viernes, 20 de agosto de 2021

12 Años (cap. 1 de Historias de un Individuo Imposible)

 

 

 

Hoy he decidido comenzar a narrar completa la historia fenomenológica de este ser humano imposible, en tanto imposible, que soy yo. Y digo “imposible”, porque hasta el momento no logro entender por qué soy una persona tan extraordinariamente… rara, o única, o sobrenatural, o demente, o qué sé yo, pues, al final de cuentas, no creo que exista una palabra en lenguaje humano para calificarme adecuadamente. Claro, cualquiera puede calificarme como quiera y crea - ¡y vaya si lo han hecho! -, pero hasta hoy no he escuchado ni conocido a nadie que me ayude a encontrar la palabra que también para mí haga ¡clic!... Con el correr de las narraciones creo que irán entendido mejor por qué, a falta de algún término apropiado para la novedad que soy yo mismo, me califico en mi propia incomprensibilidad como imposible. Esto lo digo al principio, introductoriamente, con el único fin de que ustedes se mentalicen ya, con todos sus sentidos on fire - ¡es necesario! -, como cuando en el cine uno se acomoda nerviosamente al apagarse las luces para comenzar a ver una película que sabemos por adelantado que es IMPOSIBLE

12 años

Esta edad es arquetípicamente clave para los seres humanos. Los niños y niñas en muchas culturas tradicionales son iniciados a los 12 años. Jesús hace su primera aparición misional y sobrenatural a los 12 años (Lucas, 2:41-50). También es un arquetipo biológico, o programa biológico: la edad promedio en que se produce la maduración sexual reproductora - ¡cómo nos cambia la vida! -. En la numerología, en la magia y el ocultismo, el número 12 está cargado de un significado decisivo y trascendental. Eso, y mucho más. Eso y mucho más es también lo que me ocurrió a mí…

Hasta los 11 años fui un niño promedio, un niñito pasivo y apacible. A los 12 años en punto, me convertí en un mutante, en un monstruo de la naturaleza, en un abducido trascendental... Por supuesto que en ese tiempo yo no me percibía a mí mismo como me percibo desde esta avanzada edad (63), aunque tampoco la diferencia es cualitativamente tanta. En esos primeros años post-12 vivía y me vivía a mí mismo casi vertiginosamente; en cambio ahora vivo, me vivo a mí mismo, me contemplo y contemplo todo en paz, aunque sólo sea la paz de un hombre intranquilo. No he cambiado tanto, porque, al fin de cuentas, sigo viviendo hasta hoy solamente la continuación (la extensión) de mis 12 años.

¿Qué pasó?

No lo sé. Hasta el día de hoy busco una explicación a la medida humana, y no la encuentro. ¡Y vaya si he buscado y rebuscado en todas partes!... Mi mentalidad rigurosamente científica, al igual que mi mentalidad rigurosamente anticientífica, me lleva una y otra vez a atenerme a los hechos, a los data, pero también a los fenómenos. Por ello, intentaré una descripción de los hechos como hasta hoy se me aparecen a mí.

Cursaba entonces el octavo año de educación básica en el Liceo Experimental Manuel de Salas. Era yo un oscuro y tímido alumno promedio, animado sólo por la inercia de la educación obligatoria. Mi único rasgo especial y espontáneo hasta entonces, como alumno y persona-niño, consistía en el gusto de leer libros de aventuras. También había descubierto que podía escribir imitándolas y adaptándolas a mi vida personal. Recuerdo una ocasión en que mi padre, intrigado al saber que yo escribía, me pidió durante un almuerzo que le leyera algo de lo que había escrito. Era una historieta cómica, al estilo de las novelas de Marcela Paz, en la cual, en lugar de Papelucho – el protagonista de sus historias -, el narrador en primera persona era yo. Para mi sorpresa, mi padre, un hombre generalmente serio, un médico bastante hosco y parco, comenzó a sonreír, hasta que finalmente, en cierta situación que le pareció especialmente jocosa, explotó en carcajadas sin poder contener las lágrimas, las cuales le caían realmente de los ojos, y sin parar. Me sentí feliz, y desde ese momento comencé a creer que podía ser bueno escribiendo. Ése era todo mi contexto literario. Durante el segundo semestre de ese año escolar, mi profesor de Castellano por primera vez nos dio a leer un libro profundo, de contenido humano y existencial: Demian, de Herman Hesse. Desde el primer párrafo, mi niño-yo, mi persona humana, explotó… Durante esos tres días que tardé en leerlo, morí y resucité innumerables veces. No era conciente de mí mismo, sólo leía y leía y leía… Vivía a Emil Sinclair desde su propia alma, vivía cada palabra suya como vivida y salida de mi propia alma. Yo estaba ahí, y él estaba aquí, conmigo. Era tan natural, siendo tan sobrenatural… Pero en esos 3 días, simultáneamente ocurría otro fenómeno, una transmutación indescriptible y extraordinaria en mi mente y en todo mi ser interior, en mi persona toda. Sería agotador e inoportuno tratar de describir ahora y aquí en qué consistía esa transformación de cada facultad mental mía, de cada contenido conciente e inconciente de mi mente, del universo exterior, de mi autopercepción, de mi yo, de mi consciencia, de mi espíritu, y, en definitiva, de TODO. Por ahora, sólo mencionaré aquellos aspectos más generales y notables, pues había dado comienzo a una experiencia y a un proceso descomunales, que iría progresivamente desarrollándose y progresando a través de mi vida. Desde mi distancia actual, observo que en gran medida todo lo que he sido hasta aquí estaba simbólicamente representado en esa novela, en esos dos personajes unificados: Emil Sinclair y Demian… Pero, sobre todo, en Demian.

De todos aquellos aspectos de mi ser que mencioné más arriba, no puedo resaltar uno sobre otro, porque precisamente una de sus características más importantes es que se trataba de un fenómeno explosivo integral e integrado, asombrosamente integrado y abierto (dinámico). Todo calzaba con todo dentro de mí, y se extendía fuera de mí, integrando también a mi proceso interno todo lo que percibía en mi realidad exterior. Cada día - como dije - nacía y moría, no sólo al despertar y al volver a dormir, sino también varias veces durante el día, y lo mismo durante el sueño nocturno. No he conocido una experiencia similar en ningún otro humano, aunque estoy seguro de que ha ocurrido en muchos ocultos. Mencionaré de pasada cómo se transfiguraron en mí algunos de los aspectos más representativos de la condición de persona humana:

1.    Mi sensibilidad. Se amplificó, se diversificó, se desarrolló tanto, que respondía sensorial, sensitiva y emocionalmente a fenómenos y cosas de la realidad que las personas normales no perciben en su rango de sensibilidad, ni de la manera que yo podía sentir la realidad, en su totalidad y en su infinita diversidad. No digo pensar en cada cosa, entiéndase bien, sino sentir-percibir – por medio de cada capacidad humana asociada a la sensibilidad - todas las cosas, tanto las que todos perciben normalmente, como las que sólo yo percibía como “cosas” o modalidades de existencia, con una sensación única, con una relación de sensación única con el aspecto de la realidad percibido y sentido. Si yo observaba un objeto, podía verlo, graduando mi sensibilidad a voluntad como con un dial, en diferentes niveles o grados de percepción. Si miraba un árbol, podía ver una infinidad de matices de color, una geografía y una coreografía inagotables en su forma externa, en las que podía llegar a ver infinitas formas conectadas entre sí por algún maravilloso vínculo de existencia, hasta incluso ver su aura sutil con sensaciones desconocidas para el ojo natural; pero también podía sentir su yo interior, su palpitación energética vegetal y única, su raíz arraigada en el planeta, y el planeta junto con el árbol, arraigado al Universo, y el Universo, inmerso en ALGO sublimemente Mayor. ¡Era una experiencia extática, sobrecogedora, alucinante, inagotable y continua!... Todas estas son meras metáforas, porque no hemos desarrollado términos que describan esa particular y única manifestación de realidad o de existencia. Cada una de mis emociones y sentimientos se intensificaron más de lo que a veces resistía en mi estado natural, y me ponía a llorar, o a reír, o a tiritar, y hasta alguna vez me desmayaba, sin que nunca tuviese una connotación o un componente dañino para mí; y entre todos mis sentimientos y mi hipersensibilidad, el amor se desbordó por sobre toda forma y experiencia sensibles, por sobre y dentro de todo mi ser y persona, representándome que ningún sentimiento ni emoción humanas podían asimilar y acceder mejor a TODO lo que existe en esta realidad, sin excepción ninguna [que el amor]. Pero como mi sensibilidad era una parte más de un todo simultáneo que era mi mente junto con la realidad, por mi sensibilidad también entraba y salía todo lo que acontecía en cada parte, función y zona de mi cerebro y de mi mente, sin que una cualquiera se impusiese descoordinadamente sobre otra. ¿Cómo no colapsaba mi mente, mi cerebro, mi yo, etc., experimentando tal efervescencia dinámica y continua, caótica y armónica a la vez?... ¿Cómo era posible que en toda esta experiencia una confianza, una seguridad trascendental no sólo me aconteciese, sino con toda claridad me guiase tan amorosa y sabiamente?... ¡Imposible!... Porque todo mi ser y toda la realidad parecían haberse ordenado y danzar animados por un Espíritu Unificador y Supremo. No creo que en ningún idioma humano haya un concepto más extremo y superior que Espíritu, pues hasta el concepto de Dios, en su condición más puramente divina, es concebido por las mentes humanas como Espíritu. Y si hubiese algo todavía anterior y superior al Espíritu, entonces todavía mejor sería ESO lo que me ha poseído…

2.    Mi conciencia. La conciencia es como un ojo-foco ciclópeo interior de la mente. Cuando exploté, mi consciencia se expandió hacia mi interior y hacia el exterior, incluso hacia otras zonas periféricas de realidad. Se encarnó juntamente en mi consciencia un yo milenario, casi sin tiempo, como un anciano cósmico y al mismo tiempo un niño maravillado. Todo lo que experimentaba con el ojo-foco de la consciencia iba acompañado de un saber espontáneo y profundo, como brotado de alguna fuente de conocimiento total. Lo sabía todo como sin esfuerzo, pero digo todo, como cada cosa – y todo - es conocida de otra manera allá en lo más profundo de una super-realidad que se nos aleja, de una manera espiritual, esencial, holística, realizada a través de un tiempo distinto, juntamente dulce y amarga, como la vida y la muerte unificadas por una trascendencia superior. Y este saber profundo me hacía arder humildemente de ambiciosos deseos de conocer todo el saber humano, de aprender todo cuanto la experiencia humana en este plano de realidad histórica había propuesto como saber. Y comencé a leer de todo – cuando todavía no existía internet -, infatigablemente, ansiosamente por abarcar cuanto antes el conocimiento de todas las cosas. Sin embargo, una voz interior - sí que era como un soplo imperceptible, inteligente y sutil que yo atribuía a mi propia capacidad de pensamiento - me llenaba de ideas novedosas, críticas, intuitivas, creativas, poderosas, contrastantes y atrevidas, como si fuese siempre el más versado en cada especialidad, en cada materia, en cada doctrina, pero no de datos ni de contenidos específicos que yo no conocía, sino siempre del espíritu significativo y superior que sostiene fundacional y estructuralmente a cada saber y a cada conocimiento, fuese lo mismo en las ciencias, en las matemáticas, la historia, la moral, la religión, la sicología, antropología, las artes, la existencia, y todo lo demás… Eso no me hacía obtener mejores rendimientos y resultados en mis calificaciones escolares, pues el tratamiento reduccionista y trivial de las materias que me enseñaban en clases me causaba un desaliento y un desinterés continuos. Pronto comencé a leer libros bajo la mesa durante ciertas clases, o a escribir versos; o pensaba abstraído en algún asunto de mi propio interés, si al desatender no corría peligro con el profesor; o derechamente comencé a no asistir a clases después de un recreo, y quedarme hurgando solo en esos mágicos pasillos estrechos, con ese peculiar y conmovedor olor a libro antiguo, llenos de estantes polvorientos con miles de libros hechizados en el inmenso ático de un edificio antiguo, en el que se encontraba escondida la biblioteca. ¡Cuánta magia había en esa biblioteca alquímica (para mí) de Alejandría!... Ahora sé que allí, en paralelo, experimenté un portal hacia los Registros Akáshicos, que por entonces mi mente nuevamente encarnada comenzaba a recordar confusamente, pero también exultante. Todo eso pasaba por mi nueva consciencia, una consciencia ampliada que me unió (mi yo conciente) por un puente angosto, pero sólido y denso, con el hontanar de mi conciencia profunda, ésa que denominamos erróneamente inconsciente, pero que es tanto más conciente cuanto se acerca más al punto eventual de ruptura de esta nuestra ilusión mental que nos desborda por completo en este estado de vigilia y de normalidad.

Y he aquí que apareció sobrecogedoramente en el centro de esta nueva e inmensa conciencia mía, LA HUMANIDAD… ¡La vi, la vi!... ¡Por primera vez la vi con el ojo-foco de la consciencia y del espíritu!... En los libros, en la historia, en mi entorno, en el mundo, muy cerca, en todas partes. Con este descubrimiento de la humanidad y de las personas que yo comenzaba a experimentar y reconocer de una forma por completo nueva explotó el sufrimiento… Mi sufrimiento por la humanidad y a causa de la humanidad. Mi sufrimiento por mi propia humanidad deformada y sufriente. Entonces descubrí que, al sufrir tan desgarradoramente por la humanidad embrutecida y perdida, la AMABA. Y descubrí juntamente que, al amarla y sufrir, así, con toda esta conciencia sobre mi corazón, mi mente y mi alma, estaba SOLO, completamente SOLO en medio de la humanidad que me rodeaba de cerca y de lejos. Entonces sentí a Dios, y lo llamé dios, porque en ese tiempo no conocía otro concepto para esa Entidad sobrecogedora que se me manifestaba amorosamente sufriendo en todo este sufrimiento humano y mío. Y no veía entonces, no podía ver, ni me dejaban ver, que ese Dios amoroso era el mismo Dios criminal que hacía sufrir a la Humanidad y a mí mismo… ¡Contradicción terrible que comienzo a creer que comienzo a vislumbrar apenas nebulosamente el día de hoy, cuando me encuentro con mi cuerpo, mente y alma sobre el borde-abismo de la-mi realidad!... ¡Imposible!...

 

He dejado de escribir durante horas. Una sensación incómoda, complicada, me detiene. Es como si me alejara de mí mismo, de mi vida, de mi texto y me observase con la conciencia de otros, con la de ustedes, y como consecuencia de eso dudase de mí mismo, una vez más… Dudo que tenga el valor que creo que pudiera tener el compartir unas vivencias tan personales, tan subjetivas, tan ajenas a las de la mayoría de las personas. No me atrevo siquiera a confesar por qué lo escribo y qué me mueve. Esa persistente sensación de lejanía insalvable respecto de los demás seres humanos vuelve a herirme. Porque uno escribe para comunicar, para vincularse, para intimar, en definitiva. Esto que hago aquí está en un universo opuesto a tomarse selfies y subirlas a plataformas sociales. Esto que hago aquí no es sólo exposición, es mucho más extraño, difícil y peligroso que eso. Y cuando digo peligroso, no es siquiera en un sentido que ustedes puedan comprender, ni yo explicar. Siento vergüenza de que me vean así, tan desnudo, y ante ustedes, tonto. Tengo miedo de seguir escribiendo, y tengo miedo de publicarlo, sí, también, como también tengo razones, como tengo hijos, como tengo fe en tantas cosas, la fe de esos primeros cristianos que miraban a los ojos del león que se les iba a abalanzar con las fauces abiertas en el Circo Romano. Estoy escribiendo esto como si me estuviese cortando la piel con cada palabra, a pequeños pedazos, para entregárselo a ustedes como un Jesús se decía pan y carne, sangre y vino. Esa carne y esa sangre que los seres humanos, todos, después de comerla y de beberla, vivas, salen a escupirlas y vomitarlas fuera de su presencia... No soy cristiano, ya no soy cristiano. Pero Jesús, ¡oh!, si Jesús es el referente para la Humanidad no superado... ¡Imposible!... ¿Les hiere que me compare con Jesús?... ¡No soy Jesús!... ¿O sí?... ¿Soy ridículo, megalomaníaco, narcisista?... Es inevitable, tarde o temprano, que uno asuma honestamente quien uno cree que es, y no negarlo, aunque sepas que un león está saltando hacia tu cuello. Tal vez, tal vez es verdad que las palabras pueden ser una ventana, y logro que ustedes, si se dan las condiciones requeridas, puedan por ellas siquiera vislumbrar hacia adentro, no sólo mi mente, sino más invisible, mi alma.

martes, 10 de agosto de 2021

MI NUEVO BLOG

 


A mis fieles lectores los invito a leer el post "Zona de Fenómenos No Identificados", en mi nuevo blog https://enelelqui.blogspot.com/, el cual he habilitado para continuar indagando y presentando específicamente el tema de Realidad e Irrealidad, que hasta ahora he publicado en este blog. Así, destinaré este blog en adelante a comunicar sólo mis experiencias literarias y vivenciales.