LA NUEVA AVENTURA DE LA HUMANIDAD








LA NUEVA AVENTURA DE LA HUMANIDAD



RODRIGO INOSTROZA BIDART








Registro de propiedad intelectual n° 227.076
Santiago de Chile, 2013






INTRODUCCIÓN

“El ego es un verdadero maestro de la percepción selectiva y la interpretación distorsionada. Es solamente a través de la conciencia, no del pensamiento, que se puede diferenciar entre los hechos y las opiniones. Es solamente a través de la conciencia que podemos llegar a ver: ‘esta es la situación y aquí está la ira que siento’, para después darnos cuenta de que hay otras formas de ver la situación, otras formas de abordarla y manejarla. Es solamente a través de la conciencia que podemos ver la totalidad de la situación o de la persona en lugar de adoptar un punto de vista estrecho.”
Eckhart Tolle, Una nueva Tierra, p.61




La humanidad se encuentra actualmente en una crisis globalizada como nunca antes en la Historia. Como nunca antes convergen también todas las virtualidades e intentos evolutivos parcialmente experimentados a través de la misma Historia, como si hubiesen esperado humilde y pacientemente su hora de maridarse. Pareciera que hubiese llegado para la especie humana y el planeta la hora de lanzar la gran moneda del Destino al aire: todo o nada…
Mi intención con este libro es apostar la suerte al Todo.
Escribo por y para la virtud de la inteligencia del logos humano, así como es necesario también y además experimentar el proceso de trascendentalización de la conciencia por medios emocionales; y además por modificación directa de la conciencia por la conciencia; y además por intuición y experiencia personal; y además por experiencia espiritual, a fin de que la conciencia se complete en todas sus formas y niveles.
No pretendo poseer ni proponer verdades o conocimientos nuevos, originales, personales ni enteramente ciertos, sino sólo proveer de una amplia y verídica vía de comprensión y orientación –pero autodefinida como no única verdad-- para que de acuerdo a sus formas particulares y variadas cada uno experimente y siga su propio curso de trascendencia, descubrimiento y definición de la verdad, guiado al menos en una dirección trascendental certera a través de esta tosca y rudimentaria representación que en este libro realizo. Si este mismo posee algún merito particular, sólo consiste en sistematizar y reunir con coherencia panorámica –intuitiva, lógica y conceptual—los conocimientos superiores que se han ido expresando paulatinamente a través de las épocas y que por virtud de los tiempos es ahora oportuno y posible sintetizar y unificar. Si posee un mérito adicional, que sea el promover y estimular en miles y millones de conciencias el salto y asalto final de la evolución personal y colectiva humana en esta era crítica y decisiva que pronto va a resolverse.
No es mi intención contestar ni justificar ni demostrar sistemática y suficientemente que nadie en particular está equivocado, o que tal o cual conocimiento validado no es tal, bajo el mismo método científico, lógico y académico. Que tal o cual conocimiento es falso, erróneo, o insuficiente, a pesar de que a veces así yo lo declare. Este trabajo no posee ningún rigor académico –esa es su secreta virtud--, a pesar de que quien lo escribe ha debido ejercer profesionalmente gran parte de su vida el rigor académico y aplicarlo ante sus pares e implacables jueces.
Pido a mis lectores paciencia y el máximo esfuerzo para seguir y comprender muchos pasajes que pueden ser realmente oscuros, teóricos, demasiado conceptuales y sin un asidero en lo natural y cotidiano. No he podido hacer allí una versión fácil, con ejemplos de la vida común y con explicaciones simples, pues hablo de dimensiones de la realidad y de la mente que no son comparables ni representables con conceptos, categorías, representaciones ni ejemplos de nada propio del mundo físico y natural; incluso cualquier comparación, símil, paralelo, parábola o analogía con este plano natural resulta una completa distorsión. En este sentido puede ser selectivo y elitista – lo reconozco--, sin embargo nadie que sepa de lo que hablo me podrá contradecir en que el universo del logos es una dimensión de la comprensión y experiencia humanas que requiere de habilidades y aprendizajes especiales, no accesibles a todo el mundo.
Este libro en sí mismo es, pues, sólo una especie de Introducción supercondensada que intenta ofrecer primero una visión global y general del proceso evolutivo pasado, actual y próximo de la humanidad y del individuo humano. Si el Espíritu así lo facilita, podrían venir a continuación otros libros –ojalá ajenos-- que profundicen y especifiquen aquellos temas más oscuros, teóricos y que puedan servir al mejor desarrollo y práctica personales para quienes se encuentran ya en un trabajo espiritual y de desarrollo personal, o para quien esté listo a iniciar la nueva aventura de la humanidad en su propio ser.
Lamento parecer un maestro, pues se me pedirán pruebas de ello. No soy un maestro, entonces. No tengo pruebas… Un maestro simplemente hace, no se esfuerza en dar ni la más mínima prueba.
Sólo espero ser leído y entendido en lo que ha sido mi intención expresar y dar a conocer. ¡Que el Espíritu nos desborde!










PRIMERA PARTE


INVESTIGACIÓN Y DESCUBRIMIENTO DE LA MENTE HUMANA


“Las cosas que hay que evitar, aquellas que hay que conocer, aquellas que hay que aceptar y las que debemos volver ineficaces deben ser comprendidas desde el principio.”
Gaudapada , Mandukyakarika, 90







  1. LOS PRIMEROS CONDICIONAMIENTOS


La primera experiencia que surge espontáneamente cuando aparece nuestra conciencia en un acto inicial de inflexión sobre sí misma, o autoconciencia, como ocurre por ejemplo con los niños cuando comienzan a transitar desde estados de inconciencia infantil a etapas de maduración de la conciencia, incluso antes de la conciencia de un yo, es el reconocimiento tanto de que existe un mundo de objetos, como de que poseemos un cuerpo que nos vincula con este mundo. A los adultos también les ocurre con cierta frecuencia que hechos acaecidos en su entorno físico, o bien por procesos síquicos asociados a emociones particulares, percepciones novedosas, pensamientos inquietantes, etc., generen también actos espontáneos de inflexión hacia la autoconciencia o, como llamaremos en adelante, a la metaconciencia, o sea la conciencia de que uno está en un determinado estado de conciencia, o de que nos encontramos en algún tipo de procesamiento síquico; es decir, nos damos cuenta de que estamos, por ejemplo, sintiendo pena por alguien y nos extrañamos de que estemos sintiendo pena.
La mayoría de las personas siguen condicionadas a comportamientos básicos que se han transmitido genética y culturalmente, y proceden de nuestro largo acondicionamiento evolutivo animal al medio ambiente. El ser humano, como cualquier ser vivo de este planeta, surge de la misma naturaleza material con la que necesita permanentemente interactuar, por una parte-- sin saberlo concientemente-- para mantener el equilibrio del sistema ecológico, y por otra, para producir modificaciones en su propio y particular organismo biológico, a través de complejos procesos de interacción con el medio físico. Hemos necesitado por millones de años ingerir alimentos y bebida, reproducirnos sexualmente, protegernos de las inclemencias climáticas, cuidar a nuestra prole, y para ello hemos desarrollado y heredado mecanismos instintivos ancestrales. Pero también hemos desarrollado con el correr del tiempo mecanismos adaptativos más específicos, asociados a resolver desafíos en situaciones particulares, como la rabia, para atacar a la víctima y defendernos de un agresor; el sentido de propiedad, para asegurar la subsistencia; el deseo de abrigo y de bienestar, para asegurar nuestra salud; el miedo, para defendernos de los riesgos a la vida; la razón, para resolver problemas prácticos con mayor eficacia; el lenguaje, para facilitar la coordinación entre los miembros del colectivo, y así, pues, una lista de miles de estructuras sico-biológicas adaptativas ganadas progresivamente, pero otras surgidas misteriosamente por un verdadero y repentino “salto evolutivo”[1].
La mayoría de las personas continúa dependiendo e identificándose fuertemente con estas estructuras sicobiológicas que hemos heredado de nuestros propios antepasados homínidos, así como de nuestros antepasados animales más arcaicos, incluso los peces. No cabe duda que, en cierto sentido, ello es bueno aún así, pues una buena parte de estos mecanismos sigue siendo altamente funcional y eficaz en nuestra vida cotidiana y moderna. Sin embargo, ya nadie podrá dudar de que el ser humano ha desarrollado y evidencia características que, por una parte trascienden la mera adaptación a la vida física y natural, y, por otra, que ha abierto y experimenta dimensiones de realidad que superan el mero entorno físico, tales como la dimensión espiritual, o el plano de las ideas, de las creaciones artísticas y mentales, el mundo virtual-tecnológico, o la subjetividad como dimensión de lo estrictamente personal y único.
En la medida que la vida moderna y civilizada se ha vuelto más y más compleja, y menos naturalista, o sea menos dependiente de los estímulos del medio natural, cada vez se ha agudizado más la contradicción y la desarmonía espontánea entre nuestras estructuras sicobiológicas animales y nuestras necesidades y motivaciones hipercivilizadas y heterogéneas. Los condicionamientos instintivos o las estructuras emocionales arcaicas se arraigan en las profundidades de nuestro inconsciente. Tenemos escasa o ninguna oportunidad de intervenir nuestros instintos y nuestras raíces emocionales, así como nuestros rasgos de personalidad, porque no tenemos acceso a nuestro inconsciente profundo. La herencia sicobiológica de nuestros antepasados se encuentra arraigada fundacionalmente en lo profundo de nuestro inconsciente. Nadie puede decir y realizar efectivamente: “Desde mañana dejaré de sentir para siempre deseo de comer”. O bien: “Desde ahora no sentiré miedo de pararme y hablar en público”, cuando nunca he sido capaz de hacerlo. O bien: “Desde ahora seré un extraordinario dibujante”, si nunca he podido hacer un dibujo que no sea infantil. Ni qué decir tiene que todavía menos posible es afirmar y luego realizar: “Ahora voy a volar igual que un pájaro.”
Sin embargo este primer condicionamiento sicobiológico que surge desde nuestra propia interioridad se ve reforzado por un segundo condicionamiento, no menos poderoso, pero ciertamente más accesible a nuestra conciencia que el primero: esto es, el medio ambiente natural y cultural. El sólo medio natural condiciona en gran medida los caracteres sicológicos y también los orgánicos, de acuerdo a las condiciones climatológicas, a las físicas, tales como la vegetación, la calidad del aire, la geografía, la luz, etc., y de acuerdo a los recursos básicos de subsistencia. Vivir en el Amazonas condiciona de distinta manera el organismo y el carácter de sus habitantes, que vivir en el Sahara, o en Groenlandia, o Nueva York. La idiosincrasia de los brasileños, o de los finlandeses, o de los chilenos, o de los tuáregs es diferente entre sí también por su adaptación y dependencia orgánica y sicológica al medio natural. Si a ello agregamos que todos nacemos dentro de una cultura determinada, o mejor aun, dentro de una sociedad determinada, pues la vida contemporánea cada vez más se realiza dentro de un grupo del que dependemos, veremos que experimentamos un condicionamiento conciente e inconciente en numerosas estructuras sicológicas y estructuras de comportamiento desde los factores sociales que identifican esa socio-cultura, hasta las normas explícitas de comportamiento sico-físico que propone y hasta muchas veces impone a sus integrantes. No es igual el estado mental y la idiosincrasia de una mujer musulmana, que no puede dejar ver ni siquiera sus ojos en público, al de una mujer centroamericana que camina semidesnuda por la calle, o el de una mujer china del pueblo de Xinxiang.
De entre todos estos condicionamientos, los más accesibles a la conciencia y al cambio son claramente los socio-culturales. De hecho, cada vez las personas son más libres de elegir modelos socio-culturales ajenos al grupo en el que se vive. Los medios de comunicación y transporte nos vinculan fácilmente a otros modelos socioculturales, y nos permiten cuestionarnos  o modificar aquellos que hemos adquirido desde nuestro entorno formativo.









  1. CONDICIONAMIENTOS E IRRUPCIÓN DE UNA FORMA DE LIBERTAD


El primer reconocimiento que mencionamos en nuestro despertar a la conciencia – la constatación de que tenemos un cuerpo y un mundo de objetos y fenómenos -- nos permite rápidamente experimentar y conocer que este entorno inmediato (mundo-cuerpo) nos desafía a responder con una estrategia y mecanismos de respuesta pronta que satisfaga a los distintos planos o niveles de existencia inmediatos. Si el medio no nos reporta satisfacción suficiente, por ejemplo, en términos de alimentación, nuestro organismo responderá con sensación permanente de hambre y con debilitamiento generalizado. Sin embargo, la mayoría de las veces, en este mundo global tecnologizado el medio no resulta tan agresivo, pero sí presionante para generar mecanismos orgánicos y sicológicos para desenvolvernos y resolver sus exigencias, como por ejemplo aprender a utilizar herramientas, instrumentos tecnológicos, deportes, comportamientos sociales, información específica, conocimientos aplicados y teóricos, en la medida que es obligatorio en la mayoría de las naciones educarse en un sistema de educación formal, para desenvolverse adecuadamente en el entorno social y natural. No resulta fácil que se produzca una integración de la persona al medio social, si no satisface estas exigencias del medio externo. Las demandas que implican una adaptación corporal a las demandas de todo tipo que provienen del mundo externo no son en general difíciles de cumplir, ya que nuestro equipamiento biológico puede ser con cierta facilidad complementado y suplementado por agentes tecnológicos o científicos, como el automóvil, el celular, el reloj, la vestimenta, el ascensor, los anteojos, los medicamentos y la medicina, etc.
Las demandas que implican un acondicionamiento y adaptación síquicos son de hecho mucho más exigentes y difíciles de satisfacer. Si el medio no me aporta suficiente para alimentarme a través del tiempo, mi organismo responderá adaptativamente de una sola manera: se “comerá” a sí mismo hasta finalmente morir. En cambio sicológicamente estoy equipado con un complejo mecanismo de respuesta. Mi mente podrá disparar su sistema emocional y responder con distintos tipos de emociones (miedo, deseo, rabia, depresión, ansiedad, etc.); podrá echar a funcionar la razón y pensaré estrategias teóricas para resolver el problema de mi alimentación, y entonces podría proponerme estrategias de obtención de bienes que la sociedad ha establecido que pertenecen a otros y que no acepta como formas de adaptación al medio (robo, asalto, estafa, engaño, prostitución, tráfico, secuestro, etc.); aparecerán distintos estados de conciencia que me influirán en cómo proceso con el resto de mis estructuras y facultades síquicas estos hechos, por ejemplo en mis sueños; o la conciencia de que me estoy debilitando más allá de lo que un ser sano debe hacerlo, y que por lo tanto la vida misma ya no se percibe como antes; o una conciencia moral que no conocía antes y que me haga resignificar el sentido de ciertas leyes o de la justicia social. Podría responder con mi mecanismo de imaginación e inventar o reproducir situaciones fantasiosas que procesen este hecho, como por ejemplo que mientras más adelgace más me pareceré a tal o cual modelo famosa, o que mañana de seguro encontraré comida junto a mi cama cuando despierte . Mi memoria me podría ayudar a recordar algún contenido de mi pasado que relacione con mi situación de deprivación actual.    Mi espiritualidad podría generar un estado síquico conciente e inconciente de pacificación o trascendencia de mi estado particular.
La gente común, en general, reaccionaría de todas las formas anteriores, menos de la última, la espiritual. La razón es simple. Nuestra historia evolutiva y cultural nos ha formado y nos promueve actualmente el responder utilizando mecanismos básicos sico-físicos, pero que no son facilitadores de una respuesta satisfactoria a la mayoría de los desafíos naturales y sociales que enfrentamos actualmente los seres humanos. Es preciso reconocer que nunca hemos estado suficientemente acondicionados para responder bien adaptativamente a los desafíos externos y, como veremos a continuación, todavía menos a los desafíos que nos plantea nuestro propio medio o universo síquico. En el primer caso, ya cientos de seres humanos mueren día a día, por ejemplo, de inanición, es decir no logran adaptarse a las condiciones de restricción y acceso al alimento en su medio ambiente. Otros muchos afortunados sí poseen los recursos materiales complementarios y adaptativos (básicamente dinero) que les permiten incorporarse al medio ambiente sin mayores dificultades y satisfactoriamente. Las condiciones ambientales, en general, son altamente dañinas aun hoy para la humanidad, y no logramos superar mayoritariamente desafíos naturales como terremotos, huracanes, inundaciones, enfermedades, sequías, etc.
Sin embargo, en este proceso creciente de desarrollo evolutivo de capacidades de adaptación al medio externo, el ser humano ha terminado desarrollando un verdadero medio paralelo de herramientas de adaptación, que denominamos mente o sique, y que dada su complejidad estructural y funcional crecientes ha ido progresivamente necesitando también desarrollar herramientas metasíquicas o intrasíquicas, que le permitan mantener un cierto nivel de adecuación organizada y autoadaptativa y reguladora de sus propios  procesos internos y autónomos, y al mismo tiempo de coordinación de los procesos internos e intrasíquicos simultáneamente con su propia prolongación hacia los estímulos condicionantes, configuradores de estructuras mentales eficientes y demandantes del mundo exterior. Estas funciones que definitivamente son superiores, en cuanto nos permiten regular y sincronizar los procesos intrasíquicos juntamente con los procesos síquicos adaptativos al medio externo, son relativamente identificables a través de los conceptos de conciencia y meta-conciencia, intuición, reflexión, sensibilidad, espiritualidad, imaginación y sabiduría[2]. En las últimas décadas se ha venido poniendo atención en ellas y reconociéndolas a través de algunas teorías sicológicas que reconocen la existencia de inteligencias múltiples, inteligencia emocional, espiritualidad integradora, mente holística, intuición, como habilidades que superan la eficacia de la función de la inteligencia lógico-lingüística en  ciertos contextos de aplicación adaptativa y resolutiva tanto en el medio externo como en el intrasíquico.
Veamos un ejemplo, dado que no es evidente ni fácil para nuestras estructuras y habilidades cognitivas naturales actuales percibir ni comprender lo que estoy tratando de expresar. Hemos visto más atrás que en el desarrollo del aparato cognitivo del niño, la conciencia de un sí mismo aparece tardíamente respecto de la manipulación e interacción inmediata del bebé con el mundo. Probablemente la adquisición del lenguaje verbal evoca activa y explícitamente la aparición ante la conciencia en el niño de un yo. Aparecen los pronombres personales ante la conciencia: yo, tú, él, ella, ello (eso, fuertemente subjetivo); aparece con fuerza el posesivo: mío. Aparecen las cosas diferenciadas sustantivamente; aparece la acción verbal diferenciada. El niño amplía la conciencia indiferenciada previa entre un yo y un mundo común, a una diferenciación básica entre el yo y la cosa. De ahí en adelante en general a los niños se les enseña muy poco del complejo fenómeno que está ocurriendo en su interior, en su propia mente. De ahí en adelante se les enseña a adecuar su mente en función, o desde la perspectiva (efectos,) de comportamientos observables desde el exterior a ellos mismos, desde los requerimientos del entorno físico y social, desentendiéndose, por ejemplo, del potencial innato o autónomo de la mente particular de cada niño. Es decir, a nadie le importa lo que le está ocurriendo en la sique al niño –a él mismo se le condiciona de esta manera a no prestar atención a lo que acontece en su propia mente--, sólo importa que su estado síquico sea funcional y adaptativo al medio natural externo y al medio social. Nadie se preocupa de enseñarle al niño a reconocer, describir e intervenir en sus propios procesos y estructuras mentales. Si un niño le pega a otro niño, sólo se le enseña: “eso no se hace”, o “al niño le duele”, o “te voy a castigar”, es decir lo único que importa es que el comportamiento externo de golpear no se repita; pero nadie lo ayuda a reconocer desde dónde viene en su interior ese impulso y cómo se relaciona con su estructura y dinámica síquicas. Nadie le enseña a ir reconociendo la raíz de sus propias emociones, ni cómo funcionan, ni cómo se articulan y desarticulan en su interior. El mecanismo brutal y primitivo del condicionamiento conductista sigue siendo el método de enseñanza para gran parte de la humanidad actual, en todas las edades. Se enseña en general de dos maneras: una, castigando o reprimiendo conductas; es decir, a través de un estímulo insatisfactorio (golpe, castigo sicológico, descalificación, maltrato verbal, amenaza, miedo, perjuicio, etc.); o bien por medio de un estímulo satisfactorio (premio, placer, cariño, reconocimiento social, bien material, halago, promesa, etc.). De esta manera la persona hace prevalecer en su comportamiento físico y síquico asociado al comportamiento externo, el comportamiento que se espera de él. Las estructuras o causas del comportamiento desechado no son desarticuladas o desarmadas de raíz, no son siquiera analizadas en su justificación dentro del aparato síquico que las generó, sólo son reprimidas, almacenadas en el inconciente, incluso deformadas o desviadas a otros niveles o relaciones síquicas, sin ningún control ni guía ni supervisión ni justificación sistémica o conciente. En otras palabras, cuando se enseña a modificar un comportamiento conductistamente… puede terminar ocurriendo cualquier cosa en la mente de una persona. ¿Hasta qué punto nuestro sistema de educación y cultura externalista y conductista no es el gran responsable de la formación de la mayoría de los criminales que conoce la historia humana? Pero sin necesidad de extremar la cuestión, simplemente: ¿Hasta qué punto nuestro sistema de educación y cultura externalista y conductista no es el gran responsable de la infelicidad e insatisfacción de gran parte de la humanidad?
Es cuestión de mirar en nuestras sociedades cómo tratamos las disfunciones físicas y sico-sociales: cárceles, hospitales, orfanatos, manicomios, iglesias, abandono, instituciones de ayuda social, medicinas, terapias alternativas, prácticas sico-espirituales, etc. ¿Cuál de ellas se hace cargo eficazmente de la dimensión mental global y profunda del ser humano? ¿En los hospitales siquiátricos, en las iglesias, en las prácticas sico-espirituales? Aquí podría hacerse harto más que en las otras instituciones, pero al final el paradigma inmediatista, distorsionador y externalista sigue primando incluso en estos enfoques que pretenden atender –a veces con las mejores intenciones y disposición-- la interioridad del ser humano. Ya veremos cómo. Al fin de cuentas todas las formas sociales de ayuda al ser humano se quedan en el trato y percepción de los efectos, aportan un pobre y momentáneo bálsamo y un incompleto tranquilizador sobre el sufrimiento y la insatisfacción humanas, pero no profundizan hacia las causas profundas, amplias y primeras que explican y condicionan los fenómenos sico-físicos próximos del ser humano. Si no avanzamos inteligentemente hacia esta dimensión profunda y fundante del ser humano, la humanidad no dará ni un paso más adelante en su propia evolución.
Los niños se desarrollan y llegan a ser adolescentes; los adolescentes se desarrollan y llegan ser adultos, los adultos envejecen y mueren. Pero ¿qué clase de desarrollo y proceso vital es en realidad éste? La naturaleza nos ha acondicionado para ser inmediatistas y resolver los desafíos que el entorno inmediato nos ha puesto delante. Nuestro cuerpo está configurado para lo inmediato; nuestra mente está configurada primeramente para lo inmediato. Sin embargo, con el correr de los milenios, y particularmente de los últimos diez mil años, el ser humano ha ido percibiendo, reconociendo y desarrollando nuevas manifestaciones de realidad a través de ciertas capacidades que parecían estar latentes y que por algún fenómeno de carácter más bien inconciente se han ido progresivamente actualizando, han ido emergiendo a la conciencia y al aparato síquico asociado a la conciencia despierta, hasta evidenciar en estos últimos milenios  una proyección de estas mismas nuevas habilidades mentales también en el entorno natural.
Cuando los primeros homo sapiens comenzaron a desarrollar técnicas y junto con ello capacidades mentales consistentes con el uso y desarrollo de nuevas tecnologías que les permitieron resolver cada vez más eficiente y económicamente los problemas de acondicionamiento del entorno para satisfacer esas primeras necesidades, se facilitó la progresiva actualización de potencial mental y cerebral que  pudo destinarse  a la percepción, incorporación, ajuste y desarrollo de niveles de realidad menos inmediatos, menos físicos y materiales. Cuando la agricultura, la ganadería, los artefactos tecnológicos, la esclavitud, la sociabilización protectora y los animales domésticos permitieron liberar a una gran cantidad de seres humanos de la lucha esclavizante por la subsistencia, ello les facilitó abrir sus propios potenciales cerebro-mentales a otras dimensiones menos básicas y materiales de la naturaleza misma. Expresiones culturales no inmediatistas como el arte, las prácticas y creencias religiosas, las comunidades espirituales en general, el deporte y el juego, los vínculos sociales no productivos, la especulación intelectual, la búsqueda de conocimiento en general, aparecieron también como realizaciones específicamente humanas que respondían a otro tipo de estímulos. Éstos igualmente se encontraban algo más encubiertos en la naturaleza que las demandas básicas de la sobrevivencia, pero siempre estuvieron ahí, en la naturaleza misma de hecho, tal como aún ahora debe haber realidad en nuestro entorno que está “esperando” nuestro desarrollo suficiente para entrar en contacto con nosotros.
Si la humanidad hubiese reconocido prontamente el proceso delicado y sutil en el que se encontraba y se ha encontrado en estos últimos diez mil años, de seguro otra y mejor hubiera sido la historia del hombre moderno. La sola conciencia de lo que realmente ha ocurrido y acontece en lo particular, en lo general y en lo profundo y global de la naturaleza e historia humanas habría facilitado el ordenamiento colectivo e individual de la mente humana, puesto que es precisamente la realidad más “inmediata” en términos de verdadera realidad –realidad global-- la que nos exige adaptación eficaz. De alguna manera la humanidad habiendo creído adaptarse a la verdadera realidad que le ofrecía la evidencia física, ha estado experimentando un alto grado de irrealidad, de realidad distorsionada e incompleta. La humanidad ha desarrollado, ha forzado la producción de un cerebro y de una mente “enferma”, condicionada a responder parcialmente a un aspecto de la realidad y desvincularse y desintegrarse respecto de otras dimensiones de su entorno y de su propio potencial y activación inicial que siempre la ha acompañado desde la trastienda de su propia mente y de su propio sentido y experiencia de realidad. Como esos planos de realidad no lo han constreñido a responder urgentemente, por los medios que fuesen, sino que, por ejemplo en la historia cristiana, con la venida de un Cristo que se dejó crucificar y de un Dios que no intervino para salvar a su propio Hijo –-tómese ya como expresión de una creencia religiosa o simplemente como una representación alegórica del inconciente colectivo--, o de una espiritualidad que nunca ha tratado de imponer su estatus de realidad en el plano mundial (no confundir con instituciones o intenciones religiosas que sí han utilizado la espiritualidad como una mera fachada para la realización e imposición encubierta de estados mentales primitivos y distorsionados), la humanidad no ha tenido mayor problema en mantener esta dimensión de super-realidad postergada, desacreditada e incluso maltratada.
No cabe ya duda en buena parte de la opinión pública que la humanidad ha “madurado”, que está culminando un largo proceso de acondicionamiento externo y sobre todo inconciente, individual y colectivo, para la convergencia de un cambio radical de estatus de realidad, tanto en lo mental profundo como en lo mental próximo, lo mismo que en el plano físico. La humanidad está pronta a dar un salto evolutivo, porque múltiples señales así lo hacen evidente, coherente y hasta necesario. Las condiciones de la existencia planetaria están llegando en numerosos ámbitos a un nivel crítico y amenazante. Es altamente probable que una catástrofe planetaria de dimensiones no conocidas históricamente esté a punto de ocurrir. Al parecer llegó la hora de evolucionar o morir. La hora de crear o extinguirse.











  1. LA NUEVA AVENTURA


Se nos ha vuelto tan evidente, tan inevitable, tan indudable que la realidad es lo que experimentamos y conocemos como tal a través de nuestra experiencia natural y cotidiana, y a través de nuestras capacidades de conocimiento naturales (sentidos, razón, emoción, lenguaje, mente), que cualquier posibilidad o evento que tienda a poner en duda esa evidencia y certeza nos causa el más profundo, instintivo y decidido rechazo, desconfianza e inseguridad. En primerísimo lugar se encuentra la evidencia de los sentidos. Y entre ellos, ante todo la vista: “Ver para creer”. Primero configuramos la realidad a partir de lo que percibimos con nuestros sentidos. Es real el espacio cósmico y las estrellas, porque los veo; no los puedo tocar ni oír, pero como los veo, son reales. Si no pudiese ver las estrellas, ¿serían “reales”? De seguro, no. Estarían ahí, pero no serían “reales”. De hecho, si lo pensamos naturalistamente, “evolutivamente”, no tiene explicación adaptativa que hayamos desarrollado la capacidad de ver más allá de nuestro propio sol, así como en nuestro contexto natural no podemos oír más allá de unos pocos kilómetros[3]. Cuando tenemos dudas de que lo que vemos sea tal como lo vemos, de que esté ahí como lo vemos, tenemos el sentido del tacto que complementa esta percepción, y lo podemos tocar, y luego lo podemos golpear para oír que efectivamente suena como parece a nuestros demás sentidos. Es decir, los sentidos se complementan y forman en general un sistema configurador de percepción coherente, que fortalece la representación de realidad. Los sentidos se suman entre sí y aseguran el sentido de realidad que poseen por separado.
Los sentidos, además, están orientados mayoritaria y perceptivamente hacia el exterior. Los intraceptores, como por ejemplo las sensaciones que percibimos en nuestras vísceras o la actividad de nuestros músculos, son mucho más simples y menos definidos. La evolución nos ha acondicionado a recibir una gran cantidad de estimulación y de relación con el medio externo a través de la gran actividad y relevancia de los sentidos. Nuestra mente está igualmente acondicionada a complementar esta actividad masiva y central de nuestros sentidos. Nuestra historia evolutiva nos ha condicionado a prestarle mayor atención y a experimentar como más real, e incluso como lo verdaderamente real, el paisaje que se encuentra ante mi vista, que el paisaje que puedo imaginar o inventar en mi mente. De alguna manera ello se justifica también por el hecho de que la mayor parte de lo que puedo experimentar en mi mente es una representación o está copiado del exterior. Es difícil crear o inventar algo que no haya sido al menos parcialmente tomado o percibido desde el exterior a la mente misma. Por una parte esto no es tan malo, pues nos condiciona a vincularnos realistamente con una dimensión de la realidad que nos es casi inevitable y primaria de experimentar. Nadie puede negar que la realidad de nuestro entorno natural material existe realmente junto con nosotros y que nos contiene y nos demanda un conjunto de procesos de interacción para simplemente poder vivir. Si no nos hubiésemos acondicionado ante todo de esta manera, habríamos desaparecido hace millones de años de este planeta.
Por otra parte, lamentablemente, esta disposición nos  ha privado y limitado grandemente el desarrollar otras capacidades que nos permiten o permitirían vincularnos con otros niveles o dimensiones de realidad. En lo más próximo, nos ha dificultado el desarrollar nuestros intraceptores síquicos, es decir, el desarrollar nuestros “órganos” perceptivos dirigidos hacia nuestro propio universo mental. Nuestro “cuerpo” mental está constituido, en realidad, por numerosos cuerpos; la mente no es un cuerpo simple ni unificado. La tradición de la filosofía perenne sostiene lo mismo al hablar de chakras o cuerpos sutiles, aunque lo exprese de manera diferente de como aquí lo vamos a explicar. La sicología sicodinámica o cuasi científica –-  por cierto, enfoque materialista de los menos recalcitrantes dentro de la misma sicología -- reconoce sólo la existencia de un nivel subconciente, de un preconciente y de otro nivel más profundo e inconciente. Esta representación tampoco nos parece suficiente ni acertada. Todo está por conocerse aún sobre la existencia y el funcionamiento de nuestros niveles síquicos más profundos, y de su relación con lo que hemos denominado conciente despierto. Intentaremos aquí avanzar en esa aventura.













  1. LA AVENTURA DE LA EMOCIÓN


Se nos hace evidente que animales tan antiguos y primitivos como los insectos desarrollaron en épocas tempranas de la evolución natural un sistema de procesamiento secundario y central de los estímulos físicos aportados por los sentidos, es decir, lo que llamamos en nosotros sistema síquico o mente. Los insectos procesaban, desde un comienzo, a través de un sistema orgánico ya altamente complejo que les permitía sintetizar enormes cantidades de información ambiental, de información mediada por sus propios órganos codificadores y decodificadores, y generar estrategias de relación y adaptación a los fenómenos de su entorno natural. Ellos ya manifestaban algo así como una mente, un procesador de fenómenos naturales -- tan eficaz o más que los del ser humano -- para sobrevivir hasta ahora, durante cientos de millones de años.
Sin embargo, es el ser humano el que finalmente se ha adaptado mejor al entorno natural, en la medida que incluso lo hemos intervenido para que satisfaga más eficaz y adecuadamente nuestras propias necesidades e intenciones. El problema mayor en estos momentos no es que nos hayamos adaptado mejor que cualquier otra especie, sino que nuestra intervención de los patrones ambientales, tal como la manipulación de los recursos hídricos, la utilización de combustibles, la minería, la destrucción masiva de vegetación, la eliminación de innumerables otras especies animales, el cambio del ecosistema en conjunto, han provocado un  desequilibrio, una alteración tan peligrosa del mismo, que hasta ahora no hemos demostrado poseer la capacidad de controlar esta dimensión destructiva y desadaptativa de nuestro propio desarrollo.
La explicación de esto no es complicada. El ser humano se ha desarrollado los últimos milenios hipertrofiando su poderosa y última adquisición: el nuevo procesador evolutivo representado por la razón. Tampoco es ésta una máquina tan espectacular que nos haya permitido resolver todos los problemas de nuestro entorno, y sobre todo, de nuestro universo interior. Pero nos ha permitido maravillarnos con viajes al espacio y a otros mundos; con la computación y la tecnología creciente; con el saber y el conocimiento científico teórico y aplicado a resolver siempre más nuestras limitaciones materiales; con el despliegue de la inteligencia en sus formas lingüística, lógica y cotidiana. La razón se ha asociado pragmáticamente a los sentidos y se ha dejado finalmente guiar por ellos. La razón explica, interpreta y reconfigura creativamente la percepción sensorial; a la razón contemporánea –en realidad a la conciencia que se encuentra detrás y conteniéndola-- no le simpatiza la especulación religiosa, poética, metafísica, fantasiosa, porque no se somete a la constatación de los sentidos, como lo hace ella. La razón también dirige el lenguaje verbal con un excelente despliegue de aplicación a la realidad natural. Hablamos racionalmente, y no es bien visto ni considerado en serio nadie que hable irracionalmente, o nadie que hable sin atenerse a los hechos comprobables por los sentidos. Enseñamos a hablar para pensar, para razonar correctamente. Hemos visto ciertamente que algo de eso, el buen juicio, es también muy acertado y eficaz a la hora de discriminar entre realidad natural y común, por una parte, y, por otra, realidad subjetiva, distorsionadora y encubiertamente proyectada sobre el plano natural.
Así pues, entre los sentidos, la razón y el lenguaje, hemos creado una especie de circuito cerrado dentro del cual y con el cual procesamos y actuamos en este cubo contenedor que hemos denominado “realidad”. Tan poderoso es este sistema ante nuestra conciencia que no tenemos muchos recursos para oponernos, para dudar, para experimentar una vivencia de extrañamiento a este mismo sistema dentro del cual, más aun, nos experimentamos también ilusoriamente engullidos y minúsculamente subordinados.
El primer desafío, el primer desmentido y constatación de que estos procesadores nuestros de realidad son incompletos y creadores de ilusión de realidad se encuentran ante todo en la mente del ser humano, y probablemente en la de todos los seres vivos conocidos. El primer desencuentro de nuestros procesadores naturales de realidad se encuentra en la sensibilidad emocional. La sensibilidad emocional es una capacidad síquica que se desarrolló en épocas tempranas de nuestra evolución animal. Se habla incluso de nuestro cerebro reptiliano como la parte más antigua y profunda dentro de la anatomía del cerebro, con la que respondemos, al igual que los reptiles, a los estímulos amenazantes de nuestro sentido de supervivencia, con huida o agresión. Al mismo tiempo se lo asocia a nuestro complejo de instintos básicos, como el sentido de territorialidad, sexualidad, necesidad de comer y beber, necesidad de cobijo y protección, etc. Podemos constatar que a estos impulsos o estructuras de sensibilidad se les asociaron con el transcurso de nuestro desarrollo de mamíferos y finalmente de homo sapiens, diferentes estructuras emocionales que complementaban la eficacia de las respuestas básicas dirigidas a la acción, es decir, a la respuesta adaptativa intensificada por esta descarga energética que denominamos emociones. A la agresión de otro animal respondimos ancestralmente generando respuestas emocionalmente asociadas a nuestro impulsos básicos de huir o luchar, tales como el miedo, el odio, el resentimiento, la envidia, la pena, la ansiedad, el remordimiento, el deseo de venganza, la compasión, etc. A la sexualidad y necesidad de cobijo, por ejemplo, asociamos el deseo, la esperanza, la expectativa, la alegría, la diversión, el placer, la belleza, la tranquilidad, el fantaseo, pero también mezclamos emociones originadas por la percepción de amenaza vital, como las descritas arriba, porque la sexualidad, por ejemplo, incorporó también situaciones de amenaza y agresión para obtener su satisfacción a corto y a largo plazo. Nuestra vida, en la medida que evolucionamos, se fue haciendo progresivamente más compleja en término de interacción y superposición de variados instintos y múltiples respuestas emocionales asociadas. Así comenzó a desarrollarse un complejo sistema emocional fluido, dinámico, interferido, inespecífico y heterogéneo. Nuestras innumerables emociones comenzaron a interactuar de una manera tan compleja que ningún mecanismo síquico logró coordinarlas, o simplemente “surgió” para coordinarlas, dirigirlas, sintetizarlas e integrarlas armónicamente tanto en su función de respuestas satisfactorias al medio, como en su impacto en la estructura y dinámica síquicas mismas de la mente humana. Las emociones y el aparato síquico asociado comenzaron a independizarse del estímulo físico, en tanto su dinámica no dependía estrechamente de una interacción eficaz y  directamente adaptativa al desafío del medio ambiente. Por ejemplo, el enamoramiento no respondía a una simple intención sexual, es decir, de obtener meramente o principalmente placer sexual o buscar el apareamiento reproductivo; más aún, su amplitud de interacción y adaptación intrasíquicas puede incluso absorber en su propia dinámica toda la vida síquica del humano, generando un estado de alta “irrealidad” que altera y domina a todos los otros mecanismos y procesadores perceptivos y adaptativos. Así también, por ejemplo, el sentimiento maternal humano superó largamente el mero instinto de protección de la cría y generó una dinámica síquica altamente compleja y dominante en la madre y, en menor medida, en el padre. La funcionalidad  y la intensidad de los sentimientos y emociones humanos se volvieron peligrosamente autónomos y condicionantes del comportamiento, al punto de que gran parte de las respuestas emocionales humanas demostraron su impropiedad, ineficacia e insatisfacción adaptativas. La maternalidad eficazmente protectora de la cría, por ejemplo, pasó a comportarse muchas veces sobreprotectoramente sobre el niño, o restrictivamente, o impositivamente, o posesivamente, o castigadora, o dominante, o inconsistente, o amenazante, etc. La agresividad como mera respuesta a la amenaza se transformó en un complejo amplio que superó largamente el esquema del peligro inicial, y entonces nuestra agresividad se tiñó de variados matices y cargas emocionales, tales como el deseo de posesión, la envidia, el deseo de hacer sufrir o sadismo, el masoquismo o autoagresión, la crueldad, la maquinación perversa, los celos, la necesidad de poder, la desconfianza, la necesidad de adquisición, la frialdad ante el perjuicio del otro, la indiferencia, la amenaza, la angustia, la culpa, el amor destructivo, etc., etc., etc. De hecho, no hay restricción a ningún tipo de asociación entre emociones y sentimientos, por más disímiles que sean en su función adaptativa original y actual; el odio, por ejemplo, puede asociarse sin problema a su supuesto contrario, al amor.
Dicho gráficamente, como especie somos actualmente un desastre emocional. La complejidad, intensidad y dinamismo que han alcanzado nuestras emociones dentro de nuestro sistema mental han superado largamente nuestra capacidad de integrarlas armónicamente a nuestros demás procesadores y funciones mentales, así como a proyectarlas adaptativa y eficazmente en nuestro medio natural e interpersonal.  Son pocas las personas que han logrado un desarrollo de lo que Goleman ha denominado inteligencia emocional. Son las emociones ciertamente las grandes causantes de muchos comportamientos desastrosos personales y colectivos, entre los cuales, uno de los más dañinos, consiste en ofuscar y trastornar imperceptible e inconcientemente todo el aparato síquico, lo mismo que la conciencia de los individuos momentánea o permanentemente, y hasta de grandes colectividades, a través de la generación y superposición de sentimientos colectivos específicos.

  1. LA SENSIBILIDAD EMOCIONAL Y LOS MECANISMOS REPRESIVOS DE LA CONCIENCIA


Las emociones, a pesar de representar evolutivamente el primer puente entre los instintos más primitivos y básicos, y mecanismos de respuesta más complejos y flexibles, y por lo mismo demostrar una condición igualmente primitiva y simple (facilitar la acción particularmente inmediata), poseen un aspecto inexplicable en términos puramente adaptativos a los requerimientos del medio[4].  Existen, por una parte, tipos de emociones que no se justifican de esta manera, y por otra, todas las emociones poseen una capacidad de sublimación que tampoco se justifica desde la mera adaptación al medio. Expliquemos primero esta última condición.
Si bien las emociones poseen un alto nivel de autonomía y poder síquicos, es decir toman con facilidad el control del aparato sico-físico y no es fácil modificarlas por un acto de mera voluntad, el ser humano ha ido desarrollando progresivamente la capacidad de intervenirlas, primero desde la conciencia, y en seguida ésta acompañada por las demás facultades síquicas superiores. Consideramos que el desarrollo de la conciencia ha representado el gran avance evolutivo de los últimos diez mil años del ser humano. El desarrollo de la razón y del lenguaje, por su parte, se han visto beneficiados ante todo por este fenómeno de la amplificación y mutación de la conciencia.
En épocas tempranas de este período el ser humano desarrolló conciencia suficiente para darse cuenta de que las emociones no eran lo bastante eficientes para provocar un buen grado de adaptación a los desafíos intrasíquicos, interpersonales y como mera respuesta y agente de acción en relación con el medio externo. Las emociones generaban un alto grado de insatisfacción, errores, sufrimiento, y podían llegar a convertirse en dominadores de toda la vida síquica de la persona. El ser humano comenzó a descubrir con su conciencia que todo su comportamiento, que toda su vida personal, se encontraba dominada por emociones arraigadas profundamente en su mente (inconciente), y que, por ejemplo, su deseo de poder, de placer, de fama, de riqueza, de lucha, de aceptación, de experimentar cualquier sensación intensa, lo limitaban y controlaban provocándole un estado permanente de insatisfacción y frustración, incluso cuando llegaba a poseer altos niveles de satisfacción de estas emociones. Aunque todos los seres humanos poseen algún grado de conciencia –incluso inconciente—de esto, la mayoría no responde con un procesamiento adaptativo y transmutativo desde la propia conciencia para generar una modificación sistémica y completa del aparato síquico, a fin de resolver esta frustración y buscar un estado síquico global y adaptativo más satisfactorio. Las razones de esta respuesta evitante al cambio de conciencia y al cambio de la mente completa son variadas y explicables.
Primero, todas las emociones poseen una condición adictiva y atractiva que no poseen otros estados y funciones síquicos. Por sí mismo sentir genera un estado de conciencia pimario de estar vivo y de autojustificación permanentes y básicos para el ser humano. Una vida sin sentimientos ni emociones no es una vida atractiva ni justificable para ningún ser humano. El ser humano prefiere incluso sufrir o sentirse malo a no sentir nada y permanecer vivo. Sentir es lo que las personas menos cuestionan de sí mismas. Sus sentimientos y emociones son los caracteres con los que más se identifican a sí mismas, y ante ellos tienden a aceptar simplemente que se es de la manera que se siente; que no se puede cambiar la forma de sentir y que a las personas en general hay que aceptarlas sin mucho cuestionamiento de como sienten. Razonar sin intervención de las emociones posee muy poco atractivo para la mayoría de los seres humanos. Los niños, lo mismo que muchos adultos, se aburren con facilidad cuando no intervienen las emociones en sus actividades. Las emociones, pues, sean cuales fueren, representan la sal y el condimento de la vida humana. Es decir, las emociones tienden a ser altamente valoradas simplemente por ser emociones, más que por su calidad.
Segundo, la conciencia de que se está dominado por un sistema de emociones no suficientemente satisfactorio, cuando todavía la metaconciencia no está lo bastante amplificada para ocupar el centro directivo de toda la vida síquica, tiende a ser reprimida y bloqueada con facilidad por una suerte de autonegación de conciencia; algo así como una capacidad autodestructiva de la misma conciencia (conciencia contra metaconciencia). El aumento de conciencia (metaconciencia) que debilita la consistencia de las estructuras y hábitos síquicos con los que la misma conciencia y el funcionamiento síquico de la persona se mantiene identificada se percibe normalmente como un estado extraño, angustioso, amenazante y debilitador del estado actual, por lo que toda tendencia a modificar progresiva o profundamente un estado síquico de identidad es generalmente rechazada desde la raíz misma, es decir, desplazada de la conciencia misma, generalmente hacia el inconciente, ya que aun la más pequeña manifestación de conciencia no puede ser completamente eliminada de la mente, pero sí bloqueada y rechazada hacia el fondo de sí misma. Las emociones juegan un rol importante aquí, ya que como se ve normalmente expresan y se asocian a los procesos síquicos significativos de la conciencia y de la mente misma. Las personas que bloquean manifestaciones pulsantes de conciencia y metaconciencia generalmente producen estados de desarmonía emocional, alteraciones síquicas variadas –incluso sicopatologías--, debilitamiento del sistema inmunológico, enfermedades orgánicas, disfuncionalidad social, etc. La conciencia humana parece poseer un principio emergente irresistible y progresivo, aunque no precisamente urgente ni avasallador. Su acción en la mente se parece más a la infiltración, que a la intervención.
Las personas que realizan bloqueos de conciencia padecen normalmente una suerte de ceguera frente a su propia acción represiva y, además, generan estados de conciencia incompletos y muchas veces alterados en múltiples aspectos del funcionamiento síquico y cognitivo. Las personas pueden ser agresivas u ofensivas y no darse cuenta. Las personas pueden ser complacientes y vivir en función de este sentimiento de sometimiento sin siquiera percatarse de ello. Las personas desarrollan estructuras de personalidad y de carácter que asumen como propias y con las que se identifican. Son entonces las emociones las que tienden a fijar, acentuar y desplegar síquicamente la autolimitación ejercida por la conciencia generalmente desde su extensión inconciente. La mayoría de las personas cree que su carácter y personalidad son su verdadera identidad, pero no pueden percibir en qué medida y de qué manera son la proyección de un complejo de respuesta de conciencia a sus propias limitaciones de conciencia; es decir, una construcción de identidad adaptativa a las propias incapacidades de armonizar los distintos niveles de conciencia y de coherencia síquica y mental. Una persona que ha desplazado hasta su inconciente un estado o percepción de conciencia de inseguridad respecto de sí misma –lo cual puede deberse a variadísimas razones--, es decir que ha desplazado al inconciente un cuestionamiento desde su propia conciencia que no ha sabido o no se siente en condiciones de resolver, puede “anularlo” en su aparato conciente, por ejemplo, acondicionándose síquicamente para la búsqueda y realización de logros económicos y materiales, que generan emociones asociadas a un bienestar material y a una positiva capacidad personal que le permite sostener su equilibrio y bienestar de conciencia y de mente en general. Las personas se encuentran en general tan atrapadas en estos esquemas síquicos compensatorios que difícilmente necesitan modificarlos; o difícilmente se proponen modificarlos; o, si lo intentan, no logran salir de ellos, aunque lo hagan concientemente: “Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, a que un rico entre al reino de los cielos.”  En esta lógica síquica interpretamos la metáfora de Jesús.
Sin embargo, no sólo no es imposible, sino que considero que ha llegado la hora para que la humanidad asuma y actualice sus nuevos potenciales evolutivos emocionales, de conciencia y síquicos en general. Ha llegado la hora para que el trabajo lento, progresivo, inconciente, pero al mismo tiempo sistemático de la conciencia colectiva y del espíritu divino se manifiesten convergentemente en esta hora crítica de la humanidad y del mundo, para resolver adaptativamente un nuevo desafío de la realidad nunca experimentado en la historia.












  1. ¿LA IMPORTANCIA DE LA CONCIENCIA EN LOS ORÍGENES DEL HOMO SAPIENS?


Hemos visto que estamos prisioneros y ciegos en una cárcel de sistemas y esquemas emocionales, pero también y sobre todo, en una cárcel de conciencia. Una cosa es lograr con dificultad hacerse conciente de que hay ciertas emociones que condicionan nuestra manera de ser, nuestra manera de procesar la realidad y de significarla. Otra, más complicada de modificar que ésta, es desarrollar o generar la conciencia suficiente para reconocer que las emociones a su vez se insertan y dependen de un cierto estado de conciencia que sostiene toda la vida y todo el universo síquico. Nuestras emociones indeseables o insatisfactorias en realidad dependen y se alimentan desde un estado de conciencia indeseable e insatisfactorio; un estado de conciencia cuyo único sentido y medio de conocimiento es su propio “ojo” sobre sí mismo, nada que le permita mirarse como un todo desde afuera  de sus propios condicionamientos para mirar; es decir, apenas una especie de metaconciencia germinal e imperfecta, como un niño que no sabe hablar y quiere hablar por primera vez.
Todos nuestros procesos cognitivos, toda nuestra vida mental depende y se unifica a través de este fenómeno, hasta ahora poco conocido, que llamamos conciencia. A pesar de que la conciencia ha aparecido y acompañado ya las primeras formas de vida biológica, consideramos que su potencial es tan extraordinario, que supera al de todas las otras manifestaciones síquicas emergentes de la mente humana. El desarrollo de la conciencia humana por sobre los niveles hasta ahora alcanzados produciría,  a través de una consecuente y necesaria mutación de todas nuestras capacidades síquicas, un verdadero salto evolutivo: el surgimiento incontrovertible y asombroso de una super-humanidad.
Veamos cómo podemos avanzar en esta desafiante aventura de la conciencia. Acerquémonos a este fenómeno y descubramos algo más de lo que hasta ahora se ha hecho. Tratemos primero de reconocer qué es esto de la conciencia a partir de nuestra experiencia cotidiana, ya que es aquí donde se nos hace primariamente evidente. Cuando dormimos parecemos encontrarnos inconcientes, a veces soñamos en esa especie de estado inconciente, pero al despertar experimentamos un estado que hemos denominado por excelencia conciente. Al despertar –decimos-- nos encontramos en conciencia. Tan fundacional y representativo de lo más esencial o central nuestro es este fenómeno, estado, facultad –o lo que sea por ahora--, que cuando las personas pierden en forma permanente esta capacidad de estar en conciencia, como ocurre en estados de coma indefinidos, los seres humanos –según muchos-- pierden su condición de persona.
La conciencia parece representar algo así como el estado unificado de encendido de la mente humana, pero también el estado de experimentación de un yo. La conciencia se reconoce inmediatamente a sí misma, reconoce un núcleo de identidad que se experimenta a sí misma como un sí mismo. La conciencia además permite recibir en ese estado de autopercepción y autoidentidad una parte de lo que ocurre en lo que hemos denominado como mente, tal como las emociones, pensamientos, representaciones, percepciones sensoriales, propósitos, recuerdos, etc. Sin embargo, la conciencia no establece normalmente diferenciación entre esos procesos y las facultades mentales que se sintetizan y se experimentan en la conciencia cuando estamos despiertos, y su propia y específica condición de conciencia, diferenciada de esos procesos síquicos y contenidos específicos que se originan en las bases neuronales del cerebro y en la mente, pero no propiamente en la conciencia, como estado sicológico. La conciencia normal se apropia de estos contenidos y funciones síquicas. La conciencia cuando recibe la emoción de la ira, por ejemplo, la experimenta indiferenciadamente como un “yo siento ira”, es decir, “la ira es mía” y “mi conciencia causa esta ira”. La conciencia se identifica con la ira como un atributo de la misma conciencia. Normalmente todas las emociones provocan la misma experiencia de propiedad de la conciencia, si bien no pocas veces se produce una experiencia de extrañamiento de la conciencia respecto de tal o cual emoción o sentimiento que acontece en nuestra mente; o de tal o cual idea o pensamiento; o de tal o cual imagen mental. Esta capacidad de la conciencia de distanciarse ocasionalmente de los fenómenos mentales que experimenta en sí misma representa un alto y superior potencial que debidamente trabajado puede llegar a representar un gran aporte para el desarrollo futuro de la conciencia y de la mente humanas –como veremos más adelante--.
Ahora bien, hasta aquí hemos descrito la experiencia cotidiana de la conciencia y cómo se interpreta generalmente este mismo fenómeno. A continuación ahondaremos la investigación de este fenómeno mental que denominamos conciencia, a partir del análisis y reconocimiento de ciertas características particulares suyas y sus diferentes manifestaciones y relaciones con otros fenómenos asociados.
Cuando reconocemos que la conciencia acompañó la aparición de los primeros seres vivos sobre este planeta, debemos justificar en términos evolutivos adaptativos este mismo fenómeno. ¿Para qué la conciencia? Ante todo ha sido un centro mental unificador de los procesos y facultades mentales. La conciencia sintetiza la información de todo lo que acontece en el entorno físico, en la medida que procesa el contenido de la percepción sensorial y lo integra haciendo una representación de realidad junto con las demás facultades mentales. Lo que aparece a la conciencia por sí solo adquiere estatus de realidad. Decíamos más arriba que lo percibido por los sentidos y especialmente la vista nos provoca espontáneamente sentido de realidad; sin embargo ahora podemos agregar y corregir que no son los sentidos por sí mismos los que aportan el sentido de realidad, sino que es primero la conciencia la que se experimenta a sí misma como autorreal por excelencia, y desde ella, mayormente, proyectamos el sentido de realidad al ámbito de la experiencia que más nos condiciona y nos mantiene vinculados a ella: el plano físico. Cuando Descartes se encontró con la inflexión de la primera certeza (cogito ergo sum), en realidad no era el pensamiento lo que reconoció, sino el sostén del pensamiento: “estoy conciente, por lo tanto existo”.
Los animales primitivos ciertamente desarrollaron esta asociación estrecha entre percepción sensorial y conciencia alerta, casi como una unidad indisoluble, ya que ello les permitía mantener un comportamiento pronta y eficazmente receptivo y adaptativo a las demandas y amenazas del medio exterior. La conciencia sintetizaba instantáneamente la información del medio ambiente, la procesaba, la evaluaba y ordenaba a la mente y al organismo completo una acción consistente con la situación y las propias capacidades o condiciones del animal. Por ejemplo, una gacela olía en el aire algo, lo procesaba de inmediato la conciencia alerta junto con todas sus capacidades mentales, como por ejemplo la memoria, o la discriminación espacial de su entorno, y eventualmente ordenaba a su cuerpo ponerse en fuga si su conciencia evaluaba una situación de peligro.
No de otra manera ha de haberse comportado el primer homo sapiens. Decíamos más arriba que, con el correr del tiempo y el desarrollo de formas facilitadoras de vida que redujeron la dependencia de la mente del entorno físico inmediato, se liberaron facultades que antes estaban constreñidas a las funciones básicas de sobrevivencia. Por supuesto la más importante, como acabamos de ver, fue la liberación en grado y cualidad de la conciencia. Aquí se nos vuelve a hacer evidente que la conciencia, lo mismo que todas las demás facultades mentales, lo mismo que el cerebro, con su potencial neuronal y sistémico todavía no utilizado, se encontraba predispuesto a un desarrollo potencial, como si ya hubiese sido pre-diseñado para mutar hacia ciertas manifestaciones funcionales y sistémicas preestablecidas y previstas, y no que simplemente se produjesen mutaciones adaptativas exitosas y azarosas como respuesta a los estímulos inmediatos del ambiente natural, cuestión que probablemente ocurría en paralelo con el mecanismo de activación del diseño preestablecido.
¿Qué podría explicar el hecho de que la conciencia se activara de cierta manera y siguiendo qué patrón, si no había ya una dependencia de requerimientos naturales e inmediatos que satisfacer? Primero, creemos que la conciencia humana, al menos desde su aparición diferenciada, ya manifestaba capacidades que excedían largamente las necesidades de respuestas eficaces al medio natural, incluyendo la interacción entre los mismos seres humanos. No parece en ningún sentido adaptativamente necesario y natural que los primeros homo sapiens hayan experimentado sentimientos espirituales y religiosos; hayan desarrollado procesos especulativos que explicaban el origen de las cosas; hayan desarrollado una fantasía realista de representaciones no comprobables sensorialmente; hayan experimentado sensibilidad estética; hayan desarrollado lenguajes altamente complejos con tendencia a la abstracción y a la manipulación de un mundo representacional no sólo concreto; etc. Es decir, todo un complejo de habilidades inútiles y hasta entorpecedoras para la sobrevivencia y la adaptación eficaz al medio. En términos vitalistas –y así lo entendía Nietzsche con no poca razón --, toda manifestación de espiritualidad o abstracción especulativa habría resultado una enfermedad, una involución aniquiladora del individuo desadaptado y sicótico. ¿Por qué, en definitiva, la humanidad toda se volvió en gran medida “sicótica” y “subjetiva”? ¿Por qué aun así no sucumbió?
Para mí la respuesta adecuada se encuentra en el reconocimiento de una interacción e interdependencia entre creacionismo y evolución natural. Es comprensible que el paradigma moderno de los últimos diez mil años, materialista y empirista, haya desechado estas señales incompletas y ambiguas que apuntaban hacia otro paradigma y hacia otro nivel de la realidad, con características inaccesibles e injustificadas desde un condicionamiento cognitivo como el que hemos descrito hasta aquí. Es comprensible que la mente primitiva y animal siempre se nos haya resistido a reconocer esta otra dimensión de realidad menos evidente e inmediata. Si bien también resulta injustificado que los humanos supuestamente más desarrollados intelectual y cognitivamente hayan terminado desconociendo la arrolladora evidencia que apuntaba hacia otra dimensión de realidad. Hacia otra dimensión que – como veremos—evidentemente contiene, “causa” y explica todo lo que acontece en este plano natural. Hacia otra dimensión que, al menos en la mente humana, ha irrumpido con intensidad y amplitud suficientes para prestarle la debida atención.
En la raíz de todo este reduccionismo natural y materialista de nuestro homo sapiens moderno hay ante todo un problema de conciencia. La cuestión nos parece que puede explicarse de la siguiente manera. El homo sapiens primitivo, el primer humano de hace unos 150.000 años manifestó de inmediato estas capacidades metafísicas que, lejos de desaparecer debido a su escasa justificación adaptativa, y luego de unos sorprendentes cien mil años sin grandes modificaciones “de inadaptación metafísica”, repentinamente pareció florecer en el Auriñaciense, que se inició hace unos 40.000 años y persistió hasta hace unos 28.000, manifestando una sorprendente creatividad artística, en formas tales como la decoración de objetos, la decoración personal, la música (evidenciada en instrumentos).[5]
¿Cómo podría, a mayor abundamiento, la teoría evolucionista darwiniana ser coherente con el hecho de que hacia el año 74.000 a.C. el volcán Toba de Sumatra haya estallado en una megaexplosión que consecuentemente congeló durante 1.800 años toda la Tierra, provocando una condición tan adversa para la vida animal, que la especie humana estuvo a punto de extinguirse, sobreviviendo apenas unos pocos miles de seres humanos? ¿Qué justificación podría tener que el hombre metafísico y espiritual (el homo sapiens) haya sido, entonces y siempre, más eficiente adaptativamente que todas las otras variedades de homínidos contemporáneos a él? ¿No podría explicarse mejor al suponer que precisamente este rasgo distintivo le permitió afrontar mejor aún las inclemencias del medio natural al que todos los demás homínidos, por más inteligentes y fuertes que hayan sido, no lograron adaptarse ni sobrevivir incluso –porque quizás o eran demasiado metafísicos o demasiado materialistas--? ¿Cómo han podido ser tan sesgados los estudiosos y científicos para excluir y separar sin justificación ninguna las habilidades espirituales y metafísicas del ser humano primitivo, de aquellas otras como la fortaleza corporal, la razón y la habilidad técnico-creativa, que sí permitían resolver directamente problemas de adaptación directa y eficaz al medio? Dicho de otra manera, es evidente que las facultades espirituales y metafísicas son extraordinariamente eficaces en términos adaptativos al medio natural, y que la realidad espiritual y metafísica es parte inclusiva y determinante del mismo entorno natural material. Aún ahora eso es evidente. Es evidente también que las habilidades espirituales pueden y deben complementarse con todas las otras habilidades pragmáticas y físicas para lograr la máxima eficiencia adaptativa al medio natural. Anticipamos, pues, que la vida natural en este planeta, la vida biológica, e incluso el nivel físico-material de este plano de realidad, es, sobre todo y ante todo, eminentemente espiritual. La energía espiritual – como veremos—es el tipo de energía conocida más poderosa en términos de interacción conciencia-mente-materia.
Poner finalmente hoy el centro gravitatorio de la evolución natural de las especies en la dimensión espiritual y energético-sutil de la naturaleza significa cambiar la comprensión contemporánea de toda la realidad, de toda la historia de la Tierra y del Universo, y, en definitiva, de todo el conocimiento y de toda la experiencia humana. Ya tendremos oportunidad de volver sobre esto.














  1. ¿POR QUÉ NO BASTA LA CONCIENCIA PARA SER DUEÑO DE UNO MISMO?   


Los primeros homínidos, como el espécimen de Toumai de alrededor de 6 a 7 millones de antigüedad, eran seres concientes como cualquier otro animal, sin embargo también eran ya homínidos, lo cual nos hace suponer que había en ellos un proceso germinal de mutación de la conciencia. Creemos que la interacción de factores espirituales, factores extra-físicos (muchos de ellos ignorados), factores físico-orgánicos, factores ecológicos y factores sociales producen en los seres superiores un fenómeno complejo de relaciones y efectos sutiles y mixtos que con nuestras capacidades actuales de conocimiento resulta casi imposible de precisar, por lo que gran parte de nuestra aproximación es meramente especulativa, incierta e intuitiva. Ello implica, por ejemplo, que tratar de explicar comportamientos o funciones mentales nuevas de una especie respecto de sus antecesores sólo a partir de la aparición de rasgos anatómicos u orgánicos resulta un evidente reduccionismo simplista y errado. Tratar de explicarlo desde un intervencionismo creacionista o de una causalidad puramente espiritual o extra-física, nos parece igualmente incompleto y poco empírico. 
Creemos que tanto la naturaleza física (el universo) como la conciencia humana al menos, poseen un grado de espiritualidad accesible particularmente a través de dos capacidades cognitivas humanas que compartimos todos los individuos de la especie sapiens: la conciencia misma y la intuición. Las demás capacidades cognitivas, tales como la percepción sensorial, la razón, la emoción y otras, poseen un carácter neutro respecto de la espiritualidad: ni la facilitan, ni la dificultan. De hecho, todas estas pueden servir a las intenciones ya sea de fortalecer o bien de desacreditar las experiencias espirituales. Por ejemplo, con la razón o con la emoción se puede justificar tanto el ateísmo, lo mismo que una religión, como la cristiana.  
Entendemos que cuando la conciencia humana apareció en sus orígenes con sus características particulares en el universo de la experiencia síquica, lo hizo siempre con cierta desventaja respecto de la experiencia sensorial y del conjunto de las facultades síquicas, condicionadas a servir ante todo a la supervivencia física. Es entendible que las características de conciencia más próximas y útiles a este medio y fin se hayan desarrollado más y hayan prevalecido sobre las menos inmediatistas. El abanico de posibilidades de la conciencia ha de haber sido muy amplio desde un principio, tanto es así que igualmente logró desarrollarse en direcciones variadas y hasta contrapuestas. El arte, la mitología y la sensibilidad espiritual se desarrollaron en paralelo con la tecnología, la habilidad física, las ciencias prácticas y el placer de los sentidos, todas ellas habilidades implícitas en la conciencia.
Sin embargo, aunque intuimos que las formas y los tipos de actividad  condicionan de acuerdo a sus características particulares a la conciencia; es decir, que la música, la agricultura, el comercio van a condicionar ciertamente cada una un cierto tipo y grado particular de desarrollo de conciencia , si bien también son las características innatas o intrínsecas de la conciencia las que condicionan la calidad de las actividades que sean, en una especie de relación de circuito cerrado; de igual modo la cualidad propia de la conciencia prevalece en la tendencia o inclinación a una determinada forma de realización.   
La conciencia, lo mismo que la intuición, se asocia a todas las actividades y capacidades mentales condicionándolas con sus propias características y cualidad.[6] Ahora bien, los distintos seres humanos manifiestan diferentes estados y características de conciencia, lo que explica la tan variada gama de caracteres síquicos, disposiciones mentales y comportamientos humanos ante la realidad.    
El fenómeno de la conciencia es inmensamente más complejo y sorprendente de lo que se ha concebido desde cualquier área de conocimiento hasta hoy. Aunque se ha avanzado mucho desde la filosofía, las neurociencias, la sicología, las tradiciones espirituales y muchas otras disciplinas, creemos que ha llegado la hora  de que estos avances particulares y específicos den paso a una gran síntesis y a un gran salto en el avance y transformación de su conocimiento y experiencia colectivas.
Pudiendo ser la conciencia el factor superior por excelencia del sistema mental humano, dado su inimaginable potencial, en general los seres humanos han condicionado excesivamente el estado de su conciencia por factores síquicos y ambientales de menor jerarquía y cualidad. La conciencia, por más elevado que sea su potencial e incluso su condición innata, se ve grandemente afectada por las características del resto del universo síquico. Si se pusiese mayor atención y se le diese mayor importancia y comprensión al desarrollo temprano y permanente de la conciencia en la educación y formación humanas, lo mismo que a su universo mental en conjunto, no habría nada que faltase para que la humanidad diese ahora mismo un gigantesco salto evolutivo.
Gran parte de la humanidad actualmente ha alcanzado un alto grado de independencia de los condicionamientos de supervivencia que limitaron al homo sapiens hace 100 mil, 10 mil, e incluso mil y hasta cien años atrás. Creemos que la larga estimulación espiritual, artística, cultural, social, intelectual, científica, tecnológica y sobre todo ahora, global, han sensibilizado suficientemente su potencial de conciencia próximo, para que las condiciones de vida actual faciliten este epifenómeno de la trascendentalización de la conciencia.    
Aun así, gran parte de la humanidad se muestra refractaria y resistente, y seguramente lo seguirá siendo, a una transformación radical desde la conciencia, y que ciertamente implicaría un cambio total de mente y mundo  como no se ha visto hasta hoy en la historia humana y natural de este planeta. Frente a esto lo más fácil y lógico sería esperar un terrible desastre humano y natural que llevaría a la ruina a la especie humana una vez más. Sin embargo, es probable que una vez más la “Naturaleza” –sea lo que en realidad ella fuere-- provea a su proyecto evolutivo de vanguardia los recursos necesarios para salir del paso y seguir adelante en esta aventura evolutiva, aunque el costo sea altísimo en términos de individuos y de ambiente global.













  1. ALGUNAS GENERALIDADES SOBRE LA CONCIENCIA DEL HUMANO CONTEMPORÁNEO   


El humano contemporáneo está atrapado en sus condiciones mentales, en sus capacidades cognitivas, en su conciencia insuficiente, en su representación de realidad, ¡y ya!... Podría estar todavía más inhabilitado para desarrollarse  y evolucionar, si volviese, por ejemplo, a tener menos conciencia de la que ahora posee; o careciera de memoria kármica, la memoria de la conciencia profunda que azota al conformismo humano y animal. Sin embargo esos actuales factores anuladores de su desarrollo de conciencia y de autosuperación son tan potentes y suficientes por separado y sumados, que hacen muy difícil la mutación de trascendencia de la conciencia y del universo síquico en general.
Las personas sufren mucho. Las personas hacen sufrir mucho a otros. Las personas no saben reconocer el carácter espiritual de la realidad y de su planeta, y se comportan como cerdos sobre un prado de flores – el problema no es que los cerdos pisoteen y se coman las flores, sino que nosotros nos comportemos como cerdos, sin serlo --. Las personas se entretienen en la vida como sus antepasados animales, sin reconocer que nuestro órgano síquico se ha acondicionado para superar los desafíos de nuevas formas de realidad. Las personas nacen, son criadas como animalitos domesticados para cumplir ciertas funciones bien precisas: manejar algunas herramientas mentales y físicas para sostener el sistema social; reproducirse; satisfacer la necesidad de bienestar de la propia mente a través de formas de autosatisfacción – gran parte del esfuerzo de los individuos en particular y de la sociedad globalizada está orientada a esto--; en lo posible realizar algún aporte significativo a la sociedad que conserve este mismo estatus de la sociedad; y morir.
Una inmensa cantidad de seres humanos están bastante satisfechos con esto, y de ninguna manera se les ocurriría modificarlo. De ninguna manera aceptarían modificarlo. De ninguna manera considerarían necesario, válido, comprensible, justificable, permisible, legal, sano, sensato, lógico, racional, atractivo, sustentable, económico, político, etc., etc., etc….¡esto!  Ellos viven y se comportan igual que la piara de cerdos del evangelio que corren endemoniados y alucinando hacia el precipicio. Por ahora no contemos con ellos… no contemos cadáveres.
Otra inmensa cantidad de seres humanos se debate en la conciencia intelectual e incluso emocional de que algo huele intensamente mal… Puede incluso compartir perfectamente la visión de que estamos caminando al precipicio. Puede incluso ver y comprender con absoluta claridad qué es lo que estamos haciendo mal. Puede ver y comprender qué es lo que está mal en él mismo, qué es lo que él mismo está haciendo mal, pero por alguna razón inexplicable no logra modificar significativamente ni su propios defectos, ni logra ser todo lo consecuente que debiera. Las personas se vuelven espirituales, morales, concientes, sensatas, pero no pasan más allá de un barniz, de una representación sin profundidad, de un ritual externalista, de un círculo vicioso de arrepentimientos, promesas, algunos buenos actos y fracasos, de apariencias más o menos convincentes. Las personas no profundizan – no pueden, aunque intentan-- en las capas profundas de su mente, de su conciencia, de su identidad, de su autotrascendencia, de su misterio. Los artistas juegan con las formas y no llegan a la intuición profunda de su arte interior. Los sacerdotes hacen el bien, pero no conocen la profundidad de la roca del Espíritu, sobre la que sus mentes se encuentran paradas. Los científicos estudian la vida… la realidad… el universo, pero apenas descuartizan cadáveres y patiecillos de realidad.
Otras personas deambulan por la vida buscando una Verdad y hasta una nueva Verdad que sea realmente transformadora de sí mismas, y de la sociedad, y hasta de la realidad misma. En ellas ponemos el esfuerzo sobre todo. En ellas ponemos la esperanza del Espíritu que está adviniendo como nunca antes. Para ellas se acercan palabras de consuelo, de poder no visto; y obras, actos, y hechos maravillosos que ningún proyecto humano puede anticipar ni representar suficientemente.
La verdad es que los niveles de soluciones de los males que nos aquejan como humanidad y como individuos hasta ahora, y especialmente ahora, son demasiado triviales, primitivos, ineficaces, incompletos, autoengañadores, anticuados, a pesar de todos nuestros mejores y honestos esfuerzos –vengan de donde vengan--.  Todas estas personas entenderán perfectamente lo que estoy diciendo y lo que estoy proponiendo. Algunos tendrán la capacidad de atreverse a creer que es posible un cambio real y trascendental como el que aquí propongo. De ellos no espero mera aceptación y confirmación. Espero  un diálogo fructífero; espero oposición crítica y leal; espero colaboración e independencia. Espero transformación profunda y total.
En el otro extremo,  los pocos que están siendo directamente inspirados con la misma experiencia y el mismo saber, sabrán hacer sin necesidad de que les dé la menor instrucción, el menor consejo, el mínimo aliento.               






  1. ¿ES POSIBLE UN MODELO ACTUALIZADO DE LA MENTE HUMANA?


Hay inmensos saberes por todas partes y desde innumerables fuentes. Nunca antes ha acontecido de la manera como ahora estamos siendo bombardeados, infiltrados, estimulados, acosados por nuestro pasado y futuro, por nuestro propio potencial, por el espíritu cósmico, por seres de otros planos de realidad, por tradiciones de conocimientos esotéricos, por nuestra propia conciencia, sensibilidad, conocimiento, inteligencia y receptividad.
Sin embargo, la situación de la especie humana en el mundo es más preocupante y peligrosa de cuanto lo ha sido en toda la historia natural. Tanto es así que estamos seguramente ante la presencia del regreso de los “dioses” del pasado[7], quienes han intervenido en momentos críticos de la historia natural del planeta y de los seres humanos. Son ellos precisamente, lo mismo que nosotros, quienes promueven sutilmente el desarrollo y evolución de nuestras conciencias y de nuestras mentes.
Nosotros hemos desarrollado una perspectiva, experiencia y conocimiento de nuestras mentes y de nuestra conciencia, sesgada lógica y naturalmente desde nuestra propia y singular condición de autoexperimentadores y autoobservadores, y de observadores externos de las mentes de los demás humanos. No se nos puede reprochar o juzgar con la dureza que en épocas y visones puristas de la moral y del comportamiento mental se ha hecho, pues las limitaciones de la mente en el conocimiento de la propia mente, y todavía más de las mentes de los demás, son profundas, amplias y explicables. Sí tenemos un enorme desafío y deber de superar esas precarias condiciones. Gran parte del mensaje compasivo y proactivo de Jesús hacia los pecadores, es decir hacia la especie humana misma, se refiere precisamente a lo que aquí trataremos de justificar y describir.
La mayor parte del tiempo de vida la vivimos despiertos. Ahora, mientras leemos esto, estamos despiertos. Por eso nos experimentamos y nos conocemos ante todo desde este estado. Sin embargo, cuando logramos alejarnos mínimamente, pero al mismo tiempo significativamente de nuestros condicionamientos síquicos, el estado de conciencia despierto se nos evidencia penosamente incompleto, distorsionador de la realidad, autoengañador y con tendencia a la autoclausura y a la autoafirmación. Nuestra mente se nos representa entonces como una metáfora, un campo de batalla, un escenario mágico y absurdo, una pesadilla forzada y al mismo tiempo aceptada, un universo ilusorio y fascinante que conciente o inconcientemente clama piedad y ayuda, porque de hecho no funciona bien: hasta dentro de la misma ilusión las cosas no marchan nada bien .
Los niveles de insatisfacción mundial y personales no tienen relación con el aparente estatus material y social en el que vivimos planetariamente. Las sicopatologías declaradas y encubiertas están llegando a un nivel y cantidad críticos e insostenibles. Los seres humanos están sufriendo incluso cuando están contentos y satisfechos. Un sentimiento colectivo de deterioro global se vuelve más y más masivo. La mente individual y colectiva no funciona bien. ¿Qué pasa?
El mundo humano ha cambiado mucho durante los últimos dos mil quinientos años, y especialmente los últimos docientos. La revolución industrial moderna marcó un hito importante en este proceso transformador; así como hace dos mil quinientos años la introducción de la razón teórica y de la razón práctica en Grecia marcaron decisivamente la historia de la mente humana occidental, cuyo paradigma se ha adueñado del mundo entero. Los últimos cincuenta años han sido todavía más veloces en producir el cambio computacional de la mente colectiva. Ciertamente por las razones históricas de descuido de la mente ya esbozadas, todos estos cambios han aportado al desarrollo humano en aspectos parciales de la vida mayormente externa, pero han ido progresivamente generando fuertes y significativas incoherencias, desarticulaciones y respuestas erradas del punto de vista de la conciencia y del estado de la mente.
Si analizamos la mente desde una perspectiva evolutiva, concluiremos, primero que todo, que es el resultado claro e indiscutible del proceso de evolución natural de las especies, y que por lo mismo no existe una diferencia funcional significativa con los organismos animales en general, y con los simios en particular. Esto mismo no significa que no haya una intervención supra natural en el proceso evolutivo de las especies, de lo cual hablaremos más adelante. Ello es especialmente cierto del fenómeno evolutivo de la mente animal y humana.
Hemos afirmado ya que la aparición del homo sapiens representó el resultado de un largo proceso natural adaptativo al medioambiente de especies antecesoras, sin embargo reconocemos también la intervención súbita de funciones mentales y de conciencia difíciles de precisar con exactitud, ya que estimamos que estas intervenciones parecen seguir en general un patrón de ajustes de diseño genético sobre la base de patrones genéticos activados, y particularmente de la incorporación de material genético potencialmente activable en secuencias progresivas y proyectivas. Sería tarea de genetistas intentar actualmente una explicación probabilística y coherente de acuerdo a los conocimientos que actualmente disponemos, y que explique este hecho sobre la base de estas premisas. Nuestra propuesta se basa especialmente en la intuición y en la relación de nuestros conocimientos generales sobre la cuestión aquí debatida.
Hemos explicado ya que el ser humano, seguramente desde sus inicios ha sido en gran medida refractario al desarrollo de su potencial metafísico y espiritual, así como al desarrollo de habilidades de autobservación de su sique y conciencia. La necesidad de responder rápida y eficientemente a las demandas del medio natural ha sido siempre un factor coercitivo y restrictivo de todo desarrollo potencial que no esté al servicio de esta necesidad. Aun así, reconocemos un desarrollo básico de capacidades abiertas y disponibles al mismo tiempo para una activación y aplicación en planos paralelos a la demanda física del medio. La razón podía, por ejemplo, aplicarse al desarrollo técnico, pero también a la especulación abstracta y fantasiosa. La emoción podía servir a la respuesta eficaz y pronta de la demanda del medio, pero también podía generar estados emocionales complejos, inespecíficos y fuertemente subjetivos, altamente disfuncionales respecto de la adecuación al medio externo e interno del sujeto mismo, como el enamoramiento o las crisis de pánico. La fantasía o imaginación podía facilitar respuestas creativas y novedosas para resolver los desafíos del entorno natural, pero también podía crear estados vivenciales imaginarios y hasta alucinatorios que podían confundirse fácilmente con estados naturales de realidad. La memoria estaba al servicio de respuestas basadas en la experiencia y el manejo de información pasada, pero también podía provocar severas alteraciones del sentido de realidad y de fidelidad de ese mismo pasado, así como olvidos. La intuición podía facilitar respuestas inmediatas y acertadas a los distintos requerimientos síquicos y ambientales, pero también podía transformarse en superstición y creencias injustificadas y erróneas. Los instintos podían estar al servicio de la conservación de la vida y del beneficio de la especie, pero también se veían fuertemente influidos por factores emocionales y motivacionales del individuo y de la sociedad, provocando estados mentales disociados de la realidad natural –como el hambre puede llevar a la gula y a la obesidad, o el instinto sexual, a la violación reiterativa--. La voluntad podía servir a la acción adaptativa al medio, pero también podía servir a motivaciones emocionales y síquicas contrarias a este proceso adaptativo, como podría ser, por ejemplo, la voluntad de suicidio. Y así con todas y cada una de las capacidades mentales del ser humano, de manera que se nos hace evidente que la mente disponía, en conjunto y en cada una de sus partes, de una doble funcionalidad, de una actividad permanentemente paralela a la realidad natural, y que a la larga se ha ido demostrando sorprendentemente consistente y sistémica, además de develadora de otros niveles de realidad, unos próximos al estado natural, pero otros más lejanos.
Sin embargo, en este proceso natural de activación y aparición endógena de estas capacidades intrasíquicas, se hace evidente que funcionaban en general como una especie de reverso de la función y del estímulo físico y natural. Era primera y generalmente la acción o un evento físico lo que detonaba esta segunda respuesta, la respuesta de motivación y causalidad intrasíquica. Si caía un rayo y destrozaba a un hombre, además de la respuesta natural e instintiva de temer y tratar de evitar este fenómeno, generaba necesariamente la segunda respuesta, la intrasíquica o metafísica, de que, por ejemplo, en ese acto se manifestaba la expresión de una voluntad superior, denominándola dios. Aun ahora todo ser humano sigue procesando con este mismo mecanismo de respuesta en doble dimensión. Si una persona sufre un accidente, se puede interpretar en dimensión paralela que este hecho ocurrió como un castigo, o que “todo pasa por algo”, o que fue causado por su propia torpeza, o que si hubiese salido un minuto antes o después de su casa esto no hubiese sucedido, etc. Nuestro procesador en segunda dimensión se ha disparado y exacerbado probablemente mucho más que en cualquier otro momento de la historia humana. Nuestro conocimiento científico – nuestro conocimiento moderno por excelencia-- es en gran medida un fenómeno de segunda dimensión, pues la realidad física que interpreta y explica la ciencia la mayoría de las veces es meramente teórica, indemostrable, discutible, matemática. En cambio la tecnología es eminentemente un saber de primera dimensión, pues se realiza directamente sobre la materia física. Un computador, por ejemplo, funciona ante  mis sentidos y me permite sincronizar, por ejemplo, el funcionamiento automático de un automóvil. Este es un hecho de adaptación primaria al medio físico. El sentido o el carácter – no el uso-- que yo le pueda dar a un automóvil, en cambio, es un hecho de adaptación secundaria.
La realidad moderna se ha vuelto más compleja y densa que nunca antes en la historia humana. Hemos creado un entorno socio-cultural que se extiende incluso planetariamente para cada individuo, en la medida que vivimos de manera globalizada, inmensamente desafiante y que requiere de un alto grado de aprendizaje y adaptación. Nuestro conocimiento del entorno es mucho mayor de lo que necesitamos realmente para sobrevivir naturalmente. Nuestros aprendizajes y nuestro acondicionamiento mental  responden mayormente a demandas relativas y convencionales de adaptación social, no natural. La educación formal obligatoria ha hecho del ser humano un procesador de información fundamentalmente intrasíquica y metafísica, pero al mismo tiempo en un grado muy básico respecto de su potencial, y ya actual, capacidad. Los contenidos de la enseñanza mundial están orientados sobre todo a la representación de un acervo cultural teórico más que práctico. Incluso los modelos teóricos de la ciencia, de las artes, de las humanidades, del lenguaje, aunque sean aplicados y se les dé una utilización práctica, están sustentados en una segunda dimensión metafísica o como un producto eminentemente intrasíquico. Un excepcional ingeniero, capaz de diseñar un rascacielos, altamente eficaz y poderoso socialmente, si fuese dejado en la selva amazónica o africana, sobreviviría con dificultad, o simplemente moriría a mediano o largo plazo por desadaptación.
Hemos creado un segundo medio físico y natural-social que se ha vuelto más demandante en términos adaptativos que el entorno natural tradicional. Para ello nos ha servido esta segunda dimensión intrasíquica y metafísica que portaban inicial y programáticamente en su mente los primeros y salvajes homo sapiens. La naturaleza nos lo ha permitido, al mismo tiempo que nos hemos adaptado progresiva y coherentemente con sus demandas, a través de esta coordinación entre capacidades connaturales, genéticas, evolutivas, y progreso humano intencionado y parcialmente libre. La naturaleza esperaba y proyectaba –digámoslo así—nuestro desarrollo socio-cultural, como una mutación adaptativa respecto de esas mismas capacidades, intrasíquicamente, tanto como a un nuevo medio socio-natural, una especie de realidad intermedia, como una suerte de actualización de un plano interdimensional. La naturaleza ha demostrado habernos acondicionado para generar este puente o nivel interdimensional entre nuestra mente y una nueva manifestación de realidad ya no meramente física, sino socialmente mediada, con extensión evolutiva hacia dimensiones que llamaremos espirituales.
Hasta ahora no hemos sido colectivamente concientes de este hecho natural e histórico que subyace a toda nuestra progresión histórica y natural. Hemos avanzado torpemente en esta dirección y de esta manera. Hemos cometido sin duda más errores que aciertos en los últimos diez mil años, pero salvados, empujados y guiados sobre todo por la voluntad genética y energética sutil de la Naturaleza, que nos ha impedido caer en la mera mutación azarosa y en la mera adaptación básica y suficiente al entorno natural, mental y social; o de hipertrofiarnos en cualquier sentido; o de enloquecer con esta mente autogenerativa de realidad; o simplemente en el desatino siempre inminente de destruir más de la cuenta,  hasta finalmente destruirnos a nosotros mismos.
Creemos que la naturaleza igualmente contaba y anticipaba nuestros desatinos, nuestra sobresaliente capacidad para el error, para la prueba fallida, para el desperdicio de vidas humanas y la progresión lenta y trabajosa a través de las sucesivas generaciones, a través de repeticiones y fallos durante miles y hasta millones de años. Por primera vez en estos millones de años de vida planetaria, el espíritu de la naturaleza ha decidido programáticamente hacer conciente a una creatura natural de su propio mecanismo y de nuestra propia condición, a fin de tomar un rol igualmente programático y director-integrado de los niveles de realidad próximos y causales de este primitivo nivel planetario y universal que denominamos materia, energía y vida.
Sin embargo, aunque hemos realizado el proceso inconciente y necesario para alistarnos al salto evolutivo, también estamos fuertemente deformados y hasta contrahechos para esta misma mutación evolutiva. Hace falta un proceso intenso, muy conciente y arduo para acondicionarnos intencionada, individual y colectivamente al cambio de conciencia y de mente. Se hace necesario el desarrollo de un plan planetario profunda y rigurosamente terapéutico de la mente y conciencia “enfermas” para el cambio. Hay que intervenir también programáticamente y con todas nuestras capacidades y medios humanos el estatus de conciencia y de mente que nos impide la mutación definitiva y completa. Que no suene esto de una manera peligrosa, manipuladora, impositiva o ideologizada. Nunca el ser humano ha podido hacer nada, por más superior, libre y tolerante posible que sea su sentido e intención, que no corra el riesgo de distorsionarse de alguna manera. Si no hay convicción profunda y total de que esto es lo mejor para cada individuo y para la humanidad misma, entonces es mejor que no se haga y que sigamos esperando que la Naturaleza nos facilite este proceso aún más, sea cual fuere el costo. Porque si realmente está programado así, “libremente” así se hará…
Habíamos dicho al comienzo de este capítulo que nuestra experiencia cotidiana de conciencia se asocia a nuestro estado y experiencia fundamentalmente conciente despierta. Cuando nosotros ponemos atención sobre el funcionamiento de nuestra mente y de nuestra conciencia despierta, lo que nosotros podemos constatar y comprender directamente de esto no es ciertamente mucho más incompleto, errado e inexacto que lo que la disciplina moderna llamada Sicología ha interpretado y establecido como saber, en sus diferentes perspectivas y modelos, respecto de la estructura y funcionamiento de la mente humana, e incluso menos todavía respecto de la conciencia. Las ciencias tecnologizadas, tal como la neurociencia, han aportado más errores que aciertos en el conocimiento de la mente, al tratar de avanzar hacia ella por el estudio del cerebro y del organismo biológico. La razón para esta deficiencia de los estudios sicológicos y científicos es explicable porque para estudiar la mente y la conciencia hay que haber desarrollado primero un órgano autoperceptivo altamente evolucionado y no puramente intelectivo, positivista y teórico. No importa que hayan sido mentes intelectualmente brillantes y por millones las que han realizado estos estudios e investigaciones en todo el mundo. Salvo algunos aportes importantes y trascendentales, como los realizados por Freud, Jung o Wilber, es evidente que nadie ha desarrollado públicamente este sentido intrasíquico que permita una comprensión más profunda, precisa e integral de la mente y de la conciencia humanas[8]. No pretendemos por cierto poseer una habilidad tan desarrollada, pero sí lo suficiente para iniciar una nueva sicología trascendental, y que espero que sucesivas generaciones de sicólogos integrados puedan continuar y desarrollar.




  1. PROLEGÓMENOS PARA LA ACTUALIZACIÓN DE UN MODELO DE LA MENTE


Primero – lamento que este inicio sea tan desafiante y equívoco--  es necesario desechar todo lo que se cree saber sobre la mente humana, y en particular todos los conceptos acuñados por las diferentes tendencias sicológicas. Si la mente es el puente, el medio de paso hacia otras dimensiones de realidad desconocidas por el humano común, se comprende que toda la terminología producida  y su utilización consecuente hayan producido y deban necesariamente producir un saber y una conceptualización inadecuadas acerca de estas realidades. Tampoco pretendemos que seamos nosotros los que vayamos a dilucidar y expresar el infinito universo de la mente y de la realidad. Sólo proponemos que es necesario recomenzar una y otra vez como si nunca se hubiese dicho nada, o casi nada. Lo mismo tendrá que hacerse pronto con todo lo que aquí sostengo y escribo.
Comencemos puntualizando que la mente es algo extraño, heterogéneo y especial. La mente humana es un compuesto dramático de realidades mixtas que está en un proceso evolutivo inicial. Lo que experimentamos tradicionalmente como mente es en realidad una encrucijada, un estado de realidad compuesto por distintos niveles y dimensiones de realidad. Primero, la mente es ante todo el efecto de un funcionamiento biológico especializado sobre complejos atómicos, moleculares, celulares y nerviosos que producen buena parte de sus estructuras, sistemas y funciones evidentes al estudio científico y a la experiencia natural y cotidiana. Aquí se encuentra la materia prima, la base física de la conciencia y de las demás funciones síquicas, como la memoria, emociones, percepción sensorial, etc. Este nivel es el resultado de cientos de millones de años de evolución natural y que pasa por la actualización a través de numerosas especies previas al ser humano. Sin embargo, no se encuentran en un plano de realidad mayormente físico, como podrían estarlo átomos de helio, o moléculas de agua, o piedras, o incluso sistemas nerviosos como el de un perro. La mente humana depende del funcionamiento del cerebro, pero también trasciende el cerebro. Los nueurocientistas estudian las bases físico-químicas del cerebro y la relación mal definida causa-efecto, pero ignoran la verdadera y hasta ahora desconocida interacción de las funciones trascendentales de conciencia y las bases físico químicas de la conciencia y de su interacción generativa de estados de realidad con los demás componentes de la experiencia o estatus sico-físico.
La mente humana no sólo procesa realidad natural para facilitar la integración del organismo biológico personal y colectivo, sino también posee la capacidad y función de vincular con otros niveles de realidad y al mismo tiempo generar realidad en su propia dimensión mental. De ahí que su condición sea altamente compleja, diferenciada, pero fácilmente desconfigurable y difícilmente coordinable. Todo este potencial y complejo sistema de entidades sico-dimensionales se ha venido desarrollando a través de la historia natural, e incluso durante la historia moderna del ser humano, en base al proceso evolutivo natural, inconciente y equívoco. Con todo, dado que posee una brújula evolutiva interna e intrínseca al diseño mismo genético y trascendental asociado –además de la constante direccionalidad aportada por niveles superiores de inteligencia extraplanetaria--, y a pesar de todas las dificultades y el relativo escaso progreso demostrados en esta era de experiencias naturales, ha logrado actualmente un nivel suficiente de sensibilización y evolución de diferentes funciones superiores que lo ponen en condición y situación de asumir por primera vez el control conciente de su propio estado actual y de su potencial evolutivo superior, lo que a su vez permitirá que en los próximos cientos de años el proceso evolutivo vaya en un incremento de su eficacia y velocidad cada vez mayores.
Hemos dicho que los requerimientos del entorno natural y socio-cultural en general, primero, sub-utilizan las capacidades actuales y potenciales de la mente y de la conciencia de los individuos. Segundo, forman, condicionan y deforman toda la vida síquica de los individuos, aun en las mejores condiciones y las mejores disciplinas de educación de la mente –léase religiones, yoga, educación escolar, doctrinas gnósticas y teosóficas, prácticas espirituales diversas, filosofías, terapias sicológicas, terapias alternativas, etc.--. Sin embargo, todas estas también pueden ser vistas y experimentadas como un tremendo beneficio para el desarrollo personal y la armonía social. ¿Qué sería de tantos seres humanos angustiados o beneficiados por estas prácticas si no hubiesen contado con ellas o no pudiesen recurrir a ellas? Lamentablemente todas las disciplinas de la mente han mezclado beneficios y cualidades, con deficiencias y perjuicios para la misma mente. Este sólo problema y tema requeriría de un análisis crítico acucioso y minucioso que sólo podrían realizar debidamente varias generaciones de humanos iluminados, para “separar el grano de la paja”. Por ahora sólo podemos generalizar y mostrar directrices para estudios ulteriores.
Trataremos a continuación de dilucidar y corregir algunos errores importantes que se aceptan o suponen válidos en relación con la mente humana. Iniciaremos para ello el análisis de los más generales a los más particulares.




11.  ¿QUÉ ENTENDEMOS POR CONCIENCIA-MENTE?                     

Consideramos este tema como probablemente el más decisivo, trascendental y polémico de nuestra nueva concepción y modelo de la mente humana. Más allá de la imposibilidad de su demostración con los supuestos empíricos del humano contemporáneo, nuestro modelo puede ser cotejado sobre todo con la intuición en todas sus aplicaciones cognitivas; y en segundo lugar, puede ser justificado inicialmente por la condición de sistematizar consistente y coherentemente todos los hechos y fenómenos asociados a la conciencia y mente humanas.
La conciencia humana, lo mismo que la mente, no es un fenómeno simple, sino un complejo de variados niveles y estatus que ante la conciencia despierta se aparece engañosamente como un fenómeno y estado generalmente simple y unificado en la experiencia de un yo. Hemos establecido más arriba que la conciencia efectivamente posee un estatus físico y neurológico que depende del funcionamiento del cerebro como base orgánica y material. Cuando digo “yo pienso, por lo tanto existo”, hay necesariamente un cerebro que está activo, conciente y pensando. Este nivel neurológico, por el momento, por más insustituible y necesario que sea para que exista el fenómeno síquico de la conciencia en tanto se está realizando de hecho en un cerebro activo, definitivamente no es tan insustituible y necesario como considera el modelo y paradigma científico actual. Los numerosos casos bien y seriamente documentados sobre la actividad de la conciencia extracorpórea, como en los casos de muerte clínica y posterior reanimación, en los que sin que haya actividad cerebral no obstante la persona ha conservado no sólo la conciencia, sino todas y cada una de sus funciones mentales, incluso la percepción sensorial, o mejor aún, extrasensorial, pues lo sentidos tampoco se encuentran funcionales y activos, facilitan sin duda la teoría de que la conciencia-mente se realiza simultáneamente en niveles de realidad paralelos. Lo mismo se puede decir respecto de los fenómenos de desdoblamiento, en los que la conciencia-mente se separa del cerebro y del cuerpo, pudiendo proyectarse a diferentes dimensiones, incluyendo la dimensión espacio-tiempo en la que se realiza la misma corporalidad física. La misma teoría también podría explicar los fenómenos de apariciones de fantasmas, la comunicación espiritista, las memorias de vidas pasadas, la reencarnación, los fenómenos extrasensoriales en general, por nombrar sólo algunos fenómenos generalmente cuestionados por el saber científico y por la gente común que no los ha experimentado por sí misma o en conciencia despierta. Todo este conjunto de diferentes fenómenos sobre los que existen millones de testimonios de lo más variados pueden ser en conjunto y cada uno de ellos explicados sistemática y unitariamente a través de la capacidad de la conciencia-mente de funcionar unida al cerebro y unida a la conciencia despierta, lo mismo que separada e independiente de ellos, si bien con algunas diferencias particulares y funcionales significativas.
Una primera consecuencia de que exista una conciencia-mente, es decir una conciencia que no es el producto del funcionamiento de una mente o de un órgano (cerebro) o sistema biológico, pero que de alguna manera se manifiesta como una réplica de la estructura de la mente (con las mismas funciones que la mente-cerebro de base biológica) y de la identidad de la conciencia, al punto de que normalmente aparece con naturalidad identificada con esta mente despierta y con su funcionamiento, plantea un problema y desafío que no es fácil de explicar ni concebir a partir de nuestros conocimientos previos ni de nuestros paradigmas cientificistas de conocimiento. El problema, visto de esta manera, se puede representar por un realmente “qué causa a qué” o “cuál es la causa y cuál el efecto”, sin que haya una respuesta clara y definitiva[9].
Sin embargo, creemos que se trata precisamente de un hecho tan extraordinario, tan fuera de la fenomenología naturalista que acostumbramos, tan propio de una experiencia límite respecto de nuestra dimensión de realidad, y al mismo tiempo manifestación de otro estado de existencia, y, más aún, en especial interacción con este plano físico, que no puede ser comprendido ni experimentado siguiendo sólo categorías de esta dimensión física natural. Todas nuestras representaciones de otra posible realidad, ya sea Dios, la muerte, el espíritu, la vida extraterrestre, seres de otra dimensión, el inconciente, etc., la concebimos siempre como si fuese conmensurable y similar a nuestras categorías de existencia experimentada, condicionada por la misma lógica nuestra, por las misma leyes o siquiera por leyes, como se comporta la naturaleza física conocida por nosotros. Queremos representarla con conceptos, y con conceptos coherentes y comprensibles para nosotros, porque si llegamos a atisbar la posibilidad de que no podamos comprenderla dentro de nuestros parámetros de racionalidad o conciencia, entonces la desechamos como no-realidad, como inexistente, o la reducimos a una explicación  a la fuerza dentro de nuestros esquemas cognitivos, o simplemente nos desentendemos de ella y fingimos que no existe.
No cabe duda de que la mente, y particularmente la conciencia, siempre ha provocado esta impresión y respuesta a los humanos que se han acercado a este templo y misterio. Nuestra intuición nos lleva, pues, a proponer respecto del problema de la relación entre la conciencia-mente trascendental y la conciencia y la mente con base orgánica una extraordinaria y sorprendente relación de replicación en algo así como dos dimensiones paralelas, con legalidades similares y al mismo tiempo diferentes, que se superponen y se integran en la experiencia común del humano vivo, conformando un fenómeno paradójico. Si usáramos categorías físicas para explicar la conciencia biológica, diríamos que es el producto del comportamiento de estructuras específicas energéticas, atómicas y moleculares. Si éstas son las unidades constitutivas de la materia y de la energía en este plano físico – para aceptar por ahora los supuestos de la ciencia contemporánea --, entonces debe haber aquí ya una primera semejanza y diferencia con las unidades formativas y fundacionales de la conciencia-mente.
La primera gran diferencia no es tanto constitutiva, sino que es propiamente la consecuencia de nuestra precaria capacidad de conocer y describir el fenómeno original de la materia y la energía. No es nuestra intención en este trabajo discutir ni exponer nuestras intuiciones en el ámbito del universo físico y de la ciencia natural, pero es inevitable hacer una mención a esto para explicar la razón principal por la que la conciencia-mente trascendental no se comporta como energía ni materia, y es que en este nivel fundante de la materia y la energía no existe nada parecido a lo que entendemos por átomos ni energía. Actualmente la Física cuántica comienza a adentrarse en el fenómeno de la realidad física sobre ciertas bases comunes a nuestro planteamiento e intuición. Una de ellas es el reconocimiento de que la mente del observador interactúa co-creadoramente con la realidad física a nivel sub-atómico. Aunque lo que nosotros reconocemos y experimentamos como ondas, átomos y moléculas poseen un “ancestro común” con la conciencia-mente trascendental, es decir, un estado de existencia y realidad anterior y todavía desconocido a nuestro estatus de experiencia natural; una especie de sustancia puente; una sustancia anterior, común e inespecífica entre la energía-materia física, como la experimentamos a través de los sentidos y del plano físico natural, y la sustancia fundante del plano trascendental de la conciencia. A pesar de esa similitud y comunidad –decimos— la relación conciencia-mente y conciencia física se constituye ontológicamente sobre relaciones y constitución interdimensionales inimaginables e incomprensibles para la mente humana actual. Dicho de manera aplicada y específica, la conciencia-mente puede “materializarse” como conciencia, como mente y como cerebro, siendo simultáneamente en su prolongación interdimensional también increíblemente diferente de la conciencia, de la mente y del cerebro.
Una de las consecuencias de esto es que el rango de realidad mental y de experiencia de realidad en general, mientras estamos despiertos, es precisamente el rango en que interactúan la conciencia orgánica y la conciencia trascendental. Para nuestra experiencia cotidiana de realidad representa este rango una magnitud tan inmensa que nos cuesta representarnos que formemos parte no sólo de la inmensidad del plano físico, que llamamos materia y energía, sino que, en seguida, también extendamos la dimensión física natural hacia la inmensidad de la vida mental, aunque probablemente para la mayoría de los seres humanos la magnitud de su propia mente no se percibe como un nivel de la realidad de gran dimensión, comparado con el sentido de magnitud que le provoca la percepción sensorial de la realidad física. Y finalmente -- más aún ahora -- que su identidad trascendental, la raíz misma de su personalidad, su verdadera esencia de persona (su yo) y de conciencia esté inmersa en una dimensión trascendente de realidad, cuya naturaleza y dimensión esté completamente fuera de su rango de comprensión y de su experiencia en estado despierto.
Otra consecuencia no menor de este estado de cosas es que lo que nosotros experimentamos tanto como dimensión física natural, lo mismo que como nuestra personalidad, carácter, yo, mente y todo aquello que experimentamos como lo que somos personalmente, en realidad es sólo una proyección de otros estados de realidad, los que se materializan temporalmente, relativamente y transicionalmente –incluso evolutivamente—en este minúsculo lapso de realidad que llamamos ingenuamente “la realidad”.
Por donde quiera que observemos, encontraremos señales coherentes e iluminadoras respecto de lo que acabamos de postular. Una de ellas se encuentra en el comportamiento y estructura evidentes de nuestra propia mente. La mente es un campo de fenómenos que ante el más somero análisis se demuestra como indefinida, inestable, inconsistente, heterogénea y múltiple.














  1. LA CONDICIÓN PARADÓJICA DE LA MENTE


A pesar de que reconocemos en nosotros diferentes estructuras mentales que nos parecen estables y definidas, tales como la memoria, el carácter, la individualidad o identidad del yo, las creencias, la razón, la moral, etc., y que probablemente la que nos produce con mayor intensidad e influencia sobre las demás esta impresión de permanencia y fijación de una estructura casi inmodificable es la experiencia del yo de nuestra conciencia despierta. Cada vez que despertamos nos encontramos con nosotros mismos como los mismos de antes de dormirnos. Nos reconocemos además gracias a la memoria como poseyendo el mismo cuerpo físico. ¿Qué nos acontecería si cada vez que despertamos nos encontráramos con un cuerpo nuestro que no coincide con el que recordamos que nos pertenece? Ciertamente se debilitaría bastante la certeza de que somos los mismos. También existe el refuerzo social y ambiental de que somos los mismos. Tendemos a establecer una relación de mismidad con muchas cosas y situaciones de nuestro entorno. Tenemos cosas que son nuestras y que en la medida que se comportan así –nos reconocen nuestras mascotas, poseemos cédula de identidad y documentos que así lo establecen, somos dueños de propiedades, automóviles, de relaciones de amigos o enemigos, de pareja, familiares, etc.-- refuerzan nuestro sentido de mismidad a través del tiempo.
No proponemos que esto sea falso o una mera ilusión. Este lapso de realidad; este aspecto de realidad es lo que aparece a la mente y a la conciencia, porque son la mente y la conciencia quienes lo crean y lo sostienen mientras puedan y quieran sostenerlo y crearlo, si bien también dependen de otros factores que pueden influir en la capacidad de crearlo y sostenerlo, como por ejemplo la condición sana y suficiente del organismo. Si el cuerpo físico muere, por ejemplo, esa realidad particular se acaba: la mente y conciencia física ya no pueden más crear ni sostener realidad bio-sico-física.  Este plano de realidad en el que convergen parcial, temporalmente y de diferentes maneras miles de millones de mentes y conciencias humanas -- sostenidas por una estructura biológica y síquica con algunos caracteres comunes y suficientes que permiten a través de diferentes mecanismos de interacción entre los seres humanos, mayoritariamente físicos, el amplificar y multiplicar la experiencia de realidad individual-- posee una condición de realidad y estabilidad que trasciende la pura subjetividad humana y que alienta el reconocimiento nuestro de que posee un estatus ontológico y de sentido que todavía no hemos descubierto suficientemente como para sostenerlo activa y fundacionalmente en nuestras conciencias y en nuestras diferentes facultades mentales. No me cabe duda de que en términos evolutivos, y de acuerdo a los demás aspectos constitutivos de este plano de realidad que hasta aquí hemos descrito, podría decirse que este plano de realidad nos “está esperando” para manifestar co-creadoramente un potencial de realidad ilimitadamente superior al que hasta ahora desde nuestro condicionamiento de realidad hemos actualizado.
Una de las mayores deficiencias como especie en esta etapa evolutiva en que nos hemos encontrado los últimos diez mil años consiste en la marcada incapacidad de diferenciar entre lo verdadero y lo falso –pero esto verdadero y falso según parámetros diferentes de conciencia, lógicos y ontológicos que los supuestos y condicionantes hasta ahora en nuestros conceptos de verdad y falsedad--, entre la creación eminentemente mental nuestra en esta co-creación, y por otra la condición propositiva y sustancialmente propia de la realidad física, e incluso más allá, en una dimensión aún más abarcante y potencial respecto de estos planos próximos de realidad, y al que denominamos realidad trascendental o espiritual. Un ejemplo representativo de esto se encuentra en el desarrollo de una tecnología práctica y altamente eficaz en la interacción co-creativa con la realidad fundamentalmente física, y como contraparte, la ciencia como un constructo interpretativo, subjetivo y ambicioso que busca establecer conocimientos universales, necesarios, teóricos y representativos de un nivel de realidad que actualmente escapa casi completamente a nuestras capacidades mentales y de conciencia. La ciencia verdadera que manejamos es apenas la que permite el desarrollo puntual de tecnología básica para nuestra propia supervivencia y relación básica con nuestro medio ambiente físico y social, y la que nos permite adicionalmente lograr algunos efectos parciales de control del plano físico, pero que se parece en realidad a lo que un microbio podría describir y manipular como la realidad dentro de la gota de agua en la que vive. Esta incapacidad de diferenciar eficazmente entre lo verdadero y falso, y, por tanto, el efecto de mezclar verdades con falsedades nos mantiene en un estado de torpeza, ofuscación y, finalmente, de clausura respecto de experiencias integradoras de verdad y de acceder a múltiples dimensiones de realidad. Aunque queramos con las más honestas intenciones acceder a experiencias de conocimiento y de realidad, si lo hacemos a partir de este estado de mente y de conciencia ya descrito, nos será imposible, sea cual sea la estrategia, capacidad, inteligencia, conocimiento, saber, práctica, creencia, técnica, etc. que apliquemos. Es por ello que el progreso humano en todos los aspectos hasta aquí alcanzados, individual y colectivamente, es no sólo muy básico, sino que sobre todo ya está casi agotado en sus posibilidades de avance. Si no aceptamos la necesidad de realizar el salto evolutivo que aquí se propone y bosqueja, la humanidad colapsará y se extinguirá, como ya se anticipa en innumerables signos y evidencias. “El que tenga oídos, que oiga. El que tenga ojos, que vea.”
Otro grave problema que nos aqueja masivamente y nos impide el salto evolutivo, consiste en nuestra adecuación natural, física, sicológica y social a identificarnos y reducir nuestra identidad y el sentido de realidad con ciertos elementos y estructuras de identidad y realidad demasiado básicos, incompletos y obstaculizantes del cambio de naturaleza requerido.
Estos elementos y estructuras son tantos y tan variados que en la práctica hacen muy difícil que la humanidad actual pueda masivamente reconocer la finísima y densísima trama de la red que la mantiene esclava. Como expresamos más arriba, nuestra sola dependencia de nuestras estructuras perceptivas sensoriales posee una amplitud, profundidad y variedad en nuestra estructuración de conciencia y de mente, y, en consecuencia, en nuestra representación de realidad, que ella sola sería casi suficiente para impedirnos un cambio de estructura de conciencia y de experiencia de realidad que modifique sus condiciones naturales actuales. Superar la modalidad en que nos limitan los sentidos no significa que los sentidos no nos permitan continuar progresivamente evolucionando o desarrollando una captación de ámbitos nuevos de realidad. Los sentidos poseen aún un potencial de desarrollo ilimitado, en la medida que sea la mente-conciencia la que prolongue su estatus “sensorial” (extrasensorial) y sus capacidades específicas a la percepción y mente en conjunto. Un ejemplo de ello se hace evidente en los fenómenos intuitivos que algunos individuos más desarrollados provocan con esta facultad síquica, asociados a la observación clarividente o a la visión del aura astral en otras personas. La vista, como función natural y sico-biológica, se enriquece con la incorporación de la vista extrasensorial, en tanto la conciencia trascendental irrumpe en esta área perceptiva específica. Se produce lo que ya hemos llamado la duplicación o la réplica de la percepción (conciencia), fenómeno que sintetiza varias dimensiones de realidad en un solo estado de conciencia. Algo similar ocurre con algunos artistas plásticos que en sus obras producen visiones plásticas trascendentales junto con representaciones estrictamente sensoriales –por ejemplo algunas visiones de Goya, o los pintores surrealistas y cubistas--; o bien con personas clarividentes que pueden conversar con los espíritus de los muertos y verlos; o ciertos estados similares al trance o al delirio; o la irrupción sensorial de estados oníricos cuando uno se despierta y se produce la duplicación de estados de conciencia. La gente común piensa que estas capacidades son inciertas y dudosas, porque o no todo el mundo las manifiesta, o con frecuencia llevan a errores cognitivos o distorsiones del carácter y la personalidad, u otras consecuencias poco constructivas de la realidad natural y síquica. Sin embargo, el problema se encuentra no en las habilidades mismas o en la desarticulación o desorganización de ellas, ya que generalmente se manifiestan casualmente y sin que las personas las puedan controlar a voluntad, sino en que las personas no se encuentran suficientemente evolucionadas para integrarlas consistentemente en su propio nivel de conciencia y en su particular estado de mente. La especie humana aún no está acondicionada para sustentar y ajustar una mutación trascendental de la conciencia-mente en su sustrato bio-sico-físico  natural. Por ahora se manifiesta como un fenómeno anticipatorio, potencial y estimulador-acondicionador de próximos eventos de convergencia evolutiva.
Hemos alcanzado la encrucijada de los tiempos de esta especie. Así les ocurrió también en otra época a nuestros antepasados directos simios. Debieron evolucionar o morir. Ellos se extinguieron, nosotros vivimos. Ahora podemos comprender cómo actúa la Naturaleza, el espíritu que la mueve, porque observamos más que nunca nuestra contumacia, nuestro rechazo sistemático y fortalecido a la posibilidad de un cambio en nuestra forma de existir, en nuestra forma de ser, en nuestro conocimiento, en nuestro interior, en nuestra realidad, y que defenderá la mayoría a costa de nuestra propia extinción. Sin embargo, la dialéctica connatural de la misma Naturaleza compensa todo impulso, toda fuerza con una fuerza equivalente opositora y, por lo mismo, más que nunca antes se nos aproxima para ejercer su impulso salvador, transmutador, convergente de innumerables oportunidades y condiciones favorables para el salto evolutivo de la mayor cantidad de individuos humanos.
La conciencia humana y su mente necesitan de una manera o de otra morir, transformarse tan radicalmente y tan autonegadoramente, que se realizará o bien como una destrucción general e indiscriminada, o, por el otro extremo, con una destrucción específica y focalizada sólo en aquellos caracteres que bloquean la trascendental mutación.















13. EL MAYOR PROBLEMA DE LA MEMORIA HUMANA


Los seres humanos nos realizamos naturalmente en tres dimensiones temporales de realidad simultáneamente: pasado, presente y futuro –aunque actualmente creemos que ocurren en secuencia lineal--. Las tres son independientes e interdependientes al mismo tiempo. El pasado se vincula con nuestra conciencia a través de la memoria. Si no poseyésemos la facultad mental de la memoria, para nosotros –en la dimensión físico-natural-- no existiría el pasado. Conocer el pasado nos permite comprender cómo se sostiene y justifica el presente; nos permite conocer el sentido de la evolución (individual y universal) en el tiempo; nos permite comprender la coherencia interdimensional del futuro. Cuando trascendamos evolutivamente conoceremos otras potencialidades del pasado y del tiempo en general.
En términos de vida personal y cotidiana, si no poseyésemos memoria estaríamos reducidos a un presente sin explicación, sólo proyectable hacia un futuro eventual. Sin embargo, en mayor o menor medida todos experimentamos esta limitación y amputación de realidad. La memoria no recuerda todo lo vivido, hasta en sus menores detalles, segundo tras segundo y sin distorsión. Inevitablemente olvidamos, y si olvidamos, desaparece ese pasado. ¿Pero desaparece realmente el pasado cuando lo olvidamos? Definitivamente los efectos de lo experimentado, aunque haya ocurrido hace cientos y miles de millones años atrás, afecta decisivamente el presente. Nada de lo que ocurre, ocurre independientemente de cada millonésima de segundo que ya ha acontecido desde los inicios mismos de la creación. Sin embargo, es un error o una mala explicación sostener que lo que ha devenido pasado ha sido la causa del presente. Lo mismo que es un error sostener que el presente causa el futuro. Existimos en medio de tantas realidades multi-integradas que no se pueden establecer relaciones simples unidireccionales como causa-efecto. Las realidades espacio-temporales o nuestra dimensión espacio-tiempo natural poseen una relación de interacción, complejidad y diversidad que actualmente es inimaginable para nuestra especie humana. Nuestras facultades cognitivas seccionan y amputan las realidades de acuerdo a lo que nuestras reducidas capacidades pueden experimentar, y a este recorte disforme que producimos lo experimentamos como “la realidad”. No es que sea falso, simplemente es incompleto; tan incompleto que incluso algunos sabios ancestrales lo han llamado “ilusión” (maya). Nuestro desafío futuro es reintegrar todas las infinitas formas y coincidencias de realidad. Este curso evolutivo comenzó hace mucho tiempo para la especie humana; ahora sólo llegó la hora de sintetizar este proceso con mayor velocidad y eficacia.
Decíamos que nuestra memoria bio-sico-física es muy débil, incompleta, frágil y efímera. Eso de que afortunadamente olvidamos lo que nos hace sufrir tanto, o nuestras culpas, o nuestros malos sentimientos, como el odio, el resentimiento, la condena, el enojo, etc., en realidad es un pobre consuelo para una mente y conciencia que en vez de destruir la realidad para superarla –como hace la mayoría de los seres humanos-- debiera integrarla, asimilarla constructivamente y avanzar junto con ella, recordándolo todo, no separado de ella. Por otra parte, eso de olvidar para borrar es un error profundo, pues, como ya se mencionó, nada que existe en el presente se puede borrar en el pasado: nada que existe en el pasado se puede borrar del presente. Y eso se debe a que hay una memoria que trasciende la mente natural y se inserta en la existencia misma como estado de memoria universal, o dimensión pasado-absoluto. Nuestra memoria biológica es una facultad y extensión incompleta e inicial de esa condición mnémica de las realidades a través de lo que nosotros llamamos temporalidad pasada. El Universo—digámoslo simplificadamente—posee memoria y recuerdo –el olvido dentro de él es sólo una modificación funcional de la misma memoria; es una forma paradojal más de memoria--, por eso nosotros también desarrollamos este sentido conectivo (memoria) con ese aspecto de la realidad, y en cambio, no hemos desarrollado la relación adecuada con el olvido como manifestación de nuestra condición y capacidad creadora. El Universo también olvida realidades para no reproducir simplemente las mismas realidades que, por otra parte, no puede dejar de recordar. Esta paradoja es incomprensible actualmente para la mente natural del ser humano.
Los seres humanos no sólo no debiéramos olvidar nada, sino sobre todo debiéramos recordarlo todo integrativamente. No sólo no debiéramos olvidar donde dejamos las llaves de la casa, o quienes son nuestros padres, o que todos somos seres de una misma especie, o que siempre hay un mañana. No debiéramos olvidar, tampoco, qué pasó con nosotros antes de nacer a esta vida, o cuál es el origen del universo, o qué hace nuestra conciencia cuando no soñamos. Recordar esto no sólo es posible, sino necesario.
Uno de los olvidos más relevantes y limitantes para nuestra evolución, que se relaciona directamente con nuestro estado de conciencia y con las condiciones de vida física y mental en este cuerpo natural en el que nos encontramos cada uno, es el olvido de nuestras vidas pasadas. Al olvidar nuestras vidas pasadas debido a la pérdida de memoria biológica cuando mueren nuestros cuerpos físicos, y, por otra parte, al reencarnar en otro cuerpo biológico que a su vez blanquea y bloquea la memoria de la conciencia-mente que conserva en su archivo trascendental el recuerdo de los hechos que se configuran en nosotros como carácter y se conservan de una vida a otra condicionando los comportamientos y la estructura de conciencia, personalidad y carácter de la mente actual. A esto se le llama tradicionalmente karma. El karma es una memoria activa y dinámica de las vidas pasadas que actúa directamente desde el inconciente, y más precisamente desde los niveles de conciencia más profundos e inconcientes, que se conectan con nuestra conciencia trascendental y representan parte importante de nuestro yo permanente. Es absolutamente natural y necesario en este plano de existencia físico que cada uno se identifique con sus karmas. Sin embargo los karmas deben ser superados sólo en cuanto son determinaciones de la conciencia que no han sido integrados armónicamente ni a la conciencia y mente actual, ni han sido procesados por un procesador de conciencia superior, como el de los iluminados, de los trascendidos o el de los super-humanos del futuro.
El karma personal se manifiesta en un conjunto de rasgos que implican un cierto grado o nivel de conciencia con el que llegamos a este mundo. Nuestras cualidades y deficiencias, nuestras características de comportamiento en conciencia y sus caracteres de personalidad, como por ejemplo el comportamiento emocional asociado a las vivencias específicas que hayamos experimentado en esas vidas, van a actuar desde diferentes niveles de nuestro inconciente y se van a asociar más o menos activa y directamente a nuestra conciencia despierta y a nuestras estructuras y esquemas mentales actuales, provocando reacciones y comportamientos sico-biológicos y sociales particulares y exclusivos para cada individuo. En otras palabras, no existen patrones generales de cómo el karma se configura en la conciencia y mente de cada persona. Normalmente las personas no pueden acceder ni recuperar con sus propias capacidades la memoria karmática, pero sí con la guía de un maestro o un simple terapeuta. Brian Weiss ha sido contemporáneamente uno de los grandes impulsores sociales de la recuperación de estas memorias, gracias a sus experiencias y método hipnótico de regresión a vidas pasadas.
Más aun, la actualización de la memoria karmática es un proceso casi tan natural para todo ser humano, que cualquiera que practique hipnosis o meditación profunda puede avanzar en su recuperación. La razón de ello es que su presencia encubierta, pero siempre altamente activa, incluso en el plano mental y de conciencia natural de cualquier persona demuestra que su rastro es fácilmente reconocible y continuo hacia los diferentes niveles funcionales de la mente e incluso hasta los niveles, todavía en esta dimensión natural, más próximos de la conciencia-mente-memoria trascendental.
Hemos dicho ya que este es un tema de enorme importancia en la vida de todas las personas. Uno podría plantearse razonablemente el por qué éste ha sido un conocimiento que se le ha ocultado en propiedad y conciencia natural a la humanidad durante tanto tiempo, impidiéndole un rápido y extraordinario desarrollo. La respuesta es compleja y responde a una lógica e intencionalidad del espíritu trascendental que no es posible comprender ni reconocer adecuadamente en este estadio evolutivo nuestro. Trataremos de comunicar cuanto intuimos y nos parece probable.
Primero, debemos reconocer que en términos evolutivos naturales no ha sido hasta ahora un factor decisivo ni significativo para una mejor adaptación al medio físico, toda vez que su acción determinante sobre la conciencia y su función integradora de conciencia y realidad manifiestan una funcionalidad proyectiva evolutiva hacia otras dimensiones de realidad (espirituales, metafísicas y trascendentes), cuya oportunidad de actualización no ha concordado hasta ahora con la sincronía necesaria respecto de la evolución progresiva natural.
Por otra parte, su acción desde el inconciente y su proyección hacia la vida conciente despierta, aunque imperfecta o, mejor aún, gracias a que ha sido imperfecta, ha permitido una interacción suficiente y dialéctico-dinámica con el entorno natural y síquico humano. Es evidente, como hemos expresado más arriba, que la evolución natural de las especies se constituye a partir de un patrón universal de oposiciones dialécticas. Heráclito afirmaba: “La Guerra es el padre y rey de todas las cosas”[10]. La naturaleza evoluciona siguiendo patrones naturales de oposición y conflicto. Calor-frío, vida-muerte, hambre-saciedad, día-noche, acción-reposo, enfermedad-salud, etc. Otro nombre que pudiera representar este mismo patrón que el gran iluminado Heráclito reconoció hace dos mil seicientos años, es el de Sufrimiento. La Guerra dialéctica produce sufrimiento –en términos emocionales--, o estado estructural de tensión –en términos físicos--; y el sufrimiento produce necesidad de superación del estado de sufrimiento (adaptación al desafío-guerra del medio), lo cual reconocemos como “evolución natural”. Los sufrimientos, por tanto, que no han sido asimilados evolutivamente en vidas pasadas, así como los logros positivos de carácter, al no ser recordados concientemente, pero actuando en una relación de tensión inconciente-conciente, generan un estado también de tensión en la estructura síquica de conjunto, lo mismo que en la relación incompleta y contradictoria de los diferentes niveles de conciencia. A través de esta estructura básica la Naturaleza ha promovido la evolución de las especies en este planeta. Si el humano hubiese tomado conocimiento masivamente de esta realidad y verdad, su progresión evolutiva hubiese dejado  de ser dialéctica, y se habría visto forzado a una integración trascendental, que no estaba en condiciones sistémicas ni evolutivas de realizar nunca antes como ahora. De hecho, las culturas orientales en general integraron esta doctrina de la reencarnación en su acervo cultural ya hace miles de años, sin embargo, precisamente debido a la insuficiente adecuación y oportunidad evolutiva, no logró un despertar y desarrollo generalizado de las conciencias en aquellas culturas, aunque de alguna manera las acondicionó mejor al tránsito evolutivo espiritual que se lleva a cabo en estos tiempos. De Oriente ha llegado a Occidente esta doctrina, ganando velozmente adeptos sobre todo en este último siglo, los que intuyen o comprenden la trascendencia y realidad de la misma.
Hasta ahora para la especie humana aceptar o no concientemente la existencia de la reencarnación ha tenido la misma irrelevancia para los fines de la evolución que aceptar o no concientemente la existencia de Dios o de un Ser trascendental. La reencarnación y Dios actúan y obtienen sus fines por igual con los que creen como con los que no creen. Primero, creer o no creer en la reencarnación y el karma, así como en Dios, no cambia la conciencia profunda de la persona. Puede ser decisivo creer o no si uno se enfrenta a la posibilidad de que alguien te quiera hacer daño; puede ser decisivo creer o no que tu pareja te está engañando. En nuestro estadio evolutivo actual, el desarrollo que el Ser trascendental ha esperado del ser humano lo ha obtenido independientemente de la conciencia humana de que Él es el Ser trascendental de la realidad. Los cambios evolutivos profundos en nuestra naturaleza se producen desde intensas activaciones de conciencia, y eso en general el ser humano lo ha activado a través de la experiencia del sufrimiento. En segundo lugar, a través de la activación de conciencia sostenida e intensa por medio de las emociones superiores.[11]
De hecho, si se observa la historia natural y la historia humana moderna, se reconocerá que primero Dios quiso sensibilizar al ser humano simplemente a la proximidad, continuidad y finalmente unidad con nuestro plano físico, de un plano espiritual, de un nivel de la realidad que se ha experimentado más con la intuición que con otras facultades mentales más humanas y concretas. Es por ello que la Trascendencia se ha demostrado incompleta y por partes a través de tantas y tan variadas creencias religiosas. Darnos a conocer la Trascendencia Universal unificadamente no ha estado hasta ahora en los propósitos histórico-naturales hacia la humanidad—pero SÍ EN LOS PLANES PRÓXIMOS--. “Amar a Dios por sobre todas las cosas” es tan importante y decisivo para nosotros como las más lejanas estrellas del Universo son importantes y decisivas para cumplir con nuestra responsabilidad en esta vida y planeta. La acción amorosa y espiritual eficaz del Ser trascendente no necesita para sí ni nuestro amor, ni nuestro reconocimiento, ni alabanza, ni oración, ni ninguna de esas prácticas religiosas que han llegado a obsesionar a millones de buenas almas y personas, pero que han debilitado el responsabilizarse del mejoramiento de las condiciones de vida de la humanidad en este plano físico y natural, así como también de la autosuperación evolutiva auténtica, profunda e integral. Esa actitud desmedidamente apasionada, obsesiva e hipertrofiada de la religiosidad humana ante la sublimidad de la Trascendencia es probablemente una de las respuestas nuestras que más han querido evitar los Maestros del espíritu humano. Esa respuesta nuestra a la espiritualidad que ha terminado por crear y eternizar mentiras institucionalizadas llamadas religiones, filosofías, iglesias, verdades, movimientos, guerras santas, genocidios, fanatismos, autoengaño, discriminación, hipocresía, alucinaciones, sicopatías, delirios, justificaciones supremas para todos los crímenes posibles y para la máxima inmoralidad humana. Entregarles la espiritualidad a los seres humanos antes de tiempo ha sido lo mismo que entregarles el manejo de la bomba atómica a monos… Un riesgo necesario para la evolución. Sin embargo, ya lo hemos dicho, este saber ha sido igualmente facilitado, revelado, infiltrado en las medidas y formas adecuadas, sin mostrar demasiado, ni demasiado poco.
Esa misma lógica se ha seguido con la revelación de la reencarnación y la memoria karmática. Este conocimiento y experiencia integradora nos llevaría a otros planos evolutivos e inmensamente superiores a los que experimentamos y conocemos actualmente. Nuestra responsabilidad, nuestro propósito y finalidad en esta era evolutiva ni siquiera se ha cumplido satisfactoriamente, los cuales han consistido ante todo en alcanzar un buen grado de adaptación a las condiciones naturales físicas, tomar el control unificador y amoroso desde nuestras capacidades superiores, de nosotros mismos, de nuestras relaciones y responsabilidades sociales y colectivas, y alcanzar un nivel armónico y espiritual con nuestro entorno natural planetario.
Por ello mismo, por ahora es suficiente que comencemos a integrar, en niveles más profundos de conciencia y actualización  eficaz en nuestro desenvolvimiento natural, la verdad simplificada de la reencarnación y del karma. Uno de los grandes beneficios de introducir el conocimiento conciente del karma en nuestra vida personal y cotidiana se encuentra en el hecho de que modifica esa visión fatalista, desmotivadora, empequeñecedora, insuficiente, falseadora, autorizada, de que nuestro carácter y nuestra personalidad, de que nuestra manera de ser, de sentir, de pensar son dificilísimo o imposible de cambiar.
Hasta ahora el karma –en su función evolutiva-- ha actuado eficientemente tomando el control parcial de nuestra conciencia a través de la misma conciencia, de las emociones y de estructuras de carácter y personalidad; finalmente, a partir de ellas, de la mente en conjunto. Sin embargo este control incompleto y marcadamente desafiante del karma sobre la conciencia y sobre la mente provoca grandes inconsistencias, fuertes trastornos entre las motivaciones de la vida conciente y los impulsos y motivaciones del inconciente karmático.
El karma está al servicio principalmente de la evolución de la conciencia superior del ser humano. El karma permite que las acciones y contenidos significativos de la conciencia vital se conserven de una vida a otra; es decir que el sentido y experiencia de una vida no se interrumpa en lo esencial con la muerte del cuerpo físico y de la mente natural. Es evidente que la muerte del cuerpo y de la mente representa un estadio primitivo de la evolución natural, y que será superada cuando se asuma en plenitud el potencial del espíritu, de la conciencia y de la mente asociada. Por ahora el entorpecimiento que causa la muerte y reencarnación en otro cuerpo y mente extraños, y además injertados en un contexto síquico, corporal, vital, circunstancial, histórico y social diferentes. Es evidente, pues, que se produzcan graves inadecuaciones entre la memoria karmática de una vida pasada y los factores circunstanciales de una nueva vida, pero también más representativos de la identificación  de las personas en general. Es cierto que aunque el karma marque y reproduzca sólo valores y contenidos generales de la conciencia y experiencia de la o las vidas anteriores, perdiéndose buena parte de los factores más secundarios y específicos de la vida anterior, tales como sexo, nacionalidad, cultura, ideología, valores, tipos específicos de apego, gustos personales, relaciones afectivas, parentesco, saberes y conocimientos, etc., las marcas karmáticas son tan potentes y centrales en la identidad de la conciencia profunda que acaban tendiendo a reproducir incluso las mismas o semejantes circunstancias que acompañaron la vida anterior -- e incluso a vincularse con ciertas mismas almas --, y que le sirvieron en ella de apoyo, prolongación y realización a las experiencias significativas de conciencia. La sola incorporación de esta teoría a la Sicología actual provocaría un cambio completo de la Sicología misma, en tanto se debería entender la mente y el comportamiento humano de  una manera completamente diferente de lo que ha interpretado hasta ahora la Sicología y todas las ciencias asociadas.
A pesar de que un número de cincuenta o cien reencarnaciones de un alma en diferentes vidas pueda parecer un alto número, desde el punto de vista evolutivo y de la modalidad de lenta progresión evolutiva en este plano natural, no es realmente tal. Sin embargo, más relevante es el hecho de que actualmente ya existe un importante número de  almas encarnadas que han vivido a través de esta última era de doce mil años y han cumplido su proceso evolutivo, de tal manera que ya están esperando y de alguna manera suficientemente aptas para provocar y sostener el gran salto evolutivo que, entre otras transformaciones, implicará una nueva relación con la historia del alma y con la relación entre vidas pasadas y prolongación continua en vidas futuras. Un alto número de seres humanos se han vuelto suficientemente concientes de que sus almas poseen una profundidad y contenido vital que ya no se explica sólo desde las experiencias de esta vida o desde los determinantes genéticos. Más aún, se han vuelto demasiado concientes de que hay en su naturaleza una necesidad de autotrascendencia que ningún saber científico  e incluso tradicionalmente espiritual satisface por completo. El alma humana espera e intuye desde su inconciente Algo más, mucho más que todo lo experimentado y conocido hasta ahora.














14. LA DISFUNCIONALIDAD ACTUAL DE LA MEMORIA KÁRMICA


Los seres humanos, en la medida que no han sido concientes durante miles de años de que poseen una memoria kármica, han sido condicionados por ella más de lo que debieran y de maneras que idealmente no debieran haber ocurrido. Las personas han creído que no tiene explicación racional una parte importante de sus comportamientos síquicos y sociales, y cuando han intentado darles una explicación más o menos coherente lo han atribuido a su carácter, a un demonio, al azar, a los genes, a Dios, a decisión personal, al inconciente, a la infancia, a los padres, al entorno socio-cultural, a la brujería, a una enfermedad mental, etc., cuando en realidad han sido rasgos o estructuras vivenciales que se han actualizado en su vida presente por memorias activas de sus vidas pasadas. Es comprensible que, dado el pobre y desadaptado nivel evolutivo de la conciencia individual y colectiva que ha demostrado siempre el homo sapiens, la inmensa mayoría de nuestra memoria kármica guarde vivencias y contenidos de conciencia negativos y disfuncionales, porque en general la vida de los humanos ha estado y está fuerte y mayoritariamente marcada por lo negativo y disfuncional.
La memoria kármica tiende a hacerse evidente a la atención de la misma persona o de un observador externo, cuando ciertas características, rasgos o comportamientos de una persona no se justifican razonablemente por ningún antecedente conocido, y porque muchas veces se demuestran marcadamente irracionales o disfuncionales respecto del estatus síquico y social de la persona. Las personas pueden llegar a sufrir condiciones de gran alteración por actualización kármica. Actualmente éste es probablemente el motivo de mayor incidencia en la disfuncionalidad síquica y social de los seres humanos. Debemos reconocer que no es fácil diferenciar qué es producto del karma y qué de las condiciones presentes o biográficas, pues existe una extraordinaria sincronía entre el karma y las circunstancias aparentemente casuales o explicables por una razón causal conocida de la vida presente. Además la identificación entre rasgos karmáticos y rasgos síquicos actuales es tan estrecha y profunda a nivel inconciente que se entrelazan causalmente en los estados de la conciencia y de la mente actual, haciéndose prácticamente imposible diferenciarlos o simplemente considerarlos por separado.
Éste es precisamente uno de los problemas graves que está llevando a la especie humana a una crisis individual y colectiva. Por una parte, el karma negativo se hace más y más manifiesto, en la medida que la forma de vida del humano actual potencia sus tendencias y condiciones negativas. Por otra, el karma negativo también se acumula vida tras vida si no es debidamente resuelto, por lo que la intensidad karmática es más potente en seres humanos con más reencarnaciones que con menos. Y finalmente, porque la humanidad entera se ha sensibilizado inconciente y progresivamente a ciertos desarrollos de conciencia individual y colectiva, que son propios del proceso evolutivo dialéctico natural, del que ya hemos hecho mención. Es decir, a pesar de que las condiciones de la determinación kármica negativa se han intensificado actualmente y continuarán haciéndolo en los próximos años, también se ha ido produciendo una reacción general y masiva, evolutiva y superior, a través de formas de conciencia social y voluntarias, así como de formas de conciencia profunda, que denominamos genérica e imprecisamente inconcientes. Este es precisamente el mecanismo reactivo –dialéctico—con que la evolución natural de las especies promueve la reacción co-creativa y adaptativa “de los mejores” a los desafíos que la misma naturaleza o el estado de realidad impone a los individuos.
Más y más personas se han sensibilizado no sólo en cuanto al tema específico del karma, de la reencarnación y las vidas pasadas. Precisamente porque se trata de una transformación profunda- aunque todavía precaria, vaga, inconsistente, contradictoria, disfuncional—es que el campo de acción y de influencia de esta sensibilización y manifestación evolutiva son tan amplios, con tan múltiples proyecciones y expresiones en las más variadas formas de vida, en ámbitos múltiples y disímiles de lo sicológico, social y cultural. Estas manifestaciones se pueden categorizar en forma genérica y gruesa como búsquedas multiformes de respuestas y vivencias integrales y espirituales o seudo-espirituales, religiosas, mágicas, místicas, esotéricas, etc., con una fuerte tendencia a la insatisfacción por las formas, doctrinas y prácticas tradicionales. La desconfianza por los saberes autorizados y tradicionales –incluso por el conocimiento científico, la experiencia de los sentidos y la razón--. Una tendencia cada vez mayor a sentirse atraído y validar lo fantástico, lo extraordinario, lo imposible como posible, lo alternativo, incluso en personas con un alto nivel educacional y cognitivo. La preocupación ética y social, con un alto grado de conciencia colectiva mundial, por sobre las visiones sesgadas, intolerantes, parciales y sectarias. La preocupación creciente por el desarrollo personal, por la búsqueda de sí mismo, de identidad y de armonización integral.
Sin embargo, lo más preocupante son aquellas mayoritarias formas deformadas, indirectas y caóticas que asume la fuerte presencia kármica en todos los seres humanos –incluso en aquellos que han hecho de esta conciencia una búsqueda intencionada--, ya que sus efectos, al no ser integralmente concientes y armónicamente procesados, no se asumen con suficiente coherencia y con capacidad total de asimilación y finalmente superación de los karmas negativos y, por otra parte, no se logra la asimilación de los karmas positivos no debidamente integrados. En estas personas la insatisfacción emocional y de conciencia profundas; la alteración insostenible del equilibrio síquico; el malestar indeterminado o bien especificado en asuntos, personas u objetos particulares; la insatisfacción y desequilibrio síquico aun bajo las mejores formas de vida materiales y de adecuación al entorno natural y social; la reactividad violenta o desmedida sin justificación a eventos reales o imaginarios del entorno social o del nivel intrasíquico del mismo individuo; la proyección sicosomática en enfermedades y malestares reales o imaginarios; la incapacidad de insertarse o desenvolverse adecuadamente en el ámbito social o en las relaciones interpersonales;  y, en general, la tendencia a proyectar el conflicto de conciencia-inconciente karmático de una forma destructiva, negativista o dañina, ya sea de sí mismo, del medio social, de los demás y del medio natural.
Sólo esta última dimensión de la ignorancia o incapacidad del ser humano actual de asimilar evolutivamente su condicionamiento karmático hace inevitable y urgente un cambio profundo y real de conciencia, y la adquisición de conocimiento suficiente y eficaz para resolver los problemas asociados a este desconocimiento que demuestra la humanidad, en relación a cómo y con qué gravedad afecta a los seres humanos el karma de vidas pasadas, y, en definitiva, qué es necesario hacer para superar los karmas individuales; e incluso, en un futuro próximo, llegar a transformar y superar evolutivamente el mecanismo natural mismo del karma en la especie.







15. ¿QUIÉNES NO SOMOS Y QUIÉNES SOMOS?  


Una respuesta rápida y general nos obliga a decir que no somos lo que creemos que somos, y que somos lo que no sabemos que somos. Una afirmación grave y preocupante si atendemos a que nos consideramos la especie dominante y superior de este planeta; grave y preocupante si atendemos a que creemos que hemos desarrollado un sistema de conocimientos y una capacidad cognitiva de gran eficiencia para manipular nuestro entorno natural y explicar su estructura y funcionamiento. Todavía más grave y preocupante si creemos que hemos desarrollado una ciencia y un saber específicos de la mente humana. Y más que todo es preocupante que creyendo saber mucho, en realidad sabemos tan poco; y que lo poco que sabemos, en realidad lo mejor es dejar de saberlo cuanto antes, pues representa sólo un instante de una realidad tránsfuga e intrascendente.
Terrible y difícil de aceptar que todo lo que nos representa, todo lo que reconocemos como más propio, todo lo que experimentamos y procesamos de la realidad y de nosotros mismos, todo lo que hacemos y hemos hecho, nosotros mismos por entero, somos una especie de ilusión o engaño: somos algo que de saber un poco más sobre “nosotros mismos” querríamos abandonar y superar al instante.
La evolución natural planetaria se apronta a un evento inédito, extraordinario y sobrecogedor. El ser humano es su protagonista. El ser humano es el actor principal y espectacular. Está adviniendo en él y a través de él una segunda naturaleza –diferente de todo lo antes existente y dado-- a este planeta y dimensión de realidad. No olvidemos ni un instante que la dialéctica de la naturaleza primaria de este mundo nos está llevando al mismo tiempo a la disyuntiva de destruir todo lo que se nos ha concedido y todo lo que la misma naturaleza ha logrado, o bien asumir esta primera naturaleza en toda su esencia evolutiva y asumir con ella, en nuestra identidad común, el gran salto evolutivo e interdimensional.
Lo primero que debemos modificar y abandonar para superar los efectos caóticos o dañinos del karma es la identificación y suposición incuestionada de que esto que nos pasa o esto que somos, es realmente así; de que no podemos ser de otra manera, y de que no hay medios para comprenderlo y experimentarlo de otra manera. Esa impresión es altamente engañosa y dañina. Nuestros defectos, nuestras debilidades, nuestros problemas, sean o no referidos al karma, pueden y deben ser modificados y superados. Éste es un mandato del Espíritu supremo, y todo en la naturaleza, y en todos los planos y dimensiones de realidad, empuja y se construye hacia allá, con mayor o menor dificultad, pero inevitablemente. Todos los obstáculos pueden y deben ser allanados. Siempre tras ellos y en ellos –por más terribles y brutales que sean--  se encuentra impulsando el espíritu superior.
Nos identificamos con nuestros vicios, los suponemos muy nuestros; nos identificamos con nuestros disgustos: no me gusta la música clásica, o el jazz, o la música folclórica; nos identificamos con nuestras emociones y sentimientos: como consecuencia de lo que acostumbro a sentir, soy alegre o soy triste; soy depresivo o impaciente. Nos identificamos con nuestros pensamientos e ideas: pienso que dios no existe y, por lo tanto, soy ateo; creo en Dios, por lo tanto estoy salvado. Soy rubio y tengo ojos azules, por lo tanto soy atractivo; soy moreno, musculoso y bailo bien, por lo tanto soy sensual. Al final no somos más que un conjunto de categorías, asignaciones, esquemas, hábitos, todos ellos como el logro o el resultado ¿de qué? Para la mayoría de la gente eso ni se pregunta, o si se cuestiona, no se avanza nada o casi nada, de manera que se quedan ahí donde están y con lo que “son”. Las personas se encuentran atrapadas en lo malo que les pasa y en lo que son, lo mismo que se quedan atrapadas en lo que sienten y experimentan como “bueno”. Si todo lo que nos pasa fuese ante todo agradable y placentero, nunca más volveríamos a desear nada más ni a cuestionar nuestro estado, por más fingido que éste sea. Éste es el mayor peligro de los bienes materiales: su posesión adormece la conciencia, la mente, y el espíritu se aleja hacia las profundidades del ser. Es el mismo peligro que acecha al que hace del placer su forma de vida. Es el mismo peligro del que, conciente o no, sólo o principalmente trata de complacer a su ego.
Aceptar la reencarnación y que esta vida es una especie de accidente de un continuo que atraviesa el tiempo sin ruptura profunda ni esencial, pero sí lo bastante profunda y accidentada para que no podamos asumir con plena conciencia quienes somos realmente: una historia de conciencia y un flujo que no se detiene en las circunstancias mentales ni humanas ni sociales ni ambientales que tanto nos impresionan y marcan también en esta vida. Más que renunciar a lo que nos parece que somos en esta vida, lo que debemos hacer es integrar una dimensión personal más profunda, más representativa y permanente, cambiando el centro gravitacional de nuestra identidad, desde un ahora o identidad indiferenciado y reducido, a un yo esencial que se conserva a través de las vidas y las diferentes formas externas con que se inviste y rodea en cada vida, pero las cuales, en la mayoría, no representan ni al yo inmortal, ni a la conciencia-mente que nos acompaña en la profundidad de nuestro inconciente –y que debiera estar completamente actualizada y unida a la conciencia natural--. Nuestra misión personal en cada vida debiera ser ante todo descubrir esa identidad esencial que nos marca vida tras vida; así como reconocer y anular los karmas que nos dañan y dificultan nuestra evolución en todos los niveles de realización personal; y, finalmente, lograr la síntesis armónica de la conciencia e identidad trascendentales con las condiciones particulares que nos corresponde vivir en cada vida.
Esta labor no es nada fácil. De hecho, hasta ahora no se ha propuesto ningún método, ninguna doctrina ni práctica –del orden que sea—que permita realizar el proceso completo y preciso que acabamos de describir. Los logros han sido hasta ahora siempre parciales e insuficientes. Nuestra misión es aportar en esta línea y avance. Nuestra misión es activar otras conciencias y mentes que amplíen el efecto evolutivo y constructivo de esta particular propuesta inicial, a fin de alcanzar una masa crítica que provoque cambios decisivos y progresivos conforme al plan global del Espíritu para el ser humano en tránsito.
Si hubiese escrito hace cien o cincuenta años atrás lo que aquí escribo y presento, tal vez hubiese llegado a fundar sin querer una religión o una secta esotérica. Tal vez hubiese pasado absolutamente inadvertido e ignorado. Tal vez hubiese logrado alguna sonrisa complaciente y un golpecito en la espalda de más de alguien, pero nada más. Ahora, hoy, sólo el Espíritu y a quien Él quiera revelárselo puede anticipar si es la hora y la oportunidad de sembrar, o quizás ya de comenzar a cosechar…









16. LA CONDICIÓN SOCIAL DE LA CONCIENCIA Y DE LA MENTE


Nuestra experiencia espontánea y natural de ser un yo, separado de los otros yo, precisamente por la condición de autonomía de la mente y del autoreconocimiento como tal, además de la confirmación de poseer un cuerpo biológico con similares características han promovido ciertamente el individualismo del ser humano contemporáneo. Lo extraño es que la historia del homo sapiens ha mostrado una tendencia adaptativa al medio natural, lo mismo que social, con prevalencia del sentido de colectividad, de grupo, antes que de individuo. Esto podría explicarse por la evidente necesidad de sobrevivencia y adaptación al medio que ha llevado a los animales en general a asociarse colectivamente como una manera de proteger al individuo a través del compartir recursos más eficientemente. En cambio para el humano contemporáneo, a pesar de depender más que nunca en la historia de los beneficios de vivir en comunidad, la comunidad misma, al adquirir magnitudes descomunales, ha devuelto al individuo el sentimiento de que el individuo particular no es determinante para la sociedad. Las ciudades poseen tal cantidad de personas que cada una, por separado, se sabe irrelevante e incapaz de influir en la colectividad como tal.
Paradojalmente el individuo actual se siente solo, en conciencia solo, a pesar de estar rodeado de tantos miles y millones de personas como él. La sociedad como tal no lo reconoce en su identidad personal. Apenas le asigna un número de identificación único; cada persona no es más que un número para la sociedad, aunque las sociedades democráticas traten de convencer al ciudadano de que tiene voz y voto, y, por tanto, influye en las discusiones y en las decisiones políticas de su comunidad. Lo que influye en las decisiones políticas no es lo que piensa cada votante, sino simplemente cuánto puede influir un voto en la suma total de los mismos.
Las sociedades actuales necesitan al individuo como un ente impersonal productivo con el único fin de conservar el funcionamiento del sistema social. El individuo vive actualmente su vida para sí, y para un grupo de familiares, amigos y, con suerte, para algunos vecinos, en la medida que cumple con este único requerimiento que le impone la sociedad. Las sociedades tradicionales y antiguas, en cambio, reconocían a sus integrantes por sus nombres, por sus familias, por sus características personales, por su actividad, por sus actos públicos, etc. El individuo contemporáneo socialmente es un anónimo, un desconocido, y por lo tanto tendemos a experimentarnos y relacionarnos así unos con otros. Es decir, la sociedad y la comunidad exigen la colaboración del individuo, pero el mismo tiempo el anonimato. No se puede responsabilizar, pues, sólo a cada individuo por responder individualista y egóticamente a su comunidad. La sociedad global actual está muy lejos de promover que los individuos se ayuden entre sí, que se conozcan y se den a conocer, como lo hacen los animales o lo hizo el humano tradicional.
La sociedad actual moldea a sus individuos más de lo que ellos moldean a la sociedad. La sociedad contemporánea globalizada es una comunidad caótica, desorientada, pero también abierta y libre. El individuo puede navegar en toda la complejidad y variedad de ella. Cuando se navega así no es difícil zozobrar; pero también se pueden descubrir lugares inimaginados, y, por tanto, se pueden desarmar con mayor facilidad las estructuras reducidas y hasta inconcientes de realidad, que a su vez generaban las comunidades cerradas tradicionales.
Existe un paralelismo natural entre la mente individual y la estructura, funcionamiento y sentido de la sociedad en la que se desenvuelve esa mente individual. Es comprensible que los individuos adecúen su mente a través de aprendizajes voluntarios e involuntarios a modelos socio-culturales que les faciliten o les propongan esquemas socialmente validados, que tenderá a reproducir en beneficio propio, o a predisponerse mentalmente a reproducirlos y satisfacerlos en busca de reconocimiento, aceptación y eficacia dentro de la comunidad. Los individuos alemanes de la sociedad nazi han sido una prueba dramática y paradigmática de ello. Recordemos, sin embargo, que cada persona trae a la vida una carga karmática que lo determinará a responder de una manera particular y única frente al paradigma social común. El resultado de la ecuación karma-sociedad no puede, por tanto, ajustarse a reglas universales ni predecibles científicamente. Cada individuo desarrollará una relación particular y propia con la sociedad y sus condicionamientos y modelo. Cuando las sociedades se despreocupan de esta realidad que experimentan sus individuos no pueden siquiera ser consideradas desarrolladas o evolucionadas. Los individuos quedan expuestos a un grado de desorientación y desajuste personal, intrasíquico y social, de proporciones peligrosas tanto para la sociedad como para la persona individual misma y sus cercanos.
Hemos expresado más atrás que los individuos llegan a este plano físico-material a través de la encarnación en un cuerpo denso o sico-biológico y que, dada su pérdida significativa de memoria kármica, y dado que el nuevo cuerpo posee un cerebro y mente semicondicionado sólo por factores genéticos, de manera que la mayor parte de los requerimientos del entorno físico, así como los suyos intrasíquicos –de reír, de cariño, de placer, de autoconsistencia, etc.--, exigirán la rápida y azarosa tarea de formar una mente –de niño-- estructurada, funcional y eficaz respecto de esos requerimientos, pero que un yo y una conciencia desorientadas, ignorantes, con tendencias karmáticas inconcientes pulsando por manifestarse en esa mente nueva y asistemática, dificultarán generalmente de mala manera, o al menos imperfectamente, todos y cada uno de esos procesos particulares, lo mismo que la eficacia de su desenvolvimiento en el medio natural y social, así como en el suyo intrasíquico propio.
Es lamentable que precisamente en la infancia y bajo esas condiciones -- pues ninguna sociedad se hace cargo de esta dimensión del niño, ni del adulto, o de la persona en general-- se fijen las estructuras síquicas y los parámetros de conciencia que generalmente condicionarán e identificarán al individuo por el resto de su vida. Si el proceso formativo inicial y estructurante del funcionamiento mental y de la modalidad de conciencia es tan precario e imperfecto y azaroso en el niño, se entiende que la mente del adulto común presente similares características. ¿De quién es la responsabilidad de que esto se dé así y acabe así? Son muchos los involucrados: la persona misma, los padres, la sociedad, los amigos, la Naturaleza, dios, etc.
Sin embargo, más allá de que la sociedad en la que se desarrolla normalmente un individuo influya en alguna medida en su formación mental, en el desarrollo de su conciencia e identidad y en su comportamiento en general, existe una dimensión social más profunda que subyace en el área potencial evolutiva de la conciencia de la especie y del individuo mismo. Ello tiene que ver con un nivel que todavía con cierta imprecisión reconoció Carl Jung como inconciente colectivo.
Existe en las profundidades “inconcientes” de la conciencia un nivel o dimensión que actúa todavía débilmente sobre la conciencia y la mente de vigilia humanas, y en la cual la condición separada e individuada se modifica y solapa en una suerte de conciencia y yo colectivo de especie. En nuestro estadio evolutivo actual carecemos de posibilidades de experimentarlo definidamente y por lo mismo no es posible expresar ni describirlo adecuadamente, por lo que expondré aquí sólo lo que permite explicar mejor nuestro comportamiento actual y próximo.
Este inconciente colectivo, que ya existe en muchas especies animales, guarda relación con una macro-dimensión de realidad en la cual los individuos se realizan a través de un colectivo indiferenciado de individualidades y que coexisten como un todo indiferenciado-diferenciado. Esto quiere decir que no somos en realidad seres individuados absolutos, mónadas autónomas de conciencia, seres absolutamente separados desde la conciencia y la mente, sino más bien somos parte de un entramado humano igualmente indiferenciado, de manera parecida a como una neurona dentro de un cerebro está interconectada con todas las demás neuronas, relación que forma precisamente al cerebro. Por ahora estamos interconectados subyacentemente a la conciencia de vigilia, de manera que no nos damos cuenta de que también existimos dentro de un “cerebro colectivo”. Por ahora somos unas especies de neuronas paradojales que sólo experimentan conciencia de vigilia cuando pueden salir fuera de su cerebro y actuar en otros espacios como individuos –de manera que sólo creen existir cuando se encuentran fuera del cerebro--, aunque no por ello dejen de estar, con o sin conciencia de vigilia, conectadas con el cerebro y su red neuronal.
Esta condición ciertamente nos influye en nuestro comportamiento individual y colectivo, pero lamentablemente de manera más inconciente y desorganizada de lo que debiera ser. No obstante, en términos de evolución natural la hemos aprovechado suficientemente al lograr nuestro progreso adaptativo gracias a esta sincronía y capacidad de intersubjetividad, y, así, superar incluso los condicionamientos del entorno natural por medio de esta capacidad inconciente de formar sociedades potentes específicamente respecto del desafío del entorno físico, y parcialmente de los del propio entorno social. El desafío en la otra dimensión para-natural del ser humano, en la dimensión de conciencia y mental, y en la dimensión espiritual y metafísica de la misma Naturaleza, hasta ahora no ha sido abordado satisfactoriamente, sólo precariamente, por la especie como tal, y sólo ha sido actualizado plenamente  por algunos individuos superiores aislados o agrupados en muy pequeñas comunidades.
Es inaceptable que no nos reconozcamos en nuestra igualdad de personas y en cómo eso debiera reflejarse en nuestros modos de relacionarnos todos y cada uno de nosotros, humanos, incluso respecto de nosotros mismos. Uno de los principales ejes del mensaje salvífico de Jesús se encuentra precisamente en la urgencia de reconocer, experimentar y asimilar la condición de identidad y solidaridad de la especie humana desde un nivel de identidad espiritual y trascendental, para desde allí proyectarlo y materializarlo a todos los niveles constitutivos o dimensiones de existencia y de realidad—entendiéndose con esto: la conciencia en todos sus niveles y estados, la mente completa, la corporalidad, cada individuo o prójimo, la comunidad y sociedad, el planeta completo como proyección y asociación de lo humano en la Naturaleza misma--.
Este ideal o propósito de la Naturaleza trascendental que se nos ofrece como proyecto evolutivo sólo presenta beneficios para todos los individuos y para la especie en conjunto. Ninguna debilidad o perjuicio. Nuestro nivel de solidaridad, de comunión de conciencia entre los seres humanos sería tan alto, que todos nuestros esfuerzos primarios estarían destinados a igualar las oportunidades de todos los seres humanos en realizar la felicidad de la especie y de cada individuo en particular –con toda la densidad, complejidad y diversidad que ello requiere--. Jesús de Nazaret creyó esto posible ya hace dos mil años,  e incluso sacrificó su vida individual por ello. Aunque entonces haya sido demasiado temprano para realizarse en plenitud, ¿dejaremos ahora, especie humana, que sea demasiado tarde?

17. ENTENDIENDO EL FUNCIONAMIENTO DE LA MENTE DESDE LA CONCIENCIA


La mente humana puede ser abordada y estudiada desde innumerables ángulos, formas y perspectivas. El fenómeno humano mismo puede ser estudiado y comprendido de la misma manera. Sin embargo no es indiferente cómo y desde dónde se aborde en la medida que se quiera establecer una representación global y funcional.
Una manera de representar globalmente la mente humana es describirla como un entramado altamente complejo de partes, de funciones, de niveles y dimensiones de realidad. Ya hemos explicado anteriormente que la mente posee un notable grado de independencia del cuerpo físico, en la medida que posee una inserción permanente en dimensiones de realidad más estables que el plano físico-atómico, y que hemos representado a través del concepto de conciencia-mente. La conciencia-mente se vincula con la mente física y con el cuerpo físico desde niveles que tradicionalmente llamamos inconcientes. Lo primero que queremos aclarar es que aunque actúa desde el inconciente no es en absoluto inconciente en sí misma, pues sólo nuestra incapacidad de acceder a ella desde nuestro estado conciente natural, nos hace suponer que no posee todos y cada uno de los atributos de la conciencia despierta.
Cuando hablamos de conciencia, de mente, y de cualquier fenómeno de connotación síquica, queremos dejar en claro que lo hacemos con plena conciencia de que estamos siendo imprecisos, esquemáticos y hasta ingenuos. Hoy por hoy no tenemos la capacidad de experimentar, de conocer ni posteriormente describir la verdadera naturaleza de lo síquico. No obstante queremos hablar de lo poco y mal que sabemos, para que se acabe hablando, con la ayuda de otros, con mayor precisión y mejor.
De todos los fenómenos síquicos ciertamente la conciencia es el más extraordinario y elusivo. Toda nuestra mente está permeada de conciencia. Nuestro organismo biológico, al que llamamos cuerpo, está completamente permeado de conciencia. Nuestras células responden normalmente al mandato de la mente. Hay algo más que meros impulsos eléctricos y nerviosos; hay algo más que procesos y componentes químicos en nuestras células. La vida biológica en sí misma se realiza en una dimensión de realidad específica, aunque interactúa con otras dimensiones de realidad. Nuestro concepto de dimensión no es nada adecuado para expresar lo que ocurre con la multiforme y ambigua realidad, pero es lo mejor que tenemos. Para nuestro saber fisicalista, dimensión representa una especie de nivel de realidad estanco con una legalidad propia y con una constante ontológica (matemática para algunos) reconocible. Para nosotros una dimensión es simplemente un estado de realidad cualquiera, algo así como un tipo de unidad de realidad, pero que se constituye como tal necesariamente por la interacción, dependencia y coexistencia con otras dimensiones de realidad. Utilizamos el concepto dimensión, pudiendo usar tal vez otros usados tradicionalmente para conceptos similares[12], sin embargo lo específico de este término es su carácter de sustrato y unificador de realidad que subordina a innumerables otras dimensiones y estados de realidad. Un átomo, p.ej., puede ser una dimensión de realidad en sí mismo, en tanto es un pequeño “universo” compuesto de infinitas subunidades, o partículas y niveles cuánticos (otras dimensiones), y que hasta ahora la física ha descubierto en ínfima parte; pero también este átomo puede formar parte de otras innumerables dimensiones más abarcantes y de las que él forma parte, como por ejemplo de una molécula de H2O, o también de un océano, o de la dimensión materia.
Diferenciar dimensiones como lo hace la física o la matemática resulta una sobresimplificación racional de la realidad y que sólo tiene validez dentro de un rango de validez racional de la realidad. Representar que el espacio posee tres dimensiones y que el tiempo es una cuarta, sólo es un constructo teórico muy distante de la realidad del espacio y del tiempo. Por ahora no profundizaremos en el tema, ya que mi interés aquí es concentrarme en el fenómeno síquico.
Cuando digo que una dimensión es un estado de realidad, ello significa que la dimensión representa una cierta realidad que en algún aspecto demuestra algún grado de autonomía óntica, suficiente para generar una “densidad”[13] de existencia relativamente diferenciable de otros estados de realidad (dimensiones), con los que co-existe, interactúa y de los cuales depende de diferentes maneras. Por ejemplo, un ser humano individual es una dimensión de realidad, ya que posee una organización compleja – a su vez constituida por innumerables dimensiones, por ejemplo células -- que demuestra un cierto grado de autonomía respecto del entorno interdimensional, lo cual permite identificarlo a través de un cierto tiempo, pero que necesita de otras dimensiones, como por ejemplo del espacio, o de la dimensión material que denominamos alimentos; o agua, u oxígeno, o tiempo, o mente, o sociedad, o etc., para realizarse como tal dimensión de realidad. De unas dimensiones depende más estrecha y necesariamente, como del tiempo o de la mente; de otras, menos directamente, como por ejemplo, la sociedad de otros seres humanos, o la dimensión casa.
Este concepto nuestro de dimensión posee la amplitud ontológica y metafísica que no posee el concepto que utilizan las ciencias comunes. Este concepto nuestro permite comprender y experimentar como un continuo tanto la realidad física como la realidad síquica y también la trascendental (espiritual). Más aún, permite concebir intelectivamente la interacción entre espíritu-mente-energía-materia y explicar justificadamente las diferentes modalidades de comprehensión que existen entre estas macro-dimensiones –es decir dimensiones que, desde nuestra perspectiva y escala humana, contienen supremamente a otras subcategorías de dimensiones --, siendo la espiritual la más comprehensiva, la que contiene y subordina a todas las demás, aproximándonos así a la experiencia totalizadora de lo Uno.[14]
Se comprenderá ahora la importancia y amplitud que posee el término dimensión a la hora de aplicarlo al concepto de conciencia. La conciencia, pues, no sólo es una dimensión de realidad, sino una super-dimensión, como lo son también el espacio y el tiempo. Eso significa que la conciencia es una dimensión que subordina a, e interactúa con innumerables sub-dimensiones, y que, por lo mismo, puede tomar formas y manifestaciones que se solapan con las características de las sub-dimensiones. Tan amplia y profunda es su amplitud como super-dimensión que pretender llegar a su experiencia y conocimiento últimos, para nuestra condición de conciencia tan incompleta y subordinada desde donde estamos tratando de integrarla, resulta un completo imposible. Definir qué es la conciencia, por lo tanto, ya se nos escapa pronto, en tanto su dimensión supra-natural, o supra-despierta, o supra-cerebral, no se encuentra en el rango de aprehensión natural de la conciencia despierta.
Avanzar en dimensiones profundas de la conciencia, usando nuestra conciencia natural rápidamente queda condenada a una cierta inhabilitación de la misma conciencia. Sin embargo, el paso de la conciencia a esos niveles actualmente se entiende inadecuada y equívocamente, pues se denomina y se entiende con una cierta indiferenciación del estar inconciente, tanto con el hecho de perder la conciencia por razones de índole biológica, es decir a la mera anulación de la conciencia despierta, por ejemplo en un desmayo, y, por tanto, la desaparición de toda forma de conciencia; como por otra parte, con la evidencia de un modo de conciencia similar al de la conciencia despierta, si bien con importantes diferencias funcionales  e incluso biológicas, por ejemplo, en el sueño. El sueño es, afortunadamente, la única prueba irrefutable de que tenemos otros estados de conciencia que se confunden con la inconciencia como anulación de conciencia. Aun así, dormir no es el único estado de conciencia que podemos experimentar mientras estamos inconcientes.
La conciencia, de acuerdo a la dimensión mental en que se manifieste, puede asumir formas marcadamente diferentes, y, por cierto, tan diferentes a la conciencia despierta que ésta no pueda percibirlas. El sueño profundo (sueño Delta), carente de ensueños, por ejemplo, no demuestra actividad de conciencia alguna a nuestra observación externa (al observador en conciencia despierta y en el plano físico natural). La actividad de esas formas de conciencia y su propósito y sentido difieren también de las propias de nuestra conciencia despierta y natural. Analicemos el comportamiento de la conciencia durante el sueño REM, a fin de conjeturar el comportamiento de otras formas nuestras de conciencia.
La primera evidencia es que en los sueños siempre, salvo sueños particulares y momentáneos, hay experiencia directa de un yo que está soñando, un yo que se encuentra dentro del sueño como centro y eje de la perspectiva de procesamiento de lo que acontece dentro del sueño. Aunque pueda parecer que lo que en el sueño le está ocurriendo a otra persona, o que incluso nosotros mismos somos otra persona, no dejamos de ser el procesador que “observa” lo que está ocurriendo; nuestro yo puede estar más o menos encubierto, pero sigue siendo el protagonista o experimentador del sueño. En los sueños nunca deja de experimentarse el yo como eje mismo del sueño. Nunca el yo se anula y el sueño se constituye de forma azarosa, en imágenes o sensaciones o procesos mentales fragmentados, descoordinados o sin estructura cognitiva definida. Aun el sueño más absurdo a la observación de la conciencia de vigilia no carece de un yo que lo experimenta dentro del mismo sueño;  tampoco carece de estructura cognitiva reconocible: hay imágenes visuales, hay continuidad significante, hay memoria interna, posee una carga semántica, etc.
Ahora bien, este yo de los sueños ¿es el mismo yo que se encuentra ahora leyendo esto? La respuesta correcta es, como siempre, sí y no. Si nuestro paradigma nos dice que nos validamos como personas en pleno derecho y naturaleza sólo cuando estamos en vigilia, entonces ciertamente le negaremos la condición de ser nosotros mismos, tan yo como ahora soy yo. Este error no se nos vuelve demasiado evidente como error porque el yo de los sueños normalmente no accede como tal a nuestro plano de conciencia en vigilia y nos disputa nuestra identidad. Cuando estamos despiertos nuestro yo despierto es el rey de la realidad. Cuando estamos durmiendo y soñando, nuestro yo subconciente es el rey de esa realidad. Sin embargo hay ocasiones en que el yo subconciente se apodera de la conciencia despierta y nos crea un estado de fantaseo onírico con intensidad próxima al estado de ensueño dormido; o, en situación extrema, incluso con total realización de igualdad al ensueño, a la que llamamos delirante, si la persona está en un mal llamado estado de vigilia, como en el caso de la esquizofrenia.[15]
Como contraparte, hay ocasiones en que la conciencia de vigilia asociada a nuestro yo de vigilia accede al estado de ensueño sin modificación alguna de su propia identidad y autoconciencia, ya que se comporta y se reconoce incluso a sí mismo como el yo que está provocando el sueño. En estos casos este yo puede incluso tomar el control narrativo y formal del sueño, de manera que puede provocar y modificar circunstancias dentro del sueño a voluntad; puede incluso reconocer que está soñando y que decide despertar, y hacerlo efectivamente. La persona puede sentarse en la cama, encender la luz y comenzar su vida en conciencia de vigilia sin ninguna ruptura de continuidad de conciencia ni modificación del yo entre el sueño REM y el estado despierto.
Si ponemos atención, a partir de las situaciones recién comentadas, en la relación entre yo y conciencia, se nos plantea la cuestión de qué sea el yo respecto de la conciencia. ¿Es posible concebir alguna forma de conciencia sin yo y viceversa? ¿Es éste el mismo yo del que todas las doctrinas espirituales tradicionales han condenado su naturaleza y han exigido su anulación?
La conciencia –como la reconocemos en nuestro estado de vigilia-- es un cierto tipo de fenómeno, de dimensión de realidad, cuyas principales características son la capacidad de integración de un rango indeterminado de realidades y al mismo tiempo de autopercepción, a partir de un sustrato o elemento integrador del fenómeno mismo de la conciencia, el cual, hasta donde conocemos y experimentamos actualmente, nos es desconocido.  Esta autopercepción es el  factor central que guía el proceso o estado de unificación de realidades. En esta autopercepción de la conciencia, en un acto de reflexión sobre sí misma, se hace completamente evidente la experiencia de un yo, un yo que parece proyectarse desde un estado basal de difusión o identificación indiferenciada con la conciencia misma hasta una especie de desdoblamiento o duplicación que le permite observase en su prolongación base desde la conciencia; luego el mismo yo observador que se reconoce en sí mismo como un fenómeno de su propia conciencia, es decir como una especie de concentración de conciencia en un punto de convergencia focal de dos lentes: uno especialmente dirigido hacia sí mismo, y el otro, hacia la base de conciencia, sin dejar de ser por ello uno solo; algo así como si una ola pudiese observarse a sí misma y al mar del que es parte. No nos parece por tanto, en este sentido, posible sostener que la conciencia –cualquiera sea su modalidad de estado o nivel--  pueda carecer en absoluto de principio yoico, aunque no sea un yo tal y como lo experimenta la conciencia de vigilia. El yo puede diluirse en este estado de conciencia basal, como cuando se logran estados profundos de meditación, pero no desaparece la potencialidad de regenerar un yo de vigilia; así como también se sostiene siempre la actividad yo-no yo de la conciencia base.
Cuando el yo emerge, al despertar, desde estados de conciencia subconcientes a la conciencia de vigilia y se encuentra en actividad cotidiana, se asocia al funcionamiento completo de la mente de base cerebral. Recordemos que aunque se produzca normalmente una ruptura y un cambio importante de funciones desde las dimensiones de conciencia subconcientes e inconcientes; aunque la sensación e identidad del yo parezcan diferentes -- las de uno y otro estado de conciencia --, se conserva una identidad común esencial y en muchos sentidos de contenido y hasta formales. Es interesante notar también hasta qué punto se pueden disociar en apariencia ambos estados de conciencia y sus yo, como representaciones personalizadas de los niveles (dimensiones) de conciencia, cuando se contraponen en una suerte de “doble personalidad” o doble yo, que provocan alteraciones en la salud mental y en el comportamiento paradójico de la persona. Algo similar ocurre en sueños, cuando el yo de vigilia interviene en el sueño, sin que pueda controlar el mismo sueño, a pesar de que sabe que se encuentra en un sueño, cosa no poco común en las llamadas pesadillas. En estos sueños el yo subconciente se identifica y expresa a través de la representación dramática del sueño (como creador y conductor del universo-sueño); y, por otra parte, el yo de vigilia se identifica y expresa en la concentración de conciencia y autoconciencia que denominamos propiamente el yo-mente, el cual puede pensar y sentir o recordar como lo hace el yo-mente[16] normalmente en estado de vigilia. En la mayoría de los sueños, por su parte, el yo de vigilia cede ante el yo subconciente y se identifica absolutamente con él.
Desde nuestro estado de vigilia hemos desarrollado una visión despectiva y depreciadora de nuestro yo que sueña; de nuestra conciencia subconciente que sueña y del sueño mismo. Esta dimensión síquica y física natural que experimentamos cuando estamos en vigilia nos parece tan infinitamente superior y causa del estado y contenido de los sueños que, en parte, con justa razón reconocemos que nuestros sueños manifiestan un estado de realidad reducido a la mera subjetividad, por más que al interior del sueño experimentemos similar o hasta a veces más intensa sensación de realidad incluso que cuando estamos despiertos, compartiendo este universo de todos. Efectivamente la realidad de los sueños es más síquica que la experiencia de realidad mediada por el cerebro, nuestros sentidos y el cuerpo en conjunto. Los sueños son un universo al interior de la mente propia. Nuestro universo interior lamentablemente es sólo nuestro. Nadie más puede entrar a nuestro sueño y compartirlo. ¿Qué ocurriría si en un futuro próximo las mentes pudieran integrarse mientras están durmiendo y soñar en común? No es ni imposible ni lejano… De hecho algo de eso ocurre, pues las conciencias-mentes subconcientes –soñando-- activan o se relacionan con mucho más facilidad con el potencial evolutivo y genético, y producen actividad extrasensorial con el medio intrasíquico, pero también respecto del plano físico natural – tal como sueños premonitorios, clarividencia, telepatía, comunicación con los espíritus u otros seres superiores, etc.--. No es poco común escuchar testimonios de personas que sueñan el mismo sueño, o se relacionan e interactúan en un sueño similar mientras ambos duermen.
Si a ello agregamos que en los sueños se han creado importantes obras artísticas; se han realizado descubrimientos científicos soñando; se han resuelto importantes problemas filosóficos y matemáticos; se resuelven a veces con notable sabiduría e inteligencia problemas personales y de la vida cotidiana; se descubre el sentido personal de toda una vida, entonces nuestra desvalorización del sueño resulta injusta y precaria. La subjetividad del sueño, la desvinculación de la mente tanto de las funciones cerebrales, como del entorno físico-natural, incluido el propio cuerpo tosco, posee cualidades especiales y un potencial propio conector con otras formas y estados de realidad. Es verdad que el estado o dimensión del sueño representa también un estado primitivo –y quizás hasta involutivo en parte-- de la evolución de nuestro cerebro y de nuestra mente, en la medida que nos separa peligrosamente del entorno físico y natural, incluso de nuestro propio cuerpo; no obstante demuestra también características similares a las que les hemos reconocido al cerebro y a la mente asociadas al estado de vigilia de la conciencia, en cuanto a que no sólo presentan habilidades o capacidades directamente adaptativas al medio físico, sino también una línea paralela de evolución da habilidades que los han llevado a experimentar un nivel sutil para-físico, y que hemos denominado metafísico, intrasíquico y espiritual, incluso reconociéndolo como externo a la propia mente humana. Esto mismo ocurre con la conciencia-mente cuando sueña. Se entremezclan potentes y novedosos procesadores (facultades propias del subconciente) de realidad, que nos conectan con múltiples planos de realidad y nos abren la posibilidad a impensados desarrollos del ser humano; se entremezclan estos procesadores –digo-- con un procesador intrasíquico imperfectamente interconectado con la conciencia, la mente de vigilia y el plano físico natural, que produce mucho material onírico autoreferente y puramente subjetivo; pero no más que lo hacen el cerebro, el sistema nervioso y la mente despierta cuando mezclan desordenadamente un nivel de realidad físico-natural con su procesador síquico e intrasíquico en vigilia, arrojando estos abigarrados e imperfectos productos que llamamos “la realidad” y --todavía más torpemente-- “la mente”. Una vez más volvemos a constatar que nos hemos instalado en un segmento de la realidad y de nosotros mismos inmensamente limitado y contrahecho, desaprovechando nuestros infinitos potenciales en tantas dimensiones y macro-dimensiones diferentes y asombrosas. ¿Por qué no ahora? ¿Por qué no reconocer que estamos siendo asediados por tantas realidades nuevas y sobrecogedoramente superiores y exaltadoras de la nuestra actual, de manera que ante este potencial nuestro “la realidad” se asemeja a un despojo de realidad más que a una realidad? “Desecho al azar amontonado, el más bello cosmos.”[17]
Asimismo nuestro yo fragmentado y minúsculo; nuestra conciencia  reafirmada por una sociedad globalizada que valida lo que quiere; nuestra mente con casi ningún desarrollo; nuestro cuerpo biológico abandonado a su precaria condición elemental, claman por una oportunidad verdadera de superar sus limitaciones y deficiencias. Ahora sí se acumularon tantas evidencias, señales y conocimientos que mantenerse en una actitud recalcitrante, temerosa, cómoda o simplemente obtusa no se justifica ni se espera. Ahora ser osado y creer en lo increíble es una actitud infinitamente más responsable y sensata, que seguir aferrado a los paradigmas agotados e intrínsecamente incompletos que tienen al mundo humano al borde del colapso en tantos aspectos –económicos, políticos, sociales, bélicos, ideológicos, religiosos, étnicos, sicológicos, morales, de sentido, climáticos, ecológicos, alimentarios, demográficos, energéticos, de salud, de recursos hídricos, tecnológicos, etc.—Lo que aquí proponemos no es un aventura desesperada y fantasiosa, sino una aventura necesaria, justificada y responsable. No cabe duda que poco de todo esto se puede demostrar de acuerdo al método científico. Poco de esto se puede demostrar y hacer comprensible a la mente y al entendimiento común. Lo reconozco: esto es una locura, pero es la mejor locura que puede integrarse positivamente a esta locura sin límites que es la Realidad.



















18. LA INTERDIMENSIONALIDAD DE LA CONCIENCIA



La conciencia que nosotros experimentamos como personal y en vigilia se proyecta por todas las dimensiones de realidad con las que se relaciona, en dos modalidades: una continua y otra discontinua. La modalidad continua de la conciencia se realiza dentro de un nivel o dimensión sutil y continua que contiene Todas las cosas, esto es el espíritu. El Espíritu es como un océano primordial del cual nunca se ha separado ninguna forma de realidad, cualquiera que sea la dimensión o forma que adquiera el ente o la creación. Las formas diferenciadas e individuales –los entes y dimensiones-- proceden de un vórtice creativo-evolutivo del mismo Espíritu y son unas especies de disociaciones transfigurativas del Espíritu.
Este plano fundamental y totalizador de todas las realidades es la raíz misma de la conciencia, como en algún punto y manera particular lo es de cada cosa y ser del Universo. La naturaleza del Espíritu no es comprensible para el ser humano en sí misma; sólo lo es a través de sus proyecciones y efectos.[18] La conciencia humana especialmente posee un vínculo más directo con el Espíritu que cualquier otra cosa o ser de nuestro universo conocido. Así como hay planetas y cuerpos que están más cerca del sol y reciben más intensa y directamente su luz y calor, y otros más alejados, sin embargo todos dependen de su energía, así la conciencia humana se aproxima mucho a su esencia. Si bien dentro de la misma conciencia como cadena o fenómeno total existen planos o niveles, unos más cerca del Espíritu en sí, y otros más diferenciados, particularizados o lejanos.
Sin embargo la conciencia es como una larga cadena formada por innumerables eslabones --al igual que todas las cosas se configuran así respecto del espíritu--, a partir de cada uno de los cuales surgen rayos de proyección en una dimensión específica o nivel de realidad. De esta manera, se podría decir que la conciencia se constituye por una degradación recta y lineal a partir del Espíritu, pero también por sucesivas capas que “cortan”  transversalmente la cadena del espíritu hacia el infinito. Nuestro conocimiento actual es tan pobre que apenas diferenciamos entre una conciencia de vigilia –el segundo plano más tosco de la conciencia humana, pues el primero y más elemental es el plano de la conciencia biológica, cuya unidad básica es la célula[19]--; luego reconocemos un plano sub-conciente –asociado principalmente a la experiencia del sueño--; y finalmente –reconocido sólo por algunos--, una especie de “más allá” de la misma conciencia que sería el inconciente, adonde –de existir, dicen--nadie puede acceder.
La filosofía perenne sí ha reconocido estos planos y forma de representar lo que nosotros llamamos conciencia con diferentes nombres y representaciones más o menos similares –en general llamándolos cuerpos--.[20] Consideramos actualmente más una desviación severa la representación que se hace de la naturaleza humana y síquica por enumeración de niveles diferenciados con sus respectivos nombres, estructura, características y funciones, que un aporte al conocimiento humano sobre este fenómeno y realidad. Tal separación y estructura existe sólo para la razón, y es el análisis racional –al que ceden con más frecuencia de lo debido hasta lo más iluminados de sus expositores— el que adecúa la realidad a sus procedimientos y estructuras propias, deformándola significativamente. Considero que ha llegado para la humanidad la hora de experimentar la conciencia y la mente, más que describirla – incluso sólo de oídas--.
Cuando se experimenta la conciencia con la metaconciencia intencionada y sostenida se produce el primer gran salto transfigurador y liberador de los límites naturales de la conciencia de vigilia y natural dentro de los que se encuentran a diario y encarcelados los seres humanos.[21] Cuando se ha logrado esta primera transfiguración de la conciencia, las categorías de la razón asociadas a la conciencia de vigilia también se transfiguran y dan paso a una racionalidad humilde, silenciosa e intuitiva, la que ocasionalmente traza diseños y notas simples para tratar de registrar lo que contempla con su nuevo ojo iluminado y maravillado.
Una de las primeras cosas que esta conciencia-razón descubre es que las realidades no se subdividen en planos, sino que se parecen más a un despliegue multiangular, y que, dependiendo desde donde se las observe, surge la definición y configuración que adquieren, siendo esa una sola entre infinitas perspectivas y dimensiones que pueden realizarse. Más aun, que es nuestra limitación de habilidad de conciencia específica en este plano o nivel la que nos condiciona a experimentar las cosas desde nuestro personal y subjetivo ángulo de percepción y experiencia, cuando en realidad todas las cosas acontecen simultáneamente desde todos los ángulos de percepción posibles-reales. Tan paradójico e incomprensible resulta esto a la mente natural y a nuestra lógica que podríamos representarlo más concretamente de la siguiente manera: cuando vemos una mesa, y entonces decimos con este lenguaje tan imperfecto que poseemos: “Aquí hay una mesa”, en realidad lo que hay es una mesa que está en estado de totalidad con todas las cosas reales y posibles, es decir, primero que todo, una especie de Todas-las-cosas-mesa, y no primero una mesa, y alrededor de ella todas las cosas que yo puedo percibir alrededor de la mesa, sobre la mesa y en relación con o respecto de la mesa. Es sólo la conciencia humana interrumpida de su dimensión continuum, es decir, en el nivel intelectivo, la que percibe las cosas de esta manera tan angulada, particular y subjetiva. Nosotros hemos adecuado a la fuerza todas nuestras capacidades cognitivas para que coincidan con esta percepción que ni siquiera puede llamarse propiamente natural, ya que –como bien lo ha hecho notar constantemente el budismo zen--, nuestros sentidos no son los que separan las cosas entre sí, sino nuestro modo intelectivo  de procesamiento de conciencia.
La misión nuestra, como especie humana, encomendada por el Espíritu a través de las eras, es avanzar en Su propio avatar evolutivo, primeramente logrando reunificar todos los eslabones o niveles constitutivos de nuestra conciencia, a fin de terminar con la discontinuidad del espíritu en cualquiera de sus prolongaciones. Una vez alcanzada la reunificación total con el estado originario del Espíritu se nos hará presente la activación de nuestro propio vórtice creativo-evolutivo, cuyas características específicas todavía  no están disponibles para nuestra inteligencia. Esto no tiene casi sentido para ningún humano que lo lea o se entere de ello, pues sólo será comprensible cuando esté dentro del carácter específico de la super-humanidad que se avecina.
Por ahora los seres humanos ni siquiera han entrado en una relación continua de su conciencia de vigilia con su subconciente en ninguna de sus áreas de contacto –por ejemplo, sueño, emoción, memoria, sentidos, inteligencia, imaginación, creatividad, etc.--. Para que ello pudiese acontecer, nuestro yo debería amplificar su identidad mucho más allá de lo que hemos visto que representan actualmente para el humano común sus propios caracteres, estados mentales y extramentales, así como reunificarse con su propia conciencia un grado más profundo de lo que acontece actualmente. En este estadio y condición actual del ser humano, modificar su estado de conciencia natural le resulta tan ajeno, inquietante y sospechoso, que teme y supone que esos estados son conducentes a la locura. De algún modo eso no es tan inexacto, pues toda transmutación mental requiere de una desestructuración de los caracteres y patrones establecidos para el comportamiento síquico “normal” convencional, social y natural incluso. Siempre han sido consideradas borderlein o derechamente sicóticas las personas que viven muy intensa y honestamente la espiritualidad. Si se quiere ser un ser espiritual honesto y consecuente se debe enloquecer en alguna medida, por eso tanta gente que se dice espiritual, religiosa o cree serlo, no lo es, pues le teme al salto desestructurador y transfigurador de la conciencia y de la mente. El apego a quien se es, es tan básico, tan innato, tan profundo y animal, que la mente pone todos los obstáculos que estén a su alcance para evitar el “suicidio” del yo y de la conciencia y de la mente que se es, y finalmente, del sentido de todas las cosas que se poseen, y que se dejarán inevitablemente de poseer.
Es la tarea a la que deben abocarse las próximas generaciones de iniciados. “Muchos los llamados, pocos los elegidos.” Jesús no excluía a través de clases, sólo señalaba  oportunidades, tiempos, acondicionamientos. Lamentablemente muchos humanos querrán con todas sus fuerzas mentales avanzar en este proceso, pero las condiciones para ello son extraordinarias, sobrehumanas, conforme a la evolución natural en el espíritu divino. Aun así es mejor querer que no querer, porque todo esfuerzo y toda energía, aunque sólo sea mental natural, se conserva a través del tiempo. Es la respuesta sin paradoja de la carrera de Aquiles y la tortuga: ninguno es el ganador, ninguno el perdedor, porque ambos llegan a la meta.


19.  EL SUFRIMIENTO: LLAMADO DE PROFUNDIIS 


La especie humana sufre. Sabemos que la especie humana se define en este estadio evolutivo desde el sufrimiento. El sufrimiento asume las formas más variadas y hasta encubiertas, pero se asocia a todo el fenómeno humano. El sufrimiento toma formas encubiertas como la rabia, el odio, la envidia, los celos, el egoísmo, la laboriosidad, pero también el amor, la paz, la alegría y hasta la espiritualidad. Nadie está exento de sufrimiento. El sufrimiento en esencia –desde una perspectiva evolutiva—representa un estado de conciencia de profunda insatisfacción. El dolor y el sufrimiento nos parecieran demandar desde su raíz misma que “algo no está bien”; que “algo debe cambiar respecto de nosotros”. Si se nos muere el esposo o alguien que amamos, sufrimos porque quisiéramos cambiar el hecho de que haya muerto. Aquí, ese “algo no está bien” puede ser la muerte misma del ser amado, pero también cómo murió, o que no pudimos despedirnos si murió en un accidente, o que nos deja desprotegidos sicológica o materialmente, o que nos deja con la crianza de los hijos, o que nos traspasa sus deudas, o que no nos besará ni acariciará nunca más, o sus recuerdos, o sus pertenencias personales, o los lugares que frecuentábamos juntos, etc., etc., etc. Sin embargo, cuando los esposos están vivos, lo mismo que los seres amados, igualmente se hacen sufrir mutuamente y sufren por causa del otro de innumerables maneras. Ese “algo no está bien” del otro, de su comportamiento, de su manera de ser, de su manera de hablar, de reír, de comer, de sus amigos, de su madre o padre, de sonarse, de tratarte, etc., es lo cotidiano incluso en el amor. Ese “algo no está bien” y “algo debe cambiar respecto de nosotros” se encubre como disgusto, malestar, enojo, indiferencia, comprensión, paciencia, lástima, etc. Todas estas emociones y cualquiera otra encubren nuestro dolor, mayor o menor, pero igualmente dolor. Lo contrario del dolor y del sufrimiento es la aceptación; y el reconocimiento del hecho, o lo que fuere, sin resistirse al mismo; y el desapego del deseo que no se cumple o no puede cumplirse; y el juego y la risa unidas al optimismo, la aceptación y la creación de una nueva realidad siempre más y más constructiva. El sufrimiento debe transitar primero a través de la aceptación del evento que lo origina, hacia la transmutación progresiva de esa realidad dolorosa, de manera constructiva y creativa, lo cual acabará transfigurando la causa del dolor mismo, lo mismo que, en otra dimensión, facilitando la evolución de la realidad en conjunto.  Sin embargo, aun detrás de aquellas actitudes positivas, emociones y estados de conciencia puede sostenerse encubiertamente el sufrimiento. El sufrimiento es como un mancha que puede desteñirse tanto que parece ya no existir, pero igualmente seguir ahí. Entonces, más que eliminarlo, lo sabio es saber integrarlo evolutivamente. De ello hablaremos en la segunda parte.
Jesús el Cristo y el Buda Gautama centraron su mensaje, su acción y su enseñanza en el sufrimiento humano; y como corolario, en la superación última del sufrimiento humano. El humano contemporáneo ha creído encontrar su propia forma y medio de superar el sufrimiento connatural a nuestra naturaleza desafiada por esta esencia insatisfecha: el bienestar material y corporal; es decir, emocionalmente con el placer. Contraponer el placer al dolor, como una forma de superación del dolor humano, es otro espejismo más de la precaria introyección de la conciencia despierta hacia la interioridad de sí misma.
Un contenido connatural y absoluto de la conciencia humana, en cualquiera de sus niveles y manifestaciones, es la necesidad de sentido. La conciencia siempre busca sentido, necesita sentido, otorga sentido, descubre sentido. El sentido es un rasgo humano que nos conecta con la trascendencia y la espiritualidad, es decir, como conector con otras macro-dimensiones de realidad. La realidad material como la viven los animales y como la reconocemos en nuestros propios impulsos instintivos y ancestrales no promueve ni necesita la dotación de sentido, pues el sentido ya está dado, es autoevidente, inmediato y único: realizar los impulsos sicobiológicos para la conservación del individuo y de la especie. A la naturaleza biológica no le viene nada bien, no le conviene que, si estamos subnutridos, la única banana que tenemos la hagamos estallar contra una muralla, o la transformemos en un ídolo intocable, si eso nos hace sentido.
He aquí pues la primera distinción que debiéramos hacer los seres humanos, y que por cierto rara vez realizamos o reconocemos: ¿cuál es el sentido en la naturaleza de cada uno de mis sufrimientos? ¿Estoy sufriendo porque no puedo comer, o tengo frío, o me golpean con frecuencia? ¿O estoy sufriendo porque los seres humanos no saben respetarse?, ¿o bien, porque estoy gordo y feo?, ¿o bien, porque se me rompió el recuerdo que tanto amo?, ¿o bien, porque no puedo comprar ese vestido tan bonito? Siempre debiéramos tomar una actitud conciente de respuesta hacia nuestro propio sufrimiento.
Nuestros sufrimientos son tantos, tan variados, tan encubiertos, tan asociativos, tan complejos y complicados que debiéramos revisar nuestros mecanismos emocionales, nuestros esquemas cognitivos asociados al sufrimiento, nuestra personalidad y carácter asociados al sufrimiento, nuestros recuerdos, nuestras ideas, nuestras maneras de pensar, nuestros sueños, nuestro subconciente, todo, absolutamente todos los componentes de nuestra vida mental. Y es que el sufrimiento, aunque su raíz tiene una función adaptativa propuesta por la naturaleza sicobiológica, ha desarrollado una proyección asombrosa y –puesto que no se le ha dado la debida atención—desordenada y casi caótica en toda nuestra vida mental, y, por ende, en su proyección corporal, social y externa.
Lo que importa en este proceso de hacerse concientes de nuestros sufrimientos es de dónde, desde qué estado de insatisfacción, desde qué niveles y supuestos y principios nuestros estamos sufriendo. Primero que todo, rara vez cuestionamos o reconocemos de inmediato que no debiéramos estar sufriendo por lo que estamos sufriendo. El sufrimiento es una opción emocional de respuesta a un evento físico o mental, como podría serlo cualquier otra respuesta emocional, pero respondemos y reproducimos la misma respuesta una y otra vez, conciente e inconcientemente, en lugar de optar por otra respuesta emocional. Rara vez el sufrimiento no contiene un poderoso componente de autojustificación. Parece como si su sola naturaleza e intensidad lo justificaran por sí mismo. Si me roban, si me hieren, si veo una injusticia, si me mienten, si me traicionan, si me retan, si no me aceptan o quieren, etc., etc., etc., nadie sufriente dudaría en juzgarse ante todo a sí mismo, o menos frecuentemente a otro que sufre, como injustificado, o equivocado, o naturalmente mal dispuesto. Es tan natural sufrir que lo aceptamos sin mayor cuestionamiento. Sin embargo, cuando vemos sufrir a otro la cosa comienza a cambiar. Nos cuesta empatizar muchas veces con el sufrimiento ajeno. Lo cuestionamos con facilidad, aunque hay muchas circunstancias, como en catástrofes naturales, en epidemias, en matanzas o asesinatos, en pobreza extrema --la mayoría de las cuales tiene que ver justamente con el plano más básico de la supervivencia, y que por lo mismo se debe probablemente a nuestro comportamiento e identidad de especie--, en que nos comportamos empáticamente con los que sufren, quizás en una proyección inconciente y animal de autoproyección y de colectividad de especie. Sin embargo, cuando el sufrimiento se origina más en la connotación subjetiva, síquica e interpretativa del otro individuo, tendemos a desensibilizarnos, cuestionar la justificación de su sufrimiento, e incluso a rechazarlo. Eso solo es un tema que requiere de nuestra especial atención.[22] Si dirigiéramos esa sola tendencia al cuestionamiento del sufrimiento hacia nosotros mismos, en vez de realizarla en los demás, ya habríamos avanzado mucho en nuestra evolución y superación del sufrimiento. Lamentablemente el sufrimiento ha copado tanto nuestra mente y todos nuestros niveles de conciencia sin mayor discriminación ni sentido, que se ha convertido en una especie de ilusorio y caótico teatro de sombras dentro del cual existimos y experimentamos la realidad y a nosotros mismos. Si a eso le agregamos el juego encubierto de nuestras emociones en general –como ya vimos en los cap. 4 y 5--; el condicionamiento egoico del yo –ver cap. 15--; la condición menoscabada y adulterada de la memoria –cap.13 y 14--; la incompletud de la conciencia de vigilia y la ruptura y disociación con nuestra identidad subconciente e inconciente; el encuadre minimalista de la razón y del pensamiento –ver cap. 18—, y la mente en conjunto como un universo cerrado y suficiente para la ingenuidad humana, entonces el panorama de nuestra realidad y condición actual como especie y como individuos es casi desastroso, deprimente y paupérrimo. A mayor abundamiento, si creemos estúpidamente que la realidad que conocemos y experimentamos natural, personal y socialmente es justo lo contrario: espectacular, satisfactoria, conocida, nuestra, verdadera y única… Como se ve, nuestros conocimientos y nuestras facultades cognitivas –la gran ciencia humana-- hasta ahora nos han servido de bien poco, y mucho incluso de grandes engañadores.
Si siguiéramos el hilo de Ariadna en este laberinto de sombras y formas exquisitamente ilusorias, reconociendo que sí hay un primer y positivo proceso discriminatorio, cognitivo y transfigurador de nuestro propio esquema de realidad –el que ahora estamos siguiendo--. Si aceptamos autobservarnos desde otro contenido y estado de conciencia; si aguzamos nuestra inteligencia e intuición para tratar de escuchar más adentro –como si realmente hubiese un más adentro de nosotros y de la realidad misma--, tal vez sí escucharemos algo sorprendente e irresistible; algo supremamente maravilloso. Entonces estaremos en condiciones de realizar una primera revisión integral, renovadora y acuciosa de todas nuestras dimensiones personales y de la realidad misma. Si lo logramos y no decaemos durante el larguísimo y agotador proceso de autodescubrimiento y conocimiento de sí mismo; si algún maestro sabio –desde cualquier dimensión-- nos guía de cerca; si llegamos a desarmar finalmente este artefacto deforme que es nuestra mente y logramos recrearlo y rearmarlo en sintonía con todas las realidades ilimitadas y posibles, entonces estaremos recién en condición de comenzar vida tras vida la Gran Aventura de la Trascendencia.
El sufrimiento, decíamos, juega un papel importantísimo en este proceso axial de la condición y evolución humana. El sufrimiento se ha convertido en el maestro principal de este proceso delimitado y encuadrado por la Naturaleza, pero sobre todo de raíz y repercusiones inconcientes de sensibilización de la conciencia humana. El efecto evolutivo del sufrimiento en lo positivo y en lo negativo para el desenvolvimiento del ser humano en lo cotidiano y en su mente natural es siempre eficaz. No importa tanto si nos relacionamos bien o mal con el sufrimiento. La naturaleza sólo necesita que suframos, y ya con eso alcanza sus fines programáticos y particulares. Es nuestra responsabilidad y misión superiores –haciéndonos partícipes del Espíritu trascendente—superar la condición natural del sufrimiento; superar el estadio evolutivo del sufrir para sufrir, o de sufrir para avanzar limitadamente en el desarrollo y poder de la conciencia.
Así también hay sufrimientos inferiores y sufrimientos superiores en esta escalada hacia la superación del sufrimiento, hacia el acceso al ser verdadero y la trascendencia hacia el espíritu. En un extremo inferior se encuentra el sufrimiento que causamos intencionalmente a otros seres humanos y a otros seres vivos. Es decir, el sufrimiento tan primitivo que lo proyectamos en la reproducción y realización en los demás, tratando inconcientemente de alejarlo de nosotros mismos. En este sufrimiento es sobre todo nuestra conciencia profunda la que sufre; los niveles más profundos de nuestra mente, en los que todavía existe una conciencia natural y “divina” en su estatus óntico –nuestro Macbeth interior--. Estas personas se encuentran en la escala evolutiva más baja y deforme. Aquí están los crueles, los sádicos, sicópatas asesinos, violadores, los castigadores, agresivos, abusivos, ladrones, estafadores, injustos, indiferentes, manipuladores, esclavizadores, codiciosos, torturadores, etc., etc., etc. Una demasiado larga lista de miserables fenómenos humanos que llenan nuestros titulares periodísticos, pero sobre todo el día a día anónimo de muchísimos seres humanos víctimas. Nosotros mismos, ¿cuántas veces no nos dejamos llevar por estos impulsos primitivos y desviados? Aunque haya un alma que sufre en cada uno de estos humanos que hace sufrir, no sufre de la misma manera y con la misma calidad del que es víctima del victimario. Lamentablemente el sufrimiento que se padece por obra de otro es siempre un desafío a la conciencia superior del ser humano y se transforma en el primer paso hacia la evolución de la conciencia natural. De alguna manera cuando se nos hace sufrir, se nos sensibiliza la conciencia evolutivamente. Dicho de otra manera, avanzamos cada vez que sufrimos, aunque no sea la mejor manera de avanzar y evolucionar. Avanzamos a un nivel tan profundo que en lo próximo de la conciencia este sufrimiento concienciador se experimenta y se materializa siempre como un perjuicio y no como un beneficio. “Bienaventurados los que sufren, porque de ellos será el Reino de los Cielos”.
Nosotros sufrimos no sólo porque nos hacen sufrir, sino mucho porque reaccionamos de esta manera a innumerables cosas. En estas formas de sufrimiento hay unos que procesamos concientemente, pero que por diferentes razones no logramos hacerlos transitar hacia un estado de integración constructiva de los mismos. Así por ejemplo, cuando cometemos un error, nos hacemos concientes de él, pero nuestro sentido de culpa puede deprimirnos e insegurizarnos. Esto puede incluso pasar a formar parte de nuestro carácter o de un esquema de comportamiento inconciente que proyectamos en situaciones a las que nuestro conciente, o subconciente, o incluso inconciente, asocia involuntariamente nuestra respuesta de sufrimiento. El sufrimiento está instalado subrepticia y parasitariamente en todas nuestras facultades mentales. Hay sufrimientos en múltiples emociones que afloran natural y espontáneamente y frente a situaciones que no parecieran implicarlos. Hay sufrimiento en la contemplación de la persona que amamos, si asociamos que ella quizás no nos quiere o no le gustamos tanto como ella a nosotros; si pensamos que puede estar siéndonos infiel, o que puede o que va a llegar a serlo; si pensamos que a pesar de estar juntos nos tenemos que separar en un rato más, o quizás para siempre, etc., etc., etc. La razón y el pensamiento nos llevan a cuestionarnos, analizar, suponer, interpretar, evaluar, criticar, separar, sospechar, fragmentarnos, etc., lo cual acarrea con facilidad emociones, intuiciones, sentimientos y un estado de conciencia que responden a estos pensamientos con sufrimiento. Así, si pensamos en el futuro de la humanidad, un panorama racionalmente riesgoso o problemático o destructivo nos llevará con facilidad a responder con un estado emocional de sufrimiento o con alguna emoción subsidiaria del sufrimiento, como por ejemplo el miedo, que permanecerá asociado a esos pensamientos, premisas y constataciones lógicas y empíricas. La razón, que lo cuestiona todo, nos mantiene como cultura global en una suerte de escepticismo inconciente que nos debilita como especie y nos impone un profundo estado de insatisfacción y sufrimiento. La memoria nos hace recordar con facilidad también el sufrimiento. Los sueños, como actividad del subconciente, revelan con frecuencia nuestros contenidos de sufrimiento síquico que mantenemos en nuestros niveles subconciente e inconciente. Por otra parte, nuestro yo, con su tendencia a autosatisfacerse y realizar la realidad desde su perspectiva, se encuentra en un permanente estado de incompletud, de insatisfacción, de contrastación y, por tanto, de sufrimiento, ya que generalmente el mundo se resiste de diferentes maneras a nuestro ego.
Decíamos más atrás que la humanidad globalizada ha contrarrestado con el placer  su tendencia a experimentar un sufrimiento generalizado, el que muchas veces toma incluso el sentido de sufrimiento existencial, total, subyacente a todo, como reconocimiento desde la conciencia de que estamos incompletos, de que la existencia por todos los flancos nos propone un estado de cosas que no podemos integrar ni resolver satisfactoriamente. Es probable que de una u otra manera esto se encuentre efectivamente con mayor  o menor intensidad en todos los seres humanos. Afortunadamente recordemos que la naturaleza nos dotó dialécticamente con capacidades de confrontación a cada condición y estado, de manera que esta necesidad e impulso contrario nos ha llevado también a contradecir esta naturaleza nuestra asociada al sufrimiento. Así, este instinto de placer, esta libido –como la llamaba Freud—y que reconocía también como contrapuesta al instinto de destrucción –thanatos--, el que nosotros interpretamos más amplia y profundamente como sufrimiento, es una respuesta nuevamente desde el instinto basal, elemental y natural que nos aportó la evolución natural animal, pero que evidentemente si la recibimos y la aplicamos a toda nuestra complejidad y naturaleza metafísica y espiritual que subyace también  a todo nuestro sistema síquico, se manifiesta extremadamente limitada e insuficiente.
La sociedad globalizada ha desarrollado impremeditadamente una relación integradora del comportamiento humano, una dotación de sentido respecto de la realidad misma que enfrenta día a día, y al individuo, enfocada en el placer.  La satisfacción de resolver y de dar por supuesto que estará indefinidamente resuelto el desafío de la subsistencia en la medida que se viva en sociedad; es decir, la necesidad básica de adaptación al medio natural ya resuelta, ha dejado libre esta posibilidad de responder con una emoción que excede a la satisfacción inmediata, e intensifica esta satisfacción con ayuda del placer, diversificándolo sin límites. El placer ha aparecido como una respuesta espontánea, subconciente y aparentemente tan ominiabarcante como el sufrimiento, incluso anulándolo. Los placeres físicos y sicológicos como comer, hacer deporte, el sexo, los viajes, la belleza corporal y natural, el placer de todos los sentidos, el lujo, la sofisticación de bienes que causan placer, como los tragos y el alcohol, las drogas, el tabaco, los automóviles --de lujo en lo posible--, el éxito material, económico y social, el reconocimiento de la mayor cantidad de personas posible, los medios de comunicación social masivos o personales, la tecnología en conjunto al servicio del placer, etc., etc., etc., han acabado sobredimensionando al receptor de conciencia de este placer tan generalizado: el ego. Tanto placer ha exaltado el ego. El ego se sostiene como proyección de una conciencia que ha sobresaltado el placer de sí misma. Tras el ego hay una conciencia, un subconciente y un inconciente que han privilegiado el placer como estado de identidad personal, postergando todo otro atributo emocional y síquico que lo contradiga o no lo aliente. El ego y el placer no se llevan bien con la autocrítica, la crítica ajena, el maltrato del tipo que sea, el esfuerzo intelectual –no así el esfuerzo físico, pues facilita, por ejemplo, la producción de las hormonas endorfina, dopamina, noradrenalina y serotonina, que intensifican el placer--, la espiritualidad, el pensamiento reflexivo y abstracto, la soledad, la serenidad, etc. Si bien, aun en todos estos casos, bien puede el ego desarrollar una proyección de autosatisfacción y de placer amplificador del ego incluso encubierto a la conciencia o a la intención.  No es raro que filósofos, intelectuales en general, sacerdotes, mecenas, colaboradores sociales, políticos, religiosos, maestros o simples personas que se sienten espirituales, realicen estas funciones aparentemente disociadas o contrarias al placer personal, precisamente desde una relación sutil con el placer personal y la autosatisafcción y autoengrandecimiento placentero y egocéntrico. El placer llevado a estos extremos autoengrandecedores, y a pesar de su aparente éxito en liberarnos de toda forma de sufrimiento, incluso a pesar del reconocimiento social y colectivo en una forma de vida validada mundialmente, no puede engañar a nuestra conciencia profunda, a nuestro programa evolutivo inserto en nuestro inconciente y desde allí, con mayor o menor actualización, hacia nuestra conciencia de vigilia y, desde ella también permeando nuestra mente completa. La conciencia profunda contraataca con el sentimiento arrasador de la vaciedad e insuficiencia del placer, con la exigencia integral de sentido, y desde éste, atravesando con su dolorosa verdad hasta los más exaltadores y satisfactorios placeres. No es raro encontrar personas que parecieran tenerlo “todo”, pero se suicidan, o se deprimen, o se sienten intranquilas, insatisfechas, o desarrollan comportamientos extremos, injustificados e incomprensibles que los conflictúan. La coherencia de la conciencia, en definitiva, acaba o acabará inevitablemente por naturaleza al placer que ha excedido sus límites y modos.
No se trata de que demonicemos el placer como cosa mala en sí. Muy por el contario. El placer es un sustrato connatural a la vida síquica y biológica. Lo mismo que todas las emociones, manifiesta una proyección básica, asociada a la adaptación y a la subsistencia; al impulso superador de los obstáculos y al reconocimiento satisfactorio de su consecuencia; a la proyección positiva hacia la realidad. El placer en su justa medida mantiene al organismo biológico y al aparato síquico en un estado de equilibrio y positiva y necesaria energización. No obstante, cuando este impulso inicial de placer se va transformando positiva e integradoramente en su relación con todos los niveles intrasíquicos; con la dotación de sentido de la conciencia hacia la realidad en su totalidad; con la integración armónica en general de toda la realidad –incluido el sufrimiento en todas sus formas--, es decir, con la espiritualidad y trascendencia integradoras, conduce naturalmente también a la superación del placer natural y básico, por el sentimiento espiritual, superior y supremo, que denominamos felicidad. La felicidad es el supremo estado emocional y de conciencia que unifica todas las capacidades espirituales y sico-biológicas del ser humano, así como su integración armónica a todas las realidades posibles.

















20. EL ENCUADRE MINIMALISTA DE LA RAZÓN


La razón no es una facultad exclusiva de los seres humanos. Los animales todos realizan procesos lógicos para resolver intencionalmente los desafíos del medio natural. La razón puede y debe ser una herramienta práctica para la vida natural y adaptativa al entorno. La razón del homo sapiens también presentó desde sus inicios una habilidad teórica y de abstracción que no demuestran ni requieren los animales. Por una parte le permitió maximizar sus relaciones prácticas con el medio ambiente, porque paradojalmente la Naturaleza presenta también una estructura y una fenoménica afines a la lógica y la racionalidad. Heráclito señala lo mismo: “ […] vienen a la existencia todas las cosas conforme al Logos  éste […]”[23]. Hay una continuidad esencial entre la lógica y racionalidad de la naturaleza física, y la lógica y racionalidad humanas.
Más aun, se nos vuelve a aparecer la paradoja del huevo y la gallina en esto de la evolución natural cuando constatamos que el conjunto de habilidades mutadas por el homo sapiens estaban todas ellas coordinadas y eran todas facilitadoras para su desarrollo abstractivo, metafísico y espiritual, al mismo tiempo con una proyección adaptativa más eficaz al desafío del entorno físico natural. Siguiendo este mismo patrón, la aparición o desarrollo explosivo del lenguaje verbal se sincronizó y asoció perfectamente con la aparición y desarrollo de la razón superior del homo sapiens. Sin el lenguaje verbal, y pronto también el lenguaje matemático, el ser humano hubiese limitado su posibilidad de desarrollo de la razón al punto de no poder superar el nivel de racionalidad de un homínido cualquiera. Como contraparte, sin el desarrollo explosivo de la razón, el lenguaje verbal-conceptual no hubiese avanzado más allá de cuanto lo habían logrado sus mismos antepasados evolutivos. Se ve que la mutación del homo sapiens “de un día para otro” -- en cronología de historia natural-- no fue azarosa ni exploratoria, como si probase adaptativamente rasgos eficaces, y desechase los que no lo eran, o no lo eran tanto. Tampoco fue secuencial, pues todas estas facultades aparecieron en su carácter específico y proyectivo al mismo tiempo, coordinándose y dependiendo simultáneamente unas de otras.
Cuando el ser humano logró resolver suficientemente el desgaste de energía y de concentración que implica la vida práctica, el bienestar material y los requerimientos físicos básicos en general –hemos dicho más atrás--, liberó su potencial abstractivo, metafísico y espiritual, hasta entonces postergado por aquellas urgencias elementales. Estos potenciales que no son causalmente genéticos, sino proyecciones de dimensiones de conciencia trascendentales hacia el genoma mismo, comenzaron a ser activados sólo en algunos individuos privilegiados con este progreso material. Esta casta de individuos que fueron heredando el poder material y social a la larga no recibieron sólo a las almas reencarnadas concordantes y merecedoras de este estatus material, es decir la aristocracia de la conciencia. El proceso de selección de los privilegiados para nacer en esta casta se realizó más o menos aleatoriamente respecto de este factor --con la misma lógica de siempre de este estadio de evolución humana--, no apurando el proceso evolutivo ni interviniéndolo predestinadamente, a fin de que los mismos seres humanos actuasen y dispusiesen su orden más o menos libremente. Las pocas conciencias superiores que tuvieron el privilegio y la responsabilidad de encarnar en esta casta aristocrática, fueron marcando la historia del progreso material y socio-cultural humano, el cual representa el medio o escenario evolutivo en reemplazo del entorno natural de las especies inferiores. La masa humana, el pueblo, continuó evolucionando a través del sufrimiento principalmente, y aportando con su servicio material a la evolución de la especie – sobre todo a través de la manutención de la casta de los poderosos--. Esto, que puede parecernos cruel e injusto por parte de una Naturaleza de origen divino y espiritualmente superior, tal vez no satisface nuestra reducida capacidad ética y moral, pero se ajusta al menos a la infinita sabiduría y perfección que hay en el Espíritu y su realización en estas primitivas dimensiones de realidad. A nuestra propia espiritualidad tampoco le asquea esta discriminación material y humana, en la medida que comprendemos que nadie está privado de nada en la posibilidad y necesidad de progresar en esta sobrecogedora transmutación de nuestra macrorrealidad. Los tiempos y oportunidades para su actualización y cumplimiento para cada uno son medidos y justificados con otros patrones que los humanos, los cuales por ahora estamos lejos de experimentar y conocer.
Cuando el ser humano –más precisamente parte de la casta aristocrática-poderosa-- liberó su potencial abstractivo-racional, metafísico y espiritual, de una u otra manera todos los seres humanos se vieron beneficiados, desafiados y también la mayoría superados por este proyecto evolutivo inicial. Las grandes civilizaciones de la Antigüedad –pero también todas las otras, por cierto menos relevantes en número y espectacularidad cultural--: sumerio-babilonios, egipcios, chinos, indo-arios evidencian este proceso que acabamos de describir. La casta materialmente privilegiada y el pueblo mantuvieron por milenios una estructura igual de relación y sentido. Sólo en Grecia, alrededor del siglo VII a.C., se produjo una efusión de la conciencia superior y del espíritu principalmente a través del rápido incremento en el desarrollo de las capacidades cognitivas abstractivas, asociadas por cierto también a un aumento de la riqueza y bienestar físico-material, pero que se plasmó ambientalmente en esta particular masificación “popular” mal llamada “democracia”, pues encubría igualmente un sistema de casta, por una parte entre los poderosos, esta vez los hombres del saber asociados positivamente a los portadores del poder socio-político y económico, y, por otra, la plebe sin estatus político, como las mujeres, los esclavos, los extranjeros (“bárbaros”), los desheredados, etc. Sin embargo, por primera vez el número de personas asociadas al desarrollo abstractivo de las facultades humanas fue suficientemente alto para formar una masa crítica que excedió los parámetros evolutivos más o menos azarosos de la historia natural humana y permitió paradigmáticamente al ser humano proponer y establecer hacia la modernidad nuestra un proyecto evolutivo humano intencionado y más o menos conciente.
Este paradigma en nuestra época se ha venido a plasmar y representar especialmente en el ícono que hemos denominado “ciencia y tecnología”, pero su historia tiene que ver con los orígenes del pensamiento abstractivo que estamos describiendo. Cuando en Grecia antigua los sabios se abrieron al potencial de las facultades abstractivas, especialmente a la razón y su asociación constructiva con todas las demás capacidades cognitivas y para-cognitivas del ser humano (emoción, percepción sensorial, memoria, intuición, voluntad, yo, espiritualidad, niveles de conciencia, etc.) lo hicieron con cierta apertura y disponibilidad menos sesgadas que sus antecesores de otras culturas. Tampoco se hizo reunir allí sólo a las almas más selectas de la humanidad y de otras dimensiones de realidad; sólo se dio un suficiente “golpe de timón” para facilitar un nuevo proceso evolutivo ya maduro, aportando más que nada almas con desarrollo de conciencia abstractivas generales, pero igualmente básicas. Estos sabios eran sobre todo hombres “inteligentes” que, aunque indagaron masivamente en múltiples áreas de la abstracción (filosofía, ciencias naturales, matemáticas, cosmología, religión y mitología, artes, literatura, pensamiento político, ética, metafísica, esoterismo, magia, espiritualidad, historia, etc.), acabaron mayoritariamente reducidos al pensamiento concreto, práctico o lógico-especulativo, mediados por estructuras y patrones lógico-convencionales de validación de la realidad, si bien unido progresiva y particularmente con la asociación “probatoria” de la experiencia de los sentidos.
Es necesario reconocer que la historia humana moderna también se vio estimulada y logró avances evolutivos en la otra dimensión de la abstracción: la espiritual-emocional-racional. Ya en Grecia misma, hombres insignes como Heráclito, Parménides, Sócrates, Platón y Aristóteles sustentaron una línea de espiritualidad lógica y metafísica que marcó un curso ancho para la experiencia metafísico-espiritual del humano aristocrático antiguo, pero que se debilitó con la entrada al escenario social en Occidente de la propuesta revolucionaria y realmente popular de Jesús de Nazaret. Fue tan alto el valor evolutivo de la propuesta espiritual-emocional-racional de este iluminado y enviado; tan accesible y exaltadora de la masa humana no evolucionada en la conciencia superior; tan simple y básica, pero al mismo tiempo tan marcadoramente resolutiva de los grandes sufrimientos colectivos acumulados progresivamente por generaciones y estructuras socio-ambientales, y vidas tras vidas, que incluso las almas más evolucionadas en la conciencia abstractiva –aunque ello significaba un retroceso en el desarrollo inmediato del potencial amplio de la conciencia abstractiva--  se pusieron generosamente al servicio de esta doctrina para los “simples”, para “los pobres de espíritu”, e hicieron por alrededor de 1500 años teología, o filosofía doctrinal cristiana.[24]
En Oriente, por su parte, la situación fue parcialmente diferente. Aproximadamente hasta el siglo VI a.C. se mantuvo severamente el mismo esquema evolutivo de castas que en Occidente. Sin embargo, en paralelo con la efusión de espíritu abstractivo en la Grecia occidental, en India se prefirió privilegiar el espíritu-emotivo-intuitivo con una sensibilización de esta dimensión de la conciencia-mente humana a través del advenimiento del iluminado y enviado Gautama Buda. Su misión, evolutivamente más exitosa, pero menos desafiante que la crística, representa un ajustado complemento del tipo de espiritualidad inmanentista de Jesús, frente a la espiritualidad trascendentalista de Buda. Las almas humanas han vivido su aprendizaje evolutivo superior reencarnando alternativamente estos últimos 2500 años entre las dos escuelas espirituales evolutivas mundiales[25], cuya oportunidad histórico-evolutiva de la síntesis está a punto de experimentar actualmente la humanidad.
Decíamos que la propuesta de Jesús ha sido más desafiante y riesgosa, pues, por una parte se enfrentó al paradigma de conciencia abstractivo-sensorial de origen griego, que predominaba en Occidente durante el ministerio del nazareno, y que finalmente ha ganado mayoritariamente en la actualidad a la especie humana globalizada. Ya en tiempos de Jesús el paradigma helenístico, heredero de la gran tradición abstractiva griega clásica, había girado mayoritariamente hacia el materialismo, el pragmatismo y el placer como respuesta al sufrimiento evolutivo de la especie. Los hombres de poder y saber –quienes sustentaban el escenario cultural evolutivo-- eran o bien escépticos, o enciclopedistas eruditos, o retóricos, o todo ello junto. Es digno de notar que incluso en Israel, los miembros del Sanedrín –representantes de los hombres del saber y del poder del pueblo israelita— quienes juzgaron y decretaron la muerte de Jesús (del paradigma espiritual de Jesús) también eran escépticos encubiertos[26], eruditos y retóricos, del mismo modo que los jueces atenienses que habían juzgado y dado muerte a Sócrates. Los Romanos, por su parte --ese puente histórico-evolutivo entre la Antigüedad y la Modernidad--, se debatieron entre uno y otro modelo de conciencia, acogiéndolos desordenadamente y sin verdadera capacidad de síntesis. Roma no estaba preparada, ni ninguna ciudad del mundo de entonces, para sintetizar evolutivamente todas las formas de conciencia de que disponía entonces la humanidad y la sociedad humana.
Así ocurrió también con los individuos particulares, quienes se han visto determinados en todas las épocas a reproducir el modelo social exitoso predominante, postergando incluso sus propias características y necesidades intrasíquicas y de conciencia profunda. A partir del Renacimiento, después del intento medieval frustrado de masificar el evolucionado modelo de conciencia cristiano, o de siquiera asumirlo consecuentemente por el clero o por los simples creyentes, Occidente volvió al paradigma abstractivo-empírico de los Griegos clásicos, esta vez privilegiando soberanamente a la razón como extensión operativa por excelencia de la conciencia, e identificando conciencia con razón, como lo hace en el siglo XVII Descartes, y apoyando el trabajo cognitivo de la razón con los sentidos y su aplicación técnica a la manipulación de la realidad físico-material. Desde entonces hasta ahora había ido en una cierta retirada el modelo social espiritualista-emocional-metafísico, aparte por cierto del mismo proceso regresivo también de las religiones cristianas, y que ya se había diversificado grandemente en el Renacimiento mismo (sectas esotéricas, doctrinas teosóficas, mágicas, gnósticas, heréticas, espíritas, orientalistas, etc.), pero que pasó a ser más bien un reducto restringido y selectivo dentro de las comunidades sociales.
La razón práctica, pues, asociada a los sentidos, ganó el poder social por sobre todas las demás capacidades de activación de la conciencia, a pesar de que el otro modelo abstractivo-emotivo-espiritualista no ha dejado nunca de tener un fuerte respaldo y reconocimiento social, especialmente en las capas menos formalmente educadas de las comunidades. Sin embargo, incluso estos mismos sectores de la sociedad han desarrollado un comportamiento mental social con una preponderante perspectiva racionalista, aceptando parámetros de relación social no espiritualistas, sino ante todo racionales-pragmáticos, o bien predominantemente emotivistas –en otra línea que tiende al involucionismo animal, más que al emotivismo de índole espiritual y superior--. En estos sectores abundan las explicaciones supersticiosas, conjeturales, teístas, mágicas, irracionales, maravillosas y hasta espiritualistas de las cosas que acontecen en sus vidas y en la realidad, junto con abigarradas explicaciones lógicas, seudocientíficas, parcialmente científicas, empíricas, analíticas y reflexivas. Sin embargo, en los últimos cincuenta años, esta tendencia se ha ido extendiendo también a los segmentos sociales con educación formal y superior. La razón y la experiencia sensorial, lo mismo que el paradigma hedonista, incluso todo el saber y progreso modernos asociados a estas facultades, lejos de provocar una desactivación, desinterés e invalidación del paradigma abstractivo-emotivo-espiritual, están llevando a más y más gente ya a un intento de reintegración de ambos niveles de procesamiento de la realidad, ya simplemente a desechar el modelo racional-científico. [27] Todas las formas mentales que han servido parcial o temporalmente a la adaptación al medio o a alguna realización de progreso –léase emotividad, placer, racionalidad, ego, sufrimiento, conciencia de vigilia, etc.—están perdiendo validez a la hora de contrastar y responder a un fuerte instinto espiritual que no ha cedido nunca a través de la historia natural del homo sapiens y que, siempre desde una posición secundaria y casi velada, desde la conciencia profunda, se ha mantenido igualmente activo, estimulante y paciente, esperando su justa y precisa hora de eclosión y convergencia histórico-evolutiva.
Hasta aquí, pues, hemos ido develando un panorama humano complejo, contradictorio, inquietante, pero también rebosante de posibilidades, de virtualidades que ya muestran poseer suficiente consistencia y coherencia como para generar una intuición, una inquietud y expectativa colectiva disponible a importantes cambios para la especie misma.
Hemos vagado y divagado por la historia de la mente humana y por algunos de sus infinitos caminos, gargantas, praderas, precipicios, senderos y laberintos, tratando de bosquejar un nuevo mapa que permita coherentemente transfigurar el mapa humano gastado y escasamente preciso que hasta ahora hemos a veces bien y a veces mal seguido.
Ahora, mi querido lector, te invito ya no a seguir comprensivamente el trazado de un mapa, sino a volar por encima de todas las cosas, si mi espalda es lo suficientemente fuerte para al comienzo cargarte.














SEGUNDA PARTE

EL TOQUE DEL MAESTRO


 “¿Quién pronunció ese nombre
Que me perfuma el alma?
¿Quién ha iluminado mi Silencio?
¿Quién ha hecho florecer el Dolor que me abrasa?
En la caverna oscura de mi alma
¿Quién ha prendido luces?
¿Quién despertó en ella el monstruo del recuerdo
Que gateando por el suelo huye?”

Vicente Huidobro, Versos de un viejo triste






INTRODUCCIÓN


¿Quién es el Espíritu? ¿Quién es el Maestro? ¿Adónde ir? ¿A quién y qué seguir? ¿Qué hacer?
Cuando se nos quiere quitar el aire, el suelo, la morada y el bien. Cuando se nos quiere quitar la mente, la verdad, el conocimiento, Dios y el camino, ¿habrá Algo tan inmenso, tan evidente, tan completo, tan poderoso, tan inmediato que pueda en esos momentos cobijarnos y no exponernos al más terrible abandono y angustia, de la misma manera que nos hemos cobijado suficientemente en esta antigua realidad?
Cuando un extraño ruido que nunca antes habíamos oído se deja escuchar por todas partes; cuando buscamos respuestas en los libros antiguos y sagrados, pero no hacemos sino multiplicar las preguntas; en los templos centenarios que cobijaron a tantas almas humanas, y apenas encontramos un estilo arquitectónico bello, pero lejano. Cuando por todas partes se nos rechaza como si fuésemos extranjeros; se nos rechaza como a pecaminosos insatisfechos, a sospechosos buscadores y amargados críticos, ¿qué hacer?; ¿qué pensar y sentir?; ¿por dónde ir y adónde?
Cuando llorar no soluciona ni libera nada. Cuando una paz sin explicación nos acosa salvajemente desde nuestro propio interior y nos lanza a la existencia como locas ménades. Cuando nada nos detiene aunque ya no tenemos nada. Cuando ya no tenemos nada y sin embargo algo dentro de nosotros nos hace intuir que lo tenemos Todo. ¿Qué?
A todas estas preguntas, e inquietantes dudas, y difusas ansiedades, la respuesta es una sola: El toque del Maestro.

1.                        EL SALTO EVOLUTIVO


Muchos humanos quieren ser mejores, pero con mayor frecuencia moralmente mejores. Ser moralmente bueno no es difícil. Se puede ser suficientemente bueno moralmente si uno “ama al prójimo como a sí mismo”. Lo demás se da por añadidura. Ser bueno moralmente es un mero equilibrio entre relacionarme bien con los demás, pero sin descuidarme a mí mismo. Al fin de cuentas, la moral no es más que un sistema de relaciones; un patrón o modelo de comportamiento en las relaciones con los seres humanos y con toda la realidad, que hay que cumplir honestamente. Cualquier otra cosa que se le pida a la moral o que se asocie al comportamiento moral, excede a la moral misma, y se relaciona con otra dimensión del ser humano. Por eso el mensaje evangélico de Jesús, siendo tan difícil de cumplir –pues él lo extremó desafiante y propedeúticamente--, es al mismo tiempo tan simple y tan básico. Mal podía la humanidad continuar su proyecto evolutivo si no era capaz de cumplir con el nivel más básico: el respeto y solidaridad con la existencia en su dimensión humana, y planetaria en general.
Sin embargo, lo realmente difícil es ser mejores de mente, de conciencia y de espíritu. Esto mismo está en el trasfondo del mismo mensaje evangélico. Esto era el verdadero modelo de evolución integral que nos traía Jesús, pero que ni siquiera podíamos entrever por nuestra necedad moral. Sólo algunas pocas almas humanas más evolucionadas han comprendido y seguido este camino espiritual. Un camino que, por otra parte, no está descrito ni justificado en su ministerio evangélico. Ni las iglesias cristianas, ni las doctrinas teológicas han sabido interpretar el proyecto evolutivo integral de Jesús. Con simpleza han propuesto sistemas de catequesis, de evangelización, de ascesis, de enseñanza, cuya propia intención y propósito estaban inmensamente por encima de sus enfoques y –no pocas veces—de sus mismas capacidades espirituales y mentales: ser perfectos como el Padre es perfecto. A la humanidad cruda y simple no se le puede pedir ni enseñar perfección como se le pide y se le da un pedazo de pan; o como se le pide y se le da a beber un vaso de vino. No hay que confundir perfección de conciencia, perfección de mente y perfección espiritual, con perfección moral. Esta confusión propia de las religiones cristianas les ha jugado en contra a través de la Historia. Sobresimplificar la espiritualidad humana y la mente humana ha sido uno de los grandes errores de las religiones, prácticas y doctrinas espirituales de todos los tiempos, a excepción de las doctrinas y prácticas de extremo Oriente. El cielo está mucho más lejos de lo que creen los que simplemente miran hacia arriba. La paradoja consiste en que si se quiere “subir al cielo” hay que hacerlo primero descendiendo al interior de uno mismo.
Esto no vale sólo para el conocimiento espiritual. Todo el conocimiento de toda realidad actual y posible sólo se alcanza adecuadamente cuando primero se ha conocido y transformado la mente y su profundidad en un instrumento para la realidad y en un continuo con la realidad misma. Ya hemos visto que la evolución natural ha proporcionado al ser humano un adecuado instrumento mental para la sobrevivencia y la adaptación al medio y del medio. En eso ha consumido millones de años la Naturaleza. Para eso nos hemos acondicionado corporal y mentalmente. No lo hemos hecho mal. Pero ya eso está logrado y hay que buscar realizaciones evolutivas mayores, más inmersas en la amplitud infinita de la realidad y no sólo en este reducido marco de realidad que es el plano físico-natural y su dimensión síquica elemental y funcionalmente básica. Esta constatación y convicción nos lleva, por lo tanto, a la innegable necesidad de revisar todos nuestros mecanismos biológicos y síquicos, a fin de readecuarlos a nuestra nueva aventura evolutiva. Es decir, adecuarlos para un nuevo desafío adaptativo a un medio sico-espiritual que casi no ha existido hasta ahora para nosotros. Ni siquiera es una opción entre otras evolutivas disponibles. Ya lo hemos dicho: ha estado ahí delante de nosotros, en la Naturaleza misma, pero no ha sido tan urgente para nuestra sobrevivencia como las condiciones físicas ambientales. Sin embargo, nuestro propio desarrollo evolutivo nos ha puesto en una frontera que guarda relación con nuestro propio desarrollo metafísico, lógico-abstracto, especulativo-teórico, emocional superior, holístico, y que nos desafía a avanzar en su desarrollo o desaparecer de la Tierra. Estas capacidades que hemos estimulado y desarrollado sin querer, nos ponen ante la presencia de nuestra propia espiritualidad y de nuestro desarrollo mental más allá de todo lo realizado hasta ahora, pues no sólo nos han enfrentado a la evidencia de que en realidad somos mucho más complejos, potenciales y desconocidos en nuestra dimensión síquica que todo lo realizado hasta ahora; sino también a la evidencia de que existen otras dimensiones de realidad que requieren otro tipo de habilidades para experimentarlas, y, más aún, que esas realidades son una sola con la realidad que siempre hemos creído conocer y experimentar como ella sola: nuestra reducida dimensión espacio-tiempo.
Quisiera llevarlos a una situación hipotética que se repitió una y otra vez cuando una especie debió evolucionar a través de la disyuntiva de actualizar o desechar una mutación que –piensan los biólogos-- se estaba presentando accidental e inciertamente. Primero, el individuo que actualizaba la mutación, si era física – por ejemplo, un cambio de color de plumaje en un ave --entonces podía constatar en lo inmediato si el efecto en su medio era positivo para ella--; si lo era, se reproduciría con más facilidad –si es que el efecto del color le permitía un mejor camuflaje y, por lo tanto, sobrevivir más que sus congéneres era en sí mismo un rasgo de atractivo sexual, lo que me parece ridículo—y, en consecuencia, transmitiría su rasgo mutado a su descendencia. Si la mutación era un rasgo sicológico, como por ejemplo el cálculo de los peligros con mejor análisis, entonces nos encontrábamos con un individuo que se comportaba diferente de sus congéneres más impulsivos o más derrochadores de energía. Una vez más nos encontramos frente a un rasgo probablemente menos atractivo sexualmente que el de un individuo energético, fuerte y dinámico, pero menos hábil a la hora de sobrevivir. Además, este individuo ha de haberse sentido naturalmente diferente de los comportamientos de sus semejantes, y probablemente debe haber sentido la tendencia a ceder ante los comportamientos condicionados del grupo. Los rasgos mutativos especialmente sicológicos o de mayor impacto sicológico deben tender siempre a diferenciar respecto de los demás integrantes del grupo o especie y, por tanto, contradicen las teorías sociales y los comportamientos observados, en cuanto a que deben haber insegurizado y debilitado a los individuos, tanto respecto del rasgo en cuestión, como de sí mismos en conjunto, más que a fortalecerlos en su autoestima y a reforzar el rasgo mutativo.
Las mutaciones – a nuestro entender—no son el resultado de hechos aislados y azarosos. Existen vínculos sutiles, redes integradas en el inconciente colectivo de las especies animales, que mantienen una comunicación que alcanza incluso el nivel genético de las mismas. Las mutaciones de rasgos significativos para la especie son aprehendidas por el inconciente colectivo y no surgen aislada y casualmente en un solo individuo, sino que son activaciones del potencial sico-genético del inconciente colectivo de la especie, debido a un conjunto de factores endógenos, inconcientes y otros asociados al estímulo del medio ambiente. Así pues, son varios los individuos que actualizan simultáneamente el mismo rasgo mutativo, siendo la especie en conjunto sensible al cambio, si bien no todos los individuos llegan a actualizar el rasgo en  mutación.
Si esto lo traemos al plano actual humano, nos parece que se reafirma en la medida que los rasgos espirituales evolutivos y mutativos, o, en términos espirituales: transfigurativos y trascendentales, aparecen en numerosos individuos simultáneamente. La evolución natural volvería a actuar desde el inconciente colectivo de la especie, promoviendo una mutación simultánea de un gran número de individuos acondicionados para este salto evolutivo. No se trata de una ley natural. Se trata simplemente de que los seres vivos evolucionan cuando han alcanzado un nivel de desarrollo personal suficiente y concordante con el mejoramiento del estatus de especie. Por eso no todos los individuos de la especie están en condiciones de dar el salto evolutivo.
Hemos dicho que querer ser mejores no es tanto un deseo de ser mejores moralmente, sino en esta encrucijada evolutiva significa superar todas las formas de progreso manifestadas hasta ahora, pero que evidentemente no son suficientes para dar un salto evolutivo. No es suficiente la emoción superior para dar un salto evolutivo, ni la razón, ni el ejercicio y control de la mente, ni la inteligencia, ni el carácter, ni la capacidad de imponerse a los demás, ni el poder, ni la riqueza. Todo eso ya ha sido maximizado y no es suficiente para integrar un mejoramiento global de la persona. Todos sabemos de sobra que se han hecho grandes avances en las condiciones de vida de miles de millones de humanos. Todos sabemos que hay motivos suficientes para estar agradecidos de toda esta civilización del confort y del bienestar. Podemos incluso anticipar que continuarán sorprendiéndonos con aparatos más veloces, más multifuncionales, con avances en la medicina, en la tecnología y en la ciencia en general. Pero ¿hay posibilidades en todo esto de un salto evolutivo, transfigurador, integrador de tantas otras dimensiones humanas y de realidad? ¿Hay siquiera posibilidades de hacer de este un mundo para la vida, para toda forma de vida? Y si lo logramos, ¿qué haremos luego con la Vida?
La respuesta de lo que debiéramos hacer está en todas partes. Siempre ha estado en todas partes, pero ahora se ha vuelto más inmediata y urgente que nunca. La espiritualidad y la conciencia son dimensiones nuestras que están listas para el gran salto evolutivo. Han estado paciente y humildemente activas a través de toda nuestra historia natural –siempre en un trasfondo precario y mínimo--, apoyando subordinadamente nuestros desarrollos básicos, animales, humanos, adaptativos, experimentales, funcionales y elementalmente evolutivos. Nuestra espiritualidad y conciencia, sin embargo, no son creaciones nuestras. Nos han sido regaladas y ofrecidas por Alguien o Algo. Lo llamamos de tantas maneras, porque ni siquiera lo conocemos suficiente. Lo hemos llamado dios o divinidad durante tanto tiempo y a través de tantas razas y pueblos. Hemos intentado contactarlo; que se nos muestre evidente y abiertamente. Hemos tratado de conocerlo con todos nuestros medios y recursos, pero es bien poco lo que siempre hemos logrado. Hemos creído que ha dicho esto o aquello. Que ha tomado esta u otra forma. Al final acabamos desfigurándolo, manipulándolo, reduciéndolo y, de una u otra manera, humanizándolo. Otros incluso han preferido, ante este triste espectáculo, no creer en nada y negar su existencia.
Estamos muy lejos de Aquello. Ontológica, sicológica, biológica, físicamente demasiado lejos y diferentes. ¿Cómo podría haber ocurrido de otra manera lo que ha ocurrido, si aun así ha querido estar cerca de nosotros? Aquello ha querido crearnos, acompañarnos, contenernos e incluso… engañarnos. Sin embargo, existe un engaño humano y un engaño divino; así como un amor humano y otro amor divino: ¡son dos cosas muy diferentes! Veamos cómo.





2.                 LA DIVINIDAD DEL PASADO Y DEL FUTURO EN EL PRESENTE: ¿UN SOLO DIOS O MUCHOS DIOSES?


En este propósito de acondicionarnos y fortalecernos para adaptarnos a este duro medio físico planetario y sicobiológico que nos ha tocado experimentar, hemos perdido y despreciado maravillosas capacidades y potencialidades que nos han rodeado como un jardín de flores, pero por nosotros mismos finalmente cercado y cerrado. Preocuparnos de flores, en lugar de recursos y personas, actualmente nos resulta ridículo. Es que hemos perdido la capacidad de maravillarnos por lo auténtico, lo que ha estado con nosotros desde el inicio de los tiempos: la Naturaleza. Hemos creado, a cambio, un mundo tan nuestro, sorprendentemente tecnológico, asombrosamente funcional, dinámico, atractivo, entretenido, interactivo, que la percepción de nuestro universo natural ya no nos atrae ni nos provoca nada profundo e inquietante. Eso parece apenas un bonito decorado para nuestra gran obra dramática. Usamos la Naturaleza para nuestros deseos y necesidades. Usamos la Naturaleza porque creemos conocerla y cada vez más dominarla. No podría ser de otra manera si creemos que sólo es un amasijo de átomos y fuerzas azarosas. No podría ser de otra manera si creemos que hemos tomado el control de la realidad. Ahora los seres humanos somos los extraordinarios, no la Naturaleza.
Todo esto ha tenido también una función evolutiva. Pequeña y reducida, pero evolutiva; válida para dos mil quinientos años de minúscula evolución, pero no más… Los grandes iluminados de todos los tiempos han intuido este momento histórico con diferentes modos de representación. Kali Yuga, Apocalipsis, fin del calendario Maya, el Juicio de Dios, fin del mundo, venida del Reino, Era de Acuario, etc. En todas estas representaciones el ser humano y el planeta en conjunto se ve sometido a un evento cósmico y planetario que responde a un ordenamiento cósmico y trascendental que supera infinitamente las capacidades del ser humano. Un evento que va a alterar y modificar extraordinariamente su condición natural.
Es verdad que todas nuestras representaciones de eventos y realidades que nos superan han estado siempre contaminadas por nuestra ingenuidad y pobreza cognitiva, de manera que las arropamos con todo tipo de errores y atributos deformes --incluso los que nos parecen sublimes y perfectos--. Todas nuestras representaciones, discursos y hasta experiencias de la espiritualidad son meras aproximaciones imperfectas y deformadoras de la verdad –o de lo que verdaderamente sea--. Aun así, algo conocemos de esa trascendencia, o --mejor dicho-- algo intuimos, pero lo representamos mal. Algo que sólo captamos en su verdad con la intuición de la conciencia, pero en cuanto lo llevamos a cualquiera de nuestras otras capacidades mentales, lo deformamos y distorsionamos. Nuestra tentación irresistible es tratar de expresar y comunicar esa dimensión de la intuición espiritual. Es una tentación muy natural y humana, pero terriblemente dañina a la hora de mostrar “el Camino, la Verdad y la Vida”, tal como le aconteció al mismo Jesús, y a todo maestro de Verdad. Por otra parte, ¿cómo no enseñar el camino a quienes no saben cómo encontrarlo a pesar de buscarlo denodadamente? Que todos sepamos al menos que no hay de por medio verdades reveladas por nadie intocable, ni palabras ni experiencias que sean manifestaciones de la Divinidad o de la Trascendencia misma. ¡Basta ya de sacralizar y divinizar  las expresiones de espiritualidad y religiosidad! Cada semilla de verdad espiritual debe morir prontamente apenas es asimilada por la conciencia y la mente humanas; apenas da un fruto en el alma y la mente, debe morir prontamente y buscar una nueva forma y manifestación de trascendencia. La espiritualidad  en su vía vertical se parece más a un viento que no tiene forma y que pasa sin saber de dónde viene ni adónde va. Cuando la espiritualidad se materializa en el plano horizontal de las realidades, entonces realiza su obra a través de la metáfora, del signo, de la palabra, del acto, del espacio y del tiempo. Una realización posterga a la otra. Nuestro desafío evolutivo es integrar ambas sin que se entorpezcan entre sí. Es lograr integrar la espiritualidad en todas las direcciones, en todos los niveles de realidad simultánea y coordinadamente.
Difícil labor ésta para una especie que ha invertido el orden de su propia realidad. De un “estamos solos”, y “sólo yo soy responsable de mí mismo”, al que hemos llegado en este siglo, tenemos que regresar a un renovado y sorprendente “¡No estamos solos!”, y “¡Soy responsable del Todo y el Todo es responsable de mí!”
La verdad es que nunca hemos estado solos. Hace más o menos doce mil años atrás, la humanidad fue ataviada evolutivamente con capacidades de conciencia y mentales suficientes para superar la última glaciación y desarrollar un nuevo paradigma evolutivo para esta era. Las manifestaciones programáticas e interventoras de los planos de realidad superiores se realizaron incluso a través de materializaciones antropomórficas y físicas. En todos los pueblos de la Tierra, o bien se sensibilizó desde las profundidades de la conciencia a individuos en particular y a la especie entera; o bien se accedió a los niveles más inmediatos del plano físico y mental ante diferentes pueblos y/o individuos, con diferentes tipos de manifestaciones, ya sea sensoriales, naturalistas, ficcionales, antropomórficas y teromórficas, sobrenaturales, intelectuales, extrasensoriales, etc.
Esto se realizó amplia e intensamente durante un corto tiempo, probablemente no más allá de unos cientos de años. El plan de sensibilización y orientación hacia el cambio de conciencia y mente contemplaba un cronograma de progresivo distanciamiento para favorecer la liberación de las capacidades autodeterminantes y creadoras del ser humano. Primero los seres humanos se relacionaron de todas estas maneras con este fenómeno espiritual, personal e impersonal al mismo tiempo, y así lo describieron, tal como se les apareció: ilimitadamente variado, pero en esencia (espiritual-transfiguradora) el mismo en todas partes y de todas las formas. Una de las manifestaciones que más impactó a los pueblos e individuos que les correspondió experimentarlo así, fue ciertamente la manifestación personal y antropomórfica de esta Trascendencia. A estas manifestaciones en general se les llamó dioses o algo similar. Los dioses parecían venir de todas partes, pero sobre todo desde el cielo. Qué ocurrió realmente y cómo ocurrió, todavía no estamos en condiciones de recuperarlo ni de saberlo. Por ahora lo mejor es callar.
Cuando estas Manifestaciones comenzaron a retirarse prontamente hacia planos de realidad y conciencia más sutiles –si bien no dejaron de realizar esporádicas y más individualizadas epifanías en el plano físico espacio-tiempo--, ocurrieron dos fenómenos generales y decisivos. Uno, los hechos ya acontecidos comenzaron a grabarse y registrarse plástica y escultóricamente, tal como se evidencia en innumerables testimonios visuales por todas partes en el mundo, y a transmitirse oralmente, pero sin el referente físico y experimental presente, de modo que progresivamente se los fue modificando y, al mismo tiempo, fijando como referentes absolutos. Nacieron así y entonces los mitos, las revelaciones, las representaciones artísticas, los ritos religiosos y espirituales,  los misterios, las doctrinas –en toda su exquisita variedad y multiplicidad-- del homo sapiens moderno: narraciones y representaciones visuales y dramáticas que intentaban mantener en la memoria presente y en la vida actual una época sobrenatural y maravillosa perdida en su inmediatez. Los humanos comenzaron a anhelar, a soñar, a buscar afanosamente y a veces hasta angustiosamente las mismas experiencias sobrenaturales de sus antepasados. Pero los dioses ya no estaban aquí. Ya no era posible verlos aparecer en medio de enormes resplandores y epifanías colosales. Ya no era posible acercarse a una distancia prudente y escuchar su sobrecogedora enseñanza, o simplemente su novedosa enseñanza de cosas útiles y prácticas, como la escritura, o técnicas de construcción, o el conocimiento medicinal de las plantas, o la cerámica, o la historia del Universo, o el lenguaje de los animales, o el trazado significativo de las constelaciones en el cielo, o las normas de comportamiento y convivencia para un pueblo, o instrumentos musicales, etc.
Una segunda consecuencia del alejamiento progresivo de los dioses consistió en que la sensibilización y comunión espiritual evolutivas se fueron centrando cada vez más en zonas específicas de la conciencia y de la mente humanas. La primera gran sensibilización evolutiva y mutacional para el ser humano se había cumplido exitosamente en el plano de lo material, facilitándole el desarrollo en este plano natural y físico de formas de adaptación en todas las áreas de interacción con el medio. Se le proporcionaron al ser humano herramientas prácticas de todo tipo para que pudiera prontamente superar la dependencia básica del plano de la subsistencia material y de la precariedad sico-social en que se encontraba entonces, a fin de continuar con su desarrollo evolutivo siguiente: el desarrollo de la conciencia y la espiritualidad.
Sin embargo, aquí comenzaron a operar las misteriosas condiciones de la naturaleza humana y biológica, por las que unos individuos progresaron más y otros menos en su acondicionamiento evolutivo. Unos humanos se sintieron más atraídos e identificados con los desafíos del plano material; otros, con los ulteriores, con los que, aunque menos inmediatos y actuales que los sensoriales, se reconocieron como superiores y más significativos. Desde este momento comenzó a gestarse la mutación de la conciencia espiritual en el centro de la especie humana; en el centro del inconciente colectivo de la especie. En este nivel del inconciente humano los “dioses” continuaron presentes e inclaudicablemente activos. Sólo una excepción se realizó a este programa planetario: Jesús el Cristo. Hace dos mil años se reforzó por última vez el plan de esta era evolutiva con la presencia de un hombre-dios. Cuando Jesús murió y se desmaterializó, su Espíritu se afincó con una fuerza final, definitiva, en el inconciente colectivo de la especie –por sobre toda circunstancia histórica y cultural--. Jesús inició con su vida y muerte el paso final mutativo de la especie humana a este nuevo proceso de transfiguración en el que nos hayamos ya a punto de completar en su fase transicional (total y final-final). Creer que estamos solos en este proceso de agonía y éxtasis; en esta coyuntura histórica; en este universo y planeta, es una penosa sensación de nuestro sentidos, de nuestra mente y de nuestra conciencia, pero no de nuestro espíritu ni de nuestro inconciente profundo. La Manifestación de la Trascendencia está regresando al plano material, al plano natural, al plano sico-biológico de una manera no conocida hasta ahora por el homo sapiens. Una de las consecuencias representacionales en lo inmediato para el ser humano es que es necesario desechar de una vez el viejo concepto, el viejo nombre de Dios, la vieja experiencia de dioses y hasta de Divinidad. Debemos comenzar a experimentar la Trascendencia tanto en la dimensión personal como en la impersonal. Por ahora abrámonos a través del lenguaje verbal con el término Espíritu, o cualquier otro que privilegie la trascendencia de todas las cosas y de todo lo conocido. No es que el espíritu deje de manifestarse en todas y cada una de las viejas y hasta milenarias formas espirituales; sólo que viene entrando a estas dimensiones sico-físicas una nueva manifestación tan potente y transfiguradora que acabará absorbiendo y sintetizando todas las otras, algo así como todas sostenidas sobre un nuevo eje.
Cientos de millones de seres humanos han encontrado su refugio, su paz, su felicidad, su sentido, su vida, su esperanza, su espiritualidad en alguna forma religiosa tradicional, aprendida o cultural. Para estas personas renunciar a su Dios, a sus creencias y vivencias resulta seguramente casi imposible, aunque sea para dar paso a nuevas vivencias espirituales, a nuevas certezas más satisfactorias, a nuevas intuiciones más trascendentales, a formas de espiritualidad vívidamente arrasadoras del alma, a experiencias de la Trascendencia que actualizan inmediatamente las más altas expresiones de la Espiritualidad soñadas por todas las utopías y visiones de divinización o trascendencia humanas. La Naturaleza no enviará contra ellas a ningún ángel de la muerte, a ningún Armagedón, a ningún Juez divino. Sólo actuará el mecanismo en parte cruel, en parte benigno, de la evolución natural. Si su Dios, si su espiritualidad no avanza por los planos interdimensionales de la realidad se quedarán donde están, inmovilizados, como esculturas de sal que sueñan y repiten la misma canción de cuna hasta que sus almas evolucionen o su raza se extinga.
La nueva espiritualidad, el Espíritu Trascendental, puede asumir formas humanas o humanoides. El Espíritu Trascendental puede personalizarse y manifestarse a nosotros con aspectos mentales y de conciencia; puede expresarse tan sutil y delicadamente como si fuese uno mismo y no el Espíritu quien te hace sentir o pensar esto o aquello. El Espíritu puede sobrevolarnos sobre una nave de metal y energía, puede manifestarse en seres extraterrestres, puede materializarse y desmaterializarse, puede hablar telepática y hasta idiomáticamente, puede sentir emociones como las nuestras, puede incluso morir en un cuerpo físico. El Espíritu puede también expresarse a través de representaciones tradicionales y culturales. El Espíritu puede aparecerse en la forma de la Virgen María, o la figura de Cristo, o de un Santo, o de un Ángel, o de Buda o de Mahoma, o del espíritu de un muerto, o en la forma de un animal, o en una voz sin persona, o en una intuición sobrecogedora e intensa, o en la creación de un poema o de una obra de arte para un artista, etc. El Espíritu puede ser un dios cualquiera, pero puede ser todos los dioses juntos, y puede no ser ninguno. No es un obstáculo para la nueva espiritualidad que uno crea en alguna manifestación religiosa particular o social –ser católico, cristiano, musulmán, budista o espiritista--, y relacionarse con el Espíritu, y vivir la espiritualidad a través de esa  forma particular y personal de espiritualidad o religiosidad. Pero sí es un obstáculo, un verdadero bloque de imposibilidad evolutiva espiritual, si la persona se niega a reconocer y experimentar otras formas de espiritualidad como verdaderas y necesarias, e incluso de una forma esencial como suyas. Apropiarse de toda la espiritualidad y de toda la verdad, negando otras formas de espiritualidad y verdad, ha sido una de las mayores limitaciones de las formas tradicionales de espiritualidad. Eso no sólo ha sido una limitación, sino ante todo un alejamiento del Espíritu mismo, creyendo ingenua y orgullosamente poseerlo más que los demás. El Espíritu toma cauces tan rápido como los deja. El nuevo desafío espiritual consiste en adquirir la capacidad de seguir tan veloz, tan atento, tan múltiple y total, con todas nuestras capacidades humanas sincronizadas, al Espíritu por todas partes y en todas las dimensiones de realidad simultáneamente. Allá donde nos quiera llevar –adonde sea--, allá deberemos llegar, porque el Espíritu puede tomar incluso la forma del Mal, de lo pequeño, de lo miserable, de lo inútil, de lo superfluo, feo, estúpido y vano. Sin embargo, para adentrarse en esas honduras y misterios del Espíritu hay que estar verdaderamente iluminado, de lo contrario es muy fácil volverse en contra del Espíritu Trascendental mismo.






3.                        OVNIS Y SERES EXTRATERRESTRES: DIOSES QUE YA NO SON DIOSES



Uno de los hechos más importantes y misteriosos de los últimos cincuenta años es el gran auge que ha mostrado el tema de los Ovnis y la posibilidad de que estemos siendo “visitados” por seres extraterrestres. El aumento progresivo de testimonios de avistamientos de Ovnis ha provocado el interés mundial y, en muchos, un motivo de gran preocupación. A pesar de la negativa sistemática desde ya hace un centenar de años por parte de todos los gobiernos del mundo –aunque no son de hecho la institución que debe dar la información más imparcial, exacta y verdadera del fenómeno—a reconocer que estamos siendo “visitados” por seres extraterrestres en artefactos inmensamente superiores a la capacidad científica y tecnológica humana, la opinión pública, simplemente porque el fenómeno se repite y repite de miles de formas diferentes en todas partes en el mundo, y porque simplemente cada vez más seres humanos han tenido una experiencia directa con el fenómeno o porque alguien muy cercano ha vivido esta experiencia, cada vez acepta como una posibilidad o derechamente un hecho que existe vida extraterrestre en la Tierra y que los Ovnis no son un fenómeno natural terrestre, ni están gobernados por inteligencias humanas.
A pesar de que los Ovnis han sido percibidos desde los inicios de los registros pictóricos, litográficos y escultóricos, que dan cuenta de este hecho hace cientos de miles de años atrás --cuando todavía no existían los gobiernos que nunca representan la voluntad ciudadana—nunca tampoco se ha sabido suficiente de este hecho y fenómeno. Tanto los seres que han provocado este fenómeno, como tampoco las autoridades humanas, han querido hacer público y evidente, ya sea su existencia, ya sus intenciones hacia los seres humanos y hacia “nuestro” planeta. En definitiva, no son los gobiernos y los organismos de inteligencia humanos los que han impedido que se filtre la información acerca de este fenómeno a la opinión pública. O mejor dicho, la información que poseen los gobiernos carece de relevancia, comparada con el conocimiento y poder que detentan estos Seres superiores. La información que realmente importa sólo la poseen Ellos, no los gobiernos humanos. Hasta ahora esta restricción de la información y de la verdad sólo ha sido una coincidencia, no una conspiración o una similitud de intenciones o propósitos. No sabemos más sobre los Ovnis no porque los gobiernos no quieren enseñarnos más, sino sólo porque Ellos no quieren revelarse ni revelarnos más.
Cuando nos aproximamos al tema y a la experiencia de los Ovnis, nos volvemos a encontrar con el mismo problema que ya hemos explicado en la primera parte sobre las limitaciones de nuestro estado evolutivo. Abordamos el fenómeno ante todo con los sentidos y con la razón. Si revisamos la historia humana constataremos –como ya se ha hecho a través de numerosos estudios—que los humanos, hace cientos y miles de años, registraron lo que experimentaron de la misma manera que nosotros lo hacemos ahora. Ellos también vieron y escucharon  Ovnis, y también vieron y “escucharon” a seres extraterrestres. Igual que nosotros -- y más-- sus sentidos animales estaban altamente desarrollados, sin embargo la razón y sus conocimientos asociados no estaban en ellos desarrollados como ocurre en nosotros actualmente. La razón en los humanos antiguos estaba íntimamente asociada y hasta subordinada en muchos sentidos a la emoción, a la fantasía, a la intuición e incluso a la espiritualidad. De allí que se hable que pensaban míticamente. Ellos igual que nosotros explicaban causalmente los hechos; ellos también establecían relaciones lógicas de coherencia, pero los patrones de coherencia seguían otros sistemas de significación y de asociación. Una mala cosecha anual que se volvía a repetir más de un año no se explicaba causalmente por patrones sensoriales –como que simplemente las temperaturas habían sido más bajas que lo normal-- ni a partir de relaciones de conocimientos previos o teóricos. Esta mala racha de cosechas se explicaba frecuentemente como la voluntad de un ser superior airado en contra del pueblo por alguna razón que era necesario descubrir y resolver.
En este tipo de hechos antropológicamente universales se nos vuelve a aparecer significativamente  la cuestión que hicimos ver acerca de este extraño desarrollo y extrañas capacidades metafísicas y espirituales del homo sapiens primero. Sin una recurrente y urgente estimulación de estas capacidades en el humano temprano no se podría explicar que se hayan activado en un contexto ambiental y natural puramente sensorial, subordinado a la urgencia de adaptarse mejor a las necesidades de sobrevivencia y de calidad de vida que presentaban ciertamente en todo ese largo período de evolución paulatina y primaria. ¿Cómo pudo desarrollarse y casi tomar el control y centro de la vida del homo sapiens esta dimensión metafísica y espiritual sin atribuirla a una violenta y concreta estimulación, tan violenta y concreta como la misma supervivencia?
La presencia de Ovnis y seres extraterrestres a través de la historia humana permite completar coherentemente este enigma. Hace cincuenta años haber explicado la evolución natural y el desarrollo del ser humano atribuyéndolos a seres extraterrestres –o algo así-- habría causado absoluta indiferencia y menosprecio. Ahora se escucha esta explicación con frecuencia y ya casi nadie se escandaliza ante esta posibilidad. Es más, existe un notable paralelismo entre lo observado, registrado  e interpretado por los humanos primitivos, e incluso a través de la Historia, y lo que se observa, registra e interpreta actualmente. Existe un amplio repertorio de imágenes y textos antiguos que demuestran que vieron un fenómeno, en general luminoso y aéreo similar al que actualmente denominamos Ovnis. Las interpretaciones de quienes tuvieron esta experiencia varía tanto como varía ahora, ya que depende de múltiples factores. Primero, las formas y tipos de Ovnis que se registran actualmente en videos y fotografías muestran una gran variedad, sin que haya casi ninguna limitación en sus aspectos. Existen testimonios escritos y visuales que los describen ingresando o saliendo del mar o lagos; también de volcanes o montañas; si bien la mayoría los asocia a desplazamientos en el aire y mayormente lo que llamamos comúnmente el cielo. Si acudimos a una mitología como la Griega, reconoceremos en seguida las tres regiones de la realidad natural en la que gobiernan tres dioses distintos: Cielo, Zeus; Agua, Poseidón; Tierra, Hades. Los demás dioses reciben atribuciones naturalistas en general, como Dionisos y Ceres, la agricultura; o Apolo, el Sol, etc. Aunque esta distinción no existe en todas las mitologías con las mismas atribuciones, representaciones y distribuciones, lo cual es comprensible a partir de cómo el ser humano procesa e interpreta la información, tanto más si esta información se procesa y transmite a través del tiempo, todavía es más comprensible las diferencias si atendemos al hecho de que el fenómeno Ovni es en sí mismo altamente elusivo, variado y ambiguo. Toda esta problemática asociada tanto al fenómeno en sí, como a la manera grandemente subjetiva y diferenciada en que los seres humanos procesamos la información en todos los niveles cognitivos, hace mucho más llamativo, significativo y decisivo el hecho de que hayan tantas constantes y similitudes entre todas estas descripciones e interpretaciones, en lugar de las profundas diferencias esperadas y previsibles.
Primero, la gran semejanza y al mismo tiempo diferencia entre las representaciones tradicionales de este fenómeno consisten en que para los seres humanos antiguos eran los dioses y sus actos o características lo más central y representativo del fenómeno que nosotros asociamos ante todo a ovnis, ya que sólo circunstancialmente se describía a través de una observación sensorial de fuente distante, en general visual o auditiva, tal como una estrella de características inusuales, luces en el cielo, ruidos, trompetas, truenos y hasta naves voladoras o marinas, etc. Es decir, había un contacto cercano de carácter a veces sobrenatural, sobrehumano y también de muy variado tipo con seres que denominaron y caracterizaron en general como dioses, o seres antropomórficos, pero con poderes inmensamente superiores a los del ser humano. Precisamente la diferencia en cuanto a sus conocimientos científicos y tecnológicos respecto de los nuestros  los llevaron a no diferenciar entre lo que ahora llamamos ovnis o naves y, por otra, sus tripulantes –a quienes denominamos extraterrestres--, interpretándolos como si se tratase de una sola entidad y una sola persona, denominándolos en conjunto como dios. Estos seres, que actualmente diferenciamos como seres extraterrestres o alienígenas, entonces se dieron a conocer mucho más personalmente a los seres humanos, interactuando con ellos en todos los planos de realidad, desde lo físico próximo-distante o incluso natural y material, pasando por lo síquico-mental o interno, hasta lo espiritual y trascendente. Los dioses podían tomar muchas veces esposas o esposos y tener hijos. Los dioses hablaban con los humanos de un modo similar a los humanos; sus capacidades mentales, aunque siempre muy superiores a las humanas, no obstante eran en general similares en el tipo --pensaban racionalmente, poseían memoria, emociones y sentimientos, voluntad, propósitos, etc.--; los dioses colaboraban, enseñaban, controlaban e incluso habían creado al ser humano, la vida en este planeta y al planeta mismo, lo mismo que al Universo todo. Poseían cuerpos más o menos similares en forma y funciones, comían, dormían e incluso a veces morían.
Actualmente la inmensa mayoría de los testimonios de ovnis es de tipo visual distante, y muy rara vez se describen aproximaciones llamadas del tercer o cuarto tipo, es decir contacto cercano y hasta corporal con estas naves y sus tripulantes, actualmente denominados no dioses, sino extraterrestres. Estos Seres, pues, rara vez interactúan más o de otra manera con los humanos, a no ser desde esta modalidad de aparición y manifestación sensorial-espacial distante. Los Seres que controlan estos ingenios voladores claramente controlan la distancia de aproximación al ser humano y el efecto que producen al manifestarse de esta manera. Los Seres se muestran mayormente en objetos y fenómenos similares visuales a distancia variable, pero en general a kilómetros, y realizan maniobras y acciones llamativas al ser humano –evoluciones en formas geométricas, luces de variados colores, figuras extrañas o reconocibles, movimientos sorprendentes y sorpresivos, incluso mensajes visuales aparentes[28]--, con la intención evidente de provocarle una cierta impresión y reacción tanto al observador, como en mucho casos incluso a la opinión pública, pues es indudable que conocen nuestras intenciones y nuestro modo de ser y de vivir. Es más, nosotros decimos que saben directamente lo que hacemos. Esto Seres conocen no sólo lo que hacemos en el plano físico-corporal, sino también en el plano mental, en los diferentes planos de conciencia y, por cierto, especialmente en el plano espiritual. Ellos saben lo que piensa, siente, sueña e incluso lo que va a hacer el presidente de los Estados Unidos, de Rusia, de China, de todos los países del mundo. Ellos saben de antemano cada intención humana.  Ellos pueden hacer lo mismo que hacían los dioses del pasado, pero ya no son dioses. Han elegido una nueva modalidad de relacionarse con el ser humano.
Esto guarda relación, ciertamente, con el proceso evolutivo de la humanidad. Los seres humanos hasta hace dos mil quinientos años habían demostrado un desarrollo paulatino, con un importante salto previo en su desarrollo a partir del diez mil a.C., fecha en la que hemos propuesto un importante aporte presencial y colaborativo con el desarrollo cultural, metafísico y espiritual del ser humano por parte de los dioses. En este período se fijaron los sistemas de mitos, las religiones, la primera especulación teórica, el progreso del área sico-social denominada cultura, y el fortalecimiento del vínculo social en general como facilitador de los próximos desafíos y logros evolutivos. Este cultivo o aporte evolutivo se gestó y maduró hasta el siglo VII a.C aproximadamente, en el cual se volvió a intervenir con una sensibilización y actualización directa y exclusivamente en el plano de la mente y de la conciencia, postergando hasta el nacimiento de Jesús el área espiritual de desarrollo del humano occidental moderno. En Occidente se intervino principalmente al pueblo griego para provocar el auge de tantas “mentes brillantes”; el desarrollo de un modo de vida social más evolucionado –especialmente el proyecto democrático y la mejor organización y eficiencia social--, y sus extraordinarios logros para el desarrollo de la cultura y del ser humano moderno. Aun Occidente no logra reequilibrar y armonizar estos legados evolutivos, manteniéndose apegado mayoritariamente al extraordinario desarrollo de la razón por parte de los griegos, y su efecto en todas las dimensiones sociales, culturales, mentales y de conciencia que ello conlleva.
Por otro  lado, en el lejano Oriente, se facilitó el nacimiento de Buda, de Lao Tsé, Confucio –entre otros grandes sabios--, y la sensibilización mental y espiritual sostenida desde hace milenios de la mayoría de los pueblos de esa región altamente poblada del planeta, cuyos efectos están siendo también actualmente valorados por todos los seres humanos, gracias a su extraordinario aporte en el área de la sicología integral –un conocimiento de la mente muy superior al de Occidente--, de la visión de mundo integradora y jerarquizada desde lo espiritual; en una concepción de la divinidad y la espiritualidad tolerante y abierta; en el respeto y solidaridad con la vida humana y con la vida animal, así como con el planeta mismo y con todas las cosas.
Los dioses, pues, se alejaron como tales, es decir, sólo en el modo de aproximarse e intervenir evolutivamente al ser humano, a partir del año diez mil a.C. De paso, se realizó la manifestación monoteísta al pueblo judío a través de la presencia de un solo Dios, que representó un modelo facilitador del nuevo proyecto evolutivo de la conciencia, de la mente y del espíritu del humano occidental, cuyo principal objetivo debía ser avanzar en el proceso integrador y reconcentrador de todas las facultades y componentes que conforman al ser humano jerarquizadas y unificadas en el Espíritu, como Esencia Trascendental. Este proceso culminó satisfactoriamente en el modelo crístico representado por la epifanía de Jesús, como Hijo del Hombre e Hijo de Dios. Muerto Jesús, también comienza a transformarse paulatinamente el modelo monoteísta en los planes evolutivos de los Seres Superiores y es reemplazado por el proyecto del Espíritu, que en estos últimos dos mil años ha estado identificado con un principio teísta, pero modificado progresiva y fuertemente a partir de los últimos docientos años, el cual estamos culminando actualmente en su fase final preparatoria y globalizadora planetariamente.
Así pues, los últimos doce mi años han estado marcados por el distanciamiento físico-espacial de los Seres divinos respecto del ser humano, para privilegiar la sensibilización y desarrollo de la conciencia y de la dimensión mental, en Occidente mayormente sensorial-racional-cognitiva, en Oriente mayormente espiritual y emocional-cognitiva. El plan evolutivo hacia el ser humano es absolutamente positivo y concordante con nuestra esencia genética y espiritual. Es comprensible que los seres humanos reaccionen hoy igual que hace cientos de miles de años ante el mismo fenómeno y ante los mismos Seres, si bien actualmente poseemos en cierto sentido más información acerca de Ellos, y, en otro sentido, menos que nuestros antepasados.
Hoy hemos desacralizado y materializado el fenómeno y a los Seres involucrados, atribuyéndoles una condición física y biológica similar a la nuestra; un desarrollo evolutivo sólo superior al nuestro; una procedencia extraplanetaria, pero provenientes del mismo plano físico del universo que nosotros; una tecnología y ciencia sólo más avanzada que las nuestras; una condición mental más o menos similar a la nuestra; una intención desconocida. Por una parte, es evidente que Ellos mismos han asumido un comportamiento y presencia que nos lleva a interpretar de esta manera su realidad y comportamiento. Es decir, Ellos han querido que nosotros los percibamos y concibamos así, pudiendo Ellos haberlo hecho de cualquier otra manera. Podrían, por ejemplo, haberse manifestado sobrenaturalmente, haber realizado milagros y actos imposibles para la comprensión humanas; podrían incluso haber dominado directamente al ser humano; podrían haber afirmado que eran Dios o sus ángeles, y, de esta manera, haber causado una impresión sobrecogedora e incomprensible para el ser humano, de manera que sin dificultad los hubiéramos asimilado a nuestro viejo concepto de divinidad y dioses. Sin embargo, han elegido esta forma de manifestación y presentación, porque pretenden establecer un vínculo nuevo con el ser humano y con la vida en este planeta.
Ellos nos conocen desde siempre y saben que somos todavía ante todo animales. Los Seres nos están ayudando precisamente a superar evolutivamente las condiciones que Ellos mismos en su momento crearon para nosotros y en nosotros. Por ahora no les importa que los concibamos como ovnis y seres extraterrestres, o, mejor aún, Ellos quieren que los percibamos y consideremos así. Reconocen en nosotros avances y progresos respecto de nuestros antepasados. En cierto sentido nos tratan con bastante más delicadeza que hace miles de años, cuando nos matábamos y maltratábamos con total impunidad y con orgullo social o de raza o de clan. Todavía nos matamos por las mismas razones, pero mayoritariamente el mundo ha alcanzado un alto nivel de pacificación y de resolución de conflictos no bélica o cruentamente. Aun así caminamos por la cuerda floja de una guerra por primera vez de verdad mundial. Ellos saben que somos capaces de esto. Ellos saben lo que de hecho haremos. Ellos siempre han protegido a esta especie humana y a este planeta.
Es esta condición benigna y benéfica hacia el ser humano la que los lleva ahora, de acuerdo a nuestro propio desarrollo evolutivo, a ofrecernos una nueva aventura evolutiva, que culmina con este larguísimo proceso de cientos de miles de años que han permitido acondicionar al ser humano para alcanzar por primera vez, en el máximo de sus potenciales histórico-naturales, la trascendencia espiritual como síntesis de todas las capacidades naturales de integración con la naturaleza y con otras dimensiones de realidad. En nuestra representación emocional de la motivación y el sentido de Su relación con la especie humana, la mejor manera de conceptualizarlo y definirlo es el sentimiento de Amor. Sin embargo, no se reduce y ajusta solamente a nuestra categoría y experiencia emocional de Amor, pudiendo incluso cobrar dimensiones aterrorizantes y “demoníacas” para el ser humano, pues su condición inmensamente superior no coincide con las categorías emocionales ni morales, ni con la estructura y funcionalidad síquica, ni con ningún tipo de representación mental humanas, por lo que, en general, cuando se da la coincidencia es más bien intencionada que real. Sólo el dios de Jesús ha sido definido desde el Amor en su relación esencial con el ser humano. Jesús incluso expresó su relación con la divinidad a través de una representación familiar basada por excelencia en el amor humano: Padre-Hijo. Ese es pues el sentimiento que mejor representa la nueva relación, consagrada por la manifestación planetaria de Jesús, entre los Seres y la humanidad; o dicho de otra manera, entre los nuevos “dioses” extraterrestres y el ser humano moderno. Aún así, es inevitable que los Seres Trascendentales provoquen sentimientos contradictorios en los seres humanos, como ha ocurrido a través de toda la historia natural, tanto cuando se los experimentaba como dioses en el mysterim tremendum y en el temor de Dios, lo mismo que ahora producen como seres extraterrestres. Ni siquiera la espiritualidad humana es suficiente para abarcar la realidad trascendental en todas sus dimensiones. Ni siquiera la espiritualidad humana es pura trascendencia, pero es un principio evolutivo hacia la Trascendencia. En el estado evolutivo actual el ser humano se desintegraría en un encuentro con ciertas dimensiones de la Trascendencia. El animal humano intuye sus límites y evita aquello que lo pone en peligro vital. Es por ello que toda manifestación trascendental hacia el ser humano es siempre una adecuación, una representación simbólica, un ajuste a sus capacidades cognitivas, sico-biológicas y ónticas. Es por esta razón también que el Espíritu Trascendental se ha manifestado de formas tan variadas a los distintos seres humanos a través del tiempo. El Espíritu Trascendental es todavía una estrella lejana que podemos observar a miles de millones de años luz. El trayecto es demasiado largo para escalas humanas actuales. Sin embargo, el trayecto es un hecho inevitable, porque está grabado en nuestra esencia. Y lo que está grabado en nuestra esencia –sea lo que fuere—es lo mejor para nosotros, como lo demostrará la evolución misma. Por ahora la Trascendencia es Supremo Amor, pero no amor humano.







4.                        EL ADVENIMIENTO DEL ESPÍRITU PARA UNA NUEVA CONCIENCIA Y UNA NUEVA MENTE



El concepto de seres extraterrestres y ovnis para describir el fenómeno que los seres humanos perciben como tal es extremadamente limitado y equívoco. Nuestro conocimiento actual, e incluso nuestro potencial cognitivo y sico-biológico, es muy insuficiente para entrar en un contacto y conocimiento más directo y amplio de su naturaleza. Recordemos que son Ellos mismos los que controlan nuestro acercamiento a Ellos y su realidad. Ellos conocen perfectamente nuestra condición y límites, y en gran medida por eso no deben acercarse más.
Pero ¿quiénes son Ellos, entonces? ¿Qué podemos saber realmente de Ellos?... El ser humano experimenta la realidad en una especie de estado alucinatorio constante e inevitable, pues está encerrado en las representaciones que su sistema cognitivo le ofrece como “realidad”. Hemos dicho que esta “alucinación” también es una dimensión de realidad, pero que la Realidad en su mismidad –si pudiese decirse así-- es dimensionalmente inagotable y, por tanto, actualmente inimaginable para el ser humano. Cuando el ser humano pone su atención en planos de realidad menos inmediatos, menos físicos y sensoriales, rápidamente comienza a distorsionar y adaptar a sus esquemas cognitivos previos aquello que lo supera mentalmente, pero no se da cuenta de que este fenómeno distorsionador de la realidad le está ocurriendo. Lamentablemente la totalidad de sus mayores intuiciones en el plano espiritual y religioso, así como en el plano síquico, siempre han seguido este proceso deformador. Si el ser humano se hiciese conciente de esto, aunque ello todavía no signifique una rectificación de su respuesta deformadora del conocimiento de realidades, en parte también lo sería en la medida que comience a discriminar mejor entre lo que es incapaz de conocer en sí mismo, y aquello que subjetivamente elabora y deforma de acuerdo a sus propios esquemas cognitivos previos. Más aún, existen diferencias significativas en su proceso adaptativo de la experiencia nueva y desconocida, cuando se trata por ejemplo de una experiencia sensorial-visual como percibir e interpretar un objeto volador no identificado, y, por otra parte, representarse mentalmente la naturaleza de los eventuales pilotos de esas “naves”. En el primer caso, se buscarán explicaciones asociadas a percepciones visuales previas y ya conocidas, como llamarlos “platillos voladores”, o “naves”, o “sondas”, o “fenómenos meteorológicos”, o “satélites”, “fenómenos lumínicos naturales”, etc. En el segundo caso, se buscarán explicaciones teóricas conocidas y aprobadas, o meramente verosímiles, de acuerdo a un sistema de creencias previas; entonces se podrá explicar que se trata de seres venidos de otros planetas y de seres biológicos.
Cuando se comienzan a superar estos condicionamientos y se hace uno conciente de ellos, entonces se descubrirá que el hecho que parece así de simple y accesible a nuestra comprensión, en realidad encubre una realidad inmensamente más compleja e inabarcable para la mente humana. Ellos mismos nos permiten acercarnos a un nivel más alto y próximo si cumplimos ciertas condiciones evolutivas y de desarrollo personal y espiritual. De lo contrario, carece de sentido y oportunidad toda manifestación más directa por estas y otras razones. Si nosotros estamos revelando esto, es porque Ellos así lo quieren. Lo que yo mismo sé no es más que lo poco que los Seres me han querido revelar. He tratado de saber más, pero se me han mostrado y demostrado los límites a mi condición mental y humana.
Uno de los primeros y más grandes errores que se han cometido en relación con este fenómeno por parte de la humanidad en general ha consistido en creer que el fenómeno Ovni, en tanto se ha hecho completamente evidente y universal a través de la percepción sensorial -- sobre todo de la vista humana--, consiste en una realidad de tipo físico natural, con características que se ajustan a cualquier objeto y fenómeno propios de esta dimensión planetaria y, luego, condicionados por la supuesta dimensión espacio-tiempo de todo lo que acontece en este Universo. Les aplicamos inocentemente todas las reglas y leyes de nuestra percepción sensorial, de nuestra racionalidad, de nuestras legalidades científicas, de nuestro sentido común, de nuestras formas de conciencia, de nuestras capacidades mentales y cognitivas, y con todos estos elementos y factores los procesamos, los adecuamos y los interpretamos en su realidad. Trataremos --para aportar en la superación de esta deficiencia-- ante todo de abrir una enorme interrogante, una gigantesca laguna que ni siquiera soñamos nosotros completar adecuadamente, pero que nos permitirá irnos acercando en el futuro a esta realidad superior de una forma mucho más acertada, paulatina y directa.
Primero, cuando hablamos de Seres, no nos referimos a seres de una sola dimensión, de un solo plano de realidad y evolución. Todos los Seres de las realidades trascendentales coexisten coordinadamente y en conciencia común, si bien poseen grados variables de independencia y autonomía en sus decisiones.[29] Existen efectivamente seres extraterrestres que proceden de planetas y zonas distantes del universo que nosotros llamamos físico –es decir el universo que conocemos sometido a nuestras leyes físicas--, si bien han trascendido a otras dimensiones de realidad, lo que les permite desplazarse interdimensionalmente. Sus naves están diseñadas y fabricadas con materiales en parte de nuestra dimensión física natural, y en parte con materiales y elementos de otros planos dimensionales, así como con elementos físicos que aún no conocemos ni descubrimos. Su superioridad en todos los planos de convergencia con el ser humano es inmensamente mayor, por lo que su encuentro con nuestra especie es riesgoso para nuestra estabilidad y condición evolutiva natural. Por esta razón, deben regular y adecuar su presencia en nuestro planeta. Además existen complejas regulaciones de las relaciones entre seres en el cosmos e interdimensionales. La Trascendencia es una convergencia de dimensiones y estados de realidad que el ser humano actualmente no puede concebir ni experimentar. Uno de los grandes propósitos de la evolución natural es adecuarnos para dar en el futuro este gran paso hacia los planos de realidad Trascendencia.
El propósito de estos seres extraterrestres, los cuales poseen además diferentes especies con algunas características diferentes en diferentes aspectos --procediendo además de diferentes zonas del Universo físico y extrafísico-- ha sido condicionado por el Consejo de los Universos a cumplir un protocolo de relación con el ser humano. Esta relación es además supervisada –si puede decirse así—por el Espíritu que gobierna todas las cosas desde la Trascendencia-inmanencia, con el cual todas las cosas de todas las realidades están en relación esencial y necesaria. En términos generales, este protocolo sostiene que su relación debe ser regulada de acuerdo a los planes evolutivos específicos para el ser humano y el planeta mismo. Más aún, a Ellos se les ha asignado el apoyo y estimulación sutil en los planos físico y sicobiológico, particularmente en la estimulación de las facultades mentales superiores y de conciencia humanas, así como una cierta intervención en la dimensión social y política, manteniendo ciertos vínculos ocasionales con instituciones gubernamentales de algunas naciones del planeta, las que hasta el momento han sido muy poco satisfactorias. Dentro de los próximos cien años habrá cambios importantes en las relaciones interplanetarias con la especie humana y con este planeta en conjunto, de las cuales aún no corresponde hablar. Sería lamentable que los gobiernos más influyentes del planeta continúen con su política hostil, mezquina y dañina para el proceso evolutivo universal, tratando de actuar a espaldas de los pueblos y de la especie misma, tomando decisiones en relación con el fenómeno de los Ovnis y los seres extraterrestres que sólo responden a una visión minimalista, temerosa y no representativa acerca del ser humano, del Universo y de la realidad, pues a la larga entorpecerán el cambio, pero no lo podrán detener.
Tan importantes, e incluso más jerárquicamente, son los Seres que se confunden con estos seres extraterrestres y que proceden de planos no físicos, trascendentales y espirituales, pero que, sin embargo, pueden materializarse por una suerte de síntesis energético-atómica, asumiendo la materia y forma que Ellos deseen. Estos Seres Trascendidos, a quienes hasta aquí hemos denominado también el Espíritu, o el Espíritu Trascendental, se presentan materialmente –dimensión espacio-tiempo-- con menos frecuencia que los interplanetarios, ya que Ellos prefieren trabajar a favor del ser humano en los planos más sutiles de la conciencia y de la mente, provocando fenómenos integrativos endo-exo, más que fenómenos exo-endo, que son más propios de la responsabilidad de los Seres interplanetarios. Estos Seres pertenecen a una dimensión de la Realidad que, en términos nuestros, podríamos denominar tan profundos o tan trascendentales, que superan absolutamente nuestra posibilidad de adentrarnos en su naturaleza y verdadera condición. Ellos son los que sostienen la dimensión raíz de la Realidad universal. Ellos han sido confundidos desde siempre por el ser humano con todo tipo de dioses y hasta demonios de las religiones y experiencia primitivas y tradicionales. Ellos corresponden, por ejemplo, al Padre, pero no exactamente al Hijo ni al Espíritu Santo, del catolicismo. Ellos han sido confundidos y rebajados  a manifestaciones incompletas, imperfectas, naturalizadas, incluso formal y conceptualmente espiritualizadas, pero a Ellos no les ha importado, pues su trabajo no depende del reconocimiento ni del conocimiento humano. Ellos han participado en la creación del Universo natural, han generado las constantes estructurales y dinámicas del mismo, han participado en el proceso expansivo del Universo, provocando la formación de los macro-componentes del Universo, las galaxias, los soles y los sistemas planetarios, las innumerables formas de vida y acondicionamiento evolutivo intraplanetarios, lo mismo que regulando las relaciones interplanetarias de formas de vida, existencia y dimensión. Ellos nos tienen reservadas maravillosas sorpresas que aún ni imaginamos en la amplificación de nuestra experiencia de realidad, incluso en esta sola dimensión espacio-tiempo que acostumbramos a llamar la realidad. Ellos fueron intuidos por todas las manifestaciones de espiritualidad formal y religiosa en la forma a veces mixtificada del Ser supremo, Dios, Alá, Brahman-Atman, Tao, etc. A decir verdad, ni siquiera es un término adecuado el Ellos que hasta aquí hemos utilizado para nombrarlos, pues en su naturaleza más inmanifestada, más esencial incluso en lo manifestado, no es ni singular, ni plural; ni masculino ni femenino; ni personal ni impersonal; ni esto o aquello; ni nada ni algo, pudiendo ser, al mismo tiempo, todo eso por completo y en parte. Esto, que parece un juego de palabras y un atentado a nuestro sentido común, lógica y experiencia, es lo que ocurre cuando nos comenzamos a aproximar a Su esencia, pero también y primero a la nuestra.
Cuando los seres diferenciados individualmente, como los seres humanos o los extraplanetarios, comienzan a vincularse e integrarse con otras dimensiones de realidad no físicas, experimentan progresivamente en ese proceso de integración, un proceso igualmente de desindividuación y desintegración, sin que por ello pierdan nada del componente esencial individual, desarrollando una personalidad que ya no puede ser diferenciada como un esto o aquello, un yo o un no-yo, sino que alcanza niveles de integración Todas-las-cosas-Yo-no-Yo, personalizado y despersonalizado al mismo tiempo, todo lo cual actualmente no es representable debidamente, ni tampoco puede ser experimentado.
Este Espíritu es el que genera y participa de todo fenómeno de continuidad ininterrumpida de todo lo que acontece en el Universo, incluso al interior del ser humano. Se presenta vinculante en todos los niveles, dimensiones y formas de realidad, unificando coordinada y organizadamente toda forma del Ser y de existencia, sosteniendo y dinamizando toda la Realidad en un continuo sin límites ni restricciones, desde lo mínimo a lo absoluto. Es el océano primordial dentro del que nadan todas las cosas y por el que eventualmente pueden relacionarse todas con todas y unas con otras. ¿Qué puede decirse de las cosas que existen diferenciadas dentro de un océano fuera del cual es imposible existir? ¿Cuál es el océano y cuáles las cosas? Las cosas pueden soñar que existen fuera del océano, pero es el océano el que en realidad sueña que existe fuera del océano. El océano sueña que existe fuera del océano a través de sus seres humanos porque quiere hacer suyo también lo imposible. Nosotros también somos parte de su imposible. El océano, por tanto, es real, posible e imposible.
El Espíritu adviene, pues, por todos los flancos, por todas las dimensiones, por todas las cosas al ser humano. Sin embargo, también hay una dimensión que guarda relación con la evolución humana en su relación con el Espíritu en tanto espíritu más que cualquier otra cosa que también es el Espíritu. Queremos decir que el Espíritu adviene en formas como puede serlo el Amor, así como puede advenir como mente, como conciencia, como extraterrestres, como naturaleza, como amigos, como enemigos, como despertar y como dormir, etc.
Cuando hemos venido diciendo que la especie humana se encuentra a punto de tener que resolver una encrucijada histórico-evolutiva de innumerables perspectivas y dimensiones, ahora podemos sintetizar todo este proceso altamente complejo y convergente reconociendo que el eje director y coordinador de todo él es un advenimiento, un verdadero Avatar del Espíritu en manifestación más directa y central que nunca antes en la historia humana, además de todas sus otras manifestaciones mediadas por innumerables formas de existencia. Todas las circunstancias, todos los seres, todo el planeta, todas las cosas se cargan del mismo Espíritu para apoyar a este Avatar que se avecina. Este Avatar es simbolizado en el evangelio por la segunda venida de Cristo para instaurar el Reino de los Cielos (símbolo del advenimiento integrador de la trascendencia espiritual). Ello –como ya hemos dicho—involucrará entre otros hechos sobrenaturales, el encuentro, regido por este Espíritu, de nuestra especie con seres interplanetarios.
Finalmente, su base de operaciones, su cabeza de puente, su primer asentamiento lo está materializando primero que todo en la conciencia humana –en todos sus niveles-- y en su mente. El Espíritu por irradiación actúa y transforma desde este centro humano, pero también por medio de todas sus manifestaciones externas actúa y transforma hacia la conciencia y la mente, produciendo así un efecto unificador y potenciador del proceso integrador y transformador en el que se encuentra actualmente respecto del ser humano.





5.                        LOS MISTERIOS PRÓXIMOS QUE DESAFÍAN AL SER HUMANO


Hemos visto hasta aquí que las facultades cognitivas que ha desarrollado evolutivamente el ser humano le han permitido entrar en una relación adaptativa creciente con un cierto entorno de realidad que hemos denominado natural o dimensión espacio-tiempo. Sin embargo, hemos constatado también que el ser humano ha poseído y desarrollado en paralelo un conjunto de facultades que no han guardado una relación pragmática y adaptativa al entorno inmediato y que le fueron asignadas por Seres que anticiparon el crecimiento evolutivo en una dirección dimensional paralela a la natural y absolutamente complementaria a ésta. A diferencia del entorno físico natural, dentro del cual nace el ser humano y se desarrolla inmerso en una interrelación estrecha de dependencia e interacción mutua, esta otra dimensión metafísica parece tocar tangencialmente la naturaleza en su condición de autonomía. Aunque –hemos dicho—la dimensión metafísico-espiritual contiene y atraviesa sustancialmente el plano espacio-tiempo, al no ser el ente humano una creatura de naturaleza mayoritariamente espiritual, sino compuesta mayormente de material físico-natural, su experiencia y captación de realidad son mayormente del plano espacio-tiempo-materia. Desde allí, por tanto, surgen sus mayores urgencias y estímulos, sus principales necesidades, sus vínculos, etc. De alguna manera se puede decir que está encadenado, entrampado en este cubículo de realidad. Tiene pocas opciones y oportunidades de acceder a otros niveles de realidad. Más aun, cuando intuye, o entiende que pueden existir otras posibilidades de existencia, otras formas de realidad, y que incluso el mismo individuo puede transformarse para acceder a estos planos de realidad, se aferra a este recinto carcelario natural, porque le resulta definitivamente satisfactorio o suficientemente atractivo como para no aspirar a nada diferente, aunque sepa que puede llegar a ser todo inmensamente mejor. Ya no se trata siquiera de dejarlo todo: esposa, hijos, bienes, dinero, placer, etc. y seguir a un hombre santo, viviendo ascéticamente y al servicio de los demás, y no de uno mismo. Este nuevo desafío, esta nueva aventura exige una renuncia infinitamente más total que ésa, que la exigida a los humanos por Jesús, el Cristo. Ésa de Cristo fue preparatoria de ésta para la humanidad. Millones y millones lo siguieron descalzos por las calles de tierra de la historia moderna; y no sólo en su forma de Cristo, sino también de Buda y de tantos y tantos líderes de la extrema renuncia. “Es más fácil que un pobre pase por el ojo de una aguja, a que un humano entre al Reino de los Cielos.” Así parafraseamos el nuevo desafío evolutivo. Todo lo que ha visto el ser humano hasta aquí es como nada; todo lo que ha experimentado, como nada, comparado con lo que le adviene. ¿Nos adecuaremos como especie a este desafío a través del dolor colectivo –como ha ocurrido hasta aquí--, o seremos capaces de dejarlo todo y lograr el salto abismal de la conciencia? Si el hecho que describimos es cierto, entonces también es cierto que habrán algunos humanos que den el gran salto trascendental y evolutivo.
Es más, existen otras dimensiones de la realidad que han estado siempre en una proximidad relativamente marginal, vinculadas con nuestra dimensión física natural, pero de una manera tal que tampoco han generado una urgencia adaptativa del ser humano. La muerte física –una de ellas-- ha acompañado a todas las especies biológicas de este planeta a través de toda la historia natural. La muerte física posee una inevitabilidad tan absoluta, que pudiera parecer que no ha existido ningún intento evolutivo adaptativo por parte de ningún ser biológico a fin de evitarla. Sin embargo, encubierta e indirectamente la evolución misma es un programa que reafirma la vida, utilizando la muerte. Primero, el programa evolutivo mismo no necesita poner a la muerte como un desafío u obstáculo adaptativo al entorno natural, ya que la muerte es, al menos para el ser humano, un mero tránsito entre vida y vida, a través del proceso de reencarnación. Más aún, si ponemos atención al hecho que los cambios físico-corporales de los homínidos, incluso comparados con los mismos simios, son poco significativos en el curso de  decenas de millones de años, respecto de los cambios de orden mental y de conciencia realizados en el homo sapiens los últimos cientocincuenta mil años, y todavía más los últimos doce mil. Las mutaciones evolutivas en el ámbito mental –ni siquiera en su base cerebral o del sistema nervioso— requieren de pequeños cambios funcionales y anatómicos, comparadas con la necesidad de órganos con habilidades específicas, como puede ser una mano para tomar de una manera específica, o un tronco erguido, con su finalidad específica. La mutación de la mente va claramente delante de la mutación cerebral y biológica. El ser humano puede mutar su mente incluso en el transcurso de una sola vida. Conciencia y mente son dos dimensiones síquicas que trabajan juntas, y que demuestran que su transformación evolutiva adaptativa en un sola vida puede ser asombrosa, sin que haya cambios relevantes ni de tipo en la estructura y funcionalidad del cerebro. Es más, la muerte no destruye los logros --el karma, entre otros-- esenciales o generales mutativo-evolutivos de la conciencia y, por ende, de la mente que un individuo realiza durante una vida.
Sin embargo, la muerte sí es un desafío adaptativo para la conciencia y la mente, las que parecen ser el objetivo de desarrollo primordial y central del organismo biológico sobre el cual se materializan. Hasta ahora el propósito o prioridad del programa evolutivo no ha sido inmortalizar el cuerpo biológico, es decir el instrumento, sino ante todo potenciar el proceso de continuidad de su dimensión de conciencia-identidad, la cual es sólo parcialmente dependiente del cuerpo biológico vivo. La naturaleza hace evidente en su programa evolutivo planetario que la conciencia (individual y colectiva) ha sido su objetivo máximo para esta era de desarrollo biológico. El cuerpo y especialmente el cerebro y sistema nervioso del homo sapiens ha alcanzado un nivel suficiente de desarrollo evolutivo adaptativo al medio natural para que pueda iniciarse una estimulación y desarrollo acelerados en la dimensión conciencia-mente, a fin de alcanzar con prontitud también adaptativa-evolutiva el nivel de realidad trascendental-espiritual.
Hasta ahora la conciencia ha realizado mejoras evolutivas y procesos de aprendizaje específicos también en su estadio muerte[30], las que el ser humano no recuerda normalmente al reencarnarse en un nuevo cuerpo biológico. La muerte o mortancia, como estadía de la conciencia en otro nivel de realidad y como modificación parcial de su propia funcionalidad,  ha sido también un importante factor evolutivo, por lo que lejos de ser un impedimento para la evolución del individuo y de la especie, ha sido altamente positiva y así valorada dentro del sistema evolutivo planetario. Sin embargo, la funcionalidad de la muerte biológica y de la mortancia misma han cumplido su ciclo evolutivo útil, pues se requieren cambios adaptativo-evolutivos consecuentes con el nuevo desarrollo de conciencia-mente-espíritu del trans-humano que se está gestando mutativamente en la actualidad. El plan evolutivo para el ser humano tiene como uno de sus fines ultérrimos la unificación del espíritu con la dimensión espacio-tiempo y sus niveles intermedios, asociados a la conciencia y la mente.
En consecuencia con este propósito evolutivo la naturaleza debe facilitarnos una continuidad más acabada, completa y transdimensional de una vida a otra, sin el entorpecimiento que implica actualmente la desencarnación y la posterior reencarnación. Aunque el cuerpo biológico deba mantener ese estatus actual de medio conector con la dimensión espacio-tiempo-materia, y, por tanto, experimentar un proceso de transmutación más acorde a la naturaleza y funcionalidad de la conciencia y del espíritu, sin por ello lograr liberarse de condicionamientos como el desgaste de sus sistemas o la dependencia de factores exclusivamente dimensionales físicos, e incluso la necesidad eventual de una recambio completo de cuerpo biológico, ello no obstante debe realizarse sin que se pierdan los atributos de conciencia y mente actualizados en una vida corporal, al pasar de un cuerpo físico-biológico a otro. Es decir, no debe producirse pérdida de contenidos mentales, tales como la memoria biográfica, la identidad continua, el carácter, la personalidad, los vínculos afectivos y activos, los conocimientos, etc. Esto ante todo en función de una mejor integración del espíritu y conciencia a la dimensión espacio-tiempo-materia, a través de una actualización más eficaz y económica de adaptación a los medios interdimensionales, y ya no sólo a una mera adaptación al medio natural, como ha sido el propósito de la evolución biológica natural hasta ahora en el planeta Tierra. Es decir, el salto evolutivo del ser humano implica que los Seres Trascendentes han decidido en su plan evolutivo que el ser transhumano cambie sustancialmente parte de la finalidad del mismo al no sólo evolucionar para optimizar la relación con su entorno natural planetario a partir de elementos básicos de relación materia-energía-espacio-tiempo-biología-mente-conciencia-espíritu, sino ante todo se introduzca en un segundo y más amplio plan evolutivo, que implica la trascendentalización primero del nivel sistémico dimensional recién descrito a nivel planetario. Esto quiere decir que el planeta Tierra debe recibir un impacto de convergencia transdimensional a través del nuevo superhumano y que implicará la transfiguración planetaria por la acción de espíritu-conciencia-mente-biología en todos sus niveles dimensionales, provocando por la integración de estas macro-dimensiones un cambio de la frecuencia vibratoria de la energía y de la materia comunes más concordante con la frecuencia vibratoria de la energía sutil – la que actualmente desconoce el saber científico humano--, así como una amplificación y apertura de las dimensiones espacio y tiempo. Una vez alcanzada esta integración evolutiva con el medio planetario, el transhumano poseerá atributos similares a los que se describían para los dioses del pasado terreno, así como igualará el nivel evolutivo de otros seres interplanetarios actualmente muy superiores a nosotros. Entonces también le corresponderá hacerse responsable de reproducir su modelo evolutivo y de su acción integradora multidimensional en otras zonas en formación del Multiverso, en perfecta sintonía con el Plan Maestro del Espíritu Trascendental.
Así pues, el desarrollo progresivo y transmutativo de la conciencia y de su componente-proyección-mente que describimos en este libro nos llevará a superar inmensas restricciones experienciales y cognitivas que se nos imponen actualmente en relación con la dimensión de la muerte, o mejor dicho, de la mortancia. En la actualidad no poseemos comunicación ni vínculo natural con los mortantes ni con la dimensión misma de la mortancia, así como los mortantes difícilmente pueden acceder a este nivel tan básico de la materia síquica y a una forma tan básica, rudimentaria y tosca de conciencia-mente en la que nos encontramos no sólo en nuestra conciencia de vigilia, sino también en nuestra conciencia subconciente y hasta en el inconciente próximo. Actualmente cuando los mortantes vienen a nacer a un nuevo cuerpo, o cuando un viviente muere y pasa a estado de mortancia, se debe realizar un procedimiento de adecuación transdimensional que está dirigido y operado por Seres superiores especializados, a fin de salvar la ruptura y distancia natural que existen entre ambas macro-dimensiones. En la medida que adecuemos nuestra conciencia-mente a una mejor integración de la misma y, por tanto, actualicemos su potencial integrado, estaremos en condiciones de mantener una relación transdimensional vida-mortancia y vivo-mortante, que nos permitirá acceder a un plano de realidad, cuya inmensidad y maravilla no podemos actualmente reproducir en nuestra condición mental –si bien algo de ella guardamos en nuestra memoria profunda, tal como señalaba Platón, de acuerdo a enseñanzas iniciáticas por él recibidas--.
Hemos dado, pues, a entender que la muerte y la mortancia representan a través de la historia natural una especie de dimensión periférica de la dimensión natural de experiencia de los seres biológicos, y que, aunque estamos acondicionados precariamente para interrelacionarnos con esa dimensión de mortancia, poseemos al mismo tiempo un potencial evolutivo próximo significativo y evidente que nos permite anticipar la dirección de nuestro proceso evolutivo en esa zona y forma de realidad. Este análisis nos muestra que existe en todo proceso evolutivo una bidireccionalidad endo-exo del acondicionamiento transmutador, es decir que existen los agentes potenciales que facilitan desde el interior del sistema sico-biológico una transmutación sistémica en la misma intención funcional, y en la adecuada interacción, de acuerdo con los estímulos desafiantes del sistema exo, propio del medio ambiente natural, pero consistentes y coherentes con el mismo plan sistémico del sico-organismo endo. Por ejemplo, si el plan evolutivo se propone que los seres humanos realicen música, puede actualizar –en la perspectiva endo--un potencial genético evolutivo concordante con la producción de una mano con dedos que puedan pulsar las teclas de un piano, u otro tipo de instrumentos. Por otra parte –en la perspectiva exo--, la naturaleza aporta con elementos materiales adecuados y funcionales para que se pueda construir un piano –u otro instrumento digital--, a pesar de que no existen los pianos en la naturaleza espontáneamente, y de que las condiciones físicas sean las apropiadas para que se produzca el fenómeno sonido, y en general todos los factores físicos-naturales -- integrados sico-físico-biológicos, como sistema endo-exo -- que permiten la realización del fenómeno complejo, por ejemplo, música-de-piano.
Este patrón endo-exo de la evolución natural permite reconocer cuando estamos realmente ante un potencial evolutivo y un proceso actual evolutivo, o cuando se trata simplemente de un potencial fantasioso de la capacidad especulativa de la mente humana --como se deja ver precisamente en parte de las teorías científicas fantasiosamente especulativas acerca de los mecanismos de la evolución natural--.
La relación próxima con el mundo de los muertos, espíritus, ánimas o de tantas maneras que se ha llamado a los mortantes, a las personas que han estado en un cuerpo vivo, y luego han desencarnado, ha sido un motivo central en casi todas las culturas en todos los tiempos. Se han forjado todo tipo de historias y especulaciones, sin embargo algo en común tienen todas ellas. Una, que las personas después de muertas conservan algo de su individualidad y características de su ser cuando vivo. Dos, que pasan a un estado distinto, óntico y de realidad. Tres, que pueden mantener una cierta relación y relación variable con los seres vivos. Con esto ciertamente no se puede demostrar nada. No se puede siquiera demostrar que ello sea cierto, ni que haya un universo próximo a nuestra realidad viviente que pueda ser modificado en su relación con nuestro plano de existencia. En todo lo que he escrito en este libro no me interesa apelar a la razón, ni  a la evidencia de ningún tipo, sino meramente a la intuición. Es la intuición la verdadera guía y conductora de esta aventura y salto evolutivo, la que da alas para volar por encima de todo sin necesidad de ojos, de sentidos, de razón ni de verdad. Si la posees, vuela conmigo; si no, puedes hacer lo que quieras…
Una de las cosas más importantes que debemos saber ahora que viajamos a la vista de nuevas costas nuca vistas antes más que en sueños, es que el universo de los mortantes, la mortancia, no es solamente un estado, sino ante todo la experiencia de otro nivel de realidad, pero no una dimensión natural sólo para humanos y acondicionada para humanos, sino una dimensión abierta, en la que se puede entrar en múltiples relaciones interdimensionales, más allá de todo lo imaginable; si bien todas ellas en concordancia con el estado evolutivo del individuo en particular y con el de la especie en conjunto.
Cuando dormimos, nuestra conciencia –decimos—cambia de estado. Eso que llamamos conciencia es, en realidad, como un organismo vivo dentro de otros organismos que colaboran con él –tales como la mente y el cuerpo biológico--. Cuando cambia de estado, en realidad está experimentando modificaciones funcionales que dependen ya sea de su relación con otras funciones o condiciones dimensionales u otras relaciones. La conciencia, mientras estamos vivos, depende mayormente de las funciones de nuestro cerebro y de nuestro cuerpo biológico en conjunto. Por eso que si bebemos alcohol, o ingerimos ciertas drogas nuestra conciencia experimentará modificaciones en su funcionamiento, pero no pierde normalmente, por ejemplo, la identidad personal. La conciencia puede sufrir severas alteraciones funcionales si se ve afectada, por ejemplo, por alteraciones funcionales de componentes mentales, como ocurre, por ejemplo, en ciertos estados delirantes por daño cerebral o bajo descargas emocionales muy intensas, las que producen efectos directos sobre el funcionamiento de la conciencia.
De lo poco que se conoce actualmente sobre la conciencia, hay dos componentes que nos resultan sobresalientes. Uno, la identidad o experiencia de un yo, que representa en realidad un principio trascendental que se degrada en asociación con la conciencia, la cual es un vehículo u organismo que se asocia estrechamente al yo, al punto de que parecen una sola entidad. El yo es un principio espiritual, que procede de niveles de trascendencia aún desconocidos para el ser humano.[31] En segundo lugar, la conciencia puede ser autoconciente –a través de la metaconciencia—o no. El ser humano normal divide los procesos de conciencia atenta y autoconciencia; es decir, cuando en vigilia pone atención sobre otra persona o cosa externa, su conciencia tiende a no ser autoconciente. Por la otra parte, cuando pone atención en lo que está aconteciendo en su propia mente tiende a perder la conciencia atenta del exterior. Sin embargo, la función de conciencia se debilita grandemente en su capacidad y en su potencial de aprehensión de realidad en conciencia cuando se encuentra dividida de esta manera o desintegrada –como ocurre en otras funciones incompletas de conciencia--. La meditación, como la conciben en variadas prácticas y filosofías, pueden ser peligrosas en este aspecto, ya que a veces buscan precisamente la anulación de la conciencia atenta y de la participación de las funciones de la mente en el flujo de conciencia. Aunque en sí misma esta concepción y práctica pueda representar un conjunto de ejercicios necesarios para el desarrollo de la metaconciencia, entenderla como la gran vía de la iluminación espiritual lleva normalmente a un desgarramiento de las formas de conciencia  de encarnación y de despliegue en este plano evolutivo natural –produciendo una hipertrofia de la metaconciencia, a pesar de continuar sostenida desde un cuerpo biológico y desde esta dimensión espacio-temporal, y una anulación de la conciencia natural[32]--, al que no debemos renunciar, pues todos los seres humanos somos constructores responsables de la evolución inmanente-trascendente de este plano físico-sico-biológico natural.
Cuando se logra el equilibrio entre metaconciencia y conciencia atenta, se facilita el flujo de conciencia continuo y amplificado que permite el tránsito y actualización de ilimitados niveles de realidad que, en cuanto son anticipados y potenciales próximos en el genoma natural y trascendental evolutivos, se concentran en la sustancia constitutiva de la conciencia, provocando cambios actuales y progresivos en todas las manifestaciones físicas, síquicas y biológicas asociadas al fenómeno mismo de conciencia. En lo inmediato, las personas cambian su comportamiento, debido a cambios en el sustrato de la personalidad, y progresivamente en el carácter. Cada persona cambia y adecúa estos cambios de acuerdo a  sus múltiples particularidades en todos sus niveles constitutivos y dinámicas existenciales personales.
Así pues, si los cambios de conciencia son significativos y conectivos, provocarán actualizaciones de realidad que antes no eran posibles, como si fuesen inexistentes, en la medida que no existían los vehículos de conciencia apropiados para experimentarlos vincularmente. Las personas en su mayoría no creen en ovnis, extraterrestres, fantasmas, telepatía, anticipación del futuro, magia, brujos, milagros, hechos sobrenaturales, reencarnación, etc., si no los han experimentado en alguna forma de conciencia intensa y metaconciente. Las personas incluso no validan sus propias experiencias trascendentales, espirituales, o en estados de conciencia “anormales”, si ellas no son ratificadas de alguna manera en el nivel de los sentidos, de la razón, del conocimiento validado o de la conciencia de vigilia. Esto representa uno de los entorpecimientos al desarrollo personal y colectivo evolutivos de la conciencia más graves y extendidos a través de la historia del humano moderno. Es decir, si no se amplifica e integra la conciencia en todos sus planos, no es posible que ciertas realidades existan para la conciencia y aporten sus virtudes evolutivas. Sin embargo, no es suficiente maximizar o desarrollar el potencial de la conciencia, si no se asocia a un desarrollo sistemático y creciente de las demás facultades y capacidades mentales, espirituales e incluso ambientales. La realidad funciona como un todo en cualquiera de sus manifestaciones aparentemente aisladas, incluso el individuo humano y su mente particular. Mientras más formas y aspectos de realidad se integren a la conciencia y la mente, cada vez mejores y nuevas virtualidades se irán integrando a cada función en particular –sea ella la inteligencia, la emoción, la memoria, la intuición, la percepción, etc.--.
Sólo así se entiende que los grandes misterios o hechos increíbles o fenómenos anormales que contradicen los parámetros de realidad natural, los cuales el ser humano común ha acostumbrado a experimentar y aceptar como reales, y que siempre han sido parte de una suerte de periferia de realidad, en la medida que igualmente se han manifestado con mayor o menor justificación y credibilidad a una inmensa cantidad de seres humanos, han logrado una validación o representación suficiente como para llegar a formar un sistema de creencias alternativos y catalogados de muchas maneras diferentes en las diferentes culturas. No deja de ser igualmente significativo y coherente el hecho de que muchísimas personas, y, por lo menos, siempre de una u otra manera las colectividades, han validado dentro de sus culturas, diríamos intuitivamente, estas formas de realidad como reales o al menos posibles, sin nunca rechazarlas por completo –incluso cuando se ha tratado intencionadamente de erradicarlas--. Si bien es necesario reconocer que estas formas superiores o alternativas o paralelas de realidad se mezclan frecuentemente ante la experiencia y conocimiento humanos con formas personales, subjetivas y deformadoras de experimentar, procesar y asimilar estas mismas experiencias, así como la mente posee incluso la capacidad de replicarlas mental y subjetivamente como si fuesen transdimensionales –en el lenguaje común, calificadas de objetivas o reales-- , pero que en realidad son meras proyecciones mentales y hasta ilusorias, en casos extremos.
Así pues, son numerosas las formas y dimensiones de realidad fantásticas, maravillosas y sobrenaturales que se actualizarán como nunca antes en la historia humana, gracias a que la conciencia, la mente y otros factores humanos asociados se amplificarán y potenciarán extraordinariamente. Se corregirán errores, se ratificarán hechos, se precisarán formas, naturalezas, aspectos; se profundizará en innumerables temas que estaban latentes o iniciales en esta área de lo fantástico y sobrenatural; se descubrirán nuevas dimensiones de lo actualmente increíble y mágico; se abrirán espacios próximos de la realidad en innumerables perspectivas anticipadas de alguna manera, pero otras ni siquiera imaginadas. Esta vez no habrá dudas, no habrá engaños, mixtificaciones, ni interpretaciones aproximadas. Las realidades se devalarán en unidad e integración para todos los transhumanos.
















6.                        ¿CÓMO ACCEDER A LA NUEVA CONCIENCIA?



Acceder a la nueva conciencia es un mandato, un imperativo natural, lo mismo que, nacidos en este planeta, es un imperativo respirar. Sin embargo, todos estamos en una relación distinta con la conciencia, en un grado, en un punto diferente de desarrollo y asunción de conciencia. Por lo tanto cada uno debe encontrar su propia y personal manera de desarrollar su conciencia y de ejercerla. La realidad en su infinita multiplicidad se manifestará también diferente para cada uno. Existen similitudes entre unos y otros, entre unas y otras experiencias, entre unas y otras manifestaciones de realidad. Las personas tienden a asociarse por similitudes; el error es fortalecer las similitudes, la mayoría de las veces incluso exigirlas a los partícipes de ellas, y todavía más trágicamente, imponérselas a los que no participan de ellas. Los cristianos quieren parecerse entre sí; los comunistas, también; los musulmanes con los musulmanes; los fans a sus ídolos; etc. Desarrollar verdaderamente la conciencia implica ante todo descubrir, mantener y desarrollar las características de una historia evolutiva personal, de un alma personal, de un cuerpo personal, de un encuentro personal y auténtico con la realidad, pero al mismo tiempo, y paradojalmente, relacionarse con la realidad desde la similitud e incluso desde la identidad y condición común de las cosas, de los grupos de cosas y personas, y de todos los niveles de realidad, en lo que se realiza como común y hasta idéntico entre  las manifestaciones de realidad.
Por eso, para hablar de un acceso a la conciencia tendremos que diferenciar y al mismo tiempo agrupar, con la seguridad de que en cierto sentido no representaremos a nadie con exactitud, sino hablaremos de meras aproximaciones y generalidades más o menos representativas de tipos humanos.
Hemos dicho más atrás que nadie se adentra ni en la mente propia, ni en las ajenas, ni en la conciencia, ni en el espíritu sin que alguien nos guíe. Ese alguien puede tomar formas y manifestaciones muy variadas y hasta completamente inconcientes. Es una ley sustantiva de la naturaleza que las progresiones en función de la evolución sean siempre guiadas. Recordemos que, primero que todo, el Espíritu conduce todas las dimensiones de realidad, y por tanto, a toda entidad en cualquiera de esas infinitas realidades. Hasta las estructuras físicas, los sistemas naturales, las estructuras y fenómenos cósmicos son conductores de una proyección constructiva y progresiva de toda la realidad universal y de nuestra realidad planetaria en particular. Las galaxias completas, los sistemas solares y planetarios, lo mismo que nuestro mundo, poseen cada uno por separado su propia progresión evolutiva y, en ese sentido, son conducidos hacia un algo –sea lo que fuere--. En la mente y en la conciencia humanas la cuestión y el fenómeno son más complejos y especiales.
Entre los seres humanos existe una gradación asombrosa en el desarrollo de la conciencia. Existen seres humanos que se encuentran casi en el estado inicial de conciencia de los primeros homo sapiens, hace cientocincuenta mil años. En el otro extremo, existen humanos cuya conciencia está tan desarrollada que mantienen una relación natural con seres de dimensiones trascendentales; es decir, presentan un adelanto evolutivo respecto de la especie en miles de años. La mayoría de los seres humanos lamentablemente posee un escaso desarrollo respecto de su propio potencial. Es frecuente encontrar personas en posiciones de liderazgo, de representación, de éxito social y cultural, de gran reconocimiento, incluso en áreas de índole espiritual y religiosa, también en áreas de alto rendimiento intelectual, que poseen un pobre desarrollo de conciencia. Se puede incluso aparentar mucha conciencia, cuando en realidad se posee muy poca, y es que la sociedad humana global exige poco y superficial respecto de los comportamientos humanos, y menos de los estados internos, particulares y privados. Es explicable también porque las sociedades modernas más que conciencia, reconocen y valoran en las personas los comportamientos validados social y culturalmente, no importando lo que realmente haya en la mente y la conciencia de esas personas. La conciencia es lo que sustenta realmente la vida mental e interna de los seres humanos, independientemente de lo que la persona haga, o se interprete que hace. La evolución nos obligará a invertir la perspectiva moral y valórica respecto de lo que actualmente valoramos y desvalorizamos en muchos aspectos de la condición humana. El giro no es fácil; es duro, complicado y doloroso para quienes se encuentran en un estado muy invertido respecto de la evolución de la conciencia y de la mente.
Las sociedades modernas han dado énfasis meritoriamente a mejorar las condiciones de vida materiales, lo cual hemos visto ha sido una prioridad para la evolución natural de las especies. Es por ello que ha privilegiado y desarrollado un contexto mental y de conciencia concordante con estos estímulos y circunstancias. Hemos visto también que desde el punto de vista de la complejidad funcional mental –y más todavía de las facultades metafísicas y espirituales--, el avance en el control de los factores materiales, ambientales y sociales no ha representado un gran desafío ni ha requerido un desarrollo amplio ni profundo de una gran gama de potenciales humanos. El ser humano es rudimentario y mediocre en todo lo que ha hecho y ha sido hasta el día de hoy. Lo es moralmente, artística, social y políticamente, en sus relaciones interpersonales, en el conocimiento y dirección evolutiva de sí mismo, de sus emociones, de su memoria, en su moralidad, en su anticipación del futuro, en su comprensión de otro seres humanos, en su racionalidad incluso, en su amplitud y profundidad de conciencia, en su labor intelectual variada, en sus capacidades cognitivas, en su percepción sensorial, en la relación con su propio cuerpo, etc., etc., etc. Un inmenso número de seres humanos no podría comprender ni reconocer qué es la conciencia ni observar metaconcientemente sus propios procesos y estados mentales; eso ni siquiera se enseña en la educación formal, ni en escuelas, academias ni universidades. Para avanzar en este desarrollo con esta inmensa cantidad de seres humanos habría que reformular la concepción antropológica, filosófica, sicológica, socio-política, educacional y mucho más, de ser humano. Por ahora –tratando incluso de no ser escépticos—esto no es posible, pues ello implicaría que en todas estas áreas de la actividad humana hubiese líderes y sabios capaces de experimentar por sí mismos estas capacidades, de concordar en una concepción común y de coordinarse con todas las áreas de desarrollo del ser humano. ¿De dónde llegarán y aparecerán estos sabios? ¿Cómo podrían llegar a posiciones de poder o de influencia? ¿Por qué la población mundial sin conocimiento de lo que se le propone podría aceptarlo? ¿Cómo sería posible llegar a un consenso mundial respecto de esto? ¿Sería posible sin más un cambio de paradigma materialista y economicista a un paradigma espiritual y humanista? ... Sólo por mencionar unas pocas preguntas de entre miles que difícilmente podrían ser respondidas positivamente.
¿Hay que dejar entonces abandonada a su suerte a toda esa multitud de seres humanos? ¿Hay que dejarlos en su ignorancia, en el terrible autoengaño en que se encuentran? Ciertamente la respuesta es no. Todos y cada uno debemos hacer lo nuestro en la medida de nuestras propias capacidades y de nuestra propia conciencia de este hecho. El mandato crístico de ser solidarios, de amarnos unos a otros, de ser responsables de lo que le acontece y de lo que carece el prójimo es un deber moral, espiritual, pero también material, y en todos los sentidos y niveles posibles. El mandato crístico es por sobre todo evolutivo. No existe la verdadera santidad si no se vive para los demás tanto como para uno mismo. Por otra parte, los demás pueden incluso estar representados en una sola persona, si sabemos darle todo lo que podemos y debemos darle a esa persona –muchas veces un esposo, un hijo, un amigo, un padre-- y en ello se cumple en conciencia nuestra inmensa capacidad de dar. La evolución de la especie no valora sólo los grandes maestros, los grandes benefactores sociales, los grandes líderes al servicio del pueblo, sino casi con la misma importancia y trascendencia, al alma individual que mucha veces ignorada por todos y en su pequeño recinto individual o familiar se desvive por alguien amado. Este mártir del amor por unos pocos y anónimos para la sociedad y la historia está empujando, como trabaja la pequeña hormiguita, evolutivamente a toda la especie al mismo tiempo. La conciencia también se construye sumando, unos a otros, esfuerzos en apariencia insignificantes; uniendo vidas insignificantes unas a otras, si en ellas hay un movimiento mínimamente constructivo para la existencia de sí mismo y de los demás. Muchas veces nuestra única responsabilidad hacia la humanidad toda es pensar con amor en la humanidad, querer con honestidad su bien, aunque estemos tan lejos de poder hacer algo práctico y concreto por ella. Los efectos positivos de nuestro pensamiento y de nuestra conciencia—sea cual sea el grado de desarrollo de ella—son siempre mayores de lo que observamos y creemos. Los efectos positivos de la conciencia son siempre mayores y más inmediatos que los negativos, pues estos también acaban siendo siempre –para el individuo y para la especie-- evolutivamente constructivos.
El trabajo de conciencia que estamos proponiendo en este libro requiere de un alto grado de conciencia previa para el que quiera asumirlo; para el que quiera comprenderlo cabalmente; para que uno pueda ser tocado por el Maestro y encenderse como una hoguera hasta convertirse en un ave Fénix mental y espiritual. Este libro puede ser entendido también por alguien que posee al menos conciencia intelectual; puede ser valorado positivamente y en alguna medida incorporado al quehacer de su evolución personal y social. Ya hemos dicho que no hay restricción para la evolución de la conciencia, pues debe realizarse en todos sus niveles, uno por uno o todos al mismo tiempo. La conciencia se amplía como una espiral: desde el punto mínimo inicial se va expandiendo siempre en movimientos circulares totalizadores, aunque el anterior siempre sea menos amplio que el siguiente. Sólo quien se acerque a él debe ser humilde y honesto para reconocer el grado de conciencia en que se encuentra para iniciar el Viaje junto con el Maestro. No se obtiene nada con engañarse a sí mismo o a los demás, tanto si creemos poseer más conciencia y mente en concordancia, como si nos subestimamos y creemos que no somos capaces de esta aventura. El Viaje de la trascendencia de nosotros mismos tendremos que iniciarlo y avanzar por él y completarlo, aunque tardemos millones de años más que el primero que lo logre. El que aparenta conciencia y desarrollo que no posee en verdad debe comenzar todo de nuevo en algún momento de su avance ilusorio. Incluso muchos maestros de conciencia, aun habiendo hecho mucho bien a muchas personas, se perciben y se creen más evolucionados de lo que realmente son. Esta forma de parálisis espiritual y de desarrollo de conciencia es probablemente la más peligrosa, pues es la más difícil de reconocer.
Este libro tampoco es un manual para el desarrollo de la conciencia o para la evolución personal. Es apenas un destello de luz concentrada que espera provocar un efecto de penetración en distintos niveles de la conciencia y de la mente de los seres humanos, a fin de dejar una vibración intensa que permita concentrar los esfuerzos personales en la dirección que al fin de cuentas cada uno considere la correcta para sí. Es por ello que las recomendaciones, las recetas, las prácticas, los pasos, las enseñanzas específicas, los ejercicios, las reglas sólo se mencionan tangencialmente; no están en el centro de nuestra intención, porque ellas solas requerirían de un cuidadoso análisis, de un análisis crítico y delicado que nos llevaría por otros derroteros y fines. Son necesarios, ciertamente; son tan necesarios como el bastón para el que no puede caminar con sus propias piernas, o mejor aún, son como los pulmones para el que quiere respirar. Sin embargo, contienen tanto riesgo, son tan difíciles de conocer, de integrar, de asimilar y de dirigirlos adecuadamente dentro de nosotros mismos que solo con la ayuda de un maestro personal e interior es posible avanzar recta y eficazmente. Los libros de autoayuda, los manuales genéricos, escritos para todos, las recomendaciones y ejercicios masivos, los ritos grupales o públicos sirven de bien poco para el que quiere avanzar derechamente hacia su propio interior, su interior único, con laberintos únicos, con reacciones únicas, con biografías únicas, con emociones únicas, con un entendimiento único, con un subconciente y un inconiente únicos y con una conciencia y mente únicas. La mayoría de los seres humanos, hasta los más evolucionados, necesitan para este Viaje hacia sí mismos tanto de un maestro personal, como de un maestro interior. De lo contrario es muy fácil quedarse a vivir en islas espirituales --o en paraísos artificiales--, creyendo haber descubierto un nuevo continente.
Cuando este Viaje lo inicia intencionadamente y realmente un joven, es muy diferente de si lo inicia un adulto, cuya vida ya ha sido condicionada por muchas y variadas circunstancias. El joven posee notorias ventajas respecto del adulto, y todavía lo sería más si se comenzara de niño.
La transmutación de la conciencia requiere, en el nivel mental, una disponibilidad flexible y abierta de todas sus capacidades. El joven aún no ha fijado por completo los patrones estructurales de las funciones mentales, los esquemas cognitivos, la estructura de la conciencia en sus diferentes niveles y estados, los condicionamientos sico-sociales, su identidad está en pleno proceso de construcción, su personalidad y carácter se están moldeando, presenta un variable grado de inestabilidad emocional, se encuentra en una búsqueda de sentido de sí mismo y de la realidad, además de que su cerebro todavía se encuentra en proceso de producción de neuronas con una gran plasticidad, así como su sistema nervioso y su cuerpo completo están disponibles para un alto rendimiento funcional, lo que le facilita, entre otras cosas, el aprendizaje en general. Si a ello agregamos que su vida social y externa posee también un alto grado de libertad, de apertura hacia la búsqueda de variadas formas de vida, de patrones de comportamiento social más críticos y concientes que los de sus mayores, de relaciones interpersonales más laxas y con menos responsabilidades familiares, laborales y sociales que los adultos, entonces se ve que hasta el fin de la juventud existen condiciones más favorables para iniciar un trabajo de conciencia transfigurador –a veces incluso en conflicto con su entorno familiar y social--, amplio y profundo. Lamentablemente los jóvenes, aunque simpatizan muchas veces con propuestas radicales que propongan privilegiar su desarrollo espiritual y de conciencia, así como con utopías transformadoras del statu quo, alcanzan demasiado pronto la adultez o bien experimentan los compromisos que los adultos imponen cuanto antes para que los jóvenes se preparen e inserten funcionalmente al sistema de vida social y laboral, mundial y local.
Para un adulto iniciar un proceso transfigurador de conciencia, una búsqueda vital centrada en la espiritualidad, implica generalmente un costo y un esfuerzo altísimos. Los compromisos que normalmente lo condicionan y apresan muchas veces sufren dolorosas rupturas y requieren frecuentemente ser abandonados, descuidados o conflictuados, pues no se adecúan a la forma de vida de un proceso de acrecentamiento de la conciencia, en el cual los valores, las realidades completas con sus innumerables circunstancias, relaciones personales y sentidos, así como la mente completa, experimentan una verdadera muerte y una reencarnación en vida de la misma persona. Todo y cualquier cosa puede verse grandemente afectado. No es infrecuente que se produzcan separaciones de matrimonios, de parejas, de amigos, de familiares; que se cuestione todo lo que antes era incuestionable; que se produzcan cambios notables en el carácter y la personalidad; en los gustos y los disgustos; en los intereses y quehaceres –especialmente el trabajo--; en la visión y sentido de vida; en los hábitos; etc., etc., etc. El entorno familiar, social y humano en general se ve afectado y se resiente por el cambio de la persona en proceso de transformación profunda. Muchas veces el entorno humano se resiste y rechaza de diferentes maneras este cambio y proceso. Buda abandonó a su mujer y a su hijo. Jesús abandonó a su familia –María experimentó la extrañeza de su hijo--, aunque algunos familiares lo acompañaron. Los discípulos de Jesús abandonaron a sus propias familias, mujeres e hijos. San Francisco dejó a sus padres y a Santa Clara. El camino de transformación de la conciencia no puede ser condicionado ni coartado de ninguna manera, pero en cada persona se debe realizar de acuerdo a las convicciones personales, en conciencia también de los perjuicios y conflictos que se esté dispuesto a provocar.
Así pues, modificar un sistema de conciencia que se afirma y reafirma en innumerables elementos y factores que hacen que seamos y nos experimentemos como somos y como nos experimentamos a nosotros mismos –refiriéndome ante todo a un adulto común--, implica o bien creer ciegamente en alguien que te ofrece ser tu guía (maestro) en este complejo proceso, pues la persona normal carece de la perspectiva de metaconciencia del que está fuera de sí mismo y fuera del estado personal que, por definición, es autoreferente, ensimismado y limitado. El maestro, en este caso, es el único que puede percibir y comprender las realidades, incluida la del discípulo, tales como son en su relación afuera-adentro. De lo contrario es imposible para una persona común experimentar la realidad y su propia realidad como un afuera-adentro, sino sólo como un adentro, siempre desde algún tipo de insuficiente adentro. Sin embargo, este modo de transformación de conciencia está sujeto a una peligrosa y frecuente imperfección o limitación del mismo maestro –ejemplos que abundan en la historia y también en la actualidad--. En este caso el discípulo depende no sólo de las cualidades iluminadoras e intuitivas de su maestro, sino también de sus defectos y errores, los que, incluso aunque sean pocos o menos que sus cualidades y aciertos,  por desgracia son más determinantes para el proceso de transformación integral que siempre implica la conciencia, que los aciertos del mismo maestro. Para que el trabajo de un maestro sea realmente eficaz y profundamente transfigurador, no debe cometer errores. El maestro debe ser perfecto, de lo contrario también él necesita un maestro.
Las otras formas de maestría se realizan de diferentes maneras desde distintos planos de realidad. Todas ellas son siempre complementarias y acompañan siempre incluso la relación personal de un maestro (guía) y un peregrino (discípulo). Cuando un maestro es verdadero, se puede comprobar porque la realidad está sintonizada con él y él con la realidad, de manera que el maestro es Uno con Todas las Cosas y Todas las Cosas enseñan junto con él.[33]








7.                        LA PRÁCTICA INTEGRADORA DE LA METACONCIENCIA



Una grave deficiencia que se ha ido agravando con el correr de la etapa evolutiva que finaliza consiste en nuestra condición fragmentada, incompleta e insuficientemente unificada de todos y cada uno de nuestros componentes, a la hora de maximizar nuestras capacidades actuales y nuestro infinito potencial. El proceso adaptativo al medio natural, y luego social e intrasíquico, ha requerido de una acumulación de funciones específicas que se han ido coordinando básica, pero eficazmente, para lograr un efecto progresivo. Cuando decíamos que todo en el ser humano es mediocre e incompleto, y aun así suficientemente funcional, por una parte provoca este efecto de expectativa por parte de la mayoría de los seres humanos de alcanzar ese estado de habilitación suficiente y “exitosa”, y, por otra, debilita y opaca cualquier otro modelo de realización que no satisfaga este modelo naturalista-materialista ya probado. La mediocridad evolutiva está bien instalada y bien resguardada en la mayoría de los seres humanos. La razón se lleva mal con la emoción; la emoción se lleva mal con la memoria; la imaginación se lleva mal con la sensatez; la inteligencia se lleva mal con la sabiduría; la moral se lleva mal con la autenticidad; el carácter se lleva mal con la conciencia; y así, finalmente, todo se lleva a medias con todo lo que somos y hacemos, de manera que somos y nos comportamos como un sistema semiintegrado y en todos los aspectos semis. Somos semi-espirituales, semi-morales, semi-inteligentes, semi-sensitivos, semi-concientes, semi-ciudadanos, semi-intuitivos, semi-humanos, pudiendo llegar a ser perfectamente todo lo anterior e infinitamente más.
Cuando las personas han acumulado un nivel suficiente de dialéctica natural del sufrimiento, vida tras vida; cuando han ido procesando las profundas enseñanzas de vida y han ido siguiendo conciente e inconcientemente al Espíritu-Maestro que nos guía a todos de las formas más sutiles, impensadas y omnipresente; cuando por fin se alcanza un nivel crítico de aprendizaje en todos los niveles de conciencia, entonces es posible comenzar la integración de todos los potenciales próximos evolutivos y comenzar a producir la mutación de conciencia que surge desde las profundidades del alma, del espíritu y de la conciencia trascendental y colectiva, pero que es coordinada igualmente con todos los niveles de realidad –incluido el plano espacio-tiempo-materia-- sintonizados por el Espíritu.
Esta conciencia potencial y disponible para la integración comienza entonces este proceso final de unificación de la conciencia, lo que conlleva naturalmente un proceso de unificación de las facultades de la mente, de activación del potencial de la conciencia-mente y de sincronización con los niveles creadores y directores de la realidad natural y humana. Cada uno de estos procesos posee tal grado de complejidad y densidad que nos es imposible profundizar o desarrollar aquí cualquiera de ellos. Trataremos de ofrecer una visión al menos somera de aquellos componentes mayormente influyentes sobre estos procesos transmutadores, para lo cual comenzaremos con el análisis de la metaconciencia.
Existen animales –como el delfín, el elefante, los simios-- con sistemas nerviosos complejos que les permiten realizar actividades y procesos mentales variados y complejos, similares a los de los seres humanos. Uno de estos fenómenos mentales asociados a un sistema nervioso es la conciencia tal como la experimenta el ser humano. Recordemos que la conciencia es un fenómeno compuesto de niveles y grados, si bien nuestra experiencia cotidiana se asocia naturalmente a la conciencia de vigilia, acondicionada a través de la evolución natural para responder eficazmente más que nada al entorno natural. Esta forma de conciencia nos diferencia más que nada en grado respecto de los demás animales y no habríamos logrado el alto grado de adaptación al medio si no hubiésemos adquirido desde nuestro potencial evolutivo-genético la capacidad superior de la metaconciencia. Los animales también poseen en un nivel rudimentario esta capacidad, sin embargo en el homo sapiens este rasgo ha cobrado una trascendencia que actualmente lo pone al límite de su condición natural y lo empuja a profundizar y ampliar las formas naturales de conciencia y todas sus concomitantes, más allá de todo lo conocido.
Desarrollar metaconciencia concentrada, perseverante e intencionadamente como una actividad en lo posible presente en toda la vida síquica y experiencial debe ser uno de los primeros desafíos y objetivos de todo iniciado. La metaconciencia potencia al yo como un superobservador primero del sí mismo y de toda realidad, permitiéndole integrar en la conciencia organizada y directivamente toda la vida mental. Una persona que amplifica la metaconciencia se vuelve inevitablemente autocrítico, reflexivo, agudiza y mejora todas sus capacidades cognitivas, discriminando mejor y más eficazmente todos sus procesos mentales, sintetizando mejor todos sus procesos mentales, tomando posesión y dominio de ellos, y dirigiendo más coordinada y consistentemente sus respuestas y relaciones consigo mismo, así como con el medio natural y humano.
Además la metaconciencia no sólo amplifica la autoconciencia, sino también prolonga sus habilidades a la mejor captación cognitiva del medio ambiente natural y humano, en tanto estos contextos son experimentados también por la conciencia individual. La metaconciencia, por ejemplo, permite desarrollar la empatía, el sentido de pertenencia, las relaciones interpersonales, anticipar el efecto de las emociones propias, el entendimiento de lo que existe en el entorno, la experiencia de la amplificación  y multiplicidad de las realidades, así como la unificación de las realidades y la conciencia individual, la mejor comunicación lingüística y no verbal, etc. Cabe señalar que ninguno de estos procesos y beneficios son el resultado de una habilidad única –por ejemplo sólo metaconciencia--, sino de un conjunto de facultades, procesos compuestos, coordinados y sintéticos.
La metaconciencia es como un águila divina que permite al humano que camina sobre sus dos pies elevarse sin límites para experimentar las realidades panorámica e integradamente, aumentando paradojalmente la visión de las partes y cosas más pequeñas, como si al elevarse también descendiese con su tercer ojo hacia el interior mismo de las cosas. Este solo hecho es profundamente transformador de la persona completa, ya que la conciencia es la capacidad superior que condiciona toda la vida mental y la identidad misma a través de su contenido el yo.
La conciencia y la metaconciencia son capacidades tan extraordinarias y superiores que están muy por encima aún de la posibilidad de comprensión del ser humano, así como de su desarrollo y actualización de su ilimitado potencial evolutivo. La conciencia es el eje central a través del cual se realiza la vida del individuo como mónada absoluta, pero también donde se conectan los infinitos rayos que vinculan al individuo (yo) y su totalidad con las infinitas realidades, con las actuales naturales, metafísicas y trascendentales, así como con las potenciales aún inexperimentadas. Desarrollar la conciencia conlleva pues el aumentar las conexiones del yo con las diferentes formas de realidad. El yo que no cede su egocentrismo en esta aproximación a la realidad, en beneficio de una integración-desintegración del mismo en todas las cosas, se puede llegar a convertir en un mago poderoso, pero incompleto, que acaba finalmente siendo aplastado por el peso de la realidad que trata de dominar, desde su minúscula condición individuada. Muchos humanos hasta espiritualizados, sabios, inteligentes y poderosos no lograr superar la vanidad de su propio yo, de su amor propio, de su autoapego, de su autosatisfacción que puede llegar a sostenerse en formas muy sutiles e inconcientes. Cuando el yo se libera de su propia autolimitación que lo separa de la identificación con todas las cosas y experimenta las realidades no sólo desde su propio ángulo, parcela y perspectiva personales, se amplifica tanto la conciencia y la metaconciencia –junto con todas las demás facultades de la mente—que no sólo se convierte en el Gran Mago, desarrollando un poder creador-destructor similar a la energía formadora del universo, sino que pierde todo interés en utilizarlo en beneficio de sí mismo, poniéndose humildemente al servicio de todas las realidades.
Cuando la conciencia y la metaconciencia del iniciado comienzan intencionadamente a procesar desde su estado de vigilia toda experiencia de realidad, es decir cuando la persona, como primer paso hacia la trascendentalización de sí mismo,  deja de vivir su vida sólo como un ejercicio de facultades mentales y físicas que están dirigidas por fenómenos mentales más o menos coordinados y que responden sobre todo a los eventos que ocurren en el entorno personal y en el propio aparato síquico –dejando de ser un ente semipasivo y reactivo—y comienza a ser capaz de sobrevolar y sumergirse más alto y profundo en todo lo que le está aconteciendo en el adentro-afuera de sí mismo, la conciencia misma comienza a experimentar cambios sustanciales y entra en un proceso continuo de transfiguración y amplificación. Esta es la primera meta y realización de todo iniciado, pues una vez debidamente iniciado ya nada podrá detener su proceso de amplificación sin límites –si él mismo así lo quiere--.
Uno de los efectos más decisivos y sorprendentes para el propio iniciado consiste en la apertura de la conciencia a niveles que hasta entonces la persona normal desconocía o experimentaba tan rudimentariamente que lo reducían a una experiencia de sí misma que posteriormente reconoce como pequeña, deforme y casi ridícula. La conciencia, que es amplificada a través de innumerables prácticas, técnicas y ejercicios de intensificación y concentración, comienza a prolongar sus efectos a todas las facultades asociadas de la mente.  Son tantos, tan variados y personales los efectos que produce esta transmutación de la conciencia que es imposible hablar siquiera de varios de ellos aquí. Sin embargo, queremos resumir que uno de los efectos más generales y significativos consiste en la amplificación de la conciencia hacia el subconciente y diferentes áreas del inconciente, desdibujando sustantiva y permanentemente el estado normal de conciencia de vigilia, transformándolo en un estado ampliado de conciencia que permite incorporar a la conciencia de vigilia, por ejemplo, capacidades o condiciones asociadas normalmente a los sueños, tales como la fantasía o ideación vívida, la creatividad, capacidades extrasensoriales de todo tipo, desdoblamiento, acceso profundo a la emoción y a la memoria, etc. El iniciado puede acceder a estados de conciencia próximos al sueño provocando un descanso reparador del cerebro en pocos minutos. El iniciado experimenta la vida entera mientras está despierto como una mezcla entre sueño y realidad; lo fantástico, lo imposible posible, lo misterioso e irracional aparecen por todas partes y se experimenta a sí mismo como una especie de ser soñado por un Infinito y al mismo tiempo como soñador de ese mismo Infinito. Sin embargo, no hay pérdida en absoluto de la racionalidad ni del juicio de realidad; la persona conserva la capacidad de voluntariamente incluso proyectarse fuera de ese estado de conciencia y experimentar el estado de vigilia de la gente común. Más aun, puede percibir el funcionamiento de las mentes ajenas como si poseyese una visión radiográfica y hasta clarividente. Sus propias facultades se potencian, volviéndose más “inteligente”, más intuitivo, más creativo, más sensitivo, más equilibrado y consistente emocionalmente, más reflexivo, más sabio, más íntegro moralmente, etc.
La conciencia se amplía también a áreas como la memoria, accediendo a un pasado-presente continuo que le permite actualizar en un presente absoluto su memoria significativa no sólo de su vida actual, sino también de vidas pasadas, e integrarlas a una conciencia actualizada de síntesis, siempre y cuando alcance un nivel suficiente de desarrollo espiritual. El yo no se experimenta ni identifica sólo con sus características personales y biográficas de su vida actual, sino se plenifica de todas las experiencias vividas por sus yo de otras vidas, logrando también un yo ampliado de síntesis. Esta síntesis produce en el yo un efecto de niño-anciano, pues se encuentra el yo siempre nuevo del nacimiento de cada instante de existencia y realidad, con el yo milenario que densifica extraordinariamente el instante siempre presente.
Se ve hasta aquí como la conciencia comienza a experimentarse como un estado integrado de niveles de realidad superpuestos e integrados sin separación ninguna. Se disuelven las categorías diferenciadas y hasta antitéticas: dormido-despierto, pasado-presente-futuro, razón-emoción, afuera-adentro, sujeto-objeto, vivo-muerto, conciente-inconciente, espacio-tiempo-conciencia, espíritu-materia, mente-cuerpo, etc. Este avance de la conciencia en su propio reconocimiento e integración no conoce límites. Sin embargo, el ser humano en su condición biológica actual establece límites asociados a su funcionamiento biológico de la conciencia, de manera que sólo en un futuro no lejano continuará su transformación biológica para facilitarle a la conciencia y a su mente un desarrollo evolutivo aun más amplio con tendencia a la integración absoluta.
Otro fenómeno asociado a la expansión de la conciencia de vigilia en conciencia integral, consiste en la reabsorción de la conciencia en el Espíritu, como un proceso gradual y progresivo que conlleva una transubstanciación creciente en el gran principio que sostiene todas las formas de realidades y que, en definitiva, adelanta el proceso de reintegración del ser humano a Todas-las-Cosas-Espíritu. Sin embargo, hablaremos más extensamente de ello en el cap.10.
En la conciencia se encuentra, pues, el verdadero fondo y cuerpo trascendental evolutivo del ser humano. El cuerpo biológico no es más que una extensión rudimentaria del cuerpo de la conciencia, en la que realmente residen todas nuestras capacidades superiores, que se proyectan elementalmente en nuestra mente y en nuestro cerebro. La evolución, desde el punto de vista de la conciencia, es un proceso de actualización de capacidades contenidas en ella misma, y en la interacción constructiva e integradora con todas las realidades, en vista de la integración espiritual basal última, y no un mero proceso adaptativo y constructivo-genético de órganos diferenciados y coordinados en función de la optimización de la relación con el entorno, como es propio de la evolución corporal-instrumental-biológica, pero cuya meta es finalmente la adaptación e interacción homeostática con el medio natural y social para dar sustento suficiente al ulterior desarrollo de la conciencia, una vez resuelto este desafío y dialéctica primarios del medio físico-natural.









8.                        LA INTUICIÓN: UNA FORMA SUPERIOR DE CONOCIMIENTO Y CONCIENCIA 


Los animales siempre han sorprendido al ser humano por su extraordinaria capacidad de anticipar fenómenos naturales y hechos en general. La proximidad de la convivencia entre los animales domésticos, como el perro, el caballo, el gato y el ser humano ha permitido experimentar de cerca esta capacidad poco estudiada y menos conocida para el homo sapiens. Los animales desarrollan intimidad afectiva sorprendente con el ser humano estableciendo vínculos semejantes a los de las relaciones más intensas y complementarias entre los mismos humanos, si bien siempre conservando al mismo tiempo una condición de subordinación y dependencia hacia el amo. Es aquí donde surgen comportamientos que exceden lejos nuestra capacidad común de entendimiento, ya que esta intensidad provoca comportamientos tales como la anticipación de la muerte del amo demostrada a través de comportamientos angustiosos no habituales; la relación de comunicación de contenidos mentales sin mediar lenguaje verbal; el conocimiento clarividente de hechos perjudiciales a su amo mientras él está ausente o de alguien querido por el mismo animal o por el amo; la percepción del aura de las personas que ingresan al círculo de proximidad familiar, etc.
Se ha tratado de explicar reduccionistamente que la intuición sólo es un conocimiento de procesamiento altamente veloz y/o sutil de información sensorial percibida e integrada a esquemas cognitivos previos, sin que pase por el procesamiento intelectual y racional concientes.  Entonces se explica de esta manera que muchos animales con frecuencia anticipen minutos antes la presencia de fenómenos peligrosos, tales como terremotos, maremotos, personas extrañas, etc., a través de comportamientos de inquietud desusada.
Sin embargo, sabemos que no sólo los animales deben poseer estas capacidades que por el momento denominaremos genéricamente intuitivas, sino que con bastante frecuencia son experimentadas por los propios humanos. Esta capacidad evidentemente posee una explicación evolutiva en términos adaptativos al medio ambiente, ya que permite resolver o enfrentar desafíos --sin la mediación de facultades cognitivas normales de procesamiento y conocimiento-- generalmente fuertemente agresivos para el individuo, pues en muchos casos estas facultades normales no son eficaces ante el evento riesgoso o perjudicial.
Sin embargo, la amplitud y variedad de este fenómeno de conciencia que denominamos intuición en el ser humano nos demuestra que requiere una explicación más amplia y diferenciada que entenderla sólo como un procesamiento de percepción y síntesis veloces. De hecho consideramos que la intuición es una de las facultades superiores de experiencia y conocimiento de realidades del ser humano, y que actualmente se encuentra evolutivamente en una condición meramente inicial e imperfecta. En el homo sapiens esta facultad que compartimos con los animales ha adquirido igualmente una mayor y gran amplitud y variedad de formas y tipos.
Tal es la flexibilidad y superioridad de esta facultad de conciencia que se puede diversificar y manifestar asociada a cualquier facultad mental y comportamiento específico del ser humano. Sólo con el fin de mostrar esta potencia de la intuición, pero incapaz de desarrollar aquí cada uno de estos puntos, mencionaré diferentes tipos de intuición, que permiten justificar su superioridad sobre cualquier otra capacidad de conocimiento humano:
1.       La intuición se manifiesta frecuentemente como una facultad de conocimiento, pero también puede desarrollarse como un estado de conciencia-mente integral.
2.       La intuición se puede manifestar en estados o vivencias espirituales como constituyente de la vivencia misma.
3.       La intuición puede ser un estado anímico o emocional.
4.       La intuición puede manifestarse como un estado de experiencia simbólica.
5.       La intuición puede manifestarse como entendimiento inmediato.
6.       La intuición puede manifestarse como percepción sensorial y extrasensorial.
7.       La intuición puede manifestarse como acto biológico, asociado a funciones propias del cuerpo biológico.
8.       La intuición puede generar fenómenos de realidad, tanto de develación, como de creación.
9.       La intuición puede generar fenómenos de temporalidad no naturales.
10.     La intuición se puede manifestar como estado seudointuitivo, alucinatorio y autístico.
11.     La intuición se puede manifestar como habilidad de conceptualizar.
12.     La intuición se puede manifestar como habilidad de razonar.
13.     La intuición se puede manifestar como habilidad de verbalizar en todas las categorías y formas lingüísticas.
En esta estrecha sociedad que conforma la intuición con otras facultades de conciencia y mente se muestra tan unida que no se puede diferenciar con claridad cuál es el componente intuitivo y cuál el componente mental específico. Es más, la intuición más que una facultad cognitiva diferenciada, funcional y específica –también puede proyectarse en esta forma-- debe ser comprendida y experimentada como un estado de conciencia superior, un estado germinal que nos conecta con nuestro superconciente, pero que actualmente se mantiene en gran medida separado y virtual en el inconciente humano y colectivo. De allí se entiende que cuando se activa este nivel de conciencia, asociándose a la conciencia de vigilia, permee y se identifique con cada función de la mente.
La intuición representa, entonces, para el ser humano en particular, un puente de conciencia, un estado vincular para que la conciencia de vigilia pueda acceder a un nivel superior de conciencia, el cual, a su vez, le permite vincular al yo y a la conciencia-mente a niveles de realidad trascendentes, pero al mismo tiempo integrados al plano de realidad natural. La intuición integra o amplía el plano natural de la experiencia humana, el cual es experimentado elementalmente por las capacidades cognitivas, síquicas y biológicas, las que le han permitido una muy básica relación de adaptación al medio ambiente a través de su proceso evolutivo de homo sapiens, así como una pobre y básica relación con su propio contenido intrasíquico.
La intuición, en cambio, facilita la integración, en términos puramente prácticos, en un alto grado al mismo medio natural y a su propia realidad mental. La intuición no sólo potencia las facultades cognitivas naturales, haciendo, por ejemplo, más eficaces a la hora de resolver problemas la percepción sensorial, como ocurre con la clarividencia que desafía la percepción natural, permitiendo ampliar el rango perceptivo ilimitadamente y ver algo que no está naturalmente ante los ojos del observador. Sin embargo, la virtud mayor y más potente de la intuición se realiza en planos de realidad menos físicos, en planos que podríamos llamar “causales” o sustantivos, en la medida que son los que verdaderamente permiten comprender y coactuar eficazmente con el estado fenoménico de lo que experimentamos a través de nuestras capacidades cognitivas básicas. Por ejemplo, si vamos a hacer un viaje, podríamos intuir que el vehículo en que viajaremos sufrirá un percance grave, y, por tanto, decidiremos no realizarlo en él, si es que nuestra decisión de modificar el ordenamiento trascendental de la realidad es –para este evento--consistente y opcional. En este caso nuestra intuición anticipa estados de realidad futura o anticipa clarividentemente un desperfecto en el vehículo, lo cual  es conocido en un nivel de realización de la realidad que domina y condiciona el estado natural de los hechos, pues su existencia futura condiciona la realización hacia el presente. En este caso en particular se advierte que los niveles causales de la realidad son trascendentales y responden a propósitos no siempre concordantes con los propósitos humanos naturales; es decir, podría acontecer que hubiese un propósito de conveniencia trascendental de que yo experimente ese accidente y no debiera, por tanto, tratar de evitarlo. Además, el futuro es un nivel causal por sí mismo, cuya realización como presente, sin embargo, está condicionada por otros planos de realidad y posibilidad que actualmente no conocen los seres humanos. De ahí que entrar en una relación intuitiva con el futuro implica un salto y una ruptura de nuestro plano natural espacio-tiempo hacia relaciones interdimensionales que actualmente estamos lejos de conocer y comprender de acuerdo a  nuestros patrones y conceptos lógicos, científicos, empíricos, cognitivos, síquicos, físicos y de conciencia. Nuestra capacidad de relacionarnos con el futuro es tan pobre que a todo conocimiento anticipado del mismo sin seguir patrones naturales de predictividad lo denominamos “adivinar el futuro”. Un término tan burdo que en realidad no explica ni justifica nada, pues nadie puede explicar qué es eso de adivinar el futuro.
El desarrollo de la intuición como estado de conciencia debiera ser la columna vertebral de todo proceso de desarrollo personal en cualquier ámbito de la realidad natural y mental. La educación familiar, escolar, académica, social, cultural, espiritual y cognitiva debiera centrarse ante todo en el desarrollo de la intuición aplicada a áreas específicas de experiencia y conocimiento, así como a su dimensión integral. La intuición implica un desarrollo de la conciencia que potencia ilimitadamente el conocimiento, la experiencia creciente, el autoconocimiento y autodesarrollo ilimitado de toda forma de realidad, con un efecto extraordinariamente eficaz también en los ámbitos o niveles de la vida física, práctica y material del humano contemporáneo. Un verdadero maestro no puede serlo si no posee un alto grado de intuición y no lo estimula y actualiza de todas las formas posibles en sus discípulos. Sin un gran nivel de conciencia intuitiva no es posible realizar la nueva aventura evolutiva del ser humano, así como en su momento  el homo sapiens no podía continuar su evolución sin desarrollar la razón.








9.                        LAS EMOCIONES SUPERIORES



Las emociones humanas han sido durante todo esta era del homo sapiens el gran motor, incentivo y sentido de su quehacer y de su experiencia vital, si bien también han sido la causa de su inmenso sufrimiento y de comportamientos altamente perjudiciales para sí mismo, para los demás, e incluso para el planeta en su conjunto. Las emociones han surgido de procesos adaptativos de nuestros ancestros animales en su relación básica con el medio ambiente y sus necesidades vitales inmediatas. Las emociones han permitido respuestas rápidas a los desafíos del entorno natural. Finalmente han acabado por ser para el homo sapiens respuestas demasiado rápidas, escasamente procesadas por otras funciones mentales para cumplir con las cada vez mayores necesidades de eficacia y complejidad en la respuesta adecuada a una experiencia vital cada vez más compleja.
Sin embargo, una vez más se hace evidente la coherencia del plan evolutivo en la consistencia entre facultades sincrónicamente actualizadas –como respuesta o adecuación a desafíos e interacción con el entorno natural-- y facultades secundarias u ocasionalmente semiactualizadas, las que al mismo tiempo --en perspectiva evolutiva—se reservan como potenciales próximas también sincronizadas, las que se actualizarán en algún futuro en conjunto cuando el plan evolutivo se sincronice con las condiciones multidimensionales que se requieren. En relación con las emociones, esto se cumple al considerar que existen estas dos categorías (actual  y potencial) reconocibles a través de nuestra historia natural. La actualizada la reconocemos todos, pues la vivimos en el cotidiano y a través de todas nuestras vidas; ellas son las emociones que experimentamos comúnmente, espontáneamente, intensa o frecuentemente. Son las emociones con las que reaccionamos a la frustración, al éxito, al esfuerzo, a la injusticia, al maltrato, a las interacciones con otras personas, a la interacción con seres queridos, al futuro, a lo que poseemos y  a lo que no poseemos, a la muerte, etc., etc., etc. Ellas son tanto la respuesta sensible a nuestras condiciones normales de existencia, y –como ya dijimos—estas respuestas las hemos transformado en gran medida en la finalidad misma de gran parte de lo que somos, de lo que hacemos, de lo que nos acontece, y, por otra parte, sin darnos cuenta nos hemos dejado determinar por ellas. Hemos convertido nuestras emociones en algo tan natural, tan inmerso en toda nuestra realidad vital, en un componente tan propio de nuestra identidad misma, que sin darnos verdadera cuenta acabamos quedando presos y condicionados por ellas, sin plena conciencia de su condición, de su presencia, de sus posibilidades, de su pertinencia e impertinencia. La conciencia en sus niveles más próximos a la vigilia, así como en la subconciencia y en planos de inconciencia próximos a la conciencia de vigilia, se ve fuertemente afectada por el sistema y el carácter de las emociones que  se producen sobre todo en el cerebro y sistema nervioso y, por otra parte, en la conciencia-mente que se realiza como conjunción entre la memoria emocional karmática y la estructura emocional que se va formando y fijando a través de la vida encarnada –como estructura de carácter y personalidad de la mente individual--. Más aún, aunque las personas se den cuenta de sus condicionamientos emocionales, de sus “defectos” emocionales y traten de modificarlos, se enfrentan a uno de los mayores obstáculos y resistencias de la mente humana. Las emociones son en sí mismas muy semejantes a las adicciones, porque, en realidad, las adicciones son tipos de emociones. Las raíces de las emociones poseen una profundidad y una naturaleza tan arraigada en variadas manifestaciones del cerebro, de la mente, de la conciencia y del espíritu, que trabajar alquímica y concientemente con ellas requiere de un conocimiento específico y de habilidades que el ser humano no maneja suficientemente en la actualidad. Las emociones son como la corporalidad de la mente; representan el componente más antiguo de nuestro larguísimo proceso de evolución natural animal y nos remontan a esos comportamientos primarios de reacción a diferentes estímulos básicos del medio ambiente, si bien han ido desarrollando una mayor variedad y complejidad con el advenimiento del homo sapiens. Aun así, podemos parafrasear a Platón y decir que “las emociones son la cárcel del alma” como representación síquica del cuerpo físico.
Sin embargo, también las emociones reflejan y contienen un potencial evolutivo que las proyecta en una dimensión trascendente respecto de sí mismas y altamente beneficiosas en una función de integración con las demás facultades superiores del ser humano. Estas emociones son ya las que podríamos reconocer como emociones superiores, pues por una parte producen un efecto específico altamente positivo en la relación y respuesta del individuo con la realidad, y por otra, potencian y coordinan positivamente toda la vida mental y la evolución progresiva de la persona en todos sus aspectos conformativos.
Estas emociones superiores, que ya estaban diseñadas y básicamente activadas en nuestros inicios mismos de especie, se han ido progresivamente activando primero en individuos particulares, y luego  en intentos intencionados desde estos mismos individuos hacia toda la especie[34]. Estas emociones y sentimientos son reconocibles porque coinciden con los altos propósitos integradores de la conciencia –uno de los primeros fines del proyecto evolutivo para el homo sapiens--, generando la energía adicional que implican, así como la perfecta adecuación y coordinación integrativa con todos los niveles de realidad mental y física, lo mismo que con los metafísicos, trascendentales y espirituales. Las emociones superiores establecen también el puente que se ha venido construyendo entre los planos trascendentales y espirituales, y el plano síquico y físico, que está pronto a culminar en los próximos cientos de años.
Estas emociones superiores son las que todo maestro debe potenciar y activar al máximo en sus discípulos. Estas emociones deben llegar a ser el eje central de las demás emociones y de toda la vida síquica del individuo. Deben dominar la conciencia, la mente y la realidad en su totalidad, sirviendo. Algunas de ellas son: amor, solidaridad, empatía, responsabilidad, lealtad, ánimo, alegría, libertad, optimismo, valor, felicidad, diligencia, paz, humildad, belleza, fuerza, excelencia, templanza, equidad, espiritualidad, resistencia, perseverancia, creatividad, respeto, comprensión, etc. Si se las considera en conjunto se ve con facilidad que no han sido precisamente las emociones y cualidades asociadas que han prevalecido durante este período evolutivo humano, sino más bien sus contrarias. Las emociones contrarias en definitiva han servido mejor a los fines inmediatistas de la evolución de adaptación al medio natural. Todas estas emociones básicas están dirigidas a lograr una respuesta rápida y eficaz en función de obtener fines también inmediatistas. El egoísmo, el egotismo, la posesividad, la rabia, la agresividad, la violencia, el materialismo, la envidia, la inquietud, la mentira, el engaño, la maldad, el poder, el deseo sexual, etc., son altamente eficaces a la hora de obtener y satisfacer las necesidades elementales y naturales del ser humano. Sin embargo, no construyen ni son eficaces en la interrelación con otros seres humanos y en general con la Naturaleza, además de que se oponen y bloquean el desarrollo de las dimensiones superiores de la conciencia, del espíritu y de la mente del mismo ser humano –dimensiones que están claramente en el objetivo del próximo salto y aventura evolutivos--, pues éstas son autorreferentes, buscando sólo un satisfacción individual y muy restringida, sin que acepten ninguna otra consideración de realidad que ésta minimalista.
Las emociones superiores, pues, amplifican la conciencia, dirigen y acompañan positivamente al pensamiento y a la razón humanos; integran la personalidad y el carácter en una estructura y funcionalidad altamente eficaz en la relación del individuo consigo mismo y con los demás seres humanos, lo mismo que con la Naturaleza toda; estimulan el desarrollo integral de la persona y se alinean con el Espíritu en todas sus dimensiones y niveles de realidad, de manera que representan al Gran Diamante, en perfecta unidad junto con todas las cualidades superiores evolutivas del ser humano.
Quizás nunca sea suficiente expresar la importancia central que posee el buen desarrollo y permanente trabajo que debe realizar todo ser humano con sus emociones: con las inferiores, para alinearlas subordinadas a las superiores y transmutarlas al servicio de los altos fines del espíritu; con las superiores, pues su adecuada activación e integración evolutivas a todos los niveles configuradores de la persona humana requieren probablemente de las más fina, meticulosa, complicada, progresiva, interminable e intuitiva dirección por parte de la metaconciencia y de la conciencia en todos sus niveles. Este trabajo debe abarcar toda la actividad humana desde cada segundo de su día a día, cuando se encuentra despierto y cuando duerme, hasta la profundidad de todos sus planos mentales y de la insondable complejidad de su sí mismo.




10.                     EL DESARROLLO DE LA ESPIRITUALIDAD Y LA EXPERIENCIA TOTALIZADORA DE LO UNO Y DE LO MÚLTIPLE


El mandato superior de la evolución para el ser humano es la espiritualidad. Esto al menos se ha encontrado activo en el inconciente colectivo de la especie todo el tiempo que ha existido sobre la Tierra. Los intentos racionalistas y materialistas durante la historia moderna sólo han reafirmado que no existen argumentos ni afectos suficientes para invalidar la espiritualidad. Pero en sí misma la espiritualidad es un fenómeno ambiguo, indefinible, elusivo y poco práctico. Históricamente se ha asociado la espiritualidad con la religión; de ella ha recibido beneficios, pero también grandes perjuicios. Las religiones, en realidad, son intentos posteriores a un hecho espiritual original y espontáneo para mantener la memoria, la vivencia original y su inserción en un contexto cultural, ideológico, sistémico y social. Esto es evidentemente un buen propósito, de alguna manera necesario, en la medida que los seres humanos comunes no pueden acceder a la espiritualidad sino a través de estos medios y formas. Ha sido mejor que las personas recibiesen beneficios religiosos para integrarse a una vida más armónica; más concientes de sí mismas y de la realidad; una vida más virtuosa y menos caótica, menos inmediatista y egotista; más solidarias –al menos con los que comparten su religión--; una vida con un sentido superior y fuerte; menos materialistas y menos inmorales; menos violentas y destructivas; protegidas y juzgadas por una conciencia superior divina; etc.
Es difícil concebir sociedades civilizadas y eficientes a través de la historia humana sin que hubiese existido una religiosidad socialmente fuerte. Los seres humanos naturalmente están dotados de un componente espiritual activo elemental y rudimentario, en comparación con sus habilidades de adaptación material y física. Sin embargo, ya hemos constatado que la espiritualidad también posee una vertiente, una dimensión excepcionalmente eficiente y útil pragmática y materialmente. Incluso hasta el más criminal de los criminales, hasta el sicópata más extremo, hasta el tirano más salvaje y cruel, hasta el humano más materialista y ruin --y quizás como excepción sólo el nihilista agnóstico que está conciente de esto—se pueden alimentar o incluir en su propia aberración alguna forma de espiritualidad o religiosidad. Cualquiera, siendo como sea, haciendo lo que haga, puede obtener algún beneficio de la espiritualidad y religiosidad que facilite y haga más eficiente su ser y hacer. Sin embargo, es preciso reconocer que estas formas de espiritualidad y religiosidad también contradicen su propia naturaleza y fin, en la medida que pueden ser manipuladas y distorsionadas hasta invertir incluso su naturaleza y fin, tal como se representa, por ejemplo, en la concepción cristiana del Demonio. El Demonio también es un ente y una dimensión espiritual y religiosa, pero desviada, lo que implica que igualmente está al servicio –en un segundo y subyacente nivel de realización—de la espiritualidad; es decir, dificultando u oponiéndose a la verdadera espiritualidad (dialécticamente), facilita igualmente al final la realización evolutiva espiritual.
Existen, en esta misma posibilidad de utilizar o experimentar la espiritualidad de modos desviados y desvirtuados,  formas igualmente precarias y germinales, como las supersticiones, las prácticas que atentan contra los principios fundamentales de la misma, y que pueden variar desde levemente desviadas, como pueden ser prácticas centradas en la forma y no en la integración de niveles de realidad y de espiritualidad; hasta formas marcadamente distorsionadas, como algunas creencias y prácticas mágicas que fortalecen el ego y el perjuicio de otros en beneficio personal. No son pocas las personas que a partir de una motivación esencialmente espiritual desembocan en estas formas y caminos que conservan, aun en medio de su máxima aberración, una esencia espiritual, que las hace fuertemente atractivas y hasta eficaces [35].
Por su parte las religiones y las múltiples prácticas, ideologías y doctrinas que se autodenominan o son aceptadas como expresiones de espiritualidad deben ser reconocidas como manifestaciones y dimensiones intermedias de espiritualidad para el ser humano normal. La característica común que las limita a todas ellas se encuentra, por una parte, en su condición de representación de la espiritualidad restringida a conceptos, formas de expresión y definición específicas, libros o textos sagrados portadores de la Verdad, clausura respecto de otras manifestaciones de espiritualidad, y, en general, consisten en una visión limitada o delimitada de la espiritualidad. La espiritualidad amplia y superior no posee ningún tipo de límites, sólo se diferencia por las formas de acuerdo a las oportunidades, y por sus niveles de manifestación. Esta espiritualidad superior está adviniendo a nuestra dimensión colectiva planetaria con creciente fuerza, impulsada por todos los niveles de trascendencia que impulsan la evolución natural en este planeta y en esta humanidad.
La espiritualidad superior ha seguido un proceso de advenimiento sostenido, programático y progresivo con gran sutileza y modestia –postergándose siempre ante otras formas rudimentarias de espiritualidad--, sin forzar la libertad natural y trascendental del ser humano. Han sido los grandes maestros y paradigmas de la espiritualidad superior a través de la historia los que han ido sensibilizando desde su humanidad misma a más y más personas y conciencias para ir formando esta masa crítica que está a punto de desbordar hacia una nueva aventura de transhumanidad.
Decíamos que han sido históricamente las religiones las que han modelado y establecido los parámetros y formas de espiritualidad para la mayoría de los seres humanos. Con sus virtudes y cualidades, así como con sus defectos y deficiencias, unas más, otras menos, todas han facilitado y todas han obstaculizado al mismo tiempo el desarrollo espiritual colectivo e individual. Cada vez es mayor el número de conciencias y almas que reconocen conciente o inconcientemente que no sólo la espiritualidad de las religiones es insuficiente para actualizar su propio potencial espiritual, sino también para sustentar las más altas intuiciones y representaciones actualizables de espiritualidad que comienzan a materializarse incluso en los niveles más inmediatos de nuestra realidad planetaria, física y mental. Cada vez aumentan las concepciones espiritualistas espontáneas que se van haciendo paulatinamente colectivas, y que desarrollan un principio espiritual universalista que tiende a sintetizar en forma integradora una suerte de espiritualidad al mismo tiempo unitaria y abierta. Nunca antes en la historia humana una casi-doctrina había surgido de forma tan desindividualizada y tan ampliamente colectiva (mundial) –sin líderes, dioses, semidioses, héroes, maestros iluminados, profetas, sumos pontífices-- que se ha ido construyendo a través de una suma de creencias heterogéneas, todavía demasiado heterogéneas en algún sentido, pero que también van constituyendo una suerte de corpus o unidad esencial y sustantiva –representada específica y tradicionalmente en la llamada filosofía perenne—y para cuyo proceso de unificación creemos que nuestro libro también representa un aporte.
El acceso global a la información a través del avance tecnológico ha beneficiado también a este proceso latente y pausado de espiritualización de la humanidad. La integración de tantas experiencias y formas de espiritualidad en el mundo ha demostrado que efectivamente había en ellas algo absolutamente común a todas, pues lejos de debilitarse o conflictuarse con la multiplicidad y la interacción, el fenómeno espiritual se ha ido fortaleciendo en todos sus niveles de realización y se ha ido generando espontánea y naturalmente este extraordinario proceso de síntesis y unificación que aquí hemos destacado y presentado.
Qué sea con precisión esto espiritual que se está manifestando, o lo que haya sido siempre para el ser humano, no es posible conocerlo y menos expresarlo en este estadio evolutivo en que se encuentra en toda esta era el ser humano. El fenómeno misterioso del Espíritu ha reemplazado como el menos malo de los conceptos humanos para Dios tradicional, el de Espíritu. El Espíritu está profunda, misteriosa y sustantivamente arraigado en todas las cosas y en todas las realidades. No es personal ni impersonal, es simplemente Espíritu, lo único absoluto en sí mismo, y que, no obstante, puede asumir cualquier forma y cualificación sin ser definida ni identificada con la cosa o la cualidad, aunque participe de la identidad misma de las cosas y de las realidades. Tal es su trascendencia que –como queda dicho—nada verdadero puede decirse de él, y, al mismo tiempo, tal es su inmanencia, que nada falso puede decirse de él. El espíritu es el hilado más fino de la existencia en su dimensión inmanente y multidimensional. Es el tejido que teje todo lo posible y lo imposible; es el espíritu el que ha trazado un camino personal para cada ser humano y para la especie misma. Junto a ese camino ha trazado infinitas posibilidades que se actualizan por innumerables factores, siendo el yo personal y sus vicisitudes los principales, en torno de los cuales se crea la atmósfera personal de la realidad. El iniciado debe seguir como un sabueso los rastros del Espíritu para sí. El maestro debe guiar y apoyar al iniciado en esta tarea inquisitiva. No existe nada más cercano y más lejano al mismo tiempo para un ser humano que el Espíritu. Las palabras no sirven de nada para aprehenderlo, pero el ser humano no puede evolucionar sin nombrar. El Espíritu se deja nombrar por compasión hasta que uno se encuentra con el Silencio. La fe sólo puede satisfacer la necesidad de verdad que nos apremia. Sólo se puede venir al Espíritu por la fe como punto de apoyo fundacional, pero se la debe acompañar con todas nuestras capacidades mentales y, sobre todo, con la conciencia en todos sus grados y niveles. Nada es más fácil, ni nada más difícil que avanzar por el camino del Espíritu. Cuando se avanza por su camino la perspectiva del mismo se va reduciendo hasta llegar a unificar todo en un punto absoluto de convergencia: He aquí la Unidad de Todas las Cosas en el Espíritu. Cuando se avanza por su camino al mismo tiempo se va ampliando cada vez más la perspectiva y el horizonte diverge: He aquí la Multiplicidad de Todas las Cosas que nunca se detiene de aumentar.
Esto sea dicho sólo como un acertijo que la conciencia y la mente humana deben experimentar para resolverlo en su verdad y en su mentira.













11.                     LA ADVERTENCIA DE LA SEÑAL DE LOS TIEMPOS


Son pocas las personas que no ven una enorme amenaza sobre la sustentabilidad del sistema de vida que hemos alcanzado planetariamente. Si la humanidad no cambia sustancialmente esta forma de vida, este modelo de consumo global, este modelo adormecedor de la conciencia en todos sus niveles, será inevitable el apocalipsis predicho desde hace tanto tiempo. Jesús habló de la señal de los tiempos, refiriéndose al final catastrófico de una era venidera. Hasta la Tierra misma pareciera quejarse y padecer una especie de agonía lenta. Todos queremos vivir, y aunque fuese sólo por este deseo personal, todos también quieren hacer algo para evitar la gran catástrofe. Sin embargo, los deseos individuales quedan la mayoría de ellos atrapados en la insuficiente conciencia y en la insuficiente capacidad de la mente común para generar una transformación profunda primero en sí misma, en su propia vida personal y, luego, en su propio entorno físico y humano. Existe la natural constatación de que las decisiones individuales no afectan las grandes directrices políticas, económicas ni sociales que parecieran haber cobrado total autonomía respecto de las decisiones locales y parciales. Existe un fuerte escepticismo de poder modificar incluso lo menos. Sólo una revolución pacífica y masiva como nunca se ha visto antes en este planeta, una revolución en tantos aspectos de los cuales, no obstante, pocos se percatan, conocen y realmente asumen, podría provocar un cambio evolutivo también global. Pareciera que sumando voluntades individuales, una a una, más bien la humanidad logró por primera vez la unificación de las conciencias, de los pueblos, de las voluntades, de los fines, para llevar la forma de vida que actualmente la mayoría prefiere: el éxito inmediato que, sin embargo, acabará en la muerte próxima de gran parte de la especie humana. Ya no se necesita ser profeta ni poseer habilidades premonitorias. Los hechos hablan por sí solos. Hasta ahora se ha utilizado la amenaza de castigos, de terribles desgracias, de infiernos y juicios de ultratumba para tratar de despertar la conciencia a través del temor y del miedo en la gran muchedumbre humana. El 2012 fue la última gran experiencia catastrofista que atemorizó a una buena parte de la población mundial. Nada ocurrió, porque detrás de este evento alentaban intenciones mezquinas y pequeñas desde el punto de vista espiritual, si bien, por otra parte, una vez más el inconciente colectivo  anunciaba fuera de tiempo y forma, lo que intuye verdaderamente, pero que no logra anticipar debidamente.
Ahora no es el miedo lo que pone atenta la conciencia, ni es la emoción que centra al humano en su necesidad de trascendencia a través del sufrimiento. Ahora son los hechos que nos atañen, los hechos que nos conducen abiertamente y por todas partes a nuestro fin, los que nos abren la conciencia y la mente, porque los estamos viendo, los estamos sintiendo, los estamos entendiendo e incluso aceptando. Nuestra conciencia colectiva posee la capacidad evolutiva suficiente, como nunca antes, para generar intencionada y eficientemente los cambios en su propia conciencia, mente y mundo físico, sin mecanismos disuasivos, indirectos y naturalmente dialécticos –la destrucción del mundo es un mecanismo dialéctico también evolutivo--. Es probable que dentro de los próximos 50 a 70 años, si no se produce el giro transfigurador intencionado de la humanidad, se cumpla el tan temido desenlace apocalíptico. La destrucción será tan enorme que sólo con la ayuda de los Seres superiores se conservará la vida y las condiciones suficientes para que la nueva humanidad pueda comenzar el gran salto evolutivo. Esta transmutación evolutiva que se llevará a cabo como siempre guiada por los Maestros del Consejo planetario, debe necesariamente ser asumida libremente por una parte de la humanidad al menos, la que esté en condiciones y dispuesta para dar el salto evolutivo hacia la especie superior.
Es evidente que actualmente se están jugando dos tendencias fuertemente antagónicas, aunque no vendrá de esta confrontación ningún conflicto destructor, ya que la primera, la espiritual y evolutiva humana, la que es apoyada por las Voluntades Cósmicas, lo mismo que por las Intenciones Trascendentales sólo intentan iluminar las conciencias con una energía sutil diversificada ilimitadamente, lo que influye ciertamente más positiva y eficazmente en las conciencias y espíritus más evolucionados y receptivos a ella. Todos construimos la realidad evolutivamente; en un extremo los que actúan violenta y destructivamente por oposición a las directivas espirituales supremas y universales, lo hacen dialécticamente y sin querer; hacia el otro extremo y por una continua gradación las personas van desarrollando progresivamente una mayor conciencia espiritual y una mayor consistencia respecto de las mismas directivas, asumiéndolas más y más unificadamente, pero siempre en una relación de aciertos y desaciertos de conciencia y de mente y espirituales.
Cuando el maestro Jesús dijo “Mi reino no es de este mundo”, y “En este mundo el señor es el Demonio” quería señalar que son mayoría los humanos que están en el extremo opuesto a la espiritualidad universal y los que tienden a la medianía o a la mediocridad en su asunción de ese mismo espíritu. En la concepción espiritual de Jesús de los seres humanos hay igualdades, pero también desigualdades diferenciadoras entre unos y otros. El mundo sigue siendo de los poderosos, de los materialistas, de los borregos que siguen a la mayoría, de los que se creen evolucionados, intelectuales, científicos, cultos, ricos, buenos, limpios, pero no han logrado superar su pobreza espiritual superior. Son estas personas las que luchan contra el espíritu superior y dificultan la evolución de la humanidad directamente desde la conciencia. Son las personas que contaminan el medio ambiente de innumerables maneras; son las personas que cuando viajan por los caminos arrojan o dejan abandonada su basura en cualquier parte; son las personas que no apagan su cigarrillo o su fogata y provocan incendios forestales; son personas que cambian y cambian sin necesidad sus vehículos por otros nuevos y “mejores”; son personas que están viviendo simplemente en las ciudades sin hacer nada, nada en absoluto para cambiar las infinitas formas de inconciencia humana de vivir en una ciudad, o la terrible inconciencia de ser un humano como todos y cualquiera.
¿Cómo es posible que este modelo económico y político mundial se sustente sobre un ideal y un principio de crecimiento ilimitado? ¿Cómo tantos humanos inteligentes y bienintencionados siguen sosteniendo unánimemente esta aberración? ¿No hay aquí una señal de los tiempos? Suena tan bonito escuchar que vivimos en un mundo que crece y crece en bienestar. Pero al escarbar un poco en este ideal reconocemos tantas terribles amenazas y errores que es razonable esperar un colapso mundial por alguno de los innumerables costados de nuestro modelo y forma de vida planetaria. Por ejemplo, los recursos del planeta son limitados y no pueden sostener, por tanto, un crecimiento y un consumo ilimitados. ¿Dónde está el límite?, ¿cuándo se agotarán los recursos básicos de subsistencia para tantos? ¿Qué haremos entonces? ¿Dejar morir por millones a los que no puedan acceder con facilidad a esos bienes básicos de subsistencia? ¿Los pueblos y las naciones más afectadas por la carestía de bienes se dejarán simplemente inmolar en beneficio de los países menos afectados y más ricos? En todo caso, acordar mundialmente el cese del crecimiento económico y demográfico, y proponerse una sociedad planetaria más solidaria con lo que actual y sustentablemente se posee, así como con los más desposeídos, no resulta impensable ni impracticable, pero sí requiere de un proceso y acto de conciencia colectiva y planetaria poderoso y difícil de llevar a cabo por sí, y sin que medie ninguna situación de fuerza; sin que medie ningún desafío ambiental inmediato y de urgente subsistencia, como ha desafiado la naturaleza hasta hoy a toda especie en evolución. No se necesita poseer ningún grado de evolución espiritual avanzado, ni siquiera medio, para darse cuenta de esto. Si no se logra esto que esperan pacientemente de nosotros las Voluntades Cósmicas, Ellas, que han contenido por años nuestro fin, no sólo no podrán ya oponerse a los males que nosotros mismos nos causemos unos a otros, sino también a todo tipo de calamidades unidas que nos sobrevendrán con un fin evolutivo superior, aunque a nosotros nos parezca la más horrible perdición y fin de la especie humana y de las condiciones adecuadas para la vida en el planeta.
Es un mandato del Espíritu hacerse máximamente conciente de esto, y actuar máximamente para evitarlo. Hay innumerables formas también de hacernos concientes, de hacerlo parte de nuestro trabajo de desarrollo personal para lograr llegar a ser dignos trabajadores, dignos salvadores de la humanidad y del mundo. Ya no hay misiones pequeñas, parciales, a escala individual y modestas para los iluminados y los que viven en conciencia el espíritu y la verdad de los tiempos. Todos y cada uno somos mesías y salvadores de la humanidad, o, de lo contrario, somos simplemente cómplices o destructores de la misma humanidad y del planeta. Hemos traído a esta encrucijada extrema al espíritu y al ser humano y al mundo. Cualquier otra cosa es cubrirse y encubrirse con formas de inconciencia y negarse a reflexionar sin restricciones sobre la realidad.
Volvemos, pues, a la constatación de la urgencia y necesidad de provocar un cambio primero, y ante todo, desde la persona individual, porque es evidente que por distintas razones los cambios no los promoverán ni causarán las comunidades, los grupos representativos, las instituciones, los gobiernos, los grupos económicos ni los pueblos. Aunque no sea suficiente sumar individuo a individuo para provocar el cambio global de los miles de millones de humanos sobre la Tierra –o porque ya no hay tiempo para esto, o porque nunca se podría realizar de esta manera--, es un deber desde todo punto de vista que cada uno intente alcanzar el máximo desarrollo evolutivo personal, aglutinando en torno a uno al mayor número de personas, sin importar demasiado las consecuencias, por la única y urgente convicción de que es lo único que honestamente está realmente al alcance de cada uno para hacer en forma eficaz y consistente.


















12. UN EJEMPLO DE CÓMO TRABAJAR EVOLUTIVAMENTE LA MENTE


Todas las personas al despertar después de dormir se encuentran normalmente con una experiencia similar --de la misma manera que nos ocurre a todos al nacer--. Ella consiste en que abrimos los ojos, comenzamos a escuchar, a sentir que tenemos un cuerpo, a palpar y movernos en un entorno que nos llega a la conciencia y a la mente a través de nuestros sentidos. De inmediato esta experiencia se adosa a nuestra conciencia de vigilia y la unimos tan inmediata e incuestionadamente que la aceptamos como la experiencia por excelencia de realidad. Todos reconocemos de inmediato que estamos despiertos y que este entorno que denominamos físico, porque lo captamos a través de los sentidos, es real y, en la medida que lo experimentamos como no dependiente de nuestro estado de conciencia, sino impuesto a la conciencia y a los sentidos, es decir, en tanto lo experimentamos pasivamente, lo terminamos reconociendo y experimentando como la realidad. Esa es nuestra primera experiencia y, como vimos en un comienzo, desde un punto de vista primitivo naturalista es la más adecuada para desarrollar una experiencia adaptativa al entorno y del entorno. Sin embargo, en la actualidad, cuando el humano mayoritariamente ha resuelto la dependencia primaria del entorno natural a través de la cultura y sus productos, y a través del progresivo desarrollo de sus capacidades metafísicas, intrasíquicas y espirituales, se encuentra también en condiciones de reconocer que sus capacidades  de conciencia y mentales exceden con mucho la mera captación, procesamiento y acción a través de los sentidos y de su prolongación corporal biológica.
El ejemplo que queremos ofrecer de cómo se puede avanzar en un desarrollo progresivo de nuevas formas y nuevos estados mentales y de conciencia, no es más que una generalización, y una posibilidad entre miles de realización de este mismo proceso. El que lo ponga en práctica y no consiga avances significativos, que no se desanime ni renuncie, pues cada uno posee un camino y un método personal que tendrá entonces que descubrir, la mayoría de las veces con la ayuda de un guía o maestro.
Así pues, podemos y debemos reconocer que nuestros sentidos no son los garantes ni los jueces ni los únicos vehículos de la realidad hacia la mente y la conciencia,  por medio de diferentes procedimientos y formas. De lo contrario, seguiremos encarcelados en esta realidad de los sentidos, pero burdamente con la puerta abierta y sin reconocerla como tal. Primero, si anulamos nuestros sentidos, por ejemplo a través de la meditación introspectiva, reconoceremos con este sencillo test hasta qué punto dependemos y estamos enjaulados entre nuestros sentidos. Si al anular los sentidos nos quedamos con una sensación de vacío y necesitamos abrirlos al exterior de inmediato, entonces nuestro estado mental y de conciencia es completamente dependiente de los sentidos y el trabajo síquico y de conciencia que habría que realizar con esta persona sería muy lento y elemental. Si la persona anula los sentidos, pero su mente comienza a producir cualquier tipo de fenómeno mental pero incontrolable a la voluntad, como pensar, imaginar, recordar, sentir emociones, etc., entonces al menos reconocerá que posee una mente activa independiente de los sentidos y que puede constituir una experiencia de realidad –aunque se alimente de la experiencia de los sentidos para crear sus representaciones—paralela a la realidad de los sentidos, es decir, una segunda realidad. Aceptar que se posee una mente independiente de la realidad exterior, es decir que ya no es pasiva, sino activa en la creación de realidad, significa un salto de inmensa importancia y trascendencia. Es necesario poner la máxima atención, concentrar todas las capacidades mentales –voluntad, entendimiento, imaginación, pensamiento, razón, emociones, creatividad, etc.-- en este paso, en esta frontera y puente, a fin de que alcance la amplitud, profundidad, jerarquía, relación y armonía con el orden trascendental y espiritual de los sistemas de realidad y las capacidades humanas en coordinación. No se puede realizar ningún avance significativo en el desarrollo de la conciencia, de la mente y del espíritu si no se adquiere conocimiento y dominio de la capacidad constructiva de la realidad intrasíquica y, en seguida, extrasíquica, en cualquiera de sus múltiples formas. Las personas normalmente poseen un conocimiento mínimo o muy insuficiente de su propios contenidos, estructuras, modalidades, potencialidades, tendencias, etc., de su propia mente, y menos todavía de su conciencia. Sólo el progreso  en esta área mental representa probablemente el esfuerzo de muchas vidas, pues es tan diverso y múltiple el universo de la mente, que un trabajo transformativo parte a parte requiere de un larguísimo proceso, a no ser que la persona ya posea un trabajo avanzado en vidas pasadas, en cuyo caso la conciencia-mente guarda esa información de una vida a otra y permite una actualización bastante rápida y consistente en la nueva mente cuando en una nueva vida se actualiza y estimula debidamente.
Cuando se sigue una directriz espiritual de fondo --incluso hasta inconciente-- en todo este proceso de autoconocimiento, una directriz simple de trascendencia, amplificación y unificación de todo cuanto se acerque a la atención de la conciencia que indaga en su propia mente, se está produciendo progresivamente también un fenómeno de acrecentamiento de la conciencia y de la misma espiritualidad, sin necesidad de realizar búsquedas o trabajos espirituales específicos o altamente absorbentes y centrales. Así, cuando el autoconocimiento haya alcanzado un nivel tan amplio que permita incluso la alquimia misma de la mente, ya estará predispuesta y acondicionada la mente para realizar y acompañar el desarrollo mucho más rápido y consistente de la conciencia y de la espiritualidad superiores. Una persona que, por ejemplo, ha maximizado el conocimiento de sus emociones y de su contexto intrasíquico y de su proyección en el plano externo y natural, y por tanto, controla, dirige y transforma sus emociones de acuerdo a las necesidades propias de las circunstancias o de las necesidades del orden que sean, y se concentra en la identificación y experimentación de sus emociones superiores, tratando de evitar que las emociones inferiores accedan innecesariamente a su estado mental y de conciencia se encuentra desde ya en una suerte de estado espiritual emocional.
Ahora bien, no se puede pretender trabajar consistentemente con la mente personal si no se la concibe y aborda como un todo interrelacionado y unificado. No se pueden trabajar las emociones si no se lo hace simultáneamente con todas nuestras demás facultades, nuestras demás formas síquicas, nuestros contenidos significativos, nuestro yo, nuestro sentido de identidad, nuestros pensamientos e ideas, nuestros planos de conciencia y sus contenidos, nuestras vidas pasadas, etc. De ahí que represente una gran dificultad para las personas normales el abordar un trabajo integral demasiado complejo y desorientador. Así, no es poco frecuente descubrir que si se ha desarrollado una buena afectividad, sentimiento y relación con las personas con las que uno se encuentra día a día, no obstante se siente un fuerte resentimiento por las personas que roban, o por la persona que a uno le causa un daño material, o por las personas de tal o cual país, raza, clase, grupo, características, actividad, etc. El desarrollo de los estados mentales generales es tan inmensamente complejo que es necesario desarrollar pronto un visión intuitiva general de nosotros mismos que nos permita ir rápidamente sintetizando estados mentales, pues todo estado de mente es inmensamente dependiente de las circunstancias que lo configuran, de manera que muchas veces basta que se modifique uno solo de esos innumerables factores para que el estado de mente completo se vea incluso fuertemente alterado.
Cuando se comienza a sintetizar progresivamente desde perspectivas y estados de conciencia y de mente cada vez más integrativos, comprensivos, intuitivos, diferenciadores, desapegados, intensos, se va produciendo un fenómeno natural de autoconsistencia cada vez más autónomo, más eficaz, más veloz y satisfactorio, de manera que la condición espiritual –que está en el trasfondo de todo potencial superior individual  y todavía más en la integración y unificación actualizada de esos potenciales -- empieza a brotar sin haberla buscado, igual que cuando se moja una y otra vez una tierra yerma finalmente comienzan a brotar pequeños vegetales e incluso árboles de esa misma tierra antes seca.
Hasta aquí hemos centrado la atención en el trabajo con las facultades mentales, sin embargo éste debe realizarse –tal cual dijimos—como un todo, por lo que debe prestarse simultáneamente mucha atención y trabajo a las formas de la conciencia. La coordinación entre desarrollo de las facultades y funciones de la mente y evolución de la conciencia no debe descuidarse en ningún momento. La evolución del yo, de la persona humana, sólo es concebible a partir de la unificación de estos dos fundamentos y constantes, que son la mente y la conciencia. Todo, absolutamente todo en la experiencia primaria y natural del ser humano se realiza necesariamente en y a través de la mente y la conciencia. Como decíamos al comienzo de este capítulo, nuestra experiencia básica de realidad se procesa central y casi exclusivamente en la mente y la conciencia. Todo lo que hacemos en el día a día, todo lo que experimentamos como propio de nosotros, nuestra identidad personal, lo que sentimos, pensamos, hablamos, creemos, conocemos, aprendemos, valoramos, deseamos, intentamos, imaginamos, etc., son como son, porque nuestra mente y nuestra conciencia son como son. Si queremos modificar cualquiera de esos componentes o modos de ser  y hacer, tenemos primero que conocer y modificar nuestra mente y nuestra conciencia.
Así como nos cuesta reconocer y modificar los contenidos, modos y características de las funciones de nuestra mente individual, debido por una parte a que carecemos de un mapa dinámico adecuado de nuestra complejísima actividad mental, y, por otra, debido a que nuestra conciencia cuando se mueve por los laberintos de la mente tratando de conocer y guiar adecuadamente los fenómenos de la mente, ella misma carece de un desarrollo suficiente como para integrarse adecuada y organizadamente tanto en su propia autoobservación --como metaconciencia--, lo mismo que en la observación e interacción con los fenómenos de la mente.
Un primer trabajo elemental de la conciencia debe consistir en desarrollar la metaconciencia a través del ejercicio de autoobservación e introspección constante durante todo el día –sea lo que sea se esté haciendo--. La metaconciencia por sí sola requiere de un esfuerzo y trabajo propio y meticuloso para facilitar su desarrollo. La conciencia de sí –como hemos visto—no es un estado natural de la conciencia en términos de evolución natural. Las personas demasiado espontáneas, impulsivas, irreflexivas, sociables, expresivas, extrovertidas rara vez poseen un alto desarrollo de la conciencia de sí mismos y de la metaconciencia. La metaconciencia requiere de una conciencia introvertida permanentemente, si se quiere realizar verdaderos avances en el desarrollo de la metaconciencia, de la conciencia y de la mente. Las sabidurías tradicionales establecían rigurosos períodos de aislamiento que podían durar años para los iniciados en el desarrollo de sí mismos en el nivel y aspecto que fuera. La verdad es que avances transformadores de la conciencia y de la metaconciencia, en tanto también configuran un todo inseparable y funcional con los demás aspectos conformantes de la persona humana, normalmente no pueden alcanzarse en una sola vida, sino en un trabajo de muchas. En una sola vida incluso estos iniciados monacales y ascéticos normalmente alcanzan logros escasos y sobre todo limitados en su autodesarrollo. Se puede llegar a ser una persona introspectiva, lúcida, inteligente, equilibrada, noble, buena, espiritual, a través del trabajo de una sola vida esforzada en el desarrollo de la conciencia y de la mente, pero el grado de ello también será muy básico, muy simple respecto de los potenciales contenidos en el inconciente y el espíritu trascendental que contiene a la misma persona. Más aún, esas personas siempre adolecen de defectos que han sido postergados, mantenidos en estado de latencia, o igualmente se conservan en niveles más profundos de la conciencia y de la mente. No es raro que estas personas espirituales, y a veces hasta intachables una vida entera, repentinamente cometan actos altamente reprobables o simplemente inconsistentes con su aparente nivel evolutivo  o entren en estados de conciencia y mentales descontrolados o disfuncionales. Más todavía si se trata de una persona que sin abandonar la vida común, la vida civil y social, pretende llegar a niveles altos o significativamente consistentes y amplios de su propio desarrollo, ya que esta forma de vida social del humano moderno se contrapone fuertemente –como hemos visto—al desarrollo del potencial espiritual y mental del ser humano.
Sin embargo, actualmente existen muchas personas en el mundo que son portadoras de un alto nivel espiritual y mental logrados en vidas pasadas de esfuerzo sostenido, pero que por nacer en un medio adverso –léase simplemente sociedades modernas—no han actualizado por múltiples razones ese potencial, que debidamente estimulado y trabajado puede desarrollarse explosiva y espectacularmente en una sola vida. Estas personas están esperando el toque del maestro, del maestro interior y del maestro exterior. A veces la espera es larga, a veces la espera puede durar incluso más de una vida, pero siempre llegarán los maestros que permitan la unificación e integración del proceso evolutivo final y superior del espíritu en el ser humano. Como dijo el maestro Jesús, “la mies es mucha y pocos los segadores”, por eso advendrán próximamente suficientes maestros para cada alma dispuesta al salto evolutivo final de esta era. Mi intención personal en este libro y mi misión en esta vida han estado concentradas en estas almas y conciencias y mentes, que esperan el toque del maestro para estallar al universo del espíritu, y desde allí a todas las cosas. No es una labor masiva; no es una labor de reconocimiento público, pero es una labor para personas elegidas, selectas, preparadas debidamente y que, sin maestros verdaderos, estarían condenadas a vagar como fantasmas insatisfechos por el mundo. En ellos está puesta la esperanza y la confianza del trabajo realizado durante miles de años por el espíritu evolutivo en este planeta. Son estas personas las que están listas para recibir el advenimiento del Espíritu, y en lenguaje crístico, el Reino de los Cielos. Los demás deberán continuar con su esfuerzo evolutivo bajo condiciones menos favorables desde todo punto de vista. Es decir, nuevamente desde condiciones ambientales, vehiculares y síquicas elementales, rigurosas y de lenta progresión evolutiva. El espíritu de la Compasión Universal los acompañará con su amor omnividente durante su nuevo programa evolutivo.
Volviendo a nuestro tema del trabajo evolutivo de la conciencia y la metaconciencia, diremos resumida y sintéticamente que debe realizarse por lo menos en siete niveles simultáneamente y, por lo mismo, representa una experiencia y actividad tan compleja que no puede ser desarrollada sin una guía magistral adecuada. Estas siete dimensiones pueden ser resumidas de la siguiente manera: tres de ellas pertenecen a niveles dependientes de la relación conciencia-temporalidad. Las otras cuatro corresponden a niveles dimensionales básicos con los que se asocia la conciencia del estado natural.
La primera es el pasado, y consiste en el reconocimiento de la memoria biográfica y de la memoria kármica, y de la integración a todos los planos asociados a la conciencia, y desde allí a la mente y al individuo completo –de esto ya hemos hablado en un capítulo anterior--.
La segunda, la amplificación de la conciencia en el presente absoluto, y las temporalidades asociadas de presente-pasado y presente-futuro. Este trabajo de amplificación de la conciencia requiere de un tratamiento especial, pues consiste en el desarrollo de la conciencia hacia la omnipresencia y ubicuidad del espíritu universal en el instante presente-eterno, como fin evolutivo del ente genérico planetario. No podremos entrar aquí en mayores explicaciones, pues requeriría de un tratamiento complejo y diferente al enfoque de este libro.
La tercera, corresponde al estado de conciencia-futuro, cuyo desarrollo en el estado evolutivo actual sólo es posible realizarlo a través de la intuición, único estado de conciencia que permite acercarnos a la dimensión temporal más elusiva actualmente para el ser humano: el futuro. La responsabilidad y trascendencia de integrar la dimensión del futuro al presente está muy por encima de las capacidades y calidad espiritual del ser humano de esta era. Este es un tema que por el momento no nos corresponde ahondar.
La cuarta corresponde al trabajo de la conciencia y el sentido. La conciencia humana experimenta la realidad natural y trascendente a través de un reconocimiento de sentido, ya sea personal o subjetivo, ya extrapersonal u objetivo. Tras el pensamiento subyace la experiencia de conciencia previa que se articula en milésimas de segundo en el cerebro como pensamiento verbal o no verbal. Antes de hablar, e incluso antes de pensar, nuestra mente se acondiciona para recibir lo que la conciencia experimenta primero. Es nuestra conciencia en realidad la que elige los pensamientos que advienen a ella, y al mismo tiempo elige las palabras que quiere utilizar en nuestros procesos semánticos lingüísticos y paralingüísticos. Cuando ponemos atención a este proceso, le estamos dando de inmediato una mayor importancia a la conciencia como actividad de pensamiento. Ello significa que una práctica mucho más eficaz y poderosa en la relación de la conciencia con su propio desarrollo y con la realidad, consiste en aprender a pensar sin pensamientos ni palabras, sino en un acto denso sintético-analítico de conciencia. Esta práctica requiere de un enfoque y comprensión sobre estos fenómenos de conciencia y mentales que hasta hoy no ha sido debidamente realizado. El resultado de esta práctica implica un desarrollo sorprendente de la capacidad de integración de la conciencia a la realidad desde un sentido o conocimiento unificador natural y totalizador que subyace o está contenido en el potencial mismo de la conciencia. Esta capacidad ha sido tradicionalmente visualizada en su desarrollo máximo como omnisciencia. Cuando esta práctica se realiza lo bastante consistentemente comienzan a modificarse significativa y poderosamente todas las capacidades cognitivas de la mente asociada. La persona comienza a pensar, a comprender, a intuir, a dotar de un sentido coherente y espiritual a toda forma de realidad.
La quinta corresponde al trabajo de la conciencia y sus prolongaciones multidimensionales. Tal como señalábamos al comienzo de este capítulo, nuestra experiencia natural de conciencia es extremadamente limitada, porque cuando despertamos señalamos con una especie de dedo interior: ésta es la conciencia y ésta, la realidad. Por ello, debemos comenzar a ampliar el rango de la conciencia de vigilia en un trabajo de integración con los diferentes niveles de conciencia que normalmente mantenemos disociados o no suficientemente integrados. Para ello debemos recurrir a una práctica diaria de imaginación e ideación coordinadamente con las demás prácticas de conciencia aquí señaladas, tan intensa y vívida como la experiencia de un sueño, lo cual puede en un comienzo realizarse como prácticas de meditación intencionadas. Ello permitirá que la conciencia de vigilia comience a permearse progresiva y dirigidamente con otros estados de conciencia, tales como los tradicionalmente denominados subconciente y supraconciente. El resultado de esto implica un cambio de la experiencia de realidad, desarrollando un estado mucho más indiferenciado entre realidad externa y realidad interna, incluso permitiendo reconocer que la aproximación integradora a diferentes niveles y formas de realidad se realiza ante todo desde la conciencia, más que desde los sentidos o de cualquier otra facultad mental, incluso la aproximación al plano de realidad que llamamos naturaleza física. La identidad de la persona se modifica y amplía sin límites, generando un estado de conciencia creciente de éxtasis existencial.
La sexta corresponde a la conciencia creativa. Los seres humanos en estado natural y, en general, en las tradiciones culturales universales manifiestan una relación creativa con la realidad de distintas maneras, pero rara vez con la debida importancia. Las expresiones artísticas han sido siempre consideradas la canalización y relación por excelencia de la creatividad en su relación con la realidad, sin embargo esta capacidad es mucho más amplia y se vincula con una dimensión de la conciencia que se proyecta hacia la condición creativa de la realidad misma. La conciencia posee un potencial creativo tan potente e importante que nos ofrece a través del potencial evolutivo la posibilidad de llegar a ser verdaderamente co-creadores de realidad, sin duda también del plano físico natural. Por ahora la conciencia creadora centrada sobre todo en la actividad artística se encuentra en un estadio evolutivo primario, en el que prevalece la relación creativa de la conciencia fuertemente condicionada por los estados y contenidos de la conciencia subconciente, y una relación también básica en su facultad creativa y por ahora mayormente representativa y recreativa de la realidad física natural. La actividad artística se centra además en la relación estética de la creación de realidad, si bien la realidad como actividad de creación concentra otros caracteres, tales como el sentido, la multidimensionalidad, la potencia dinámica y estática, la integración y la multiplicidad ilimitadas, la espiritualidad, etc. Si hasta ahora se le ha prestado tan poca importancia a la condición artístico-creativa en la formación y educación de los seres humanos, lo cual es primario en cualquier proceso de desarrollo de la conciencia humana, se puede comprender cuán lejos se encuentra actualmente la humanidad en su condición social e individual de un desarrollo de sus capacidades creativas superiores integradoras con la realidad.
La práctica de la conciencia creativa, pues, debe realizarla el iniciado siempre por medio de alguna actividad artística, pero con la lucidez de que debe trascender la actividad creativa social, cultural, histórica e incluso, finalmente, mayormente subjetiva. La actividad creativa debe representar un tránsito bidireccional indistinto entre la realidad extramental y la realidad mental, en un continuo sin rupturas en el día a día, como si la realidad misma se experimentase como un poema, o una sinfonía, o un drama, etc. La conciencia debe llegar a experimentar la realidad como un acto creativo de la propia conciencia en perfecta armonía con la condición creativa de la realidad total.
La séptima corresponde a la conciencia social o conciencia de especie. Nadie –salvo alguna rara excepción-- viene a este plano físico natural para desarrollarse a sí mismo y nada más que a sí mismo. Nuestra conciencia posee una dimensión específica intersubjetiva y colectiva que no puede sino desarrollarse en la interacción responsable y solidaria con todos los seres vivos. Todo ser humano debe desarrollar la máxima conciencia de todos y cada uno de los demás seres humanos, aunque por ahora sea del todo impracticable. Aun así todo iniciado debe meditar profundamente día a día sobre la situación mundial, intentando alcanzar estados de conciencia de aprehensión o representación de la totalidad de los seres reales sobre este planeta. Esto no debe ser confundido con lo que proponen las visiones espiritualistas que intentan proyectar la conciencia positiva sobre el estado planetario, en una suerte de oración o acción energética sutil constructiva, lo cual, por cierto, es extremadamente importante y necesario de realizar individual y colectivamente. Para llegar a hacer más eficaz este acto espiritual proyectivo, es imprescindible desarrollar al máximo la conciencia colectiva en la dimensión y estatus individual y personal, la cual en las personas naturales se encuentra aún en un estado y desarrollo mínimo y mayoritariamente potencial. Nuestra conciencia social es una dimensión que se ha trabajado colectivamente con gran énfasis en los últimos cien años, y, aunque todavía es muy pobre el logro en esta dimensión, ha sido suficiente para que la humanidad haya realizado avances que jamás había logrado en toda su etapa de homo sapiens. Existe una valoración indiscutible de la paz mundial; un reconocimiento mayoritario de que los seres humanos poseen derechos universalmente válidos; un sentimiento de solidaridad mundial creciente frente a los problemas de grupos humanos particulares; una apertura a diferentes visiones de mundo; un creciente interés y tolerancia transcultural; el fortalecimiento de una conciencia colectiva cada vez más desarrollada, etc. Todo esto en un estado muy inicial, imperfecto, incompleto, variable y hasta discutible, pero en conjunto extraordinariamente significativo y valioso, al punto de que podría determinar un apoyo intempestivo de las Voluntades Superiores a este proceso evolutivo, a pesar de las tendencias destinales y karmáticas colectivas. El iniciado, por tanto, debe desarrollar al máximo su perspectiva social y de humanidad, lo cual significará cambios sustantivos en su propia conciencia, mente e identidad (yo).
El trabajo sistemático y sostenido en al menos estos siete aspectos de la conciencia permite dimensionar cuán complejo, difícil, denso y lentamente progresivo es el avance en el desarrollo real y amplio de la conciencia. Un trabajo de este tipo no sólo significa un modelo de progreso personal o individual, sino ante todo un verdadero despliegue de condiciones apropiadas y necesarias para realizar el nuevo salto evolutivo que adviene a la humanidad. La mayoría de estos aspectos o formas de realización de la conciencia es tan inmensa en sus particularidades y manifestaciones circunstanciales, así como en sus infinitas proyecciones y relaciones con los ilimitados procesos y estados de la conciencia, que ningún iniciado debe aspirar o proponerse la iluminación en una sola vida, o tan siquiera la unificación de la conciencia en estos siete aspectos, y aún más. La humildad y la modestia en el trabajo minúsculo y minucioso de la persona humana no puede ser obviado por nadie que pretenda un salto evolutivo real. Los maestros y doctrinas que ofrecen salvación, transfiguración y trascendencia en esta vida no saben bien de qué están hablando; o sin querer están engañando la expectativa y la pobreza de las almas encarnadas, ofreciendo más por menos; o se dirigen exclusivamente a los que ya han sido largamente iniciados en vidas pasadas. El ascenso de los cien millones de escalones de la montaña se comienza con el primero, y así sucesivamente.













13. EL MANDATO TRASCENDENTAL: CONOCERSE A SÍ MISMO


La compasión hacia sí mismo debe acompañar el trabajo personal de todo iniciado. La paciencia y el perdón consigo mismo. La compasión, la paciencia y el perdón, unidos al mismo tiempo con el rigor, la perseverancia empecinada, la voluntad de no cometer nunca un error, y el dolor recurrente de volver a cometer un error.
La vida diaria de los seres humanos es como navegar en un bote en medio del mar. A veces en el día estamos en lo más alto de una ola y podemos contemplar la inmensidad del cielo y del océano mismo. Entonces nos sentimos plenos, grandes como la inmensidad, alegres y sabios, porque todo parece coincidir en nosotros y ante nosotros. Toda la realidad se manifiesta bella en nosotros y ante nosotros desde esa extraordinaria perspectiva. 
Un momento después las olas nos hunden en la bajamar y el  agua sube alrededor de nosotros como una montaña amenazadora. Estamos en el fondo de un pozo marino y sentimos angustia, temor, inseguridad porque no vemos más que agua y agua en torno a nosotros; marejadas que están a punto de caer sobre nosotros; que volcarán nuestro bote; que nos harán caer al mar y morir. Entonces olvidamos toda otra visión y nos reconocemos en una existencia angustiosa y terrible.
Esto ocurre así porque la conciencia y la mente de los seres humanos es lábil, es imperfecta, es inarmónica, se regula mal a sí misma, es fácilmente influenciable, es débil, sin desarrollo y descuidada.
La conciencia es, ante todo, lo que somos. Toda la realidad viene a la conciencia y se hace realidad en la conciencia. Nos es tan difícil diferenciar qué es conciencia nuestra y qué es realidad. Al fin de cuentas la realidad es algo que acontece en gran medida en la conciencia, por eso –como nuestra conciencia es tan lábil—es tan fácil que cambie para nosotros la realidad, porque en verdad es la conciencia la que está cambiando permanentemente, como un bote en medio del mar.
Si ya es desorientador, desequilibrador, descontrolador y engañoso que cambien tan fácilmente nuestras emociones, nuestros  recuerdos, nuestras ideas y pensamientos, nuestros intereses y motivaciones, nuestros estados de ánimo, etc.; es decir, tanto los componentes de nuestra mente, como la mente en su conjunto, todavía más grave es la condición inestable y confusa de nuestra conciencia, que sostiene a toda la vida mental como si fuese un estado global y condicionante. La conciencia en tanto se experimenta siempre como un estado determinado, como si fuese el nivel y grado de luz que nos ilumina y permite ver la realidad, es el medio basal dentro del que funciona nuestra mente y nuestro yo. Si la representásemos como luz en nuestra vida cotidiana, muchas veces se enciende lo suficiente para que podamos ver no más allá de cinco metros de nosotros, pero otras muchas apenas nos permite ver sombras confusas, a las que seguimos llamando la realidad completa.
Tan natural y necesario nos resulta esto que difícilmente podemos concebir que nuestra conciencia pueda ser muy diferente y que lo que experimentamos de nosotros mismos y de la realidad pueda cambiar y ser de otra manera. En la mente en conjunto ocurre algo muy similar. Detrás de las emociones, por ejemplo, a pesar de que cambian constantemente durante el día, existen patrones estables que no concebimos que puedan cambiar. Nosotros nos constituimos emocionalmente con esquemas y estructuras emocionales; con tipos, modos, relaciones, objetos e intensidades preestablecidas que condicionan respuestas emocionales inconcientes y muy difíciles de controlar y modificar, las cuales se arraigan en nuestra conciencia y mente profundas, a las que normalmente llamamos descuidada e ingenuamente inconciente. Cuando queremos a alguien normalmente no dejamos de quererlo. Si nos dan asco los gusanos, difícilmente nos dejará de dar asco el verlos. Si somos tímidos, reaccionaremos normalmente con timidez frente a múltiples circunstancias. Así ocurre, además, con cada una de nuestras otras capacidades mentales. Nuestra mente está fuertemente condicionada y, o no nos damos cuenta, o nos cuenta infinidad cambiar esos condicionamientos.
Por esto se comprende el antiguo mandato del Oráculo de Delfos: “Conócete a ti mismo”. Ninguna otra actividad de conciencia humana es más básica que ésta. Ninguna posibilidad de superarse más allá de los límites de esos penosos condicionamientos mentales si no se dedica el ser humano con todas sus capacidades mentales y con su conciencia y metaconciencia a interiorizarse de sus propios condicionamientos y de sus propios potenciales próximos de transfiguración. Cuando se sigue el verdadero camino del autoconocimiento y del desarrollo personal profundo, toda la vida personal y la vida misma resplandecen desde todo punto de vista infinitamente más que cuando se estaba preso en la mente natural. Todo se unifica de sentido y armoniza. La vida responde con un sentido de integración y cooperación total. Nuestras relaciones humanas se vuelven transparentes y auténticas; podemos mirar a las personas sin velos ni distorsiones y constatar de múltiples maneras la veracidad de nuestras percepciones. Podemos tratar más comprensiva y solidariamente a todos los seres humanos, aunque también podemos percibir con más claridad sus defectos, sus mezquindades, sus errores y ya no podremos hacernos simplemente cómplices de ellos. Seremos más felices, pero también más responsables.
Jesús de Nazaret es el prototipo superior histórico y simbólico del ser humano conciente. Ser conciente, trabajar en el desarrollo de nuestra conciencia implica la dicha de divinizarse en vida y de divinizar la realidad misma, pero también conlleva la necesidad de ser crucificado por la incomprensión de quienes no se encuentran en un nivel de conciencia similar, y por el servicio al bien superior de los demás. Al fin de cuentas desarrollar la conciencia y desarrollarse a sí mismo es un mandato de la realidad misma. La realidad –el Espíritu que está en Todo—no nos ha hecho fácil cumplir su mandato, porque nos entorpece de tantas maneras el conocimiento y las decisiones adecuadas en este sentido. Pero al mismo tiempo no nos perdona que nos encontremos en ignorancia, en un ensueño ilusorio, en una niebla de pequeña verdades y oscuros estados de inconciencia, en un mundo paciente que no nos rechaza y que nos permite vivir una vida al menos en ese estado incompleto, pero que a cada momento nos presiona, nos incita a despertar, a desarrollar nuestra conciencia, o de lo contrario, tarde o temprano, nos hará sufrir para despertar.
Huimos tanto de sufrir cuanto buscamos la felicidad. Algo en nuestro interior, una intuición elemental nos convence ineludiblemente de que el sufrimiento es una pendiente que va desintegrando esto que experimentamos como Realidad, pero que la felicidad representa un proceso inverso y ascendente. Un proceso que todos debemos esforzarnos en dirigir, paradójicamente, casi siempre a costa de alguna dosis de dolor, pero también dejar ir solo  y jubilosamente hacia adelante. Este dolor puede tomar innumerables formas de manifestarse en nuestras vidas y personas, como miedo, como apegos que no queremos dejar, como incredulidad, como olvidos, impaciencias, desánimos, entretenciones, facilidades, hábitos, actividades e inactividades, etc. Casi todo lo que somos y hacemos se resiste en alguna medida a transformarse en algo tan radicalmente diferente como lo es un nuevo yo, una nueva conciencia, una nueva forma de vivir, una nueva forma de ser, y, al fin de cuentas, una nueva realidad. Todas las formas de dolor se pueden resumir en no atreverse a dar el gran salto hacia la verdadera felicidad y conciencia, y al mismo tiempo en no querer abandonar –como si fuese un morir— lo que ya somos, experimentamos y poseemos, incluso por más insatisfactorio e incompleto que pueda ser.
La diferencia más llamativa y principal entre la vida incompleta que viven naturalmente los seres humanos, la que siempre se constata como, al menos, sufrimiento mezclado con bienestar o felicidad, y la felicidad alcanzada por un alto desarrollo de la conciencia y de la mente, es que la primera es cambiante y siempre insuficiente y efímera, pero la felicidad verdadera, la felicidad de conciencia  es avasalladora, apasionante, integradora y unificadora, estable y permanente, ilimitada en su evolución y creación. En nuestro fuero interno todos los seres humanos lo sabemos, y aunque sean tantos y tan condicionantes los factores que nos niegan el avance sostenido hacia la felicidad de la conciencia, el Espíritu trascendental sabe que el atractivo de su naturaleza es tan infinitamente mayor e irresistible que tarde o temprano nos arrastrará libremente hacia sí.
Cuando se avanza, sin embargo, por el camino de la conciencia y del espíritu no se progresa por un camino recto, despejado y evidente. Quienes presentan este proceso y esta experiencia y dimensión de realidad como algo inmediatamente redentor y absolutamente satisfactorio y verdadero están falseando sin querer las cosas. La mente es un laberinto y la conciencia es invisible. En alguna medida y grado nada es real y tal como se nos presenta y como lo experimentan nuestra mente y conciencia humanas. Nada, absolutamente nada es así.
Mil veces creemos estar en el camino espiritual o de desarrollo correcto, pero descubrimos que hemos estado equivocados en esto o en aquello. Tantas veces creemos estar haciendo lo correcto, tantas veces creemos haber logrado algo importante con el trabajo de nuestra mente, tantas veces creemos ver algo que en realidad no está ahí, o no es tal como lo vemos, a pesar de que estamos avanzando en otro aspecto o que estamos haciendo nuestro mejor esfuerzo y dando lo mejor de nosotros. Tantas veces se nos seca la inspiración, el ánimo, la voluntad, el interés, la perspectiva, la metaconciencia, la convicción, etc. y comenzamos a dar tumbos y nos desorientamos en esta búsqueda y procesos. El camino del desarrollo de la conciencia, de la mente y del espíritu está colmado por todas partes y de todas las formas posibles de dulces y convincentes ilusiones de desarrollo, de conciencia, de mente y espíritu. Los seres humanos no han logrado hasta ahora crear ninguna doctrina, modelo, mapa, guía, práctica, método, enseñanza, ciencia o lo que fuere, que les permita avanzar recta y auténticamente a través de una experiencia de autoconocimiento y transformadora de sí mismo y de la realidad. La razón no es complicada de reconocer y aceptar: hacia dentro de nosotros mismos, hacia la mente y la autoconciencia no hay casi nada abordable para nuestra conciencia de vigilia; apenas uno que otro bulto síquico identificable, pero que pronto se pierde en la niebla de lo inasible. Todo lo que se pueda decir de lo que ocurre o hay en nuestras mentes y en nuestras conciencias es casi pura metáfora, analogía, abstracción, concepto intelectualizado, imagen, invención y hasta falsedad. Para nosotros mismos sumergirnos en nuestra propia mente y conciencia apenas resulta una experiencia tan superficial que no alcanza ni siquiera a la piel, a la superficie más inmediata de ella misma. Hasta ahora el lenguaje de los sueños es el mejor lenguaje que poseemos para conocer los contenidos de nuestra mente –siendo en sí mismo altamente limitado--, pero ningún medio poseemos para conocer su estructura y funcionamiento. Todo lo que ha hecho hasta hoy la Sicología en este sentido es mera conjetura e inferencias reduccionistas y minimalistas. Si tuviese que comparar la mente y la conciencia con algo descriptible para hacerlas de alguna manera más familiares y comprensibles, las haría similares a un fluido excepcional con estructura dinámica y naturaleza multidimensional. Sólo esta última característica (la multidimensionalidad) hace de la mente y la conciencia fenómenos  ininteligibles e inconmensurables para la conciencia de vigilia y sus facultades cognitivas. Por ello, toda la armazón de conocimientos y experiencia de nosotros mismos y de la realidad –en cualquier sentido—, que haya desarrollado o experimente el ser humano y cualquier individuo, no es menos frágil e ilusorio que un castillo de naipes flotando sobre el espacio. Lo más terrible de todo es que con gran facilidad el ser humano cree que, después de un esfuerzo denodado, honesto, perseverante, sistemático, bien informado, inteligente y profundo se alcanza realmente un nivel espiritual y mental satisfactorio, auténtico y definitivo. Nada más peligroso que –como señalaba Sócrates— uno crea saber lo que realmente no se sabe. Ninguna locura mayor que creer poseer verdades y formas de ser que no son ni verdades, ni nuestras reales, profundas o adecuadas formas de ser. En alguna medida  nadie se escapa a esta experiencia y estado, incluso los sabios y maestros más iluminados. Aún las verdades más sagradas, las revelaciones del Espíritu divino, las epifanías sacras adolecen de parcialidad, circunstancialidad, adecuación, imperfecciones, humanización reduccionista en la medida que también están sometidas y adecuadas al mismo proceso evolutivo y modificador natural de todas las cosas, a través del tiempo y de la adaptación a los cambios de la realidad, en sus múltiples e inagotables formas.
Ante esta visión es natural preguntarse: ¿Existe alguna forma, medio y procedimiento seguros y verdaderos para orientarse en estos niveles tan elusivos de nuestra propia realidad interior? La respuesta es un sí y no. Sí, cuando somos capaces de reconocer que nuestro saber y experiencia nunca son definitivos, absolutos e inmodificables, y por lo tanto estamos atentos a reconocer en cualquier momento nuestros errores, así como siempre debemos ir perfeccionando y modificando nuestro saber y experiencias, y nunca mantenernos inamovibles en una verdad o explicación o certeza de nosotros mismos, o de lo que fuere. Sí, cuando nuestros saberes se van sosteniendo unos a otros sin excluir ninguno, ninguna forma de realidad, y van integrando comprensivamente todas las experiencias y conocimientos actuales y posibles. Sí, cuando la realidad del aquí y el ahora van confirmando progresiva y evidentemente que lo que sabemos se cumple en la dimensión del aquí y del ahora; es decir, en la convergencia en el presente de todas las dimensiones de experiencia humanas. Sí, cuando otros seres humanos –aunque sea uno solo—pueden experimentar por sí mismos y sin nuestra influencia directa experiencias y conocimientos similares a los nuestros. Aunque esta prueba por sí misma sea bastante débil, cuando no se cumple es indicadora de un alto grado de posibilidad de representar un conocimiento ilusorio y subjetivo con pretensiones de representar un conocimiento de validez universal o intersubjetiva.
En resumen, la mejor manera de superar esta debilidad y confusión intrínsecas de la conciencia, de la mente y del espíritu humanos es reconociendo su debilidad, no aferrándose a ningún conocimiento, experiencia o verdad, y siempre transformándolos en vista de una superación progresiva y sostenida de todos los errores, pero también en vista de la superación progresiva y perfectible de todo saber adquirido o supuestamente adquirido. En otras palabras, una predisposición a abandonar en cualquier momento los saberes, creencias, certezas, intuiciones, evidencias, etc., en todos los ámbitos de la experiencia humana, y una aceptación de que el transcurso del tiempo en función de la evolución natural nos llevará siempre en un proceso constructivo y progresivo respecto de todas nuestras formas y experiencias de realidad, precisamente si sostenemos toda experiencia de realidad desde una actitud y predisposición absolutamente abierta y transformativa.
En conclusión, el trabajo de desarrollo espiritual y de conciencia y mente se debe afrontar con una disposición propia del trabajo de una hormiguita. Cada día debe implicar una labor conciente que nunca será excesiva, en la medida que precisamente no debe experimentarse como un esfuerzo. El principio taoísta de  hacer no haciendo es una excelente expresión de la necesidad de integrar, al mismo tiempo, voluntad e intención lúcidas, junto con un estado de comunión pasiva, espontánea e inmediata con la manifestación creativa y natural de la realidad, dejando que actúe libremente sobre nosotros y el universo. La labor diaria de conciencia debe ser sostenida, pero espontánea; lúdica, pero profunda; en lo particular y en lo general; minuciosa y meticulosa, tanto como desinteresada y libre; dejando manifestarse los planos subconcientes e inconcientes en todo momento; con el ojo de la metaconciencia siempre activo, aun en las circunstancias más triviales e irrelevantes; móvil y flexible, tanto como programática y ordenada; racional e irracional; etc.
Los efectos que este trabajo produce en la mente y en la experiencia de la persona son tantos y tan variados y personales que sería imposible describirlos aquí. Lo que sí puede ser dicho con total certeza es que la persona no dejará ya nunca más de cambiar, de evolucionar, así como de ser cada vez mejor en su integración y felicidad respecto de sí mismo y respecto de toda otra forma de realidad. Cada quien debe ir descubriendo sus propios modos de trabajar con su conciencia, con su mente, y desarrollando sus propios procesos personales de adecuación y transformación de estos mismos procesos en sus relaciones múltiples con la realidad. Una vez más insistimos, sin embargo, en la necesidad de que todo este trabajo y proceso sea guiado o apoyado por un referente personal superior, sea humano (p.e., maestro) y/o suprahumano (p.e., ángel). El trabajo espiritual y de conciencia puede ser tan paradojal y contradictorio; puede ser por momentos tan inarmónicos, angustiosos o penosos; puede ser tan dialéctico y confuso; puede provocar efectos personales y en su entorno normalmente considerados negativos, que la persona sola y sin un buen apoyo puede desorientarse, abrumarse y hasta dañarse gravemente.

14. LA COMUNIDAD DEL FUTURO 


El salto evolutivo que está próximo a advenir al ser humano es tan radical y novedoso respecto de toda la historia natural de este planeta, que nos lleva a desechar el concepto de especie para la nueva creatura evolucionada, y nos propone como más adecuado el concepto de comunidad transhumana. Con esto queremos resaltar el hecho de que ya no habrá una primacía del factor biológico natural, sino la de un nivel metafísico y espiritual que actuará progresiva y transfiguradoramente sobre el plano bio-físico. Más aún, el individuo sólo se actualizará y desarrollará en la medida que realice primariamente su propia identificación con una comunidad o nivel colectivo desde la cual y para la cual existirá inseparablemente. En esta era aún no podemos conocer este potencial y nivel de nuestra condición profunda y ontológicamente colectiva. Por ahora nos hemos experimentado en gran medida como individuos independientes y únicos debido a las características condicionantes de nuestro cuerpo biológico y de nuestra mente, que presentan naturalmente esta condición descrita. No podemos imaginar ni representarnos debidamente, pues, cuál es nuestra verdadera naturaleza personal-colectiva, en tanto por ahora se encuentra en su realización meramente potencial respecto de este plano espacio-tiempo. La unificación de la conciencia individual en la conciencia colectiva como principio y centro implicará una transformación tan profunda de todos los niveles configuradores de la persona humana, que no es posible para el humano actual representárselo más que por muy precarias metáforas.
En este período histórico resulta excepcionalmente paradójico que el individuo evolucionado, el alma mutante, se encuentre en un estado de aislamiento colectivo más dramático y marcado que en ninguna otra época histórica. El trabajo espiritual y de desarrollo personal se ha realizado a través de sucesivas vidas para él. Ya se ha asociado innumerables veces a personas y pequeñas comunidades que le han facilitado su crecimiento evolutivo paulatinamente integral. Ahora está aquí pleno, listo para el desborde total, aislado momentáneamente como se espera el desborde de la tempestad que se huele en el aire, o como el aislamiento en la plenitud del alma mortante que espera el momento previo a la nueva reencarnación.
Sin embargo, estamos entrando en una nueva época, en un nuevo rayo evolucionante del espíritu planetario que facilitará el proceso creciente de integración en todos los planos, incluso en este plano bio-sico-físico, de todas las almas y personas encarnadas que están dispuestas y preparadas para el gran salto evolutivo. La comunidad transhumana ha iniciado ya su proceso de unificación final y total en el plano más elemental y material, de una manera nunca vista antes en la historia humana. Guiados por el Espíritu y sus diferentes avatares, los humanos evolucionados irán encontrándose unos con otros, configurando grupos potenciadores de los procesos individuales, grupales, comunitarios y globalmente unificadores. El creciente proceso regresivo, destructivo y decadente de la humanidad actual se verá contrastado por el creciente proceso evolutivo, creativo y aglutinador de la nueva humanidad en trance de trascendentalización. Se debe disponer la conciencia y la mente para este trabajo de los próximos cien años, en los cuales será cada vez más difícil la vida en este planeta. Como contraparte, los Seres superiores se manifestarán tan cercanos con las comunidades espirituales en formación como los dioses del pasado lo hicieron con los primeros homo sapiens. Los Seres superiores guiarán las distintas fases de este proceso y período, así como las diferentes circunstancias y modalidades individuales y grupales, que, aunque en sus inicios sean muy variadas, irán progresivamente convergiendo en una manifestación común y unificada.
Estas comunidades transhumanas representarán los ideales más altos de espiritualidad universal que se hayan experimentado en la historia humana. En ellas se materializarán los más altos ideales en todos los aspectos configuradores de la persona humana. Sin necesidad de códigos legales ni morales; sin necesidad de medios tecnológicos de comunicación; sin necesidad de líderes excepcionales ni sumos pontífices; sin necesidad de un sistema político ni social, se reproducirán en todas partes y en todos los individuos y grupos las mismas directivas y cualificaciones de los sentidos generales y particulares de la actualización evolutiva.
La soledad espiritual, existencial y síquica en la que se han encontrado íntimamente los seres más evolucionados a través de los tiempos y particularmente en este último período, se irá progresivamente terminando, de manera que incluso el sentimiento de separación existencial y hasta ontológica que ha acompañado la conciencia humana sobre este planeta acabará en este proceso de creciente trascendentalización de la conciencia y de la persona en conjunto. Se debe ahora, más que nunca, abrir la conciencia en todos sus planos para recibir este efecto y espíritu de unificación que, integrando a todo ser humano en todos sus niveles constitutivos, se irá replicando simultáneamente este mismo proceso integrador con todos los niveles y formas de realidad, aunque ello tome miles y hasta millones de años en su expresión evolutiva máxima. Un sentimiento esperanzador, de plenitud y beatitud individual y colectiva, que ha sido anticipado visionariamente por las grandes religiones y concepciones espiritualistas tradicionales, está disponible para su realización y materialización progresivamente desde ahora.
En este primer período, sin embargo, se debe ser cauteloso en seguir o buscar asociaciones personales y comunitarias con demasiada ansiedad, confianza y credulidad. Es muy fácil confundir una intuición anticipatoria con una forma actual y circunstancial que se le asemeja, pero que no representa su verdadera o final actualización y oportunidad. Más aún, siempre de una u otra manera se confunde toda actualización de un rasgo o evento esperado y consistentemente logrado, con una proyección del mismo evento perfeccionado en el futuro, el cual se actualiza siempre anticipadamente por una especie de  fractalización del tiempo y de la evolución –señal, signo o símbolo encubiertamente anticipatorio--, y que se anticipa intuitiva, pero confusamente, a través del inconciente. No es poco frecuente constatar la formación de grupos o comunidades espirituales que, aunque se proponen altos idearios que coinciden en buena medida con las directivas espirituales universales expuestas en este libro, no obstante a la hora de materializar la convivencia comunitaria surgen pronto graves deficiencias y debilidades que no hacen sino demostrar la idealización y visualización engañosa sobre las condiciones, estado evolutivo, atributos y oportunidad de las personas que lo constituyen.
La cautela, la mesura, la paciencia y la modestia deben prevalecer en toda apreciación de los hechos, de las personas, de uno mismo en cuanto a los logros, los éxitos, las cualidades y procesos espirituales o superiores del orden que sean. No debemos nunca olvidar que nuestras imperfecciones nos encubren lo que todavía no es, todavía no se ha completado, todavía no conocemos, y sobre todo, nuestras propias imperfecciones e incompletudes. Muchas veces creemos avanzar, lograr algo parcial o definitivo en nuestro desarrollo, modificar, acertar, comprender, ser mejores en esto o aquello, etc., pero a poco andar o después de un tiempo, retrocedemos todo lo avanzado, descubriendo cuánto nos habíamos estado engañando con nuestra propia autocomplacencia. Nunca olvidemos que la vida y nuestra constitución personal están sustentadas sobre un principio dialéctico de inevitable contradicción y oposición, y sobre estructuras refractarias al cambio. Ello surgirá velada o abiertamente en todo los procesos y estados naturales por más espirituales que sean. La lucha del ángel y del demonio en cada uno de nosotros es un símbolo universal y omnipresente en toda forma de realidad que actualmente podemos experimentar. El trabajo de desarrollo mental y espiritual está constantemente debilitado, desafiado y conflictuado de innumerables maneras; de formas evidentes y sutiles; de formas inconcientes y concientes, pero siempre de forma altamente significativa, desafiante y necesaria. Si la vida y este plano natural de realidad es holísticamente dialéctico, el plano espiritual lo es máximamente, pero al mismo tiempo trascendentalmente; es decir, las oposiciones son las más intensas y difíciles de conciliar e integrar en uno, pero también poseen en sí mismas un potencial para trascender toda manifestación dialéctica. La espiritualidad es el único portal que nos permite integrar a nuestra experiencia incluso natural dimensiones superiores de realidad, en las cuales ya no se cumple el principio evolutivo dialéctico. Este es el gran plan evolutivo de la nueva era: trascendentalizar el plano natural de la realidad desde la actualización del espíritu en la creatura transhumana como centro de irradiación universal del espíritu y su energía post-natural.
Cuando el iniciado se hace conciente de este gran evento que le está ocurriendo y que está provocando en su entorno espacio-temporal, se asombra por una parte de la humildad de su propia existencia y sentido, pero al mismo tiempo reconoce la grandeza de su persona como superior al universo mismo, el cual intenta trascenderse a través del desarrollo y la reproducción de este minúsculo átomo síquico y espiritual que actualmente contiene en germen el ser humano.




15. EL MAESTRO


Jesús recorriendo los pueblos y atrayendo multitudes; Sócrates hablando con la gente en las calles de Atenas; Buda meditando y enseñando a las multitudes, son representaciones tradicionales del maestro y su misión. ¿Dónde están hoy los maestros? ¿Por qué ya no hay maestros así en el mundo? ¿Por qué desde hace más de mil años no hay maestros de multitudes ni maestros planetarios?
La última etapa de la era moderna de la humanidad fue apoyada y guiada por maestros fuertes, por maestros para todos, con enseñanzas urgentes para todos, que debían ser asumidas e interiorizadas por todos los seres humanos. Por eso mismo, sin embargo, adolecían de una debilidad necesaria: eran todas estas enseñanzas elementales y simples. La gran masa humana, el espíritu precario en la mente básica y caótica del ser humano no permitían desarrollar ni proponer desafíos ni conocimientos mayores que los que fueron dados. Los maestros, sus figuras, sus comportamientos y cada una de sus características humanas fueron cuidadosamente previstas y ajustadas a las necesidades y características de las poblaciones humanas del planeta. Aun así el desafío que propusieron estos maestros de multitudes no fue valorado y, sobre todo, no pudo ser interiorizado plenamente en la conciencia total de la mayoría de los seres humanos. El desafío superó a nuestra humanidad, pero eso estaba previsto así. La naturaleza siempre desborda de vitalidad y de gérmenes que no llegan a su plenitud y madurez. En la parábola crística, la donación del espíritu divino se materializa igual que un sembrador que va arrojando su semilla a través de un camino que presenta condiciones favorables y condiciones menos favorables para su desarrollo. La mayoría de las semillas (almas) muere; sólo unas pocas llegan a dar fruto, después de una larga evolución.
Los maestros de entonces trabajaban con la conciencia colectiva, y desde ella ajustaban las conciencias individuales. Los últimos 2500 años han estado enmarcados en el intento masificador del desarrollo de la conciencia colectiva, sin embargo las conciencias individuales han ido también desarrollándose progresivamente, si bien diferenciadamente. Los progresos de algunas almas  a través de este ciclo de encarnaciones han sido ciertamente mucho mayores que los progresos de la conciencia colectiva, produciéndose significativas diferencias evolutivas entre estas almas superiores y la conciencia colectiva de las diferentes comunidades, y de la humanidad en general. Tanto es así que podría decirse que muchas almas encarnadas, a pesar de vivir en comunidades humanas, carecen de una verdadera y representativa comunidad. El espíritu de servicio, la humildad y una cierta inconciencia respecto de esto ha permitido que estas almas no experimenten tan dramáticamente su extrañamiento, soledad y aislamiento interior. Es más, las comunidades espirituales y religiosas tradicionales, en las cuales se reunían antiguamente las almas más evolucionadas que buscaban la convivencia con sus pares, han ido concitando a través de los tiempos modernos mayoritariamente a almas de desarrollo intermedio, o incluso distorsionado, y con un alto contenido karmático no resuelto, de manera que tampoco estas instituciones y comunidades son centros de elevado nivel espiritual ni de desarrollo personal. Los maestros institucionales o comunitarios en general no poseen un alto nivel espiritual, a la altura de lo que se espera para un verdadero maestro de comunidad; mejor aún, para un maestro de los nuevos tiempos.
Los maestros en general se han identificado más allá de lo necesario con modelos tradicionales y formales de espiritualidad, al punto de que han tendido más a reproducir fórmulas, prácticas, saberes y contenidos doctrinales --por más exitosos que hayan sido durante tanto tiempo-- que a desarrollar su propia voz de la conciencia interior profunda y totalizadora; más que a unificarse con el espíritu vivo y trascendente, que carece de historia y de verdades preestablecidas. La mayoría de los maestros actuales se han quedado reproduciendo este modelo espiritual simple, colectivo y genérico, que ya no representa a los millones de almas que han encarnado suficientes veces para desarrollar nuevas potencialidades no asumidas por los sistemas espirituales y religiosos tradicionales.
El Espíritu Superior sabe bien esto, de manera que se aproxima una época de sembrado de nuevos maestros para el mundo. Las verdades espirituales y religiosas tradicionales –incluso las más universales y perennes-- serán absorbidas por el advenimiento de un nuevo espíritu que coincide con el gran salto evolutivo humano. A partir de este espíritu tan grande será la transformación de todas las cosas que sólo nuevas magistraturas podrán guiar debidamente esta transmutación evolutiva. Esta transición ya ha comenzado y seguirá haciéndose más y más evidente con el correr de los años. Este libro quiere ser un testimonio más de este nuevo espíritu, de esta nueva magistratura… ¡Que llueva el Espíritu y humedezca nuestros corazones que han devenido solitarios y desiertos!
Por ahora amanece temprano, como una aurora casi imperceptible sobre un horizonte de montañas oscuras, dentro del valle de la conciencia humana. Y el Espíritu que aún no debe encarnarse en cuerpos humanos, sino latir en un aire transparente, se reparte en pequeñas gotas de rocío dentro de las almas, en las hondonadas de la conciencia humana.  Sólo la sensibilidad de los que se han volcado hacia los precipicios de la mente y allí, en lugar de tinieblas y vacío, han despertado paulatinamente entre llamaradas de luz y fuego transfiguradores, reconocen a un maestro interior, una sombra que brilla, una voz que susurra sólo intuiciones y que vuelve a replicarse por todas partes, de infinitas maneras, como uno que se llama Padre o Maestro, o Madre, o tal vez Espíritu. Son las voces de los maestros lejanos y futuros que gritan desde la distancia de sus cuerpos aún dispersos entre las carnes humanas y los átomos que giran esperando el toque del Maestro. A ellos, los maestros más sutiles, los translúcidos e inasibles, debemos volcarnos con las manos y los sentidos más puros, con purezas que nadie ha enseñado, con lo mejor de sí, con lo increado. Y el dolor de nuestra mezquina sordera humana, de nuestra torpeza que hace lo que puede y tropieza dos veces con la misma piedra, que oye voces y cree verdades y maestros como cualquier delirante, sea víctima de la compasión de nuestro inmenso deseo de trascender y trascender –que todo lo perdona.













16. FINAL


La realidad está aquí. La verdad y la ilusión. Nada está afuera, nada adentro. Un libro es un libro. Es la hora, y sólo la realidad podrá borrarme para que deje de balbucear incluso cuando duermo: ¡Es la Hora!
Responde tú, hijo mío, ¿qué Hora?... Sólo tu respuesta, tu secreta e irreproducible respuesta puede salvar este mundo.
















ÍNDICE



      INTRODUCCIÓN…………………………………………………………………..   2                                                      
PRIMERA PARTE: INVESTIGACIÓN Y DESCUBRIMIENTO DE LA MENTE HUMANA…………………………………………………………………………..    5                                                                      
  1. LOS PRIMEROS CONDICIONAMIENTOS …………………………………    6
  2. CONDICIONAMIENTOS E IRRUPCIÓN DE UNA FORMA DE LIBERTAD……………………………………………………………………    10                                     
  3. LA NUEVA AVENTURA………………………………………………………  19
  4. LA AVENTURA DE LA EMOCIÓN…………………………………………..  22
  5. LA SENSIBILIDAD EMOCIONAL Y LOS MECANISMOS REPRESIVOS DE LA CONCIENCIA……………………………………………………………..   27
  6. ¿LA IMPORTANCIA DE LA CONCIENCIA EN LOS ORÍGENES DEL HOMO SAPIENS?......................................................................................................   32
  7. ¿POR QUÉ NO BASTA LA CONCIENCIA PARA SER DUEÑO DE UNO MISMO?.........................................................................................................   40
  8. ALGUNAS GENERALIDADES SOBRE LA CONCIENCIA DEL HUMANO CONTEMPORÁNEO………………………………………………………….   44
9.   ¿ES POSIBLE UN MODELO ACTUALIZADO DE LA MENTE HUMANA?                …………………………………………………………………………………..   47                                      
10. PROLEGÓMENOS PARA LA ACTUALIZACIÓN DE UN MODELO DE LA MENTE………………………………………………………………………………  56
11.  ¿QUÉ ENTENDEMOS POR CONCIENCIA-MENTE?...............................   59
     12. LA CONDICIÓN PARADÓJICA DE LA MENTE……………………........   65                                   
13. EL MAYOR PROBLEMA DE LA MEMORIA HUMANA………………….   71
14. LA DISFUNCIONALIDAD ACTUAL DE LA MEMORIA KÁRMICA………………………………………………………………………....    82
15. ¿QUIÉNES NO SOMOS Y QUIÉNES SOMOS?..........................................   86
16. LA CONDICIÓN SOCIAL DE LA CONCIENCIA Y DE LA MENTE    ………………………………………………………………………………………   90
17. ENTENDIENDO EL FUNCIONAMIENTO DE LA MENTE DESDE LA CONCIENCIA……………………………………………………………………..    96
18. LA INTERDIMENSIONALIDAD DE LA CONCIENCIA…………………  108
     19. EL SUFRIMIENTO: LLAMADO DE PROFUNDIIS……………………….  120
20. EL ENCUADRE MINIMALISTA DE LA RAZÓN…………………………  125

SEGUNDA PARTE: EL TOQUE DEL MAESTRO……………………………..  134
INTRODUCCIÓN………………………………………………………………...  135
1.    EL SALTO EVOLUTIVO……………………………………………………  136
  1. LA DIVINIDAD DEL PASADO Y DEL FUTURO EN EL PRESENTE: ¿UN SOLO DIOS O MUCHOS DIOSES?............................................................  142
  2. OVNIS Y SERES EXTRATERRESTRES: DIOSES QUE YA NO SON DIOSES
………………………………………………………………………………….  150
  1. EL ADVENIMIENTO DEL ESPÍRITU PARA UNA NUEVA CONCIENCIA Y UNA NUEVA MENTE………………………………………………………..  161
  2. LOS MISTERIOS PRÓXIMOS QUE DESAFÍAN AL SER HUMANO……  169
  3. ¿CÓMO ACCEDER A LA NUEVA CONCIENCIA?...................................  182
  4. LA PRÁCTICA INTEGRADORA DE LA METACONCIENCIA…………  192
  5. LA INTUICIÓN: UNA FORMA SUPERIOR DE CONOCIMIENTO Y CONCIENCIA………………………………………………………….…….   200 
  6. LAS EMOCIONES SUPERIORES…………………………………………..    206
  7. EL DESARROLLO DE LA ESPIRITUALIDAD Y LA EXPERIENCIA TOTALIZADORA DE LO UNO Y DE LO MÚLTIPLE………………….    211
  8. LA ADVERTENCIA DE LA SEÑAL DE LOS TIEMPOS………………..     217
  9. UN EJEMPLO DE CÓMO TRABAJAR EVOLUTIVAMENTE LA MENTE………………………………………………………………………   223
13. EL MANDATO TRASCENDENTAL: CONOCERSE A SÍ MISMO…….   237
  1. LA COMUNIDAD DEL FUTURO………………………………………..    246  
  2. EL MAESTRO……………………………………………………………...    251
  3. FINAL………………………………………………………………………    255
                 
                                                                    



[1] De esto hablaremos más adelante.
[2] Esta capacidad no es considerada tradicionalmente una facultad, sino el resultado del ejercicio de otras habilidades o comportamientos experienciales. Intento promover el reconocimiento de la sabiduría también como una facultad en sí misma, lo cual desarrollaré más adelante.
La inteligencia, en cambio, nos parece una facultad primitiva exclusivamente de adaptación al medio externo –entendida particularmente en su dimensión de razón--, y que ha sido absorbida en sus funciones por cada una de las facultades superiores mencionadas.
[3] Ya volveremos sobre este hecho.
[4] Lo mismo que los demás mecanismos síquicos de adaptación al medio, como veremos más adelante.
[5] “Cuando aparece el hombre es cuando encontramos por primera vez indicios de actividad artística, como en las famosas cuevas de Lascaux y Altamira, hechas por el hombre de Cro-Magnon, primer ejemplo de Homo Sapiens europeo. También podemos considerar el arte rupestre que practican los aborígenes en Australia. Las asociaciones entre distintos grupos de animales, y entre un conjunto aparentemente regularizado de símbolos abstractos indican un enorme complejo de creencias, historias y mitos.” (http://www.portalciencia.net/antroevosapi.html)
[6] Más adelante desarrollaremos este tema.
[7] Ver Parte Dos, cap. 2.
[8] La Sicología Transpersonal nos parece inspirada por una buena intuición que apunta en la dirección correcta, y en buena medida coincidente con la nuestra, pero que carece de los sicólogos integrados capaces de llevarla adelante.
[9] Consideramos que la razón de la imposibilidad de esta respuesta se debe a que el principio lógico y ontológico de relación causa-efecto no es válido en este ámbito de realidad. Es decir, en esta dimensión de realidad los fenómenos (“cosas”) no establecen relaciones de causa y efecto.
[10] Fr.53 DK.
[11] Este tema lo desarrollaremos más adelante.
[12] P.ej. universo, mónada, sistema, ente, nivel, plano, etc.
[13] Utilizo este término inadecuado y metafórico, pues no existe aún el conocimiento de este plano de realidad que nos permita darle la connotación debida.
[14] En la segunda parte trataremos este tema.
[15] Trataremos más adelante las mal llamadas “sicopatologías” y los estados alterados de la mente y de la conciencia.
[16] Llamo yo-mente a la unificación del yo a los atributos y funciones propios de la mente, como si fuese una sola entidad; es decir, como nosotros nos experimentamos mientras estamos despiertos: un yo que piensa, que siente, que decide, etc.
[17] Heráclito, fr. 124DK.
[18] Por eso todo lo que decimos aquí sobre el espíritu y la conciencia es un conjunto de meras analogías de muy escasa propiedad.
[19] Sin embargo ni siquiera es parte de nuestra percepción actual ni conocimiento científico.
[20] Ken Wilber los llama escalones de la escala del self. Véase su obra Transformations of Conciousness (1986). Traducción al español: Psicología Integral (1993).
[21] Daremos más luces sobre este hecho en la segunda parte de esta obra.
[22] Ver más adelante.
[23] Fr. 1DK.
[24] Algo similar ocurrió en el Oriente próximo con Mahoma y el Islam, si bien aún hasta hoy continúan los países árabes masivamente reproduciendo este modelo de abstracción teológica.
[25] De una u otra manera todas las demás religiones, doctrinas espirituales y propuestas espirituales del mundo se reconocen básicamente en una u otra de estas dos líneas evolutivas.
[26] Entendiendo el dogmatismo racionalista seudo-espiritual como una forma particular y no absoluta de escepticismo, pues no acepta la progresión del conocimiento, y es incapaz de contrastar y modificar el suyo propio. Además no acepta la posibilidad del conocimiento fuera de su propia doctrina.
[27] La explicación de esto la tratemos más adelante.

[28] Los crop circles, o impresiones por aplastamiento en lo sembrados, que representan complejas formas y mensajes evidentemente significativos para la conceptualización humana, son también un fenómeno asociado frecuentemente a los ovnis y extraterrestres.
[29] Todo lo que digamos aquí debe ser tomado con absoluta cautela y restricción, pues sólo se ajustará muy imperfectamente a la verdadera dimensión de estos tipos de realidad.

[30] Propongo crear un neologismo diferenciador de la muerte como acto de muerte propiamente del cuerpo biológico, y la muerte como estado (existente) entre cada reencarnación o estado desencarnado, el cual podría ser denominado por ahora mortancia, y al alma o conciencia en tal estado, mortante –hasta que alguien no proponga uno mejor--.
[31] El atman de la filosofía vedanta coincide con nuestra idea.
[32] Como ocurre con los yoguis tradicionales, los ascetas, o ciertas disciplinas monacales de renuncia al plano físico.
[33] De esto hablaremos en el cap. 14.
[34] El proyecto crístico de Jesús estaba centrado en el desarrollo evolutivo de las emociones superiores del ser humano.
[35] Ejemplos clásicos de esto son el nazismo y el satanismo, como expresiones espirituales.

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