LA
NUEVA AVENTURA DE LA HUMANIDAD
RODRIGO
INOSTROZA BIDART
Registro
de propiedad intelectual n° 227.076
Santiago
de Chile, 2013
INTRODUCCIÓN
“El
ego es un verdadero maestro de la percepción selectiva y la interpretación
distorsionada. Es solamente a través de la conciencia, no del pensamiento, que
se puede diferenciar entre los hechos y las opiniones. Es solamente a través de
la conciencia que podemos llegar a ver: ‘esta es la situación y aquí está la
ira que siento’, para después darnos cuenta de que hay otras formas de ver la
situación, otras formas de abordarla y manejarla. Es solamente a través de la
conciencia que podemos ver la totalidad de la situación o de la persona en
lugar de adoptar un punto de vista estrecho.”
Eckhart
Tolle, Una nueva Tierra, p.61
La
humanidad se encuentra actualmente en una crisis globalizada como nunca antes
en la Historia. Como nunca antes convergen también todas las virtualidades e
intentos evolutivos parcialmente experimentados a través de la misma Historia,
como si hubiesen esperado humilde y pacientemente su hora de maridarse.
Pareciera que hubiese llegado para la especie humana y el planeta la hora de
lanzar la gran moneda del Destino al aire: todo o nada…
Mi
intención con este libro es apostar la suerte al Todo.
Escribo
por y para la virtud de la inteligencia del logos
humano, así como es necesario también y además experimentar el proceso de trascendentalización
de la conciencia por medios emocionales; y además por modificación directa de la
conciencia por la conciencia; y además por intuición y experiencia personal; y
además por experiencia espiritual, a fin de que la conciencia se complete en
todas sus formas y niveles.
No
pretendo poseer ni proponer verdades o conocimientos nuevos, originales, personales
ni enteramente ciertos, sino sólo proveer de una amplia y verídica vía de
comprensión y orientación –pero autodefinida como no única verdad-- para que de acuerdo a sus formas particulares y
variadas cada uno experimente y siga su propio curso de trascendencia,
descubrimiento y definición de la verdad, guiado al menos en una dirección trascendental
certera a través de esta tosca y rudimentaria representación que en este libro
realizo. Si este mismo posee algún merito particular, sólo consiste en sistematizar
y reunir con coherencia panorámica –intuitiva, lógica y conceptual—los
conocimientos superiores que se han ido expresando paulatinamente a través de
las épocas y que por virtud de los tiempos es ahora oportuno y posible
sintetizar y unificar. Si posee un mérito adicional, que sea el promover y
estimular en miles y millones de conciencias el salto y asalto final de la
evolución personal y colectiva humana en esta era crítica y decisiva que pronto
va a resolverse.
No
es mi intención contestar ni justificar ni demostrar sistemática y
suficientemente que nadie en particular está equivocado, o que tal o cual
conocimiento validado no es tal, bajo el mismo método científico, lógico y
académico. Que tal o cual conocimiento es falso, erróneo, o insuficiente, a
pesar de que a veces así yo lo declare. Este trabajo no posee ningún rigor
académico –esa es su secreta virtud--, a pesar de que quien lo escribe ha
debido ejercer profesionalmente gran parte de su vida el rigor académico y
aplicarlo ante sus pares e implacables jueces.
Pido
a mis lectores paciencia y el máximo esfuerzo para seguir y comprender muchos
pasajes que pueden ser realmente oscuros, teóricos, demasiado conceptuales y
sin un asidero en lo natural y cotidiano. No he podido hacer allí una versión
fácil, con ejemplos de la vida común y con explicaciones simples, pues hablo de
dimensiones de la realidad y de la mente que no son comparables ni
representables con conceptos, categorías, representaciones ni ejemplos de nada
propio del mundo físico y natural; incluso cualquier comparación, símil,
paralelo, parábola o analogía con este plano natural resulta una completa distorsión. En este sentido puede ser
selectivo y elitista – lo reconozco--, sin embargo nadie que sepa de lo que
hablo me podrá contradecir en que el universo del logos es una dimensión de la comprensión y experiencia humanas que
requiere de habilidades y aprendizajes especiales, no accesibles a todo el
mundo.
Este
libro en sí mismo es, pues, sólo una especie de Introducción supercondensada que
intenta ofrecer primero una visión global y general del proceso evolutivo
pasado, actual y próximo de la humanidad y del individuo humano. Si el Espíritu
así lo facilita, podrían venir a continuación otros libros –ojalá ajenos-- que
profundicen y especifiquen aquellos temas más oscuros, teóricos y que puedan
servir al mejor desarrollo y práctica personales para quienes se encuentran ya
en un trabajo espiritual y de desarrollo personal, o para quien esté listo a
iniciar la nueva aventura de la humanidad en su propio ser.
Lamento
parecer un maestro, pues se me pedirán pruebas de ello. No soy un maestro,
entonces. No tengo pruebas… Un maestro simplemente hace, no se esfuerza en dar ni la más mínima prueba.
Sólo
espero ser leído y entendido en lo que ha sido mi intención expresar y dar a
conocer. ¡Que el Espíritu nos desborde!
PRIMERA PARTE
INVESTIGACIÓN Y DESCUBRIMIENTO DE LA
MENTE HUMANA
“Las cosas que hay que evitar, aquellas que hay que
conocer, aquellas que hay que aceptar y las que debemos volver ineficaces deben
ser comprendidas desde el principio.”
Gaudapada , Mandukyakarika,
90
- LOS PRIMEROS CONDICIONAMIENTOS
La
primera experiencia que surge espontáneamente cuando aparece nuestra conciencia
en un acto inicial de inflexión sobre sí misma, o autoconciencia, como ocurre
por ejemplo con los niños cuando comienzan a transitar desde estados de inconciencia
infantil a etapas de maduración de la conciencia, incluso antes de la
conciencia de un yo, es el reconocimiento
tanto de que existe un mundo de objetos, como de que poseemos un cuerpo que nos
vincula con este mundo. A los adultos también les ocurre con cierta
frecuencia que hechos acaecidos en su entorno físico, o bien por procesos
síquicos asociados a emociones particulares, percepciones novedosas,
pensamientos inquietantes, etc., generen también actos espontáneos de inflexión
hacia la autoconciencia o, como llamaremos en adelante, a la metaconciencia, o sea la conciencia de
que uno está en un determinado estado de conciencia, o de que nos encontramos
en algún tipo de procesamiento síquico; es decir, nos damos cuenta de que
estamos, por ejemplo, sintiendo pena por alguien y nos extrañamos de que
estemos sintiendo pena.
La
mayoría de las personas siguen condicionadas a comportamientos básicos que se
han transmitido genética y culturalmente, y proceden de nuestro largo
acondicionamiento evolutivo animal al medio ambiente. El ser humano, como
cualquier ser vivo de este planeta, surge de la misma naturaleza material con
la que necesita permanentemente interactuar, por una parte-- sin saberlo
concientemente-- para mantener el equilibrio del sistema ecológico, y por otra,
para producir modificaciones en su propio y particular organismo biológico, a
través de complejos procesos de interacción con el medio físico. Hemos
necesitado por millones de años ingerir alimentos y bebida, reproducirnos
sexualmente, protegernos de las inclemencias climáticas, cuidar a nuestra
prole, y para ello hemos desarrollado y heredado mecanismos instintivos
ancestrales. Pero también hemos desarrollado con el correr del tiempo
mecanismos adaptativos más específicos, asociados a resolver desafíos en
situaciones particulares, como la rabia, para atacar a la víctima y defendernos
de un agresor; el sentido de propiedad, para asegurar la subsistencia; el deseo
de abrigo y de bienestar, para asegurar nuestra salud; el miedo, para
defendernos de los riesgos a la vida; la razón, para resolver problemas
prácticos con mayor eficacia; el lenguaje, para facilitar la coordinación entre
los miembros del colectivo, y así, pues, una lista de miles de estructuras
sico-biológicas adaptativas ganadas progresivamente, pero otras surgidas
misteriosamente por un verdadero y repentino “salto evolutivo”[1].
La
mayoría de las personas continúa dependiendo e identificándose fuertemente con
estas estructuras sicobiológicas que hemos heredado de nuestros propios
antepasados homínidos, así como de nuestros antepasados animales más arcaicos,
incluso los peces. No cabe duda que, en cierto sentido, ello es bueno aún así,
pues una buena parte de estos mecanismos sigue siendo altamente funcional y
eficaz en nuestra vida cotidiana y moderna. Sin embargo, ya nadie podrá dudar
de que el ser humano ha desarrollado y evidencia características que, por una
parte trascienden la mera adaptación a la vida física y natural, y, por otra,
que ha abierto y experimenta dimensiones de realidad que superan el mero
entorno físico, tales como la dimensión espiritual, o el plano de las ideas, de
las creaciones artísticas y mentales, el mundo virtual-tecnológico, o la
subjetividad como dimensión de lo estrictamente personal y único.
En
la medida que la vida moderna y civilizada se ha vuelto más y más compleja, y
menos naturalista, o sea menos dependiente de los estímulos del medio natural,
cada vez se ha agudizado más la contradicción y la desarmonía espontánea entre
nuestras estructuras sicobiológicas animales y nuestras necesidades y
motivaciones hipercivilizadas y heterogéneas. Los condicionamientos instintivos
o las estructuras emocionales arcaicas se arraigan en las profundidades de
nuestro inconsciente. Tenemos escasa o ninguna oportunidad de intervenir
nuestros instintos y nuestras raíces emocionales, así como nuestros rasgos de
personalidad, porque no tenemos acceso a nuestro inconsciente profundo. La
herencia sicobiológica de nuestros antepasados se encuentra arraigada
fundacionalmente en lo profundo de nuestro inconsciente. Nadie puede decir y
realizar efectivamente: “Desde mañana dejaré de sentir para siempre deseo de comer”.
O bien: “Desde ahora no sentiré miedo de pararme y hablar en público”, cuando
nunca he sido capaz de hacerlo. O bien: “Desde ahora seré un extraordinario
dibujante”, si nunca he podido hacer un dibujo que no sea infantil. Ni qué
decir tiene que todavía menos posible es afirmar y luego realizar: “Ahora voy a
volar igual que un pájaro.”
Sin
embargo este primer condicionamiento sicobiológico que surge desde nuestra
propia interioridad se ve reforzado por un segundo condicionamiento, no menos
poderoso, pero ciertamente más accesible a nuestra conciencia que el primero:
esto es, el medio ambiente natural y cultural. El sólo medio natural condiciona
en gran medida los caracteres sicológicos y también los orgánicos, de acuerdo a
las condiciones climatológicas, a las físicas, tales como la vegetación, la
calidad del aire, la geografía, la luz, etc., y de acuerdo a los recursos
básicos de subsistencia. Vivir en el Amazonas condiciona de distinta manera el
organismo y el carácter de sus habitantes, que vivir en el Sahara, o en
Groenlandia, o Nueva York. La idiosincrasia de los brasileños, o de los
finlandeses, o de los chilenos, o de los tuáregs es diferente entre sí también
por su adaptación y dependencia orgánica y sicológica al medio natural. Si a
ello agregamos que todos nacemos dentro de una cultura determinada, o mejor
aun, dentro de una sociedad determinada, pues la vida contemporánea cada vez
más se realiza dentro de un grupo del que dependemos, veremos que
experimentamos un condicionamiento conciente e inconciente en numerosas
estructuras sicológicas y estructuras de comportamiento desde los factores
sociales que identifican esa socio-cultura, hasta las normas explícitas de
comportamiento sico-físico que propone y hasta muchas veces impone a sus
integrantes. No es igual el estado mental y la idiosincrasia de una mujer
musulmana, que no puede dejar ver ni siquiera sus ojos en público, al de una
mujer centroamericana que camina semidesnuda por la calle, o el de una mujer china
del pueblo de Xinxiang.
De
entre todos estos condicionamientos, los más accesibles a la conciencia y al
cambio son claramente los socio-culturales. De hecho, cada vez las personas son
más libres de elegir modelos socio-culturales ajenos al grupo en el que se
vive. Los medios de comunicación y transporte nos vinculan fácilmente a otros
modelos socioculturales, y nos permiten cuestionarnos o modificar aquellos que hemos adquirido
desde nuestro entorno formativo.
- CONDICIONAMIENTOS E IRRUPCIÓN DE UNA FORMA DE LIBERTAD
El
primer reconocimiento que mencionamos en nuestro despertar a la conciencia – la
constatación de que tenemos un cuerpo y un mundo de objetos y fenómenos -- nos
permite rápidamente experimentar y conocer que este entorno inmediato
(mundo-cuerpo) nos desafía a responder con una estrategia y mecanismos de
respuesta pronta que satisfaga a los distintos planos o niveles de existencia
inmediatos. Si el medio no nos reporta satisfacción suficiente, por ejemplo, en
términos de alimentación, nuestro organismo responderá con sensación permanente
de hambre y con debilitamiento generalizado. Sin embargo, la mayoría de las
veces, en este mundo global tecnologizado el medio no resulta tan agresivo,
pero sí presionante para generar mecanismos orgánicos y sicológicos para
desenvolvernos y resolver sus exigencias, como por ejemplo aprender a utilizar
herramientas, instrumentos tecnológicos, deportes, comportamientos sociales, información
específica, conocimientos aplicados y teóricos, en la medida que es obligatorio
en la mayoría de las naciones educarse en un sistema de educación formal, para
desenvolverse adecuadamente en el entorno social y natural. No resulta fácil
que se produzca una integración de la persona al medio social, si no satisface
estas exigencias del medio externo. Las demandas que implican una adaptación
corporal a las demandas de todo tipo que provienen del mundo externo no son en
general difíciles de cumplir, ya que nuestro equipamiento biológico puede ser
con cierta facilidad complementado y suplementado por agentes tecnológicos o
científicos, como el automóvil, el celular, el reloj, la vestimenta, el
ascensor, los anteojos, los medicamentos y la medicina, etc.
Las
demandas que implican un acondicionamiento y adaptación síquicos son de hecho mucho
más exigentes y difíciles de satisfacer. Si el medio no me aporta suficiente
para alimentarme a través del tiempo, mi organismo responderá adaptativamente de
una sola manera: se “comerá” a sí mismo hasta finalmente morir. En cambio
sicológicamente estoy equipado con un complejo mecanismo de respuesta. Mi mente
podrá disparar su sistema emocional y responder con distintos tipos de
emociones (miedo, deseo, rabia, depresión, ansiedad, etc.); podrá echar a
funcionar la razón y pensaré estrategias teóricas para resolver el problema de
mi alimentación, y entonces podría proponerme estrategias de obtención de
bienes que la sociedad ha establecido que pertenecen a otros y que no acepta
como formas de adaptación al medio (robo, asalto, estafa, engaño, prostitución,
tráfico, secuestro, etc.); aparecerán distintos estados de conciencia que me
influirán en cómo proceso con el resto de mis estructuras y facultades síquicas
estos hechos, por ejemplo en mis sueños; o la conciencia de que me estoy
debilitando más allá de lo que un ser sano debe hacerlo, y que por lo tanto la
vida misma ya no se percibe como antes; o una conciencia moral que no conocía
antes y que me haga resignificar el sentido de ciertas leyes o de la justicia
social. Podría responder con mi mecanismo de imaginación e inventar o
reproducir situaciones fantasiosas que procesen este hecho, como por ejemplo
que mientras más adelgace más me pareceré a tal o cual modelo famosa, o que
mañana de seguro encontraré comida junto a mi cama cuando despierte . Mi
memoria me podría ayudar a recordar algún contenido de mi pasado que relacione
con mi situación de deprivación actual.
Mi espiritualidad podría generar un estado síquico conciente e
inconciente de pacificación o trascendencia de mi estado particular.
La
gente común, en general, reaccionaría de todas las formas anteriores, menos de
la última, la espiritual. La razón es simple. Nuestra historia evolutiva y
cultural nos ha formado y nos promueve actualmente el responder utilizando
mecanismos básicos sico-físicos, pero que no son facilitadores de una respuesta
satisfactoria a la mayoría de los desafíos naturales y sociales que enfrentamos
actualmente los seres humanos. Es preciso reconocer que nunca hemos estado
suficientemente acondicionados para responder bien adaptativamente a los desafíos
externos y, como veremos a continuación, todavía menos a los desafíos que nos
plantea nuestro propio medio o universo síquico. En el primer caso, ya cientos
de seres humanos mueren día a día, por ejemplo, de inanición, es decir no
logran adaptarse a las condiciones de restricción y acceso al alimento en su
medio ambiente. Otros muchos afortunados sí poseen los recursos materiales
complementarios y adaptativos (básicamente dinero) que les permiten
incorporarse al medio ambiente sin mayores dificultades y satisfactoriamente. Las
condiciones ambientales, en general, son altamente dañinas aun hoy para la
humanidad, y no logramos superar mayoritariamente desafíos naturales como
terremotos, huracanes, inundaciones, enfermedades, sequías, etc.
Sin
embargo, en este proceso creciente de desarrollo evolutivo de capacidades de
adaptación al medio externo, el ser humano ha terminado desarrollando un
verdadero medio paralelo de herramientas de adaptación, que denominamos mente o sique, y que dada su complejidad estructural y funcional crecientes
ha ido progresivamente necesitando también desarrollar herramientas
metasíquicas o intrasíquicas, que le permitan mantener un cierto nivel de
adecuación organizada y autoadaptativa y reguladora de sus propios procesos internos y autónomos, y al mismo
tiempo de coordinación de los procesos internos e intrasíquicos simultáneamente
con su propia prolongación hacia los estímulos condicionantes, configuradores
de estructuras mentales eficientes y demandantes del mundo exterior. Estas
funciones que definitivamente son superiores, en cuanto nos permiten regular y
sincronizar los procesos intrasíquicos juntamente con los procesos síquicos
adaptativos al medio externo, son relativamente identificables a través de los
conceptos de conciencia y meta-conciencia, intuición, reflexión, sensibilidad, espiritualidad, imaginación
y sabiduría[2]. En las
últimas décadas se ha venido poniendo atención en ellas y reconociéndolas a
través de algunas teorías sicológicas que reconocen la existencia de inteligencias
múltiples, inteligencia emocional, espiritualidad integradora, mente holística,
intuición, como habilidades que superan la eficacia de la función de la
inteligencia lógico-lingüística en
ciertos contextos de aplicación adaptativa y resolutiva tanto en el
medio externo como en el intrasíquico.
Veamos
un ejemplo, dado que no es evidente ni fácil para nuestras estructuras y
habilidades cognitivas naturales actuales percibir ni comprender lo que estoy
tratando de expresar. Hemos visto más atrás que en el desarrollo del aparato
cognitivo del niño, la conciencia de un sí mismo aparece tardíamente respecto
de la manipulación e interacción inmediata del bebé con el mundo. Probablemente
la adquisición del lenguaje verbal evoca activa y explícitamente la aparición
ante la conciencia en el niño de un yo.
Aparecen los pronombres personales ante la conciencia: yo, tú, él, ella, ello (eso, fuertemente subjetivo); aparece con
fuerza el posesivo: mío. Aparecen las cosas diferenciadas sustantivamente;
aparece la acción verbal diferenciada. El niño amplía la conciencia
indiferenciada previa entre un yo y un mundo común, a una diferenciación básica
entre el yo y la cosa. De ahí en adelante en general a los niños se les enseña muy
poco del complejo fenómeno que está ocurriendo en su interior, en su propia
mente. De ahí en adelante se les enseña a adecuar su mente en función, o desde
la perspectiva (efectos,) de comportamientos observables desde el exterior a
ellos mismos, desde los requerimientos del entorno físico y social,
desentendiéndose, por ejemplo, del potencial innato o autónomo de la mente
particular de cada niño. Es decir, a nadie le importa lo que le está ocurriendo
en la sique al niño –a él mismo se le condiciona de esta manera a no prestar
atención a lo que acontece en su propia mente--, sólo importa que su estado
síquico sea funcional y adaptativo al medio natural externo y al medio social.
Nadie se preocupa de enseñarle al niño a reconocer, describir e intervenir en
sus propios procesos y estructuras mentales. Si un niño le pega a otro niño,
sólo se le enseña: “eso no se hace”, o “al niño le duele”, o “te voy a
castigar”, es decir lo único que importa es que el comportamiento externo de
golpear no se repita; pero nadie lo ayuda a reconocer desde dónde viene en su
interior ese impulso y cómo se relaciona con su estructura y dinámica síquicas.
Nadie le enseña a ir reconociendo la raíz de sus propias emociones, ni cómo
funcionan, ni cómo se articulan y desarticulan en su interior. El mecanismo
brutal y primitivo del condicionamiento conductista sigue siendo el método de
enseñanza para gran parte de la humanidad actual, en todas las edades. Se
enseña en general de dos maneras: una, castigando o reprimiendo conductas; es
decir, a través de un estímulo insatisfactorio (golpe, castigo sicológico,
descalificación, maltrato verbal, amenaza, miedo, perjuicio, etc.); o bien por
medio de un estímulo satisfactorio (premio, placer, cariño, reconocimiento
social, bien material, halago, promesa, etc.). De esta manera la persona hace
prevalecer en su comportamiento físico y síquico asociado al comportamiento
externo, el comportamiento que se espera de él. Las estructuras o causas del
comportamiento desechado no son desarticuladas o desarmadas de raíz, no son
siquiera analizadas en su justificación dentro del aparato síquico que las
generó, sólo son reprimidas, almacenadas en el inconciente, incluso deformadas
o desviadas a otros niveles o relaciones síquicas, sin ningún control ni guía
ni supervisión ni justificación sistémica o conciente. En otras palabras,
cuando se enseña a modificar un comportamiento conductistamente… puede terminar
ocurriendo cualquier cosa en la mente de una persona. ¿Hasta qué punto nuestro
sistema de educación y cultura externalista y conductista no es el gran
responsable de la formación de la mayoría de los criminales que conoce la
historia humana? Pero sin necesidad de extremar la cuestión, simplemente:
¿Hasta qué punto nuestro sistema de educación y cultura externalista y
conductista no es el gran responsable de la infelicidad e insatisfacción de
gran parte de la humanidad?
Es
cuestión de mirar en nuestras sociedades cómo tratamos las disfunciones físicas
y sico-sociales: cárceles, hospitales, orfanatos, manicomios, iglesias, abandono,
instituciones de ayuda social, medicinas, terapias alternativas, prácticas
sico-espirituales, etc. ¿Cuál de ellas se hace cargo eficazmente de la
dimensión mental global y profunda del ser humano? ¿En los hospitales
siquiátricos, en las iglesias, en las prácticas sico-espirituales? Aquí podría
hacerse harto más que en las otras instituciones, pero al final el paradigma
inmediatista, distorsionador y externalista sigue primando incluso en estos
enfoques que pretenden atender –a veces con las mejores intenciones y
disposición-- la interioridad del ser humano. Ya veremos cómo. Al fin de
cuentas todas las formas sociales de ayuda al ser humano se quedan en el trato
y percepción de los efectos, aportan un pobre y momentáneo bálsamo y un
incompleto tranquilizador sobre el sufrimiento y la insatisfacción humanas,
pero no profundizan hacia las causas profundas, amplias y primeras que explican
y condicionan los fenómenos sico-físicos próximos del ser humano. Si no
avanzamos inteligentemente hacia esta dimensión profunda y fundante del ser
humano, la humanidad no dará ni un paso más adelante en su propia evolución.
Los
niños se desarrollan y llegan a ser adolescentes; los adolescentes se
desarrollan y llegan ser adultos, los adultos envejecen y mueren. Pero ¿qué
clase de desarrollo y proceso vital es en realidad éste? La naturaleza nos ha
acondicionado para ser inmediatistas y resolver los desafíos que el entorno
inmediato nos ha puesto delante. Nuestro cuerpo está configurado para lo
inmediato; nuestra mente está configurada primeramente para lo inmediato. Sin
embargo, con el correr de los milenios, y particularmente de los últimos diez
mil años, el ser humano ha ido percibiendo, reconociendo y desarrollando nuevas
manifestaciones de realidad a través de ciertas capacidades que parecían estar
latentes y que por algún fenómeno de carácter más bien inconciente se han ido
progresivamente actualizando, han ido emergiendo a la conciencia y al aparato
síquico asociado a la conciencia despierta, hasta evidenciar en estos últimos
milenios una proyección de estas mismas
nuevas habilidades mentales también en el entorno natural.
Cuando
los primeros homo sapiens comenzaron
a desarrollar técnicas y junto con ello capacidades mentales consistentes con el
uso y desarrollo de nuevas tecnologías que les permitieron resolver cada vez
más eficiente y económicamente los problemas de acondicionamiento del entorno
para satisfacer esas primeras necesidades, se facilitó la progresiva
actualización de potencial mental y cerebral que pudo destinarse a la percepción, incorporación, ajuste y
desarrollo de niveles de realidad menos inmediatos, menos físicos y materiales.
Cuando la agricultura, la ganadería, los artefactos tecnológicos, la
esclavitud, la sociabilización protectora y los animales domésticos permitieron
liberar a una gran cantidad de seres humanos de la lucha esclavizante por la
subsistencia, ello les facilitó abrir sus propios potenciales cerebro-mentales a
otras dimensiones menos básicas y materiales de la naturaleza misma.
Expresiones culturales no inmediatistas como el arte, las prácticas y creencias
religiosas, las comunidades espirituales en general, el deporte y el juego, los
vínculos sociales no productivos, la especulación intelectual, la búsqueda de
conocimiento en general, aparecieron también como realizaciones específicamente
humanas que respondían a otro tipo de estímulos. Éstos igualmente se
encontraban algo más encubiertos en la naturaleza que las demandas básicas de
la sobrevivencia, pero siempre estuvieron ahí, en la naturaleza misma de hecho,
tal como aún ahora debe haber realidad en nuestro entorno que está “esperando”
nuestro desarrollo suficiente para entrar en contacto con nosotros.
Si
la humanidad hubiese reconocido prontamente el proceso delicado y sutil en el
que se encontraba y se ha encontrado en estos últimos diez mil años, de seguro
otra y mejor hubiera sido la historia del hombre moderno. La sola conciencia de
lo que realmente ha ocurrido y acontece en lo particular, en lo general y en lo
profundo y global de la naturaleza e historia humanas habría facilitado el
ordenamiento colectivo e individual de la mente humana, puesto que es
precisamente la realidad más “inmediata” en términos de verdadera realidad
–realidad global-- la que nos exige adaptación eficaz. De alguna manera la
humanidad habiendo creído adaptarse a la verdadera realidad que le ofrecía la
evidencia física, ha estado experimentando un alto grado de irrealidad, de
realidad distorsionada e incompleta. La humanidad ha desarrollado, ha forzado
la producción de un cerebro y de una mente “enferma”, condicionada a responder
parcialmente a un aspecto de la realidad y desvincularse y desintegrarse
respecto de otras dimensiones de su entorno y de su propio potencial y activación
inicial que siempre la ha acompañado desde la trastienda de su propia mente y
de su propio sentido y experiencia de realidad. Como esos planos de realidad no
lo han constreñido a responder urgentemente, por los medios que fuesen, sino
que, por ejemplo en la historia cristiana, con la venida de un Cristo que se
dejó crucificar y de un Dios que no intervino para salvar a su propio Hijo
–-tómese ya como expresión de una creencia religiosa o simplemente como una
representación alegórica del inconciente colectivo--, o de una espiritualidad
que nunca ha tratado de imponer su estatus de realidad en el plano mundial (no
confundir con instituciones o intenciones religiosas que sí han utilizado la
espiritualidad como una mera fachada para la realización e imposición
encubierta de estados mentales primitivos y distorsionados), la humanidad no ha
tenido mayor problema en mantener esta dimensión de super-realidad postergada,
desacreditada e incluso maltratada.
No
cabe ya duda en buena parte de la opinión pública que la humanidad ha
“madurado”, que está culminando un largo proceso de acondicionamiento externo y
sobre todo inconciente, individual y colectivo, para la convergencia de un
cambio radical de estatus de realidad, tanto en lo mental profundo como en lo
mental próximo, lo mismo que en el plano físico. La humanidad está pronta a dar
un salto evolutivo, porque múltiples señales así lo hacen evidente, coherente y
hasta necesario. Las condiciones de la existencia planetaria están llegando en
numerosos ámbitos a un nivel crítico y amenazante. Es altamente probable que
una catástrofe planetaria de dimensiones no conocidas históricamente esté a
punto de ocurrir. Al parecer llegó la hora de evolucionar o morir. La hora de
crear o extinguirse.
- LA NUEVA AVENTURA
Se
nos ha vuelto tan evidente, tan inevitable, tan indudable que la realidad es lo
que experimentamos y conocemos como tal a través de nuestra experiencia natural
y cotidiana, y a través de nuestras capacidades de conocimiento naturales
(sentidos, razón, emoción, lenguaje, mente), que cualquier posibilidad o evento
que tienda a poner en duda esa evidencia y certeza nos causa el más profundo,
instintivo y decidido rechazo, desconfianza e inseguridad. En primerísimo lugar
se encuentra la evidencia de los sentidos. Y entre ellos, ante todo la vista:
“Ver para creer”. Primero configuramos la realidad a partir de lo que
percibimos con nuestros sentidos. Es real el espacio cósmico y las estrellas,
porque los veo; no los puedo tocar ni oír, pero como los veo, son reales. Si no
pudiese ver las estrellas, ¿serían “reales”? De seguro, no. Estarían ahí, pero
no serían “reales”. De hecho, si lo pensamos naturalistamente,
“evolutivamente”, no tiene explicación adaptativa que hayamos desarrollado la capacidad
de ver más allá de nuestro propio sol, así como en nuestro contexto natural no
podemos oír más allá de unos pocos kilómetros[3]. Cuando
tenemos dudas de que lo que vemos sea tal como lo vemos, de que esté ahí como
lo vemos, tenemos el sentido del tacto que complementa esta percepción, y lo
podemos tocar, y luego lo podemos golpear para oír que efectivamente suena como
parece a nuestros demás sentidos. Es decir, los sentidos se complementan y
forman en general un sistema configurador de percepción coherente, que
fortalece la representación de realidad. Los sentidos se suman entre sí y
aseguran el sentido de realidad que poseen por separado.
Los
sentidos, además, están orientados mayoritaria y perceptivamente hacia el
exterior. Los intraceptores, como por ejemplo las sensaciones que percibimos en
nuestras vísceras o la actividad de nuestros músculos, son mucho más simples y
menos definidos. La evolución nos ha acondicionado a recibir una gran cantidad
de estimulación y de relación con el medio externo a través de la gran
actividad y relevancia de los sentidos. Nuestra mente está igualmente
acondicionada a complementar esta actividad masiva y central de nuestros
sentidos. Nuestra historia evolutiva nos ha condicionado a prestarle mayor
atención y a experimentar como más real, e incluso como lo verdaderamente real,
el paisaje que se encuentra ante mi vista, que el paisaje que puedo imaginar o
inventar en mi mente. De alguna manera ello se justifica también por el hecho
de que la mayor parte de lo que puedo experimentar en mi mente es una
representación o está copiado del exterior. Es difícil crear o inventar algo
que no haya sido al menos parcialmente tomado o percibido desde el exterior a
la mente misma. Por una parte esto no es tan malo, pues nos condiciona a
vincularnos realistamente con una dimensión de la realidad que nos es casi
inevitable y primaria de experimentar. Nadie puede negar que la realidad de
nuestro entorno natural material existe realmente junto con nosotros y que nos
contiene y nos demanda un conjunto de procesos de interacción para simplemente
poder vivir. Si no nos hubiésemos acondicionado ante todo de esta manera,
habríamos desaparecido hace millones de años de este planeta.
Por
otra parte, lamentablemente, esta disposición nos ha privado y limitado grandemente el
desarrollar otras capacidades que nos permiten o permitirían vincularnos con
otros niveles o dimensiones de realidad. En lo más próximo, nos ha dificultado
el desarrollar nuestros intraceptores síquicos, es decir, el desarrollar
nuestros “órganos” perceptivos dirigidos hacia nuestro propio universo mental.
Nuestro “cuerpo” mental está constituido, en realidad, por numerosos cuerpos;
la mente no es un cuerpo simple ni unificado. La tradición de la filosofía
perenne sostiene lo mismo al hablar de chakras
o cuerpos sutiles, aunque lo exprese de manera diferente de como aquí lo vamos
a explicar. La sicología sicodinámica o cuasi científica –- por cierto, enfoque materialista de los menos
recalcitrantes dentro de la misma sicología -- reconoce sólo la existencia de
un nivel subconciente, de un preconciente y de otro nivel más profundo e
inconciente. Esta representación tampoco nos parece suficiente ni acertada.
Todo está por conocerse aún sobre la existencia y el funcionamiento de nuestros
niveles síquicos más profundos, y de su relación con lo que hemos denominado
conciente despierto. Intentaremos aquí avanzar en esa aventura.
- LA AVENTURA DE LA EMOCIÓN
Se
nos hace evidente que animales tan antiguos y primitivos como los insectos
desarrollaron en épocas tempranas de la evolución natural un sistema de
procesamiento secundario y central de los estímulos físicos aportados por los
sentidos, es decir, lo que llamamos en nosotros sistema síquico o mente. Los
insectos procesaban, desde un comienzo, a través de un sistema orgánico ya
altamente complejo que les permitía sintetizar enormes cantidades de
información ambiental, de información mediada por sus propios órganos
codificadores y decodificadores, y generar estrategias de relación y adaptación
a los fenómenos de su entorno natural. Ellos ya manifestaban algo así como una
mente, un procesador de fenómenos naturales -- tan eficaz o más que los del ser
humano -- para sobrevivir hasta ahora, durante cientos de millones de años.
Sin
embargo, es el ser humano el que finalmente se ha adaptado mejor al entorno
natural, en la medida que incluso lo hemos intervenido para que satisfaga más
eficaz y adecuadamente nuestras propias necesidades e intenciones. El problema
mayor en estos momentos no es que nos hayamos adaptado mejor que cualquier otra
especie, sino que nuestra intervención de los patrones ambientales, tal como la
manipulación de los recursos hídricos, la utilización de combustibles, la
minería, la destrucción masiva de vegetación, la eliminación de innumerables
otras especies animales, el cambio del ecosistema en conjunto, han provocado un
desequilibrio, una alteración tan
peligrosa del mismo, que hasta ahora no hemos demostrado poseer la capacidad de
controlar esta dimensión destructiva y desadaptativa de nuestro propio
desarrollo.
La
explicación de esto no es complicada. El ser humano se ha desarrollado los
últimos milenios hipertrofiando su poderosa y última adquisición: el nuevo
procesador evolutivo representado por la razón.
Tampoco es ésta una máquina tan espectacular que nos haya permitido resolver
todos los problemas de nuestro entorno, y sobre todo, de nuestro universo
interior. Pero nos ha permitido maravillarnos con viajes al espacio y a otros
mundos; con la computación y la tecnología creciente; con el saber y el
conocimiento científico teórico y aplicado a resolver siempre más nuestras
limitaciones materiales; con el despliegue de la inteligencia en sus formas
lingüística, lógica y cotidiana. La razón se ha asociado pragmáticamente a los
sentidos y se ha dejado finalmente guiar por ellos. La razón explica,
interpreta y reconfigura creativamente la percepción sensorial; a la razón
contemporánea –en realidad a la conciencia que se encuentra detrás y
conteniéndola-- no le simpatiza la especulación religiosa, poética, metafísica,
fantasiosa, porque no se somete a la constatación de los sentidos, como lo hace
ella. La razón también dirige el lenguaje verbal con un excelente despliegue de
aplicación a la realidad natural. Hablamos racionalmente, y no es bien visto ni
considerado en serio nadie que hable irracionalmente, o nadie que hable sin
atenerse a los hechos comprobables por los sentidos. Enseñamos a hablar para
pensar, para razonar correctamente. Hemos visto ciertamente que algo de eso, el
buen juicio, es también muy acertado y eficaz a la hora de discriminar entre
realidad natural y común, por una parte, y, por otra, realidad subjetiva,
distorsionadora y encubiertamente proyectada sobre el plano natural.
Así
pues, entre los sentidos, la razón y el lenguaje, hemos creado una especie de
circuito cerrado dentro del cual y con el cual procesamos y actuamos en este
cubo contenedor que hemos denominado “realidad”. Tan poderoso es este sistema ante
nuestra conciencia que no tenemos muchos recursos para oponernos, para dudar,
para experimentar una vivencia de extrañamiento a este mismo sistema dentro del
cual, más aun, nos experimentamos también ilusoriamente engullidos y
minúsculamente subordinados.
El
primer desafío, el primer desmentido y constatación de que estos procesadores nuestros
de realidad son incompletos y creadores de ilusión de realidad se encuentran
ante todo en la mente del ser humano,
y probablemente en la de todos los seres vivos conocidos. El primer
desencuentro de nuestros procesadores naturales de realidad se encuentra en la sensibilidad emocional. La sensibilidad
emocional es una capacidad síquica que se desarrolló en épocas tempranas de
nuestra evolución animal. Se habla incluso de nuestro cerebro reptiliano como
la parte más antigua y profunda dentro de la anatomía del cerebro, con la que
respondemos, al igual que los reptiles, a los estímulos amenazantes de nuestro
sentido de supervivencia, con huida o
agresión. Al mismo tiempo se lo
asocia a nuestro complejo de instintos básicos, como el sentido de
territorialidad, sexualidad, necesidad de comer y beber, necesidad de cobijo y
protección, etc. Podemos constatar que a estos impulsos o estructuras de
sensibilidad se les asociaron con el transcurso de nuestro desarrollo de
mamíferos y finalmente de homo sapiens,
diferentes estructuras emocionales que complementaban la eficacia de las
respuestas básicas dirigidas a la acción, es decir, a la respuesta adaptativa
intensificada por esta descarga energética que denominamos emociones. A la agresión de otro animal respondimos ancestralmente
generando respuestas emocionalmente asociadas a nuestro impulsos básicos de
huir o luchar, tales como el miedo, el odio, el resentimiento, la envidia, la
pena, la ansiedad, el remordimiento, el deseo de venganza, la compasión, etc. A
la sexualidad y necesidad de cobijo, por ejemplo, asociamos el deseo, la
esperanza, la expectativa, la alegría, la diversión, el placer, la belleza, la
tranquilidad, el fantaseo, pero también mezclamos emociones originadas por la
percepción de amenaza vital, como las descritas arriba, porque la sexualidad,
por ejemplo, incorporó también situaciones de amenaza y agresión para obtener
su satisfacción a corto y a largo plazo. Nuestra vida, en la medida que
evolucionamos, se fue haciendo progresivamente más compleja en término de
interacción y superposición de variados instintos y múltiples respuestas
emocionales asociadas. Así comenzó a desarrollarse un complejo sistema emocional
fluido, dinámico, interferido, inespecífico y heterogéneo. Nuestras
innumerables emociones comenzaron a interactuar de una manera tan compleja que
ningún mecanismo síquico logró coordinarlas, o simplemente “surgió” para
coordinarlas, dirigirlas, sintetizarlas e integrarlas armónicamente tanto en su
función de respuestas satisfactorias al medio, como en su impacto en la
estructura y dinámica síquicas mismas de la mente humana. Las emociones y el
aparato síquico asociado comenzaron a independizarse del estímulo físico, en
tanto su dinámica no dependía estrechamente de una interacción eficaz y directamente adaptativa al desafío del medio
ambiente. Por ejemplo, el enamoramiento no respondía a una simple intención
sexual, es decir, de obtener meramente o principalmente placer sexual o buscar
el apareamiento reproductivo; más aún, su amplitud de interacción y adaptación
intrasíquicas puede incluso absorber en su propia dinámica toda la vida síquica
del humano, generando un estado de alta “irrealidad” que altera y domina a
todos los otros mecanismos y procesadores perceptivos y adaptativos. Así
también, por ejemplo, el sentimiento maternal humano superó largamente el mero
instinto de protección de la cría y generó una dinámica síquica altamente
compleja y dominante en la madre y, en menor medida, en el padre. La funcionalidad
y la intensidad de los sentimientos y
emociones humanos se volvieron peligrosamente autónomos y condicionantes del
comportamiento, al punto de que gran parte de las respuestas emocionales
humanas demostraron su impropiedad, ineficacia e insatisfacción adaptativas. La
maternalidad eficazmente protectora de la cría, por ejemplo, pasó a comportarse
muchas veces sobreprotectoramente sobre el niño, o restrictivamente, o
impositivamente, o posesivamente, o castigadora, o dominante, o inconsistente, o
amenazante, etc. La agresividad como mera respuesta a la amenaza se transformó
en un complejo amplio que superó largamente el esquema del peligro inicial, y
entonces nuestra agresividad se tiñó de variados matices y cargas emocionales,
tales como el deseo de posesión, la envidia, el deseo de hacer sufrir o
sadismo, el masoquismo o autoagresión, la crueldad, la maquinación perversa,
los celos, la necesidad de poder, la desconfianza, la necesidad de adquisición,
la frialdad ante el perjuicio del otro, la indiferencia, la amenaza, la
angustia, la culpa, el amor destructivo, etc., etc., etc. De hecho, no hay
restricción a ningún tipo de asociación entre emociones y sentimientos, por más
disímiles que sean en su función adaptativa original y actual; el odio, por
ejemplo, puede asociarse sin problema a su supuesto contrario, al amor.
Dicho
gráficamente, como especie somos actualmente un desastre emocional. La complejidad, intensidad y dinamismo que han
alcanzado nuestras emociones dentro de nuestro sistema mental han superado
largamente nuestra capacidad de integrarlas armónicamente a nuestros demás
procesadores y funciones mentales, así como a proyectarlas adaptativa y
eficazmente en nuestro medio natural e interpersonal. Son pocas las personas que han logrado un
desarrollo de lo que Goleman ha denominado inteligencia
emocional. Son las emociones ciertamente las grandes causantes de muchos
comportamientos desastrosos personales y colectivos, entre los cuales, uno de
los más dañinos, consiste en ofuscar y trastornar imperceptible e
inconcientemente todo el aparato síquico, lo mismo que la conciencia de los
individuos momentánea o permanentemente, y hasta de grandes colectividades, a
través de la generación y superposición de sentimientos colectivos específicos.
- LA SENSIBILIDAD EMOCIONAL Y LOS MECANISMOS REPRESIVOS DE LA CONCIENCIA
Las
emociones, a pesar de representar evolutivamente el primer puente entre los
instintos más primitivos y básicos, y mecanismos de respuesta más complejos y
flexibles, y por lo mismo demostrar una condición igualmente primitiva y simple
(facilitar la acción particularmente inmediata), poseen un aspecto inexplicable
en términos puramente adaptativos a los requerimientos del medio[4]. Existen, por una parte, tipos de emociones
que no se justifican de esta manera, y por otra, todas las emociones poseen una
capacidad de sublimación que tampoco se justifica desde la mera adaptación al
medio. Expliquemos primero esta última condición.
Si
bien las emociones poseen un alto nivel de autonomía y poder síquicos, es decir
toman con facilidad el control del aparato sico-físico y no es fácil
modificarlas por un acto de mera voluntad, el ser humano ha ido desarrollando
progresivamente la capacidad de intervenirlas, primero desde la conciencia, y en seguida ésta acompañada
por las demás facultades síquicas superiores. Consideramos que el desarrollo de
la conciencia ha representado el gran avance evolutivo de los últimos diez mil
años del ser humano. El desarrollo de la razón y del lenguaje, por su parte, se
han visto beneficiados ante todo por este fenómeno de la amplificación y
mutación de la conciencia.
En
épocas tempranas de este período el ser humano desarrolló conciencia suficiente
para darse cuenta de que las emociones no eran lo bastante eficientes para
provocar un buen grado de adaptación a los desafíos intrasíquicos,
interpersonales y como mera respuesta y agente de acción en relación con el
medio externo. Las emociones generaban un alto grado de insatisfacción,
errores, sufrimiento, y podían llegar a convertirse en dominadores de toda la
vida síquica de la persona. El ser humano comenzó a descubrir con su conciencia
que todo su comportamiento, que toda su vida personal, se encontraba dominada
por emociones arraigadas profundamente en su mente (inconciente), y que, por
ejemplo, su deseo de poder, de placer, de fama, de riqueza, de lucha, de
aceptación, de experimentar cualquier sensación intensa, lo limitaban y
controlaban provocándole un estado permanente de insatisfacción y frustración,
incluso cuando llegaba a poseer altos niveles de satisfacción de estas
emociones. Aunque todos los seres humanos poseen algún grado de conciencia
–incluso inconciente—de esto, la mayoría no responde con un procesamiento
adaptativo y transmutativo desde la propia conciencia para generar una
modificación sistémica y completa del aparato síquico, a fin de resolver esta
frustración y buscar un estado síquico global y adaptativo más satisfactorio.
Las razones de esta respuesta evitante al cambio de conciencia y al cambio de
la mente completa son variadas y explicables.
Primero,
todas las emociones poseen una condición adictiva y atractiva que no poseen
otros estados y funciones síquicos. Por sí mismo sentir genera un estado de
conciencia pimario de estar vivo y de autojustificación permanentes y básicos
para el ser humano. Una vida sin sentimientos ni emociones no es una vida
atractiva ni justificable para ningún ser humano. El ser humano prefiere
incluso sufrir o sentirse malo a no sentir nada y permanecer vivo. Sentir es lo
que las personas menos cuestionan de sí mismas. Sus sentimientos y emociones
son los caracteres con los que más se identifican a sí mismas, y ante ellos
tienden a aceptar simplemente que se es de la manera que se siente; que no se
puede cambiar la forma de sentir y que a las personas en general hay que aceptarlas
sin mucho cuestionamiento de como sienten. Razonar sin intervención de las
emociones posee muy poco atractivo para la mayoría de los seres humanos. Los
niños, lo mismo que muchos adultos, se aburren con facilidad cuando no
intervienen las emociones en sus actividades. Las emociones, pues, sean cuales
fueren, representan la sal y el condimento de la vida humana. Es decir, las
emociones tienden a ser altamente valoradas simplemente por ser emociones, más
que por su calidad.
Segundo,
la conciencia de que se está dominado por un sistema de emociones no
suficientemente satisfactorio, cuando todavía la metaconciencia no está lo bastante amplificada para ocupar el
centro directivo de toda la vida síquica, tiende a ser reprimida y bloqueada
con facilidad por una suerte de autonegación de conciencia; algo así como una
capacidad autodestructiva de la misma conciencia (conciencia contra
metaconciencia). El aumento de conciencia (metaconciencia) que debilita la
consistencia de las estructuras y hábitos síquicos con los que la misma
conciencia y el funcionamiento síquico de la persona se mantiene identificada
se percibe normalmente como un estado extraño, angustioso, amenazante y
debilitador del estado actual, por lo que toda tendencia a modificar progresiva
o profundamente un estado síquico de identidad es generalmente rechazada desde
la raíz misma, es decir, desplazada de la conciencia misma, generalmente hacia
el inconciente, ya que aun la más pequeña manifestación de conciencia no puede
ser completamente eliminada de la mente, pero sí bloqueada y rechazada hacia el
fondo de sí misma. Las emociones juegan un rol importante aquí, ya que como se
ve normalmente expresan y se asocian a los procesos síquicos significativos de
la conciencia y de la mente misma. Las personas que bloquean manifestaciones
pulsantes de conciencia y metaconciencia generalmente producen estados de
desarmonía emocional, alteraciones síquicas variadas –incluso sicopatologías--,
debilitamiento del sistema inmunológico, enfermedades orgánicas, disfuncionalidad
social, etc. La conciencia humana parece poseer un principio emergente
irresistible y progresivo, aunque no precisamente urgente ni avasallador. Su
acción en la mente se parece más a la infiltración, que a la intervención.
Las
personas que realizan bloqueos de conciencia padecen normalmente una suerte de
ceguera frente a su propia acción represiva y, además, generan estados de
conciencia incompletos y muchas veces alterados en múltiples aspectos del
funcionamiento síquico y cognitivo. Las personas pueden ser agresivas u
ofensivas y no darse cuenta. Las personas pueden ser complacientes y vivir en
función de este sentimiento de sometimiento sin siquiera percatarse de ello.
Las personas desarrollan estructuras de personalidad y de carácter que asumen
como propias y con las que se identifican. Son entonces las emociones las que
tienden a fijar, acentuar y desplegar síquicamente la autolimitación ejercida
por la conciencia generalmente desde su extensión inconciente. La mayoría de
las personas cree que su carácter y personalidad son su verdadera identidad,
pero no pueden percibir en qué medida y de qué manera son la proyección de un
complejo de respuesta de conciencia a sus propias limitaciones de conciencia;
es decir, una construcción de identidad adaptativa a las propias incapacidades
de armonizar los distintos niveles de conciencia y de coherencia síquica y
mental. Una persona que ha desplazado hasta su inconciente un estado o
percepción de conciencia de inseguridad respecto de sí misma –lo cual puede
deberse a variadísimas razones--, es decir que ha desplazado al inconciente un
cuestionamiento desde su propia conciencia que no ha sabido o no se siente en
condiciones de resolver, puede “anularlo” en su aparato conciente, por ejemplo,
acondicionándose síquicamente para la búsqueda y realización de logros
económicos y materiales, que generan emociones asociadas a un bienestar
material y a una positiva capacidad personal que le permite sostener su
equilibrio y bienestar de conciencia y de mente en general. Las personas se
encuentran en general tan atrapadas en estos esquemas síquicos compensatorios
que difícilmente necesitan modificarlos; o difícilmente se proponen
modificarlos; o, si lo intentan, no logran salir de ellos, aunque lo hagan
concientemente: “Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, a
que un rico entre al reino de los cielos.” En esta lógica síquica interpretamos la
metáfora de Jesús.
Sin
embargo, no sólo no es imposible, sino que considero que ha llegado la hora
para que la humanidad asuma y actualice sus nuevos potenciales evolutivos
emocionales, de conciencia y síquicos en general. Ha llegado la hora para que
el trabajo lento, progresivo, inconciente, pero al mismo tiempo sistemático de
la conciencia colectiva y del espíritu divino se manifiesten convergentemente
en esta hora crítica de la humanidad y del mundo, para resolver adaptativamente
un nuevo desafío de la realidad nunca experimentado en la historia.
- ¿LA IMPORTANCIA DE LA CONCIENCIA EN LOS ORÍGENES DEL HOMO SAPIENS?
Hemos
visto que estamos prisioneros y ciegos en una cárcel de sistemas y esquemas
emocionales, pero también y sobre todo, en una cárcel de conciencia. Una cosa
es lograr con dificultad hacerse conciente de que hay ciertas emociones que condicionan
nuestra manera de ser, nuestra manera de procesar la realidad y de
significarla. Otra, más complicada de modificar que ésta, es desarrollar o
generar la conciencia suficiente para reconocer que las emociones a su vez se
insertan y dependen de un cierto estado de conciencia que sostiene toda la vida
y todo el universo síquico. Nuestras emociones indeseables o insatisfactorias
en realidad dependen y se alimentan desde un estado de conciencia indeseable e insatisfactorio; un estado de
conciencia cuyo único sentido y medio de conocimiento es su propio “ojo” sobre
sí mismo, nada que le permita mirarse como un todo desde afuera de sus propios condicionamientos para mirar;
es decir, apenas una especie de metaconciencia germinal e imperfecta, como un
niño que no sabe hablar y quiere hablar por primera vez.
Todos
nuestros procesos cognitivos, toda nuestra vida mental depende y se unifica a
través de este fenómeno, hasta ahora poco conocido, que llamamos conciencia. A pesar de que la conciencia
ha aparecido y acompañado ya las primeras formas de vida biológica,
consideramos que su potencial es tan extraordinario, que supera al de todas las
otras manifestaciones síquicas emergentes de la mente humana. El desarrollo de
la conciencia humana por sobre los niveles hasta ahora alcanzados
produciría, a través de una consecuente
y necesaria mutación de todas nuestras capacidades síquicas, un verdadero salto
evolutivo: el surgimiento incontrovertible y asombroso de una super-humanidad.
Veamos
cómo podemos avanzar en esta desafiante aventura de la conciencia. Acerquémonos
a este fenómeno y descubramos algo más de lo que hasta ahora se ha hecho.
Tratemos primero de reconocer qué es esto de la conciencia a partir de nuestra
experiencia cotidiana, ya que es aquí donde se nos hace primariamente evidente.
Cuando dormimos parecemos encontrarnos inconcientes, a veces soñamos en esa
especie de estado inconciente, pero al despertar experimentamos un estado que
hemos denominado por excelencia conciente.
Al despertar –decimos-- nos encontramos en
conciencia. Tan fundacional y representativo de lo más esencial o central
nuestro es este fenómeno, estado, facultad –o lo que sea por ahora--, que
cuando las personas pierden en forma permanente esta capacidad de estar en
conciencia, como ocurre en estados de coma indefinidos, los seres humanos
–según muchos-- pierden su condición de persona.
La
conciencia parece representar algo así como el estado unificado de encendido de
la mente humana, pero también el estado de experimentación de un yo. La conciencia se reconoce
inmediatamente a sí misma, reconoce un núcleo de identidad que se experimenta a
sí misma como un sí mismo. La conciencia además permite recibir en ese estado
de autopercepción y autoidentidad una parte de lo que ocurre en lo que hemos
denominado como mente, tal como las emociones, pensamientos, representaciones,
percepciones sensoriales, propósitos, recuerdos, etc. Sin embargo, la
conciencia no establece normalmente diferenciación entre esos procesos y las facultades
mentales que se sintetizan y se experimentan en la conciencia cuando estamos
despiertos, y su propia y específica condición de conciencia, diferenciada de
esos procesos síquicos y contenidos específicos que se originan en las bases
neuronales del cerebro y en la mente, pero no propiamente en la conciencia,
como estado sicológico. La conciencia normal se apropia de estos contenidos y
funciones síquicas. La conciencia cuando recibe la emoción de la ira, por
ejemplo, la experimenta indiferenciadamente como un “yo siento ira”, es decir,
“la ira es mía” y “mi conciencia causa esta ira”. La conciencia se identifica
con la ira como un atributo de la misma conciencia. Normalmente todas las
emociones provocan la misma experiencia de propiedad de la conciencia, si bien
no pocas veces se produce una experiencia de extrañamiento de la conciencia
respecto de tal o cual emoción o sentimiento que acontece en nuestra mente; o
de tal o cual idea o pensamiento; o de tal o cual imagen mental. Esta capacidad
de la conciencia de distanciarse ocasionalmente de los fenómenos mentales que
experimenta en sí misma representa un alto y superior potencial que debidamente
trabajado puede llegar a representar un gran aporte para el desarrollo futuro
de la conciencia y de la mente humanas –como veremos más adelante--.
Ahora
bien, hasta aquí hemos descrito la experiencia cotidiana de la conciencia y
cómo se interpreta generalmente este mismo fenómeno. A continuación ahondaremos
la investigación de este fenómeno mental que denominamos conciencia, a partir
del análisis y reconocimiento de ciertas características particulares suyas y
sus diferentes manifestaciones y relaciones con otros fenómenos asociados.
Cuando
reconocemos que la conciencia acompañó la aparición de los primeros seres vivos
sobre este planeta, debemos justificar en términos evolutivos adaptativos este
mismo fenómeno. ¿Para qué la conciencia? Ante todo ha sido un centro mental
unificador de los procesos y facultades mentales. La conciencia sintetiza la
información de todo lo que acontece en el entorno físico, en la medida que
procesa el contenido de la percepción sensorial y lo integra haciendo una
representación de realidad junto con las demás facultades mentales. Lo que
aparece a la conciencia por sí solo adquiere estatus de realidad. Decíamos más
arriba que lo percibido por los sentidos y especialmente la vista nos provoca
espontáneamente sentido de realidad; sin embargo ahora podemos agregar y
corregir que no son los sentidos por sí mismos los que aportan el sentido de
realidad, sino que es primero la conciencia la que se experimenta a sí misma
como autorreal por excelencia, y desde ella, mayormente, proyectamos el sentido
de realidad al ámbito de la experiencia que más nos condiciona y nos mantiene
vinculados a ella: el plano físico. Cuando Descartes se encontró con la
inflexión de la primera certeza (cogito
ergo sum), en realidad no era el pensamiento lo que reconoció, sino el
sostén del pensamiento: “estoy conciente, por lo tanto existo”.
Los
animales primitivos ciertamente desarrollaron esta asociación estrecha entre
percepción sensorial y conciencia alerta, casi como una unidad indisoluble, ya
que ello les permitía mantener un comportamiento pronta y eficazmente receptivo
y adaptativo a las demandas y amenazas del medio exterior. La conciencia
sintetizaba instantáneamente la información del medio ambiente, la procesaba,
la evaluaba y ordenaba a la mente y al organismo completo una acción
consistente con la situación y las propias capacidades o condiciones del
animal. Por ejemplo, una gacela olía en el aire algo, lo procesaba de inmediato
la conciencia alerta junto con todas sus capacidades mentales, como por ejemplo
la memoria, o la discriminación espacial de su entorno, y eventualmente
ordenaba a su cuerpo ponerse en fuga si su conciencia evaluaba una situación de
peligro.
No
de otra manera ha de haberse comportado el primer homo sapiens. Decíamos más arriba que, con el correr del tiempo y
el desarrollo de formas facilitadoras de vida que redujeron la dependencia de
la mente del entorno físico inmediato, se liberaron facultades que antes
estaban constreñidas a las funciones básicas de sobrevivencia. Por supuesto la
más importante, como acabamos de ver, fue la liberación en grado y cualidad de
la conciencia. Aquí se nos vuelve a hacer evidente que la conciencia, lo mismo
que todas las demás facultades mentales, lo mismo que el cerebro, con su
potencial neuronal y sistémico todavía no utilizado, se encontraba predispuesto
a un desarrollo potencial, como si ya hubiese sido pre-diseñado para mutar
hacia ciertas manifestaciones funcionales y sistémicas preestablecidas y
previstas, y no que simplemente se produjesen mutaciones adaptativas exitosas y
azarosas como respuesta a los estímulos inmediatos del ambiente natural,
cuestión que probablemente ocurría en paralelo con el mecanismo de activación
del diseño preestablecido.
¿Qué
podría explicar el hecho de que la conciencia se activara de cierta manera y
siguiendo qué patrón, si no había ya una dependencia de requerimientos
naturales e inmediatos que satisfacer? Primero, creemos que la conciencia
humana, al menos desde su aparición diferenciada, ya manifestaba capacidades
que excedían largamente las necesidades de respuestas eficaces al medio
natural, incluyendo la interacción entre los mismos seres humanos. No parece en
ningún sentido adaptativamente necesario y natural que los primeros homo sapiens hayan experimentado
sentimientos espirituales y religiosos; hayan desarrollado procesos
especulativos que explicaban el origen de las cosas; hayan desarrollado una
fantasía realista de representaciones no comprobables sensorialmente; hayan
experimentado sensibilidad estética; hayan desarrollado lenguajes altamente
complejos con tendencia a la abstracción y a la manipulación de un mundo
representacional no sólo concreto; etc. Es decir, todo un complejo de
habilidades inútiles y hasta entorpecedoras para la sobrevivencia y la
adaptación eficaz al medio. En términos vitalistas –y así lo entendía Nietzsche
con no poca razón --, toda manifestación de espiritualidad o abstracción especulativa
habría resultado una enfermedad, una involución aniquiladora del individuo
desadaptado y sicótico. ¿Por qué, en definitiva, la humanidad toda se volvió en
gran medida “sicótica” y “subjetiva”? ¿Por qué aun así no sucumbió?
Para
mí la respuesta adecuada se encuentra en el reconocimiento de una interacción e
interdependencia entre creacionismo y evolución natural. Es comprensible que el
paradigma moderno de los últimos diez mil años, materialista y empirista, haya
desechado estas señales incompletas y ambiguas que apuntaban hacia otro
paradigma y hacia otro nivel de la realidad, con características inaccesibles e
injustificadas desde un condicionamiento cognitivo como el que hemos descrito
hasta aquí. Es comprensible que la mente primitiva y animal siempre se nos haya
resistido a reconocer esta otra dimensión de realidad menos evidente e
inmediata. Si bien también resulta injustificado que los humanos supuestamente
más desarrollados intelectual y cognitivamente hayan terminado desconociendo la
arrolladora evidencia que apuntaba hacia otra dimensión de realidad. Hacia otra
dimensión que – como veremos—evidentemente contiene, “causa” y explica todo lo
que acontece en este plano natural. Hacia otra dimensión que, al menos en la
mente humana, ha irrumpido con intensidad y amplitud suficientes para prestarle
la debida atención.
En
la raíz de todo este reduccionismo natural y materialista de nuestro homo sapiens moderno hay ante todo un problema de conciencia. La cuestión nos parece que
puede explicarse de la siguiente manera. El homo
sapiens primitivo, el primer humano de hace unos 150.000 años manifestó de
inmediato estas capacidades metafísicas que, lejos de desaparecer debido a su escasa
justificación adaptativa, y luego de unos sorprendentes cien mil años sin
grandes modificaciones “de inadaptación metafísica”, repentinamente pareció
florecer en el Auriñaciense, que se inició hace unos 40.000 años y persistió
hasta hace unos 28.000, manifestando una sorprendente creatividad artística, en
formas tales como la decoración de objetos, la decoración personal, la música (evidenciada
en instrumentos).[5]
¿Cómo
podría, a mayor abundamiento, la teoría evolucionista darwiniana ser coherente
con el hecho de que hacia el año 74.000 a.C. el volcán Toba de Sumatra haya
estallado en una megaexplosión que consecuentemente congeló durante 1.800 años
toda la Tierra, provocando una condición tan adversa para la vida animal, que
la especie humana estuvo a punto de extinguirse, sobreviviendo apenas unos pocos
miles de seres humanos? ¿Qué justificación podría tener que el hombre
metafísico y espiritual (el homo sapiens)
haya sido, entonces y siempre, más eficiente adaptativamente que todas las
otras variedades de homínidos contemporáneos a él? ¿No podría explicarse mejor
al suponer que precisamente este rasgo distintivo le permitió afrontar mejor
aún las inclemencias del medio natural al que todos los demás homínidos, por
más inteligentes y fuertes que hayan sido, no lograron adaptarse ni sobrevivir
incluso –porque quizás o eran demasiado
metafísicos o demasiado
materialistas--? ¿Cómo han podido ser tan sesgados los estudiosos y científicos
para excluir y separar sin justificación ninguna las habilidades espirituales y
metafísicas del ser humano primitivo, de aquellas otras como la fortaleza
corporal, la razón y la habilidad técnico-creativa, que sí permitían resolver
directamente problemas de adaptación directa y eficaz al medio? Dicho de otra
manera, es evidente que las facultades espirituales y metafísicas son
extraordinariamente eficaces en términos adaptativos al medio natural, y que la
realidad espiritual y metafísica es parte inclusiva y determinante del mismo
entorno natural material. Aún ahora eso es evidente. Es evidente también que
las habilidades espirituales pueden y deben complementarse con todas las otras
habilidades pragmáticas y físicas para lograr la máxima eficiencia adaptativa
al medio natural. Anticipamos, pues, que la vida natural en este planeta, la
vida biológica, e incluso el nivel físico-material de este plano de realidad,
es, sobre todo y ante todo, eminentemente espiritual.
La energía espiritual – como veremos—es el tipo de energía conocida más
poderosa en términos de interacción conciencia-mente-materia.
Poner
finalmente hoy el centro gravitatorio de la evolución natural de las especies
en la dimensión espiritual y energético-sutil de la naturaleza significa
cambiar la comprensión contemporánea de toda la realidad, de toda la historia
de la Tierra y del Universo, y, en definitiva, de todo el conocimiento y de
toda la experiencia humana. Ya tendremos oportunidad de volver sobre esto.
- ¿POR QUÉ NO BASTA LA CONCIENCIA PARA SER DUEÑO DE UNO MISMO?
Los
primeros homínidos, como el espécimen de Toumai de alrededor de 6 a 7 millones
de antigüedad, eran seres concientes como cualquier otro animal, sin embargo
también eran ya homínidos, lo cual nos hace suponer que había en ellos un
proceso germinal de mutación de la conciencia. Creemos que la interacción de
factores espirituales, factores extra-físicos (muchos de ellos ignorados),
factores físico-orgánicos, factores ecológicos y factores sociales producen en
los seres superiores un fenómeno complejo de relaciones y efectos sutiles y
mixtos que con nuestras capacidades actuales de conocimiento resulta casi
imposible de precisar, por lo que gran parte de nuestra aproximación es
meramente especulativa, incierta e intuitiva. Ello implica, por ejemplo, que
tratar de explicar comportamientos o funciones mentales nuevas de una especie
respecto de sus antecesores sólo a partir de la aparición de rasgos anatómicos
u orgánicos resulta un evidente reduccionismo simplista y errado. Tratar de
explicarlo desde un intervencionismo creacionista o de una causalidad puramente
espiritual o extra-física, nos parece igualmente incompleto y poco empírico.
Creemos
que tanto la naturaleza física (el universo) como la conciencia humana al
menos, poseen un grado de espiritualidad accesible particularmente a través de
dos capacidades cognitivas humanas que compartimos todos los individuos de la
especie sapiens: la conciencia misma y la intuición. Las demás capacidades
cognitivas, tales como la percepción sensorial, la razón, la emoción y otras,
poseen un carácter neutro respecto de la espiritualidad: ni la facilitan, ni la
dificultan. De hecho, todas estas pueden servir a las intenciones ya sea de
fortalecer o bien de desacreditar las experiencias espirituales. Por ejemplo,
con la razón o con la emoción se puede justificar tanto el ateísmo, lo mismo
que una religión, como la cristiana.
Entendemos
que cuando la conciencia humana apareció en sus orígenes con sus
características particulares en el universo de la experiencia síquica, lo hizo
siempre con cierta desventaja respecto de la experiencia sensorial y del
conjunto de las facultades síquicas, condicionadas a servir ante todo a la
supervivencia física. Es entendible que las características de conciencia más
próximas y útiles a este medio y fin se hayan desarrollado más y hayan
prevalecido sobre las menos inmediatistas. El abanico de posibilidades de la
conciencia ha de haber sido muy amplio desde un principio, tanto es así que
igualmente logró desarrollarse en direcciones variadas y hasta contrapuestas.
El arte, la mitología y la sensibilidad espiritual se desarrollaron en paralelo
con la tecnología, la habilidad física, las ciencias prácticas y el placer de
los sentidos, todas ellas habilidades implícitas en la conciencia.
Sin
embargo, aunque intuimos que las formas y los tipos de actividad condicionan de acuerdo a sus características
particulares a la conciencia; es decir, que la música, la agricultura, el
comercio van a condicionar ciertamente cada una un cierto tipo y grado particular
de desarrollo de conciencia , si bien también son las características innatas o
intrínsecas de la conciencia las que condicionan la calidad de las actividades
que sean, en una especie de relación de circuito cerrado; de igual modo la
cualidad propia de la conciencia prevalece en la tendencia o inclinación a una
determinada forma de realización.
La
conciencia, lo mismo que la intuición, se asocia a todas las actividades y
capacidades mentales condicionándolas con sus propias características y
cualidad.[6] Ahora
bien, los distintos seres humanos manifiestan diferentes estados y
características de conciencia, lo que explica la tan variada gama de caracteres
síquicos, disposiciones mentales y comportamientos humanos ante la realidad.
El
fenómeno de la conciencia es inmensamente más complejo y sorprendente de lo que
se ha concebido desde cualquier área de conocimiento hasta hoy. Aunque se ha
avanzado mucho desde la filosofía, las neurociencias, la sicología, las
tradiciones espirituales y muchas otras disciplinas, creemos que ha llegado la
hora de que estos avances particulares y
específicos den paso a una gran síntesis y a un gran salto en el avance y
transformación de su conocimiento y experiencia colectivas.
Pudiendo
ser la conciencia el factor superior por excelencia del sistema mental humano,
dado su inimaginable potencial, en general los seres humanos han condicionado
excesivamente el estado de su conciencia por factores síquicos y ambientales de
menor jerarquía y cualidad. La conciencia, por más elevado que sea su potencial
e incluso su condición innata, se ve grandemente afectada por las
características del resto del universo síquico. Si se pusiese mayor atención y
se le diese mayor importancia y comprensión al desarrollo temprano y permanente
de la conciencia en la educación y formación humanas, lo mismo que a su universo
mental en conjunto, no habría nada que faltase para que la humanidad diese
ahora mismo un gigantesco salto evolutivo.
Gran
parte de la humanidad actualmente ha alcanzado un alto grado de independencia
de los condicionamientos de supervivencia que limitaron al homo sapiens hace 100 mil, 10 mil, e incluso mil y hasta cien años
atrás. Creemos que la larga estimulación espiritual, artística, cultural,
social, intelectual, científica, tecnológica y sobre todo ahora, global, han
sensibilizado suficientemente su potencial de conciencia próximo, para que las
condiciones de vida actual faciliten este epifenómeno de la trascendentalización de la conciencia.
Aun
así, gran parte de la humanidad se muestra refractaria y resistente, y
seguramente lo seguirá siendo, a una transformación radical desde la
conciencia, y que ciertamente implicaría un cambio total de mente y mundo como no se ha visto hasta hoy en la historia
humana y natural de este planeta. Frente a esto lo más fácil y lógico sería
esperar un terrible desastre humano y natural que llevaría a la ruina a la
especie humana una vez más. Sin embargo, es probable que una vez más la
“Naturaleza” –sea lo que en realidad ella fuere-- provea a su proyecto
evolutivo de vanguardia los recursos necesarios para salir del paso y seguir
adelante en esta aventura evolutiva, aunque el costo sea altísimo en términos
de individuos y de ambiente global.
- ALGUNAS GENERALIDADES SOBRE LA CONCIENCIA DEL HUMANO CONTEMPORÁNEO
El
humano contemporáneo está atrapado en sus condiciones mentales, en sus
capacidades cognitivas, en su conciencia insuficiente, en su representación de
realidad, ¡y ya!... Podría estar todavía más inhabilitado para desarrollarse y evolucionar, si volviese, por ejemplo, a
tener menos conciencia de la que ahora posee; o careciera de memoria kármica, la memoria de la
conciencia profunda que azota al conformismo humano y animal. Sin embargo esos
actuales factores anuladores de su desarrollo de conciencia y de autosuperación
son tan potentes y suficientes por separado y sumados, que hacen muy difícil la
mutación de trascendencia de la conciencia y del universo síquico en general.
Las
personas sufren mucho. Las personas hacen sufrir mucho a otros. Las personas no
saben reconocer el carácter espiritual de la realidad y de su planeta, y se
comportan como cerdos sobre un prado de flores – el problema no es que los
cerdos pisoteen y se coman las flores, sino que nosotros nos comportemos como
cerdos, sin serlo --. Las personas se entretienen en la vida como sus
antepasados animales, sin reconocer que nuestro órgano síquico se ha
acondicionado para superar los desafíos de nuevas formas de realidad. Las
personas nacen, son criadas como animalitos domesticados para cumplir ciertas
funciones bien precisas: manejar algunas herramientas mentales y físicas para
sostener el sistema social; reproducirse; satisfacer la necesidad de bienestar
de la propia mente a través de formas de autosatisfacción – gran parte del
esfuerzo de los individuos en particular y de la sociedad globalizada está
orientada a esto--; en lo posible realizar algún aporte significativo a la
sociedad que conserve este mismo estatus de la sociedad; y morir.
Una
inmensa cantidad de seres humanos están bastante satisfechos con esto, y de
ninguna manera se les ocurriría modificarlo. De ninguna manera aceptarían
modificarlo. De ninguna manera considerarían necesario, válido, comprensible,
justificable, permisible, legal, sano, sensato, lógico, racional, atractivo,
sustentable, económico, político, etc., etc., etc….¡esto! Ellos viven y se comportan igual que la piara
de cerdos del evangelio que corren endemoniados y alucinando hacia el
precipicio. Por ahora no contemos con ellos… no contemos cadáveres.
Otra
inmensa cantidad de seres humanos se debate en la conciencia intelectual e
incluso emocional de que algo huele intensamente mal… Puede incluso compartir
perfectamente la visión de que estamos caminando al precipicio. Puede incluso
ver y comprender con absoluta claridad qué es lo que estamos haciendo mal.
Puede ver y comprender qué es lo que está mal en él mismo, qué es lo que él
mismo está haciendo mal, pero por alguna razón inexplicable no logra modificar significativamente
ni su propios defectos, ni logra ser todo lo consecuente que debiera. Las
personas se vuelven espirituales, morales, concientes, sensatas, pero no pasan
más allá de un barniz, de una representación sin profundidad, de un ritual
externalista, de un círculo vicioso de arrepentimientos, promesas, algunos
buenos actos y fracasos, de apariencias más o menos convincentes. Las personas
no profundizan – no pueden, aunque intentan-- en las capas profundas de su
mente, de su conciencia, de su identidad, de su autotrascendencia, de su misterio. Los artistas juegan con las
formas y no llegan a la intuición profunda de su arte interior. Los sacerdotes
hacen el bien, pero no conocen la profundidad de la roca del Espíritu, sobre la
que sus mentes se encuentran paradas. Los científicos estudian la vida… la
realidad… el universo, pero apenas descuartizan cadáveres y patiecillos de
realidad.
Otras
personas deambulan por la vida buscando una Verdad y hasta una nueva Verdad que
sea realmente transformadora de sí mismas, y de la sociedad, y hasta de la
realidad misma. En ellas ponemos el esfuerzo sobre todo. En ellas ponemos la
esperanza del Espíritu que está adviniendo como nunca antes. Para ellas se
acercan palabras de consuelo, de poder no visto; y obras, actos, y hechos
maravillosos que ningún proyecto humano puede anticipar ni representar suficientemente.
La
verdad es que los niveles de soluciones de los males que nos aquejan como
humanidad y como individuos hasta ahora, y especialmente ahora, son demasiado
triviales, primitivos, ineficaces, incompletos, autoengañadores, anticuados, a
pesar de todos nuestros mejores y honestos esfuerzos –vengan de donde vengan--. Todas estas personas entenderán perfectamente
lo que estoy diciendo y lo que estoy proponiendo. Algunos tendrán la capacidad
de atreverse a creer que es posible un cambio real y trascendental como el que
aquí propongo. De ellos no espero mera aceptación y confirmación. Espero un diálogo fructífero; espero oposición
crítica y leal; espero colaboración e independencia. Espero transformación
profunda y total.
En
el otro extremo, los pocos que están
siendo directamente inspirados con la misma experiencia y el mismo saber,
sabrán hacer sin necesidad de que les dé la menor instrucción, el menor
consejo, el mínimo aliento.
- ¿ES POSIBLE UN MODELO ACTUALIZADO DE LA MENTE HUMANA?
Hay
inmensos saberes por todas partes y desde innumerables fuentes. Nunca antes ha acontecido
de la manera como ahora estamos siendo bombardeados, infiltrados, estimulados,
acosados por nuestro pasado y futuro, por nuestro propio potencial, por el espíritu
cósmico, por seres de otros planos de realidad, por tradiciones de
conocimientos esotéricos, por nuestra propia conciencia, sensibilidad,
conocimiento, inteligencia y receptividad.
Sin
embargo, la situación de la especie humana en el mundo es más preocupante y
peligrosa de cuanto lo ha sido en toda la historia natural. Tanto es así que
estamos seguramente ante la presencia del regreso de los “dioses” del pasado[7], quienes
han intervenido en momentos críticos de la historia natural del planeta y de
los seres humanos. Son ellos precisamente, lo mismo que nosotros, quienes
promueven sutilmente el desarrollo y evolución de nuestras conciencias y de
nuestras mentes.
Nosotros
hemos desarrollado una perspectiva, experiencia y conocimiento de nuestras
mentes y de nuestra conciencia, sesgada lógica y naturalmente desde nuestra
propia y singular condición de autoexperimentadores y autoobservadores, y de
observadores externos de las mentes de los demás humanos. No se nos puede
reprochar o juzgar con la dureza que en épocas y visones puristas de la moral y
del comportamiento mental se ha hecho, pues las limitaciones de la mente en el
conocimiento de la propia mente, y todavía más de las mentes de los demás, son
profundas, amplias y explicables. Sí tenemos un enorme desafío y deber de
superar esas precarias condiciones. Gran parte del mensaje compasivo y
proactivo de Jesús hacia los pecadores, es decir hacia la especie humana misma,
se refiere precisamente a lo que aquí trataremos de justificar y describir.
La
mayor parte del tiempo de vida la vivimos despiertos. Ahora, mientras leemos
esto, estamos despiertos. Por eso nos experimentamos y nos conocemos ante todo
desde este estado. Sin embargo, cuando logramos alejarnos mínimamente, pero al mismo
tiempo significativamente de nuestros condicionamientos síquicos, el estado de
conciencia despierto se nos evidencia penosamente incompleto, distorsionador de
la realidad, autoengañador y con tendencia a la autoclausura y a la
autoafirmación. Nuestra mente se nos representa entonces como una metáfora, un
campo de batalla, un escenario mágico y absurdo, una pesadilla forzada y al
mismo tiempo aceptada, un universo ilusorio y fascinante que conciente o
inconcientemente clama piedad y ayuda, porque de hecho no funciona bien: hasta
dentro de la misma ilusión las cosas no marchan nada bien .
Los
niveles de insatisfacción mundial y personales no tienen relación con el
aparente estatus material y social en el que vivimos planetariamente. Las
sicopatologías declaradas y encubiertas están llegando a un nivel y cantidad
críticos e insostenibles. Los seres humanos están sufriendo incluso cuando
están contentos y satisfechos. Un sentimiento colectivo de deterioro global se
vuelve más y más masivo. La mente individual y colectiva no funciona bien. ¿Qué
pasa?
El
mundo humano ha cambiado mucho durante los últimos dos mil quinientos años, y
especialmente los últimos docientos. La revolución industrial moderna marcó un
hito importante en este proceso transformador; así como hace dos mil quinientos
años la introducción de la razón teórica y de la razón práctica en Grecia marcaron
decisivamente la historia de la mente humana occidental, cuyo paradigma se ha
adueñado del mundo entero. Los últimos cincuenta años han sido todavía más
veloces en producir el cambio computacional de la mente colectiva. Ciertamente
por las razones históricas de descuido de la mente ya esbozadas, todos estos
cambios han aportado al desarrollo humano en aspectos parciales de la vida
mayormente externa, pero han ido progresivamente generando fuertes y
significativas incoherencias, desarticulaciones y respuestas erradas del punto
de vista de la conciencia y del estado de la mente.
Si
analizamos la mente desde una perspectiva evolutiva, concluiremos, primero que
todo, que es el resultado claro e indiscutible del proceso de evolución natural
de las especies, y que por lo mismo no existe una diferencia funcional
significativa con los organismos animales en general, y con los simios en
particular. Esto mismo no significa que no haya una intervención supra natural
en el proceso evolutivo de las especies, de lo cual hablaremos más adelante.
Ello es especialmente cierto del fenómeno evolutivo de la mente animal y
humana.
Hemos
afirmado ya que la aparición del homo
sapiens representó el resultado de un largo proceso natural adaptativo al
medioambiente de especies antecesoras, sin embargo reconocemos también la
intervención súbita de funciones mentales y de conciencia difíciles de precisar
con exactitud, ya que estimamos que estas intervenciones parecen seguir en
general un patrón de ajustes de diseño genético sobre la base de patrones
genéticos activados, y particularmente de la incorporación de material genético
potencialmente activable en secuencias progresivas y proyectivas. Sería tarea
de genetistas intentar actualmente una explicación probabilística y coherente de
acuerdo a los conocimientos que actualmente disponemos, y que explique este
hecho sobre la base de estas premisas. Nuestra propuesta se basa especialmente
en la intuición y en la relación de nuestros conocimientos generales sobre la
cuestión aquí debatida.
Hemos
explicado ya que el ser humano, seguramente desde sus inicios ha sido en gran
medida refractario al desarrollo de su potencial metafísico y espiritual, así
como al desarrollo de habilidades de autobservación de su sique y conciencia.
La necesidad de responder rápida y eficientemente a las demandas del medio
natural ha sido siempre un factor coercitivo y restrictivo de todo desarrollo
potencial que no esté al servicio de esta necesidad. Aun así, reconocemos un
desarrollo básico de capacidades abiertas y disponibles al mismo tiempo para
una activación y aplicación en planos paralelos a la demanda física del medio.
La razón podía, por ejemplo, aplicarse al desarrollo técnico, pero también a la
especulación abstracta y fantasiosa. La emoción podía servir a la respuesta
eficaz y pronta de la demanda del medio, pero también podía generar estados
emocionales complejos, inespecíficos y fuertemente subjetivos, altamente
disfuncionales respecto de la adecuación al medio externo e interno del sujeto
mismo, como el enamoramiento o las crisis de pánico. La fantasía o imaginación
podía facilitar respuestas creativas y novedosas para resolver los desafíos del
entorno natural, pero también podía crear estados vivenciales imaginarios y
hasta alucinatorios que podían confundirse fácilmente con estados naturales de
realidad. La memoria estaba al servicio de respuestas basadas en la experiencia
y el manejo de información pasada, pero también podía provocar severas
alteraciones del sentido de realidad y de fidelidad de ese mismo pasado, así
como olvidos. La intuición podía facilitar respuestas inmediatas y acertadas a
los distintos requerimientos síquicos y ambientales, pero también podía
transformarse en superstición y creencias injustificadas y erróneas. Los
instintos podían estar al servicio de la conservación de la vida y del
beneficio de la especie, pero también se veían fuertemente influidos por
factores emocionales y motivacionales del individuo y de la sociedad,
provocando estados mentales disociados de la realidad natural –como el hambre
puede llevar a la gula y a la obesidad, o el instinto sexual, a la violación
reiterativa--. La voluntad podía servir a la acción adaptativa al medio, pero
también podía servir a motivaciones emocionales y síquicas contrarias a este
proceso adaptativo, como podría ser, por ejemplo, la voluntad de suicidio. Y
así con todas y cada una de las capacidades mentales del ser humano, de manera
que se nos hace evidente que la mente disponía, en conjunto y en cada una de
sus partes, de una doble funcionalidad, de una actividad permanentemente
paralela a la realidad natural, y que a la larga se ha ido demostrando
sorprendentemente consistente y sistémica, además de develadora de otros
niveles de realidad, unos próximos al estado natural, pero otros más lejanos.
Sin
embargo, en este proceso natural de activación y aparición endógena de estas
capacidades intrasíquicas, se hace evidente que funcionaban en general como una
especie de reverso de la función y del estímulo físico y natural. Era primera y
generalmente la acción o un evento físico lo que detonaba esta segunda
respuesta, la respuesta de motivación y causalidad intrasíquica. Si caía un
rayo y destrozaba a un hombre, además de la respuesta natural e instintiva de
temer y tratar de evitar este fenómeno, generaba necesariamente la segunda respuesta, la intrasíquica o metafísica,
de que, por ejemplo, en ese acto se manifestaba la expresión de una voluntad
superior, denominándola dios. Aun
ahora todo ser humano sigue procesando con este mismo mecanismo de respuesta en
doble dimensión. Si una persona sufre un accidente, se puede interpretar en
dimensión paralela que este hecho ocurrió como un castigo, o que “todo pasa por
algo”, o que fue causado por su propia torpeza, o que si hubiese salido un
minuto antes o después de su casa esto no hubiese sucedido, etc. Nuestro
procesador en segunda dimensión se ha disparado y exacerbado probablemente
mucho más que en cualquier otro momento de la historia humana. Nuestro
conocimiento científico – nuestro conocimiento moderno por excelencia-- es en
gran medida un fenómeno de segunda dimensión, pues la realidad física que
interpreta y explica la ciencia la mayoría de las veces es meramente teórica, indemostrable,
discutible, matemática. En cambio la tecnología es eminentemente un saber de
primera dimensión, pues se realiza directamente sobre la materia física. Un
computador, por ejemplo, funciona ante
mis sentidos y me permite sincronizar, por ejemplo, el funcionamiento
automático de un automóvil. Este es un hecho de adaptación primaria al medio
físico. El sentido o el carácter – no el uso-- que yo le pueda dar a un
automóvil, en cambio, es un hecho de adaptación secundaria.
La
realidad moderna se ha vuelto más compleja y densa que nunca antes en la
historia humana. Hemos creado un entorno socio-cultural que se extiende incluso
planetariamente para cada individuo, en la medida que vivimos de manera
globalizada, inmensamente desafiante y que requiere de un alto grado de
aprendizaje y adaptación. Nuestro conocimiento del entorno es mucho mayor de lo
que necesitamos realmente para sobrevivir naturalmente. Nuestros aprendizajes y
nuestro acondicionamiento mental
responden mayormente a demandas relativas y convencionales de adaptación
social, no natural. La educación formal obligatoria ha hecho del ser humano un
procesador de información fundamentalmente intrasíquica y metafísica, pero al
mismo tiempo en un grado muy básico respecto de su potencial, y ya actual,
capacidad. Los contenidos de la enseñanza mundial están orientados sobre todo a
la representación de un acervo cultural teórico más que práctico. Incluso los
modelos teóricos de la ciencia, de las artes, de las humanidades, del lenguaje,
aunque sean aplicados y se les dé una utilización práctica, están sustentados
en una segunda dimensión metafísica o como un producto eminentemente
intrasíquico. Un excepcional ingeniero, capaz de diseñar un rascacielos,
altamente eficaz y poderoso socialmente, si fuese dejado en la selva amazónica
o africana, sobreviviría con dificultad, o simplemente moriría a mediano o
largo plazo por desadaptación.
Hemos
creado un segundo medio físico y natural-social que se ha vuelto más demandante
en términos adaptativos que el entorno natural tradicional. Para ello nos ha
servido esta segunda dimensión intrasíquica y metafísica que portaban inicial y
programáticamente en su mente los primeros y salvajes homo sapiens. La naturaleza nos lo ha permitido, al mismo tiempo
que nos hemos adaptado progresiva y coherentemente con sus demandas, a través
de esta coordinación entre capacidades connaturales, genéticas, evolutivas, y
progreso humano intencionado y parcialmente libre. La naturaleza esperaba y
proyectaba –digámoslo así—nuestro desarrollo socio-cultural, como una mutación
adaptativa respecto de esas mismas capacidades, intrasíquicamente, tanto como a
un nuevo medio socio-natural, una especie de realidad intermedia, como una
suerte de actualización de un plano interdimensional. La naturaleza ha
demostrado habernos acondicionado para generar este puente o nivel
interdimensional entre nuestra mente y una nueva manifestación de realidad ya
no meramente física, sino socialmente mediada, con extensión evolutiva hacia
dimensiones que llamaremos espirituales.
Hasta
ahora no hemos sido colectivamente concientes de este hecho natural e histórico
que subyace a toda nuestra progresión histórica y natural. Hemos avanzado
torpemente en esta dirección y de esta manera. Hemos cometido sin duda más
errores que aciertos en los últimos diez mil años, pero salvados, empujados y
guiados sobre todo por la voluntad genética y energética sutil de la
Naturaleza, que nos ha impedido caer en la mera mutación azarosa y en la mera
adaptación básica y suficiente al entorno natural, mental y social; o de
hipertrofiarnos en cualquier sentido; o de enloquecer con esta mente
autogenerativa de realidad; o simplemente en el desatino siempre inminente de
destruir más de la cuenta, hasta
finalmente destruirnos a nosotros mismos.
Creemos
que la naturaleza igualmente contaba y anticipaba nuestros desatinos, nuestra
sobresaliente capacidad para el error, para la prueba fallida, para el
desperdicio de vidas humanas y la progresión lenta y trabajosa a través de las
sucesivas generaciones, a través de repeticiones y fallos durante miles y hasta
millones de años. Por primera vez en estos millones de años de vida planetaria,
el espíritu de la naturaleza ha decidido programáticamente hacer conciente a
una creatura natural de su propio mecanismo y de nuestra propia condición, a
fin de tomar un rol igualmente programático y director-integrado de los niveles
de realidad próximos y causales de este primitivo nivel planetario y universal
que denominamos materia, energía y vida.
Sin
embargo, aunque hemos realizado el proceso inconciente y necesario para
alistarnos al salto evolutivo, también estamos fuertemente deformados y hasta
contrahechos para esta misma mutación evolutiva. Hace falta un proceso intenso,
muy conciente y arduo para acondicionarnos intencionada, individual y
colectivamente al cambio de conciencia y de mente. Se hace necesario el
desarrollo de un plan planetario profunda y rigurosamente terapéutico de la
mente y conciencia “enfermas” para el cambio. Hay que intervenir también
programáticamente y con todas nuestras capacidades y medios humanos el estatus
de conciencia y de mente que nos impide la mutación definitiva y completa. Que
no suene esto de una manera peligrosa, manipuladora, impositiva o ideologizada.
Nunca el ser humano ha podido hacer nada, por más superior, libre y tolerante
posible que sea su sentido e intención, que no corra el riesgo de
distorsionarse de alguna manera. Si no hay convicción profunda y total de que
esto es lo mejor para cada individuo y para la humanidad misma, entonces es
mejor que no se haga y que sigamos esperando que la Naturaleza nos facilite
este proceso aún más, sea cual fuere el costo. Porque si realmente está
programado así, “libremente” así se hará…
Habíamos
dicho al comienzo de este capítulo que nuestra experiencia cotidiana de
conciencia se asocia a nuestro estado y experiencia fundamentalmente conciente
despierta. Cuando nosotros ponemos atención sobre el funcionamiento de nuestra
mente y de nuestra conciencia despierta, lo que nosotros podemos constatar y
comprender directamente de esto no es ciertamente mucho más incompleto, errado
e inexacto que lo que la disciplina moderna llamada Sicología ha interpretado y establecido como saber, en sus
diferentes perspectivas y modelos, respecto de la estructura y funcionamiento
de la mente humana, e incluso menos todavía respecto de la conciencia. Las
ciencias tecnologizadas, tal como la neurociencia, han aportado más errores que
aciertos en el conocimiento de la mente, al tratar de avanzar hacia ella por el
estudio del cerebro y del organismo biológico. La razón para esta deficiencia
de los estudios sicológicos y científicos es explicable porque para estudiar la
mente y la conciencia hay que haber desarrollado primero un órgano autoperceptivo
altamente evolucionado y no puramente intelectivo, positivista y teórico. No
importa que hayan sido mentes intelectualmente brillantes y por millones las
que han realizado estos estudios e investigaciones en todo el mundo. Salvo
algunos aportes importantes y trascendentales, como los realizados por Freud,
Jung o Wilber, es evidente que nadie ha desarrollado públicamente este sentido
intrasíquico que permita una comprensión más profunda, precisa e integral de la
mente y de la conciencia humanas[8]. No pretendemos
por cierto poseer una habilidad tan desarrollada, pero sí lo suficiente para
iniciar una nueva sicología trascendental, y que espero que
sucesivas generaciones de sicólogos
integrados puedan continuar y desarrollar.
- PROLEGÓMENOS PARA LA ACTUALIZACIÓN DE UN MODELO DE LA MENTE
Primero
– lamento que este inicio sea tan desafiante y equívoco-- es necesario desechar todo lo que se cree
saber sobre la mente humana, y en particular todos los conceptos acuñados por
las diferentes tendencias sicológicas. Si la mente es el puente, el medio de
paso hacia otras dimensiones de realidad desconocidas por el humano común, se
comprende que toda la terminología producida
y su utilización consecuente hayan producido y deban necesariamente
producir un saber y una conceptualización inadecuadas acerca de estas
realidades. Tampoco pretendemos que seamos nosotros los que vayamos a dilucidar
y expresar el infinito universo de la mente y de la realidad. Sólo proponemos
que es necesario recomenzar una y otra vez como si nunca se hubiese dicho nada,
o casi nada. Lo mismo tendrá que hacerse pronto con todo lo que aquí sostengo y
escribo.
Comencemos
puntualizando que la mente es algo extraño, heterogéneo y especial. La mente
humana es un compuesto dramático de realidades mixtas que está en un proceso
evolutivo inicial. Lo que experimentamos tradicionalmente como mente es en
realidad una encrucijada, un estado de realidad compuesto por distintos niveles
y dimensiones de realidad. Primero, la mente es ante todo el efecto de un
funcionamiento biológico especializado sobre complejos atómicos, moleculares,
celulares y nerviosos que producen buena parte de sus estructuras, sistemas y
funciones evidentes al estudio científico y a la experiencia natural y
cotidiana. Aquí se encuentra la materia prima, la base física de la conciencia
y de las demás funciones síquicas, como la memoria, emociones, percepción
sensorial, etc. Este nivel es el resultado de cientos de millones de años de
evolución natural y que pasa por la actualización a través de numerosas
especies previas al ser humano. Sin embargo, no se encuentran en un plano de
realidad mayormente físico, como podrían estarlo átomos de helio, o moléculas
de agua, o piedras, o incluso sistemas nerviosos como el de un perro. La mente humana
depende del funcionamiento del cerebro, pero también trasciende el cerebro. Los
nueurocientistas estudian las bases físico-químicas del cerebro y la relación
mal definida causa-efecto, pero ignoran la verdadera y hasta ahora desconocida interacción
de las funciones trascendentales de conciencia y las bases físico químicas de
la conciencia y de su interacción generativa de estados de realidad con los
demás componentes de la experiencia o estatus sico-físico.
La
mente humana no sólo procesa realidad natural para facilitar la integración del
organismo biológico personal y colectivo, sino también posee la capacidad y
función de vincular con otros niveles de realidad y al mismo tiempo generar
realidad en su propia dimensión mental. De ahí que su condición sea altamente
compleja, diferenciada, pero fácilmente desconfigurable y difícilmente
coordinable. Todo este potencial y complejo sistema de entidades
sico-dimensionales se ha venido desarrollando a través de la historia natural,
e incluso durante la historia moderna del ser humano, en base al proceso
evolutivo natural, inconciente y equívoco. Con todo, dado que posee una brújula
evolutiva interna e intrínseca al diseño mismo genético y trascendental
asociado –además de la constante direccionalidad aportada por niveles
superiores de inteligencia extraplanetaria--, y a pesar de todas las
dificultades y el relativo escaso progreso demostrados en esta era de
experiencias naturales, ha logrado actualmente un nivel suficiente de
sensibilización y evolución de diferentes funciones superiores que lo ponen en
condición y situación de asumir por primera vez el control conciente de su
propio estado actual y de su potencial evolutivo superior, lo que a su vez
permitirá que en los próximos cientos de años el proceso evolutivo vaya en un
incremento de su eficacia y velocidad cada vez mayores.
Hemos
dicho que los requerimientos del entorno natural y socio-cultural en general,
primero, sub-utilizan las capacidades actuales y potenciales de la mente y de
la conciencia de los individuos. Segundo, forman, condicionan y deforman toda
la vida síquica de los individuos, aun en las mejores condiciones y las mejores
disciplinas de educación de la mente –léase religiones, yoga, educación
escolar, doctrinas gnósticas y teosóficas, prácticas espirituales diversas,
filosofías, terapias sicológicas, terapias alternativas, etc.--. Sin embargo,
todas estas también pueden ser vistas y experimentadas como un tremendo
beneficio para el desarrollo personal y la armonía social. ¿Qué sería de tantos
seres humanos angustiados o beneficiados por estas prácticas si no hubiesen
contado con ellas o no pudiesen recurrir a ellas? Lamentablemente todas las
disciplinas de la mente han mezclado beneficios y cualidades, con deficiencias
y perjuicios para la misma mente. Este sólo problema y tema requeriría de un
análisis crítico acucioso y minucioso que sólo podrían realizar debidamente
varias generaciones de humanos iluminados, para “separar el grano de la paja”.
Por ahora sólo podemos generalizar y mostrar directrices para estudios
ulteriores.
Trataremos
a continuación de dilucidar y corregir algunos errores importantes que se
aceptan o suponen válidos en relación con la mente humana. Iniciaremos para
ello el análisis de los más generales a los más particulares.
11. ¿QUÉ
ENTENDEMOS POR CONCIENCIA-MENTE?
Consideramos
este tema como probablemente el más decisivo, trascendental y polémico de
nuestra nueva concepción y modelo de la mente humana. Más allá de la
imposibilidad de su demostración con los supuestos empíricos del humano
contemporáneo, nuestro modelo puede ser cotejado sobre todo con la intuición en
todas sus aplicaciones cognitivas; y en segundo lugar, puede ser justificado
inicialmente por la condición de sistematizar consistente y coherentemente
todos los hechos y fenómenos asociados a la conciencia y mente humanas.
La
conciencia humana, lo mismo que la mente, no es un fenómeno simple, sino un
complejo de variados niveles y estatus que ante la conciencia despierta se
aparece engañosamente como un fenómeno y estado generalmente simple y unificado
en la experiencia de un yo. Hemos
establecido más arriba que la conciencia efectivamente posee un estatus físico
y neurológico que depende del funcionamiento del cerebro como base orgánica y
material. Cuando digo “yo pienso, por lo tanto existo”, hay necesariamente un
cerebro que está activo, conciente y pensando. Este nivel neurológico, por el
momento, por más insustituible y necesario que sea para que exista el fenómeno
síquico de la conciencia en tanto se está realizando de hecho en un cerebro
activo, definitivamente no es tan insustituible y necesario como considera el
modelo y paradigma científico actual. Los numerosos casos bien y seriamente
documentados sobre la actividad de la conciencia extracorpórea, como en los
casos de muerte clínica y posterior reanimación, en los que sin que haya
actividad cerebral no obstante la persona ha conservado no sólo la conciencia,
sino todas y cada una de sus funciones mentales, incluso la percepción sensorial,
o mejor aún, extrasensorial, pues lo
sentidos tampoco se encuentran funcionales y activos, facilitan sin duda la teoría
de que la conciencia-mente se realiza simultáneamente en niveles de realidad
paralelos. Lo mismo se puede decir respecto de los fenómenos de desdoblamiento,
en los que la conciencia-mente se separa del cerebro y del cuerpo, pudiendo
proyectarse a diferentes dimensiones, incluyendo la dimensión espacio-tiempo en
la que se realiza la misma corporalidad física. La misma teoría también podría
explicar los fenómenos de apariciones de fantasmas, la comunicación espiritista,
las memorias de vidas pasadas, la reencarnación, los fenómenos extrasensoriales
en general, por nombrar sólo algunos fenómenos generalmente cuestionados por el
saber científico y por la gente común que no los ha experimentado por sí misma
o en conciencia despierta. Todo este conjunto de diferentes fenómenos sobre los
que existen millones de testimonios de lo más variados pueden ser en conjunto y
cada uno de ellos explicados sistemática y unitariamente a través de la
capacidad de la conciencia-mente de funcionar unida al cerebro y unida a la
conciencia despierta, lo mismo que separada e independiente de ellos, si bien
con algunas diferencias particulares y funcionales significativas.
Una
primera consecuencia de que exista una conciencia-mente, es decir una
conciencia que no es el producto del funcionamiento de una mente o de un órgano
(cerebro) o sistema biológico, pero que de alguna manera se manifiesta como una
réplica de la estructura de la mente (con las mismas funciones que la
mente-cerebro de base biológica) y de la identidad de la conciencia, al punto
de que normalmente aparece con naturalidad identificada con esta mente
despierta y con su funcionamiento, plantea un problema y desafío que no es
fácil de explicar ni concebir a partir de nuestros conocimientos previos ni de
nuestros paradigmas cientificistas de conocimiento. El problema, visto de esta
manera, se puede representar por un realmente “qué causa a qué” o “cuál es la
causa y cuál el efecto”, sin que haya una respuesta clara y definitiva[9].
Sin
embargo, creemos que se trata precisamente de un hecho tan extraordinario, tan
fuera de la fenomenología naturalista que acostumbramos, tan propio de una
experiencia límite respecto de nuestra dimensión de realidad, y al mismo tiempo
manifestación de otro estado de existencia, y, más aún, en especial interacción
con este plano físico, que no puede ser comprendido ni experimentado siguiendo
sólo categorías de esta dimensión física natural. Todas nuestras
representaciones de otra posible realidad, ya sea Dios, la muerte, el espíritu,
la vida extraterrestre, seres de otra dimensión, el inconciente, etc., la
concebimos siempre como si fuese conmensurable y similar a nuestras categorías
de existencia experimentada, condicionada por la misma lógica nuestra, por las
misma leyes o siquiera por leyes, como se comporta la naturaleza física
conocida por nosotros. Queremos representarla con conceptos, y con conceptos
coherentes y comprensibles para nosotros, porque si llegamos a atisbar la
posibilidad de que no podamos comprenderla dentro de nuestros parámetros de
racionalidad o conciencia, entonces la desechamos como no-realidad, como
inexistente, o la reducimos a una explicación
a la fuerza dentro de nuestros esquemas cognitivos, o simplemente nos
desentendemos de ella y fingimos que no existe.
No
cabe duda de que la mente, y particularmente la conciencia, siempre ha
provocado esta impresión y respuesta a los humanos que se han acercado a este
templo y misterio. Nuestra intuición nos lleva, pues, a proponer respecto del
problema de la relación entre la conciencia-mente trascendental y la conciencia
y la mente con base orgánica una extraordinaria y sorprendente relación de
replicación en algo así como dos dimensiones paralelas, con legalidades
similares y al mismo tiempo diferentes, que se superponen y se integran en la
experiencia común del humano vivo, conformando un fenómeno paradójico. Si
usáramos categorías físicas para explicar la conciencia biológica, diríamos que
es el producto del comportamiento de estructuras específicas energéticas, atómicas
y moleculares. Si éstas son las unidades constitutivas de la materia y de la
energía en este plano físico – para aceptar por ahora los supuestos de la
ciencia contemporánea --, entonces debe haber aquí ya una primera semejanza y
diferencia con las unidades formativas y fundacionales de la conciencia-mente.
La
primera gran diferencia no es tanto constitutiva, sino que es propiamente la
consecuencia de nuestra precaria capacidad de conocer y describir el fenómeno
original de la materia y la energía. No es nuestra intención en este trabajo
discutir ni exponer nuestras intuiciones en el ámbito del universo físico y de
la ciencia natural, pero es inevitable hacer una mención a esto para explicar
la razón principal por la que la conciencia-mente trascendental no se comporta
como energía ni materia, y es que en este nivel fundante de la materia y la
energía no existe nada parecido a lo que entendemos por átomos ni energía.
Actualmente la Física cuántica comienza a adentrarse en el fenómeno de la
realidad física sobre ciertas bases comunes a nuestro planteamiento e
intuición. Una de ellas es el reconocimiento de que la mente del observador
interactúa co-creadoramente con la realidad física a nivel sub-atómico. Aunque
lo que nosotros reconocemos y experimentamos como ondas, átomos y moléculas
poseen un “ancestro común” con la conciencia-mente trascendental, es decir, un
estado de existencia y realidad anterior y todavía desconocido a nuestro
estatus de experiencia natural; una especie de sustancia puente; una sustancia anterior,
común e inespecífica entre la energía-materia física, como la experimentamos a
través de los sentidos y del plano físico natural, y la sustancia fundante del
plano trascendental de la conciencia. A pesar de esa similitud y comunidad
–decimos— la relación conciencia-mente y conciencia física se constituye
ontológicamente sobre relaciones y constitución interdimensionales inimaginables
e incomprensibles para la mente humana actual. Dicho de manera aplicada y
específica, la conciencia-mente puede “materializarse” como conciencia, como
mente y como cerebro, siendo simultáneamente en su prolongación
interdimensional también increíblemente diferente
de la conciencia, de la mente y del cerebro.
Una
de las consecuencias de esto es que el rango de realidad mental y de
experiencia de realidad en general, mientras estamos despiertos, es
precisamente el rango en que interactúan la conciencia orgánica y la conciencia
trascendental. Para nuestra experiencia cotidiana de realidad representa este
rango una magnitud tan inmensa que nos cuesta representarnos que formemos parte
no sólo de la inmensidad del plano físico, que llamamos materia y energía, sino
que, en seguida, también extendamos la dimensión física natural hacia la
inmensidad de la vida mental, aunque probablemente para la mayoría de los seres
humanos la magnitud de su propia mente no se percibe como un nivel de la
realidad de gran dimensión, comparado con el sentido de magnitud que le provoca
la percepción sensorial de la realidad física. Y finalmente -- más aún ahora --
que su identidad trascendental, la raíz misma de su personalidad, su verdadera esencia
de persona (su yo) y de conciencia esté
inmersa en una dimensión trascendente de realidad, cuya naturaleza y dimensión
esté completamente fuera de su rango de comprensión y de su experiencia en
estado despierto.
Otra
consecuencia no menor de este estado de cosas es que lo que nosotros experimentamos
tanto como dimensión física natural, lo mismo que como nuestra personalidad,
carácter, yo, mente y todo aquello que experimentamos como lo que somos
personalmente, en realidad es sólo una proyección de otros estados de realidad,
los que se materializan temporalmente, relativamente y transicionalmente
–incluso evolutivamente—en este minúsculo lapso de realidad que llamamos
ingenuamente “la realidad”.
Por
donde quiera que observemos, encontraremos señales coherentes e iluminadoras
respecto de lo que acabamos de postular. Una de ellas se encuentra en el
comportamiento y estructura evidentes de nuestra propia mente. La mente es un
campo de fenómenos que ante el más somero análisis se demuestra como
indefinida, inestable, inconsistente, heterogénea y múltiple.
- LA CONDICIÓN PARADÓJICA DE LA MENTE
A
pesar de que reconocemos en nosotros diferentes estructuras mentales que nos
parecen estables y definidas, tales como la memoria, el carácter, la
individualidad o identidad del yo, las creencias, la razón, la moral, etc., y
que probablemente la que nos produce con mayor intensidad e influencia sobre
las demás esta impresión de permanencia y fijación de una estructura casi
inmodificable es la experiencia del yo
de nuestra conciencia despierta. Cada vez que despertamos nos encontramos con
nosotros mismos como los mismos de antes de dormirnos. Nos reconocemos además gracias
a la memoria como poseyendo el mismo cuerpo físico. ¿Qué nos acontecería si
cada vez que despertamos nos encontráramos con un cuerpo nuestro que no
coincide con el que recordamos que nos pertenece? Ciertamente se debilitaría
bastante la certeza de que somos los mismos. También existe el refuerzo social
y ambiental de que somos los mismos. Tendemos a establecer una relación de mismidad
con muchas cosas y situaciones de nuestro entorno. Tenemos cosas que son
nuestras y que en la medida que se comportan así –nos reconocen nuestras
mascotas, poseemos cédula de identidad y documentos que así lo establecen,
somos dueños de propiedades, automóviles, de relaciones de amigos o enemigos, de
pareja, familiares, etc.-- refuerzan nuestro sentido de mismidad a través del
tiempo.
No
proponemos que esto sea falso o una mera ilusión. Este lapso de realidad; este
aspecto de realidad es lo que aparece a la mente y a la conciencia, porque son
la mente y la conciencia quienes lo crean y lo sostienen mientras puedan y
quieran sostenerlo y crearlo, si bien también dependen de otros factores que
pueden influir en la capacidad de crearlo y sostenerlo, como por ejemplo la
condición sana y suficiente del organismo. Si el cuerpo físico muere, por
ejemplo, esa realidad particular se acaba: la mente y conciencia física ya no
pueden más crear ni sostener realidad bio-sico-física. Este plano de realidad en el que convergen
parcial, temporalmente y de diferentes maneras miles de millones de mentes y
conciencias humanas -- sostenidas por una estructura biológica y síquica con
algunos caracteres comunes y suficientes que permiten a través de diferentes
mecanismos de interacción entre los seres humanos, mayoritariamente físicos, el
amplificar y multiplicar la experiencia de realidad individual-- posee una
condición de realidad y estabilidad que trasciende la pura subjetividad humana
y que alienta el reconocimiento nuestro de que posee un estatus ontológico y de
sentido que todavía no hemos descubierto suficientemente como para sostenerlo
activa y fundacionalmente en nuestras conciencias y en nuestras diferentes
facultades mentales. No me cabe duda de que en términos evolutivos, y de
acuerdo a los demás aspectos constitutivos de este plano de realidad que hasta
aquí hemos descrito, podría decirse que este plano de realidad nos “está
esperando” para manifestar co-creadoramente un potencial de realidad
ilimitadamente superior al que hasta ahora desde nuestro condicionamiento de
realidad hemos actualizado.
Una
de las mayores deficiencias como especie en esta etapa evolutiva en que nos
hemos encontrado los últimos diez mil años consiste en la marcada incapacidad
de diferenciar entre lo verdadero y lo falso –pero esto verdadero y falso según
parámetros diferentes de conciencia, lógicos y ontológicos que los supuestos y
condicionantes hasta ahora en nuestros conceptos de verdad y falsedad--, entre
la creación eminentemente mental nuestra en esta co-creación, y por otra la condición
propositiva y sustancialmente propia de la realidad física, e incluso más allá,
en una dimensión aún más abarcante y potencial respecto de estos planos próximos
de realidad, y al que denominamos realidad
trascendental o espiritual. Un
ejemplo representativo de esto se encuentra en el desarrollo de una tecnología
práctica y altamente eficaz en la interacción co-creativa con la realidad
fundamentalmente física, y como contraparte, la ciencia como un constructo
interpretativo, subjetivo y ambicioso que busca establecer conocimientos
universales, necesarios, teóricos y representativos de un nivel de realidad que
actualmente escapa casi completamente a nuestras capacidades mentales y de
conciencia. La ciencia verdadera que manejamos es apenas la que permite el
desarrollo puntual de tecnología básica para nuestra propia supervivencia y
relación básica con nuestro medio ambiente físico y social, y la que nos
permite adicionalmente lograr algunos efectos parciales de control del plano
físico, pero que se parece en realidad a lo que un microbio podría describir y
manipular como la realidad dentro de la gota de agua en la que vive. Esta
incapacidad de diferenciar eficazmente entre lo verdadero y falso, y, por
tanto, el efecto de mezclar verdades con falsedades nos mantiene en un estado
de torpeza, ofuscación y, finalmente, de clausura respecto de experiencias
integradoras de verdad y de acceder a múltiples dimensiones de realidad. Aunque
queramos con las más honestas intenciones acceder a experiencias de
conocimiento y de realidad, si lo hacemos a partir de este estado de mente y de
conciencia ya descrito, nos será imposible, sea cual sea la estrategia,
capacidad, inteligencia, conocimiento, saber, práctica, creencia, técnica, etc.
que apliquemos. Es por ello que el progreso humano en todos los aspectos hasta
aquí alcanzados, individual y colectivamente, es no sólo muy básico, sino que
sobre todo ya está casi agotado en sus posibilidades de avance. Si no aceptamos
la necesidad de realizar el salto evolutivo que aquí se propone y bosqueja, la
humanidad colapsará y se extinguirá, como ya se anticipa en innumerables signos
y evidencias. “El que tenga oídos, que oiga. El que tenga ojos, que vea.”
Otro
grave problema que nos aqueja masivamente y nos impide el salto evolutivo,
consiste en nuestra adecuación natural, física, sicológica y social a
identificarnos y reducir nuestra identidad y el sentido de realidad con ciertos
elementos y estructuras de identidad y realidad demasiado básicos, incompletos
y obstaculizantes del cambio de naturaleza requerido.
Estos elementos y estructuras son tantos y
tan variados que en la práctica hacen muy difícil que la humanidad actual pueda
masivamente reconocer la finísima y densísima trama de la red que la mantiene
esclava. Como expresamos más arriba, nuestra sola dependencia de nuestras
estructuras perceptivas sensoriales posee una amplitud, profundidad y variedad
en nuestra estructuración de conciencia y de mente, y, en consecuencia, en nuestra
representación de realidad, que ella sola sería casi suficiente para impedirnos
un cambio de estructura de conciencia y de experiencia de realidad que
modifique sus condiciones naturales actuales. Superar la modalidad en que nos
limitan los sentidos no significa que los sentidos no nos permitan continuar
progresivamente evolucionando o desarrollando una captación de ámbitos nuevos
de realidad. Los sentidos poseen aún un potencial de desarrollo ilimitado, en
la medida que sea la mente-conciencia la que prolongue su estatus “sensorial”
(extrasensorial) y sus capacidades específicas a la percepción y mente en
conjunto. Un ejemplo de ello se hace evidente en los fenómenos intuitivos que
algunos individuos más desarrollados provocan con esta facultad síquica,
asociados a la observación clarividente o a la visión del aura astral en otras
personas. La vista, como función natural y sico-biológica, se enriquece con la
incorporación de la vista extrasensorial, en tanto la conciencia trascendental
irrumpe en esta área perceptiva específica. Se produce lo que ya hemos llamado
la duplicación o la réplica de la percepción (conciencia), fenómeno que
sintetiza varias dimensiones de realidad en un solo estado de conciencia. Algo
similar ocurre con algunos artistas plásticos que en sus obras producen
visiones plásticas trascendentales junto con representaciones estrictamente
sensoriales –por ejemplo algunas visiones de Goya, o los pintores surrealistas
y cubistas--; o bien con personas clarividentes que pueden conversar con los
espíritus de los muertos y verlos; o ciertos estados similares al trance o al
delirio; o la irrupción sensorial de estados oníricos cuando uno se despierta y
se produce la duplicación de estados de conciencia. La gente común piensa que
estas capacidades son inciertas y dudosas, porque o no todo el mundo las
manifiesta, o con frecuencia llevan a errores cognitivos o distorsiones del
carácter y la personalidad, u otras consecuencias poco constructivas de la
realidad natural y síquica. Sin embargo, el problema se encuentra no en las
habilidades mismas o en la desarticulación o desorganización de ellas, ya que
generalmente se manifiestan casualmente y sin que las personas las puedan
controlar a voluntad, sino en que las personas no se encuentran suficientemente
evolucionadas para integrarlas consistentemente en su propio nivel de
conciencia y en su particular estado de mente. La especie humana aún no está
acondicionada para sustentar y ajustar una mutación trascendental de la
conciencia-mente en su sustrato bio-sico-físico
natural. Por ahora se manifiesta como un fenómeno anticipatorio,
potencial y estimulador-acondicionador de próximos eventos de convergencia
evolutiva.
Hemos alcanzado la encrucijada de los
tiempos de esta especie. Así les ocurrió también en otra época a nuestros
antepasados directos simios. Debieron evolucionar o morir. Ellos se
extinguieron, nosotros vivimos. Ahora podemos comprender cómo actúa la
Naturaleza, el espíritu que la mueve, porque observamos más que nunca nuestra
contumacia, nuestro rechazo sistemático y fortalecido a la posibilidad de un
cambio en nuestra forma de existir, en nuestra forma de ser, en nuestro
conocimiento, en nuestro interior, en nuestra
realidad, y que defenderá la mayoría a costa de nuestra propia extinción.
Sin embargo, la dialéctica connatural de la misma Naturaleza compensa todo
impulso, toda fuerza con una fuerza equivalente opositora y, por lo mismo, más
que nunca antes se nos aproxima para ejercer su impulso salvador, transmutador,
convergente de innumerables oportunidades y condiciones favorables para el
salto evolutivo de la mayor cantidad de individuos humanos.
La conciencia humana y su mente necesitan
de una manera o de otra morir, transformarse
tan radicalmente y tan autonegadoramente, que se realizará o bien como una
destrucción general e indiscriminada, o, por el otro extremo, con una
destrucción específica y focalizada sólo en aquellos caracteres que bloquean la
trascendental mutación.
13. EL MAYOR PROBLEMA DE LA MEMORIA
HUMANA
Los seres humanos nos realizamos
naturalmente en tres dimensiones temporales de realidad simultáneamente:
pasado, presente y futuro –aunque actualmente creemos que ocurren en secuencia
lineal--. Las tres son independientes e interdependientes al mismo tiempo. El
pasado se vincula con nuestra conciencia a través de la memoria. Si no
poseyésemos la facultad mental de la memoria, para nosotros –en la dimensión
físico-natural-- no existiría el pasado. Conocer el pasado nos permite
comprender cómo se sostiene y justifica el presente; nos permite conocer el
sentido de la evolución (individual y universal) en el tiempo; nos permite
comprender la coherencia interdimensional del futuro. Cuando trascendamos
evolutivamente conoceremos otras potencialidades del pasado y del tiempo en
general.
En términos de vida personal y cotidiana,
si no poseyésemos memoria estaríamos reducidos a un presente sin explicación,
sólo proyectable hacia un futuro eventual. Sin embargo, en mayor o menor medida
todos experimentamos esta limitación y amputación de realidad. La memoria no recuerda todo lo vivido, hasta en sus
menores detalles, segundo tras segundo y sin distorsión. Inevitablemente
olvidamos, y si olvidamos, desaparece ese pasado. ¿Pero desaparece realmente el
pasado cuando lo olvidamos? Definitivamente los efectos de lo experimentado,
aunque haya ocurrido hace cientos y miles de millones años atrás, afecta
decisivamente el presente. Nada de lo que ocurre, ocurre independientemente de
cada millonésima de segundo que ya ha acontecido desde los inicios mismos de la
creación. Sin embargo, es un error o una mala explicación sostener que lo que
ha devenido pasado ha sido la causa del presente. Lo mismo que es un error
sostener que el presente causa el futuro. Existimos en medio de tantas realidades
multi-integradas que no se pueden establecer relaciones simples unidireccionales
como causa-efecto. Las realidades espacio-temporales o nuestra dimensión
espacio-tiempo natural poseen una relación de interacción, complejidad y
diversidad que actualmente es inimaginable para nuestra especie humana.
Nuestras facultades cognitivas seccionan y amputan las realidades de acuerdo a
lo que nuestras reducidas capacidades pueden experimentar, y a este recorte
disforme que producimos lo experimentamos como “la realidad”. No es que sea falso,
simplemente es incompleto; tan incompleto que incluso algunos sabios
ancestrales lo han llamado “ilusión” (maya).
Nuestro desafío futuro es reintegrar todas las infinitas formas y coincidencias
de realidad. Este curso evolutivo comenzó hace mucho tiempo para la especie
humana; ahora sólo llegó la hora de sintetizar este proceso con mayor velocidad
y eficacia.
Decíamos que nuestra memoria
bio-sico-física es muy débil, incompleta, frágil y efímera. Eso de que
afortunadamente olvidamos lo que nos hace sufrir tanto, o nuestras culpas, o
nuestros malos sentimientos, como el odio, el resentimiento, la condena, el
enojo, etc., en realidad es un pobre consuelo para una mente y conciencia que
en vez de destruir la realidad para superarla –como hace la mayoría de los
seres humanos-- debiera integrarla, asimilarla constructivamente y avanzar
junto con ella, recordándolo todo, no
separado de ella. Por otra parte, eso de olvidar para borrar es un error
profundo, pues, como ya se mencionó, nada que existe en el presente se puede
borrar en el pasado: nada que existe en el pasado se puede borrar del presente.
Y eso se debe a que hay una memoria que trasciende la mente natural y se
inserta en la existencia misma como estado de memoria universal, o dimensión
pasado-absoluto. Nuestra memoria biológica es una facultad y extensión
incompleta e inicial de esa condición mnémica de las realidades a través de lo
que nosotros llamamos temporalidad pasada.
El Universo—digámoslo simplificadamente—posee memoria y recuerdo –el olvido
dentro de él es sólo una modificación funcional de la misma memoria; es una
forma paradojal más de memoria--, por eso nosotros también desarrollamos este
sentido conectivo (memoria) con ese aspecto de la realidad, y en cambio, no
hemos desarrollado la relación adecuada con el olvido como manifestación de
nuestra condición y capacidad creadora.
El Universo también olvida realidades
para no reproducir simplemente las mismas realidades que, por otra parte, no
puede dejar de recordar. Esta
paradoja es incomprensible actualmente para la mente natural del ser humano.
Los seres humanos no sólo no debiéramos
olvidar nada, sino sobre todo debiéramos recordarlo todo integrativamente. No sólo no debiéramos olvidar donde dejamos las
llaves de la casa, o quienes son nuestros padres, o que todos somos seres de
una misma especie, o que siempre hay un mañana. No debiéramos olvidar, tampoco,
qué pasó con nosotros antes de nacer a esta vida, o cuál es el origen del
universo, o qué hace nuestra conciencia cuando no soñamos. Recordar esto no
sólo es posible, sino necesario.
Uno de los olvidos más relevantes y limitantes
para nuestra evolución, que se relaciona directamente con nuestro estado de
conciencia y con las condiciones de vida física y mental en este cuerpo natural
en el que nos encontramos cada uno, es el olvido de nuestras vidas pasadas. Al
olvidar nuestras vidas pasadas debido a la pérdida de memoria biológica cuando
mueren nuestros cuerpos físicos, y, por otra parte, al reencarnar en otro
cuerpo biológico que a su vez blanquea y bloquea la memoria de la
conciencia-mente que conserva en su archivo trascendental el recuerdo de los
hechos que se configuran en nosotros como carácter
y se conservan de una vida a otra condicionando los comportamientos y la
estructura de conciencia, personalidad y carácter de la mente actual. A esto se
le llama tradicionalmente karma. El karma es una memoria activa y dinámica de
las vidas pasadas que actúa directamente desde el inconciente, y más
precisamente desde los niveles de conciencia más profundos e inconcientes, que
se conectan con nuestra conciencia trascendental y representan parte importante
de nuestro yo permanente. Es absolutamente natural y necesario en este plano de
existencia físico que cada uno se identifique con sus karmas. Sin embargo los karmas deben ser superados sólo en cuanto
son determinaciones de la conciencia que no han sido integrados armónicamente
ni a la conciencia y mente actual, ni han sido procesados por un procesador de
conciencia superior, como el de los iluminados, de los trascendidos o el de los
super-humanos del futuro.
El karma
personal se manifiesta en un conjunto de rasgos que implican un cierto grado o
nivel de conciencia con el que llegamos a este mundo. Nuestras cualidades y
deficiencias, nuestras características de comportamiento en conciencia y sus
caracteres de personalidad, como por ejemplo el comportamiento emocional
asociado a las vivencias específicas que hayamos experimentado en esas vidas,
van a actuar desde diferentes niveles de nuestro inconciente y se van a asociar
más o menos activa y directamente a nuestra conciencia despierta y a nuestras
estructuras y esquemas mentales actuales, provocando reacciones y
comportamientos sico-biológicos y sociales particulares y exclusivos para cada
individuo. En otras palabras, no existen patrones generales de cómo el karma se configura en la conciencia y
mente de cada persona. Normalmente las personas no pueden acceder ni recuperar
con sus propias capacidades la memoria karmática, pero sí con la guía de un maestro
o un simple terapeuta. Brian Weiss ha sido contemporáneamente uno de los
grandes impulsores sociales de la recuperación de estas memorias, gracias a sus
experiencias y método hipnótico de regresión a vidas pasadas.
Más aun, la actualización de la memoria
karmática es un proceso casi tan natural para todo ser humano, que cualquiera
que practique hipnosis o meditación profunda puede avanzar en su recuperación.
La razón de ello es que su presencia encubierta, pero siempre altamente activa,
incluso en el plano mental y de conciencia natural de cualquier persona
demuestra que su rastro es fácilmente reconocible y continuo hacia los
diferentes niveles funcionales de la mente e incluso hasta los niveles, todavía
en esta dimensión natural, más próximos de la conciencia-mente-memoria
trascendental.
Hemos dicho ya que este es un tema de
enorme importancia en la vida de todas las personas. Uno podría plantearse
razonablemente el por qué éste ha sido un conocimiento que se le ha ocultado en
propiedad y conciencia natural a la humanidad durante tanto tiempo,
impidiéndole un rápido y extraordinario desarrollo. La respuesta es compleja y
responde a una lógica e intencionalidad del espíritu trascendental que no es
posible comprender ni reconocer adecuadamente en este estadio evolutivo
nuestro. Trataremos de comunicar cuanto intuimos y nos parece probable.
Primero, debemos reconocer que en términos
evolutivos naturales no ha sido hasta ahora un factor decisivo ni significativo
para una mejor adaptación al medio físico, toda vez que su acción determinante
sobre la conciencia y su función integradora de conciencia y realidad
manifiestan una funcionalidad proyectiva evolutiva hacia otras dimensiones de
realidad (espirituales, metafísicas y trascendentes), cuya oportunidad de
actualización no ha concordado hasta ahora con la sincronía necesaria respecto
de la evolución progresiva natural.
Por otra parte, su acción desde el
inconciente y su proyección hacia la vida conciente despierta, aunque
imperfecta o, mejor aún, gracias a que ha sido imperfecta, ha permitido una
interacción suficiente y dialéctico-dinámica con el entorno natural y síquico
humano. Es evidente, como hemos expresado más arriba, que la evolución natural
de las especies se constituye a partir de un patrón universal de oposiciones
dialécticas. Heráclito afirmaba: “La Guerra es el padre y rey de todas las
cosas”[10]. La
naturaleza evoluciona siguiendo patrones naturales de oposición y conflicto.
Calor-frío, vida-muerte, hambre-saciedad, día-noche, acción-reposo,
enfermedad-salud, etc. Otro nombre que pudiera representar este mismo patrón
que el gran iluminado Heráclito reconoció hace dos mil seicientos años, es el
de Sufrimiento. La Guerra dialéctica produce sufrimiento –en términos
emocionales--, o estado estructural de tensión –en términos físicos--; y el
sufrimiento produce necesidad de superación del estado de sufrimiento
(adaptación al desafío-guerra del medio), lo cual reconocemos como “evolución
natural”. Los sufrimientos, por tanto, que no han sido asimilados
evolutivamente en vidas pasadas, así como los logros positivos de carácter, al
no ser recordados concientemente, pero actuando en una relación de tensión
inconciente-conciente, generan un estado también de tensión en la estructura
síquica de conjunto, lo mismo que en la relación incompleta y contradictoria de
los diferentes niveles de conciencia. A través de esta estructura básica la
Naturaleza ha promovido la evolución de las especies en este planeta. Si el
humano hubiese tomado conocimiento masivamente de esta realidad y verdad, su
progresión evolutiva hubiese dejado de
ser dialéctica, y se habría visto forzado a una integración trascendental, que
no estaba en condiciones sistémicas ni evolutivas de realizar nunca antes como
ahora. De hecho, las culturas orientales en general integraron esta doctrina de
la reencarnación en su acervo cultural ya hace miles de años, sin embargo,
precisamente debido a la insuficiente adecuación y oportunidad evolutiva, no
logró un despertar y desarrollo generalizado de las conciencias en aquellas
culturas, aunque de alguna manera las acondicionó mejor al tránsito evolutivo
espiritual que se lleva a cabo en estos tiempos. De Oriente ha llegado a
Occidente esta doctrina, ganando velozmente adeptos sobre todo en este último
siglo, los que intuyen o comprenden la trascendencia y realidad de la misma.
Hasta ahora para la especie humana aceptar
o no concientemente la existencia de la reencarnación ha tenido la misma
irrelevancia para los fines de la evolución que aceptar o no concientemente la
existencia de Dios o de un Ser trascendental. La reencarnación y Dios actúan y
obtienen sus fines por igual con los que creen como con los que no creen.
Primero, creer o no creer en la reencarnación y el karma, así como en Dios, no cambia la conciencia profunda de la
persona. Puede ser decisivo creer o no si uno se enfrenta a la posibilidad de
que alguien te quiera hacer daño; puede ser decisivo creer o no que tu pareja
te está engañando. En nuestro estadio evolutivo actual, el desarrollo que el
Ser trascendental ha esperado del ser humano lo ha obtenido independientemente
de la conciencia humana de que Él es el Ser trascendental de la realidad. Los
cambios evolutivos profundos en nuestra naturaleza se producen desde intensas activaciones
de conciencia, y eso en general el ser humano lo ha activado a través de la
experiencia del sufrimiento. En
segundo lugar, a través de la activación de conciencia sostenida e intensa por
medio de las emociones superiores.[11]
De hecho, si se observa la historia
natural y la historia humana moderna, se reconocerá que primero Dios quiso
sensibilizar al ser humano simplemente a la proximidad, continuidad y
finalmente unidad con nuestro plano físico, de un plano espiritual, de un nivel
de la realidad que se ha experimentado más con la intuición que con otras facultades mentales más humanas y
concretas. Es por ello que la Trascendencia
se ha demostrado incompleta y por partes a través de tantas y tan variadas
creencias religiosas. Darnos a conocer la Trascendencia
Universal unificadamente no ha estado hasta ahora en los propósitos
histórico-naturales hacia la humanidad—pero SÍ EN LOS PLANES PRÓXIMOS--. “Amar
a Dios por sobre todas las cosas” es tan importante y decisivo para nosotros
como las más lejanas estrellas del Universo son importantes y decisivas para cumplir
con nuestra responsabilidad en esta vida y planeta. La acción amorosa y
espiritual eficaz del Ser trascendente no necesita para sí ni nuestro amor, ni
nuestro reconocimiento, ni alabanza, ni oración, ni ninguna de esas prácticas
religiosas que han llegado a obsesionar a millones de buenas almas y personas,
pero que han debilitado el responsabilizarse del mejoramiento de las
condiciones de vida de la humanidad en este plano físico y natural, así como
también de la autosuperación
evolutiva auténtica, profunda e integral. Esa actitud desmedidamente
apasionada, obsesiva e hipertrofiada de la religiosidad humana ante la
sublimidad de la Trascendencia es probablemente una de las respuestas nuestras
que más han querido evitar los Maestros del espíritu humano. Esa respuesta
nuestra a la espiritualidad que ha terminado por crear y eternizar mentiras
institucionalizadas llamadas religiones, filosofías, iglesias, verdades,
movimientos, guerras santas, genocidios, fanatismos, autoengaño, discriminación,
hipocresía, alucinaciones, sicopatías, delirios, justificaciones supremas para
todos los crímenes posibles y para la máxima inmoralidad humana. Entregarles la
espiritualidad a los seres humanos
antes de tiempo ha sido lo mismo que entregarles el manejo de la bomba atómica
a monos… Un riesgo necesario para la evolución. Sin embargo, ya lo hemos dicho,
este saber ha sido igualmente facilitado, revelado, infiltrado en las medidas y
formas adecuadas, sin mostrar demasiado, ni demasiado poco.
Esa misma lógica se ha seguido con la
revelación de la reencarnación y la memoria karmática. Este conocimiento y
experiencia integradora nos llevaría a otros planos evolutivos e inmensamente
superiores a los que experimentamos y conocemos actualmente. Nuestra
responsabilidad, nuestro propósito y finalidad en esta era evolutiva ni
siquiera se ha cumplido satisfactoriamente, los cuales han consistido ante todo
en alcanzar un buen grado de adaptación a las condiciones naturales físicas,
tomar el control unificador y amoroso desde nuestras capacidades superiores, de
nosotros mismos, de nuestras relaciones y responsabilidades sociales y
colectivas, y alcanzar un nivel armónico y espiritual con nuestro entorno
natural planetario.
Por ello mismo, por ahora es suficiente
que comencemos a integrar, en niveles más profundos de conciencia y
actualización eficaz en nuestro
desenvolvimiento natural, la verdad simplificada de la reencarnación y del karma. Uno de los grandes beneficios de
introducir el conocimiento conciente del karma
en nuestra vida personal y cotidiana se encuentra en el hecho de que modifica
esa visión fatalista, desmotivadora, empequeñecedora, insuficiente, falseadora,
autorizada, de que nuestro carácter y nuestra personalidad, de que nuestra
manera de ser, de sentir, de pensar son dificilísimo o imposible de cambiar.
Hasta ahora el karma –en su función evolutiva-- ha actuado eficientemente tomando
el control parcial de nuestra conciencia a través de la misma conciencia, de las
emociones y de estructuras de carácter y personalidad; finalmente, a partir de
ellas, de la mente en conjunto. Sin embargo este control incompleto y
marcadamente desafiante del karma
sobre la conciencia y sobre la mente provoca grandes inconsistencias, fuertes
trastornos entre las motivaciones de la vida conciente y los impulsos y
motivaciones del inconciente karmático.
El karma
está al servicio principalmente de la evolución de la conciencia superior del
ser humano. El karma permite que las
acciones y contenidos significativos de la conciencia vital se conserven de una
vida a otra; es decir que el sentido y experiencia de una vida no se interrumpa
en lo esencial con la muerte del cuerpo físico y de la mente natural. Es
evidente que la muerte del cuerpo y de la mente representa un estadio primitivo
de la evolución natural, y que será superada cuando se asuma en plenitud el
potencial del espíritu, de la conciencia y de la mente asociada. Por ahora el
entorpecimiento que causa la muerte y reencarnación en otro cuerpo y mente
extraños, y además injertados en un contexto síquico, corporal, vital,
circunstancial, histórico y social diferentes. Es evidente, pues, que se
produzcan graves inadecuaciones entre la memoria karmática de una vida pasada y
los factores circunstanciales de una nueva vida, pero también más
representativos de la identificación de
las personas en general. Es cierto que aunque el karma marque y reproduzca sólo valores y contenidos generales de la
conciencia y experiencia de la o las vidas anteriores, perdiéndose buena parte
de los factores más secundarios y específicos de la vida anterior, tales como
sexo, nacionalidad, cultura, ideología, valores, tipos específicos de apego,
gustos personales, relaciones afectivas, parentesco, saberes y conocimientos,
etc., las marcas karmáticas son tan potentes y centrales en la identidad de la
conciencia profunda que acaban tendiendo a reproducir incluso las mismas o
semejantes circunstancias que acompañaron la vida anterior -- e incluso a
vincularse con ciertas mismas almas --, y que le sirvieron en ella de apoyo,
prolongación y realización a las experiencias significativas de conciencia. La
sola incorporación de esta teoría a la Sicología actual provocaría un cambio
completo de la Sicología misma, en tanto se debería entender la mente y el
comportamiento humano de una manera
completamente diferente de lo que ha interpretado hasta ahora la Sicología y
todas las ciencias asociadas.
A pesar de que un número de cincuenta o cien
reencarnaciones de un alma en diferentes vidas pueda parecer un alto número,
desde el punto de vista evolutivo y de la modalidad de lenta progresión
evolutiva en este plano natural, no es realmente tal. Sin embargo, más
relevante es el hecho de que actualmente ya existe un importante número de almas encarnadas que han vivido a través de
esta última era de doce mil años y han cumplido su proceso evolutivo, de tal
manera que ya están esperando y de alguna manera suficientemente aptas para
provocar y sostener el gran salto evolutivo que, entre otras transformaciones,
implicará una nueva relación con la historia del alma y con la relación entre
vidas pasadas y prolongación continua en vidas futuras. Un alto número de seres
humanos se han vuelto suficientemente concientes de que sus almas poseen una
profundidad y contenido vital que ya no se explica sólo desde las experiencias
de esta vida o desde los determinantes genéticos. Más aún, se han vuelto
demasiado concientes de que hay en su naturaleza una necesidad de
autotrascendencia que ningún saber científico
e incluso tradicionalmente espiritual satisface por completo. El alma
humana espera e intuye desde su inconciente Algo
más, mucho más que todo lo experimentado y conocido hasta ahora.
14. LA DISFUNCIONALIDAD ACTUAL DE LA
MEMORIA KÁRMICA
Los seres humanos, en la medida que no han
sido concientes durante miles de años de que poseen una memoria kármica, han
sido condicionados por ella más de lo que debieran y de maneras que idealmente
no debieran haber ocurrido. Las personas han creído que no tiene explicación
racional una parte importante de sus comportamientos síquicos y sociales, y cuando
han intentado darles una explicación más o menos coherente lo han atribuido a
su carácter, a un demonio, al azar, a los genes, a Dios, a decisión personal,
al inconciente, a la infancia, a los padres, al entorno socio-cultural, a la
brujería, a una enfermedad mental, etc., cuando en realidad han sido rasgos o
estructuras vivenciales que se han actualizado en su vida presente por memorias
activas de sus vidas pasadas. Es comprensible que, dado el pobre y desadaptado nivel
evolutivo de la conciencia individual y colectiva que ha demostrado siempre el homo sapiens, la inmensa mayoría de
nuestra memoria kármica guarde vivencias y contenidos de conciencia negativos y
disfuncionales, porque en general la vida de los humanos ha estado y está
fuerte y mayoritariamente marcada por lo negativo y disfuncional.
La memoria kármica tiende a hacerse
evidente a la atención de la misma persona o de un observador externo, cuando
ciertas características, rasgos o comportamientos de una persona no se
justifican razonablemente por ningún antecedente conocido, y porque muchas
veces se demuestran marcadamente irracionales o disfuncionales respecto del
estatus síquico y social de la persona. Las personas pueden llegar a sufrir
condiciones de gran alteración por actualización kármica. Actualmente éste es
probablemente el motivo de mayor incidencia en la disfuncionalidad síquica y
social de los seres humanos. Debemos reconocer que no es fácil diferenciar qué
es producto del karma y qué de las
condiciones presentes o biográficas, pues existe una extraordinaria sincronía
entre el karma y las circunstancias
aparentemente casuales o explicables por una razón causal conocida de la vida
presente. Además la identificación entre rasgos karmáticos y rasgos síquicos
actuales es tan estrecha y profunda a nivel inconciente que se entrelazan
causalmente en los estados de la conciencia y de la mente actual, haciéndose
prácticamente imposible diferenciarlos o simplemente considerarlos por
separado.
Éste es precisamente uno de los problemas
graves que está llevando a la especie humana a una crisis individual y
colectiva. Por una parte, el karma negativo se hace más y más manifiesto, en la
medida que la forma de vida del humano actual potencia sus tendencias y
condiciones negativas. Por otra, el karma negativo también se acumula vida tras
vida si no es debidamente resuelto, por lo que la intensidad karmática es más
potente en seres humanos con más reencarnaciones que con menos. Y finalmente,
porque la humanidad entera se ha sensibilizado inconciente y progresivamente a
ciertos desarrollos de conciencia individual y colectiva, que son propios del
proceso evolutivo dialéctico natural, del que ya hemos hecho mención. Es decir,
a pesar de que las condiciones de la determinación kármica negativa se han
intensificado actualmente y continuarán haciéndolo en los próximos años,
también se ha ido produciendo una reacción general y masiva, evolutiva y superior,
a través de formas de conciencia social y voluntarias, así como de formas de
conciencia profunda, que denominamos genérica e imprecisamente inconcientes. Este es precisamente el
mecanismo reactivo –dialéctico—con que la evolución natural de las especies
promueve la reacción co-creativa y adaptativa “de los mejores” a los desafíos
que la misma naturaleza o el estado de realidad impone a los individuos.
Más y más personas se han sensibilizado no
sólo en cuanto al tema específico del karma,
de la reencarnación y las vidas pasadas. Precisamente porque se trata de una
transformación profunda- aunque todavía precaria, vaga, inconsistente,
contradictoria, disfuncional—es que el campo de acción y de influencia de esta
sensibilización y manifestación evolutiva son tan amplios, con tan múltiples
proyecciones y expresiones en las más variadas formas de vida, en ámbitos
múltiples y disímiles de lo sicológico, social y cultural. Estas
manifestaciones se pueden categorizar en forma genérica y gruesa como búsquedas
multiformes de respuestas y vivencias integrales y espirituales o
seudo-espirituales, religiosas, mágicas, místicas, esotéricas, etc., con una
fuerte tendencia a la insatisfacción por las formas, doctrinas y prácticas
tradicionales. La desconfianza por los saberes autorizados y tradicionales
–incluso por el conocimiento científico, la experiencia de los sentidos y la
razón--. Una tendencia cada vez mayor a sentirse atraído y validar lo
fantástico, lo extraordinario, lo imposible como posible, lo alternativo, incluso
en personas con un alto nivel educacional y cognitivo. La preocupación ética y
social, con un alto grado de conciencia colectiva mundial, por sobre las
visiones sesgadas, intolerantes, parciales y sectarias. La preocupación
creciente por el desarrollo personal, por la búsqueda de sí mismo, de identidad
y de armonización integral.
Sin embargo, lo más preocupante son
aquellas mayoritarias formas deformadas, indirectas y caóticas que asume la
fuerte presencia kármica en todos los seres humanos –incluso en aquellos que
han hecho de esta conciencia una búsqueda intencionada--, ya que sus efectos,
al no ser integralmente concientes y armónicamente procesados, no se asumen con
suficiente coherencia y con capacidad total de asimilación y finalmente
superación de los karmas negativos y,
por otra parte, no se logra la asimilación de los karmas positivos no debidamente integrados. En estas personas la
insatisfacción emocional y de conciencia profundas; la alteración insostenible
del equilibrio síquico; el malestar indeterminado o bien especificado en
asuntos, personas u objetos particulares; la insatisfacción y desequilibrio
síquico aun bajo las mejores formas de vida materiales y de adecuación al
entorno natural y social; la reactividad violenta o desmedida sin justificación
a eventos reales o imaginarios del entorno social o del nivel intrasíquico del
mismo individuo; la proyección sicosomática en enfermedades y malestares reales
o imaginarios; la incapacidad de insertarse o desenvolverse adecuadamente en el
ámbito social o en las relaciones interpersonales; y, en general, la tendencia a proyectar el conflicto de conciencia-inconciente
karmático de una forma destructiva, negativista o dañina, ya sea de sí mismo,
del medio social, de los demás y del medio natural.
Sólo esta última dimensión de la
ignorancia o incapacidad del ser humano actual de asimilar evolutivamente su
condicionamiento karmático hace inevitable y urgente un cambio profundo y real
de conciencia, y la adquisición de conocimiento suficiente y eficaz para
resolver los problemas asociados a este desconocimiento que demuestra la
humanidad, en relación a cómo y con qué gravedad afecta a los seres humanos el karma de vidas pasadas, y, en
definitiva, qué es necesario hacer para superar los karmas individuales; e incluso, en un futuro próximo, llegar a
transformar y superar evolutivamente el mecanismo natural mismo del karma en la especie.
15. ¿QUIÉNES NO SOMOS Y QUIÉNES
SOMOS?
Una respuesta rápida y general nos obliga
a decir que no somos lo que creemos que somos, y que somos lo que no sabemos
que somos. Una afirmación grave y preocupante si atendemos a que nos
consideramos la especie dominante y superior de este planeta; grave y
preocupante si atendemos a que creemos que hemos desarrollado un sistema de
conocimientos y una capacidad cognitiva de gran eficiencia para manipular
nuestro entorno natural y explicar su estructura y funcionamiento. Todavía más
grave y preocupante si creemos que hemos desarrollado una ciencia y un saber
específicos de la mente humana. Y más que todo es preocupante que creyendo
saber mucho, en realidad sabemos tan poco; y que lo poco que sabemos, en
realidad lo mejor es dejar de saberlo cuanto antes, pues representa sólo un
instante de una realidad tránsfuga e intrascendente.
Terrible y difícil de aceptar que todo lo
que nos representa, todo lo que reconocemos como más propio, todo lo que
experimentamos y procesamos de la realidad y de nosotros mismos, todo lo que
hacemos y hemos hecho, nosotros mismos por entero, somos una especie de ilusión
o engaño: somos algo que de saber un
poco más sobre “nosotros mismos” querríamos abandonar y superar al instante.
La evolución natural planetaria se apronta
a un evento inédito, extraordinario y sobrecogedor. El ser humano es su
protagonista. El ser humano es el actor principal y espectacular. Está
adviniendo en él y a través de él una segunda naturaleza –diferente de todo lo
antes existente y dado-- a este planeta y dimensión de realidad. No olvidemos
ni un instante que la dialéctica de la naturaleza primaria de este mundo nos
está llevando al mismo tiempo a la disyuntiva de destruir todo lo que se nos ha
concedido y todo lo que la misma naturaleza ha logrado, o bien asumir esta
primera naturaleza en toda su esencia evolutiva y asumir con ella, en nuestra
identidad común, el gran salto evolutivo e interdimensional.
Lo primero que debemos modificar y
abandonar para superar los efectos caóticos o dañinos del karma es la identificación y suposición incuestionada de que esto
que nos pasa o esto que somos, es realmente así; de que no podemos ser de otra
manera, y de que no hay medios para comprenderlo y experimentarlo de otra
manera. Esa impresión es altamente engañosa y dañina. Nuestros defectos,
nuestras debilidades, nuestros problemas, sean o no referidos al karma, pueden y deben ser modificados y
superados. Éste es un mandato del Espíritu supremo, y todo en la naturaleza, y
en todos los planos y dimensiones de realidad, empuja y se construye hacia
allá, con mayor o menor dificultad, pero inevitablemente.
Todos los obstáculos pueden y deben ser allanados. Siempre tras ellos y en
ellos –por más terribles y brutales que sean--
se encuentra impulsando el espíritu superior.
Nos identificamos con nuestros vicios, los
suponemos muy nuestros; nos identificamos con nuestros disgustos: no me gusta
la música clásica, o el jazz, o la música folclórica; nos identificamos con
nuestras emociones y sentimientos: como consecuencia de lo que acostumbro a
sentir, soy alegre o soy triste; soy depresivo o impaciente. Nos identificamos
con nuestros pensamientos e ideas: pienso que dios no existe y, por lo tanto,
soy ateo; creo en Dios, por lo tanto estoy salvado. Soy rubio y tengo ojos
azules, por lo tanto soy atractivo; soy moreno, musculoso y bailo bien, por lo
tanto soy sensual. Al final no somos más que un conjunto de categorías,
asignaciones, esquemas, hábitos, todos ellos como el logro o el resultado ¿de
qué? Para la mayoría de la gente eso ni se pregunta, o si se cuestiona, no se
avanza nada o casi nada, de manera que se quedan ahí donde están y con lo que
“son”. Las personas se encuentran atrapadas en lo malo que les pasa y en lo que
son, lo mismo que se quedan atrapadas en lo que sienten y experimentan como
“bueno”. Si todo lo que nos pasa fuese ante todo agradable y placentero, nunca
más volveríamos a desear nada más ni a cuestionar nuestro estado, por más
fingido que éste sea. Éste es el mayor peligro de los bienes materiales: su
posesión adormece la conciencia, la mente, y el espíritu se aleja hacia las profundidades
del ser. Es el mismo peligro que acecha al que hace del placer su forma de
vida. Es el mismo peligro del que, conciente o no, sólo o principalmente trata
de complacer a su ego.
Aceptar la reencarnación y que esta vida
es una especie de accidente de un continuo que atraviesa el tiempo sin ruptura
profunda ni esencial, pero sí lo bastante profunda y accidentada para que no
podamos asumir con plena conciencia quienes somos realmente: una historia de
conciencia y un flujo que no se detiene en las circunstancias mentales ni
humanas ni sociales ni ambientales que tanto nos impresionan y marcan también
en esta vida. Más que renunciar a lo que nos parece que somos en esta vida, lo
que debemos hacer es integrar una dimensión personal más profunda, más representativa
y permanente, cambiando el centro gravitacional de nuestra identidad, desde un
ahora o identidad indiferenciado y reducido, a un yo esencial que se conserva a
través de las vidas y las diferentes formas externas con que se inviste y rodea
en cada vida, pero las cuales, en la mayoría, no representan ni al yo inmortal,
ni a la conciencia-mente que nos acompaña en la profundidad de nuestro
inconciente –y que debiera estar completamente actualizada y unida a la
conciencia natural--. Nuestra misión personal en cada vida debiera ser ante
todo descubrir esa identidad esencial que nos marca vida tras vida; así como
reconocer y anular los karmas que nos
dañan y dificultan nuestra evolución en todos los niveles de realización
personal; y, finalmente, lograr la síntesis armónica de la conciencia e
identidad trascendentales con las condiciones particulares que nos corresponde
vivir en cada vida.
Esta labor no es nada fácil. De hecho,
hasta ahora no se ha propuesto ningún método, ninguna doctrina ni práctica –del
orden que sea—que permita realizar el proceso completo y preciso que acabamos
de describir. Los logros han sido hasta ahora siempre parciales e
insuficientes. Nuestra misión es aportar en esta línea y avance. Nuestra misión
es activar otras conciencias y mentes que amplíen el efecto evolutivo y constructivo
de esta particular propuesta inicial, a fin de alcanzar una masa crítica que
provoque cambios decisivos y progresivos conforme al plan global del Espíritu
para el ser humano en tránsito.
Si hubiese escrito hace cien o cincuenta
años atrás lo que aquí escribo y presento, tal vez hubiese llegado a fundar sin
querer una religión o una secta esotérica. Tal vez hubiese pasado absolutamente
inadvertido e ignorado. Tal vez hubiese logrado alguna sonrisa complaciente y
un golpecito en la espalda de más de alguien, pero nada más. Ahora, hoy, sólo
el Espíritu y a quien Él quiera revelárselo puede anticipar si es la hora y la
oportunidad de sembrar, o quizás ya de comenzar a cosechar…
16. LA CONDICIÓN SOCIAL DE LA CONCIENCIA
Y DE LA MENTE
Nuestra experiencia espontánea y natural
de ser un yo, separado de los otros yo, precisamente por la condición de
autonomía de la mente y del autoreconocimiento como tal, además de la
confirmación de poseer un cuerpo biológico con similares características han
promovido ciertamente el individualismo del ser humano contemporáneo. Lo
extraño es que la historia del homo
sapiens ha mostrado una tendencia adaptativa al medio natural, lo mismo que
social, con prevalencia del sentido de colectividad, de grupo, antes que de
individuo. Esto podría explicarse por la evidente necesidad de sobrevivencia y
adaptación al medio que ha llevado a los animales en general a asociarse
colectivamente como una manera de proteger al individuo a través del compartir
recursos más eficientemente. En cambio para el humano contemporáneo, a pesar de
depender más que nunca en la historia de los beneficios de vivir en comunidad,
la comunidad misma, al adquirir magnitudes descomunales, ha devuelto al individuo
el sentimiento de que el individuo particular no es determinante para la
sociedad. Las ciudades poseen tal cantidad de personas que cada una, por
separado, se sabe irrelevante e incapaz de influir en la colectividad como tal.
Paradojalmente el individuo actual se
siente solo, en conciencia solo, a pesar de estar rodeado de tantos miles y
millones de personas como él. La sociedad como tal no lo reconoce en su
identidad personal. Apenas le asigna un número de identificación único; cada
persona no es más que un número para la sociedad, aunque las sociedades
democráticas traten de convencer al ciudadano de que tiene voz y voto, y, por
tanto, influye en las discusiones y en las decisiones políticas de su
comunidad. Lo que influye en las decisiones políticas no es lo que piensa cada
votante, sino simplemente cuánto puede influir un voto en la suma total de los
mismos.
Las sociedades actuales necesitan al
individuo como un ente impersonal productivo con el único fin de conservar el
funcionamiento del sistema social. El individuo vive actualmente su vida para
sí, y para un grupo de familiares, amigos y, con suerte, para algunos vecinos,
en la medida que cumple con este único requerimiento que le impone la sociedad.
Las sociedades tradicionales y antiguas, en cambio, reconocían a sus
integrantes por sus nombres, por sus familias, por sus características
personales, por su actividad, por sus actos públicos, etc. El individuo
contemporáneo socialmente es un anónimo, un desconocido, y por lo tanto
tendemos a experimentarnos y relacionarnos así unos con otros. Es decir, la
sociedad y la comunidad exigen la colaboración del individuo, pero el mismo
tiempo el anonimato. No se puede responsabilizar, pues, sólo a cada individuo
por responder individualista y egóticamente a su comunidad. La sociedad global
actual está muy lejos de promover que los individuos se ayuden entre sí, que se
conozcan y se den a conocer, como lo hacen los animales o lo hizo el humano
tradicional.
La sociedad actual moldea a sus individuos
más de lo que ellos moldean a la sociedad. La sociedad contemporánea
globalizada es una comunidad caótica, desorientada, pero también abierta y
libre. El individuo puede navegar en toda la complejidad y variedad de ella.
Cuando se navega así no es difícil zozobrar; pero también se pueden descubrir
lugares inimaginados, y, por tanto, se pueden desarmar con mayor facilidad las
estructuras reducidas y hasta inconcientes de realidad, que a su vez generaban
las comunidades cerradas tradicionales.
Existe un paralelismo natural entre la
mente individual y la estructura, funcionamiento y sentido de la sociedad en la
que se desenvuelve esa mente individual. Es comprensible que los individuos
adecúen su mente a través de aprendizajes voluntarios e involuntarios a modelos
socio-culturales que les faciliten o les propongan esquemas socialmente
validados, que tenderá a reproducir en beneficio propio, o a predisponerse
mentalmente a reproducirlos y satisfacerlos en busca de reconocimiento,
aceptación y eficacia dentro de la comunidad. Los individuos alemanes de la
sociedad nazi han sido una prueba dramática y paradigmática de ello. Recordemos,
sin embargo, que cada persona trae a la vida una carga karmática que lo
determinará a responder de una manera particular y única frente al paradigma
social común. El resultado de la ecuación karma-sociedad
no puede, por tanto, ajustarse a reglas universales ni predecibles
científicamente. Cada individuo desarrollará una relación particular y propia
con la sociedad y sus condicionamientos y modelo. Cuando las sociedades se
despreocupan de esta realidad que experimentan sus individuos no pueden
siquiera ser consideradas desarrolladas o evolucionadas. Los individuos quedan
expuestos a un grado de desorientación y desajuste personal, intrasíquico y social,
de proporciones peligrosas tanto para la sociedad como para la persona
individual misma y sus cercanos.
Hemos expresado más atrás que los
individuos llegan a este plano físico-material a través de la encarnación en un
cuerpo denso o sico-biológico y que, dada su pérdida significativa de memoria
kármica, y dado que el nuevo cuerpo posee un cerebro y mente semicondicionado
sólo por factores genéticos, de manera que la mayor parte de los requerimientos
del entorno físico, así como los suyos intrasíquicos –de reír, de cariño, de
placer, de autoconsistencia, etc.--, exigirán la rápida y azarosa tarea de
formar una mente –de niño-- estructurada, funcional y eficaz respecto de esos
requerimientos, pero que un yo y una conciencia desorientadas, ignorantes, con tendencias
karmáticas inconcientes pulsando por manifestarse en esa mente nueva y
asistemática, dificultarán generalmente de mala manera, o al menos
imperfectamente, todos y cada uno de esos procesos particulares, lo mismo que
la eficacia de su desenvolvimiento en el medio natural y social, así como en el
suyo intrasíquico propio.
Es lamentable que precisamente en la
infancia y bajo esas condiciones -- pues ninguna sociedad se hace cargo de esta
dimensión del niño, ni del adulto, o de la persona en general-- se fijen las
estructuras síquicas y los parámetros de conciencia que generalmente condicionarán
e identificarán al individuo por el resto de su vida. Si el proceso formativo
inicial y estructurante del funcionamiento mental y de la modalidad de
conciencia es tan precario e imperfecto y azaroso en el niño, se entiende que
la mente del adulto común presente similares características. ¿De quién es la
responsabilidad de que esto se dé así y acabe así? Son muchos los involucrados:
la persona misma, los padres, la sociedad, los amigos, la Naturaleza, dios,
etc.
Sin embargo, más allá de que la sociedad
en la que se desarrolla normalmente un individuo influya en alguna medida en su
formación mental, en el desarrollo de su conciencia e identidad y en su
comportamiento en general, existe una dimensión social más profunda que subyace
en el área potencial evolutiva de la conciencia de la especie y del individuo
mismo. Ello tiene que ver con un nivel que todavía con cierta imprecisión
reconoció Carl Jung como inconciente
colectivo.
Existe en las profundidades “inconcientes”
de la conciencia un nivel o dimensión que actúa todavía débilmente sobre la conciencia
y la mente de vigilia humanas, y en la cual la condición separada e individuada
se modifica y solapa en una suerte de conciencia y yo colectivo de especie. En
nuestro estadio evolutivo actual carecemos de posibilidades de experimentarlo
definidamente y por lo mismo no es posible expresar ni describirlo
adecuadamente, por lo que expondré aquí sólo lo que permite explicar mejor
nuestro comportamiento actual y próximo.
Este inconciente colectivo, que ya existe
en muchas especies animales, guarda relación con una macro-dimensión de
realidad en la cual los individuos se realizan a través de un colectivo
indiferenciado de individualidades y que coexisten como un todo
indiferenciado-diferenciado. Esto quiere decir que no somos en realidad seres
individuados absolutos, mónadas autónomas de conciencia, seres absolutamente
separados desde la conciencia y la mente, sino más bien somos parte de un
entramado humano igualmente indiferenciado, de manera parecida a como una
neurona dentro de un cerebro está interconectada con todas las demás neuronas,
relación que forma precisamente al cerebro. Por ahora estamos interconectados
subyacentemente a la conciencia de vigilia, de manera que no nos damos cuenta
de que también existimos dentro de un “cerebro colectivo”. Por ahora somos unas
especies de neuronas paradojales que sólo experimentan conciencia de vigilia cuando
pueden salir fuera de su cerebro y actuar en otros espacios como individuos –de
manera que sólo creen existir cuando se encuentran fuera del cerebro--, aunque
no por ello dejen de estar, con o sin conciencia de vigilia, conectadas con el
cerebro y su red neuronal.
Esta condición ciertamente nos influye en
nuestro comportamiento individual y colectivo, pero lamentablemente de manera
más inconciente y desorganizada de lo que debiera ser. No obstante, en términos
de evolución natural la hemos aprovechado suficientemente al lograr nuestro
progreso adaptativo gracias a esta sincronía y capacidad de intersubjetividad,
y, así, superar incluso los condicionamientos del entorno natural por medio de
esta capacidad inconciente de formar sociedades potentes específicamente
respecto del desafío del entorno físico, y parcialmente de los del propio
entorno social. El desafío en la otra dimensión para-natural del ser humano, en
la dimensión de conciencia y mental, y en la dimensión espiritual y metafísica
de la misma Naturaleza, hasta ahora no ha sido abordado satisfactoriamente,
sólo precariamente, por la especie como tal, y sólo ha sido actualizado
plenamente por algunos individuos
superiores aislados o agrupados en muy pequeñas comunidades.
Es inaceptable que no nos reconozcamos en
nuestra igualdad de personas y en cómo eso debiera reflejarse en nuestros modos
de relacionarnos todos y cada uno de nosotros, humanos, incluso respecto de
nosotros mismos. Uno de los principales ejes del mensaje salvífico de Jesús se
encuentra precisamente en la urgencia de reconocer, experimentar y asimilar la
condición de identidad y solidaridad de la especie humana desde un nivel de
identidad espiritual y trascendental, para desde allí proyectarlo y
materializarlo a todos los niveles constitutivos o dimensiones de existencia y
de realidad—entendiéndose con esto: la conciencia en todos sus niveles y
estados, la mente completa, la corporalidad, cada individuo o prójimo, la
comunidad y sociedad, el planeta completo como proyección y asociación de lo
humano en la Naturaleza misma--.
Este ideal o propósito de la Naturaleza
trascendental que se nos ofrece como proyecto evolutivo sólo presenta
beneficios para todos los individuos y para la especie en conjunto. Ninguna
debilidad o perjuicio. Nuestro nivel de solidaridad, de comunión de conciencia
entre los seres humanos sería tan alto, que todos nuestros esfuerzos primarios
estarían destinados a igualar las oportunidades de todos los seres humanos en
realizar la felicidad de la especie y
de cada individuo en particular –con toda la densidad, complejidad y diversidad
que ello requiere--. Jesús de Nazaret creyó esto posible ya hace dos mil
años, e incluso sacrificó su vida
individual por ello. Aunque entonces haya sido demasiado temprano para
realizarse en plenitud, ¿dejaremos
ahora, especie humana, que sea demasiado tarde?
17.
ENTENDIENDO EL FUNCIONAMIENTO DE LA
MENTE DESDE LA CONCIENCIA
La
mente humana puede ser abordada y estudiada desde innumerables ángulos, formas
y perspectivas. El fenómeno humano mismo puede ser estudiado y comprendido de
la misma manera. Sin embargo no es indiferente cómo y desde dónde se aborde en
la medida que se quiera establecer una representación global y funcional.
Una
manera de representar globalmente la mente humana es describirla como un entramado
altamente complejo de partes, de funciones, de niveles y dimensiones de
realidad. Ya hemos explicado anteriormente que la mente posee un notable grado
de independencia del cuerpo físico, en la medida que posee una inserción
permanente en dimensiones de realidad más estables que el plano físico-atómico,
y que hemos representado a través del concepto de conciencia-mente. La
conciencia-mente se vincula con la mente física y con el cuerpo físico desde
niveles que tradicionalmente llamamos inconcientes.
Lo primero que queremos aclarar es que aunque actúa desde el inconciente no es
en absoluto inconciente en sí misma, pues sólo nuestra incapacidad de acceder a
ella desde nuestro estado conciente natural, nos hace suponer que no posee
todos y cada uno de los atributos de la conciencia despierta.
Cuando
hablamos de conciencia, de mente, y de cualquier fenómeno de connotación
síquica, queremos dejar en claro que lo hacemos con plena conciencia de que
estamos siendo imprecisos, esquemáticos y hasta ingenuos. Hoy por hoy no
tenemos la capacidad de experimentar, de conocer ni posteriormente describir la
verdadera naturaleza de lo síquico. No obstante queremos hablar de lo poco y
mal que sabemos, para que se acabe hablando, con la ayuda de otros, con mayor
precisión y mejor.
De
todos los fenómenos síquicos ciertamente la conciencia es el más extraordinario
y elusivo. Toda nuestra mente está permeada de conciencia. Nuestro organismo
biológico, al que llamamos cuerpo, está completamente permeado de conciencia.
Nuestras células responden normalmente al mandato de la mente. Hay algo más que
meros impulsos eléctricos y nerviosos; hay algo más que procesos y componentes
químicos en nuestras células. La vida biológica en sí misma se realiza en una
dimensión de realidad específica, aunque interactúa con otras dimensiones de
realidad. Nuestro concepto de dimensión no es nada adecuado para expresar lo
que ocurre con la multiforme y ambigua realidad, pero es lo mejor que tenemos.
Para nuestro saber fisicalista, dimensión representa una especie de nivel de
realidad estanco con una legalidad propia y con una constante ontológica (matemática
para algunos) reconocible. Para nosotros una dimensión es simplemente un estado de realidad cualquiera, algo así
como un tipo de unidad de realidad, pero que se constituye como tal
necesariamente por la interacción, dependencia y coexistencia con otras
dimensiones de realidad. Utilizamos el concepto dimensión, pudiendo usar tal vez otros usados tradicionalmente para
conceptos similares[12], sin embargo lo específico de este
término es su carácter de sustrato y unificador de realidad que subordina a
innumerables otras dimensiones y estados de realidad. Un átomo, p.ej., puede
ser una dimensión de realidad en sí mismo, en tanto es un pequeño “universo”
compuesto de infinitas subunidades, o partículas y niveles cuánticos (otras
dimensiones), y que hasta ahora la física ha descubierto en ínfima parte; pero
también este átomo puede formar parte de otras innumerables dimensiones más
abarcantes y de las que él forma parte, como por ejemplo de una molécula de H2O,
o también de un océano, o de la dimensión materia.
Diferenciar
dimensiones como lo hace la física o la matemática resulta una
sobresimplificación racional de la realidad y que sólo tiene validez dentro de
un rango de validez racional de la realidad. Representar que el espacio posee
tres dimensiones y que el tiempo es una cuarta, sólo es un constructo teórico
muy distante de la realidad del espacio y del tiempo. Por ahora no
profundizaremos en el tema, ya que mi interés aquí es concentrarme en el
fenómeno síquico.
Cuando
digo que una dimensión es un estado de realidad, ello significa que la
dimensión representa una cierta realidad que en algún aspecto demuestra algún
grado de autonomía óntica, suficiente para generar una “densidad”[13] de
existencia relativamente diferenciable de otros estados de realidad
(dimensiones), con los que co-existe, interactúa y de los cuales depende de
diferentes maneras. Por ejemplo, un ser humano individual es una dimensión de
realidad, ya que posee una organización compleja – a su vez constituida por
innumerables dimensiones, por ejemplo células -- que demuestra un cierto grado
de autonomía respecto del entorno interdimensional, lo cual permite
identificarlo a través de un cierto tiempo, pero que necesita de otras
dimensiones, como por ejemplo del espacio, o de la dimensión material que
denominamos alimentos; o agua, u oxígeno, o tiempo, o mente, o sociedad, o
etc., para realizarse como tal dimensión de realidad. De unas dimensiones
depende más estrecha y necesariamente, como del tiempo o de la mente; de otras,
menos directamente, como por ejemplo, la sociedad de otros seres humanos, o la
dimensión casa.
Este
concepto nuestro de dimensión posee
la amplitud ontológica y metafísica que no posee el concepto que utilizan las
ciencias comunes. Este concepto nuestro permite comprender y experimentar como
un continuo tanto la realidad física como la realidad síquica y también la
trascendental (espiritual). Más aún, permite concebir intelectivamente la
interacción entre espíritu-mente-energía-materia y explicar justificadamente
las diferentes modalidades de comprehensión que existen entre estas
macro-dimensiones –es decir dimensiones que, desde nuestra perspectiva y escala
humana, contienen supremamente a otras subcategorías de dimensiones --, siendo
la espiritual la más comprehensiva, la que contiene y subordina a todas las
demás, aproximándonos así a la experiencia totalizadora de lo Uno.[14]
Se
comprenderá ahora la importancia y amplitud que posee el término dimensión a la hora de aplicarlo al
concepto de conciencia. La conciencia, pues, no sólo es una dimensión de
realidad, sino una super-dimensión, como lo son también el espacio y el tiempo.
Eso significa que la conciencia es una dimensión que subordina a, e interactúa
con innumerables sub-dimensiones, y que, por lo mismo, puede tomar formas y
manifestaciones que se solapan con las características de las sub-dimensiones.
Tan amplia y profunda es su amplitud como super-dimensión que pretender llegar
a su experiencia y conocimiento últimos, para nuestra condición de conciencia
tan incompleta y subordinada desde donde estamos tratando de integrarla,
resulta un completo imposible. Definir qué es la conciencia, por lo tanto, ya
se nos escapa pronto, en tanto su dimensión supra-natural, o supra-despierta, o
supra-cerebral, no se encuentra en el rango de aprehensión natural de la
conciencia despierta.
Avanzar
en dimensiones profundas de la conciencia, usando nuestra conciencia natural
rápidamente queda condenada a una cierta inhabilitación de la misma conciencia.
Sin embargo, el paso de la conciencia a esos niveles actualmente se entiende
inadecuada y equívocamente, pues se denomina y se entiende con una cierta
indiferenciación del estar inconciente,
tanto con el hecho de perder la conciencia por razones de índole biológica, es
decir a la mera anulación de la conciencia despierta, por ejemplo en un
desmayo, y, por tanto, la desaparición de toda forma de conciencia; como por
otra parte, con la evidencia de un modo de conciencia similar al de la
conciencia despierta, si bien con importantes diferencias funcionales e incluso biológicas, por ejemplo, en el
sueño. El sueño es, afortunadamente, la única prueba irrefutable de que tenemos
otros estados de conciencia que se confunden con la inconciencia como anulación
de conciencia. Aun así, dormir no es el único estado de conciencia que podemos
experimentar mientras estamos inconcientes.
La
conciencia, de acuerdo a la dimensión mental en que se manifieste, puede asumir
formas marcadamente diferentes, y, por cierto, tan diferentes a la conciencia
despierta que ésta no pueda percibirlas. El sueño profundo (sueño Delta),
carente de ensueños, por ejemplo, no demuestra actividad de conciencia alguna a
nuestra observación externa (al observador en conciencia despierta y en el
plano físico natural). La actividad de esas formas de conciencia y su propósito
y sentido difieren también de las propias de nuestra conciencia despierta y
natural. Analicemos el comportamiento de la conciencia durante el sueño REM, a
fin de conjeturar el comportamiento de otras formas nuestras de conciencia.
La
primera evidencia es que en los sueños siempre, salvo sueños particulares y
momentáneos, hay experiencia directa de un yo
que está soñando, un yo que se
encuentra dentro del sueño como centro y eje de la perspectiva de procesamiento
de lo que acontece dentro del sueño. Aunque pueda parecer que lo que en el
sueño le está ocurriendo a otra persona, o que incluso nosotros mismos somos otra
persona, no dejamos de ser el procesador que “observa” lo que está ocurriendo;
nuestro yo puede estar más o menos encubierto, pero sigue siendo el
protagonista o experimentador del sueño. En los sueños nunca deja de
experimentarse el yo como eje mismo del sueño. Nunca el yo se anula y el sueño
se constituye de forma azarosa, en imágenes o sensaciones o procesos mentales
fragmentados, descoordinados o sin estructura cognitiva definida. Aun el sueño
más absurdo a la observación de la conciencia de vigilia no carece de un yo que
lo experimenta dentro del mismo sueño;
tampoco carece de estructura cognitiva reconocible: hay imágenes
visuales, hay continuidad significante, hay memoria interna, posee una carga
semántica, etc.
Ahora
bien, este yo de los sueños ¿es el
mismo yo que se encuentra ahora
leyendo esto? La respuesta correcta es, como siempre, sí y no. Si nuestro
paradigma nos dice que nos validamos como personas en pleno derecho y
naturaleza sólo cuando estamos en vigilia, entonces ciertamente le negaremos la
condición de ser nosotros mismos, tan yo como ahora soy yo. Este error no se
nos vuelve demasiado evidente como error porque el yo de los sueños normalmente
no accede como tal a nuestro plano de conciencia en vigilia y nos disputa
nuestra identidad. Cuando estamos despiertos nuestro yo despierto es el rey de
la realidad. Cuando estamos durmiendo y soñando, nuestro yo subconciente es el
rey de esa realidad. Sin embargo hay ocasiones en que el yo subconciente se
apodera de la conciencia despierta y nos crea un estado de fantaseo onírico con
intensidad próxima al estado de ensueño dormido; o, en situación extrema,
incluso con total realización de igualdad al ensueño, a la que llamamos delirante, si la persona está en un mal
llamado estado de vigilia, como en el caso de la esquizofrenia.[15]
Como
contraparte, hay ocasiones en que la conciencia de vigilia asociada a nuestro
yo de vigilia accede al estado de ensueño sin modificación alguna de su propia
identidad y autoconciencia, ya que se comporta y se reconoce incluso a sí mismo
como el yo que está provocando el
sueño. En estos casos este yo puede incluso tomar el control narrativo y formal
del sueño, de manera que puede provocar y modificar circunstancias dentro del
sueño a voluntad; puede incluso reconocer que está soñando y que decide
despertar, y hacerlo efectivamente. La persona puede sentarse en la cama,
encender la luz y comenzar su vida en conciencia de vigilia sin ninguna ruptura
de continuidad de conciencia ni modificación del yo entre el sueño REM y el
estado despierto.
Si
ponemos atención, a partir de las situaciones recién comentadas, en la relación
entre yo y conciencia, se nos plantea la cuestión de qué sea el yo respecto de
la conciencia. ¿Es posible concebir alguna forma de conciencia sin yo y viceversa?
¿Es éste el mismo yo del que todas las doctrinas espirituales tradicionales han
condenado su naturaleza y han exigido su anulación?
La
conciencia –como la reconocemos en nuestro estado de vigilia-- es un cierto
tipo de fenómeno, de dimensión de realidad, cuyas principales características
son la capacidad de integración de un rango indeterminado de realidades y al
mismo tiempo de autopercepción, a partir de un sustrato o elemento integrador
del fenómeno mismo de la conciencia, el cual, hasta donde conocemos y
experimentamos actualmente, nos es desconocido.
Esta autopercepción es el factor
central que guía el proceso o estado de unificación de realidades. En esta
autopercepción de la conciencia, en un acto de reflexión sobre sí misma, se
hace completamente evidente la experiencia de un yo, un yo que parece
proyectarse desde un estado basal de difusión o identificación indiferenciada
con la conciencia misma hasta una especie de desdoblamiento o duplicación que
le permite observase en su prolongación base desde la conciencia; luego el
mismo yo observador que se reconoce en sí mismo como un fenómeno de su propia
conciencia, es decir como una especie de concentración de conciencia en un
punto de convergencia focal de dos lentes: uno especialmente dirigido hacia sí
mismo, y el otro, hacia la base de conciencia, sin dejar de ser por ello uno
solo; algo así como si una ola pudiese observarse a sí misma y al mar del que
es parte. No nos parece por tanto, en este sentido, posible sostener que la
conciencia –cualquiera sea su modalidad de estado o nivel-- pueda carecer en absoluto de principio yoico,
aunque no sea un yo tal y como lo experimenta la conciencia de vigilia. El yo
puede diluirse en este estado de conciencia basal, como cuando se logran
estados profundos de meditación, pero no desaparece la potencialidad de
regenerar un yo de vigilia; así como también se sostiene siempre la actividad yo-no yo de la conciencia base.
Cuando
el yo emerge, al despertar, desde estados de conciencia subconcientes a la
conciencia de vigilia y se encuentra en actividad cotidiana, se asocia al
funcionamiento completo de la mente de base cerebral. Recordemos que aunque se
produzca normalmente una ruptura y un cambio importante de funciones desde las
dimensiones de conciencia subconcientes e inconcientes; aunque la sensación e
identidad del yo parezcan diferentes -- las de uno y otro estado de conciencia
--, se conserva una identidad común esencial y en muchos sentidos de contenido
y hasta formales. Es interesante notar también hasta qué punto se pueden
disociar en apariencia ambos estados de conciencia y sus yo, como
representaciones personalizadas de los niveles (dimensiones) de conciencia,
cuando se contraponen en una suerte de “doble personalidad” o doble yo, que
provocan alteraciones en la salud mental y en el comportamiento paradójico de
la persona. Algo similar ocurre en sueños, cuando el yo de vigilia interviene
en el sueño, sin que pueda controlar el mismo sueño, a pesar de que sabe que se
encuentra en un sueño, cosa no poco común en las llamadas pesadillas. En estos sueños el yo subconciente se identifica y
expresa a través de la representación dramática del sueño (como creador y conductor
del universo-sueño); y, por otra parte, el yo de vigilia se identifica y
expresa en la concentración de conciencia y autoconciencia que denominamos
propiamente el yo-mente, el cual
puede pensar y sentir o recordar como lo hace el yo-mente[16]
normalmente en estado de vigilia. En la mayoría de los sueños, por su parte, el
yo de vigilia cede ante el yo subconciente y se identifica absolutamente con
él.
Desde
nuestro estado de vigilia hemos desarrollado una visión despectiva y
depreciadora de nuestro yo que sueña; de nuestra conciencia subconciente que
sueña y del sueño mismo. Esta dimensión síquica y física natural que
experimentamos cuando estamos en vigilia nos parece tan infinitamente superior
y causa del estado y contenido de los sueños que, en parte, con justa razón
reconocemos que nuestros sueños manifiestan un estado de realidad reducido a la
mera subjetividad, por más que al interior del sueño experimentemos similar o
hasta a veces más intensa sensación de realidad incluso que cuando estamos
despiertos, compartiendo este universo de todos. Efectivamente la realidad de
los sueños es más síquica que la experiencia de realidad mediada por el
cerebro, nuestros sentidos y el cuerpo en conjunto. Los sueños son un universo
al interior de la mente propia. Nuestro universo interior lamentablemente es
sólo nuestro. Nadie más puede entrar a nuestro sueño y compartirlo. ¿Qué
ocurriría si en un futuro próximo las mentes pudieran integrarse mientras están
durmiendo y soñar en común? No es ni imposible ni lejano… De hecho algo de eso
ocurre, pues las conciencias-mentes subconcientes –soñando-- activan o se
relacionan con mucho más facilidad con el potencial evolutivo y genético, y
producen actividad extrasensorial con el medio intrasíquico, pero también
respecto del plano físico natural – tal como sueños premonitorios,
clarividencia, telepatía, comunicación con los espíritus u otros seres
superiores, etc.--. No es poco común escuchar testimonios de personas que
sueñan el mismo sueño, o se relacionan e interactúan en un sueño similar
mientras ambos duermen.
Si
a ello agregamos que en los sueños se han creado importantes obras artísticas;
se han realizado descubrimientos científicos soñando; se han resuelto
importantes problemas filosóficos y matemáticos; se resuelven a veces con
notable sabiduría e inteligencia problemas personales y de la vida cotidiana;
se descubre el sentido personal de toda una vida, entonces nuestra
desvalorización del sueño resulta injusta y precaria. La subjetividad del
sueño, la desvinculación de la mente tanto de las funciones cerebrales, como
del entorno físico-natural, incluido el propio cuerpo tosco, posee cualidades
especiales y un potencial propio conector con otras formas y estados de
realidad. Es verdad que el estado o dimensión del sueño representa también un
estado primitivo –y quizás hasta involutivo en parte-- de la evolución de
nuestro cerebro y de nuestra mente, en la medida que nos separa peligrosamente
del entorno físico y natural, incluso de nuestro propio cuerpo; no obstante
demuestra también características similares a las que les hemos reconocido al
cerebro y a la mente asociadas al estado de vigilia de la conciencia, en cuanto
a que no sólo presentan habilidades o capacidades directamente adaptativas al
medio físico, sino también una línea paralela de evolución da habilidades que
los han llevado a experimentar un nivel sutil para-físico, y que hemos
denominado metafísico, intrasíquico y espiritual, incluso reconociéndolo como
externo a la propia mente humana. Esto mismo ocurre con la conciencia-mente
cuando sueña. Se entremezclan potentes y novedosos procesadores (facultades propias
del subconciente) de realidad, que nos conectan con múltiples planos de
realidad y nos abren la posibilidad a impensados desarrollos del ser humano; se
entremezclan estos procesadores –digo-- con un procesador intrasíquico
imperfectamente interconectado con la conciencia, la mente de vigilia y el
plano físico natural, que produce mucho material onírico autoreferente y
puramente subjetivo; pero no más que lo hacen el cerebro, el sistema nervioso y
la mente despierta cuando mezclan desordenadamente un nivel de realidad
físico-natural con su procesador síquico e intrasíquico en vigilia, arrojando
estos abigarrados e imperfectos productos que llamamos “la realidad” y
--todavía más torpemente-- “la mente”. Una vez más volvemos a constatar que nos
hemos instalado en un segmento de la realidad y de nosotros mismos inmensamente
limitado y contrahecho, desaprovechando nuestros infinitos potenciales en
tantas dimensiones y macro-dimensiones diferentes y asombrosas. ¿Por qué no
ahora? ¿Por qué no reconocer que estamos siendo asediados por tantas realidades
nuevas y sobrecogedoramente superiores y exaltadoras de la nuestra actual, de
manera que ante este potencial nuestro “la realidad” se asemeja a un despojo de
realidad más que a una realidad? “Desecho al azar amontonado, el más bello
cosmos.”[17]
Asimismo
nuestro yo fragmentado y minúsculo; nuestra conciencia reafirmada por una sociedad globalizada que
valida lo que quiere; nuestra mente con casi ningún desarrollo; nuestro cuerpo
biológico abandonado a su precaria condición elemental, claman por una
oportunidad verdadera de superar sus limitaciones y deficiencias. Ahora sí se
acumularon tantas evidencias, señales y conocimientos que mantenerse en una
actitud recalcitrante, temerosa, cómoda o simplemente obtusa no se justifica ni
se espera. Ahora ser osado y creer en lo increíble es una actitud infinitamente
más responsable y sensata, que seguir aferrado a los paradigmas agotados e
intrínsecamente incompletos que tienen al mundo humano al borde del colapso en
tantos aspectos –económicos, políticos, sociales, bélicos, ideológicos,
religiosos, étnicos, sicológicos, morales, de sentido, climáticos, ecológicos,
alimentarios, demográficos, energéticos, de salud, de recursos hídricos, tecnológicos,
etc.—Lo que aquí proponemos no es un aventura desesperada y fantasiosa, sino
una aventura necesaria, justificada y responsable. No cabe duda que poco de
todo esto se puede demostrar de acuerdo al método científico. Poco de esto se
puede demostrar y hacer comprensible a la mente y al entendimiento común. Lo
reconozco: esto es una locura, pero es la mejor locura que puede integrarse positivamente
a esta locura sin límites que es la Realidad.
18. LA INTERDIMENSIONALIDAD DE LA
CONCIENCIA
La
conciencia que nosotros experimentamos como personal y en vigilia se proyecta
por todas las dimensiones de realidad con las que se relaciona, en dos
modalidades: una continua y otra discontinua. La modalidad continua de la
conciencia se realiza dentro de un nivel o dimensión sutil y continua que
contiene Todas las cosas, esto es el espíritu.
El Espíritu es como un océano primordial del cual nunca se ha separado ninguna
forma de realidad, cualquiera que sea la dimensión o forma que adquiera el ente
o la creación. Las formas diferenciadas e individuales –los entes y
dimensiones-- proceden de un vórtice creativo-evolutivo del mismo Espíritu y
son unas especies de disociaciones transfigurativas del Espíritu.
Este
plano fundamental y totalizador de todas las realidades es la raíz misma de la
conciencia, como en algún punto y manera particular lo es de cada cosa y ser
del Universo. La naturaleza del Espíritu no es comprensible para el ser humano
en sí misma; sólo lo es a través de sus proyecciones y efectos.[18] La
conciencia humana especialmente posee un vínculo más directo con el Espíritu
que cualquier otra cosa o ser de nuestro universo conocido. Así como hay
planetas y cuerpos que están más cerca del sol y reciben más intensa y
directamente su luz y calor, y otros más alejados, sin embargo todos dependen
de su energía, así la conciencia humana se aproxima mucho a su esencia. Si bien
dentro de la misma conciencia como cadena o fenómeno total existen planos o
niveles, unos más cerca del Espíritu en sí, y otros más diferenciados,
particularizados o lejanos.
Sin
embargo la conciencia es como una larga cadena formada por innumerables
eslabones --al igual que todas las cosas se configuran así respecto del
espíritu--, a partir de cada uno de los cuales surgen rayos de proyección en
una dimensión específica o nivel de realidad. De esta manera, se podría decir
que la conciencia se constituye por una degradación recta y lineal a partir del
Espíritu, pero también por sucesivas capas que “cortan” transversalmente la cadena del espíritu hacia
el infinito. Nuestro conocimiento actual es tan pobre que apenas diferenciamos
entre una conciencia de vigilia –el segundo plano más tosco de la conciencia
humana, pues el primero y más elemental es el plano de la conciencia biológica,
cuya unidad básica es la célula[19]--;
luego reconocemos un plano sub-conciente –asociado principalmente a la
experiencia del sueño--; y finalmente –reconocido sólo por algunos--, una
especie de “más allá” de la misma conciencia que sería el inconciente, adonde
–de existir, dicen--nadie puede acceder.
La
filosofía perenne sí ha reconocido estos planos y forma de representar lo que
nosotros llamamos conciencia con diferentes nombres y representaciones más o
menos similares –en general llamándolos cuerpos--.[20]
Consideramos actualmente más una desviación severa la representación que se
hace de la naturaleza humana y síquica por enumeración de niveles diferenciados
con sus respectivos nombres, estructura, características y funciones, que un
aporte al conocimiento humano sobre este fenómeno y realidad. Tal separación y
estructura existe sólo para la razón, y es el análisis racional –al que ceden
con más frecuencia de lo debido hasta lo más iluminados de sus expositores— el
que adecúa la realidad a sus procedimientos y estructuras propias, deformándola
significativamente. Considero que ha llegado para la humanidad la hora de experimentar la conciencia y la mente,
más que describirla – incluso sólo de oídas--.
Cuando
se experimenta la conciencia con la metaconciencia
intencionada y sostenida se produce el
primer gran salto transfigurador y liberador de los límites naturales de la
conciencia de vigilia y natural dentro de los que se encuentran a diario y
encarcelados los seres humanos.[21] Cuando
se ha logrado esta primera transfiguración de la conciencia, las categorías de
la razón asociadas a la conciencia de vigilia también se transfiguran y dan
paso a una racionalidad humilde, silenciosa e intuitiva, la que ocasionalmente
traza diseños y notas simples para tratar de registrar lo que contempla con su
nuevo ojo iluminado y maravillado.
Una
de las primeras cosas que esta conciencia-razón descubre es que las realidades
no se subdividen en planos, sino que se parecen más a un despliegue
multiangular, y que, dependiendo desde donde se las observe, surge la
definición y configuración que adquieren, siendo esa una sola entre infinitas
perspectivas y dimensiones que pueden realizarse. Más aun, que es nuestra
limitación de habilidad de conciencia específica en este plano o nivel la que
nos condiciona a experimentar las cosas desde nuestro personal y subjetivo
ángulo de percepción y experiencia, cuando en realidad todas las cosas
acontecen simultáneamente desde todos los ángulos de percepción
posibles-reales. Tan paradójico e incomprensible resulta esto a la mente
natural y a nuestra lógica que podríamos representarlo más concretamente de la
siguiente manera: cuando vemos una mesa, y entonces decimos con este lenguaje
tan imperfecto que poseemos: “Aquí hay una mesa”, en realidad lo que hay es una
mesa que está en estado de totalidad con todas las cosas reales y posibles, es
decir, primero que todo, una especie de Todas-las-cosas-mesa, y no primero una
mesa, y alrededor de ella todas las cosas que yo puedo percibir alrededor de la
mesa, sobre la mesa y en relación con o respecto de la mesa. Es sólo la conciencia humana interrumpida de
su dimensión continuum, es decir, en
el nivel intelectivo, la que percibe las cosas de esta manera
tan angulada, particular y subjetiva. Nosotros hemos adecuado a la fuerza todas
nuestras capacidades cognitivas para que coincidan con esta percepción que ni
siquiera puede llamarse propiamente natural,
ya que –como bien lo ha hecho notar constantemente el budismo zen--, nuestros
sentidos no son los que separan las cosas entre sí, sino nuestro modo
intelectivo de procesamiento de
conciencia.
La misión nuestra, como especie humana,
encomendada por el Espíritu a través de las eras, es avanzar en Su propio
avatar evolutivo, primeramente logrando reunificar todos los eslabones o
niveles constitutivos de nuestra conciencia, a fin de terminar con la
discontinuidad del espíritu en cualquiera de sus prolongaciones. Una vez
alcanzada la reunificación total con el estado originario del Espíritu se nos
hará presente la activación de nuestro propio vórtice creativo-evolutivo, cuyas
características específicas todavía no
están disponibles para nuestra inteligencia. Esto no tiene casi sentido para
ningún humano que lo lea o se entere de ello, pues sólo será comprensible
cuando esté dentro del carácter específico de la super-humanidad que se avecina.
Por ahora los seres humanos ni siquiera
han entrado en una relación continua de su conciencia de vigilia con su
subconciente en ninguna de sus áreas de contacto –por ejemplo, sueño, emoción,
memoria, sentidos, inteligencia, imaginación, creatividad, etc.--. Para que
ello pudiese acontecer, nuestro yo debería amplificar su identidad mucho más
allá de lo que hemos visto que representan actualmente para el humano común sus
propios caracteres, estados mentales y extramentales, así como reunificarse con
su propia conciencia un grado más
profundo de lo que acontece actualmente. En este estadio y condición actual del
ser humano, modificar su estado de conciencia natural le resulta tan ajeno,
inquietante y sospechoso, que teme y supone que esos estados son conducentes a
la locura. De algún modo eso no es tan inexacto, pues toda transmutación mental
requiere de una desestructuración de los caracteres y patrones establecidos
para el comportamiento síquico “normal” convencional, social y natural incluso.
Siempre han sido consideradas borderlein
o derechamente sicóticas las personas que viven muy intensa y honestamente la
espiritualidad. Si se quiere ser un ser espiritual honesto y consecuente se
debe enloquecer en alguna medida, por eso tanta gente que se dice espiritual,
religiosa o cree serlo, no lo es, pues le teme al salto desestructurador y
transfigurador de la conciencia y de la mente. El apego a quien se es, es tan
básico, tan innato, tan profundo y animal, que la mente pone todos los
obstáculos que estén a su alcance para evitar el “suicidio” del yo y de la
conciencia y de la mente que se es, y finalmente, del sentido de todas las
cosas que se poseen, y que se dejarán inevitablemente de poseer.
Es la tarea a la que deben abocarse las
próximas generaciones de iniciados. “Muchos los llamados, pocos los elegidos.”
Jesús no excluía a través de clases, sólo señalaba oportunidades, tiempos, acondicionamientos.
Lamentablemente muchos humanos querrán con todas sus fuerzas mentales avanzar
en este proceso, pero las condiciones para ello son extraordinarias,
sobrehumanas, conforme a la evolución natural en el espíritu divino. Aun así es
mejor querer que no querer, porque todo esfuerzo y toda energía, aunque sólo
sea mental natural, se conserva a través del tiempo. Es la respuesta sin
paradoja de la carrera de Aquiles y la tortuga: ninguno es el ganador, ninguno
el perdedor, porque ambos llegan a la meta.
19. EL SUFRIMIENTO: LLAMADO DE PROFUNDIIS
La
especie humana sufre. Sabemos que la especie humana se define en este estadio
evolutivo desde el sufrimiento. El sufrimiento asume las formas más variadas y
hasta encubiertas, pero se asocia a todo el fenómeno humano. El sufrimiento
toma formas encubiertas como la rabia, el odio, la envidia, los celos, el
egoísmo, la laboriosidad, pero también el amor, la paz, la alegría y hasta la
espiritualidad. Nadie está exento de sufrimiento. El sufrimiento en esencia
–desde una perspectiva evolutiva—representa un estado de conciencia de profunda
insatisfacción. El dolor y el sufrimiento nos parecieran demandar desde su raíz
misma que “algo no está bien”; que “algo debe cambiar respecto de nosotros”. Si
se nos muere el esposo o alguien que amamos, sufrimos porque quisiéramos
cambiar el hecho de que haya muerto. Aquí, ese “algo no está bien” puede ser la
muerte misma del ser amado, pero también cómo murió, o que no pudimos
despedirnos si murió en un accidente, o que nos deja desprotegidos sicológica o
materialmente, o que nos deja con la crianza de los hijos, o que nos traspasa
sus deudas, o que no nos besará ni acariciará nunca más, o sus recuerdos, o sus
pertenencias personales, o los lugares que frecuentábamos juntos, etc., etc.,
etc. Sin embargo, cuando los esposos están vivos, lo mismo que los seres
amados, igualmente se hacen sufrir mutuamente y sufren por causa del otro de
innumerables maneras. Ese “algo no está bien” del otro, de su comportamiento,
de su manera de ser, de su manera de hablar, de reír, de comer, de sus amigos,
de su madre o padre, de sonarse, de tratarte, etc., es lo cotidiano incluso en
el amor. Ese “algo no está bien” y “algo debe cambiar respecto de nosotros” se
encubre como disgusto, malestar, enojo, indiferencia, comprensión, paciencia,
lástima, etc. Todas estas emociones y cualquiera otra encubren nuestro dolor,
mayor o menor, pero igualmente dolor. Lo contrario del dolor y del sufrimiento
es la aceptación; y el reconocimiento del hecho, o lo que fuere, sin resistirse
al mismo; y el desapego del deseo que no se cumple o no puede cumplirse; y el
juego y la risa unidas al optimismo, la aceptación y la creación de una nueva
realidad siempre más y más constructiva. El sufrimiento debe transitar primero
a través de la aceptación del evento que lo origina, hacia la transmutación progresiva
de esa realidad dolorosa, de manera constructiva y creativa, lo cual acabará
transfigurando la causa del dolor mismo, lo mismo que, en otra dimensión,
facilitando la evolución de la realidad en conjunto. Sin embargo, aun detrás de aquellas actitudes
positivas, emociones y estados de conciencia puede sostenerse encubiertamente
el sufrimiento. El sufrimiento es como un mancha que puede desteñirse tanto que
parece ya no existir, pero igualmente seguir ahí. Entonces, más que eliminarlo,
lo sabio es saber integrarlo evolutivamente. De ello hablaremos en la segunda
parte.
Jesús
el Cristo y el Buda Gautama centraron su mensaje, su acción y su enseñanza en
el sufrimiento humano; y como corolario, en la superación última del
sufrimiento humano. El humano contemporáneo ha creído encontrar su propia forma
y medio de superar el sufrimiento connatural a nuestra naturaleza desafiada por
esta esencia insatisfecha: el bienestar material y corporal; es decir, emocionalmente
con el placer. Contraponer el placer
al dolor, como una forma de superación del dolor humano, es otro espejismo más
de la precaria introyección de la conciencia despierta hacia la interioridad de
sí misma.
Un
contenido connatural y absoluto de la conciencia humana, en cualquiera de sus
niveles y manifestaciones, es la necesidad
de sentido. La conciencia siempre busca sentido, necesita sentido, otorga
sentido, descubre sentido. El sentido
es un rasgo humano que nos conecta con la trascendencia y la espiritualidad, es
decir, como conector con otras macro-dimensiones de realidad. La realidad
material como la viven los animales y como la reconocemos en nuestros propios impulsos
instintivos y ancestrales no promueve ni necesita la dotación de sentido, pues
el sentido ya está dado, es autoevidente, inmediato y único: realizar los
impulsos sicobiológicos para la conservación del individuo y de la especie. A
la naturaleza biológica no le viene nada bien, no le conviene que, si estamos
subnutridos, la única banana que tenemos la hagamos estallar contra una muralla,
o la transformemos en un ídolo intocable, si eso nos hace sentido.
He
aquí pues la primera distinción que debiéramos hacer los seres humanos, y que
por cierto rara vez realizamos o reconocemos: ¿cuál es el sentido en la
naturaleza de cada uno de mis sufrimientos? ¿Estoy sufriendo porque no puedo
comer, o tengo frío, o me golpean con frecuencia? ¿O estoy sufriendo porque los
seres humanos no saben respetarse?, ¿o bien, porque estoy gordo y feo?, ¿o
bien, porque se me rompió el recuerdo que tanto amo?, ¿o bien, porque no puedo
comprar ese vestido tan bonito? Siempre debiéramos tomar una actitud conciente
de respuesta hacia nuestro propio sufrimiento.
Nuestros
sufrimientos son tantos, tan variados, tan encubiertos, tan asociativos, tan
complejos y complicados que debiéramos revisar nuestros mecanismos emocionales,
nuestros esquemas cognitivos asociados al sufrimiento, nuestra personalidad y
carácter asociados al sufrimiento, nuestros recuerdos, nuestras ideas, nuestras
maneras de pensar, nuestros sueños, nuestro subconciente, todo, absolutamente
todos los componentes de nuestra vida mental. Y es que el sufrimiento, aunque
su raíz tiene una función adaptativa propuesta por la naturaleza sicobiológica,
ha desarrollado una proyección asombrosa y –puesto que no se le ha dado la
debida atención—desordenada y casi caótica en toda nuestra vida mental, y, por
ende, en su proyección corporal, social y externa.
Lo
que importa en este proceso de hacerse concientes de nuestros sufrimientos es
de dónde, desde qué estado de insatisfacción, desde qué niveles y supuestos y
principios nuestros estamos sufriendo. Primero que todo, rara vez cuestionamos
o reconocemos de inmediato que no debiéramos estar sufriendo por lo que estamos
sufriendo. El sufrimiento es una opción emocional de respuesta a un evento
físico o mental, como podría serlo cualquier otra respuesta emocional, pero
respondemos y reproducimos la misma respuesta una y otra vez, conciente e
inconcientemente, en lugar de optar por otra respuesta emocional. Rara vez el
sufrimiento no contiene un poderoso componente de autojustificación. Parece
como si su sola naturaleza e intensidad lo justificaran por sí mismo. Si me
roban, si me hieren, si veo una injusticia, si me mienten, si me traicionan, si
me retan, si no me aceptan o quieren, etc., etc., etc., nadie sufriente dudaría
en juzgarse ante todo a sí mismo, o menos frecuentemente a otro que sufre, como
injustificado, o equivocado, o naturalmente mal dispuesto. Es tan natural
sufrir que lo aceptamos sin mayor cuestionamiento. Sin embargo, cuando vemos
sufrir a otro la cosa comienza a cambiar. Nos cuesta empatizar muchas veces con
el sufrimiento ajeno. Lo cuestionamos con facilidad, aunque hay muchas
circunstancias, como en catástrofes naturales, en epidemias, en matanzas o
asesinatos, en pobreza extrema --la mayoría de las cuales tiene que ver
justamente con el plano más básico de la supervivencia, y que por lo mismo se
debe probablemente a nuestro comportamiento e identidad de especie--, en que
nos comportamos empáticamente con los que sufren, quizás en una proyección
inconciente y animal de autoproyección y de colectividad de especie. Sin
embargo, cuando el sufrimiento se origina más en la connotación subjetiva,
síquica e interpretativa del otro individuo, tendemos a desensibilizarnos,
cuestionar la justificación de su sufrimiento, e incluso a rechazarlo. Eso solo
es un tema que requiere de nuestra especial atención.[22] Si
dirigiéramos esa sola tendencia al cuestionamiento del sufrimiento hacia
nosotros mismos, en vez de realizarla en los demás, ya habríamos avanzado mucho
en nuestra evolución y superación del sufrimiento. Lamentablemente el
sufrimiento ha copado tanto nuestra mente y todos nuestros niveles de
conciencia sin mayor discriminación ni sentido, que se ha convertido en una
especie de ilusorio y caótico teatro de sombras dentro del cual existimos y
experimentamos la realidad y a nosotros mismos. Si a eso le agregamos el juego
encubierto de nuestras emociones en general –como ya vimos en los cap. 4 y 5--;
el condicionamiento egoico del yo –ver cap. 15--; la condición menoscabada y
adulterada de la memoria –cap.13 y 14--; la incompletud de la conciencia de
vigilia y la ruptura y disociación con nuestra identidad subconciente e
inconciente; el encuadre minimalista de la razón y del pensamiento –ver cap. 18—,
y la mente en conjunto como un universo cerrado y suficiente para la ingenuidad
humana, entonces el panorama de nuestra realidad y condición actual como
especie y como individuos es casi desastroso, deprimente y paupérrimo. A mayor
abundamiento, si creemos estúpidamente que la realidad que conocemos y
experimentamos natural, personal y socialmente es justo lo contrario: espectacular,
satisfactoria, conocida, nuestra, verdadera y única… Como se ve, nuestros
conocimientos y nuestras facultades cognitivas –la gran ciencia humana-- hasta
ahora nos han servido de bien poco, y mucho incluso de grandes engañadores.
Si
siguiéramos el hilo de Ariadna en este laberinto de sombras y formas
exquisitamente ilusorias, reconociendo que sí hay un primer y positivo proceso
discriminatorio, cognitivo y transfigurador de nuestro propio esquema de
realidad –el que ahora estamos siguiendo--. Si aceptamos autobservarnos desde
otro contenido y estado de conciencia; si aguzamos nuestra inteligencia e
intuición para tratar de escuchar más adentro –como si realmente hubiese un más
adentro de nosotros y de la realidad misma--, tal vez sí escucharemos algo
sorprendente e irresistible; algo supremamente maravilloso. Entonces estaremos
en condiciones de realizar una primera revisión integral, renovadora y acuciosa
de todas nuestras dimensiones personales y de la realidad misma. Si lo logramos
y no decaemos durante el larguísimo y agotador proceso de autodescubrimiento y
conocimiento de sí mismo; si algún maestro sabio –desde cualquier dimensión--
nos guía de cerca; si llegamos a desarmar finalmente este artefacto deforme que
es nuestra mente y logramos recrearlo y rearmarlo en sintonía con todas las
realidades ilimitadas y posibles, entonces estaremos recién en condición de
comenzar vida tras vida la Gran Aventura de la Trascendencia.
El
sufrimiento, decíamos, juega un papel importantísimo en este proceso axial de
la condición y evolución humana. El sufrimiento se ha convertido en el maestro
principal de este proceso delimitado y encuadrado por la Naturaleza, pero sobre
todo de raíz y repercusiones inconcientes de sensibilización de la conciencia
humana. El efecto evolutivo del sufrimiento en lo positivo y en lo negativo
para el desenvolvimiento del ser humano en lo cotidiano y en su mente natural
es siempre eficaz. No importa tanto si nos relacionamos bien o mal con el
sufrimiento. La naturaleza sólo necesita que suframos, y ya con eso alcanza sus
fines programáticos y particulares. Es nuestra responsabilidad y misión
superiores –haciéndonos partícipes del Espíritu trascendente—superar la
condición natural del sufrimiento; superar el estadio evolutivo del sufrir para
sufrir, o de sufrir para avanzar limitadamente en el desarrollo y poder de la
conciencia.
Así
también hay sufrimientos inferiores y sufrimientos superiores en esta escalada
hacia la superación del sufrimiento, hacia el acceso al ser verdadero y la
trascendencia hacia el espíritu. En un extremo inferior se encuentra el
sufrimiento que causamos intencionalmente a otros seres humanos y a otros seres
vivos. Es decir, el sufrimiento tan primitivo que lo proyectamos en la
reproducción y realización en los demás, tratando inconcientemente de alejarlo
de nosotros mismos. En este sufrimiento es sobre todo nuestra conciencia
profunda la que sufre; los niveles más profundos de nuestra mente, en los que
todavía existe una conciencia natural y “divina” en su estatus óntico –nuestro
Macbeth interior--. Estas personas se encuentran en la escala evolutiva más
baja y deforme. Aquí están los crueles, los sádicos, sicópatas asesinos,
violadores, los castigadores, agresivos, abusivos, ladrones, estafadores,
injustos, indiferentes, manipuladores, esclavizadores, codiciosos,
torturadores, etc., etc., etc. Una demasiado larga lista de miserables
fenómenos humanos que llenan nuestros titulares periodísticos, pero sobre todo
el día a día anónimo de muchísimos seres humanos víctimas. Nosotros mismos,
¿cuántas veces no nos dejamos llevar por estos impulsos primitivos y desviados?
Aunque haya un alma que sufre en cada uno de estos humanos que hace sufrir, no
sufre de la misma manera y con la misma calidad del que es víctima del
victimario. Lamentablemente el sufrimiento que se padece por obra de otro es
siempre un desafío a la conciencia superior del ser humano y se transforma en
el primer paso hacia la evolución de la conciencia natural. De alguna manera
cuando se nos hace sufrir, se nos sensibiliza la conciencia evolutivamente.
Dicho de otra manera, avanzamos cada vez que sufrimos, aunque no sea la mejor
manera de avanzar y evolucionar. Avanzamos a un nivel tan profundo que en lo
próximo de la conciencia este sufrimiento concienciador se experimenta y se
materializa siempre como un perjuicio y no como un beneficio. “Bienaventurados
los que sufren, porque de ellos será el Reino de los Cielos”.
Nosotros
sufrimos no sólo porque nos hacen sufrir, sino mucho porque reaccionamos de
esta manera a innumerables cosas. En estas formas de sufrimiento hay unos que
procesamos concientemente, pero que por diferentes razones no logramos hacerlos
transitar hacia un estado de integración constructiva de los mismos. Así por
ejemplo, cuando cometemos un error, nos hacemos concientes de él, pero nuestro
sentido de culpa puede deprimirnos e insegurizarnos. Esto puede incluso pasar a
formar parte de nuestro carácter o de un esquema de comportamiento inconciente
que proyectamos en situaciones a las que nuestro conciente, o subconciente, o
incluso inconciente, asocia involuntariamente nuestra respuesta de sufrimiento.
El sufrimiento está instalado subrepticia y parasitariamente en todas nuestras
facultades mentales. Hay sufrimientos en múltiples emociones que afloran
natural y espontáneamente y frente a situaciones que no parecieran implicarlos.
Hay sufrimiento en la contemplación de la persona que amamos, si asociamos que
ella quizás no nos quiere o no le gustamos tanto como ella a nosotros; si
pensamos que puede estar siéndonos infiel, o que puede o que va a llegar a
serlo; si pensamos que a pesar de estar juntos nos tenemos que separar en un
rato más, o quizás para siempre, etc., etc., etc. La razón y el pensamiento nos
llevan a cuestionarnos, analizar, suponer, interpretar, evaluar, criticar, separar,
sospechar, fragmentarnos, etc., lo cual acarrea con facilidad emociones,
intuiciones, sentimientos y un estado de conciencia que responden a estos
pensamientos con sufrimiento. Así, si pensamos en el futuro de la humanidad, un
panorama racionalmente riesgoso o problemático o destructivo nos llevará con
facilidad a responder con un estado emocional de sufrimiento o con alguna
emoción subsidiaria del sufrimiento, como por ejemplo el miedo, que permanecerá
asociado a esos pensamientos, premisas y constataciones lógicas y empíricas. La
razón, que lo cuestiona todo, nos mantiene como cultura global en una suerte de
escepticismo inconciente que nos debilita como especie y nos impone un profundo
estado de insatisfacción y sufrimiento. La memoria nos hace recordar con
facilidad también el sufrimiento. Los sueños, como actividad del subconciente,
revelan con frecuencia nuestros contenidos de sufrimiento síquico que mantenemos
en nuestros niveles subconciente e inconciente. Por otra parte, nuestro yo, con
su tendencia a autosatisfacerse y realizar la realidad desde su perspectiva, se
encuentra en un permanente estado de incompletud, de insatisfacción, de
contrastación y, por tanto, de sufrimiento, ya que generalmente el mundo se
resiste de diferentes maneras a nuestro ego.
Decíamos
más atrás que la humanidad globalizada ha contrarrestado con el placer su tendencia a experimentar un sufrimiento
generalizado, el que muchas veces toma incluso el sentido de sufrimiento
existencial, total, subyacente a todo, como reconocimiento desde la conciencia
de que estamos incompletos, de que la existencia por todos los flancos nos
propone un estado de cosas que no podemos integrar ni resolver
satisfactoriamente. Es probable que de una u otra manera esto se encuentre
efectivamente con mayor o menor
intensidad en todos los seres humanos. Afortunadamente recordemos que la
naturaleza nos dotó dialécticamente con capacidades de confrontación a cada
condición y estado, de manera que esta necesidad e impulso contrario nos ha
llevado también a contradecir esta naturaleza nuestra asociada al sufrimiento.
Así, este instinto de placer, esta libido –como la llamaba Freud—y que
reconocía también como contrapuesta al instinto de destrucción –thanatos--, el que nosotros
interpretamos más amplia y profundamente como sufrimiento, es una respuesta nuevamente desde el instinto basal,
elemental y natural que nos aportó la evolución natural animal, pero que
evidentemente si la recibimos y la aplicamos a toda nuestra complejidad y
naturaleza metafísica y espiritual que subyace también a todo nuestro sistema síquico, se manifiesta
extremadamente limitada e insuficiente.
La
sociedad globalizada ha desarrollado impremeditadamente una relación
integradora del comportamiento humano, una dotación de sentido respecto de la
realidad misma que enfrenta día a día, y al individuo, enfocada en el placer.
La satisfacción de resolver y de dar por supuesto que estará
indefinidamente resuelto el desafío de la subsistencia en la medida que se viva
en sociedad; es decir, la necesidad básica de adaptación al medio natural ya
resuelta, ha dejado libre esta posibilidad de responder con una emoción que
excede a la satisfacción inmediata, e intensifica esta satisfacción con ayuda del
placer, diversificándolo sin límites. El placer ha aparecido como una respuesta
espontánea, subconciente y aparentemente tan ominiabarcante como el
sufrimiento, incluso anulándolo. Los placeres físicos y sicológicos como comer,
hacer deporte, el sexo, los viajes, la belleza corporal y natural, el placer de
todos los sentidos, el lujo, la sofisticación de bienes que causan placer, como
los tragos y el alcohol, las drogas, el tabaco, los automóviles --de lujo en lo
posible--, el éxito material, económico y social, el reconocimiento de la mayor
cantidad de personas posible, los medios de comunicación social masivos o
personales, la tecnología en conjunto al servicio del placer, etc., etc., etc.,
han acabado sobredimensionando al receptor de conciencia de este placer tan
generalizado: el ego. Tanto placer ha
exaltado el ego. El ego se sostiene como proyección de una conciencia que ha
sobresaltado el placer de sí misma. Tras el ego hay una conciencia, un
subconciente y un inconciente que han privilegiado el placer como estado de
identidad personal, postergando todo otro atributo emocional y síquico que lo
contradiga o no lo aliente. El ego y el placer no se llevan bien con la
autocrítica, la crítica ajena, el maltrato del tipo que sea, el esfuerzo
intelectual –no así el esfuerzo físico, pues facilita, por ejemplo, la
producción de las hormonas endorfina, dopamina, noradrenalina y serotonina, que
intensifican el placer--, la espiritualidad, el pensamiento reflexivo y
abstracto, la soledad, la serenidad, etc. Si bien, aun en todos estos casos,
bien puede el ego desarrollar una proyección de autosatisfacción y de placer
amplificador del ego incluso encubierto a la conciencia o a la intención. No es raro que filósofos, intelectuales en
general, sacerdotes, mecenas, colaboradores sociales, políticos, religiosos,
maestros o simples personas que se sienten espirituales, realicen estas
funciones aparentemente disociadas o contrarias al placer personal,
precisamente desde una relación sutil con el placer personal y la
autosatisafcción y autoengrandecimiento placentero y egocéntrico. El placer
llevado a estos extremos autoengrandecedores, y a pesar de su aparente éxito en
liberarnos de toda forma de sufrimiento, incluso a pesar del reconocimiento
social y colectivo en una forma de vida validada mundialmente, no puede engañar
a nuestra conciencia profunda, a nuestro programa evolutivo inserto en nuestro
inconciente y desde allí, con mayor o menor actualización, hacia nuestra
conciencia de vigilia y, desde ella también permeando nuestra mente completa.
La conciencia profunda contraataca con el sentimiento arrasador de la vaciedad
e insuficiencia del placer, con la exigencia integral de sentido, y desde éste,
atravesando con su dolorosa verdad hasta los más exaltadores y satisfactorios
placeres. No es raro encontrar personas que parecieran tenerlo “todo”, pero se
suicidan, o se deprimen, o se sienten intranquilas, insatisfechas, o
desarrollan comportamientos extremos, injustificados e incomprensibles que los
conflictúan. La coherencia de la conciencia, en definitiva, acaba o acabará
inevitablemente por naturaleza al placer que ha excedido sus límites y modos.
No
se trata de que demonicemos el placer como cosa mala en sí. Muy por el
contario. El placer es un sustrato connatural a la vida síquica y biológica. Lo
mismo que todas las emociones, manifiesta una proyección básica, asociada a la
adaptación y a la subsistencia; al impulso superador de los obstáculos y al
reconocimiento satisfactorio de su consecuencia; a la proyección positiva hacia
la realidad. El placer en su justa medida mantiene al organismo biológico y al
aparato síquico en un estado de equilibrio y positiva y necesaria energización.
No obstante, cuando este impulso inicial de placer se va transformando positiva
e integradoramente en su relación con todos los niveles intrasíquicos; con la
dotación de sentido de la conciencia hacia la realidad en su totalidad; con la
integración armónica en general de toda la realidad –incluido el sufrimiento en
todas sus formas--, es decir, con la espiritualidad y trascendencia
integradoras, conduce naturalmente también a la superación del placer natural y
básico, por el sentimiento espiritual, superior y supremo, que denominamos felicidad. La felicidad es el supremo
estado emocional y de conciencia que unifica todas las capacidades espirituales
y sico-biológicas del ser humano, así como su integración armónica a todas las
realidades posibles.
20. EL ENCUADRE MINIMALISTA DE LA RAZÓN
La
razón no es una facultad exclusiva de los seres humanos. Los animales todos
realizan procesos lógicos para resolver intencionalmente los desafíos del medio
natural. La razón puede y debe ser una herramienta práctica para la vida
natural y adaptativa al entorno. La razón del homo sapiens también presentó desde sus inicios una habilidad
teórica y de abstracción que no demuestran ni requieren los animales. Por una
parte le permitió maximizar sus relaciones prácticas con el medio ambiente,
porque paradojalmente la Naturaleza presenta también una estructura y una
fenoménica afines a la lógica y la racionalidad. Heráclito señala lo mismo: “
[…] vienen a la existencia todas las cosas conforme al Logos éste […]”[23]. Hay
una continuidad esencial entre la lógica y racionalidad de la naturaleza física,
y la lógica y racionalidad humanas.
Más
aun, se nos vuelve a aparecer la paradoja del huevo y la gallina en esto de la
evolución natural cuando constatamos que el conjunto de habilidades mutadas por
el homo sapiens estaban todas ellas
coordinadas y eran todas facilitadoras para su desarrollo abstractivo,
metafísico y espiritual, al mismo tiempo con una proyección adaptativa más
eficaz al desafío del entorno físico natural. Siguiendo este mismo patrón, la
aparición o desarrollo explosivo del lenguaje verbal se sincronizó y asoció
perfectamente con la aparición y desarrollo de la razón superior del homo sapiens. Sin el lenguaje verbal, y
pronto también el lenguaje matemático, el ser humano hubiese limitado su
posibilidad de desarrollo de la razón al punto de no poder superar el nivel de
racionalidad de un homínido cualquiera. Como contraparte, sin el desarrollo
explosivo de la razón, el lenguaje verbal-conceptual no hubiese avanzado más
allá de cuanto lo habían logrado sus mismos antepasados evolutivos. Se ve que
la mutación del homo sapiens “de un
día para otro” -- en cronología de historia natural-- no fue azarosa ni
exploratoria, como si probase adaptativamente rasgos eficaces, y desechase los
que no lo eran, o no lo eran tanto. Tampoco fue secuencial, pues todas estas
facultades aparecieron en su carácter específico y proyectivo al mismo tiempo,
coordinándose y dependiendo simultáneamente unas de otras.
Cuando
el ser humano logró resolver suficientemente el desgaste de energía y de
concentración que implica la vida práctica, el bienestar material y los
requerimientos físicos básicos en general –hemos dicho más atrás--, liberó su
potencial abstractivo, metafísico y espiritual, hasta entonces postergado por
aquellas urgencias elementales. Estos potenciales que no son causalmente
genéticos, sino proyecciones de dimensiones de conciencia trascendentales hacia
el genoma mismo, comenzaron a ser activados sólo en algunos individuos
privilegiados con este progreso material. Esta casta de individuos que fueron
heredando el poder material y social a la larga no recibieron sólo a las almas
reencarnadas concordantes y merecedoras de este estatus material, es decir la
aristocracia de la conciencia. El proceso de selección de los privilegiados
para nacer en esta casta se realizó más o menos aleatoriamente respecto de este
factor --con la misma lógica de siempre de este estadio de evolución humana--,
no apurando el proceso evolutivo ni interviniéndolo predestinadamente, a fin de
que los mismos seres humanos actuasen y dispusiesen su orden más o menos
libremente. Las pocas conciencias superiores que tuvieron el privilegio y la responsabilidad
de encarnar en esta casta aristocrática, fueron marcando la historia del
progreso material y socio-cultural humano, el cual representa el medio o
escenario evolutivo en reemplazo del entorno natural de las especies
inferiores. La masa humana, el pueblo, continuó evolucionando a través del
sufrimiento principalmente, y aportando con su servicio material a la evolución
de la especie – sobre todo a través de la manutención de la casta de los
poderosos--. Esto, que puede parecernos cruel e injusto por parte de una
Naturaleza de origen divino y espiritualmente superior, tal vez no satisface
nuestra reducida capacidad ética y moral, pero se ajusta al menos a la infinita
sabiduría y perfección que hay en el Espíritu y su realización en estas primitivas
dimensiones de realidad. A nuestra propia espiritualidad tampoco le asquea esta
discriminación material y humana, en la medida que comprendemos que nadie está
privado de nada en la posibilidad y necesidad de progresar en esta sobrecogedora transmutación de nuestra
macrorrealidad. Los tiempos y oportunidades para su actualización y
cumplimiento para cada uno son medidos y justificados con otros patrones que
los humanos, los cuales por ahora estamos lejos de experimentar y conocer.
Cuando
el ser humano –más precisamente parte de la casta aristocrática-poderosa--
liberó su potencial abstractivo-racional, metafísico y espiritual, de una u
otra manera todos los seres humanos se vieron beneficiados, desafiados y
también la mayoría superados por este proyecto evolutivo inicial. Las grandes
civilizaciones de la Antigüedad –pero también todas las otras, por cierto menos
relevantes en número y espectacularidad cultural--: sumerio-babilonios,
egipcios, chinos, indo-arios evidencian este proceso que acabamos de describir.
La casta materialmente privilegiada y el pueblo mantuvieron por milenios una
estructura igual de relación y sentido. Sólo en Grecia, alrededor del siglo VII
a.C., se produjo una efusión de la conciencia superior y del espíritu
principalmente a través del rápido incremento en el desarrollo de las
capacidades cognitivas abstractivas, asociadas por cierto también a un aumento
de la riqueza y bienestar físico-material, pero que se plasmó ambientalmente en
esta particular masificación “popular” mal llamada “democracia”, pues encubría
igualmente un sistema de casta, por una parte entre los poderosos, esta vez los
hombres del saber asociados positivamente a los portadores del poder
socio-político y económico, y, por otra, la plebe sin estatus político, como las
mujeres, los esclavos, los extranjeros (“bárbaros”), los desheredados, etc. Sin
embargo, por primera vez el número de personas asociadas al desarrollo
abstractivo de las facultades humanas fue suficientemente alto para formar una
masa crítica que excedió los parámetros evolutivos más o menos azarosos de la
historia natural humana y permitió paradigmáticamente al ser humano proponer y
establecer hacia la modernidad nuestra un proyecto evolutivo humano
intencionado y más o menos conciente.
Este
paradigma en nuestra época se ha venido a plasmar y representar especialmente
en el ícono que hemos denominado “ciencia y tecnología”, pero su historia tiene
que ver con los orígenes del pensamiento abstractivo que estamos describiendo.
Cuando en Grecia antigua los sabios se abrieron al potencial de las facultades
abstractivas, especialmente a la razón y su asociación constructiva con todas
las demás capacidades cognitivas y para-cognitivas del ser humano (emoción,
percepción sensorial, memoria, intuición, voluntad, yo, espiritualidad, niveles
de conciencia, etc.) lo hicieron con cierta apertura y disponibilidad menos
sesgadas que sus antecesores de otras culturas. Tampoco se hizo reunir allí
sólo a las almas más selectas de la humanidad y de otras dimensiones de realidad;
sólo se dio un suficiente “golpe de timón” para facilitar un nuevo proceso
evolutivo ya maduro, aportando más que nada almas con desarrollo de conciencia
abstractivas generales, pero igualmente básicas. Estos sabios eran sobre todo
hombres “inteligentes” que, aunque indagaron masivamente en múltiples áreas de
la abstracción (filosofía, ciencias naturales, matemáticas, cosmología,
religión y mitología, artes, literatura, pensamiento político, ética,
metafísica, esoterismo, magia, espiritualidad, historia, etc.), acabaron
mayoritariamente reducidos al pensamiento concreto, práctico o
lógico-especulativo, mediados por estructuras y patrones lógico-convencionales
de validación de la realidad, si bien unido progresiva y particularmente con la
asociación “probatoria” de la experiencia de los sentidos.
Es
necesario reconocer que la historia humana moderna también se vio estimulada y
logró avances evolutivos en la otra dimensión de la abstracción: la
espiritual-emocional-racional. Ya en Grecia misma, hombres insignes como
Heráclito, Parménides, Sócrates, Platón y Aristóteles sustentaron una línea de
espiritualidad lógica y metafísica que marcó un curso ancho para la experiencia
metafísico-espiritual del humano aristocrático antiguo, pero que se debilitó
con la entrada al escenario social en Occidente de la propuesta revolucionaria
y realmente popular de Jesús de Nazaret. Fue tan alto el valor evolutivo de la
propuesta espiritual-emocional-racional
de este iluminado y enviado; tan accesible y exaltadora de la masa humana no
evolucionada en la conciencia superior; tan simple y básica, pero al mismo
tiempo tan marcadoramente resolutiva de los grandes sufrimientos colectivos
acumulados progresivamente por generaciones y estructuras socio-ambientales, y
vidas tras vidas, que incluso las almas más evolucionadas en la conciencia
abstractiva –aunque ello significaba un retroceso en el desarrollo inmediato
del potencial amplio de la conciencia abstractiva-- se pusieron generosamente al servicio de esta
doctrina para los “simples”, para “los pobres de espíritu”, e hicieron por
alrededor de 1500 años teología, o
filosofía doctrinal cristiana.[24]
En
Oriente, por su parte, la situación fue parcialmente diferente. Aproximadamente
hasta el siglo VI a.C. se mantuvo severamente el mismo esquema evolutivo de
castas que en Occidente. Sin embargo, en paralelo con la efusión de espíritu
abstractivo en la Grecia occidental, en India se prefirió privilegiar el
espíritu-emotivo-intuitivo con una sensibilización de esta dimensión de la
conciencia-mente humana a través del advenimiento del iluminado y enviado
Gautama Buda. Su misión, evolutivamente más exitosa, pero menos desafiante que
la crística, representa un ajustado complemento del tipo de espiritualidad
inmanentista de Jesús, frente a la espiritualidad trascendentalista de Buda.
Las almas humanas han vivido su aprendizaje evolutivo superior reencarnando
alternativamente estos últimos 2500 años entre las dos escuelas espirituales evolutivas
mundiales[25],
cuya oportunidad histórico-evolutiva de la síntesis está a punto de
experimentar actualmente la humanidad.
Decíamos
que la propuesta de Jesús ha sido más desafiante y riesgosa, pues, por una
parte se enfrentó al paradigma de conciencia abstractivo-sensorial de origen
griego, que predominaba en Occidente durante el ministerio del nazareno, y que
finalmente ha ganado mayoritariamente en la actualidad a la especie humana
globalizada. Ya en tiempos de Jesús el paradigma helenístico, heredero de la
gran tradición abstractiva griega clásica, había girado mayoritariamente hacia
el materialismo, el pragmatismo y el placer como respuesta al sufrimiento
evolutivo de la especie. Los hombres de poder y saber –quienes sustentaban el
escenario cultural evolutivo-- eran o bien escépticos, o enciclopedistas eruditos,
o retóricos, o todo ello junto. Es digno de notar que incluso en Israel, los
miembros del Sanedrín –representantes de los hombres del saber y del poder del
pueblo israelita— quienes juzgaron y decretaron la muerte de Jesús (del
paradigma espiritual de Jesús) también eran escépticos encubiertos[26],
eruditos y retóricos, del mismo modo que los jueces atenienses que habían
juzgado y dado muerte a Sócrates. Los Romanos, por su parte --ese puente
histórico-evolutivo entre la Antigüedad y la Modernidad--, se debatieron entre
uno y otro modelo de conciencia, acogiéndolos desordenadamente y sin verdadera
capacidad de síntesis. Roma no estaba preparada, ni ninguna ciudad del mundo de
entonces, para sintetizar evolutivamente todas las formas de conciencia de que
disponía entonces la humanidad y la sociedad humana.
Así
ocurrió también con los individuos particulares, quienes se han visto
determinados en todas las épocas a reproducir el modelo social exitoso
predominante, postergando incluso sus propias características y necesidades
intrasíquicas y de conciencia profunda. A partir del Renacimiento, después del
intento medieval frustrado de masificar el evolucionado modelo de conciencia
cristiano, o de siquiera asumirlo consecuentemente por el clero o por los
simples creyentes, Occidente volvió al paradigma abstractivo-empírico de los
Griegos clásicos, esta vez privilegiando soberanamente a la razón como
extensión operativa por excelencia de la conciencia, e identificando conciencia
con razón, como lo hace en el siglo XVII Descartes, y apoyando el trabajo
cognitivo de la razón con los sentidos y su aplicación técnica a la
manipulación de la realidad físico-material. Desde entonces hasta ahora había
ido en una cierta retirada el modelo social espiritualista-emocional-metafísico,
aparte por cierto del mismo proceso regresivo también de las religiones
cristianas, y que ya se había diversificado grandemente en el Renacimiento
mismo (sectas esotéricas, doctrinas teosóficas, mágicas, gnósticas, heréticas,
espíritas, orientalistas, etc.), pero que pasó a ser más bien un reducto
restringido y selectivo dentro de las comunidades sociales.
La
razón práctica, pues, asociada a los sentidos, ganó el poder social por sobre
todas las demás capacidades de activación de la conciencia, a pesar de que el
otro modelo abstractivo-emotivo-espiritualista no ha dejado nunca de tener un
fuerte respaldo y reconocimiento social, especialmente en las capas menos
formalmente educadas de las comunidades. Sin embargo, incluso estos mismos
sectores de la sociedad han desarrollado un comportamiento mental social con
una preponderante perspectiva racionalista, aceptando parámetros de relación
social no espiritualistas, sino ante todo racionales-pragmáticos, o bien
predominantemente emotivistas –en otra línea que tiende al involucionismo
animal, más que al emotivismo de índole espiritual y superior--. En estos
sectores abundan las explicaciones supersticiosas, conjeturales, teístas,
mágicas, irracionales, maravillosas y hasta espiritualistas de las cosas que
acontecen en sus vidas y en la realidad, junto con abigarradas explicaciones
lógicas, seudocientíficas, parcialmente científicas, empíricas, analíticas y
reflexivas. Sin embargo, en los últimos cincuenta años, esta tendencia se ha
ido extendiendo también a los segmentos sociales con educación formal y
superior. La razón y la experiencia sensorial, lo mismo que el paradigma
hedonista, incluso todo el saber y progreso modernos asociados a estas
facultades, lejos de provocar una desactivación, desinterés e invalidación del
paradigma abstractivo-emotivo-espiritual, están llevando a más y más gente ya a
un intento de reintegración de ambos niveles de procesamiento de la realidad,
ya simplemente a desechar el modelo racional-científico. [27] Todas
las formas mentales que han servido parcial o temporalmente a la adaptación al
medio o a alguna realización de progreso –léase emotividad, placer,
racionalidad, ego, sufrimiento, conciencia de vigilia, etc.—están perdiendo
validez a la hora de contrastar y responder a un fuerte instinto espiritual que
no ha cedido nunca a través de la historia natural del homo sapiens y que, siempre desde una posición secundaria y casi
velada, desde la conciencia profunda, se ha mantenido igualmente activo,
estimulante y paciente, esperando su justa y precisa hora de eclosión y
convergencia histórico-evolutiva.
Hasta
aquí, pues, hemos ido develando un panorama humano complejo, contradictorio,
inquietante, pero también rebosante de posibilidades, de virtualidades que ya muestran
poseer suficiente consistencia y coherencia como para generar una intuición,
una inquietud y expectativa colectiva disponible a importantes cambios para la
especie misma.
Hemos
vagado y divagado por la historia de la mente humana y por algunos de sus
infinitos caminos, gargantas, praderas, precipicios, senderos y laberintos,
tratando de bosquejar un nuevo mapa que permita coherentemente transfigurar el mapa
humano gastado y escasamente preciso que hasta ahora hemos a veces bien y a
veces mal seguido.
Ahora,
mi querido lector, te invito ya no a seguir comprensivamente el trazado de un
mapa, sino a volar por encima de todas las cosas, si mi espalda es lo
suficientemente fuerte para al comienzo cargarte.
SEGUNDA PARTE
EL TOQUE DEL MAESTRO
“¿Quién pronunció ese nombre
Que me perfuma el
alma?
¿Quién ha iluminado
mi Silencio?
¿Quién ha hecho
florecer el Dolor que me abrasa?
En la caverna
oscura de mi alma
¿Quién ha prendido
luces?
¿Quién despertó en
ella el monstruo del recuerdo
Que gateando por el
suelo huye?”
Vicente Huidobro, Versos de un viejo triste
INTRODUCCIÓN
¿Quién
es el Espíritu? ¿Quién es el Maestro? ¿Adónde ir? ¿A quién y qué seguir? ¿Qué
hacer?
Cuando
se nos quiere quitar el aire, el suelo, la morada y el bien. Cuando se nos
quiere quitar la mente, la verdad, el conocimiento, Dios y el camino, ¿habrá
Algo tan inmenso, tan evidente, tan completo, tan poderoso, tan inmediato que
pueda en esos momentos cobijarnos y no exponernos al más terrible abandono y
angustia, de la misma manera que nos hemos cobijado suficientemente en esta antigua
realidad?
Cuando
un extraño ruido que nunca antes habíamos oído se deja escuchar por todas
partes; cuando buscamos respuestas en los libros antiguos y sagrados, pero no
hacemos sino multiplicar las preguntas; en los templos centenarios que
cobijaron a tantas almas humanas, y apenas encontramos un estilo arquitectónico
bello, pero lejano. Cuando por todas partes se nos rechaza como si fuésemos
extranjeros; se nos rechaza como a pecaminosos insatisfechos, a sospechosos
buscadores y amargados críticos, ¿qué hacer?; ¿qué pensar y sentir?; ¿por dónde
ir y adónde?
Cuando
llorar no soluciona ni libera nada. Cuando una paz sin explicación nos acosa
salvajemente desde nuestro propio interior y nos lanza a la existencia como
locas ménades. Cuando nada nos detiene aunque ya no tenemos nada. Cuando ya no
tenemos nada y sin embargo algo dentro de nosotros nos hace intuir que lo
tenemos Todo. ¿Qué?
A
todas estas preguntas, e inquietantes dudas, y difusas ansiedades, la respuesta
es una sola: El toque del Maestro.
1.
EL
SALTO EVOLUTIVO
Muchos
humanos quieren ser mejores, pero con mayor frecuencia moralmente mejores. Ser
moralmente bueno no es difícil. Se puede ser suficientemente bueno moralmente
si uno “ama al prójimo como a sí mismo”. Lo demás se da por añadidura. Ser
bueno moralmente es un mero equilibrio entre relacionarme bien con los demás,
pero sin descuidarme a mí mismo. Al fin de cuentas, la moral no es más que un
sistema de relaciones; un patrón o modelo de comportamiento en las relaciones
con los seres humanos y con toda la realidad, que hay que cumplir honestamente.
Cualquier otra cosa que se le pida a la moral o que se asocie al comportamiento
moral, excede a la moral misma, y se relaciona con otra dimensión del ser
humano. Por eso el mensaje evangélico de Jesús, siendo tan difícil de cumplir
–pues él lo extremó desafiante y propedeúticamente--, es al mismo tiempo tan
simple y tan básico. Mal podía la humanidad continuar su proyecto evolutivo si
no era capaz de cumplir con el nivel más básico: el respeto y solidaridad con
la existencia en su dimensión humana, y planetaria en general.
Sin
embargo, lo realmente difícil es ser mejores de mente, de conciencia y de
espíritu. Esto mismo está en el trasfondo del mismo mensaje evangélico. Esto
era el verdadero modelo de evolución integral que nos traía Jesús, pero que ni
siquiera podíamos entrever por nuestra necedad moral. Sólo algunas pocas almas
humanas más evolucionadas han comprendido y seguido este camino espiritual. Un camino
que, por otra parte, no está descrito ni justificado en su ministerio
evangélico. Ni las iglesias cristianas, ni las doctrinas teológicas han sabido
interpretar el proyecto evolutivo integral de Jesús. Con simpleza han propuesto
sistemas de catequesis, de evangelización, de ascesis, de enseñanza, cuya
propia intención y propósito estaban inmensamente por encima de sus enfoques y
–no pocas veces—de sus mismas capacidades espirituales y mentales: ser
perfectos como el Padre es perfecto. A la humanidad cruda y simple no se le
puede pedir ni enseñar perfección como se le pide y se le da un pedazo de pan;
o como se le pide y se le da a beber un vaso de vino. No hay que confundir
perfección de conciencia, perfección de mente y perfección espiritual, con perfección
moral. Esta confusión propia de las religiones cristianas les ha jugado en
contra a través de la Historia. Sobresimplificar la espiritualidad humana y la
mente humana ha sido uno de los grandes errores de las religiones, prácticas y
doctrinas espirituales de todos los tiempos, a excepción de las doctrinas y
prácticas de extremo Oriente. El cielo está mucho más lejos de lo que creen los
que simplemente miran hacia arriba. La paradoja consiste en que si se quiere
“subir al cielo” hay que hacerlo primero descendiendo al interior de uno mismo.
Esto
no vale sólo para el conocimiento espiritual. Todo el conocimiento de toda
realidad actual y posible sólo se alcanza adecuadamente cuando primero se ha
conocido y transformado la mente y su profundidad en un instrumento para la
realidad y en un continuo con la realidad misma. Ya hemos visto que la
evolución natural ha proporcionado al ser humano un adecuado instrumento mental
para la sobrevivencia y la adaptación al medio y del medio. En eso ha consumido
millones de años la Naturaleza. Para eso nos hemos acondicionado corporal y
mentalmente. No lo hemos hecho mal. Pero ya eso está logrado y hay que buscar
realizaciones evolutivas mayores, más inmersas en la amplitud infinita de la
realidad y no sólo en este reducido marco de realidad que es el plano
físico-natural y su dimensión síquica elemental y funcionalmente básica. Esta
constatación y convicción nos lleva, por lo tanto, a la innegable necesidad de
revisar todos nuestros mecanismos biológicos y síquicos, a fin de readecuarlos
a nuestra nueva aventura evolutiva. Es decir, adecuarlos para un nuevo desafío
adaptativo a un medio sico-espiritual que casi no ha existido hasta ahora para
nosotros. Ni siquiera es una opción entre otras evolutivas disponibles. Ya lo hemos
dicho: ha estado ahí delante de nosotros, en la Naturaleza misma, pero no ha
sido tan urgente para nuestra sobrevivencia como las condiciones físicas
ambientales. Sin embargo, nuestro propio desarrollo evolutivo nos ha puesto en
una frontera que guarda relación con nuestro propio desarrollo metafísico,
lógico-abstracto, especulativo-teórico, emocional superior, holístico, y que
nos desafía a avanzar en su desarrollo o desaparecer de la Tierra. Estas
capacidades que hemos estimulado y desarrollado sin querer, nos ponen ante la
presencia de nuestra propia espiritualidad y de nuestro desarrollo mental más
allá de todo lo realizado hasta ahora, pues no sólo nos han enfrentado a la
evidencia de que en realidad somos mucho más complejos, potenciales y desconocidos
en nuestra dimensión síquica que todo lo realizado hasta ahora; sino también a
la evidencia de que existen otras dimensiones de realidad que requieren otro
tipo de habilidades para experimentarlas, y, más aún, que esas realidades son
una sola con la realidad que siempre hemos creído conocer y experimentar como
ella sola: nuestra reducida dimensión espacio-tiempo.
Quisiera
llevarlos a una situación hipotética que se repitió una y otra vez cuando una
especie debió evolucionar a través de la disyuntiva de actualizar o desechar
una mutación que –piensan los biólogos-- se estaba presentando accidental e
inciertamente. Primero, el individuo que actualizaba la mutación, si era física
– por ejemplo, un cambio de color de plumaje en un ave --entonces podía constatar
en lo inmediato si el efecto en su medio era positivo para ella--; si lo era,
se reproduciría con más facilidad –si es que el efecto del color le permitía un
mejor camuflaje y, por lo tanto, sobrevivir más que sus congéneres era en sí
mismo un rasgo de atractivo sexual, lo que me parece ridículo—y, en
consecuencia, transmitiría su rasgo mutado a su descendencia. Si la mutación
era un rasgo sicológico, como por ejemplo el cálculo de los peligros con mejor
análisis, entonces nos encontrábamos con un individuo que se comportaba
diferente de sus congéneres más impulsivos o más derrochadores de energía. Una
vez más nos encontramos frente a un rasgo probablemente menos atractivo
sexualmente que el de un individuo energético, fuerte y dinámico, pero menos
hábil a la hora de sobrevivir. Además, este individuo ha de haberse sentido
naturalmente diferente de los comportamientos de sus semejantes, y
probablemente debe haber sentido la tendencia a ceder ante los comportamientos
condicionados del grupo. Los rasgos mutativos especialmente sicológicos o de
mayor impacto sicológico deben tender siempre a diferenciar respecto de los
demás integrantes del grupo o especie y, por tanto, contradicen las teorías
sociales y los comportamientos observados, en cuanto a que deben haber
insegurizado y debilitado a los individuos, tanto respecto del rasgo en
cuestión, como de sí mismos en conjunto, más que a fortalecerlos en su
autoestima y a reforzar el rasgo mutativo.
Las
mutaciones – a nuestro entender—no son el resultado de hechos aislados y
azarosos. Existen vínculos sutiles, redes integradas en el inconciente
colectivo de las especies animales, que mantienen una comunicación que alcanza
incluso el nivel genético de las mismas. Las mutaciones de rasgos
significativos para la especie son aprehendidas por el inconciente colectivo y
no surgen aislada y casualmente en un solo individuo, sino que son activaciones
del potencial sico-genético del inconciente colectivo de la especie, debido a
un conjunto de factores endógenos, inconcientes y otros asociados al estímulo
del medio ambiente. Así pues, son varios los individuos que actualizan
simultáneamente el mismo rasgo mutativo, siendo la especie en conjunto sensible
al cambio, si bien no todos los individuos llegan a actualizar el rasgo en mutación.
Si
esto lo traemos al plano actual humano, nos parece que se reafirma en la medida
que los rasgos espirituales evolutivos y mutativos, o, en términos
espirituales: transfigurativos y trascendentales, aparecen en numerosos
individuos simultáneamente. La evolución natural volvería a actuar desde el
inconciente colectivo de la especie, promoviendo una mutación simultánea de un
gran número de individuos acondicionados para este salto evolutivo. No se trata
de una ley natural. Se trata simplemente de que los seres vivos evolucionan
cuando han alcanzado un nivel de desarrollo personal suficiente y concordante
con el mejoramiento del estatus de especie. Por eso no todos los individuos de
la especie están en condiciones de dar el salto evolutivo.
Hemos
dicho que querer ser mejores no es tanto un deseo de ser mejores moralmente,
sino en esta encrucijada evolutiva significa superar todas las formas de
progreso manifestadas hasta ahora, pero que evidentemente no son suficientes
para dar un salto evolutivo. No es suficiente la emoción superior para dar un
salto evolutivo, ni la razón, ni el ejercicio y control de la mente, ni la
inteligencia, ni el carácter, ni la capacidad de imponerse a los demás, ni el
poder, ni la riqueza. Todo eso ya ha sido maximizado y no es suficiente para
integrar un mejoramiento global de la persona. Todos sabemos de sobra que se
han hecho grandes avances en las condiciones de vida de miles de millones de
humanos. Todos sabemos que hay motivos suficientes para estar agradecidos de toda
esta civilización del confort y del bienestar. Podemos incluso anticipar que
continuarán sorprendiéndonos con aparatos más veloces, más multifuncionales,
con avances en la medicina, en la tecnología y en la ciencia en general. Pero
¿hay posibilidades en todo esto de un salto evolutivo, transfigurador, integrador de tantas otras dimensiones humanas y de
realidad? ¿Hay siquiera posibilidades de hacer de este un mundo para la vida,
para toda forma de vida? Y si lo logramos, ¿qué haremos luego con la Vida?
La
respuesta de lo que debiéramos hacer está en todas partes. Siempre ha estado en
todas partes, pero ahora se ha vuelto más inmediata y urgente que nunca. La
espiritualidad y la conciencia son dimensiones nuestras que están listas para
el gran salto evolutivo. Han estado paciente y humildemente activas a través de
toda nuestra historia natural –siempre en un trasfondo precario y mínimo--,
apoyando subordinadamente nuestros desarrollos básicos, animales, humanos,
adaptativos, experimentales, funcionales y elementalmente evolutivos. Nuestra
espiritualidad y conciencia, sin embargo, no son creaciones nuestras. Nos han
sido regaladas y ofrecidas por Alguien o Algo. Lo llamamos de tantas maneras,
porque ni siquiera lo conocemos suficiente. Lo hemos llamado dios o divinidad durante tanto tiempo y a través de tantas razas y
pueblos. Hemos intentado contactarlo; que se nos muestre evidente y
abiertamente. Hemos tratado de conocerlo con todos nuestros medios y recursos,
pero es bien poco lo que siempre hemos logrado. Hemos creído que ha dicho esto
o aquello. Que ha tomado esta u otra forma. Al final acabamos desfigurándolo,
manipulándolo, reduciéndolo y, de una u otra manera, humanizándolo. Otros
incluso han preferido, ante este triste espectáculo, no creer en nada y negar
su existencia.
Estamos
muy lejos de Aquello. Ontológica, sicológica, biológica, físicamente demasiado
lejos y diferentes. ¿Cómo podría haber ocurrido de otra manera lo que ha
ocurrido, si aun así ha querido estar cerca de nosotros? Aquello ha querido
crearnos, acompañarnos, contenernos e incluso… engañarnos. Sin embargo, existe
un engaño humano y un engaño divino; así como un amor humano y otro amor divino:
¡son dos cosas muy diferentes! Veamos cómo.
2.
LA
DIVINIDAD DEL PASADO Y DEL FUTURO EN EL PRESENTE: ¿UN SOLO DIOS O MUCHOS
DIOSES?
En
este propósito de acondicionarnos y fortalecernos para adaptarnos a este duro
medio físico planetario y sicobiológico que nos ha tocado experimentar, hemos
perdido y despreciado maravillosas capacidades y potencialidades que nos han
rodeado como un jardín de flores, pero por nosotros mismos finalmente cercado y
cerrado. Preocuparnos de flores, en lugar de recursos y personas, actualmente
nos resulta ridículo. Es que hemos perdido la capacidad de maravillarnos por lo
auténtico, lo que ha estado con nosotros desde el inicio de los tiempos: la
Naturaleza. Hemos creado, a cambio, un mundo tan nuestro, sorprendentemente
tecnológico, asombrosamente funcional, dinámico, atractivo, entretenido,
interactivo, que la percepción de nuestro universo natural ya no nos atrae ni
nos provoca nada profundo e inquietante. Eso parece apenas un bonito decorado
para nuestra gran obra dramática. Usamos la Naturaleza para nuestros deseos y
necesidades. Usamos la Naturaleza porque creemos conocerla y cada vez más
dominarla. No podría ser de otra manera si creemos que sólo es un amasijo de
átomos y fuerzas azarosas. No podría ser de otra manera si creemos que hemos
tomado el control de la realidad. Ahora los seres humanos somos los extraordinarios,
no la Naturaleza.
Todo
esto ha tenido también una función evolutiva. Pequeña y reducida, pero
evolutiva; válida para dos mil quinientos años de minúscula evolución, pero no
más… Los grandes iluminados de todos los tiempos han intuido este momento histórico
con diferentes modos de representación. Kali Yuga, Apocalipsis, fin del
calendario Maya, el Juicio de Dios, fin del mundo, venida del Reino, Era de
Acuario, etc. En todas estas representaciones el ser humano y el planeta en
conjunto se ve sometido a un evento cósmico y planetario que responde a un
ordenamiento cósmico y trascendental que supera infinitamente las capacidades
del ser humano. Un evento que va a alterar y modificar extraordinariamente su
condición natural.
Es
verdad que todas nuestras representaciones de eventos y realidades que nos
superan han estado siempre contaminadas por nuestra ingenuidad y pobreza
cognitiva, de manera que las arropamos con todo tipo de errores y atributos
deformes --incluso los que nos parecen sublimes y perfectos--. Todas nuestras
representaciones, discursos y hasta experiencias de la espiritualidad son meras
aproximaciones imperfectas y deformadoras de la verdad –o de lo que
verdaderamente sea--. Aun así, algo conocemos de esa trascendencia, o --mejor
dicho-- algo intuimos, pero lo representamos mal. Algo que sólo captamos en su verdad con la intuición de la
conciencia, pero en cuanto lo llevamos a cualquiera de nuestras otras
capacidades mentales, lo deformamos y distorsionamos. Nuestra tentación
irresistible es tratar de expresar y comunicar esa dimensión de la intuición
espiritual. Es una tentación muy natural y humana, pero terriblemente dañina a
la hora de mostrar “el Camino, la Verdad y la Vida”, tal como le aconteció al
mismo Jesús, y a todo maestro de Verdad. Por otra parte, ¿cómo no enseñar el
camino a quienes no saben cómo encontrarlo a pesar de buscarlo denodadamente?
Que todos sepamos al menos que no hay de por medio verdades reveladas por nadie
intocable, ni palabras ni experiencias que sean manifestaciones de la Divinidad
o de la Trascendencia misma. ¡Basta ya de sacralizar y divinizar las expresiones de espiritualidad y
religiosidad! Cada semilla de verdad espiritual debe morir prontamente apenas
es asimilada por la conciencia y la mente humanas; apenas da un fruto en el
alma y la mente, debe morir prontamente y buscar una nueva forma y
manifestación de trascendencia. La espiritualidad en su vía vertical se parece más a un viento
que no tiene forma y que pasa sin saber de dónde viene ni adónde va. Cuando la
espiritualidad se materializa en el plano horizontal de las realidades,
entonces realiza su obra a través de la metáfora, del signo, de la palabra, del
acto, del espacio y del tiempo. Una realización posterga a la otra. Nuestro
desafío evolutivo es integrar ambas sin que se entorpezcan entre sí. Es lograr
integrar la espiritualidad en todas las direcciones, en todos los niveles de
realidad simultánea y coordinadamente.
Difícil
labor ésta para una especie que ha invertido el orden de su propia realidad. De
un “estamos solos”, y “sólo yo soy responsable de mí mismo”, al que hemos
llegado en este siglo, tenemos que regresar a un renovado y sorprendente “¡No
estamos solos!”, y “¡Soy responsable del Todo y el Todo es responsable de mí!”
La
verdad es que nunca hemos estado solos. Hace más o menos doce mil años atrás,
la humanidad fue ataviada evolutivamente con capacidades de conciencia y
mentales suficientes para superar la última glaciación y desarrollar un nuevo
paradigma evolutivo para esta era. Las manifestaciones programáticas e
interventoras de los planos de realidad superiores se realizaron incluso a
través de materializaciones antropomórficas y físicas. En todos los pueblos de
la Tierra, o bien se sensibilizó desde las profundidades de la conciencia a
individuos en particular y a la especie entera; o bien se accedió a los niveles
más inmediatos del plano físico y mental ante diferentes pueblos y/o
individuos, con diferentes tipos de manifestaciones, ya sea sensoriales,
naturalistas, ficcionales, antropomórficas y teromórficas, sobrenaturales,
intelectuales, extrasensoriales, etc.
Esto
se realizó amplia e intensamente durante un corto tiempo, probablemente no más
allá de unos cientos de años. El plan de sensibilización y orientación hacia el
cambio de conciencia y mente contemplaba un cronograma de progresivo
distanciamiento para favorecer la liberación de las capacidades
autodeterminantes y creadoras del ser humano. Primero los seres humanos se
relacionaron de todas estas maneras con este fenómeno espiritual, personal e
impersonal al mismo tiempo, y así lo describieron, tal como se les apareció:
ilimitadamente variado, pero en esencia (espiritual-transfiguradora) el mismo
en todas partes y de todas las formas. Una de las manifestaciones que más
impactó a los pueblos e individuos que les correspondió experimentarlo así, fue
ciertamente la manifestación personal y antropomórfica de esta Trascendencia. A
estas manifestaciones en general se les llamó dioses o algo similar. Los dioses parecían venir de todas partes,
pero sobre todo desde el cielo. Qué ocurrió realmente y cómo ocurrió, todavía
no estamos en condiciones de recuperarlo ni de saberlo. Por ahora lo mejor es
callar.
Cuando
estas Manifestaciones comenzaron a retirarse prontamente hacia planos de realidad
y conciencia más sutiles –si bien no dejaron de realizar esporádicas y más
individualizadas epifanías en el plano físico espacio-tiempo--, ocurrieron dos
fenómenos generales y decisivos. Uno, los hechos ya acontecidos comenzaron a
grabarse y registrarse plástica y escultóricamente, tal como se evidencia en
innumerables testimonios visuales por todas partes en el mundo, y a
transmitirse oralmente, pero sin el referente físico y experimental presente,
de modo que progresivamente se los fue modificando y, al mismo tiempo, fijando
como referentes absolutos. Nacieron así y entonces los mitos, las revelaciones,
las representaciones artísticas, los ritos religiosos y espirituales, los misterios, las doctrinas –en toda su
exquisita variedad y multiplicidad-- del homo
sapiens moderno: narraciones y representaciones visuales y dramáticas que
intentaban mantener en la memoria presente y en la vida actual una época
sobrenatural y maravillosa perdida en su inmediatez. Los humanos comenzaron a
anhelar, a soñar, a buscar afanosamente y a veces hasta angustiosamente las
mismas experiencias sobrenaturales de sus antepasados. Pero los dioses ya no
estaban aquí. Ya no era posible verlos aparecer en medio de enormes
resplandores y epifanías colosales. Ya no era posible acercarse a una distancia
prudente y escuchar su sobrecogedora enseñanza, o simplemente su novedosa
enseñanza de cosas útiles y prácticas, como la escritura, o técnicas de
construcción, o el conocimiento medicinal de las plantas, o la cerámica, o la
historia del Universo, o el lenguaje de los animales, o el trazado
significativo de las constelaciones en el cielo, o las normas de comportamiento
y convivencia para un pueblo, o instrumentos musicales, etc.
Una
segunda consecuencia del alejamiento progresivo de los dioses consistió en que
la sensibilización y comunión espiritual evolutivas se fueron centrando cada
vez más en zonas específicas de la conciencia y de la mente humanas. La primera
gran sensibilización evolutiva y mutacional para el ser humano se había cumplido
exitosamente en el plano de lo material, facilitándole el desarrollo en este
plano natural y físico de formas de adaptación en todas las áreas de
interacción con el medio. Se le proporcionaron al ser humano herramientas
prácticas de todo tipo para que pudiera prontamente superar la dependencia
básica del plano de la subsistencia material y de la precariedad sico-social en
que se encontraba entonces, a fin de continuar con su desarrollo evolutivo
siguiente: el desarrollo de la conciencia y la espiritualidad.
Sin
embargo, aquí comenzaron a operar las misteriosas condiciones de la naturaleza
humana y biológica, por las que unos individuos progresaron más y otros menos
en su acondicionamiento evolutivo. Unos humanos se sintieron más atraídos e
identificados con los desafíos del plano material; otros, con los ulteriores,
con los que, aunque menos inmediatos y actuales que los sensoriales, se
reconocieron como superiores y más significativos. Desde este momento comenzó a
gestarse la mutación de la conciencia espiritual en el centro de la especie
humana; en el centro del inconciente colectivo de la especie. En este nivel del
inconciente humano los “dioses” continuaron presentes e inclaudicablemente
activos. Sólo una excepción se realizó a este programa planetario: Jesús el
Cristo. Hace dos mil años se reforzó por última vez el plan de esta era
evolutiva con la presencia de un hombre-dios. Cuando Jesús murió y se
desmaterializó, su Espíritu se afincó con una fuerza final, definitiva, en el
inconciente colectivo de la especie –por sobre toda circunstancia histórica y
cultural--. Jesús inició con su vida y muerte el paso final mutativo de la
especie humana a este nuevo proceso de transfiguración en el que nos hayamos ya
a punto de completar en su fase transicional (total y final-final). Creer que
estamos solos en este proceso de agonía y éxtasis; en esta coyuntura histórica;
en este universo y planeta, es una penosa sensación de nuestro sentidos, de
nuestra mente y de nuestra conciencia, pero no de nuestro espíritu ni de
nuestro inconciente profundo. La Manifestación de la Trascendencia está
regresando al plano material, al plano natural, al plano sico-biológico de una
manera no conocida hasta ahora por el homo
sapiens. Una de las consecuencias representacionales en lo inmediato para
el ser humano es que es necesario desechar de una vez el viejo concepto, el
viejo nombre de Dios, la vieja experiencia de dioses y hasta de Divinidad.
Debemos comenzar a experimentar la Trascendencia tanto en la dimensión personal
como en la impersonal. Por ahora abrámonos a través del lenguaje verbal con el
término Espíritu, o cualquier otro
que privilegie la trascendencia de todas las cosas y de todo lo conocido. No es
que el espíritu deje de manifestarse en todas y cada una de las viejas y hasta
milenarias formas espirituales; sólo que viene entrando a estas dimensiones
sico-físicas una nueva manifestación tan potente y transfiguradora que acabará
absorbiendo y sintetizando todas las otras, algo así como todas sostenidas sobre
un nuevo eje.
Cientos
de millones de seres humanos han encontrado su refugio, su paz, su felicidad,
su sentido, su vida, su esperanza, su espiritualidad en alguna forma religiosa
tradicional, aprendida o cultural. Para estas personas renunciar a su Dios, a
sus creencias y vivencias resulta seguramente casi imposible, aunque sea para
dar paso a nuevas vivencias espirituales, a nuevas certezas más satisfactorias,
a nuevas intuiciones más trascendentales, a formas de espiritualidad
vívidamente arrasadoras del alma, a experiencias de la Trascendencia que
actualizan inmediatamente las más altas expresiones de la Espiritualidad
soñadas por todas las utopías y visiones de divinización o trascendencia
humanas. La Naturaleza no enviará contra ellas a ningún ángel de la muerte, a
ningún Armagedón, a ningún Juez divino. Sólo actuará el mecanismo en parte
cruel, en parte benigno, de la evolución natural. Si su Dios, si su
espiritualidad no avanza por los planos interdimensionales de la realidad se
quedarán donde están, inmovilizados, como esculturas de sal que sueñan y
repiten la misma canción de cuna hasta que sus almas evolucionen o su raza se
extinga.
La
nueva espiritualidad, el Espíritu Trascendental, puede asumir formas humanas o
humanoides. El Espíritu Trascendental puede personalizarse y manifestarse a
nosotros con aspectos mentales y de conciencia; puede expresarse tan sutil y
delicadamente como si fuese uno mismo y no el Espíritu quien te hace sentir o
pensar esto o aquello. El Espíritu puede sobrevolarnos sobre una nave de metal
y energía, puede manifestarse en seres extraterrestres, puede materializarse y
desmaterializarse, puede hablar telepática y hasta idiomáticamente, puede
sentir emociones como las nuestras, puede incluso morir en un cuerpo físico. El
Espíritu puede también expresarse a través de representaciones tradicionales y
culturales. El Espíritu puede aparecerse en la forma de la Virgen María, o la
figura de Cristo, o de un Santo, o de un Ángel, o de Buda o de Mahoma, o del
espíritu de un muerto, o en la forma de un animal, o en una voz sin persona, o
en una intuición sobrecogedora e intensa, o en la creación de un poema o de una
obra de arte para un artista, etc. El Espíritu puede ser un dios cualquiera,
pero puede ser todos los dioses juntos, y puede no ser ninguno. No es un
obstáculo para la nueva espiritualidad que uno crea en alguna manifestación religiosa
particular o social –ser católico, cristiano, musulmán, budista o espiritista--,
y relacionarse con el Espíritu, y vivir la espiritualidad a través de esa forma particular y personal de espiritualidad
o religiosidad. Pero sí es un obstáculo, un verdadero bloque de imposibilidad evolutiva
espiritual, si la persona se niega a reconocer y experimentar otras formas de
espiritualidad como verdaderas y necesarias, e incluso de una forma esencial
como suyas. Apropiarse de toda la
espiritualidad y de toda la verdad, negando otras formas de espiritualidad y
verdad, ha sido una de las mayores limitaciones de las formas tradicionales de
espiritualidad. Eso no sólo ha sido una limitación, sino ante todo un
alejamiento del Espíritu mismo, creyendo ingenua y orgullosamente poseerlo más
que los demás. El Espíritu toma cauces tan rápido como los deja. El nuevo
desafío espiritual consiste en adquirir la capacidad de seguir tan veloz, tan
atento, tan múltiple y total, con todas nuestras capacidades humanas
sincronizadas, al Espíritu por todas partes y en todas las dimensiones de
realidad simultáneamente. Allá donde nos quiera llevar –adonde sea--, allá
deberemos llegar, porque el Espíritu puede tomar incluso la forma del Mal, de lo pequeño, de lo
miserable, de lo inútil, de lo superfluo, feo, estúpido y vano. Sin embargo,
para adentrarse en esas honduras y misterios del Espíritu hay que estar
verdaderamente iluminado, de lo contrario
es muy fácil volverse en contra del Espíritu Trascendental mismo.
3.
OVNIS
Y SERES EXTRATERRESTRES: DIOSES QUE YA NO SON DIOSES
Uno
de los hechos más importantes y misteriosos de los últimos cincuenta años es el
gran auge que ha mostrado el tema de los Ovnis y la posibilidad de que estemos
siendo “visitados” por seres extraterrestres. El aumento progresivo de
testimonios de avistamientos de Ovnis ha provocado el interés mundial y, en
muchos, un motivo de gran preocupación. A pesar de la negativa sistemática
desde ya hace un centenar de años por parte de todos los gobiernos del mundo
–aunque no son de hecho la institución que debe dar la información más imparcial,
exacta y verdadera del fenómeno—a reconocer que estamos siendo “visitados” por
seres extraterrestres en artefactos inmensamente superiores a la capacidad
científica y tecnológica humana, la opinión pública, simplemente porque el
fenómeno se repite y repite de miles de formas diferentes en todas partes en el
mundo, y porque simplemente cada vez más seres humanos han tenido una
experiencia directa con el fenómeno o porque alguien muy cercano ha vivido esta
experiencia, cada vez acepta como una posibilidad o derechamente un hecho que
existe vida extraterrestre en la Tierra y que los Ovnis no son un fenómeno
natural terrestre, ni están gobernados por inteligencias humanas.
A
pesar de que los Ovnis han sido percibidos desde los inicios de los registros
pictóricos, litográficos y escultóricos, que dan cuenta de este hecho hace
cientos de miles de años atrás --cuando todavía no existían los gobiernos que
nunca representan la voluntad ciudadana—nunca tampoco se ha sabido suficiente
de este hecho y fenómeno. Tanto los seres que han provocado este fenómeno, como
tampoco las autoridades humanas, han querido hacer público y evidente, ya sea
su existencia, ya sus intenciones hacia los seres humanos y hacia “nuestro”
planeta. En definitiva, no son los gobiernos y los organismos de inteligencia
humanos los que han impedido que se filtre la información acerca de este
fenómeno a la opinión pública. O mejor dicho, la información que poseen los
gobiernos carece de relevancia, comparada con el conocimiento y poder que
detentan estos Seres superiores. La información que realmente importa sólo la
poseen Ellos, no los gobiernos humanos. Hasta ahora esta restricción de la
información y de la verdad sólo ha sido una coincidencia, no una conspiración o
una similitud de intenciones o propósitos. No sabemos más sobre los Ovnis no
porque los gobiernos no quieren enseñarnos más, sino sólo porque Ellos no
quieren revelarse ni revelarnos más.
Cuando
nos aproximamos al tema y a la experiencia de los Ovnis, nos volvemos a
encontrar con el mismo problema que ya hemos explicado en la primera parte
sobre las limitaciones de nuestro estado evolutivo. Abordamos el fenómeno ante
todo con los sentidos y con la razón. Si revisamos la historia humana
constataremos –como ya se ha hecho a través de numerosos estudios—que los
humanos, hace cientos y miles de años, registraron lo que experimentaron de la
misma manera que nosotros lo hacemos ahora. Ellos también vieron y
escucharon Ovnis, y también vieron y
“escucharon” a seres extraterrestres. Igual que nosotros -- y más-- sus
sentidos animales estaban altamente desarrollados, sin embargo la razón y sus
conocimientos asociados no estaban en ellos desarrollados como ocurre en
nosotros actualmente. La razón en los humanos antiguos estaba íntimamente
asociada y hasta subordinada en muchos sentidos a la emoción, a la fantasía, a
la intuición e incluso a la espiritualidad. De allí que se hable que pensaban míticamente. Ellos igual que nosotros
explicaban causalmente los hechos; ellos también establecían relaciones lógicas
de coherencia, pero los patrones de coherencia seguían otros sistemas de significación
y de asociación. Una mala cosecha anual que se volvía a repetir más de un año
no se explicaba causalmente por patrones sensoriales –como que simplemente las
temperaturas habían sido más bajas que lo normal-- ni a partir de relaciones de
conocimientos previos o teóricos. Esta mala racha de cosechas se explicaba
frecuentemente como la voluntad de un ser superior airado en contra del pueblo
por alguna razón que era necesario descubrir y resolver.
En
este tipo de hechos antropológicamente universales se nos vuelve a aparecer
significativamente la cuestión que
hicimos ver acerca de este extraño desarrollo y extrañas capacidades
metafísicas y espirituales del homo
sapiens primero. Sin una recurrente y urgente estimulación de estas
capacidades en el humano temprano no se podría explicar que se hayan activado
en un contexto ambiental y natural puramente sensorial, subordinado a la urgencia
de adaptarse mejor a las necesidades de sobrevivencia y de calidad de vida que
presentaban ciertamente en todo ese largo período de evolución paulatina y
primaria. ¿Cómo pudo desarrollarse y casi tomar el control y centro de la vida
del homo sapiens esta dimensión
metafísica y espiritual sin atribuirla a una violenta y concreta estimulación,
tan violenta y concreta como la misma supervivencia?
La
presencia de Ovnis y seres extraterrestres a través de la historia humana
permite completar coherentemente este enigma. Hace cincuenta años haber
explicado la evolución natural y el desarrollo del ser humano atribuyéndolos a
seres extraterrestres –o algo así-- habría causado absoluta indiferencia y menosprecio.
Ahora se escucha esta explicación con frecuencia y ya casi nadie se escandaliza
ante esta posibilidad. Es más, existe un notable paralelismo entre lo
observado, registrado e interpretado por
los humanos primitivos, e incluso a través de la Historia, y lo que se observa,
registra e interpreta actualmente. Existe un amplio repertorio de imágenes y
textos antiguos que demuestran que vieron un fenómeno, en general luminoso y aéreo
similar al que actualmente denominamos Ovnis. Las interpretaciones de quienes
tuvieron esta experiencia varía tanto como varía ahora, ya que depende de
múltiples factores. Primero, las formas y tipos de Ovnis que se registran
actualmente en videos y fotografías muestran una gran variedad, sin que haya
casi ninguna limitación en sus aspectos. Existen testimonios escritos y
visuales que los describen ingresando o saliendo del mar o lagos; también de
volcanes o montañas; si bien la mayoría los asocia a desplazamientos en el aire
y mayormente lo que llamamos comúnmente el cielo. Si acudimos a una mitología
como la Griega, reconoceremos en seguida las tres regiones de la realidad
natural en la que gobiernan tres dioses distintos: Cielo, Zeus; Agua, Poseidón;
Tierra, Hades. Los demás dioses reciben atribuciones naturalistas en general,
como Dionisos y Ceres, la agricultura; o Apolo, el Sol, etc. Aunque esta
distinción no existe en todas las mitologías con las mismas atribuciones,
representaciones y distribuciones, lo cual es comprensible a partir de cómo el
ser humano procesa e interpreta la información, tanto más si esta información
se procesa y transmite a través del tiempo, todavía es más comprensible las
diferencias si atendemos al hecho de que el fenómeno Ovni es en sí mismo
altamente elusivo, variado y ambiguo. Toda esta problemática asociada tanto al
fenómeno en sí, como a la manera grandemente subjetiva y diferenciada en que
los seres humanos procesamos la información en todos los niveles cognitivos, hace
mucho más llamativo, significativo y decisivo el hecho de que hayan tantas
constantes y similitudes entre todas estas descripciones e interpretaciones, en
lugar de las profundas diferencias esperadas y previsibles.
Primero,
la gran semejanza y al mismo tiempo diferencia entre las representaciones
tradicionales de este fenómeno consisten en que para los seres humanos antiguos
eran los dioses y sus actos o características lo más central y representativo
del fenómeno que nosotros asociamos ante todo a ovnis, ya que sólo
circunstancialmente se describía a través de una observación sensorial de
fuente distante, en general visual o auditiva, tal como una estrella de
características inusuales, luces en el cielo, ruidos, trompetas, truenos y
hasta naves voladoras o marinas, etc. Es decir, había un contacto cercano de
carácter a veces sobrenatural, sobrehumano y también de muy variado tipo con
seres que denominaron y caracterizaron en general como dioses, o seres antropomórficos, pero con poderes inmensamente
superiores a los del ser humano. Precisamente la diferencia en cuanto a sus
conocimientos científicos y tecnológicos respecto de los nuestros los llevaron a no diferenciar entre lo que
ahora llamamos ovnis o naves y, por otra, sus tripulantes –a quienes denominamos
extraterrestres--, interpretándolos como si se tratase de una sola entidad y
una sola persona, denominándolos en conjunto como dios. Estos seres, que actualmente diferenciamos como seres
extraterrestres o alienígenas, entonces se dieron a conocer mucho más
personalmente a los seres humanos, interactuando con ellos en todos los planos
de realidad, desde lo físico próximo-distante o incluso natural y material,
pasando por lo síquico-mental o interno, hasta lo espiritual y trascendente.
Los dioses podían tomar muchas veces esposas o esposos y tener hijos. Los
dioses hablaban con los humanos de un modo similar a los humanos; sus capacidades
mentales, aunque siempre muy superiores a las humanas, no obstante eran en
general similares en el tipo --pensaban racionalmente, poseían memoria,
emociones y sentimientos, voluntad, propósitos, etc.--; los dioses colaboraban,
enseñaban, controlaban e incluso habían creado al ser humano, la vida en este
planeta y al planeta mismo, lo mismo que al Universo todo. Poseían cuerpos más
o menos similares en forma y funciones, comían, dormían e incluso a veces
morían.
Actualmente
la inmensa mayoría de los testimonios de ovnis es de tipo visual distante, y
muy rara vez se describen aproximaciones llamadas del tercer o cuarto tipo, es
decir contacto cercano y hasta corporal con estas naves y sus tripulantes,
actualmente denominados no dioses,
sino extraterrestres. Estos Seres, pues, rara vez interactúan más o
de otra manera con los humanos, a no ser desde esta modalidad de aparición y
manifestación sensorial-espacial distante. Los Seres que controlan estos
ingenios voladores claramente controlan la distancia de aproximación al ser
humano y el efecto que producen al manifestarse de esta manera. Los Seres se
muestran mayormente en objetos y fenómenos similares visuales a distancia
variable, pero en general a kilómetros, y realizan maniobras y acciones
llamativas al ser humano –evoluciones en formas geométricas, luces de variados
colores, figuras extrañas o reconocibles, movimientos sorprendentes y
sorpresivos, incluso mensajes visuales aparentes[28]--, con
la intención evidente de provocarle una cierta impresión y reacción tanto al
observador, como en mucho casos incluso a la opinión pública, pues es indudable
que conocen nuestras intenciones y nuestro modo de ser y de vivir. Es más,
nosotros decimos que saben directamente lo que hacemos. Esto Seres conocen no
sólo lo que hacemos en el plano físico-corporal, sino también en el plano
mental, en los diferentes planos de conciencia y, por cierto, especialmente en
el plano espiritual. Ellos saben lo que piensa, siente, sueña e incluso lo que
va a hacer el presidente de los Estados Unidos, de Rusia, de China, de todos
los países del mundo. Ellos saben de antemano cada intención humana. Ellos pueden hacer lo mismo que hacían los
dioses del pasado, pero ya no son dioses.
Han elegido una nueva modalidad de relacionarse con el ser humano.
Esto
guarda relación, ciertamente, con el proceso evolutivo de la humanidad. Los
seres humanos hasta hace dos mil quinientos años habían demostrado un
desarrollo paulatino, con un importante salto previo en su desarrollo a partir
del diez mil a.C., fecha en la que hemos propuesto un importante aporte
presencial y colaborativo con el desarrollo cultural, metafísico y espiritual
del ser humano por parte de los dioses.
En este período se fijaron los sistemas de mitos, las religiones, la primera
especulación teórica, el progreso del área sico-social denominada cultura, y el fortalecimiento del
vínculo social en general como facilitador de los próximos desafíos y logros
evolutivos. Este cultivo o aporte evolutivo se gestó y maduró hasta el siglo
VII a.C aproximadamente, en el cual se volvió a intervenir con una
sensibilización y actualización directa y exclusivamente en el plano de la
mente y de la conciencia, postergando hasta el nacimiento de Jesús el área
espiritual de desarrollo del humano occidental moderno. En Occidente se
intervino principalmente al pueblo griego para provocar el auge de tantas
“mentes brillantes”; el desarrollo de un modo de vida social más evolucionado
–especialmente el proyecto democrático y la mejor organización y eficiencia
social--, y sus extraordinarios logros para el desarrollo de la cultura y del
ser humano moderno. Aun Occidente no logra reequilibrar y armonizar estos
legados evolutivos, manteniéndose apegado mayoritariamente al extraordinario
desarrollo de la razón por parte de los griegos, y su efecto en todas las
dimensiones sociales, culturales, mentales y de conciencia que ello conlleva.
Por
otro lado, en el lejano Oriente, se
facilitó el nacimiento de Buda, de Lao Tsé, Confucio –entre otros grandes
sabios--, y la sensibilización mental y espiritual sostenida desde hace
milenios de la mayoría de los pueblos de esa región altamente poblada del
planeta, cuyos efectos están siendo también actualmente valorados por todos los
seres humanos, gracias a su extraordinario aporte en el área de la sicología
integral –un conocimiento de la mente muy superior al de Occidente--, de la
visión de mundo integradora y jerarquizada desde lo espiritual; en una
concepción de la divinidad y la espiritualidad tolerante y abierta; en el
respeto y solidaridad con la vida humana y con la vida animal, así como con el
planeta mismo y con todas las cosas.
Los
dioses, pues, se alejaron como tales, es decir, sólo en el modo de aproximarse
e intervenir evolutivamente al ser humano, a partir del año diez mil a.C. De
paso, se realizó la manifestación monoteísta al pueblo judío a través de la
presencia de un solo Dios, que representó un modelo facilitador del nuevo
proyecto evolutivo de la conciencia, de la mente y del espíritu del humano
occidental, cuyo principal objetivo debía ser avanzar en el proceso integrador
y reconcentrador de todas las facultades y componentes que conforman al ser
humano jerarquizadas y unificadas en el Espíritu, como Esencia Trascendental.
Este proceso culminó satisfactoriamente en el modelo crístico representado por
la epifanía de Jesús, como Hijo del Hombre e Hijo de Dios. Muerto Jesús,
también comienza a transformarse paulatinamente el modelo monoteísta en los
planes evolutivos de los Seres Superiores y es reemplazado por el proyecto del
Espíritu, que en estos últimos dos mil años ha estado identificado con un
principio teísta, pero modificado progresiva y fuertemente a partir de los
últimos docientos años, el cual estamos culminando actualmente en su fase final
preparatoria y globalizadora planetariamente.
Así
pues, los últimos doce mi años han estado marcados por el distanciamiento
físico-espacial de los Seres divinos respecto del ser humano, para privilegiar
la sensibilización y desarrollo de la conciencia y de la dimensión mental, en
Occidente mayormente sensorial-racional-cognitiva, en Oriente mayormente
espiritual y emocional-cognitiva. El plan evolutivo hacia el ser humano es
absolutamente positivo y concordante con nuestra esencia genética y espiritual.
Es comprensible que los seres humanos reaccionen hoy igual que hace cientos de
miles de años ante el mismo fenómeno y ante los mismos Seres, si bien
actualmente poseemos en cierto sentido más información acerca de Ellos, y, en
otro sentido, menos que nuestros antepasados.
Hoy
hemos desacralizado y materializado el fenómeno y a los Seres involucrados,
atribuyéndoles una condición física y biológica similar a la nuestra; un
desarrollo evolutivo sólo superior al nuestro; una procedencia extraplanetaria,
pero provenientes del mismo plano físico del universo que nosotros; una
tecnología y ciencia sólo más avanzada que las nuestras; una condición mental
más o menos similar a la nuestra; una intención desconocida. Por una parte, es
evidente que Ellos mismos han asumido un comportamiento y presencia que nos
lleva a interpretar de esta manera su realidad y comportamiento. Es decir,
Ellos han querido que nosotros los percibamos y concibamos así, pudiendo Ellos
haberlo hecho de cualquier otra manera. Podrían, por ejemplo, haberse
manifestado sobrenaturalmente, haber realizado milagros y actos imposibles para
la comprensión humanas; podrían incluso haber dominado directamente al ser
humano; podrían haber afirmado que eran Dios o sus ángeles, y, de esta manera,
haber causado una impresión sobrecogedora e incomprensible para el ser humano,
de manera que sin dificultad los hubiéramos asimilado a nuestro viejo concepto
de divinidad y dioses. Sin embargo, han elegido esta forma de manifestación y
presentación, porque pretenden establecer un vínculo nuevo con el ser humano y
con la vida en este planeta.
Ellos
nos conocen desde siempre y saben que somos todavía ante todo animales. Los Seres nos están ayudando
precisamente a superar evolutivamente las condiciones que Ellos mismos en su
momento crearon para nosotros y en nosotros. Por ahora no les importa que los
concibamos como ovnis y seres extraterrestres, o, mejor aún, Ellos quieren que
los percibamos y consideremos así. Reconocen en nosotros avances y progresos
respecto de nuestros antepasados. En cierto sentido nos tratan con bastante más
delicadeza que hace miles de años, cuando nos matábamos y maltratábamos con
total impunidad y con orgullo social o de raza o de clan. Todavía nos matamos
por las mismas razones, pero mayoritariamente el mundo ha alcanzado un alto
nivel de pacificación y de resolución de conflictos no bélica o cruentamente.
Aun así caminamos por la cuerda floja de una guerra por primera vez de verdad
mundial. Ellos saben que somos capaces de esto. Ellos saben lo que de hecho
haremos. Ellos siempre han protegido a esta especie humana y a este planeta.
Es
esta condición benigna y benéfica hacia el ser humano la que los lleva ahora,
de acuerdo a nuestro propio desarrollo evolutivo, a ofrecernos una nueva
aventura evolutiva, que culmina con este larguísimo proceso de cientos de miles
de años que han permitido acondicionar al ser humano para alcanzar por primera
vez, en el máximo de sus potenciales histórico-naturales, la trascendencia
espiritual como síntesis de todas las capacidades naturales de integración con
la naturaleza y con otras dimensiones de realidad. En nuestra representación
emocional de la motivación y el sentido de Su relación con la especie humana,
la mejor manera de conceptualizarlo y definirlo es el sentimiento de Amor. Sin embargo, no se reduce y ajusta
solamente a nuestra categoría y experiencia emocional de Amor, pudiendo incluso
cobrar dimensiones aterrorizantes y “demoníacas” para el ser humano, pues su
condición inmensamente superior no coincide con las categorías emocionales ni
morales, ni con la estructura y funcionalidad síquica, ni con ningún tipo de
representación mental humanas, por lo que, en general, cuando se da la
coincidencia es más bien intencionada que real. Sólo el dios de Jesús ha sido
definido desde el Amor en su relación esencial con el ser humano. Jesús incluso
expresó su relación con la divinidad a través de una representación familiar
basada por excelencia en el amor humano: Padre-Hijo. Ese es pues el sentimiento
que mejor representa la nueva relación, consagrada por la manifestación
planetaria de Jesús, entre los Seres y la humanidad; o dicho de otra manera,
entre los nuevos “dioses” extraterrestres y el ser humano moderno. Aún así, es
inevitable que los Seres Trascendentales provoquen sentimientos contradictorios
en los seres humanos, como ha ocurrido a través de toda la historia natural,
tanto cuando se los experimentaba como dioses en el mysterim tremendum y en el temor de Dios, lo mismo que ahora
producen como seres extraterrestres. Ni siquiera la espiritualidad humana es
suficiente para abarcar la realidad trascendental en todas sus dimensiones. Ni
siquiera la espiritualidad humana es pura trascendencia, pero es un principio
evolutivo hacia la Trascendencia. En el estado evolutivo actual el ser humano
se desintegraría en un encuentro con ciertas dimensiones de la Trascendencia.
El animal humano intuye sus límites y evita aquello que lo pone en peligro
vital. Es por ello que toda manifestación trascendental hacia el ser humano es
siempre una adecuación, una representación simbólica, un ajuste a sus
capacidades cognitivas, sico-biológicas y ónticas. Es por esta razón también
que el Espíritu Trascendental se ha manifestado de formas tan variadas a los
distintos seres humanos a través del tiempo. El Espíritu Trascendental es
todavía una estrella lejana que podemos observar a miles de millones de años
luz. El trayecto es demasiado largo para escalas humanas actuales. Sin embargo,
el trayecto es un hecho inevitable, porque está grabado en nuestra esencia. Y
lo que está grabado en nuestra esencia –sea lo que fuere—es lo mejor para
nosotros, como lo demostrará la evolución misma. Por ahora la Trascendencia es
Supremo Amor, pero no amor humano.
4.
EL
ADVENIMIENTO DEL ESPÍRITU PARA UNA NUEVA CONCIENCIA Y UNA NUEVA MENTE
El
concepto de seres extraterrestres y ovnis para describir el fenómeno que los
seres humanos perciben como tal es extremadamente limitado y equívoco. Nuestro
conocimiento actual, e incluso nuestro potencial cognitivo y sico-biológico, es
muy insuficiente para entrar en un contacto y conocimiento más directo y amplio
de su naturaleza. Recordemos que son Ellos mismos los que controlan nuestro
acercamiento a Ellos y su realidad. Ellos conocen perfectamente nuestra
condición y límites, y en gran medida por eso no deben acercarse más.
Pero
¿quiénes son Ellos, entonces? ¿Qué podemos saber realmente de Ellos?... El ser
humano experimenta la realidad en una especie de estado alucinatorio constante
e inevitable, pues está encerrado en las representaciones que su sistema
cognitivo le ofrece como “realidad”. Hemos dicho que esta “alucinación” también
es una dimensión de realidad, pero que la Realidad en su mismidad –si pudiese
decirse así-- es dimensionalmente inagotable y, por tanto, actualmente
inimaginable para el ser humano. Cuando el ser humano pone su atención en
planos de realidad menos inmediatos, menos físicos y sensoriales, rápidamente
comienza a distorsionar y adaptar a sus esquemas cognitivos previos aquello que
lo supera mentalmente, pero no se da cuenta de que este fenómeno distorsionador
de la realidad le está ocurriendo. Lamentablemente la totalidad de sus mayores
intuiciones en el plano espiritual y religioso, así como en el plano síquico,
siempre han seguido este proceso deformador. Si el ser humano se hiciese
conciente de esto, aunque ello todavía no signifique una rectificación de su
respuesta deformadora del conocimiento de realidades, en parte también lo sería
en la medida que comience a discriminar mejor entre lo que es incapaz de
conocer en sí mismo, y aquello que subjetivamente elabora y deforma de acuerdo
a sus propios esquemas cognitivos previos. Más aún, existen diferencias
significativas en su proceso adaptativo de la experiencia nueva y desconocida,
cuando se trata por ejemplo de una experiencia sensorial-visual como percibir e
interpretar un objeto volador no identificado, y, por otra parte, representarse
mentalmente la naturaleza de los eventuales pilotos de esas “naves”. En el
primer caso, se buscarán explicaciones asociadas a percepciones visuales previas
y ya conocidas, como llamarlos “platillos voladores”, o “naves”, o “sondas”, o
“fenómenos meteorológicos”, o “satélites”, “fenómenos lumínicos naturales”,
etc. En el segundo caso, se buscarán explicaciones teóricas conocidas y
aprobadas, o meramente verosímiles, de acuerdo a un sistema de creencias
previas; entonces se podrá explicar que se trata de seres venidos de otros
planetas y de seres biológicos.
Cuando
se comienzan a superar estos condicionamientos y se hace uno conciente de
ellos, entonces se descubrirá que el hecho que parece así de simple y accesible
a nuestra comprensión, en realidad encubre una realidad inmensamente más
compleja e inabarcable para la mente humana. Ellos mismos nos permiten
acercarnos a un nivel más alto y próximo si cumplimos ciertas condiciones
evolutivas y de desarrollo personal y espiritual. De lo contrario, carece de
sentido y oportunidad toda manifestación más directa por estas y otras razones.
Si nosotros estamos revelando esto, es porque Ellos así lo quieren. Lo que yo
mismo sé no es más que lo poco que los Seres me han querido revelar. He tratado
de saber más, pero se me han mostrado y demostrado los límites a mi condición
mental y humana.
Uno
de los primeros y más grandes errores que se han cometido en relación con este
fenómeno por parte de la humanidad en general ha consistido en creer que el
fenómeno Ovni, en tanto se ha hecho completamente evidente y universal a través
de la percepción sensorial -- sobre todo de la vista humana--, consiste en una
realidad de tipo físico natural, con características que se ajustan a cualquier
objeto y fenómeno propios de esta dimensión planetaria y, luego, condicionados
por la supuesta dimensión espacio-tiempo de todo lo que acontece en este
Universo. Les aplicamos inocentemente todas las reglas y leyes de nuestra
percepción sensorial, de nuestra racionalidad, de nuestras legalidades
científicas, de nuestro sentido común, de nuestras formas de conciencia, de
nuestras capacidades mentales y cognitivas, y con todos estos elementos y
factores los procesamos, los adecuamos y los interpretamos en su realidad.
Trataremos --para aportar en la superación de esta deficiencia-- ante todo de
abrir una enorme interrogante, una gigantesca laguna que ni siquiera soñamos nosotros
completar adecuadamente, pero que nos permitirá irnos acercando en el futuro a
esta realidad superior de una forma mucho más acertada, paulatina y directa.
Primero,
cuando hablamos de Seres, no nos referimos a seres de una sola dimensión, de un
solo plano de realidad y evolución. Todos los Seres de las realidades
trascendentales coexisten coordinadamente y en conciencia común, si bien poseen
grados variables de independencia y autonomía en sus decisiones.[29] Existen
efectivamente seres extraterrestres que proceden de planetas y zonas distantes
del universo que nosotros llamamos físico –es decir el universo que conocemos
sometido a nuestras leyes físicas--, si bien han trascendido a otras
dimensiones de realidad, lo que les permite desplazarse interdimensionalmente.
Sus naves están diseñadas y fabricadas con materiales en parte de nuestra
dimensión física natural, y en parte con materiales y elementos de otros planos
dimensionales, así como con elementos físicos que aún no conocemos ni
descubrimos. Su superioridad en todos los planos de convergencia con el ser
humano es inmensamente mayor, por lo que su encuentro con nuestra especie es
riesgoso para nuestra estabilidad y condición evolutiva natural. Por esta
razón, deben regular y adecuar su presencia en nuestro planeta. Además existen
complejas regulaciones de las relaciones entre seres en el cosmos e
interdimensionales. La Trascendencia es una convergencia de dimensiones y
estados de realidad que el ser humano actualmente no puede concebir ni
experimentar. Uno de los grandes propósitos de la evolución natural es
adecuarnos para dar en el futuro este gran paso hacia los planos de realidad
Trascendencia.
El
propósito de estos seres extraterrestres, los cuales poseen además diferentes
especies con algunas características diferentes en diferentes aspectos --procediendo
además de diferentes zonas del Universo físico y extrafísico-- ha sido
condicionado por el Consejo de los Universos a cumplir un protocolo de relación
con el ser humano. Esta relación es además supervisada –si puede decirse
así—por el Espíritu que gobierna todas las cosas desde la
Trascendencia-inmanencia, con el cual todas las cosas de todas las realidades
están en relación esencial y necesaria. En términos generales, este protocolo
sostiene que su relación debe ser regulada de acuerdo a los planes evolutivos
específicos para el ser humano y el planeta mismo. Más aún, a Ellos se les ha
asignado el apoyo y estimulación sutil en los planos físico y sicobiológico,
particularmente en la estimulación de las facultades mentales superiores y de
conciencia humanas, así como una cierta intervención en la dimensión social y
política, manteniendo ciertos vínculos ocasionales con instituciones gubernamentales
de algunas naciones del planeta, las que hasta el momento han sido muy poco
satisfactorias. Dentro de los próximos cien años habrá cambios importantes en
las relaciones interplanetarias con la especie humana y con este planeta en
conjunto, de las cuales aún no corresponde hablar. Sería lamentable que los
gobiernos más influyentes del planeta continúen con su política hostil,
mezquina y dañina para el proceso evolutivo universal, tratando de actuar a
espaldas de los pueblos y de la especie misma, tomando decisiones en relación
con el fenómeno de los Ovnis y los seres extraterrestres que sólo responden a una
visión minimalista, temerosa y no representativa acerca del ser humano, del
Universo y de la realidad, pues a la larga entorpecerán el cambio, pero no lo
podrán detener.
Tan
importantes, e incluso más jerárquicamente, son los Seres que se confunden con
estos seres extraterrestres y que proceden de planos no físicos, trascendentales
y espirituales, pero que, sin embargo, pueden materializarse por una suerte de
síntesis energético-atómica, asumiendo la materia y forma que Ellos deseen.
Estos Seres Trascendidos, a quienes hasta aquí hemos denominado también el
Espíritu, o el Espíritu Trascendental, se presentan materialmente –dimensión
espacio-tiempo-- con menos frecuencia que los interplanetarios, ya que Ellos
prefieren trabajar a favor del ser humano en los planos más sutiles de la
conciencia y de la mente, provocando fenómenos integrativos endo-exo, más que fenómenos exo-endo, que son más propios de la
responsabilidad de los Seres interplanetarios. Estos Seres pertenecen a una
dimensión de la Realidad que, en términos nuestros, podríamos denominar tan profundos o tan trascendentales, que superan absolutamente nuestra posibilidad de
adentrarnos en su naturaleza y verdadera condición. Ellos son los que sostienen
la dimensión raíz de la Realidad universal. Ellos han sido confundidos desde
siempre por el ser humano con todo tipo de dioses y hasta demonios de las
religiones y experiencia primitivas y tradicionales. Ellos corresponden, por
ejemplo, al Padre, pero no exactamente al Hijo ni al Espíritu Santo, del
catolicismo. Ellos han sido confundidos y rebajados a manifestaciones incompletas, imperfectas,
naturalizadas, incluso formal y conceptualmente espiritualizadas, pero a Ellos no
les ha importado, pues su trabajo no
depende del reconocimiento ni del conocimiento humano. Ellos han participado en
la creación del Universo natural, han generado las constantes estructurales y
dinámicas del mismo, han participado en el proceso expansivo del Universo,
provocando la formación de los macro-componentes del Universo, las galaxias,
los soles y los sistemas planetarios, las innumerables formas de vida y
acondicionamiento evolutivo intraplanetarios, lo mismo que regulando las
relaciones interplanetarias de formas de vida, existencia y dimensión. Ellos
nos tienen reservadas maravillosas sorpresas que aún ni imaginamos en la
amplificación de nuestra experiencia de realidad, incluso en esta sola
dimensión espacio-tiempo que acostumbramos a llamar la realidad. Ellos fueron intuidos por todas las manifestaciones de
espiritualidad formal y religiosa en la forma a veces mixtificada del Ser
supremo, Dios, Alá, Brahman-Atman, Tao, etc. A decir verdad, ni siquiera es un
término adecuado el Ellos que hasta
aquí hemos utilizado para nombrarlos, pues en su naturaleza más inmanifestada,
más esencial incluso en lo manifestado, no es ni singular, ni plural; ni
masculino ni femenino; ni personal ni impersonal; ni esto o aquello; ni nada ni
algo, pudiendo ser, al mismo tiempo, todo eso por completo y en parte. Esto,
que parece un juego de palabras y un atentado a nuestro sentido común, lógica y
experiencia, es lo que ocurre cuando nos comenzamos a aproximar a Su esencia,
pero también y primero a la nuestra.
Cuando
los seres diferenciados individualmente, como los seres humanos o los
extraplanetarios, comienzan a vincularse e integrarse con otras dimensiones de
realidad no físicas, experimentan progresivamente en ese proceso de
integración, un proceso igualmente de desindividuación y desintegración, sin
que por ello pierdan nada del componente esencial individual, desarrollando una
personalidad que ya no puede ser diferenciada como un esto o aquello, un yo o
un no-yo, sino que alcanza niveles de integración Todas-las-cosas-Yo-no-Yo,
personalizado y despersonalizado al mismo tiempo, todo lo cual actualmente no es
representable debidamente, ni tampoco puede ser experimentado.
Este
Espíritu es el que genera y participa de todo fenómeno de continuidad
ininterrumpida de todo lo que acontece en el Universo, incluso al interior del
ser humano. Se presenta vinculante en todos los niveles, dimensiones y formas
de realidad, unificando coordinada y organizadamente toda forma del Ser y de
existencia, sosteniendo y dinamizando toda la Realidad en un continuo sin
límites ni restricciones, desde lo mínimo a lo absoluto. Es el océano
primordial dentro del que nadan todas las cosas y por el que eventualmente pueden
relacionarse todas con todas y unas con otras. ¿Qué puede decirse de las cosas
que existen diferenciadas dentro de un océano fuera del cual es imposible
existir? ¿Cuál es el océano y cuáles las cosas? Las cosas pueden soñar que
existen fuera del océano, pero es el océano el que en realidad sueña que existe
fuera del océano. El océano sueña que existe fuera del océano a través de sus
seres humanos porque quiere hacer suyo también lo imposible. Nosotros también
somos parte de su imposible. El océano, por tanto, es real, posible e
imposible.
El
Espíritu adviene, pues, por todos los flancos, por todas las dimensiones, por
todas las cosas al ser humano. Sin embargo, también hay una dimensión que
guarda relación con la evolución humana en su relación con el Espíritu en tanto
espíritu más que cualquier otra cosa que también es el Espíritu. Queremos decir
que el Espíritu adviene en formas como puede serlo el Amor, así como puede
advenir como mente, como conciencia, como extraterrestres, como naturaleza,
como amigos, como enemigos, como despertar y como dormir, etc.
Cuando
hemos venido diciendo que la especie humana se encuentra a punto de tener que
resolver una encrucijada histórico-evolutiva de innumerables perspectivas y
dimensiones, ahora podemos sintetizar todo este proceso altamente complejo y
convergente reconociendo que el eje director y coordinador de todo él es un
advenimiento, un verdadero Avatar del Espíritu en manifestación más directa y
central que nunca antes en la historia humana, además de todas sus otras
manifestaciones mediadas por innumerables formas de existencia. Todas las
circunstancias, todos los seres, todo el planeta, todas las cosas se cargan del
mismo Espíritu para apoyar a este Avatar que se avecina. Este Avatar es
simbolizado en el evangelio por la segunda venida de Cristo para instaurar el
Reino de los Cielos (símbolo del advenimiento integrador de la trascendencia
espiritual). Ello –como ya hemos dicho—involucrará entre otros hechos
sobrenaturales, el encuentro, regido por este Espíritu, de nuestra especie con
seres interplanetarios.
Finalmente,
su base de operaciones, su cabeza de puente, su primer asentamiento lo está
materializando primero que todo en la conciencia humana –en todos sus niveles--
y en su mente. El Espíritu por irradiación actúa y transforma desde este centro
humano, pero también por medio de todas sus manifestaciones externas actúa y
transforma hacia la conciencia y la mente, produciendo así un efecto unificador
y potenciador del proceso integrador y transformador en el que se encuentra
actualmente respecto del ser humano.
5.
LOS
MISTERIOS PRÓXIMOS QUE DESAFÍAN AL SER HUMANO
Hemos
visto hasta aquí que las facultades cognitivas que ha desarrollado
evolutivamente el ser humano le han permitido entrar en una relación adaptativa
creciente con un cierto entorno de realidad que hemos denominado natural o dimensión espacio-tiempo. Sin
embargo, hemos constatado también que el ser humano ha poseído y desarrollado
en paralelo un conjunto de facultades que no han guardado una relación
pragmática y adaptativa al entorno inmediato y que le fueron asignadas por
Seres que anticiparon el crecimiento evolutivo en una dirección dimensional
paralela a la natural y absolutamente complementaria a ésta. A diferencia del
entorno físico natural, dentro del cual nace el ser humano y se desarrolla
inmerso en una interrelación estrecha de dependencia e interacción mutua, esta
otra dimensión metafísica parece tocar tangencialmente la naturaleza en su
condición de autonomía. Aunque –hemos dicho—la dimensión metafísico-espiritual
contiene y atraviesa sustancialmente el plano espacio-tiempo, al no ser el ente
humano una creatura de naturaleza mayoritariamente espiritual, sino compuesta
mayormente de material físico-natural, su experiencia y captación de realidad
son mayormente del plano espacio-tiempo-materia. Desde allí, por tanto, surgen
sus mayores urgencias y estímulos, sus principales necesidades, sus vínculos,
etc. De alguna manera se puede decir que está encadenado, entrampado en este
cubículo de realidad. Tiene pocas opciones y oportunidades de acceder a otros
niveles de realidad. Más aun, cuando intuye, o entiende que pueden existir
otras posibilidades de existencia, otras formas de realidad, y que incluso el
mismo individuo puede transformarse para acceder a estos planos de realidad, se
aferra a este recinto carcelario natural, porque le resulta definitivamente
satisfactorio o suficientemente atractivo como para no aspirar a nada
diferente, aunque sepa que puede llegar a ser todo inmensamente mejor. Ya no se trata siquiera de dejarlo todo:
esposa, hijos, bienes, dinero, placer, etc. y seguir a un hombre santo,
viviendo ascéticamente y al servicio de los demás, y no de uno mismo. Este
nuevo desafío, esta nueva aventura exige una renuncia infinitamente más total que ésa, que la exigida a los
humanos por Jesús, el Cristo. Ésa de Cristo fue preparatoria de ésta para la
humanidad. Millones y millones lo siguieron descalzos por las calles de tierra
de la historia moderna; y no sólo en su forma de Cristo, sino también de Buda y
de tantos y tantos líderes de la extrema renuncia. “Es más fácil que un pobre
pase por el ojo de una aguja, a que un humano entre al Reino de los Cielos.”
Así parafraseamos el nuevo desafío evolutivo. Todo lo que ha visto el ser
humano hasta aquí es como nada; todo lo que ha experimentado, como nada,
comparado con lo que le adviene. ¿Nos adecuaremos como especie a este desafío a
través del dolor colectivo –como ha ocurrido hasta aquí--, o seremos capaces de
dejarlo todo y lograr el salto abismal de la conciencia? Si el hecho que describimos es cierto, entonces también
es cierto que habrán algunos humanos que den el gran salto trascendental y
evolutivo.
Es
más, existen otras dimensiones de la realidad que han estado siempre en una
proximidad relativamente marginal, vinculadas con nuestra dimensión física
natural, pero de una manera tal que tampoco han generado una urgencia
adaptativa del ser humano. La muerte física –una de ellas-- ha acompañado a
todas las especies biológicas de este planeta a través de toda la historia
natural. La muerte física posee una inevitabilidad tan absoluta, que pudiera
parecer que no ha existido ningún intento evolutivo adaptativo por parte de
ningún ser biológico a fin de evitarla. Sin embargo, encubierta e
indirectamente la evolución misma es un programa que reafirma la vida,
utilizando la muerte. Primero, el programa evolutivo mismo no necesita poner a
la muerte como un desafío u obstáculo adaptativo al entorno natural, ya que la
muerte es, al menos para el ser humano, un mero tránsito entre vida y vida, a
través del proceso de reencarnación. Más aún, si ponemos atención al hecho que
los cambios físico-corporales de los homínidos, incluso comparados con los
mismos simios, son poco significativos en el curso de decenas de millones de años, respecto de los
cambios de orden mental y de conciencia realizados en el homo sapiens los últimos cientocincuenta mil años, y todavía más
los últimos doce mil. Las mutaciones evolutivas en el ámbito mental –ni
siquiera en su base cerebral o del sistema nervioso— requieren de pequeños
cambios funcionales y anatómicos, comparadas con la necesidad de órganos con
habilidades específicas, como puede ser una mano para tomar de una manera
específica, o un tronco erguido, con su finalidad específica. La mutación de la
mente va claramente delante de la mutación cerebral y biológica. El ser humano
puede mutar su mente incluso en el transcurso de una sola vida. Conciencia y
mente son dos dimensiones síquicas que trabajan juntas, y que demuestran que su
transformación evolutiva adaptativa en un sola vida puede ser asombrosa, sin
que haya cambios relevantes ni de tipo en la estructura y funcionalidad del
cerebro. Es más, la muerte no destruye los logros --el karma, entre otros-- esenciales
o generales mutativo-evolutivos de la conciencia y, por ende, de la mente que
un individuo realiza durante una vida.
Sin
embargo, la muerte sí es un desafío adaptativo para la conciencia y la mente,
las que parecen ser el objetivo de desarrollo primordial y central del
organismo biológico sobre el cual se materializan. Hasta ahora el propósito o
prioridad del programa evolutivo no ha sido inmortalizar el cuerpo biológico,
es decir el instrumento, sino ante todo potenciar el proceso de continuidad de su
dimensión de conciencia-identidad, la cual es sólo parcialmente dependiente del
cuerpo biológico vivo. La naturaleza hace evidente en su programa evolutivo
planetario que la conciencia (individual y colectiva) ha sido su objetivo máximo
para esta era de desarrollo biológico. El cuerpo y especialmente el cerebro y
sistema nervioso del homo sapiens ha
alcanzado un nivel suficiente de desarrollo evolutivo adaptativo al medio
natural para que pueda iniciarse una estimulación y desarrollo acelerados en la
dimensión conciencia-mente, a fin de alcanzar con prontitud también
adaptativa-evolutiva el nivel de realidad trascendental-espiritual.
Hasta
ahora la conciencia ha realizado mejoras evolutivas y procesos de aprendizaje
específicos también en su estadio muerte[30],
las que el ser humano no recuerda normalmente al reencarnarse en un nuevo
cuerpo biológico. La muerte o mortancia, como estadía de la conciencia en otro
nivel de realidad y como modificación parcial de su propia funcionalidad, ha sido también un importante factor
evolutivo, por lo que lejos de ser un impedimento para la evolución del
individuo y de la especie, ha sido altamente positiva y así valorada dentro del
sistema evolutivo planetario. Sin embargo, la funcionalidad de la muerte
biológica y de la mortancia misma han cumplido su ciclo evolutivo útil, pues se
requieren cambios adaptativo-evolutivos consecuentes con el nuevo desarrollo de
conciencia-mente-espíritu del trans-humano
que se está gestando mutativamente en la actualidad. El plan evolutivo para el
ser humano tiene como uno de sus fines ultérrimos la unificación del espíritu
con la dimensión espacio-tiempo y sus niveles intermedios, asociados a la
conciencia y la mente.
En
consecuencia con este propósito evolutivo la naturaleza debe facilitarnos una
continuidad más acabada, completa y transdimensional de una vida a otra, sin el
entorpecimiento que implica actualmente la desencarnación y la posterior
reencarnación. Aunque el cuerpo biológico deba mantener ese estatus actual de
medio conector con la dimensión espacio-tiempo-materia, y, por tanto,
experimentar un proceso de transmutación más acorde a la naturaleza y
funcionalidad de la conciencia y del espíritu, sin por ello lograr liberarse de
condicionamientos como el desgaste de sus sistemas o la dependencia de factores
exclusivamente dimensionales físicos, e incluso la necesidad eventual de una
recambio completo de cuerpo biológico, ello no obstante debe realizarse sin que
se pierdan los atributos de conciencia y mente actualizados en una vida
corporal, al pasar de un cuerpo físico-biológico a otro. Es decir, no debe
producirse pérdida de contenidos mentales, tales como la memoria biográfica, la
identidad continua, el carácter, la personalidad, los vínculos afectivos y activos,
los conocimientos, etc. Esto ante todo en función de una mejor integración del
espíritu y conciencia a la dimensión espacio-tiempo-materia, a través de una
actualización más eficaz y económica de adaptación a los medios
interdimensionales, y ya no sólo a una mera adaptación al medio natural, como
ha sido el propósito de la evolución biológica natural hasta ahora en el
planeta Tierra. Es decir, el salto evolutivo del ser humano implica que los
Seres Trascendentes han decidido en su plan evolutivo que el ser transhumano
cambie sustancialmente parte de la finalidad del mismo al no sólo evolucionar
para optimizar la relación con su entorno natural planetario a partir de
elementos básicos de relación
materia-energía-espacio-tiempo-biología-mente-conciencia-espíritu, sino ante
todo se introduzca en un segundo y más amplio plan evolutivo, que implica la
trascendentalización primero del nivel sistémico dimensional recién descrito a
nivel planetario. Esto quiere decir que el planeta Tierra debe recibir un
impacto de convergencia transdimensional a través del nuevo superhumano y que
implicará la transfiguración planetaria por la acción de
espíritu-conciencia-mente-biología en todos sus niveles dimensionales,
provocando por la integración de estas macro-dimensiones un cambio de la
frecuencia vibratoria de la energía y de la materia comunes más concordante con
la frecuencia vibratoria de la energía sutil – la que actualmente desconoce el
saber científico humano--, así como una amplificación y apertura de las
dimensiones espacio y tiempo. Una vez alcanzada esta integración evolutiva con
el medio planetario, el transhumano poseerá atributos similares a los que se
describían para los dioses del pasado terreno, así como igualará el nivel
evolutivo de otros seres interplanetarios actualmente muy superiores a
nosotros. Entonces también le corresponderá hacerse responsable de reproducir
su modelo evolutivo y de su acción integradora multidimensional en otras zonas en
formación del Multiverso, en perfecta sintonía con el Plan Maestro del Espíritu
Trascendental.
Así
pues, el desarrollo progresivo y transmutativo de la conciencia y de su
componente-proyección-mente que describimos en este libro nos llevará a superar
inmensas restricciones experienciales y cognitivas que se nos imponen
actualmente en relación con la dimensión de la muerte, o mejor dicho, de la
mortancia. En la actualidad no poseemos comunicación ni vínculo natural con los
mortantes ni con la dimensión misma de la mortancia, así como los mortantes
difícilmente pueden acceder a este nivel tan básico de la materia síquica y a
una forma tan básica, rudimentaria y tosca de conciencia-mente en la que nos
encontramos no sólo en nuestra conciencia de vigilia, sino también en nuestra
conciencia subconciente y hasta en el inconciente próximo. Actualmente cuando
los mortantes vienen a nacer a un nuevo cuerpo, o cuando un viviente muere y
pasa a estado de mortancia, se debe realizar un procedimiento de adecuación
transdimensional que está dirigido y operado por Seres superiores especializados,
a fin de salvar la ruptura y distancia natural que existen entre ambas
macro-dimensiones. En la medida que adecuemos nuestra conciencia-mente a una
mejor integración de la misma y, por tanto, actualicemos su potencial
integrado, estaremos en condiciones de mantener una relación transdimensional
vida-mortancia y vivo-mortante, que nos permitirá acceder a un plano de
realidad, cuya inmensidad y maravilla no podemos actualmente reproducir en
nuestra condición mental –si bien algo de ella guardamos en nuestra memoria
profunda, tal como señalaba Platón, de acuerdo a enseñanzas iniciáticas por él
recibidas--.
Hemos
dado, pues, a entender que la muerte y la mortancia representan a través de la
historia natural una especie de dimensión periférica de la dimensión natural de
experiencia de los seres biológicos, y que, aunque estamos acondicionados
precariamente para interrelacionarnos con esa dimensión de mortancia, poseemos
al mismo tiempo un potencial evolutivo próximo significativo y evidente que nos
permite anticipar la dirección de nuestro proceso evolutivo en esa zona y forma
de realidad. Este análisis nos muestra que existe en todo proceso evolutivo una
bidireccionalidad endo-exo del acondicionamiento transmutador, es decir que
existen los agentes potenciales que facilitan desde el interior del sistema sico-biológico
una transmutación sistémica en la misma intención funcional, y en la adecuada
interacción, de acuerdo con los estímulos desafiantes del sistema exo, propio
del medio ambiente natural, pero consistentes y coherentes con el mismo plan
sistémico del sico-organismo endo. Por ejemplo, si el plan evolutivo se propone
que los seres humanos realicen música, puede actualizar –en la perspectiva
endo--un potencial genético evolutivo concordante con la producción de una mano
con dedos que puedan pulsar las teclas de un piano, u otro tipo de
instrumentos. Por otra parte –en la perspectiva exo--, la naturaleza aporta con
elementos materiales adecuados y funcionales para que se pueda construir un piano
–u otro instrumento digital--, a pesar de que no existen los pianos en la
naturaleza espontáneamente, y de que las condiciones físicas sean las
apropiadas para que se produzca el fenómeno sonido, y en general todos los
factores físicos-naturales -- integrados sico-físico-biológicos, como sistema
endo-exo -- que permiten la realización del fenómeno complejo, por ejemplo,
música-de-piano.
Este
patrón endo-exo de la evolución natural permite reconocer cuando estamos
realmente ante un potencial evolutivo y un proceso actual evolutivo, o cuando
se trata simplemente de un potencial fantasioso de la capacidad especulativa de
la mente humana --como se deja ver precisamente en parte de las teorías
científicas fantasiosamente especulativas acerca de los mecanismos de la
evolución natural--.
La
relación próxima con el mundo de los muertos, espíritus, ánimas o de tantas
maneras que se ha llamado a los mortantes, a las personas que han estado en un
cuerpo vivo, y luego han desencarnado, ha sido un motivo central en casi todas
las culturas en todos los tiempos. Se han forjado todo tipo de historias y
especulaciones, sin embargo algo en común tienen todas ellas. Una, que las
personas después de muertas conservan algo de su individualidad y
características de su ser cuando vivo. Dos, que pasan a un estado distinto,
óntico y de realidad. Tres, que pueden mantener una cierta relación y relación variable
con los seres vivos. Con esto ciertamente no se puede demostrar nada. No se
puede siquiera demostrar que ello sea cierto, ni que haya un universo próximo a
nuestra realidad viviente que pueda ser modificado en su relación con nuestro
plano de existencia. En todo lo que he escrito en este libro no me interesa
apelar a la razón, ni a la evidencia de
ningún tipo, sino meramente a la intuición. Es la intuición la verdadera guía y
conductora de esta aventura y salto evolutivo, la que da alas para volar por
encima de todo sin necesidad de ojos, de sentidos, de razón ni de verdad. Si la
posees, vuela conmigo; si no, puedes hacer lo que quieras…
Una
de las cosas más importantes que debemos saber ahora que viajamos a la vista de
nuevas costas nuca vistas antes más que en sueños, es que el universo de los
mortantes, la mortancia, no es solamente un estado, sino ante todo la
experiencia de otro nivel de realidad, pero no una dimensión natural sólo para
humanos y acondicionada para humanos, sino una dimensión abierta, en la que se
puede entrar en múltiples relaciones interdimensionales, más allá de todo lo
imaginable; si bien todas ellas en concordancia con el estado evolutivo del
individuo en particular y con el de la especie en conjunto.
Cuando
dormimos, nuestra conciencia –decimos—cambia de estado. Eso que llamamos
conciencia es, en realidad, como un organismo vivo dentro de otros organismos
que colaboran con él –tales como la mente y el cuerpo biológico--. Cuando
cambia de estado, en realidad está experimentando modificaciones funcionales
que dependen ya sea de su relación con otras funciones o condiciones
dimensionales u otras relaciones. La conciencia, mientras estamos vivos,
depende mayormente de las funciones de nuestro cerebro y de nuestro cuerpo
biológico en conjunto. Por eso que si bebemos alcohol, o ingerimos ciertas
drogas nuestra conciencia experimentará modificaciones en su funcionamiento,
pero no pierde normalmente, por ejemplo, la identidad personal. La conciencia
puede sufrir severas alteraciones funcionales si se ve afectada, por ejemplo,
por alteraciones funcionales de componentes mentales, como ocurre, por ejemplo,
en ciertos estados delirantes por daño cerebral o bajo descargas emocionales
muy intensas, las que producen efectos directos sobre el funcionamiento de la
conciencia.
De
lo poco que se conoce actualmente sobre la conciencia, hay dos componentes que
nos resultan sobresalientes. Uno, la identidad o experiencia de un yo, que
representa en realidad un principio trascendental que se degrada en asociación
con la conciencia, la cual es un vehículo u organismo que se asocia
estrechamente al yo, al punto de que parecen una sola entidad. El yo es un
principio espiritual, que procede de niveles de trascendencia aún desconocidos
para el ser humano.[31] En
segundo lugar, la conciencia puede ser autoconciente –a través de la
metaconciencia—o no. El ser humano normal divide los procesos de conciencia
atenta y autoconciencia; es decir, cuando en vigilia pone atención sobre otra
persona o cosa externa, su conciencia tiende a no ser autoconciente. Por la
otra parte, cuando pone atención en lo que está aconteciendo en su propia mente
tiende a perder la conciencia atenta del exterior. Sin embargo, la función de
conciencia se debilita grandemente en su capacidad y en su potencial de
aprehensión de realidad en conciencia cuando se encuentra dividida de esta
manera o desintegrada –como ocurre en otras funciones incompletas de
conciencia--. La meditación, como la conciben en variadas prácticas y
filosofías, pueden ser peligrosas en este aspecto, ya que a veces buscan
precisamente la anulación de la conciencia atenta y de la participación de las
funciones de la mente en el flujo de conciencia. Aunque en sí misma esta
concepción y práctica pueda representar un conjunto de ejercicios necesarios
para el desarrollo de la metaconciencia, entenderla como la gran vía de la
iluminación espiritual lleva normalmente a un desgarramiento de las formas de
conciencia de encarnación y de
despliegue en este plano evolutivo natural –produciendo una hipertrofia de la
metaconciencia, a pesar de continuar sostenida desde un cuerpo biológico y desde
esta dimensión espacio-temporal, y una anulación de la conciencia natural[32]--, al
que no debemos renunciar, pues todos los seres humanos somos constructores responsables
de la evolución inmanente-trascendente
de este plano físico-sico-biológico natural.
Cuando
se logra el equilibrio entre metaconciencia y conciencia atenta, se facilita el
flujo de conciencia continuo y amplificado que permite el tránsito y
actualización de ilimitados niveles de realidad que, en cuanto son anticipados
y potenciales próximos en el genoma natural y trascendental evolutivos, se
concentran en la sustancia constitutiva de la conciencia, provocando cambios
actuales y progresivos en todas las manifestaciones físicas, síquicas y
biológicas asociadas al fenómeno mismo de conciencia. En lo inmediato, las personas
cambian su comportamiento, debido a cambios en el sustrato de la personalidad,
y progresivamente en el carácter. Cada persona cambia y adecúa estos cambios de
acuerdo a sus múltiples particularidades
en todos sus niveles constitutivos y dinámicas existenciales personales.
Así
pues, si los cambios de conciencia son significativos y conectivos, provocarán
actualizaciones de realidad que antes no eran posibles, como si fuesen
inexistentes, en la medida que no existían los vehículos de conciencia apropiados
para experimentarlos vincularmente. Las personas en su mayoría no creen en
ovnis, extraterrestres, fantasmas, telepatía, anticipación del futuro, magia,
brujos, milagros, hechos sobrenaturales, reencarnación, etc., si no los han
experimentado en alguna forma de conciencia intensa y metaconciente. Las
personas incluso no validan sus propias experiencias trascendentales,
espirituales, o en estados de conciencia “anormales”, si ellas no son
ratificadas de alguna manera en el nivel de los sentidos, de la razón, del
conocimiento validado o de la conciencia de vigilia. Esto representa uno de los
entorpecimientos al desarrollo personal y colectivo evolutivos de la conciencia
más graves y extendidos a través de la historia del humano moderno. Es decir,
si no se amplifica e integra la conciencia en todos sus planos, no es posible
que ciertas realidades existan para la conciencia y aporten sus virtudes
evolutivas. Sin embargo, no es suficiente maximizar o desarrollar el potencial
de la conciencia, si no se asocia a un desarrollo sistemático y creciente de
las demás facultades y capacidades mentales, espirituales e incluso
ambientales. La realidad funciona como un todo en cualquiera de sus
manifestaciones aparentemente aisladas, incluso el individuo humano y su mente
particular. Mientras más formas y aspectos de realidad se integren a la
conciencia y la mente, cada vez mejores y nuevas virtualidades se irán
integrando a cada función en particular –sea ella la inteligencia, la emoción,
la memoria, la intuición, la percepción, etc.--.
Sólo
así se entiende que los grandes misterios o hechos increíbles o fenómenos
anormales que contradicen los parámetros de realidad natural, los cuales el ser
humano común ha acostumbrado a experimentar y aceptar como reales, y que siempre
han sido parte de una suerte de periferia de realidad, en la medida que
igualmente se han manifestado con mayor o menor justificación y credibilidad a
una inmensa cantidad de seres humanos, han logrado una validación o
representación suficiente como para llegar a formar un sistema de creencias
alternativos y catalogados de muchas maneras diferentes en las diferentes
culturas. No deja de ser igualmente significativo y coherente el hecho de que
muchísimas personas, y, por lo menos, siempre de una u otra manera las
colectividades, han validado dentro de sus culturas, diríamos intuitivamente,
estas formas de realidad como reales o al menos posibles, sin nunca rechazarlas
por completo –incluso cuando se ha tratado intencionadamente de erradicarlas--.
Si bien es necesario reconocer que estas formas superiores o alternativas o
paralelas de realidad se mezclan frecuentemente ante la experiencia y
conocimiento humanos con formas personales, subjetivas y deformadoras de
experimentar, procesar y asimilar estas mismas experiencias, así como la mente
posee incluso la capacidad de replicarlas mental y subjetivamente como si
fuesen transdimensionales –en el lenguaje común, calificadas de objetivas o
reales-- , pero que en realidad son meras proyecciones mentales y hasta ilusorias,
en casos extremos.
Así
pues, son numerosas las formas y dimensiones de realidad fantásticas,
maravillosas y sobrenaturales que se actualizarán como nunca antes en la
historia humana, gracias a que la conciencia, la mente y otros factores humanos
asociados se amplificarán y potenciarán extraordinariamente. Se corregirán
errores, se ratificarán hechos, se precisarán formas, naturalezas, aspectos; se
profundizará en innumerables temas que estaban latentes o iniciales en esta
área de lo fantástico y sobrenatural; se descubrirán nuevas dimensiones de lo
actualmente increíble y mágico; se abrirán espacios próximos de la realidad en
innumerables perspectivas anticipadas de alguna manera, pero otras ni siquiera
imaginadas. Esta vez no habrá dudas, no habrá engaños, mixtificaciones, ni
interpretaciones aproximadas. Las realidades se devalarán en unidad e
integración para todos los transhumanos.
6.
¿CÓMO
ACCEDER A LA NUEVA CONCIENCIA?
Acceder
a la nueva conciencia es un mandato, un imperativo natural, lo mismo que,
nacidos en este planeta, es un imperativo respirar. Sin embargo, todos estamos
en una relación distinta con la conciencia, en un grado, en un punto diferente
de desarrollo y asunción de conciencia. Por lo tanto cada uno debe encontrar su
propia y personal manera de desarrollar su conciencia y de ejercerla. La
realidad en su infinita multiplicidad se manifestará también diferente para
cada uno. Existen similitudes entre unos y otros, entre unas y otras
experiencias, entre unas y otras manifestaciones de realidad. Las personas
tienden a asociarse por similitudes; el error es fortalecer las similitudes, la
mayoría de las veces incluso exigirlas a los partícipes de ellas, y todavía más
trágicamente, imponérselas a los que no participan de ellas. Los cristianos
quieren parecerse entre sí; los comunistas, también; los musulmanes con los
musulmanes; los fans a sus ídolos; etc. Desarrollar verdaderamente la
conciencia implica ante todo descubrir, mantener y desarrollar las
características de una historia evolutiva personal, de un alma personal, de un
cuerpo personal, de un encuentro personal y auténtico con la realidad, pero al
mismo tiempo, y paradojalmente, relacionarse con la realidad desde la similitud
e incluso desde la identidad y condición común de las cosas, de los grupos de
cosas y personas, y de todos los niveles de realidad, en lo que se realiza como
común y hasta idéntico entre las
manifestaciones de realidad.
Por
eso, para hablar de un acceso a la conciencia tendremos que diferenciar y al
mismo tiempo agrupar, con la seguridad de que en cierto sentido no
representaremos a nadie con exactitud, sino hablaremos de meras aproximaciones
y generalidades más o menos representativas de tipos humanos.
Hemos
dicho más atrás que nadie se adentra ni en la mente propia, ni en las ajenas,
ni en la conciencia, ni en el espíritu sin que alguien nos guíe. Ese alguien puede tomar formas y
manifestaciones muy variadas y hasta completamente inconcientes. Es una ley
sustantiva de la naturaleza que las progresiones en función de la evolución
sean siempre guiadas. Recordemos que, primero que todo, el Espíritu conduce
todas las dimensiones de realidad, y por tanto, a toda entidad en cualquiera de
esas infinitas realidades. Hasta las estructuras físicas, los sistemas
naturales, las estructuras y fenómenos cósmicos son conductores de una
proyección constructiva y progresiva de toda la realidad universal y de nuestra
realidad planetaria en particular. Las galaxias completas, los sistemas solares
y planetarios, lo mismo que nuestro mundo, poseen cada uno por separado su
propia progresión evolutiva y, en ese sentido, son conducidos hacia un algo –sea lo que fuere--. En la mente y
en la conciencia humanas la cuestión y el fenómeno son más complejos y
especiales.
Entre
los seres humanos existe una gradación asombrosa en el desarrollo de la
conciencia. Existen seres humanos que se encuentran casi en el estado inicial
de conciencia de los primeros homo
sapiens, hace cientocincuenta mil años. En el otro extremo, existen humanos
cuya conciencia está tan desarrollada que mantienen una relación natural con
seres de dimensiones trascendentales; es decir, presentan un adelanto evolutivo
respecto de la especie en miles de años. La mayoría de los seres humanos
lamentablemente posee un escaso desarrollo respecto de su propio potencial. Es
frecuente encontrar personas en posiciones de liderazgo, de representación, de
éxito social y cultural, de gran reconocimiento, incluso en áreas de índole
espiritual y religiosa, también en áreas de alto rendimiento intelectual, que
poseen un pobre desarrollo de conciencia. Se puede incluso aparentar mucha
conciencia, cuando en realidad se posee muy poca, y es que la sociedad humana
global exige poco y superficial respecto de los comportamientos humanos, y
menos de los estados internos, particulares y privados. Es explicable también
porque las sociedades modernas más que conciencia, reconocen y valoran en las
personas los comportamientos validados social y culturalmente, no importando lo
que realmente haya en la mente y la conciencia de esas personas. La conciencia
es lo que sustenta realmente la vida mental e interna de los seres humanos,
independientemente de lo que la persona haga, o se interprete que hace. La
evolución nos obligará a invertir la perspectiva moral y valórica respecto de
lo que actualmente valoramos y desvalorizamos en muchos aspectos de la
condición humana. El giro no es fácil; es duro, complicado y doloroso para
quienes se encuentran en un estado muy invertido respecto de la evolución de la
conciencia y de la mente.
Las
sociedades modernas han dado énfasis meritoriamente a mejorar las condiciones
de vida materiales, lo cual hemos visto ha sido una prioridad para la evolución
natural de las especies. Es por ello que ha privilegiado y desarrollado un
contexto mental y de conciencia concordante con estos estímulos y
circunstancias. Hemos visto también que desde el punto de vista de la
complejidad funcional mental –y más todavía de las facultades metafísicas y
espirituales--, el avance en el control de los factores materiales, ambientales
y sociales no ha representado un gran desafío ni ha requerido un desarrollo
amplio ni profundo de una gran gama de potenciales humanos. El ser humano es
rudimentario y mediocre en todo lo que ha hecho y ha sido hasta el día de hoy.
Lo es moralmente, artística, social y políticamente, en sus relaciones
interpersonales, en el conocimiento y dirección evolutiva de sí mismo, de sus
emociones, de su memoria, en su moralidad, en su anticipación del futuro, en su
comprensión de otro seres humanos, en su racionalidad incluso, en su amplitud y
profundidad de conciencia, en su labor intelectual variada, en sus capacidades
cognitivas, en su percepción sensorial, en la relación con su propio cuerpo, etc.,
etc., etc. Un inmenso número de seres humanos no podría comprender ni reconocer
qué es la conciencia ni observar metaconcientemente sus propios procesos y
estados mentales; eso ni siquiera se enseña en la educación formal, ni en
escuelas, academias ni universidades. Para avanzar en este desarrollo con esta
inmensa cantidad de seres humanos habría que reformular la concepción
antropológica, filosófica, sicológica, socio-política, educacional y mucho más,
de ser humano. Por ahora –tratando incluso de no ser escépticos—esto no es
posible, pues ello implicaría que en todas estas áreas de la actividad humana
hubiese líderes y sabios capaces de experimentar por sí mismos estas
capacidades, de concordar en una concepción común y de coordinarse con todas
las áreas de desarrollo del ser humano. ¿De dónde llegarán y aparecerán estos
sabios? ¿Cómo podrían llegar a posiciones de poder o de influencia? ¿Por qué la
población mundial sin conocimiento de lo que se le propone podría aceptarlo?
¿Cómo sería posible llegar a un consenso mundial respecto de esto? ¿Sería
posible sin más un cambio de paradigma materialista y economicista a un
paradigma espiritual y humanista? ... Sólo por mencionar unas pocas preguntas
de entre miles que difícilmente podrían ser respondidas positivamente.
¿Hay
que dejar entonces abandonada a su suerte a toda esa multitud de seres humanos?
¿Hay que dejarlos en su ignorancia, en el terrible autoengaño en que se
encuentran? Ciertamente la respuesta es no. Todos y cada uno debemos hacer lo nuestro en la medida de nuestras
propias capacidades y de nuestra propia conciencia de este hecho. El mandato
crístico de ser solidarios, de amarnos unos a otros, de ser responsables de lo
que le acontece y de lo que carece el prójimo es un deber moral, espiritual,
pero también material, y en todos los sentidos y niveles posibles. El mandato
crístico es por sobre todo evolutivo.
No existe la verdadera santidad si no se vive para los demás tanto como para
uno mismo. Por otra parte, los demás pueden incluso estar representados en una
sola persona, si sabemos darle todo lo que podemos y debemos darle a esa
persona –muchas veces un esposo, un hijo, un amigo, un padre-- y en ello se
cumple en conciencia nuestra inmensa capacidad de dar. La evolución de la especie no valora sólo los grandes
maestros, los grandes benefactores sociales, los grandes líderes al servicio
del pueblo, sino casi con la misma importancia y trascendencia, al alma
individual que mucha veces ignorada por todos y en su pequeño recinto
individual o familiar se desvive por alguien amado. Este mártir del amor por
unos pocos y anónimos para la sociedad y la historia está empujando, como
trabaja la pequeña hormiguita, evolutivamente a toda la especie al mismo
tiempo. La conciencia también se construye sumando, unos a otros, esfuerzos en
apariencia insignificantes; uniendo vidas insignificantes unas a otras, si en
ellas hay un movimiento mínimamente constructivo para la existencia de sí mismo
y de los demás. Muchas veces nuestra única responsabilidad hacia la humanidad
toda es pensar con amor en la humanidad, querer con honestidad su bien, aunque
estemos tan lejos de poder hacer algo práctico y concreto por ella. Los efectos
positivos de nuestro pensamiento y de nuestra conciencia—sea cual sea el grado
de desarrollo de ella—son siempre mayores de lo que observamos y creemos. Los
efectos positivos de la conciencia son siempre mayores y más inmediatos que los
negativos, pues estos también acaban siendo siempre –para el individuo y para
la especie-- evolutivamente constructivos.
El
trabajo de conciencia que estamos proponiendo en este libro requiere de un alto
grado de conciencia previa para el que quiera asumirlo; para el que quiera
comprenderlo cabalmente; para que uno pueda ser tocado por el Maestro y
encenderse como una hoguera hasta convertirse en un ave Fénix mental y
espiritual. Este libro puede ser entendido también por alguien que posee al
menos conciencia intelectual; puede ser valorado positivamente y en alguna
medida incorporado al quehacer de su evolución personal y social. Ya hemos
dicho que no hay restricción para la evolución de la conciencia, pues debe
realizarse en todos sus niveles, uno por uno o todos al mismo tiempo. La
conciencia se amplía como una espiral: desde el punto mínimo inicial se va
expandiendo siempre en movimientos circulares totalizadores, aunque el anterior
siempre sea menos amplio que el siguiente. Sólo quien se acerque a él debe ser
humilde y honesto para reconocer el grado de conciencia en que se encuentra
para iniciar el Viaje junto con el Maestro. No se obtiene nada con engañarse a
sí mismo o a los demás, tanto si creemos poseer más conciencia y mente en
concordancia, como si nos subestimamos y creemos que no somos capaces de esta
aventura. El Viaje de la trascendencia de nosotros mismos tendremos que
iniciarlo y avanzar por él y completarlo, aunque tardemos millones de años más
que el primero que lo logre. El que aparenta conciencia y desarrollo que no
posee en verdad debe comenzar todo de nuevo en algún momento de su avance
ilusorio. Incluso muchos maestros de conciencia, aun habiendo hecho mucho bien
a muchas personas, se perciben y se creen más evolucionados de lo que realmente
son. Esta forma de parálisis espiritual y de desarrollo de conciencia es
probablemente la más peligrosa, pues es la más difícil de reconocer.
Este
libro tampoco es un manual para el desarrollo de la conciencia o para la
evolución personal. Es apenas un destello de luz concentrada que espera
provocar un efecto de penetración en distintos niveles de la conciencia y de la
mente de los seres humanos, a fin de dejar una vibración intensa que permita
concentrar los esfuerzos personales en la dirección que al fin de cuentas cada
uno considere la correcta para sí. Es por ello que las recomendaciones, las
recetas, las prácticas, los pasos, las enseñanzas específicas, los ejercicios,
las reglas sólo se mencionan tangencialmente; no están en el centro de nuestra
intención, porque ellas solas requerirían de un cuidadoso análisis, de un
análisis crítico y delicado que nos llevaría por otros derroteros y fines. Son
necesarios, ciertamente; son tan necesarios como el bastón para el que no puede
caminar con sus propias piernas, o mejor aún, son como los pulmones para el que
quiere respirar. Sin embargo, contienen tanto riesgo, son tan difíciles de
conocer, de integrar, de asimilar y de dirigirlos adecuadamente dentro de
nosotros mismos que solo con la ayuda de un maestro personal e interior es
posible avanzar recta y eficazmente. Los libros de autoayuda, los manuales
genéricos, escritos para todos, las recomendaciones y ejercicios masivos, los
ritos grupales o públicos sirven de bien poco para el que quiere avanzar
derechamente hacia su propio interior, su interior único, con laberintos
únicos, con reacciones únicas, con biografías únicas, con emociones únicas, con
un entendimiento único, con un subconciente y un inconiente únicos y con una
conciencia y mente únicas. La mayoría de los seres humanos, hasta los más
evolucionados, necesitan para este Viaje hacia sí mismos tanto de un maestro
personal, como de un maestro interior. De lo contrario es muy fácil quedarse a
vivir en islas espirituales --o en paraísos artificiales--, creyendo haber
descubierto un nuevo continente.
Cuando
este Viaje lo inicia intencionadamente y realmente un joven, es muy diferente
de si lo inicia un adulto, cuya vida ya ha sido condicionada por muchas y
variadas circunstancias. El joven posee notorias ventajas respecto del adulto,
y todavía lo sería más si se comenzara de niño.
La
transmutación de la conciencia requiere, en el nivel mental, una disponibilidad
flexible y abierta de todas sus capacidades. El joven aún no ha fijado por
completo los patrones estructurales de las funciones mentales, los esquemas
cognitivos, la estructura de la conciencia en sus diferentes niveles y estados,
los condicionamientos sico-sociales, su identidad está en pleno proceso de
construcción, su personalidad y carácter se están moldeando, presenta un
variable grado de inestabilidad emocional, se encuentra en una búsqueda de
sentido de sí mismo y de la realidad, además de que su cerebro todavía se
encuentra en proceso de producción de neuronas con una gran plasticidad, así
como su sistema nervioso y su cuerpo completo están disponibles para un alto
rendimiento funcional, lo que le facilita, entre otras cosas, el aprendizaje en
general. Si a ello agregamos que su vida social y externa posee también un alto
grado de libertad, de apertura hacia la búsqueda de variadas formas de vida, de
patrones de comportamiento social más críticos y concientes que los de sus
mayores, de relaciones interpersonales más laxas y con menos responsabilidades
familiares, laborales y sociales que los adultos, entonces se ve que hasta el
fin de la juventud existen condiciones más favorables para iniciar un trabajo
de conciencia transfigurador –a veces incluso en conflicto con su entorno
familiar y social--, amplio y profundo. Lamentablemente los jóvenes, aunque
simpatizan muchas veces con propuestas radicales que propongan privilegiar su
desarrollo espiritual y de conciencia, así como con utopías transformadoras del
statu quo, alcanzan demasiado pronto la adultez o bien experimentan los
compromisos que los adultos imponen cuanto antes para que los jóvenes se preparen
e inserten funcionalmente al sistema de vida social y laboral, mundial y local.
Para
un adulto iniciar un proceso transfigurador de conciencia, una búsqueda vital
centrada en la espiritualidad, implica generalmente un costo y un esfuerzo
altísimos. Los compromisos que normalmente lo condicionan y apresan muchas
veces sufren dolorosas rupturas y requieren frecuentemente ser abandonados,
descuidados o conflictuados, pues no se adecúan a la forma de vida de un
proceso de acrecentamiento de la conciencia, en el cual los valores, las
realidades completas con sus innumerables circunstancias, relaciones personales
y sentidos, así como la mente completa, experimentan una verdadera muerte y una
reencarnación en vida de la misma persona. Todo y cualquier cosa puede verse
grandemente afectado. No es infrecuente que se produzcan separaciones de
matrimonios, de parejas, de amigos, de familiares; que se cuestione todo lo que
antes era incuestionable; que se produzcan cambios notables en el carácter y la
personalidad; en los gustos y los disgustos; en los intereses y quehaceres –especialmente
el trabajo--; en la visión y sentido de vida; en los hábitos; etc., etc., etc.
El entorno familiar, social y humano en general se ve afectado y se resiente
por el cambio de la persona en proceso de transformación profunda. Muchas veces
el entorno humano se resiste y rechaza de diferentes maneras este cambio y
proceso. Buda abandonó a su mujer y a su hijo. Jesús abandonó a su familia
–María experimentó la extrañeza de su hijo--, aunque algunos familiares lo
acompañaron. Los discípulos de Jesús abandonaron a sus propias familias,
mujeres e hijos. San Francisco dejó a sus padres y a Santa Clara. El camino de
transformación de la conciencia no puede ser condicionado ni coartado de
ninguna manera, pero en cada persona se debe realizar de acuerdo a las
convicciones personales, en conciencia también de los perjuicios y conflictos
que se esté dispuesto a provocar.
Así
pues, modificar un sistema de conciencia que se afirma y reafirma en
innumerables elementos y factores que hacen que seamos y nos experimentemos
como somos y como nos experimentamos a nosotros mismos –refiriéndome ante todo
a un adulto común--, implica o bien creer ciegamente en alguien que te ofrece
ser tu guía (maestro) en este complejo proceso, pues la persona normal carece
de la perspectiva de metaconciencia del que está fuera de sí mismo y fuera del
estado personal que, por definición, es autoreferente, ensimismado y limitado.
El maestro, en este caso, es el único que puede percibir y comprender las
realidades, incluida la del discípulo, tales como son en su relación
afuera-adentro. De lo contrario es imposible para una persona común
experimentar la realidad y su propia realidad como un afuera-adentro, sino sólo
como un adentro, siempre desde algún
tipo de insuficiente adentro. Sin
embargo, este modo de transformación de conciencia está sujeto a una peligrosa
y frecuente imperfección o limitación del mismo maestro –ejemplos que abundan
en la historia y también en la actualidad--. En este caso el discípulo depende
no sólo de las cualidades iluminadoras e intuitivas de su maestro, sino también
de sus defectos y errores, los que, incluso aunque sean pocos o menos que sus
cualidades y aciertos, por desgracia son
más determinantes para el proceso de transformación integral que siempre
implica la conciencia, que los aciertos del mismo maestro. Para que el trabajo
de un maestro sea realmente eficaz y profundamente transfigurador, no debe
cometer errores. El maestro debe ser perfecto, de lo contrario también él
necesita un maestro.
Las
otras formas de maestría se realizan de diferentes maneras desde distintos
planos de realidad. Todas ellas son siempre complementarias y acompañan siempre
incluso la relación personal de un maestro (guía) y un peregrino (discípulo). Cuando un maestro es verdadero, se puede
comprobar porque la realidad está sintonizada con él y él con la realidad, de
manera que el maestro es Uno con Todas las Cosas y Todas las Cosas enseñan
junto con él.[33]
7.
LA
PRÁCTICA INTEGRADORA DE LA METACONCIENCIA
Una
grave deficiencia que se ha ido agravando con el correr de la etapa evolutiva
que finaliza consiste en nuestra condición fragmentada, incompleta e insuficientemente
unificada de todos y cada uno de nuestros componentes, a la hora de maximizar
nuestras capacidades actuales y nuestro infinito potencial. El proceso
adaptativo al medio natural, y luego social e intrasíquico, ha requerido de una
acumulación de funciones específicas que se han ido coordinando básica, pero
eficazmente, para lograr un efecto progresivo. Cuando decíamos que todo en el
ser humano es mediocre e incompleto, y aun así suficientemente funcional, por
una parte provoca este efecto de expectativa por parte de la mayoría de los
seres humanos de alcanzar ese estado de habilitación suficiente y “exitosa”, y,
por otra, debilita y opaca cualquier otro modelo de realización que no
satisfaga este modelo naturalista-materialista ya probado. La mediocridad
evolutiva está bien instalada y bien resguardada en la mayoría de los seres
humanos. La razón se lleva mal con la emoción; la emoción se lleva mal con la
memoria; la imaginación se lleva mal con la sensatez; la inteligencia se lleva
mal con la sabiduría; la moral se lleva mal con la autenticidad; el carácter se
lleva mal con la conciencia; y así, finalmente, todo se lleva a medias con todo
lo que somos y hacemos, de manera que somos y nos comportamos como un sistema
semiintegrado y en todos los aspectos semis.
Somos semi-espirituales, semi-morales, semi-inteligentes, semi-sensitivos,
semi-concientes, semi-ciudadanos, semi-intuitivos, semi-humanos, pudiendo
llegar a ser perfectamente todo lo anterior e infinitamente más.
Cuando
las personas han acumulado un nivel suficiente de dialéctica natural del
sufrimiento, vida tras vida; cuando han ido procesando las profundas enseñanzas
de vida y han ido siguiendo conciente e inconcientemente al Espíritu-Maestro
que nos guía a todos de las formas más sutiles, impensadas y omnipresente;
cuando por fin se alcanza un nivel crítico de aprendizaje en todos los niveles
de conciencia, entonces es posible comenzar la integración de todos los
potenciales próximos evolutivos y comenzar a producir la mutación de conciencia
que surge desde las profundidades del alma, del espíritu y de la conciencia
trascendental y colectiva, pero que es coordinada igualmente con todos los
niveles de realidad –incluido el plano espacio-tiempo-materia-- sintonizados
por el Espíritu.
Esta
conciencia potencial y disponible para la integración comienza entonces este
proceso final de unificación de la conciencia, lo que conlleva naturalmente un
proceso de unificación de las facultades de la mente, de activación del
potencial de la conciencia-mente y de sincronización con los niveles creadores
y directores de la realidad natural y humana. Cada uno de estos procesos posee
tal grado de complejidad y densidad que nos es imposible profundizar o
desarrollar aquí cualquiera de ellos. Trataremos de ofrecer una visión al menos
somera de aquellos componentes mayormente influyentes sobre estos procesos
transmutadores, para lo cual comenzaremos con el análisis de la metaconciencia.
Existen
animales –como el delfín, el elefante, los simios-- con sistemas nerviosos
complejos que les permiten realizar actividades y procesos mentales variados y
complejos, similares a los de los seres humanos. Uno de estos fenómenos
mentales asociados a un sistema nervioso es la conciencia tal como la experimenta el ser humano. Recordemos que la
conciencia es un fenómeno compuesto de niveles y grados, si bien nuestra
experiencia cotidiana se asocia naturalmente a la conciencia de vigilia,
acondicionada a través de la evolución natural para responder eficazmente más
que nada al entorno natural. Esta forma de conciencia nos diferencia más que
nada en grado respecto de los demás animales y no habríamos logrado el alto
grado de adaptación al medio si no hubiésemos adquirido desde nuestro potencial
evolutivo-genético la capacidad superior de la metaconciencia. Los animales también poseen en un nivel
rudimentario esta capacidad, sin embargo en el homo sapiens este rasgo ha cobrado una trascendencia que
actualmente lo pone al límite de su condición natural y lo empuja a profundizar
y ampliar las formas naturales de conciencia y todas sus concomitantes, más
allá de todo lo conocido.
Desarrollar
metaconciencia concentrada, perseverante e intencionadamente como una actividad
en lo posible presente en toda la vida síquica y experiencial debe ser uno de
los primeros desafíos y objetivos de todo iniciado. La metaconciencia potencia
al yo como un superobservador primero del sí mismo y de toda realidad,
permitiéndole integrar en la conciencia organizada y directivamente toda la
vida mental. Una persona que amplifica la metaconciencia se vuelve
inevitablemente autocrítico, reflexivo, agudiza y mejora todas sus capacidades
cognitivas, discriminando mejor y más eficazmente todos sus procesos mentales,
sintetizando mejor todos sus procesos mentales, tomando posesión y dominio de
ellos, y dirigiendo más coordinada y consistentemente sus respuestas y
relaciones consigo mismo, así como con el medio natural y humano.
Además
la metaconciencia no sólo amplifica la autoconciencia, sino también prolonga
sus habilidades a la mejor captación cognitiva del medio ambiente natural y
humano, en tanto estos contextos son experimentados también por la conciencia
individual. La metaconciencia, por ejemplo, permite desarrollar la empatía, el
sentido de pertenencia, las relaciones interpersonales, anticipar el efecto de
las emociones propias, el entendimiento de lo que existe en el entorno, la
experiencia de la amplificación y
multiplicidad de las realidades, así como la unificación de las realidades y la
conciencia individual, la mejor comunicación lingüística y no verbal, etc. Cabe
señalar que ninguno de estos procesos y beneficios son el resultado de una
habilidad única –por ejemplo sólo metaconciencia--, sino de un conjunto de
facultades, procesos compuestos, coordinados y sintéticos.
La
metaconciencia es como un águila divina que permite al humano que camina sobre
sus dos pies elevarse sin límites para experimentar las realidades panorámica e
integradamente, aumentando paradojalmente la visión de las partes y cosas más
pequeñas, como si al elevarse también descendiese con su tercer ojo hacia el
interior mismo de las cosas. Este solo hecho es profundamente transformador de
la persona completa, ya que la conciencia es la capacidad superior que
condiciona toda la vida mental y la identidad misma a través de su contenido el
yo.
La
conciencia y la metaconciencia son capacidades tan extraordinarias y superiores
que están muy por encima aún de la posibilidad de comprensión del ser humano,
así como de su desarrollo y actualización de su ilimitado potencial evolutivo. La
conciencia es el eje central a través del cual se realiza la vida del individuo
como mónada absoluta, pero también donde se conectan los infinitos rayos que
vinculan al individuo (yo) y su totalidad con las infinitas realidades, con las
actuales naturales, metafísicas y trascendentales, así como con las potenciales
aún inexperimentadas. Desarrollar la conciencia conlleva pues el aumentar las
conexiones del yo con las diferentes formas de realidad. El yo que no cede su
egocentrismo en esta aproximación a la realidad, en beneficio de una
integración-desintegración del mismo en todas las cosas, se puede llegar a
convertir en un mago poderoso, pero incompleto, que acaba finalmente siendo
aplastado por el peso de la realidad que trata de dominar, desde su minúscula
condición individuada. Muchos humanos hasta espiritualizados, sabios,
inteligentes y poderosos no lograr superar la vanidad de su propio yo, de su
amor propio, de su autoapego, de su autosatisfacción que puede llegar a
sostenerse en formas muy sutiles e inconcientes. Cuando el yo se libera de su
propia autolimitación que lo separa de la identificación con todas las cosas y
experimenta las realidades no sólo desde su propio ángulo, parcela y
perspectiva personales, se amplifica tanto la conciencia y la metaconciencia
–junto con todas las demás facultades de la mente—que no sólo se convierte en
el Gran Mago, desarrollando un poder creador-destructor similar a la energía
formadora del universo, sino que pierde todo interés en utilizarlo en beneficio
de sí mismo, poniéndose humildemente al servicio de todas las realidades.
Cuando
la conciencia y la metaconciencia del iniciado comienzan intencionadamente a
procesar desde su estado de vigilia toda experiencia de realidad, es decir
cuando la persona, como primer paso hacia la trascendentalización de sí
mismo, deja de vivir su vida sólo como
un ejercicio de facultades mentales y físicas que están dirigidas por fenómenos
mentales más o menos coordinados y que responden sobre todo a los eventos que
ocurren en el entorno personal y en el propio aparato síquico –dejando de ser
un ente semipasivo y reactivo—y comienza a ser capaz de sobrevolar y sumergirse
más alto y profundo en todo lo que le está aconteciendo en el adentro-afuera de
sí mismo, la conciencia misma comienza a experimentar cambios sustanciales y
entra en un proceso continuo de transfiguración y amplificación. Esta es la
primera meta y realización de todo iniciado, pues una vez debidamente iniciado
ya nada podrá detener su proceso de amplificación sin límites –si él mismo así
lo quiere--.
Uno
de los efectos más decisivos y sorprendentes para el propio iniciado consiste
en la apertura de la conciencia a niveles que hasta entonces la persona normal
desconocía o experimentaba tan rudimentariamente que lo reducían a una
experiencia de sí misma que posteriormente reconoce como pequeña, deforme y casi
ridícula. La conciencia, que es amplificada a través de innumerables prácticas,
técnicas y ejercicios de intensificación y concentración, comienza a prolongar
sus efectos a todas las facultades asociadas de la mente. Son tantos, tan variados y personales los
efectos que produce esta transmutación de la conciencia que es imposible hablar
siquiera de varios de ellos aquí. Sin embargo, queremos resumir que uno de los
efectos más generales y significativos consiste en la amplificación de la
conciencia hacia el subconciente y diferentes áreas del inconciente,
desdibujando sustantiva y permanentemente el estado normal de conciencia de
vigilia, transformándolo en un estado ampliado de conciencia que permite
incorporar a la conciencia de vigilia, por ejemplo, capacidades o condiciones asociadas
normalmente a los sueños, tales como la fantasía o ideación vívida, la
creatividad, capacidades extrasensoriales de todo tipo, desdoblamiento, acceso
profundo a la emoción y a la memoria, etc. El iniciado puede acceder a estados
de conciencia próximos al sueño provocando un descanso reparador del cerebro en
pocos minutos. El iniciado experimenta la vida entera mientras está despierto
como una mezcla entre sueño y realidad; lo fantástico, lo imposible posible, lo
misterioso e irracional aparecen por todas partes y se experimenta a sí mismo
como una especie de ser soñado por un Infinito y al mismo tiempo como soñador
de ese mismo Infinito. Sin embargo, no hay pérdida en absoluto de la
racionalidad ni del juicio de realidad; la persona conserva la capacidad de
voluntariamente incluso proyectarse fuera de ese estado de conciencia y
experimentar el estado de vigilia de la gente común. Más aun, puede percibir el
funcionamiento de las mentes ajenas como si poseyese una visión radiográfica y
hasta clarividente. Sus propias facultades se potencian, volviéndose más
“inteligente”, más intuitivo, más creativo, más sensitivo, más equilibrado y
consistente emocionalmente, más reflexivo, más sabio, más íntegro moralmente,
etc.
La
conciencia se amplía también a áreas como la memoria, accediendo a un
pasado-presente continuo que le permite actualizar en un presente absoluto su
memoria significativa no sólo de su vida actual, sino también de vidas pasadas,
e integrarlas a una conciencia actualizada de síntesis, siempre y cuando
alcance un nivel suficiente de desarrollo espiritual. El yo no se experimenta
ni identifica sólo con sus características personales y biográficas de su vida
actual, sino se plenifica de todas las experiencias vividas por sus yo de otras
vidas, logrando también un yo ampliado de síntesis. Esta síntesis produce en el
yo un efecto de niño-anciano, pues se
encuentra el yo siempre nuevo del nacimiento de cada instante de existencia y
realidad, con el yo milenario que densifica extraordinariamente el instante
siempre presente.
Se
ve hasta aquí como la conciencia comienza a experimentarse como un estado
integrado de niveles de realidad superpuestos e integrados sin separación
ninguna. Se disuelven las categorías diferenciadas y hasta antitéticas:
dormido-despierto, pasado-presente-futuro, razón-emoción, afuera-adentro,
sujeto-objeto, vivo-muerto, conciente-inconciente, espacio-tiempo-conciencia,
espíritu-materia, mente-cuerpo, etc. Este avance de la conciencia en su propio
reconocimiento e integración no conoce límites. Sin embargo, el ser humano en
su condición biológica actual establece límites asociados a su funcionamiento
biológico de la conciencia, de manera que sólo en un futuro no lejano
continuará su transformación biológica para facilitarle a la conciencia y a su
mente un desarrollo evolutivo aun más amplio con tendencia a la integración
absoluta.
Otro
fenómeno asociado a la expansión de la conciencia de vigilia en conciencia
integral, consiste en la reabsorción de la conciencia en el Espíritu, como un
proceso gradual y progresivo que conlleva una transubstanciación creciente en
el gran principio que sostiene todas las formas de realidades y que, en
definitiva, adelanta el proceso de reintegración del ser humano a Todas-las-Cosas-Espíritu.
Sin embargo, hablaremos más extensamente de ello en el cap.10.
En
la conciencia se encuentra, pues, el verdadero fondo y cuerpo trascendental
evolutivo del ser humano. El cuerpo biológico no es más que una extensión
rudimentaria del cuerpo de la conciencia, en la que realmente residen todas
nuestras capacidades superiores, que se proyectan elementalmente en nuestra
mente y en nuestro cerebro. La evolución, desde el punto de vista de la
conciencia, es un proceso de actualización de capacidades contenidas en ella
misma, y en la interacción constructiva e integradora con todas las realidades,
en vista de la integración espiritual basal última, y no un mero proceso
adaptativo y constructivo-genético de órganos diferenciados y coordinados en
función de la optimización de la relación con el entorno, como es propio de la
evolución corporal-instrumental-biológica, pero cuya meta es finalmente la
adaptación e interacción homeostática con el medio natural y social para dar
sustento suficiente al ulterior desarrollo de la conciencia, una vez resuelto
este desafío y dialéctica primarios del medio físico-natural.
8.
LA
INTUICIÓN: UNA FORMA SUPERIOR DE CONOCIMIENTO Y CONCIENCIA
Los
animales siempre han sorprendido al ser humano por su extraordinaria capacidad
de anticipar fenómenos naturales y hechos en general. La proximidad de la
convivencia entre los animales domésticos, como el perro, el caballo, el gato y
el ser humano ha permitido experimentar de cerca esta capacidad poco estudiada
y menos conocida para el homo sapiens.
Los animales desarrollan intimidad afectiva sorprendente con el ser humano
estableciendo vínculos semejantes a los de las relaciones más intensas y complementarias
entre los mismos humanos, si bien siempre conservando al mismo tiempo una
condición de subordinación y dependencia hacia el amo. Es aquí donde surgen
comportamientos que exceden lejos nuestra capacidad común de entendimiento, ya
que esta intensidad provoca comportamientos tales como la anticipación de la
muerte del amo demostrada a través de comportamientos angustiosos no
habituales; la relación de comunicación de contenidos mentales sin mediar
lenguaje verbal; el conocimiento clarividente de hechos perjudiciales a su amo
mientras él está ausente o de alguien querido por el mismo animal o por el amo;
la percepción del aura de las personas que ingresan al círculo de proximidad
familiar, etc.
Se
ha tratado de explicar reduccionistamente que la intuición sólo es un
conocimiento de procesamiento altamente veloz y/o sutil de información
sensorial percibida e integrada a esquemas cognitivos previos, sin que pase por
el procesamiento intelectual y racional concientes. Entonces se explica de esta manera que muchos
animales con frecuencia anticipen minutos antes la presencia de fenómenos
peligrosos, tales como terremotos, maremotos, personas extrañas, etc., a través
de comportamientos de inquietud desusada.
Sin
embargo, sabemos que no sólo los animales deben poseer estas capacidades que
por el momento denominaremos genéricamente intuitivas,
sino que con bastante frecuencia son experimentadas por los propios humanos.
Esta capacidad evidentemente posee una explicación evolutiva en términos
adaptativos al medio ambiente, ya que permite resolver o enfrentar desafíos --sin
la mediación de facultades cognitivas normales de procesamiento y
conocimiento-- generalmente fuertemente agresivos para el individuo, pues en
muchos casos estas facultades normales no son eficaces ante el evento riesgoso
o perjudicial.
Sin
embargo, la amplitud y variedad de este fenómeno de conciencia que denominamos intuición en el ser humano nos demuestra
que requiere una explicación más amplia y diferenciada que entenderla sólo como
un procesamiento de percepción y síntesis veloces. De hecho consideramos que la
intuición es una de las facultades superiores de experiencia y conocimiento de
realidades del ser humano, y que actualmente se encuentra evolutivamente en una
condición meramente inicial e imperfecta. En el homo sapiens esta facultad que compartimos con los animales ha
adquirido igualmente una mayor y gran amplitud y variedad de formas y tipos.
Tal
es la flexibilidad y superioridad de esta facultad de conciencia que se puede
diversificar y manifestar asociada a cualquier facultad mental y comportamiento
específico del ser humano. Sólo con el fin de mostrar esta potencia de la
intuición, pero incapaz de desarrollar aquí cada uno de estos puntos,
mencionaré diferentes tipos de intuición, que permiten justificar su
superioridad sobre cualquier otra capacidad de conocimiento humano:
1. La intuición se manifiesta frecuentemente
como una facultad de conocimiento, pero también puede desarrollarse como un estado
de conciencia-mente integral.
2. La intuición se puede manifestar en
estados o vivencias espirituales como constituyente de la vivencia misma.
3. La intuición puede ser un estado anímico
o emocional.
4. La intuición puede manifestarse como un
estado de experiencia simbólica.
5. La intuición puede manifestarse como
entendimiento inmediato.
6. La intuición puede manifestarse como
percepción sensorial y extrasensorial.
7. La intuición puede manifestarse como acto
biológico, asociado a funciones propias del cuerpo biológico.
8. La intuición puede generar fenómenos de
realidad, tanto de develación, como de creación.
9. La intuición puede generar fenómenos de
temporalidad no naturales.
10. La intuición se puede manifestar como
estado seudointuitivo, alucinatorio y autístico.
11. La intuición se puede manifestar como
habilidad de conceptualizar.
12. La intuición se puede manifestar como
habilidad de razonar.
13. La intuición se puede manifestar como
habilidad de verbalizar en todas las categorías y formas lingüísticas.
En
esta estrecha sociedad que conforma la intuición con otras facultades de
conciencia y mente se muestra tan unida que no se puede diferenciar con
claridad cuál es el componente intuitivo y cuál el componente mental
específico. Es más, la intuición más que una facultad cognitiva diferenciada,
funcional y específica –también puede proyectarse en esta forma-- debe ser
comprendida y experimentada como un estado de conciencia superior, un estado
germinal que nos conecta con nuestro superconciente, pero que actualmente se
mantiene en gran medida separado y virtual en el inconciente humano y
colectivo. De allí se entiende que cuando se activa este nivel de conciencia,
asociándose a la conciencia de vigilia, permee y se identifique con cada
función de la mente.
La
intuición representa, entonces, para el ser humano en particular, un puente de
conciencia, un estado vincular para que la conciencia de vigilia pueda acceder
a un nivel superior de conciencia, el cual, a su vez, le permite vincular al yo
y a la conciencia-mente a niveles de realidad trascendentes, pero al mismo
tiempo integrados al plano de realidad natural. La intuición integra o amplía
el plano natural de la experiencia humana, el cual es experimentado
elementalmente por las capacidades cognitivas, síquicas y biológicas, las que
le han permitido una muy básica relación de adaptación al medio ambiente a
través de su proceso evolutivo de homo
sapiens, así como una pobre y básica relación con su propio contenido
intrasíquico.
La
intuición, en cambio, facilita la integración, en términos puramente prácticos,
en un alto grado al mismo medio natural y a su propia realidad mental. La
intuición no sólo potencia las facultades cognitivas naturales, haciendo, por
ejemplo, más eficaces a la hora de resolver problemas la percepción sensorial,
como ocurre con la clarividencia que desafía la percepción natural, permitiendo
ampliar el rango perceptivo ilimitadamente y ver algo que no está naturalmente
ante los ojos del observador. Sin embargo, la virtud mayor y más potente de la
intuición se realiza en planos de realidad menos físicos, en planos que
podríamos llamar “causales” o sustantivos, en la medida que son los que
verdaderamente permiten comprender y coactuar eficazmente con el estado
fenoménico de lo que experimentamos a través de nuestras capacidades cognitivas
básicas. Por ejemplo, si vamos a hacer un viaje, podríamos intuir que el
vehículo en que viajaremos sufrirá un percance grave, y, por tanto, decidiremos
no realizarlo en él, si es que nuestra decisión de modificar el ordenamiento
trascendental de la realidad es –para este evento--consistente y opcional. En
este caso nuestra intuición anticipa estados de realidad futura o anticipa
clarividentemente un desperfecto en el vehículo, lo cual es conocido en un nivel de realización de la
realidad que domina y condiciona el estado natural de los hechos, pues su
existencia futura condiciona la realización hacia el presente. En este caso en
particular se advierte que los niveles causales de la realidad son
trascendentales y responden a propósitos no siempre concordantes con los
propósitos humanos naturales; es decir, podría acontecer que hubiese un
propósito de conveniencia trascendental de que yo experimente ese accidente y
no debiera, por tanto, tratar de evitarlo. Además, el futuro es un nivel causal
por sí mismo, cuya realización como presente, sin embargo, está condicionada
por otros planos de realidad y posibilidad que actualmente no conocen los seres
humanos. De ahí que entrar en una relación intuitiva con el futuro implica un
salto y una ruptura de nuestro plano natural espacio-tiempo hacia relaciones
interdimensionales que actualmente estamos lejos de conocer y comprender de
acuerdo a nuestros patrones y conceptos
lógicos, científicos, empíricos, cognitivos, síquicos, físicos y de conciencia.
Nuestra capacidad de relacionarnos con el futuro es tan pobre que a todo conocimiento
anticipado del mismo sin seguir patrones naturales de predictividad lo
denominamos “adivinar el futuro”. Un término tan burdo que en realidad no
explica ni justifica nada, pues nadie puede explicar qué es eso de adivinar el futuro.
El
desarrollo de la intuición como estado de conciencia debiera ser la columna
vertebral de todo proceso de desarrollo personal en cualquier ámbito de la
realidad natural y mental. La educación familiar, escolar, académica, social,
cultural, espiritual y cognitiva debiera centrarse ante todo en el desarrollo
de la intuición aplicada a áreas específicas de experiencia y conocimiento, así
como a su dimensión integral. La intuición implica un desarrollo de la
conciencia que potencia ilimitadamente el conocimiento, la experiencia
creciente, el autoconocimiento y autodesarrollo ilimitado de toda forma de
realidad, con un efecto extraordinariamente eficaz también en los ámbitos o
niveles de la vida física, práctica y material del humano contemporáneo. Un
verdadero maestro no puede serlo si no posee un alto grado de intuición y no lo
estimula y actualiza de todas las formas posibles en sus discípulos. Sin un
gran nivel de conciencia intuitiva no es posible realizar la nueva aventura
evolutiva del ser humano, así como en su momento el homo
sapiens no podía continuar su evolución sin desarrollar la razón.
9.
LAS
EMOCIONES SUPERIORES
Las
emociones humanas han sido durante todo esta era del homo sapiens el gran motor, incentivo y sentido de su quehacer y de
su experiencia vital, si bien también han sido la causa de su inmenso
sufrimiento y de comportamientos altamente perjudiciales para sí mismo, para
los demás, e incluso para el planeta en su conjunto. Las emociones han surgido
de procesos adaptativos de nuestros ancestros animales en su relación básica
con el medio ambiente y sus necesidades vitales inmediatas. Las emociones han
permitido respuestas rápidas a los desafíos del entorno natural. Finalmente han
acabado por ser para el homo sapiens
respuestas demasiado rápidas, escasamente procesadas por otras funciones
mentales para cumplir con las cada vez mayores necesidades de eficacia y
complejidad en la respuesta adecuada a una experiencia vital cada vez más
compleja.
Sin
embargo, una vez más se hace evidente la coherencia del plan evolutivo en la
consistencia entre facultades sincrónicamente actualizadas –como respuesta o
adecuación a desafíos e interacción con el entorno natural-- y facultades
secundarias u ocasionalmente semiactualizadas, las que al mismo tiempo --en perspectiva
evolutiva—se reservan como potenciales próximas también sincronizadas, las que
se actualizarán en algún futuro en conjunto cuando el plan evolutivo se
sincronice con las condiciones multidimensionales que se requieren. En relación
con las emociones, esto se cumple al considerar que existen estas dos
categorías (actual y potencial)
reconocibles a través de nuestra historia natural. La actualizada la
reconocemos todos, pues la vivimos en el cotidiano y a través de todas nuestras
vidas; ellas son las emociones que experimentamos comúnmente, espontáneamente,
intensa o frecuentemente. Son las emociones con las que reaccionamos a la
frustración, al éxito, al esfuerzo, a la injusticia, al maltrato, a las
interacciones con otras personas, a la interacción con seres queridos, al
futuro, a lo que poseemos y a lo que no
poseemos, a la muerte, etc., etc., etc. Ellas son tanto la respuesta sensible a
nuestras condiciones normales de existencia, y –como ya dijimos—estas
respuestas las hemos transformado en gran medida en la finalidad misma de gran
parte de lo que somos, de lo que hacemos, de lo que nos acontece, y, por otra
parte, sin darnos cuenta nos hemos dejado determinar por ellas. Hemos
convertido nuestras emociones en algo tan natural, tan inmerso en toda nuestra
realidad vital, en un componente tan propio de nuestra identidad misma, que sin
darnos verdadera cuenta acabamos quedando presos y condicionados por ellas, sin
plena conciencia de su condición, de su presencia, de sus posibilidades, de su
pertinencia e impertinencia. La conciencia en sus niveles más próximos a la
vigilia, así como en la subconciencia y en planos de inconciencia próximos a la
conciencia de vigilia, se ve fuertemente afectada por el sistema y el carácter
de las emociones que se producen sobre
todo en el cerebro y sistema nervioso y, por otra parte, en la conciencia-mente
que se realiza como conjunción entre la memoria emocional karmática y la
estructura emocional que se va formando y fijando a través de la vida encarnada
–como estructura de carácter y personalidad de la mente individual--. Más aún,
aunque las personas se den cuenta de sus condicionamientos emocionales, de sus
“defectos” emocionales y traten de modificarlos, se enfrentan a uno de los
mayores obstáculos y resistencias de la mente humana. Las emociones son en sí
mismas muy semejantes a las adicciones, porque, en realidad, las adicciones son
tipos de emociones. Las raíces de las emociones poseen una profundidad y una
naturaleza tan arraigada en variadas manifestaciones del cerebro, de la mente,
de la conciencia y del espíritu, que trabajar alquímica y concientemente con
ellas requiere de un conocimiento específico y de habilidades que el ser humano
no maneja suficientemente en la actualidad. Las emociones son como la corporalidad
de la mente; representan el componente más antiguo de nuestro larguísimo
proceso de evolución natural animal y nos remontan a esos comportamientos
primarios de reacción a diferentes estímulos básicos del medio ambiente, si
bien han ido desarrollando una mayor variedad y complejidad con el advenimiento
del homo sapiens. Aun así, podemos
parafrasear a Platón y decir que “las emociones son la cárcel del alma” como
representación síquica del cuerpo físico.
Sin
embargo, también las emociones reflejan y contienen un potencial evolutivo que
las proyecta en una dimensión trascendente respecto de sí mismas y altamente
beneficiosas en una función de integración con las demás facultades superiores
del ser humano. Estas emociones son ya las que podríamos reconocer como emociones superiores, pues por una parte
producen un efecto específico altamente positivo en la relación y respuesta del
individuo con la realidad, y por otra, potencian y coordinan positivamente toda
la vida mental y la evolución progresiva de la persona en todos sus aspectos
conformativos.
Estas
emociones superiores, que ya estaban diseñadas y básicamente activadas en
nuestros inicios mismos de especie, se han ido progresivamente activando
primero en individuos particulares, y luego
en intentos intencionados desde estos mismos individuos hacia toda la
especie[34]. Estas
emociones y sentimientos son reconocibles porque coinciden con los altos
propósitos integradores de la conciencia –uno de los primeros fines del
proyecto evolutivo para el homo sapiens--,
generando la energía adicional que implican, así como la perfecta adecuación y
coordinación integrativa con todos los niveles de realidad mental y física, lo
mismo que con los metafísicos, trascendentales y espirituales. Las emociones
superiores establecen también el puente que se ha venido construyendo entre los
planos trascendentales y espirituales, y el plano síquico y físico, que está
pronto a culminar en los próximos cientos de años.
Estas
emociones superiores son las que todo maestro debe potenciar y activar al
máximo en sus discípulos. Estas emociones deben llegar a ser el eje central de
las demás emociones y de toda la vida síquica del individuo. Deben dominar la conciencia, la mente y la
realidad en su totalidad, sirviendo.
Algunas de ellas son: amor, solidaridad, empatía, responsabilidad, lealtad,
ánimo, alegría, libertad, optimismo, valor, felicidad, diligencia, paz,
humildad, belleza, fuerza, excelencia, templanza, equidad, espiritualidad,
resistencia, perseverancia, creatividad, respeto, comprensión, etc. Si se las
considera en conjunto se ve con facilidad que no han sido precisamente las
emociones y cualidades asociadas que han prevalecido durante este período
evolutivo humano, sino más bien sus contrarias. Las emociones contrarias en
definitiva han servido mejor a los fines inmediatistas de la evolución de
adaptación al medio natural. Todas estas emociones básicas están dirigidas a
lograr una respuesta rápida y eficaz en función de obtener fines también
inmediatistas. El egoísmo, el egotismo, la posesividad, la rabia, la
agresividad, la violencia, el materialismo, la envidia, la inquietud, la
mentira, el engaño, la maldad, el poder, el deseo sexual, etc., son altamente
eficaces a la hora de obtener y satisfacer las necesidades elementales y naturales
del ser humano. Sin embargo, no construyen ni son eficaces en la interrelación
con otros seres humanos y en general con la Naturaleza, además de que se oponen
y bloquean el desarrollo de las dimensiones superiores de la conciencia, del
espíritu y de la mente del mismo ser humano –dimensiones que están claramente
en el objetivo del próximo salto y aventura evolutivos--, pues éstas son
autorreferentes, buscando sólo un satisfacción individual y muy restringida,
sin que acepten ninguna otra consideración de realidad que ésta minimalista.
Las
emociones superiores, pues, amplifican la conciencia, dirigen y acompañan
positivamente al pensamiento y a la razón humanos; integran la personalidad y
el carácter en una estructura y funcionalidad altamente eficaz en la relación
del individuo consigo mismo y con los demás seres humanos, lo mismo que con la
Naturaleza toda; estimulan el desarrollo integral de la persona y se alinean
con el Espíritu en todas sus dimensiones y niveles de realidad, de manera que
representan al Gran Diamante, en perfecta unidad junto con todas las cualidades
superiores evolutivas del ser humano.
Quizás
nunca sea suficiente expresar la importancia central que posee el buen
desarrollo y permanente trabajo que debe realizar todo ser humano con sus
emociones: con las inferiores, para alinearlas subordinadas a las superiores y
transmutarlas al servicio de los altos fines del espíritu; con las superiores,
pues su adecuada activación e integración evolutivas a todos los niveles
configuradores de la persona humana requieren probablemente de las más fina,
meticulosa, complicada, progresiva, interminable e intuitiva dirección por
parte de la metaconciencia y de la conciencia en todos sus niveles. Este
trabajo debe abarcar toda la actividad humana desde cada segundo de su día a
día, cuando se encuentra despierto y cuando duerme, hasta la profundidad de
todos sus planos mentales y de la insondable complejidad de su sí mismo.
10.
EL
DESARROLLO DE LA ESPIRITUALIDAD Y LA EXPERIENCIA TOTALIZADORA DE LO UNO Y DE LO
MÚLTIPLE
El
mandato superior de la evolución para el ser humano es la espiritualidad. Esto al menos se ha encontrado activo en el
inconciente colectivo de la especie todo el tiempo que ha existido sobre la
Tierra. Los intentos racionalistas y materialistas durante la historia moderna
sólo han reafirmado que no existen argumentos ni afectos suficientes para
invalidar la espiritualidad. Pero en sí misma la espiritualidad es un fenómeno
ambiguo, indefinible, elusivo y poco práctico. Históricamente se ha asociado la
espiritualidad con la religión; de ella ha recibido beneficios, pero también
grandes perjuicios. Las religiones, en realidad, son intentos posteriores a un
hecho espiritual original y espontáneo para mantener la memoria, la vivencia
original y su inserción en un contexto cultural, ideológico, sistémico y
social. Esto es evidentemente un buen propósito, de alguna manera necesario, en
la medida que los seres humanos comunes no pueden acceder a la espiritualidad
sino a través de estos medios y formas. Ha sido mejor que las personas
recibiesen beneficios religiosos para integrarse a una vida más armónica; más
concientes de sí mismas y de la realidad; una vida más virtuosa y menos caótica,
menos inmediatista y egotista; más solidarias –al menos con los que comparten
su religión--; una vida con un sentido superior y fuerte; menos materialistas y
menos inmorales; menos violentas y destructivas; protegidas y juzgadas por una
conciencia superior divina; etc.
Es
difícil concebir sociedades civilizadas y eficientes a través de la historia
humana sin que hubiese existido una religiosidad socialmente fuerte. Los seres
humanos naturalmente están dotados de un componente espiritual activo elemental
y rudimentario, en comparación con sus habilidades de adaptación material y
física. Sin embargo, ya hemos constatado que la espiritualidad también posee
una vertiente, una dimensión excepcionalmente eficiente y útil pragmática y
materialmente. Incluso hasta el más criminal de los criminales, hasta el
sicópata más extremo, hasta el tirano más salvaje y cruel, hasta el humano más
materialista y ruin --y quizás como excepción sólo el nihilista agnóstico que
está conciente de esto—se pueden alimentar o incluir en su propia aberración
alguna forma de espiritualidad o religiosidad. Cualquiera, siendo como sea,
haciendo lo que haga, puede obtener algún beneficio de la espiritualidad y
religiosidad que facilite y haga más eficiente su ser y hacer. Sin embargo, es
preciso reconocer que estas formas de espiritualidad y religiosidad también
contradicen su propia naturaleza y fin, en la medida que pueden ser manipuladas
y distorsionadas hasta invertir incluso su naturaleza y fin, tal como se
representa, por ejemplo, en la concepción cristiana del Demonio. El Demonio
también es un ente y una dimensión espiritual y religiosa, pero desviada, lo
que implica que igualmente está al servicio –en un segundo y subyacente nivel
de realización—de la espiritualidad; es decir, dificultando u oponiéndose a la
verdadera espiritualidad (dialécticamente), facilita igualmente al final la
realización evolutiva espiritual.
Existen,
en esta misma posibilidad de utilizar o experimentar la espiritualidad de modos
desviados y desvirtuados, formas
igualmente precarias y germinales, como las supersticiones, las prácticas que
atentan contra los principios fundamentales de la misma, y que pueden variar
desde levemente desviadas, como pueden ser prácticas centradas en la forma y no
en la integración de niveles de realidad y de espiritualidad; hasta formas marcadamente
distorsionadas, como algunas creencias y prácticas mágicas que fortalecen el
ego y el perjuicio de otros en beneficio personal. No son pocas las personas
que a partir de una motivación esencialmente espiritual desembocan en estas
formas y caminos que conservan, aun en medio de su máxima aberración, una
esencia espiritual, que las hace fuertemente atractivas y hasta eficaces [35].
Por
su parte las religiones y las múltiples prácticas, ideologías y doctrinas que
se autodenominan o son aceptadas como expresiones de espiritualidad deben ser
reconocidas como manifestaciones y dimensiones intermedias de espiritualidad
para el ser humano normal. La característica común que las limita a todas ellas
se encuentra, por una parte, en su condición de representación de la
espiritualidad restringida a conceptos, formas de expresión y definición específicas,
libros o textos sagrados portadores de la Verdad, clausura respecto de otras
manifestaciones de espiritualidad, y, en general, consisten en una visión
limitada o delimitada de la espiritualidad. La espiritualidad amplia y superior
no posee ningún tipo de límites, sólo se diferencia por las formas de acuerdo a
las oportunidades, y por sus niveles de manifestación. Esta espiritualidad
superior está adviniendo a nuestra dimensión colectiva planetaria con creciente
fuerza, impulsada por todos los niveles de trascendencia que impulsan la
evolución natural en este planeta y en esta humanidad.
La
espiritualidad superior ha seguido un proceso de advenimiento sostenido, programático
y progresivo con gran sutileza y modestia –postergándose siempre ante otras
formas rudimentarias de espiritualidad--, sin forzar la libertad natural y
trascendental del ser humano. Han sido los grandes maestros y paradigmas de la
espiritualidad superior a través de la historia los que han ido sensibilizando
desde su humanidad misma a más y más personas y conciencias para ir formando
esta masa crítica que está a punto de desbordar hacia una nueva aventura de transhumanidad.
Decíamos
que han sido históricamente las religiones las que han modelado y establecido
los parámetros y formas de espiritualidad para la mayoría de los seres humanos.
Con sus virtudes y cualidades, así como con sus defectos y deficiencias, unas
más, otras menos, todas han facilitado y todas han obstaculizado al mismo
tiempo el desarrollo espiritual colectivo e individual. Cada vez es mayor el
número de conciencias y almas que reconocen conciente o inconcientemente que no
sólo la espiritualidad de las religiones es insuficiente para actualizar su
propio potencial espiritual, sino también para sustentar las más altas intuiciones
y representaciones actualizables de espiritualidad que comienzan a
materializarse incluso en los niveles más inmediatos de nuestra realidad
planetaria, física y mental. Cada vez aumentan las concepciones espiritualistas
espontáneas que se van haciendo paulatinamente colectivas, y que desarrollan un
principio espiritual universalista que tiende a sintetizar en forma integradora
una suerte de espiritualidad al mismo tiempo unitaria y abierta. Nunca antes en
la historia humana una casi-doctrina había surgido de forma tan
desindividualizada y tan ampliamente colectiva (mundial) –sin líderes, dioses,
semidioses, héroes, maestros iluminados, profetas, sumos pontífices-- que se ha
ido construyendo a través de una suma de creencias heterogéneas, todavía
demasiado heterogéneas en algún sentido, pero que también van constituyendo una
suerte de corpus o unidad esencial y
sustantiva –representada específica y tradicionalmente en la llamada filosofía perenne—y para cuyo proceso de
unificación creemos que nuestro libro también representa un aporte.
El
acceso global a la información a través del avance tecnológico ha beneficiado
también a este proceso latente y pausado de espiritualización de la humanidad.
La integración de tantas experiencias y formas de espiritualidad en el mundo ha
demostrado que efectivamente había en ellas algo absolutamente común a todas,
pues lejos de debilitarse o conflictuarse con la multiplicidad y la interacción,
el fenómeno espiritual se ha ido fortaleciendo en todos sus niveles de
realización y se ha ido generando espontánea y naturalmente este extraordinario
proceso de síntesis y unificación que aquí hemos destacado y presentado.
Qué
sea con precisión esto espiritual que se está manifestando, o lo que haya sido
siempre para el ser humano, no es posible conocerlo y menos expresarlo en este
estadio evolutivo en que se encuentra en toda esta era el ser humano. El
fenómeno misterioso del Espíritu ha
reemplazado como el menos malo de los conceptos humanos para Dios tradicional,
el de Espíritu. El Espíritu está profunda, misteriosa y sustantivamente
arraigado en todas las cosas y en todas las realidades. No es personal ni
impersonal, es simplemente Espíritu, lo único absoluto en sí mismo, y que, no
obstante, puede asumir cualquier forma y cualificación sin ser definida ni
identificada con la cosa o la cualidad, aunque participe de la identidad misma
de las cosas y de las realidades. Tal es su trascendencia que –como queda
dicho—nada verdadero puede decirse de él, y, al mismo tiempo, tal es su
inmanencia, que nada falso puede decirse de él. El espíritu es el hilado más
fino de la existencia en su dimensión inmanente y multidimensional. Es el
tejido que teje todo lo posible y lo imposible; es el espíritu el que ha
trazado un camino personal para cada ser humano y para la especie misma. Junto
a ese camino ha trazado infinitas posibilidades que se actualizan por
innumerables factores, siendo el yo personal y sus vicisitudes los principales,
en torno de los cuales se crea la atmósfera personal de la realidad. El
iniciado debe seguir como un sabueso los rastros del Espíritu para sí. El
maestro debe guiar y apoyar al iniciado en esta tarea inquisitiva. No existe
nada más cercano y más lejano al mismo tiempo para un ser humano que el
Espíritu. Las palabras no sirven de nada para aprehenderlo, pero el ser humano
no puede evolucionar sin nombrar. El Espíritu se deja nombrar por compasión
hasta que uno se encuentra con el Silencio. La fe sólo puede satisfacer la
necesidad de verdad que nos apremia. Sólo se puede venir al Espíritu por la fe como punto de apoyo fundacional, pero
se la debe acompañar con todas nuestras capacidades mentales y, sobre todo, con
la conciencia en todos sus grados y niveles. Nada es más fácil, ni nada más
difícil que avanzar por el camino del Espíritu. Cuando se avanza por su camino
la perspectiva del mismo se va reduciendo hasta llegar a unificar todo en un
punto absoluto de convergencia: He aquí la Unidad de Todas las Cosas en el
Espíritu. Cuando se avanza por su camino al mismo tiempo se va ampliando cada
vez más la perspectiva y el horizonte diverge: He aquí la Multiplicidad de
Todas las Cosas que nunca se detiene de aumentar.
Esto
sea dicho sólo como un acertijo que la conciencia y la mente humana deben
experimentar para resolverlo en su verdad y en su mentira.
11.
LA
ADVERTENCIA DE LA SEÑAL DE LOS TIEMPOS
Son
pocas las personas que no ven una enorme amenaza sobre la sustentabilidad del sistema
de vida que hemos alcanzado planetariamente. Si la humanidad no cambia
sustancialmente esta forma de vida, este modelo de consumo global, este modelo
adormecedor de la conciencia en todos sus niveles, será inevitable el
apocalipsis predicho desde hace tanto tiempo. Jesús habló de la señal de los
tiempos, refiriéndose al final catastrófico de una era venidera. Hasta la
Tierra misma pareciera quejarse y padecer una especie de agonía lenta. Todos
queremos vivir, y aunque fuese sólo por este deseo personal, todos también
quieren hacer algo para evitar la gran catástrofe. Sin embargo, los deseos
individuales quedan la mayoría de ellos atrapados en la insuficiente conciencia
y en la insuficiente capacidad de la mente común para generar una
transformación profunda primero en sí misma, en su propia vida personal y,
luego, en su propio entorno físico y humano. Existe la natural constatación de
que las decisiones individuales no afectan las grandes directrices políticas,
económicas ni sociales que parecieran haber cobrado total autonomía respecto de
las decisiones locales y parciales. Existe un fuerte escepticismo de poder
modificar incluso lo menos. Sólo una revolución pacífica y masiva como nunca se
ha visto antes en este planeta, una revolución en tantos aspectos de los cuales,
no obstante, pocos se percatan, conocen y realmente asumen, podría provocar un
cambio evolutivo también global. Pareciera que sumando voluntades individuales,
una a una, más bien la humanidad logró por primera vez la unificación de las conciencias,
de los pueblos, de las voluntades, de los fines, para llevar la forma de vida
que actualmente la mayoría prefiere: el éxito inmediato que, sin embargo,
acabará en la muerte próxima de gran parte de la especie humana. Ya no se
necesita ser profeta ni poseer habilidades premonitorias. Los hechos hablan por
sí solos. Hasta ahora se ha utilizado la amenaza de castigos, de terribles
desgracias, de infiernos y juicios de ultratumba para tratar de despertar la
conciencia a través del temor y del miedo en la gran muchedumbre humana. El
2012 fue la última gran experiencia catastrofista que atemorizó a una buena
parte de la población mundial. Nada ocurrió, porque detrás de este evento
alentaban intenciones mezquinas y pequeñas desde el punto de vista espiritual,
si bien, por otra parte, una vez más el inconciente colectivo anunciaba fuera de tiempo y forma, lo que
intuye verdaderamente, pero que no logra anticipar debidamente.
Ahora
no es el miedo lo que pone atenta la conciencia, ni es la emoción que centra al
humano en su necesidad de trascendencia a través del sufrimiento. Ahora son los
hechos que nos atañen, los hechos que nos conducen abiertamente y por todas
partes a nuestro fin, los que nos abren la conciencia y la mente, porque los
estamos viendo, los estamos sintiendo, los estamos entendiendo e incluso
aceptando. Nuestra conciencia colectiva posee la capacidad evolutiva
suficiente, como nunca antes, para generar intencionada y eficientemente los
cambios en su propia conciencia, mente y mundo físico, sin mecanismos
disuasivos, indirectos y naturalmente dialécticos –la destrucción del mundo es
un mecanismo dialéctico también evolutivo--. Es probable que dentro de los
próximos 50 a 70 años, si no se produce el giro transfigurador intencionado de
la humanidad, se cumpla el tan temido desenlace apocalíptico. La destrucción
será tan enorme que sólo con la ayuda de los Seres superiores se conservará la
vida y las condiciones suficientes para que la nueva humanidad pueda comenzar
el gran salto evolutivo. Esta transmutación evolutiva que se llevará a cabo
como siempre guiada por los Maestros del Consejo planetario, debe
necesariamente ser asumida libremente por una parte de la humanidad al menos,
la que esté en condiciones y dispuesta para dar el salto evolutivo hacia la
especie superior.
Es
evidente que actualmente se están jugando dos tendencias fuertemente
antagónicas, aunque no vendrá de esta confrontación ningún conflicto
destructor, ya que la primera, la espiritual y evolutiva humana, la que es
apoyada por las Voluntades Cósmicas, lo mismo que por las Intenciones
Trascendentales sólo intentan iluminar las conciencias con una energía sutil
diversificada ilimitadamente, lo que influye ciertamente más positiva y
eficazmente en las conciencias y espíritus más evolucionados y receptivos a
ella. Todos construimos la realidad evolutivamente; en un extremo los que
actúan violenta y destructivamente por oposición a las directivas espirituales
supremas y universales, lo hacen dialécticamente y sin querer; hacia el otro
extremo y por una continua gradación las personas van desarrollando
progresivamente una mayor conciencia espiritual y una mayor consistencia
respecto de las mismas directivas, asumiéndolas más y más unificadamente, pero
siempre en una relación de aciertos y desaciertos de conciencia y de mente y
espirituales.
Cuando
el maestro Jesús dijo “Mi reino no es de este mundo”, y “En este mundo el señor
es el Demonio” quería señalar que son mayoría los humanos que están en el
extremo opuesto a la espiritualidad universal y los que tienden a la medianía o
a la mediocridad en su asunción de ese mismo espíritu. En la concepción
espiritual de Jesús de los seres humanos hay igualdades, pero también
desigualdades diferenciadoras entre unos y otros. El mundo sigue siendo de los
poderosos, de los materialistas, de los borregos que siguen a la mayoría, de
los que se creen evolucionados, intelectuales, científicos, cultos, ricos,
buenos, limpios, pero no han logrado superar su pobreza espiritual superior.
Son estas personas las que luchan contra el espíritu superior y dificultan la
evolución de la humanidad directamente desde la conciencia. Son las personas
que contaminan el medio ambiente de innumerables maneras; son las personas que
cuando viajan por los caminos arrojan o dejan abandonada su basura en cualquier
parte; son las personas que no apagan su cigarrillo o su fogata y provocan
incendios forestales; son personas que cambian y cambian sin necesidad sus
vehículos por otros nuevos y “mejores”; son personas que están viviendo
simplemente en las ciudades sin hacer nada, nada en absoluto para cambiar las
infinitas formas de inconciencia humana de vivir en una ciudad, o la terrible
inconciencia de ser un humano como todos y cualquiera.
¿Cómo
es posible que este modelo económico y político mundial se sustente sobre un
ideal y un principio de crecimiento ilimitado? ¿Cómo tantos humanos
inteligentes y bienintencionados siguen sosteniendo unánimemente esta
aberración? ¿No hay aquí una señal de los tiempos? Suena tan bonito escuchar
que vivimos en un mundo que crece y crece en bienestar. Pero al escarbar un
poco en este ideal reconocemos tantas terribles amenazas y errores que es
razonable esperar un colapso mundial por alguno de los innumerables costados de
nuestro modelo y forma de vida planetaria. Por ejemplo, los recursos del
planeta son limitados y no pueden sostener, por tanto, un crecimiento y un
consumo ilimitados. ¿Dónde está el límite?, ¿cuándo se agotarán los recursos
básicos de subsistencia para tantos? ¿Qué haremos entonces? ¿Dejar morir por
millones a los que no puedan acceder con facilidad a esos bienes básicos de
subsistencia? ¿Los pueblos y las naciones más afectadas por la carestía de
bienes se dejarán simplemente inmolar en beneficio de los países menos
afectados y más ricos? En todo caso, acordar mundialmente el cese del
crecimiento económico y demográfico, y proponerse una sociedad planetaria más
solidaria con lo que actual y sustentablemente se posee, así como con los más
desposeídos, no resulta impensable ni impracticable, pero sí requiere de un
proceso y acto de conciencia colectiva y planetaria poderoso y difícil de
llevar a cabo por sí, y sin que medie ninguna situación de fuerza; sin que
medie ningún desafío ambiental inmediato y de urgente subsistencia, como ha
desafiado la naturaleza hasta hoy a toda especie en evolución. No se necesita
poseer ningún grado de evolución espiritual avanzado, ni siquiera medio, para
darse cuenta de esto. Si no se logra esto que esperan pacientemente de nosotros
las Voluntades Cósmicas, Ellas, que han contenido por años nuestro fin, no sólo
no podrán ya oponerse a los males que nosotros mismos nos causemos unos a
otros, sino también a todo tipo de calamidades unidas que nos sobrevendrán con
un fin evolutivo superior, aunque a nosotros nos parezca la más horrible
perdición y fin de la especie humana y de las condiciones adecuadas para la
vida en el planeta.
Es
un mandato del Espíritu hacerse máximamente conciente de esto, y actuar
máximamente para evitarlo. Hay innumerables formas también de hacernos
concientes, de hacerlo parte de nuestro trabajo de desarrollo personal para
lograr llegar a ser dignos trabajadores, dignos salvadores de la humanidad y
del mundo. Ya no hay misiones pequeñas, parciales, a escala individual y
modestas para los iluminados y los que viven en conciencia el espíritu y la
verdad de los tiempos. Todos y cada uno somos mesías y salvadores de la
humanidad, o, de lo contrario, somos simplemente cómplices o destructores de la
misma humanidad y del planeta. Hemos traído a esta encrucijada extrema al
espíritu y al ser humano y al mundo. Cualquier otra cosa es cubrirse y
encubrirse con formas de inconciencia y negarse a reflexionar sin restricciones
sobre la realidad.
Volvemos,
pues, a la constatación de la urgencia y necesidad de provocar un cambio
primero, y ante todo, desde la persona individual, porque es evidente que por
distintas razones los cambios no los promoverán ni causarán las comunidades,
los grupos representativos, las instituciones, los gobiernos, los grupos
económicos ni los pueblos. Aunque no sea suficiente sumar individuo a individuo
para provocar el cambio global de los miles de millones de humanos sobre la
Tierra –o porque ya no hay tiempo para esto, o porque nunca se podría realizar
de esta manera--, es un deber desde todo punto de vista que cada uno intente
alcanzar el máximo desarrollo evolutivo personal, aglutinando en torno a uno al
mayor número de personas, sin importar demasiado las consecuencias, por la
única y urgente convicción de que es lo único que honestamente está realmente
al alcance de cada uno para hacer en forma eficaz y consistente.
12. UN EJEMPLO DE CÓMO TRABAJAR
EVOLUTIVAMENTE LA MENTE
Todas
las personas al despertar después de dormir se encuentran normalmente con una
experiencia similar --de la misma manera que nos ocurre a todos al nacer--.
Ella consiste en que abrimos los ojos, comenzamos a escuchar, a sentir que
tenemos un cuerpo, a palpar y movernos en un entorno que nos llega a la
conciencia y a la mente a través de nuestros sentidos. De inmediato esta
experiencia se adosa a nuestra conciencia de vigilia y la unimos tan inmediata
e incuestionadamente que la aceptamos como la experiencia por excelencia de
realidad. Todos reconocemos de inmediato que estamos despiertos y que este
entorno que denominamos físico, porque lo captamos a través de los sentidos, es
real y, en la medida que lo experimentamos como no dependiente de nuestro
estado de conciencia, sino impuesto a la conciencia y a los sentidos, es decir,
en tanto lo experimentamos pasivamente, lo terminamos reconociendo y
experimentando como la realidad. Esa
es nuestra primera experiencia y, como vimos en un comienzo, desde un punto de
vista primitivo naturalista es la más adecuada para desarrollar una experiencia
adaptativa al entorno y del entorno. Sin embargo, en la actualidad, cuando el
humano mayoritariamente ha resuelto la dependencia primaria del entorno natural
a través de la cultura y sus productos, y a través del progresivo desarrollo de
sus capacidades metafísicas, intrasíquicas y espirituales, se encuentra también
en condiciones de reconocer que sus capacidades
de conciencia y mentales exceden con mucho la mera captación,
procesamiento y acción a través de los sentidos y de su prolongación corporal biológica.
El
ejemplo que queremos ofrecer de cómo se puede avanzar en un desarrollo
progresivo de nuevas formas y nuevos estados mentales y de conciencia, no es
más que una generalización, y una posibilidad entre miles de realización de
este mismo proceso. El que lo ponga en práctica y no consiga avances
significativos, que no se desanime ni renuncie, pues cada uno posee un camino y
un método personal que tendrá entonces que descubrir, la mayoría de las veces
con la ayuda de un guía o maestro.
Así
pues, podemos y debemos reconocer que nuestros sentidos no son los garantes ni
los jueces ni los únicos vehículos de la realidad hacia la mente y la
conciencia, por medio de diferentes
procedimientos y formas. De lo contrario, seguiremos encarcelados en esta realidad
de los sentidos, pero burdamente con la puerta abierta y sin reconocerla como
tal. Primero, si anulamos nuestros sentidos, por ejemplo a través de la
meditación introspectiva, reconoceremos con este sencillo test hasta qué punto
dependemos y estamos enjaulados entre nuestros sentidos. Si al anular los
sentidos nos quedamos con una sensación de vacío y necesitamos abrirlos al
exterior de inmediato, entonces nuestro estado mental y de conciencia es
completamente dependiente de los sentidos y el trabajo síquico y de conciencia
que habría que realizar con esta persona sería muy lento y elemental. Si la
persona anula los sentidos, pero su mente comienza a producir cualquier tipo de
fenómeno mental pero incontrolable a la voluntad, como pensar, imaginar, recordar,
sentir emociones, etc., entonces al menos reconocerá que posee una mente activa
independiente de los sentidos y que puede constituir una experiencia de
realidad –aunque se alimente de la experiencia de los sentidos para crear sus
representaciones—paralela a la realidad de los sentidos, es decir, una segunda
realidad. Aceptar que se posee una mente independiente de la realidad exterior,
es decir que ya no es pasiva, sino activa en la creación de realidad, significa
un salto de inmensa importancia y trascendencia. Es necesario poner la máxima
atención, concentrar todas las capacidades mentales –voluntad, entendimiento,
imaginación, pensamiento, razón, emociones, creatividad, etc.-- en este paso,
en esta frontera y puente, a fin de que alcance la amplitud, profundidad,
jerarquía, relación y armonía con el orden trascendental y espiritual de los
sistemas de realidad y las capacidades humanas en coordinación. No se puede
realizar ningún avance significativo en el desarrollo de la conciencia, de la
mente y del espíritu si no se adquiere conocimiento y dominio de la capacidad
constructiva de la realidad intrasíquica y, en seguida, extrasíquica, en
cualquiera de sus múltiples formas. Las personas normalmente poseen un
conocimiento mínimo o muy insuficiente de su propios contenidos, estructuras,
modalidades, potencialidades, tendencias, etc., de su propia mente, y menos
todavía de su conciencia. Sólo el progreso
en esta área mental representa probablemente el esfuerzo de muchas
vidas, pues es tan diverso y múltiple el universo de la mente, que un trabajo
transformativo parte a parte requiere de un larguísimo proceso, a no ser que la
persona ya posea un trabajo avanzado en vidas pasadas, en cuyo caso la
conciencia-mente guarda esa información de una vida a otra y permite una
actualización bastante rápida y consistente en la nueva mente cuando en una
nueva vida se actualiza y estimula debidamente.
Cuando
se sigue una directriz espiritual de fondo --incluso hasta inconciente-- en
todo este proceso de autoconocimiento, una directriz simple de trascendencia,
amplificación y unificación de todo cuanto se acerque a la atención de la
conciencia que indaga en su propia mente, se está produciendo progresivamente
también un fenómeno de acrecentamiento de la conciencia y de la misma
espiritualidad, sin necesidad de realizar búsquedas o trabajos espirituales
específicos o altamente absorbentes y centrales. Así, cuando el
autoconocimiento haya alcanzado un nivel tan amplio que permita incluso la
alquimia misma de la mente, ya estará predispuesta y acondicionada la mente
para realizar y acompañar el desarrollo mucho más rápido y consistente de la
conciencia y de la espiritualidad superiores. Una persona que, por ejemplo, ha
maximizado el conocimiento de sus emociones y de su contexto intrasíquico y de
su proyección en el plano externo y natural, y por tanto, controla, dirige y
transforma sus emociones de acuerdo a las necesidades propias de las
circunstancias o de las necesidades del orden que sean, y se concentra en la
identificación y experimentación de sus emociones superiores, tratando de
evitar que las emociones inferiores accedan innecesariamente a su estado mental
y de conciencia se encuentra desde ya en una suerte de estado espiritual
emocional.
Ahora
bien, no se puede pretender trabajar consistentemente con la mente personal si
no se la concibe y aborda como un todo interrelacionado y unificado. No se
pueden trabajar las emociones si no se lo hace simultáneamente con todas
nuestras demás facultades, nuestras demás formas síquicas, nuestros contenidos
significativos, nuestro yo, nuestro sentido de identidad, nuestros pensamientos
e ideas, nuestros planos de conciencia y sus contenidos, nuestras vidas
pasadas, etc. De ahí que represente una gran dificultad para las personas normales
el abordar un trabajo integral demasiado complejo y desorientador. Así, no es
poco frecuente descubrir que si se ha desarrollado una buena afectividad,
sentimiento y relación con las personas con las que uno se encuentra día a día,
no obstante se siente un fuerte resentimiento por las personas que roban, o por
la persona que a uno le causa un daño material, o por las personas de tal o
cual país, raza, clase, grupo, características, actividad, etc. El desarrollo
de los estados mentales generales es tan inmensamente complejo que es necesario
desarrollar pronto un visión intuitiva general de nosotros mismos que nos
permita ir rápidamente sintetizando estados mentales, pues todo estado de mente
es inmensamente dependiente de las circunstancias que lo configuran, de manera
que muchas veces basta que se modifique uno solo de esos innumerables factores
para que el estado de mente completo se vea incluso fuertemente alterado.
Cuando
se comienza a sintetizar progresivamente desde perspectivas y estados de
conciencia y de mente cada vez más integrativos, comprensivos, intuitivos,
diferenciadores, desapegados, intensos, se va produciendo un fenómeno natural
de autoconsistencia cada vez más autónomo, más eficaz, más veloz y
satisfactorio, de manera que la condición espiritual –que está en el trasfondo
de todo potencial superior individual y
todavía más en la integración y unificación actualizada de esos potenciales --
empieza a brotar sin haberla buscado, igual que cuando se moja una y otra vez
una tierra yerma finalmente comienzan a brotar pequeños vegetales e incluso
árboles de esa misma tierra antes seca.
Hasta
aquí hemos centrado la atención en el trabajo con las facultades mentales, sin
embargo éste debe realizarse –tal cual dijimos—como un todo, por lo que debe prestarse
simultáneamente mucha atención y trabajo a las formas de la conciencia. La
coordinación entre desarrollo de las facultades y funciones de la mente y
evolución de la conciencia no debe descuidarse en ningún momento. La evolución
del yo, de la persona humana, sólo es concebible a partir de la unificación de
estos dos fundamentos y constantes, que son la mente y la conciencia. Todo,
absolutamente todo en la experiencia primaria y natural del ser humano se
realiza necesariamente en y a través de la mente y la conciencia. Como decíamos
al comienzo de este capítulo, nuestra experiencia básica de realidad se procesa
central y casi exclusivamente en la mente y la conciencia. Todo lo que hacemos
en el día a día, todo lo que experimentamos como propio de nosotros, nuestra
identidad personal, lo que sentimos, pensamos, hablamos, creemos, conocemos,
aprendemos, valoramos, deseamos, intentamos, imaginamos, etc., son como son,
porque nuestra mente y nuestra conciencia son como son. Si queremos modificar
cualquiera de esos componentes o modos de ser
y hacer, tenemos primero que conocer y modificar nuestra mente y nuestra
conciencia.
Así
como nos cuesta reconocer y modificar los contenidos, modos y características
de las funciones de nuestra mente individual, debido por una parte a que
carecemos de un mapa dinámico adecuado de nuestra complejísima actividad
mental, y, por otra, debido a que nuestra conciencia cuando se mueve por los
laberintos de la mente tratando de conocer y guiar adecuadamente los fenómenos
de la mente, ella misma carece de un desarrollo suficiente como para integrarse
adecuada y organizadamente tanto en su propia autoobservación --como
metaconciencia--, lo mismo que en la observación e interacción con los
fenómenos de la mente.
Un
primer trabajo elemental de la conciencia debe consistir en desarrollar la
metaconciencia a través del ejercicio de autoobservación e introspección
constante durante todo el día –sea lo que sea se esté haciendo--. La
metaconciencia por sí sola requiere de un esfuerzo y trabajo propio y
meticuloso para facilitar su desarrollo. La conciencia de sí –como hemos
visto—no es un estado natural de la conciencia en términos de evolución
natural. Las personas demasiado espontáneas, impulsivas, irreflexivas,
sociables, expresivas, extrovertidas rara vez poseen un alto desarrollo de la
conciencia de sí mismos y de la metaconciencia. La metaconciencia requiere de
una conciencia introvertida permanentemente, si se quiere realizar verdaderos
avances en el desarrollo de la metaconciencia, de la conciencia y de la mente. Las
sabidurías tradicionales establecían rigurosos períodos de aislamiento que
podían durar años para los iniciados en el desarrollo de sí mismos en el nivel
y aspecto que fuera. La verdad es que avances transformadores de la conciencia
y de la metaconciencia, en tanto también configuran un todo inseparable y
funcional con los demás aspectos conformantes de la persona humana, normalmente
no pueden alcanzarse en una sola vida, sino en un trabajo de muchas. En una
sola vida incluso estos iniciados monacales y ascéticos normalmente alcanzan
logros escasos y sobre todo limitados en su autodesarrollo. Se puede llegar a
ser una persona introspectiva, lúcida, inteligente, equilibrada, noble, buena,
espiritual, a través del trabajo de una sola vida esforzada en el desarrollo de
la conciencia y de la mente, pero el grado de ello también será muy básico, muy
simple respecto de los potenciales contenidos en el inconciente y el espíritu
trascendental que contiene a la misma persona. Más aún, esas personas siempre
adolecen de defectos que han sido postergados, mantenidos en estado de
latencia, o igualmente se conservan en niveles más profundos de la conciencia y
de la mente. No es raro que estas personas espirituales, y a veces hasta intachables
una vida entera, repentinamente cometan actos altamente reprobables o
simplemente inconsistentes con su aparente nivel evolutivo o entren en estados de conciencia y mentales descontrolados
o disfuncionales. Más todavía si se trata de una persona que sin abandonar la
vida común, la vida civil y social, pretende llegar a niveles altos o
significativamente consistentes y amplios de su propio desarrollo, ya que esta
forma de vida social del humano moderno se contrapone fuertemente –como hemos
visto—al desarrollo del potencial espiritual y mental del ser humano.
Sin
embargo, actualmente existen muchas personas en el mundo que son portadoras de
un alto nivel espiritual y mental logrados en vidas pasadas de esfuerzo
sostenido, pero que por nacer en un medio adverso –léase simplemente sociedades
modernas—no han actualizado por múltiples razones ese potencial, que
debidamente estimulado y trabajado puede desarrollarse explosiva y
espectacularmente en una sola vida. Estas personas están esperando el toque del
maestro, del maestro interior y del maestro exterior. A veces la espera es
larga, a veces la espera puede durar incluso más de una vida, pero siempre
llegarán los maestros que permitan la unificación e integración del proceso
evolutivo final y superior del espíritu en el ser humano. Como dijo el maestro
Jesús, “la mies es mucha y pocos los segadores”, por eso advendrán próximamente
suficientes maestros para cada alma dispuesta al salto evolutivo final de esta
era. Mi intención personal en este libro y mi misión en esta vida han estado
concentradas en estas almas y conciencias y mentes, que esperan el toque del
maestro para estallar al universo del espíritu, y desde allí a todas las cosas.
No es una labor masiva; no es una labor de reconocimiento público, pero es una
labor para personas elegidas, selectas, preparadas debidamente y que, sin
maestros verdaderos, estarían condenadas a vagar como fantasmas insatisfechos
por el mundo. En ellos está puesta la esperanza y la confianza del trabajo
realizado durante miles de años por el espíritu evolutivo en este planeta. Son
estas personas las que están listas para recibir el advenimiento del Espíritu,
y en lenguaje crístico, el Reino de los Cielos. Los demás deberán continuar con
su esfuerzo evolutivo bajo condiciones menos favorables desde todo punto de
vista. Es decir, nuevamente desde condiciones ambientales, vehiculares y
síquicas elementales, rigurosas y de lenta progresión evolutiva. El espíritu de
la Compasión Universal los acompañará con su amor omnividente durante su nuevo
programa evolutivo.
Volviendo
a nuestro tema del trabajo evolutivo de la conciencia y la metaconciencia,
diremos resumida y sintéticamente que debe realizarse por lo menos en siete
niveles simultáneamente y, por lo mismo, representa una experiencia y actividad
tan compleja que no puede ser desarrollada sin una guía magistral adecuada. Estas
siete dimensiones pueden ser resumidas de la siguiente manera: tres de ellas
pertenecen a niveles dependientes de la relación conciencia-temporalidad. Las
otras cuatro corresponden a niveles dimensionales básicos con los que se asocia
la conciencia del estado natural.
La
primera es el pasado, y consiste en el reconocimiento de la memoria biográfica
y de la memoria kármica, y de la integración a todos los planos asociados a la
conciencia, y desde allí a la mente y al individuo completo –de esto ya hemos
hablado en un capítulo anterior--.
La
segunda, la amplificación de la conciencia en el presente absoluto, y las
temporalidades asociadas de presente-pasado y presente-futuro. Este trabajo de
amplificación de la conciencia requiere de un tratamiento especial, pues
consiste en el desarrollo de la conciencia hacia la omnipresencia y ubicuidad
del espíritu universal en el instante presente-eterno, como fin evolutivo del
ente genérico planetario. No podremos entrar aquí en mayores explicaciones,
pues requeriría de un tratamiento complejo y diferente al enfoque de este
libro.
La
tercera, corresponde al estado de conciencia-futuro, cuyo desarrollo en el
estado evolutivo actual sólo es posible realizarlo a través de la intuición, único estado de conciencia
que permite acercarnos a la dimensión temporal más elusiva actualmente para el
ser humano: el futuro. La responsabilidad y trascendencia de integrar la
dimensión del futuro al presente está muy por encima de las capacidades y
calidad espiritual del ser humano de esta era. Este es un tema que por el
momento no nos corresponde ahondar.
La
cuarta corresponde al trabajo de la conciencia y el sentido. La conciencia
humana experimenta la realidad natural y trascendente a través de un
reconocimiento de sentido, ya sea personal o subjetivo, ya extrapersonal u
objetivo. Tras el pensamiento subyace la experiencia de conciencia previa que se
articula en milésimas de segundo en el cerebro como pensamiento verbal o no
verbal. Antes de hablar, e incluso antes de pensar, nuestra mente se
acondiciona para recibir lo que la conciencia experimenta primero. Es nuestra
conciencia en realidad la que elige los pensamientos que advienen a ella, y al
mismo tiempo elige las palabras que quiere utilizar en nuestros procesos
semánticos lingüísticos y paralingüísticos. Cuando ponemos atención a este
proceso, le estamos dando de inmediato una mayor importancia a la conciencia
como actividad de pensamiento. Ello significa que una práctica mucho más eficaz
y poderosa en la relación de la conciencia con su propio desarrollo y con la
realidad, consiste en aprender a pensar sin pensamientos ni palabras, sino en
un acto denso sintético-analítico de conciencia. Esta práctica requiere de un enfoque
y comprensión sobre estos fenómenos de conciencia y mentales que hasta hoy no
ha sido debidamente realizado. El resultado de esta práctica implica un
desarrollo sorprendente de la capacidad de integración de la conciencia a la
realidad desde un sentido o conocimiento unificador natural y
totalizador que subyace o está contenido en el potencial mismo de la
conciencia. Esta capacidad ha sido tradicionalmente visualizada en su
desarrollo máximo como omnisciencia.
Cuando esta práctica se realiza lo bastante consistentemente comienzan a
modificarse significativa y poderosamente todas las capacidades cognitivas de
la mente asociada. La persona comienza a pensar, a comprender, a intuir, a
dotar de un sentido coherente y espiritual a toda forma de realidad.
La
quinta corresponde al trabajo de la conciencia y sus prolongaciones
multidimensionales. Tal como señalábamos al comienzo de este capítulo, nuestra
experiencia natural de conciencia es extremadamente limitada, porque cuando
despertamos señalamos con una especie de dedo interior: ésta es la conciencia y
ésta, la realidad. Por ello, debemos comenzar a ampliar el rango de la
conciencia de vigilia en un trabajo de integración con los diferentes niveles
de conciencia que normalmente mantenemos disociados o no suficientemente
integrados. Para ello debemos recurrir a una práctica diaria de imaginación e
ideación coordinadamente con las demás prácticas de conciencia aquí señaladas,
tan intensa y vívida como la experiencia de un sueño, lo cual puede en un
comienzo realizarse como prácticas de meditación intencionadas. Ello permitirá
que la conciencia de vigilia comience a permearse progresiva y dirigidamente
con otros estados de conciencia, tales como los tradicionalmente denominados subconciente
y supraconciente. El resultado de esto implica un cambio de la experiencia de
realidad, desarrollando un estado mucho más indiferenciado entre realidad
externa y realidad interna, incluso permitiendo reconocer que la aproximación integradora
a diferentes niveles y formas de realidad se realiza ante todo desde la
conciencia, más que desde los sentidos o de cualquier otra facultad mental,
incluso la aproximación al plano de realidad que llamamos naturaleza física. La
identidad de la persona se modifica y amplía sin límites, generando un estado
de conciencia creciente de éxtasis existencial.
La
sexta corresponde a la conciencia creativa. Los seres humanos en estado natural
y, en general, en las tradiciones culturales universales manifiestan una relación
creativa con la realidad de distintas maneras, pero rara vez con la debida
importancia. Las expresiones artísticas han sido siempre consideradas la
canalización y relación por excelencia de la creatividad en su relación con la
realidad, sin embargo esta capacidad es mucho más amplia y se vincula con una
dimensión de la conciencia que se proyecta hacia la condición creativa de la
realidad misma. La conciencia posee un potencial creativo tan potente e
importante que nos ofrece a través del potencial evolutivo la posibilidad de
llegar a ser verdaderamente co-creadores de realidad, sin duda también del
plano físico natural. Por ahora la conciencia creadora centrada sobre todo en
la actividad artística se encuentra en un estadio evolutivo primario, en el que
prevalece la relación creativa de la conciencia fuertemente condicionada por
los estados y contenidos de la conciencia subconciente, y una relación también
básica en su facultad creativa y por ahora mayormente representativa y
recreativa de la realidad física natural. La actividad artística se centra
además en la relación estética de la creación de realidad, si bien la realidad
como actividad de creación concentra otros caracteres, tales como el sentido,
la multidimensionalidad, la potencia dinámica y estática, la integración y la
multiplicidad ilimitadas, la espiritualidad, etc. Si hasta ahora se le ha
prestado tan poca importancia a la condición artístico-creativa en la formación
y educación de los seres humanos, lo cual es primario en cualquier proceso de
desarrollo de la conciencia humana, se puede comprender cuán lejos se encuentra
actualmente la humanidad en su condición social e individual de un desarrollo
de sus capacidades creativas superiores integradoras con la realidad.
La
práctica de la conciencia creativa, pues, debe realizarla el iniciado siempre
por medio de alguna actividad artística, pero con la lucidez de que debe
trascender la actividad creativa social, cultural, histórica e incluso,
finalmente, mayormente subjetiva. La actividad creativa debe representar un
tránsito bidireccional indistinto entre la realidad extramental y la realidad
mental, en un continuo sin rupturas en el día a día, como si la realidad misma
se experimentase como un poema, o una sinfonía, o un drama, etc. La conciencia
debe llegar a experimentar la realidad como un acto creativo de la propia
conciencia en perfecta armonía con la condición creativa de la realidad total.
La
séptima corresponde a la conciencia social o conciencia de especie. Nadie
–salvo alguna rara excepción-- viene a este plano físico natural para
desarrollarse a sí mismo y nada más que a sí mismo. Nuestra conciencia posee
una dimensión específica intersubjetiva y colectiva que no puede sino
desarrollarse en la interacción responsable y solidaria con todos los seres
vivos. Todo ser humano debe desarrollar la máxima conciencia de todos y cada
uno de los demás seres humanos, aunque por ahora sea del todo impracticable.
Aun así todo iniciado debe meditar profundamente día a día sobre la situación
mundial, intentando alcanzar estados de conciencia de aprehensión o
representación de la totalidad de los seres reales sobre este planeta. Esto no
debe ser confundido con lo que proponen las visiones espiritualistas que
intentan proyectar la conciencia positiva sobre el estado planetario, en una
suerte de oración o acción energética sutil constructiva, lo cual, por cierto,
es extremadamente importante y necesario de realizar individual y
colectivamente. Para llegar a hacer más eficaz este acto espiritual proyectivo,
es imprescindible desarrollar al máximo la conciencia colectiva en la dimensión
y estatus individual y personal, la cual en las personas naturales se encuentra
aún en un estado y desarrollo mínimo y mayoritariamente potencial. Nuestra
conciencia social es una dimensión que se ha trabajado colectivamente con gran
énfasis en los últimos cien años, y, aunque todavía es muy pobre el logro en
esta dimensión, ha sido suficiente para que la humanidad haya realizado avances
que jamás había logrado en toda su etapa de homo
sapiens. Existe una valoración indiscutible de la paz mundial; un
reconocimiento mayoritario de que los seres humanos poseen derechos
universalmente válidos; un sentimiento de solidaridad mundial creciente frente
a los problemas de grupos humanos particulares; una apertura a diferentes
visiones de mundo; un creciente interés y tolerancia transcultural; el
fortalecimiento de una conciencia colectiva cada vez más desarrollada, etc.
Todo esto en un estado muy inicial, imperfecto, incompleto, variable y hasta
discutible, pero en conjunto extraordinariamente significativo y valioso, al
punto de que podría determinar un apoyo intempestivo de las Voluntades
Superiores a este proceso evolutivo, a pesar de las tendencias destinales y
karmáticas colectivas. El iniciado, por tanto, debe desarrollar al máximo su
perspectiva social y de humanidad, lo cual significará cambios sustantivos en
su propia conciencia, mente e identidad (yo).
El
trabajo sistemático y sostenido en al menos estos siete aspectos de la conciencia
permite dimensionar cuán complejo, difícil, denso y lentamente progresivo es el
avance en el desarrollo real y amplio de la conciencia. Un trabajo de este tipo
no sólo significa un modelo de progreso personal o individual, sino ante todo
un verdadero despliegue de condiciones apropiadas y necesarias para realizar el
nuevo salto evolutivo que adviene a la humanidad. La mayoría de estos aspectos
o formas de realización de la conciencia es tan inmensa en sus particularidades
y manifestaciones circunstanciales, así como en sus infinitas proyecciones y
relaciones con los ilimitados procesos y estados de la conciencia, que ningún
iniciado debe aspirar o proponerse la iluminación en una sola vida, o tan
siquiera la unificación de la conciencia en estos siete aspectos, y aún más. La
humildad y la modestia en el trabajo minúsculo y minucioso de la persona humana
no puede ser obviado por nadie que pretenda un salto evolutivo real. Los
maestros y doctrinas que ofrecen salvación, transfiguración y trascendencia en
esta vida no saben bien de qué están hablando; o sin querer están engañando la
expectativa y la pobreza de las almas encarnadas, ofreciendo más por menos; o
se dirigen exclusivamente a los que ya han sido largamente iniciados en vidas
pasadas. El ascenso de los cien millones de escalones de la montaña se comienza
con el primero, y así sucesivamente.
13. EL
MANDATO TRASCENDENTAL: CONOCERSE A SÍ MISMO
La compasión hacia sí mismo debe acompañar el trabajo
personal de todo iniciado. La paciencia y el perdón consigo mismo. La
compasión, la paciencia y el perdón, unidos al mismo tiempo con el rigor, la
perseverancia empecinada, la voluntad de no cometer nunca un error, y el dolor
recurrente de volver a cometer un error.
La vida diaria de los seres humanos es como navegar en
un bote en medio del mar. A veces en el día estamos en lo más alto de una ola y
podemos contemplar la inmensidad del cielo y del océano mismo. Entonces nos
sentimos plenos, grandes como la inmensidad, alegres y sabios, porque todo parece
coincidir en nosotros y ante nosotros. Toda la realidad se manifiesta bella en
nosotros y ante nosotros desde esa extraordinaria perspectiva.
Un momento después las olas nos hunden en la bajamar y
el agua sube alrededor de nosotros como
una montaña amenazadora. Estamos en el fondo de un pozo marino y sentimos
angustia, temor, inseguridad porque no vemos más que agua y agua en torno a
nosotros; marejadas que están a punto de caer sobre nosotros; que volcarán
nuestro bote; que nos harán caer al mar y morir. Entonces olvidamos toda otra
visión y nos reconocemos en una existencia angustiosa y terrible.
Esto ocurre así porque la conciencia y la mente de los
seres humanos es lábil, es imperfecta, es inarmónica, se regula mal a sí misma,
es fácilmente influenciable, es débil, sin desarrollo y descuidada.
La conciencia es, ante todo, lo que somos. Toda la
realidad viene a la conciencia y se hace realidad en la conciencia. Nos es tan
difícil diferenciar qué es conciencia nuestra y qué es realidad. Al fin de cuentas
la realidad es algo que acontece en gran medida en la conciencia, por eso –como
nuestra conciencia es tan lábil—es tan fácil que cambie para nosotros la
realidad, porque en verdad es la conciencia la que está cambiando
permanentemente, como un bote en medio del mar.
Si ya es desorientador, desequilibrador,
descontrolador y engañoso que cambien tan fácilmente nuestras emociones,
nuestros recuerdos, nuestras ideas y
pensamientos, nuestros intereses y motivaciones, nuestros estados de ánimo,
etc.; es decir, tanto los componentes de nuestra mente, como la mente en su
conjunto, todavía más grave es la condición inestable y confusa de nuestra
conciencia, que sostiene a toda la vida mental como si fuese un estado global y
condicionante. La conciencia en tanto se experimenta siempre como un estado
determinado, como si fuese el nivel y grado de luz que nos ilumina y permite
ver la realidad, es el medio basal dentro del que funciona nuestra mente y
nuestro yo. Si la representásemos como luz en nuestra vida cotidiana, muchas
veces se enciende lo suficiente para que podamos ver no más allá de cinco
metros de nosotros, pero otras muchas apenas nos permite ver sombras confusas,
a las que seguimos llamando la realidad completa.
Tan natural y necesario nos resulta esto que
difícilmente podemos concebir que nuestra conciencia pueda ser muy diferente y
que lo que experimentamos de nosotros mismos y de la realidad pueda cambiar y
ser de otra manera. En la mente en conjunto ocurre algo muy similar. Detrás de
las emociones, por ejemplo, a pesar de que cambian constantemente durante el
día, existen patrones estables que no concebimos que puedan cambiar. Nosotros
nos constituimos emocionalmente con esquemas y estructuras emocionales; con
tipos, modos, relaciones, objetos e intensidades preestablecidas que
condicionan respuestas emocionales inconcientes y muy difíciles de controlar y
modificar, las cuales se arraigan en nuestra conciencia y mente profundas, a
las que normalmente llamamos descuidada e ingenuamente inconciente. Cuando queremos a alguien normalmente no dejamos de
quererlo. Si nos dan asco los gusanos, difícilmente nos dejará de dar asco el
verlos. Si somos tímidos, reaccionaremos normalmente con timidez frente a
múltiples circunstancias. Así ocurre, además, con cada una de nuestras otras
capacidades mentales. Nuestra mente está fuertemente condicionada y, o no nos
damos cuenta, o nos cuenta infinidad cambiar esos condicionamientos.
Por esto se comprende el antiguo mandato del Oráculo
de Delfos: “Conócete a ti mismo”. Ninguna otra actividad de conciencia humana
es más básica que ésta. Ninguna posibilidad de superarse más allá de los
límites de esos penosos condicionamientos mentales si no se dedica el ser
humano con todas sus capacidades mentales y con su conciencia y metaconciencia
a interiorizarse de sus propios condicionamientos y de sus propios potenciales
próximos de transfiguración. Cuando se sigue el verdadero camino del
autoconocimiento y del desarrollo personal profundo, toda la vida personal y la
vida misma resplandecen desde todo punto de vista infinitamente más que cuando
se estaba preso en la mente natural. Todo se unifica de sentido y armoniza. La
vida responde con un sentido de integración y cooperación total. Nuestras
relaciones humanas se vuelven transparentes y auténticas; podemos mirar a las
personas sin velos ni distorsiones y constatar de múltiples maneras la
veracidad de nuestras percepciones. Podemos tratar más comprensiva y
solidariamente a todos los seres humanos, aunque también podemos percibir con
más claridad sus defectos, sus mezquindades, sus errores y ya no podremos
hacernos simplemente cómplices de ellos. Seremos más felices, pero también más
responsables.
Jesús de Nazaret es el prototipo superior histórico y
simbólico del ser humano conciente. Ser conciente, trabajar en el desarrollo de
nuestra conciencia implica la dicha de divinizarse en vida y de divinizar la
realidad misma, pero también conlleva la necesidad de ser crucificado por la incomprensión de quienes no se encuentran en un
nivel de conciencia similar, y por el servicio al bien superior de los demás.
Al fin de cuentas desarrollar la conciencia y desarrollarse a sí mismo es un
mandato de la realidad misma. La realidad –el Espíritu que está en Todo—no nos
ha hecho fácil cumplir su mandato, porque nos entorpece de tantas maneras el
conocimiento y las decisiones adecuadas en este sentido. Pero al mismo tiempo
no nos perdona que nos encontremos en ignorancia, en un ensueño ilusorio, en
una niebla de pequeña verdades y oscuros estados de inconciencia, en un mundo
paciente que no nos rechaza y que nos permite vivir una vida al menos en ese
estado incompleto, pero que a cada momento nos presiona, nos incita a
despertar, a desarrollar nuestra conciencia, o de lo contrario, tarde o
temprano, nos hará sufrir para
despertar.
Huimos tanto de sufrir cuanto buscamos la felicidad.
Algo en nuestro interior, una intuición elemental nos convence ineludiblemente
de que el sufrimiento es una pendiente que va desintegrando esto que
experimentamos como Realidad, pero que la felicidad representa un proceso
inverso y ascendente. Un proceso que todos debemos esforzarnos en dirigir,
paradójicamente, casi siempre a costa de alguna dosis de dolor, pero también
dejar ir solo y jubilosamente hacia
adelante. Este dolor puede tomar innumerables formas de manifestarse en
nuestras vidas y personas, como miedo, como apegos que no queremos dejar, como
incredulidad, como olvidos, impaciencias, desánimos, entretenciones,
facilidades, hábitos, actividades e inactividades, etc. Casi todo lo que somos
y hacemos se resiste en alguna medida a transformarse en algo tan radicalmente
diferente como lo es un nuevo yo, una nueva conciencia, una nueva forma de
vivir, una nueva forma de ser, y, al fin de cuentas, una nueva realidad. Todas
las formas de dolor se pueden resumir en no atreverse a dar el gran salto hacia
la verdadera felicidad y conciencia, y al mismo tiempo en no querer abandonar
–como si fuese un morir— lo que ya somos, experimentamos y poseemos, incluso
por más insatisfactorio e incompleto que pueda ser.
La diferencia más llamativa y principal entre la vida
incompleta que viven naturalmente los seres humanos, la que siempre se constata
como, al menos, sufrimiento mezclado con bienestar o felicidad, y la felicidad
alcanzada por un alto desarrollo de la conciencia y de la mente, es que la
primera es cambiante y siempre insuficiente y efímera, pero la felicidad
verdadera, la felicidad de conciencia es
avasalladora, apasionante, integradora y unificadora, estable y permanente,
ilimitada en su evolución y creación. En nuestro fuero interno todos los seres
humanos lo sabemos, y aunque sean tantos y tan condicionantes los factores que
nos niegan el avance sostenido hacia la felicidad de la conciencia, el Espíritu
trascendental sabe que el atractivo de su naturaleza es tan infinitamente mayor
e irresistible que tarde o temprano nos arrastrará libremente hacia sí.
Cuando se avanza, sin embargo, por el camino de la
conciencia y del espíritu no se progresa por un camino recto, despejado y
evidente. Quienes presentan este proceso y esta experiencia y dimensión de
realidad como algo inmediatamente redentor y absolutamente satisfactorio y
verdadero están falseando sin querer las cosas. La mente es un laberinto y la
conciencia es invisible. En alguna medida y grado nada es real y tal como se
nos presenta y como lo experimentan nuestra mente y conciencia humanas. Nada,
absolutamente nada es así.
Mil veces creemos estar en el camino espiritual o de
desarrollo correcto, pero descubrimos que hemos estado equivocados en esto o en
aquello. Tantas veces creemos estar haciendo lo correcto, tantas veces creemos
haber logrado algo importante con el trabajo de nuestra mente, tantas veces
creemos ver algo que en realidad no está ahí, o no es tal como lo vemos, a
pesar de que estamos avanzando en otro aspecto o que estamos haciendo nuestro
mejor esfuerzo y dando lo mejor de nosotros. Tantas veces se nos seca la
inspiración, el ánimo, la voluntad, el interés, la perspectiva, la
metaconciencia, la convicción, etc. y comenzamos a dar tumbos y nos
desorientamos en esta búsqueda y procesos. El camino del desarrollo de la
conciencia, de la mente y del espíritu está colmado por todas partes y de todas
las formas posibles de dulces y convincentes ilusiones de desarrollo, de
conciencia, de mente y espíritu. Los seres humanos no han logrado hasta ahora
crear ninguna doctrina, modelo, mapa, guía, práctica, método, enseñanza,
ciencia o lo que fuere, que les permita avanzar recta y auténticamente a través
de una experiencia de autoconocimiento y transformadora de sí mismo y de la
realidad. La razón no es complicada de reconocer y aceptar: hacia dentro de
nosotros mismos, hacia la mente y la autoconciencia no hay casi nada abordable
para nuestra conciencia de vigilia; apenas uno que otro bulto síquico
identificable, pero que pronto se pierde en la niebla de lo inasible. Todo lo
que se pueda decir de lo que ocurre o hay en nuestras mentes y en nuestras
conciencias es casi pura metáfora, analogía, abstracción, concepto intelectualizado,
imagen, invención y hasta falsedad. Para nosotros mismos sumergirnos en nuestra
propia mente y conciencia apenas resulta una experiencia tan superficial que no
alcanza ni siquiera a la piel, a la superficie más inmediata de ella misma.
Hasta ahora el lenguaje de los sueños es el mejor lenguaje que poseemos para
conocer los contenidos de nuestra mente –siendo en sí mismo altamente
limitado--, pero ningún medio poseemos para conocer su estructura y
funcionamiento. Todo lo que ha hecho hasta hoy la Sicología en este sentido es
mera conjetura e inferencias reduccionistas y minimalistas. Si tuviese que
comparar la mente y la conciencia con algo descriptible para hacerlas de alguna
manera más familiares y comprensibles, las haría similares a un fluido
excepcional con estructura dinámica y naturaleza multidimensional. Sólo esta
última característica (la multidimensionalidad) hace de la mente y la
conciencia fenómenos ininteligibles e
inconmensurables para la conciencia de vigilia y sus facultades cognitivas. Por
ello, toda la armazón de conocimientos y experiencia de nosotros mismos y de la
realidad –en cualquier sentido—, que haya desarrollado o experimente el ser
humano y cualquier individuo, no es menos frágil e ilusorio que un castillo de
naipes flotando sobre el espacio. Lo más terrible de todo es que con gran
facilidad el ser humano cree que, después de un esfuerzo denodado, honesto,
perseverante, sistemático, bien informado, inteligente y profundo se alcanza
realmente un nivel espiritual y mental satisfactorio, auténtico y definitivo.
Nada más peligroso que –como señalaba Sócrates— uno crea saber lo que realmente
no se sabe. Ninguna locura mayor que creer poseer verdades y formas de ser que
no son ni verdades, ni nuestras reales, profundas o adecuadas formas de ser. En
alguna medida nadie se escapa a esta
experiencia y estado, incluso los sabios y maestros más iluminados. Aún las
verdades más sagradas, las revelaciones del Espíritu divino, las epifanías
sacras adolecen de parcialidad, circunstancialidad, adecuación, imperfecciones,
humanización reduccionista en la medida que también están sometidas y adecuadas
al mismo proceso evolutivo y modificador natural de todas las cosas, a través
del tiempo y de la adaptación a los cambios de la realidad, en sus múltiples e
inagotables formas.
Ante esta visión es natural preguntarse: ¿Existe
alguna forma, medio y procedimiento seguros y verdaderos para orientarse en
estos niveles tan elusivos de nuestra propia realidad interior? La respuesta es
un sí y no. Sí, cuando somos capaces de reconocer que nuestro saber y
experiencia nunca son definitivos, absolutos e inmodificables, y por lo tanto
estamos atentos a reconocer en cualquier momento nuestros errores, así como
siempre debemos ir perfeccionando y modificando nuestro saber y experiencias, y
nunca mantenernos inamovibles en una verdad o explicación o certeza de nosotros
mismos, o de lo que fuere. Sí, cuando nuestros saberes se van sosteniendo unos
a otros sin excluir ninguno, ninguna forma de realidad, y van integrando
comprensivamente todas las experiencias y conocimientos actuales y posibles.
Sí, cuando la realidad del aquí y el ahora van confirmando progresiva y
evidentemente que lo que sabemos se cumple en la dimensión del aquí y del
ahora; es decir, en la convergencia en el presente de todas las dimensiones de
experiencia humanas. Sí, cuando otros seres humanos –aunque sea uno solo—pueden
experimentar por sí mismos y sin nuestra influencia directa experiencias y
conocimientos similares a los nuestros. Aunque esta prueba por sí misma sea
bastante débil, cuando no se cumple es indicadora de un alto grado de
posibilidad de representar un conocimiento ilusorio y subjetivo con
pretensiones de representar un conocimiento de validez universal o
intersubjetiva.
En resumen, la mejor manera de superar esta debilidad
y confusión intrínsecas de la conciencia, de la mente y del espíritu humanos es
reconociendo su debilidad, no aferrándose a ningún conocimiento, experiencia o
verdad, y siempre transformándolos en vista de una superación progresiva y
sostenida de todos los errores, pero también en vista de la superación
progresiva y perfectible de todo saber adquirido o supuestamente adquirido. En
otras palabras, una predisposición a abandonar en cualquier momento los saberes,
creencias, certezas, intuiciones, evidencias, etc., en todos los ámbitos de la
experiencia humana, y una aceptación de que el transcurso del tiempo en función
de la evolución natural nos llevará siempre en un proceso constructivo y
progresivo respecto de todas nuestras formas y experiencias de realidad,
precisamente si sostenemos toda experiencia de realidad desde una actitud y
predisposición absolutamente abierta y transformativa.
En conclusión, el trabajo de desarrollo espiritual y
de conciencia y mente se debe afrontar con una disposición propia del trabajo
de una hormiguita. Cada día debe implicar una labor conciente que nunca será
excesiva, en la medida que precisamente no debe experimentarse como un
esfuerzo. El principio taoísta de hacer no haciendo es una excelente
expresión de la necesidad de integrar, al mismo tiempo, voluntad e intención
lúcidas, junto con un estado de comunión pasiva, espontánea e inmediata con la
manifestación creativa y natural de la realidad, dejando que actúe libremente
sobre nosotros y el universo. La labor diaria de conciencia debe ser sostenida,
pero espontánea; lúdica, pero profunda; en lo particular y en lo general;
minuciosa y meticulosa, tanto como desinteresada y libre; dejando manifestarse
los planos subconcientes e inconcientes en todo momento; con el ojo de la
metaconciencia siempre activo, aun en las circunstancias más triviales e
irrelevantes; móvil y flexible, tanto como programática y ordenada; racional e
irracional; etc.
Los efectos que este trabajo produce en la mente y en
la experiencia de la persona son tantos y tan variados y personales que sería
imposible describirlos aquí. Lo que sí puede ser dicho con total certeza es que
la persona no dejará ya nunca más de cambiar, de evolucionar, así como de ser cada
vez mejor en su integración y felicidad respecto de sí mismo y respecto de toda
otra forma de realidad. Cada quien debe ir descubriendo sus propios modos de
trabajar con su conciencia, con su mente, y desarrollando sus propios procesos
personales de adecuación y transformación de estos mismos procesos en sus
relaciones múltiples con la realidad. Una vez más insistimos, sin embargo, en
la necesidad de que todo este trabajo y proceso sea guiado o apoyado por un
referente personal superior, sea humano (p.e., maestro) y/o suprahumano (p.e.,
ángel). El trabajo espiritual y de conciencia puede ser tan paradojal y
contradictorio; puede ser por momentos tan inarmónicos, angustiosos o penosos;
puede ser tan dialéctico y confuso; puede provocar efectos personales y en su
entorno normalmente considerados negativos, que la persona sola y sin un buen
apoyo puede desorientarse, abrumarse y hasta dañarse gravemente.
14. LA COMUNIDAD DEL FUTURO
El
salto evolutivo que está próximo a advenir al ser humano es tan radical y novedoso
respecto de toda la historia natural de este planeta, que nos lleva a desechar
el concepto de especie para la nueva creatura evolucionada, y nos propone como
más adecuado el concepto de comunidad
transhumana. Con esto queremos resaltar el hecho de que ya no habrá una
primacía del factor biológico natural, sino la de un nivel metafísico y
espiritual que actuará progresiva y transfiguradoramente sobre el plano
bio-físico. Más aún, el individuo sólo se actualizará y desarrollará en la
medida que realice primariamente su propia identificación con una comunidad o
nivel colectivo desde la cual y para la cual existirá inseparablemente. En esta
era aún no podemos conocer este potencial y nivel de nuestra condición profunda
y ontológicamente colectiva. Por ahora nos hemos experimentado en gran medida
como individuos independientes y únicos debido a las características
condicionantes de nuestro cuerpo biológico y de nuestra mente, que presentan
naturalmente esta condición descrita. No podemos imaginar ni representarnos
debidamente, pues, cuál es nuestra verdadera naturaleza personal-colectiva, en
tanto por ahora se encuentra en su realización meramente potencial respecto de
este plano espacio-tiempo. La unificación de la conciencia individual en la
conciencia colectiva como principio y centro implicará una transformación tan
profunda de todos los niveles configuradores de la persona humana, que no es
posible para el humano actual representárselo más que por muy precarias
metáforas.
En
este período histórico resulta excepcionalmente paradójico que el individuo
evolucionado, el alma mutante, se encuentre en un estado de aislamiento
colectivo más dramático y marcado que en ninguna otra época histórica. El
trabajo espiritual y de desarrollo personal se ha realizado a través de
sucesivas vidas para él. Ya se ha asociado innumerables veces a personas y
pequeñas comunidades que le han facilitado su crecimiento evolutivo
paulatinamente integral. Ahora está aquí pleno, listo para el desborde total,
aislado momentáneamente como se espera el desborde de la tempestad que se huele
en el aire, o como el aislamiento en la plenitud del alma mortante que espera
el momento previo a la nueva reencarnación.
Sin
embargo, estamos entrando en una nueva época, en un nuevo rayo evolucionante
del espíritu planetario que facilitará el proceso creciente de integración en
todos los planos, incluso en este plano bio-sico-físico, de todas las almas y
personas encarnadas que están dispuestas y preparadas para el gran salto
evolutivo. La comunidad transhumana ha iniciado ya su proceso de unificación
final y total en el plano más elemental y material, de una manera nunca vista
antes en la historia humana. Guiados por el Espíritu y sus diferentes avatares,
los humanos evolucionados irán encontrándose unos con otros, configurando
grupos potenciadores de los procesos individuales, grupales, comunitarios y
globalmente unificadores. El creciente proceso regresivo, destructivo y
decadente de la humanidad actual se verá contrastado por el creciente proceso evolutivo,
creativo y aglutinador de la nueva humanidad en trance de trascendentalización.
Se debe disponer la conciencia y la mente para este trabajo de los próximos
cien años, en los cuales será cada vez más difícil la vida en este planeta.
Como contraparte, los Seres superiores se manifestarán tan cercanos con las
comunidades espirituales en formación como los dioses del pasado lo hicieron
con los primeros homo sapiens. Los
Seres superiores guiarán las distintas fases de este proceso y período, así
como las diferentes circunstancias y modalidades individuales y grupales, que,
aunque en sus inicios sean muy variadas, irán progresivamente convergiendo en
una manifestación común y unificada.
Estas
comunidades transhumanas representarán los ideales más altos de espiritualidad
universal que se hayan experimentado en la historia humana. En ellas se
materializarán los más altos ideales en todos los aspectos configuradores de la
persona humana. Sin necesidad de códigos legales ni morales; sin necesidad de
medios tecnológicos de comunicación; sin necesidad de líderes excepcionales ni
sumos pontífices; sin necesidad de un sistema político ni social, se
reproducirán en todas partes y en todos los individuos y grupos las mismas
directivas y cualificaciones de los sentidos generales y particulares de la
actualización evolutiva.
La
soledad espiritual, existencial y síquica en la que se han encontrado
íntimamente los seres más evolucionados a través de los tiempos y
particularmente en este último período, se irá progresivamente terminando, de
manera que incluso el sentimiento de separación existencial y hasta ontológica
que ha acompañado la conciencia humana sobre este planeta acabará en este
proceso de creciente trascendentalización de la conciencia y de la persona en
conjunto. Se debe ahora, más que nunca, abrir la conciencia en todos sus planos
para recibir este efecto y espíritu de unificación que, integrando a todo ser
humano en todos sus niveles constitutivos, se irá replicando simultáneamente
este mismo proceso integrador con todos los niveles y formas de realidad,
aunque ello tome miles y hasta millones de años en su expresión evolutiva
máxima. Un sentimiento esperanzador, de plenitud y beatitud individual y
colectiva, que ha sido anticipado visionariamente por las grandes religiones y
concepciones espiritualistas tradicionales, está disponible para su realización
y materialización progresivamente desde ahora.
En
este primer período, sin embargo, se debe ser cauteloso en seguir o buscar
asociaciones personales y comunitarias con demasiada ansiedad, confianza y
credulidad. Es muy fácil confundir una intuición anticipatoria con una forma
actual y circunstancial que se le asemeja, pero que no representa su verdadera
o final actualización y oportunidad. Más aún, siempre de una u otra manera se
confunde toda actualización de un rasgo o evento esperado y consistentemente
logrado, con una proyección del mismo evento perfeccionado en el futuro, el
cual se actualiza siempre anticipadamente por una especie de fractalización del tiempo y de la evolución
–señal, signo o símbolo encubiertamente anticipatorio--, y que se anticipa
intuitiva, pero confusamente, a través del inconciente. No es poco frecuente
constatar la formación de grupos o comunidades espirituales que, aunque se
proponen altos idearios que coinciden en buena medida con las directivas
espirituales universales expuestas en este libro, no obstante a la hora de
materializar la convivencia comunitaria surgen pronto graves deficiencias y
debilidades que no hacen sino demostrar la idealización y visualización
engañosa sobre las condiciones, estado evolutivo, atributos y oportunidad de
las personas que lo constituyen.
La
cautela, la mesura, la paciencia y la modestia deben prevalecer en toda
apreciación de los hechos, de las personas, de uno mismo en cuanto a los
logros, los éxitos, las cualidades y procesos espirituales o superiores del
orden que sean. No debemos nunca olvidar que nuestras imperfecciones nos
encubren lo que todavía no es, todavía no se ha completado, todavía no
conocemos, y sobre todo, nuestras propias imperfecciones e incompletudes.
Muchas veces creemos avanzar, lograr algo parcial o definitivo en nuestro
desarrollo, modificar, acertar, comprender, ser mejores en esto o aquello,
etc., pero a poco andar o después de un tiempo, retrocedemos todo lo avanzado,
descubriendo cuánto nos habíamos estado engañando con nuestra propia
autocomplacencia. Nunca olvidemos que la vida y nuestra constitución personal
están sustentadas sobre un principio dialéctico de inevitable contradicción y
oposición, y sobre estructuras refractarias al cambio. Ello surgirá velada o
abiertamente en todo los procesos y estados naturales por más espirituales que
sean. La lucha del ángel y del demonio en cada uno de nosotros es un símbolo
universal y omnipresente en toda forma de realidad que actualmente podemos
experimentar. El trabajo de desarrollo mental y espiritual está constantemente
debilitado, desafiado y conflictuado de innumerables maneras; de formas
evidentes y sutiles; de formas inconcientes y concientes, pero siempre de forma
altamente significativa, desafiante y necesaria. Si la vida y este plano
natural de realidad es holísticamente dialéctico, el plano espiritual lo es
máximamente, pero al mismo tiempo trascendentalmente; es decir, las oposiciones
son las más intensas y difíciles de conciliar e integrar en uno, pero también
poseen en sí mismas un potencial para trascender toda manifestación dialéctica.
La espiritualidad es el único portal que nos permite integrar a nuestra
experiencia incluso natural dimensiones superiores de realidad, en las cuales
ya no se cumple el principio evolutivo dialéctico. Este es el gran plan
evolutivo de la nueva era: trascendentalizar el plano natural de la realidad
desde la actualización del espíritu en la creatura transhumana como centro de
irradiación universal del espíritu y su energía post-natural.
Cuando
el iniciado se hace conciente de este gran evento que le está ocurriendo y que
está provocando en su entorno espacio-temporal, se asombra por una parte de la
humildad de su propia existencia y sentido, pero al mismo tiempo reconoce la
grandeza de su persona como superior al universo mismo, el cual intenta
trascenderse a través del desarrollo y la reproducción de este minúsculo átomo
síquico y espiritual que actualmente contiene en germen el ser humano.
15. EL MAESTRO
Jesús
recorriendo los pueblos y atrayendo multitudes; Sócrates hablando con la gente
en las calles de Atenas; Buda meditando y enseñando a las multitudes, son
representaciones tradicionales del maestro y su misión. ¿Dónde están hoy los
maestros? ¿Por qué ya no hay maestros así en el mundo? ¿Por qué desde hace más
de mil años no hay maestros de multitudes ni maestros planetarios?
La
última etapa de la era moderna de la humanidad fue apoyada y guiada por
maestros fuertes, por maestros para todos, con enseñanzas urgentes para todos,
que debían ser asumidas e interiorizadas por todos los seres humanos. Por eso
mismo, sin embargo, adolecían de una debilidad necesaria: eran todas estas
enseñanzas elementales y simples. La gran masa humana, el espíritu precario en
la mente básica y caótica del ser humano no permitían desarrollar ni proponer
desafíos ni conocimientos mayores que los que fueron dados. Los maestros, sus
figuras, sus comportamientos y cada una de sus características humanas fueron
cuidadosamente previstas y ajustadas a las necesidades y características de las
poblaciones humanas del planeta. Aun así el desafío que propusieron estos
maestros de multitudes no fue valorado y, sobre todo, no pudo ser interiorizado
plenamente en la conciencia total de la mayoría de los seres humanos. El
desafío superó a nuestra humanidad, pero eso estaba previsto así. La naturaleza
siempre desborda de vitalidad y de gérmenes que no llegan a su plenitud y madurez.
En la parábola crística, la donación del espíritu divino se materializa igual
que un sembrador que va arrojando su semilla a través de un camino que presenta
condiciones favorables y condiciones menos favorables para su desarrollo. La
mayoría de las semillas (almas) muere; sólo unas pocas llegan a dar fruto,
después de una larga evolución.
Los
maestros de entonces trabajaban con la conciencia colectiva, y desde ella
ajustaban las conciencias individuales. Los últimos 2500 años han estado
enmarcados en el intento masificador del desarrollo de la conciencia colectiva,
sin embargo las conciencias individuales han ido también desarrollándose
progresivamente, si bien diferenciadamente. Los progresos de algunas almas a través de este ciclo de encarnaciones han
sido ciertamente mucho mayores que los progresos de la conciencia colectiva,
produciéndose significativas diferencias evolutivas entre estas almas
superiores y la conciencia colectiva de las diferentes comunidades, y de la
humanidad en general. Tanto es así que podría decirse que muchas almas
encarnadas, a pesar de vivir en comunidades humanas, carecen de una verdadera y
representativa comunidad. El espíritu de servicio, la humildad y una cierta
inconciencia respecto de esto ha permitido que estas almas no experimenten tan
dramáticamente su extrañamiento, soledad y aislamiento interior. Es más, las
comunidades espirituales y religiosas tradicionales, en las cuales se reunían
antiguamente las almas más evolucionadas que buscaban la convivencia con sus pares,
han ido concitando a través de los tiempos modernos mayoritariamente a almas de
desarrollo intermedio, o incluso distorsionado, y con un alto contenido
karmático no resuelto, de manera que tampoco estas instituciones y comunidades
son centros de elevado nivel espiritual ni de desarrollo personal. Los maestros
institucionales o comunitarios en general no poseen un alto nivel espiritual, a
la altura de lo que se espera para un verdadero maestro de comunidad; mejor
aún, para un maestro de los nuevos tiempos.
Los
maestros en general se han identificado más allá de lo necesario con modelos
tradicionales y formales de espiritualidad, al punto de que han tendido más a
reproducir fórmulas, prácticas, saberes y contenidos doctrinales --por más
exitosos que hayan sido durante tanto tiempo-- que a desarrollar su propia voz
de la conciencia interior profunda y totalizadora; más que a unificarse con el
espíritu vivo y trascendente, que carece de historia y de verdades
preestablecidas. La mayoría de los maestros actuales se han quedado
reproduciendo este modelo espiritual simple, colectivo y genérico, que ya no
representa a los millones de almas que han encarnado suficientes veces para
desarrollar nuevas potencialidades no asumidas por los sistemas espirituales y
religiosos tradicionales.
El
Espíritu Superior sabe bien esto, de manera que se aproxima una época de
sembrado de nuevos maestros para el mundo. Las verdades espirituales y
religiosas tradicionales –incluso las más universales y perennes-- serán
absorbidas por el advenimiento de un nuevo espíritu que coincide con el gran
salto evolutivo humano. A partir de este espíritu tan grande será la
transformación de todas las cosas que sólo nuevas magistraturas podrán guiar
debidamente esta transmutación evolutiva. Esta transición ya ha comenzado y
seguirá haciéndose más y más evidente con el correr de los años. Este libro
quiere ser un testimonio más de este nuevo espíritu, de esta nueva
magistratura… ¡Que llueva el Espíritu y humedezca nuestros corazones que han devenido
solitarios y desiertos!
Por
ahora amanece temprano, como una aurora casi imperceptible sobre un horizonte
de montañas oscuras, dentro del valle de la conciencia humana. Y el Espíritu
que aún no debe encarnarse en cuerpos humanos, sino latir en un aire transparente,
se reparte en pequeñas gotas de rocío dentro de las almas, en las hondonadas de
la conciencia humana. Sólo la
sensibilidad de los que se han volcado hacia los precipicios de la mente y
allí, en lugar de tinieblas y vacío, han despertado paulatinamente entre
llamaradas de luz y fuego transfiguradores, reconocen a un maestro interior,
una sombra que brilla, una voz que susurra sólo intuiciones y que vuelve a
replicarse por todas partes, de infinitas maneras, como uno que se llama Padre
o Maestro, o Madre, o tal vez Espíritu. Son las voces de los maestros lejanos y
futuros que gritan desde la distancia de sus cuerpos aún dispersos entre las
carnes humanas y los átomos que giran esperando el toque del Maestro. A ellos,
los maestros más sutiles, los translúcidos e inasibles, debemos volcarnos con
las manos y los sentidos más puros, con purezas que nadie ha enseñado, con lo
mejor de sí, con lo increado. Y el dolor de nuestra mezquina sordera humana, de
nuestra torpeza que hace lo que puede y tropieza dos veces con la misma piedra,
que oye voces y cree verdades y maestros como cualquier delirante, sea víctima
de la compasión de nuestro inmenso deseo de trascender y trascender –que todo
lo perdona.
16. FINAL
La
realidad está aquí. La verdad y la ilusión. Nada está afuera, nada adentro. Un
libro es un libro. Es la hora, y sólo la realidad podrá borrarme para que deje
de balbucear incluso cuando duermo: ¡Es la Hora!
Responde
tú, hijo mío, ¿qué Hora?... Sólo tu
respuesta, tu secreta e irreproducible respuesta puede salvar este mundo.
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN………………………………………………………………….. 2
PRIMERA
PARTE: INVESTIGACIÓN Y DESCUBRIMIENTO DE LA MENTE HUMANA………………………………………………………………………….. 5
- LOS PRIMEROS CONDICIONAMIENTOS ………………………………… 6
- CONDICIONAMIENTOS E IRRUPCIÓN DE UNA FORMA DE LIBERTAD…………………………………………………………………… 10
- LA NUEVA AVENTURA……………………………………………………… 19
- LA AVENTURA DE LA EMOCIÓN………………………………………….. 22
- LA SENSIBILIDAD EMOCIONAL Y LOS MECANISMOS REPRESIVOS DE LA CONCIENCIA…………………………………………………………….. 27
- ¿LA IMPORTANCIA DE LA CONCIENCIA EN LOS ORÍGENES DEL HOMO SAPIENS?...................................................................................................... 32
- ¿POR QUÉ NO BASTA LA CONCIENCIA PARA SER DUEÑO DE UNO MISMO?......................................................................................................... 40
- ALGUNAS GENERALIDADES SOBRE LA CONCIENCIA DEL HUMANO CONTEMPORÁNEO…………………………………………………………. 44
9. ¿ES
POSIBLE UN MODELO ACTUALIZADO DE LA MENTE HUMANA? ………………………………………………………………………………….. 47
10.
PROLEGÓMENOS PARA LA ACTUALIZACIÓN DE UN MODELO DE LA MENTE……………………………………………………………………………… 56
11. ¿QUÉ ENTENDEMOS POR CONCIENCIA-MENTE?............................... 59
12. LA CONDICIÓN PARADÓJICA DE LA MENTE……………………........ 65
13. EL MAYOR PROBLEMA DE LA MEMORIA HUMANA…………………. 71
14. LA DISFUNCIONALIDAD ACTUAL DE LA
MEMORIA KÁRMICA……………………………………………………………………….... 82
15. ¿QUIÉNES NO SOMOS Y QUIÉNES SOMOS?.......................................... 86
16. LA CONDICIÓN SOCIAL DE LA CONCIENCIA Y
DE LA MENTE
………………………………………………………………………………………
90
17. ENTENDIENDO EL FUNCIONAMIENTO DE LA
MENTE DESDE LA CONCIENCIA…………………………………………………………………….. 96
18. LA INTERDIMENSIONALIDAD DE LA
CONCIENCIA………………… 108
19. EL SUFRIMIENTO: LLAMADO DE PROFUNDIIS……………………….
120
20.
EL ENCUADRE MINIMALISTA DE LA RAZÓN………………………… 125
SEGUNDA
PARTE: EL TOQUE DEL MAESTRO……………………………..
134
INTRODUCCIÓN………………………………………………………………... 135
1.
EL SALTO EVOLUTIVO…………………………………………………… 136
- LA DIVINIDAD DEL PASADO Y DEL FUTURO EN EL PRESENTE: ¿UN SOLO DIOS O MUCHOS DIOSES?............................................................ 142
- OVNIS Y SERES EXTRATERRESTRES: DIOSES QUE YA NO SON DIOSES
…………………………………………………………………………………. 150
- EL ADVENIMIENTO DEL ESPÍRITU PARA UNA NUEVA CONCIENCIA Y UNA NUEVA MENTE……………………………………………………….. 161
- LOS MISTERIOS PRÓXIMOS QUE DESAFÍAN AL SER HUMANO…… 169
- ¿CÓMO ACCEDER A LA NUEVA CONCIENCIA?................................... 182
- LA PRÁCTICA INTEGRADORA DE LA METACONCIENCIA………… 192
- LA INTUICIÓN: UNA FORMA SUPERIOR DE CONOCIMIENTO Y CONCIENCIA………………………………………………………….……. 200
- LAS EMOCIONES SUPERIORES………………………………………….. 206
- EL DESARROLLO DE LA ESPIRITUALIDAD Y LA EXPERIENCIA TOTALIZADORA DE LO UNO Y DE LO MÚLTIPLE…………………. 211
- LA ADVERTENCIA DE LA SEÑAL DE LOS TIEMPOS……………….. 217
- UN EJEMPLO DE CÓMO TRABAJAR EVOLUTIVAMENTE LA MENTE……………………………………………………………………… 223
13. EL MANDATO TRASCENDENTAL:
CONOCERSE A SÍ MISMO……. 237
- LA COMUNIDAD DEL FUTURO……………………………………….. 246
- EL MAESTRO……………………………………………………………... 251
- FINAL……………………………………………………………………… 255
[1] De esto
hablaremos más adelante.
[2] Esta
capacidad no es considerada tradicionalmente una facultad, sino el resultado
del ejercicio de otras habilidades o comportamientos experienciales. Intento
promover el reconocimiento de la sabiduría también como una facultad en sí
misma, lo cual desarrollaré más adelante.
La inteligencia, en cambio, nos parece una facultad primitiva
exclusivamente de adaptación al medio externo –entendida particularmente en su
dimensión de razón--, y que ha sido
absorbida en sus funciones por cada una de las facultades superiores mencionadas.
[3] Ya volveremos
sobre este hecho.
[4] Lo mismo
que los demás mecanismos síquicos de adaptación al medio, como veremos más
adelante.
[5] “Cuando
aparece el hombre es cuando encontramos por primera vez indicios de actividad
artística, como en las famosas cuevas de Lascaux y Altamira, hechas por el
hombre de Cro-Magnon, primer ejemplo de Homo Sapiens europeo. También podemos
considerar el arte rupestre que practican los aborígenes en Australia. Las
asociaciones entre distintos grupos de animales, y entre un conjunto
aparentemente regularizado de símbolos abstractos indican un enorme complejo de
creencias, historias y mitos.” (http://www.portalciencia.net/antroevosapi.html)
[6] Más
adelante desarrollaremos este tema.
[7] Ver
Parte Dos, cap. 2.
[8] La
Sicología Transpersonal nos parece inspirada por una buena intuición que apunta
en la dirección correcta, y en buena medida coincidente con la nuestra, pero
que carece de los sicólogos integrados capaces de llevarla adelante.
[9]
Consideramos que la razón de la imposibilidad de esta respuesta se debe a que
el principio lógico y ontológico de relación causa-efecto no es válido en este
ámbito de realidad. Es decir, en esta dimensión de realidad los fenómenos
(“cosas”) no establecen relaciones de causa y efecto.
[10] Fr.53
DK.
[11] Este
tema lo desarrollaremos más adelante.
[12] P.ej. universo, mónada, sistema, ente, nivel, plano, etc.
[13] Utilizo
este término inadecuado y metafórico, pues no existe aún el conocimiento de
este plano de realidad que nos permita darle la connotación debida.
[14] En la
segunda parte trataremos este tema.
[15] Trataremos
más adelante las mal llamadas “sicopatologías” y los estados alterados de la
mente y de la conciencia.
[16] Llamo yo-mente a la unificación del yo a los
atributos y funciones propios de la mente, como si fuese una sola entidad; es
decir, como nosotros nos experimentamos mientras estamos despiertos: un yo que
piensa, que siente, que decide, etc.
[17]
Heráclito, fr. 124DK.
[18] Por eso
todo lo que decimos aquí sobre el espíritu y la conciencia es un conjunto de
meras analogías de muy escasa propiedad.
[19] Sin
embargo ni siquiera es parte de nuestra percepción actual ni conocimiento
científico.
[20] Ken
Wilber los llama escalones de la escala del self.
Véase su obra Transformations of
Conciousness (1986). Traducción
al español: Psicología Integral (1993).
[21] Daremos
más luces sobre este hecho en la segunda parte de esta obra.
[22] Ver más
adelante.
[23] Fr.
1DK.
[24] Algo
similar ocurrió en el Oriente próximo con Mahoma y el Islam, si bien aún hasta
hoy continúan los países árabes masivamente reproduciendo este modelo de
abstracción teológica.
[25] De una
u otra manera todas las demás religiones, doctrinas espirituales y propuestas
espirituales del mundo se reconocen básicamente en una u otra de estas dos
líneas evolutivas.
[26] Entendiendo
el dogmatismo racionalista seudo-espiritual como una forma particular y no
absoluta de escepticismo, pues no acepta la progresión del conocimiento, y es
incapaz de contrastar y modificar el suyo propio. Además no acepta la
posibilidad del conocimiento fuera de su propia doctrina.
[28] Los crop circles, o impresiones por
aplastamiento en lo sembrados, que representan complejas formas y mensajes
evidentemente significativos para la conceptualización humana, son también un
fenómeno asociado frecuentemente a los ovnis y extraterrestres.
[29]
Todo lo que digamos
aquí debe ser tomado con absoluta cautela y restricción, pues sólo se ajustará
muy imperfectamente a la verdadera dimensión de estos tipos de realidad.
[30]
Propongo crear un neologismo diferenciador de la muerte como acto de muerte
propiamente del cuerpo biológico, y la muerte como estado (existente) entre
cada reencarnación o estado desencarnado, el cual podría ser denominado por
ahora mortancia, y al alma o
conciencia en tal estado, mortante
–hasta que alguien no proponga uno mejor--.
[31] El atman de la filosofía vedanta coincide
con nuestra idea.
[32] Como
ocurre con los yoguis tradicionales, los ascetas, o ciertas disciplinas
monacales de renuncia al plano físico.
[33] De esto
hablaremos en el cap. 14.
[34] El
proyecto crístico de Jesús estaba centrado en el desarrollo evolutivo de las
emociones superiores del ser humano.
[35]
Ejemplos clásicos de esto son el nazismo y el satanismo, como expresiones
espirituales.
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