Los enemigos que deben ser destruidos
por cada país y todo país
por cada enemigo de su enemigo
han llegado a ser
no otro enemigo
no otros países
sino la Humanidad.
Los enemigos que deben ser destruidos
por cada país y todo país
por cada enemigo de su enemigo
han llegado a ser
no otro enemigo
no otros países
sino la Humanidad.
Yo soy yo, pero no soy yo, sino algo desconocido para mí y para cualquiera, que se
proyecta o materializa o realiza, u otra cosa, en el fenómeno de mí
mismo que yo experimento completamente como yo. ¿Qué soy más, yo
o (eso) no yo, si en tanto yo, no soy yo, y en tanto no soy yo, soy lo que
soy?... ¿Es real esto que experimento, y que pienso de mí mismo, y por experimentarlo
y pensarlo puede siquiera en alguna medida ser verdadero?... Si
yo no puedo dejar de experimentar lo real como irreal, y lo irreal como real, no
me está permitido diferenciar lo real de lo irreal verdaderamente. ¿Hay
alguna diferencia entre yo y no yo, primero que sea verdaderamente real,
y luego que yo pueda experimentar y conocer? Ni siquiera puedo asegurar que
existe la Verdad más allá de mí mismo. Aunque la haya más allá de mi pobre
percepción, no puedo en absoluto reconocerla, sólo puedo crear ficciones
(comprobables) de que la reconozco, y engañarme a mí mismo y a los demás de
ello. Esto es una completa aporía, el sueño de nunca acabar. No puedo
avanzar ni un milímetro más allá de ella, no puedo avanzar ni un milímetro
existencial para responderla. ¿Puedo hacer algo, algo mínimo e
insustancial que sea, pero que sea algo más, algo otro, aunque
sólo sea realmente otro dentro de lo mismo, que se hunda más
profundamente en su piel, que esta pobre e inerme conciencia que estoy
teniendo acerca de esto mismo?... El problema irresoluble del punto de apoyo absoluto
de Arquímedes para mover el Universo es que, aunque exista ese punto en algún
lugar o forma, él no puede jamás alcanzarlo u obtenerlo; y aunque, por algún
sorpresivo y original descubrimiento o invención, logre mover con su palanca el
Universo, sólo puede hacer eso, pero nada más allá que eso, nada
más que lo que puede hacer un humano con una palanca apoyada en un punto
determinado con un Universo. O sea, lo mismo que hacía antes,
pero de distinta manera, o más, o mejor. Para la mayoría, eso es suficiente.
Para mí, no,
aunque así me sienta como un perro sarnoso que se agita y convulsiona para
tratar de sacarse la sarna de encima. Yo soy libre, en cuanto soy jugado, de jugar este juego en el
que me encuentro; lo jugaré, aunque sea absurdo, hasta que ya no juegue
más por la razón o causa que sea. El que sea absurdo e imposible, hoy por hoy,
no es razón suficiente ni causa para no jugarlo. Disfruto este Juego,
porque cada día descubro que estoy en un casillero distinto que ayer y que siempre,
aunque yo no pueda ganar ni escapar de este juego. La gente en general no puede
ni imaginarse de qué nivel profundo del Juego estoy hablando. Me motiva
vivir esta vida absurda, porque no he perdido la sensación febril, infantil, la
sensación solar interna, irresistible, de que mañana, o en el instante
siguiente, puede aparecérseme una GRAN SORPRESA.
La Cima de la Montaña es el lugar y punto más elevado de
la Ilusión Humana, desde allí se puede contemplar, en una sola visión, todas
las vertientes, todas las pendientes, todos los valles, todos los engaños de
los sentidos, todos los engaños de la mente, todos los engaños de la Verdad, todos
los inagotables multiformes engaños humanos, todos los engaños de este Universo
inmenso, apegados y arraigados a las laderas de la Montaña de la Ilusión.
Sólo en la Cima de la Montaña se puede experimentar en su
plenitud, en su máxima expresión, realización y posibilidad, el Amor, la Espiritualidad,
la naturaleza de Dios, la Belleza maravillosa de este Universo, la condición
más perfecta de uno mismo, la Unidad de Todo, la superación de todo Mal. Más
abajo, en el mundo real, en el mundo cotidiano, en el mundo científico y
material, sólo se realizan ocasionalmente, corruptamente, incompletamente, ingenuamente, frustradamente, cínicamente, ilusoriamente…
Sin embargo, esta Cima, punto máximo y supremo de
experiencia, de existencia y posibilidad humanas, aunque es real - está aquí, sí
-, donde casi ningún ser humano logra ascender, aun así, es igualmente una
Ilusión, la mejor, la más deseable y satisfactoria de todas las
ilusiones, el Reino de Dios, la Ilusión de la Cima de la Montaña, la Ilusión al
final de la Montaña de los Bienaventurados. ¡Qué perfecto se siente estar aquí!...
La Ilusión siempre nos acaba engullendo dentro de su
propia nuestra Ilusión.
Uno
siempre trata de afirmarse en (llegar a) una realidad más fuerte, más
verdadera, más correcta, superior, etc., que (mantenerse) en
una que, en algún sentido, reconocemos como más débil, más imperfecta,
más incompleta, más inadecuada, inferior, etc. Las
Ciencias, por ejemplo, conciben su condición epistemológica, sus
metodologías, la realidad física, etc., como una continua progresión desde un
saber menor a uno mayor; desde una práctica menos eficaz y certera, a una mejor
y superior; desde un conocimiento y develamiento de la realidad menos verdadero
(incompleto), a uno más verdadero (más amplio). Los sistemas y concepciones espirituales
y religiosos universales conciben la experiencia humana y la revelación (divina)
como un continuo progresivo desde un menor saber, a uno mayor y más verdadero;
desde una condición personal, existencial y espiritual que puede desarrollarse
y transformarse progresivamente, certeramente, incluso hasta alcanzar un estado
más próximo a la (suprema) divinidad. La vida cotidiana, la vida común
de todos los seres humanos, en toda su multiplicidad y actividades, en todas
sus formas y manifestaciones, está enteramente inmersa, enteramente
condicionada, normada, constituida, etc., en una visión de cosas peores y otras
mejores, a las que se debe aspirar; siempre el mañana es una oportunidad
para que “todo sea mejor”, se vive la realidad como si ella avanzara
naturalmente desde un menos a más, desde un pasado hacia un futuro. Si estoy
enfermo y me duele el estómago (microilusión), quiero sanarme para que ya no me
duela el estómago (microilusión), porque si estoy sano (microilusión), siento
que la vida merece ser vivida (microilusión), etc. Siempre estamos tratando de
progresar, de avanzar de una condición a otra.
Sin
embargo, no integramos a nuestro sistema cognitivo, a nuestro paradigma sicológico
y semántico inconciente de realidad, a nuestra experiencia del estado de
realidad, el hecho (estado) de que, cuando intentamos y hasta
logramos esto, sólo superamos un modo (estado) de realidad para incorporarnos a
un nuevo modo (estado) enteramente
ilusorio de realidad. Así pues, en cierto sentido microilusorio,
superamos un estado de realidad – particular o general - al ingresar en
un mejor estado de realidad (respecto de otro), pero en otro sentido macroilusorio,
seguimos manteniendo la misma macrocondición de realidad ilusoria, una ilusión,
en otra ilusión, en otra ilusión, en otra ilusión, etc., (aparentemente)
sin progresión ninguna. Por ejemplo, estoy ciego, no puedo ver; me opero quirúrgicamente
de los ojos y ahora puedo ver. Ver, en este caso, es una superación de
la microilusión de no ver, aunque ver también es una
representación microilusoria de la realidad física y una limitación (incapacidad)
para percibir aquello (macroilusorio) que está más allá de mi rango
perceptivo visual. Por ejemplo, también, siempre el ser humano ha concebido que
aprender es pasar de un estado de ignorancia, o de menor saber, a un
estado de mayor saber (conocimiento); sin embargo, todo aprendizaje reemplaza
un tipo de saber o desconocimiento ilusorio, por otro saber sólo más eficiente en
algún sentido relativo, que la ignorancia o el saber menor, aunque genera
otras formas y contenidos ilusorios o determinantes (clausurados), que
normalmente también se ignoran o se desconocen macroilusoriamente (inconciente
o concientemente). Por ejemplo, si
estudio odontología, voy a saber más de la dentadura que antes, pero ya no
estudiaré ingeniería, o egiptología, etc. Si aprendo a tocar guitarra, cada vez
que toque guitarra no tocaré piano. Si aprendo física cuántica, creeré saber que
la realidad es cuántica, y que ya nada desmentirá este saber. Si creo en
(aprendo) la doctrina religiosa de Jesús, no podré aceptar que pueda volver a
venir Jesús (de la forma que sea) y modificar completamente su doctrina de hace
2 mil años. Sin embargo, Jesús, en términos de realidad ilusoria,
podría venir cuantas veces quiera, incluso ninguna más, y hacer y decir cada
vez lo que sea y lo que quiera, sin estar condicionado en absoluto por su
primera aparición (microilusoria) en la Tierra.
Pero,
sobre todo, no podemos saber de ninguna manera si
este mero paso de una microilusión a otra microilusión (¿ad infinitum?) representa,
dentro de un metamarco de realidad inalcanzable experiencialmente para
nosotros, alguna forma, o especie, o semejanza, de progresión, transformación,
evolución, trascendencia, etc., hacia una No-ilusión (No-Macroilusión), o bien,
sólo representa una especie de movimiento circular recursivo (¿ad infinitum?) e
ilusorio. Somos como ratoncillos dentro de un laberinto; nuestro presente
es una experiencia de camino adelante y de camino atrás, a veces abierto, a
veces cerrado; cuando descubrimos un nuevo caminito (abierto-presente), nunca
sabemos cuándo ni cómo alcanzaremos el centro del laberinto que buscamos, ni si
adelante se cerrará por completo, ni si hay una salida, o un centro, o un
afuera, o siquiera si esto es un laberinto.
Ante
esto, ante tanta y absoluta ilusión y delirio humanos, ante la ilusión
redoblada de la realidad física (externa), ¿debiéramos enloquecer,
destruirnos, suicidarnos, o tomar cualquier otra decisión extrema, convulsiva y
desesperada?... Además, ¿algo mínimo siquiera, cualquier cosa que podamos decidir,
querer, realizar es nuestra decisión, es un acto que
decidimos nosotros, desde un absoluto nosotros, como si el comienzo estuviese
en algún punto exclusivo dentro de nosotros, la creación absoluta de esa particular
decisión (¿libre?), y que incluso las opciones que nos planteamos antes de
tomar esta decisión también puedan ser completamente nuestras? El primer
espejismo ilusorio es creer que, porque decidimos hacer algo, y ese algo se
realiza, o nosotros mismos lo realizamos (se cumple), ocurre precisamente
porque nosotros lo decidimos, lo causamos y lo realizamos. Si yo decido mover
el dedo meñique de mi mano izquierda, y el dedo se mueve, ¿siento y creo que no
es mi cerebro, ni mis músculos y nervios, ni mi sistema óseo, ni mi sangre, ni
mis células, ni mis diferentes tipos de energía, etc., quienes deciden
“hacer su parte” para mover mi dedo, sino que es algo invisible y desconocido,
que siento y denomino como mi “yo”, quien causa esa decisión de mover, y ejecutar de hecho,
que mi dedo se mueva? ¿Y qué causa, o hace, que mi yo decida
precisamente eso?... Nadie sabe qué ilusión
se (nos) oculta tras todas estas ilusiones. Yo creo – en mi supuesto
grado superior de microilusión - que TODO lo que nos acontece ocurre
porque Lo que
lo causa y lo provoca (enteramente desconocido e ilusivo para nosotros)
simplemente pasa a través de (por) nosotros, a veces coincidiendo con lo
que nosotros procesamos y decidimos (sentimos) como propio (yo decido, yo
causo), en otras ocasiones, sin coincidir y sin quererlo, como cuando rezamos
para que algo ocurra, y ocurre, o no ocurre; o como cuando lanzamos una moneda
al aire, pedimos cara, y sale cara, o bien, sale sello; o
como cuando estamos transitando por el puente que hemos atravesado cientos de
veces antes, pero el puente esta vez colapsa y se derrumba.
Entonces,
preguntémonos ahora y ante esto, ¿Qué quiero?... ¿Puedo querer, debo
querer, darle sentido a algo?... Si no somos capaces de predecir, de
anticipar, de adivinar lo que va a suceder (futuro, o lo que sea esto [ilusorio]
que adviene en presente) ilusionemos que vamos a lograr lo que queremos; o
que por algún “milagro” de la realidad, eso va a ocurrir precisamente como
quiero o pretendo; o usemos esperanza, este lenitivo ilusorio que está a
montones en nuestra naturaleza mental; o usemos todo este inmenso artefacto de saberes,
conocimientos, técnicas, bienes, logros, facultades, etc., que le
han dado tanta seguridad a la Humanidad actual para justificar cualquier engañito
de realidad y de certeza… O también - como hago yo - podemos aceptar que
las cosas acontezcan a veces como quiero y deseo, lo mismo que no acontezcan
como quiero y deseo, incluso sufriendo porque no sea así, pero siempre,
en uno y otro caso, aceptando
(entregado al movimiento actual y posible de la realidad), por encima de todo,
por dentro de todo, que TODO ES UNA ILUSIÓN. A mí al menos,
este actual trance interno-externo me deja un resabio de algo como paz en
la no-paz. De siempre estar como estoy, de siempre estar donde simplemente
debo estar, de que acontece siempre lo que debe acontecer, aunque eso no
sea lo que puede acontecer, de hacer-no-haciendo, de que estoy
dentro de Algo (ilusorio) que me permite ser y hacer en la medida
y forma que ese Algo es y hace conmigo, o no conmigo.
Está
bien que vayamos a morir todos (juntos). ¿Alguna vez ha dejado de morir
alguien? Ni siquiera Jesús - según dicen - el resucitado[1],
dejó de morir, y ¡vaya de qué manera!... Nuestra Historia humana está completada
no por vivos, sino por muertos. Parece que la vida fuese un accidente temporal
dentro de la muerte, o al menos de algo que no es la vida. Cuando digo
“está bien” (morir), sólo trato de decir que las cosas ocurren en cierto nivel
inalcanzable, inevitable, necesario, por lo cual intentar oponerse resulta
vano, penoso, “nada bueno”. Es una cuestión intuitiva, empírica, espiritual,
etc., que saber dejarse llevar por la existencia, por un Cierto
Movimiento que SIEMPRE lo arrastra todo, aunque lo desconozcamos, “está bien”. Afirmar
o creer que la muerte está mal no se ajusta a la realidad, porque,
además, la realidad no posee una connotación ni un valor moral, ni tampoco un
sentido racional, aunque a veces nos parezca que funciona precisamente así. La realidad
– o Lo Que Sea - que produce todas las cosas que acontecen y existen, si las
crea con algún designio o valor, estamos demasiado lejos (de la capacidad
humana) de experimentarlo y conocerlo. Nosotros sólo experimentamos muy
sumergidos dentro de un juego de ilusiones, ilusiones, cosas reales, que
se perciben como ilusiones sólo cuando, por alguna paradójica capacidad, uno se
separa un poco de la ilusión particular, de un cierto estado individualizado de
ilusión, como un apéndice momentáneo se separa (sin separarse del todo) de su
unidad primaria y así alcanza a experimentar una fugaz sensación de que puede
percibir la unidad como otra cosa diferente de sí misma, y diferente a como la experimenta
en sí misma. Parece como si ese Algo que lo empuja todo nos tomase la cabeza y
la hundiese a la fuerza bajo el agua, para que allí nos ahoguemos en un ensueño
de ilusión y apariencia real y natural. Sólo por un instante a algunos nos
permite sacar la cabeza apenas un poco por encima de la superficie para intuir entonces
que nos estamos ahogando, y no simplemente, como creemos todo el tiempo, que
estamos viviendo en un todo-agua.
Quizás
lo que más nos duele, al sacar por un instante la cabeza del agua, no es el
hecho de reconocer que vamos a morir, o a morir todos juntos, el apego
instintivo a la ilusión de la vida, o el temor de la experiencia de la muerte,
sino que vamos a
matarnos unos a otros, que vamos a destruir este planeta, junto con
todo su valor – aunque sea ilusorio -, pero no por necesidad, no
simplemente porque hay un Destino, no porque una corriente de la existencia nos
lo impone así. ¿O sólo tenemos una vez más la falsa ilusión de que está en
nuestras manos, en nuestra capacidad, en nuestra libertad evitar la mutua
destrucción (debajo del agua)?... Y, en consecuencia, ¿“está bien” que nos
masacremos y apocalípticamente lo aniquilemos todo? En mi más actual visión,
creo que ni somos libres, ni no libres; el remolino de nuestra experiencia de
realidad gira demasiado rápido para diferenciar si hay profundamente algo
bueno o algo malo, lo libre de lo impuesto, y así sucesivamente todo con
todo. ¿Si yo no quiero morir, ni matar a nadie, ni destruir este planeta, pero
soy incapaz de impedirlo, igualmente poseo la misma voluntad colectiva, el
mismo propósito (superior al individuo particular) que nos hará, llevándolo
todos juntos al mismo y único fin, a acabar todos juntos en la misma
destrucción?[2]...
¡Seguramente sí!, pero también debe haber algo más que eso, Algo que se nos escapa por completo, y que
cambiaría también por completo nuestros inútiles intentos de (ilusoria) comprensión.
Yo
creo y observo que cada vez, cada día que pasa, hay más personas en el Mundo
que piensan que, con seguridad, o muy probablemente, en un futuro próximo nos
vamos a destruir por medio de un gran holocausto bélico y sus consecuencias, o
también por otras catástrofes sincrónicas. Sin embargo, a diferencia del pánico
colectivo que causaba esta idea (fin de Mundo) en las diferentes épocas
anteriores, curiosamente hoy la gente en masa, salvo uno que otro desesperado
(para sus adentros), lo observa, lo piensa, lo espera incluso - ¿cómo decirlo?
– con naturalidad, tal vez con resignada y apacible aceptación. No
me cabe duda de que estamos suficientemente dotados con un set natural de
ilusiones para vivir y morir adecuadamente, también el Apocalipsis (¿la
ilusión final?). Muchos, quizás la mayoría, hacen uso de su capacidad natural y
abundante para ignorar, desentenderse, confiar, ser positivo, trivializar,
mentir, tener fe, negar, no creer, desinformar, explicar, manipular, racionalizar,
enfermar, “simplemente vivir”, etc., y de esta manera desactivan, anulan,
ILUSORIAMENTE, la realidad del evento en aproximación (no presente) muerte,
Apocalipsis-Todos-Juntos. Un ejemplo interesante
y representativo del paradigma actual, que vengo describiendo, lo podemos ver
en la popular película No miren arriba[3],
aunque en ella no se trate de una guerra nuclear, sino de la caída de un gran cometa.
O sea, no estoy revelando nada original, nada que no esté en el espíritu
mismo de nuestro tiempo. Basta enterarse, incluso sólo un poco, por los
medios de comunicación al alcance de cualquiera.
Frente
a esto, yo no recomiendo nada en particular, nada en general. Sólo soy un
vidente momentáneo y una víctima-victimario más. Cada uno debe descubrir por sí
solo cómo prepararse y acercarse a la experiencia de su muerte y de la muerte
de los demás, porque, aunque no haya una conflagración mundial y total, la experiencia
de la muerte está cerca, es inevitable para cada uno, uno por uno.
[1]
Incluso si hubiese resucitado, Jesús
dejaría de ser un referente humano (un ser humano), porque no habría seguido
existiendo en nuestro sistema natural humano, donde es necesario morir (del
todo) aquí.
[2]
Incluso aunque me suicide, sigo con
mi suicidio llevando todo al mismo fin. Es decir, si me suicido, y así no lo
impido, entonces también así, por el acto y hecho de suicidarme, lo acompaño
(dentro de la misma corriente total) hacia el mismo final.
[3] En inglés, Don’t Look Up (2021).
Nadie
vio lo que yo vi. Nadie recuerda lo que yo recuerdo. Una pandereta de ladrillo,
encalada, día tras día observada únicamente por mi mirada de niño, atentamente,
curiosamente, desaprensivamente, como una cita de enamorados por primera vez, a
solas. Relieves deformes de una espátula que imprimió golpes de mezcla según
los dictados del momento del corazón de un albañil. Los observaba, como se siente
en un Nocturno de Chopin los rastros de un instante sobre las teclas de su
piano polaco, porque cada encuentro entre mi vista y cada sinuosidad dejaba en
mí una emoción particular y única, ahora tan nostálgica, tan lejana, como sólo
el pasado bien escondido puede serlo. Trazos de pintura resquebrajada en
figuras de un artista desconocido, pedazos de ladrillo rojo a la vista, descascarados
y roídos por humedades persistentes, por quién sabe qué designios de la
existencia. Lagartijas verdiazules a veces se calentaban palpitantes, agarradas
de cualquier pequeño reborde, adormecidas bajo el sol en primavera; corrían a
esconderse cuando mi mirada curiosa se encontraba con sus ojitos entelados. Esa
pandereta por encima de la que levantaba tímidamente mi cabeza, después de
encaramarme a duras penas por las pequeñas salientes que formaban algunos
ladrillos, para espiar el jardín misterioso y prohibido de nuestro vecino
gruñón, del gigante egoísta que reventaba a disparos de perdigón las pelotas de
plástico que regularmente al jugar se nos saltaban sobre ese cerco de la distancia
humana. Una llave de jardín pegada a ese muro blanco para regar una angosta hilera
de calas, lirios y una mata de glicina lila más olorosa que los perfumes de mi
madre, esculpida en mi alma para siempre. ¿Cómo un Universo tan grande, tan
inabarcable para los sabios astrónomos, pudo haber creado un diminuto espacio,
tan lleno, tan sólo nuestro entre él y yo, tan aislado, tan invisible y tan
desbordante al mismo tiempo?... De esa pandereta ya no queda nada. El vecino
está muerto, igual que Chopin. Hace más de cincuenta años todo eso desapareció;
sólo persiste en mi memoria, gracias a un repentino chispazo de recuerdo, esa imperfecta
olvidada pandereta blanca, hasta que yo también desaparezca y me encorve doblemente
en esta misma nada presente, como un remolino de espuma desaparece en cualquiera
playa ignorada.
La
conciencia y la mente en su conjunto cuando experimentan, perciben, capturan,
representan en su máxima expresión, capacidad, realización, posibilidad, la
realidad, su inmensidad, su verdad, apenas logran un fragmento tan
insignificante, tan ilusorio, tan absurdamente humano de ese océano
ontológico inalcanzable… La conciencia y la mente cuando ponen atención,
experimentan, perciben algo, dejan fuera, en la inconciencia y la desatención
“el resto”, la simultaneidad de TODO. ¡Qué cosa más ínfima somos!...
Incluso los estados más elevados de la iluminación espiritual, los ensueños místicos
de integración universal en la Unidad, en Dios, en lo que sea más todo, son
sólo atisbos nebulosos de Algo que podría existir, de un estado de Yo-Todo,
pero que en verdad se nos niega, se nos imposibilita, se nos ilusiona de que
somos capaces de experimentarlo (incluso inmortalmente, eternamente).
Quizás sería mejor reconocer que todo lo que entra y todo lo que queda en
nuestra conciencia y mente es la irrealidad de la
realidad. Quizás ésta sea la paz suprema, la última, la paz menesterosa
y humilde – para nuestra ilusión ingénita, sin embargo, INMENSA - que
nos deja la conciencia máxima de ser casi nada…