podido
brillar desde hace miles de años como soles hasta ahora desconocidos…
Sin
embargo, no soy tan mal agradecido, tan absurdo, tan desarraigado de la
experiencia de realidad que me ha acompañado toda mi vida a mí, y a
todos los seres humanos desde el principio de nuestra especie, como podría
colegirse de lo dicho hasta aquí. La experiencia directa de la Naturaleza, el
conocimiento y desenvolvimiento humano en sociedades y en el entorno natural y
físico del Universo asumido, los procesos cognitivos y sus producciones, las
realizaciones materiales, la educación y las enseñanzas de todo tipo, no pueden
ser calificados tan burda y exageradamente como desecho, mierda. En
buena medida crecí, me desarrollé hasta donde he llegado hoy (lo mejor de mí) gracias
a esos saberes, a esos maestros, aunque haya tenido que ser un proceso
dialéctico, de amor y odio, de leche y veneno, para sólo así serme entonces positivo,
el cual ahora denuesto y trato de exorcizar. Sólo donde me encuentro hoy, en el
Borde de la Realidad, en esta condición de singularidad, los
contenidos humanos aprendidos o disponibles son para mí, sólo para mí, una
mierda, más que cualquier otra cosa. Incluso pido perdón por todo esto,
pero realmente en mi experiencia actual de realidad es ASÍ. Seguramente
algo, seguramente sólo un poco, muy poquito de tu experiencia, mi lector, se
asemeja o te resuena familiar y tuya en esta mi visión extrema de la producción
omnipresente del excremento humano, que a mí y a ti nos empantana y nos hunde
asfixiantemente, o dulcemente, en contra de nuestra irrenunciable, profunda e
incomprensible necesidad de trascender, de evolucionar hacia un punto ápex trascendental
desconocido, el Gran Agujero de Gusano hacia una realidad aún no conocida,
que exige irresistiblemente
de nosotros la capacidad de irnos desprendiendo de TODO, transformándonos
integradora y vertiginosamente en algo más y superior respecto de nosotros
mismos y de TODO, contenidos por la misteriosa paciencia y gradualidad que
demuestra un Universo de unos 30.000 millones de años hacia atrás, y probablemente
de otros tantos hacia adelante.[7]
Seamos pacientes, también vehementes, en la justa medida lo uno y lo otro, para
devenir experimentando necesariamente este gran pastel y esta gran mierda, todo
junto, definitivamente, al menos por ahora, a ciegas, porque no sabemos
siquiera si vamos a alguna parte (inteligible), si seguiremos siquiera siendo
algo semejante a lo que ahora somos, y dentro de algo semejante (Universo-multidimensionalidad),
como individuos, y/o como especie.
[1]
Hoy por hoy no nos
encontramos con una situación y experiencia tan extremas, aunque también son
innumerables los hechos-mierda en escala más reducida. Creo que no
necesito dar ejemplos por todos conocidos, aunque todavía no por todos sufridos.
[2]
Sólo la macrodimensión Psi (psiquismo)
encubre incalculables otras dimensiones de realidad, a las que se accede y se
interactúa, en la medida que ello es posible, a través y por medio de la mente,
la conciencia, el inconciente, el yo, las diferentes facultades mentales y
cognitivas, el espíritu, la energía psico-biológica, etc. Si las Ciencias
modernas y la Humanidad inteligente pusiesen la atención en esto, investigasen,
experimentasen con nuevas metodologías y nuevos modos epistemológicos, con sus
propias facultades cognitivas reconfiguradas, todo lo que hay, e implica,
en la Mente o Psiquismo humano y animal, se derrumbaría todo el conocimiento
científico adquirido hasta hoy, todo su paradigma de realidad y de
conocimiento, toda experiencia humana como se vive y concibe actualmente, TODO,
sin excepción.
[3]
Una demostración de esto se
encuentra en el hecho de que las Ciencias y sus conocimientos van cambiando necesariamente
con el transcurso del devenir histórico del ser humano, a causa de
su experiencia y transformación colectiva y subjetiva – incluido como tal la
tecnología -, pero no por un factor intrínseco (verdad, virtud, poder, creatividad,
etc.) a la Ciencia misma, a la tecnología, o a cambios sustantivos de la realidad
física y material. No es la Ciencia, sus nuevos conocimientos y creaciones, los
que cambian la Ciencia ni la realidad, sino es el ser humano el que cambia el
conocimiento relativo de la Ciencia, la Ciencia misma, y sus efectos (logros).
[4]
En capítulos anteriores he narrado
cómo experimenté en mi adolescencia y adultez un autoencantamiento, una especie
de autohipnosis, para exaltar y desarrollar mis propias formas de conocimiento,
basadas en, y referidas a, lo que ahora considero la mierda del saber humano,
pero que en su momento me resultaron una especie de ascenso sobrenatural hacia
la Verdad, un logro precioso para mí y hasta para la Humanidad. También yo me
hice trampa y me engañé a mí mismo, sin coacción externa, tanto como con
coacción externa.
[5]
Los peores enmierdadores son
aquellos que afirman que todo, o esto o aquello, es una ilusión de mierda, para
enseguida “enchufarte” su solución de mierda, que se te propone para superar la
otra ilusión de mierda que ellos tan meritoriamente ya han desenmascarado.
[6]
Otras dimensiones de realidad,
además del tiempo, del espacio, del (eventual) multiverso, son la dimensión de
la vida biológica, el antes y el después de la vida corporal, las dimensiones
asociadas a las experiencias paranormales (telepatía, ECM, Ovnis, las
apariciones (entidades) personales no biológicas, la memoria kármica, premonición,
etc.), la conciencia, etc.
[7]
Estos u otros datos matemáticos y
teóricos que manejan los cosmólogos son una mierda ilusoria, no tanto así la
referencia implícita a algún tipo de un gran antes y un gran después
de TODO ESTO, aunque incluso una visión de este tipo (más empírica) pueda
llegar a ser también una mierda ilusoria antropogénica, y hasta una mierda
extra-antropogénica (universal).