Está
bien que vayamos a morir todos (juntos). ¿Alguna vez ha dejado de morir
alguien? Ni siquiera Jesús - según dicen - el resucitado[1],
dejó de morir, y ¡vaya de qué manera!... Nuestra Historia humana está completada
no por vivos, sino por muertos. Parece que la vida fuese un accidente temporal
dentro de la muerte, o al menos de algo que no es la vida. Cuando digo
“está bien” (morir), sólo trato de decir que las cosas ocurren en cierto nivel
inalcanzable, inevitable, necesario, por lo cual intentar oponerse resulta
vano, penoso, “nada bueno”. Es una cuestión intuitiva, empírica, espiritual,
etc., que saber dejarse llevar por la existencia, por un Cierto
Movimiento que SIEMPRE lo arrastra todo, aunque lo desconozcamos, “está bien”. Afirmar
o creer que la muerte está mal no se ajusta a la realidad, porque,
además, la realidad no posee una connotación ni un valor moral, ni tampoco un
sentido racional, aunque a veces nos parezca que funciona precisamente así. La realidad
– o Lo Que Sea - que produce todas las cosas que acontecen y existen, si las
crea con algún designio o valor, estamos demasiado lejos (de la capacidad
humana) de experimentarlo y conocerlo. Nosotros sólo experimentamos muy
sumergidos dentro de un juego de ilusiones, ilusiones, cosas reales, que
se perciben como ilusiones sólo cuando, por alguna paradójica capacidad, uno se
separa un poco de la ilusión particular, de un cierto estado individualizado de
ilusión, como un apéndice momentáneo se separa (sin separarse del todo) de su
unidad primaria y así alcanza a experimentar una fugaz sensación de que puede
percibir la unidad como otra cosa diferente de sí misma, y diferente a como la experimenta
en sí misma. Parece como si ese Algo que lo empuja todo nos tomase la cabeza y
la hundiese a la fuerza bajo el agua, para que allí nos ahoguemos en un ensueño
de ilusión y apariencia real y natural. Sólo por un instante a algunos nos
permite sacar la cabeza apenas un poco por encima de la superficie para intuir entonces
que nos estamos ahogando, y no simplemente, como creemos todo el tiempo, que
estamos viviendo en un todo-agua.
Quizás
lo que más nos duele, al sacar por un instante la cabeza del agua, no es el
hecho de reconocer que vamos a morir, o a morir todos juntos, el apego
instintivo a la ilusión de la vida, o el temor de la experiencia de la muerte,
sino que vamos a
matarnos unos a otros, que vamos a destruir este planeta, junto con
todo su valor – aunque sea ilusorio -, pero no por necesidad, no
simplemente porque hay un Destino, no porque una corriente de la existencia nos
lo impone así. ¿O sólo tenemos una vez más la falsa ilusión de que está en
nuestras manos, en nuestra capacidad, en nuestra libertad evitar la mutua
destrucción (debajo del agua)?... Y, en consecuencia, ¿“está bien” que nos
masacremos y apocalípticamente lo aniquilemos todo? En mi más actual visión,
creo que ni somos libres, ni no libres; el remolino de nuestra experiencia de
realidad gira demasiado rápido para diferenciar si hay profundamente algo
bueno o algo malo, lo libre de lo impuesto, y así sucesivamente todo con
todo. ¿Si yo no quiero morir, ni matar a nadie, ni destruir este planeta, pero
soy incapaz de impedirlo, igualmente poseo la misma voluntad colectiva, el
mismo propósito (superior al individuo particular) que nos hará, llevándolo
todos juntos al mismo y único fin, a acabar todos juntos en la misma
destrucción?[2]...
¡Seguramente sí!, pero también debe haber algo más que eso, Algo que se nos escapa por completo, y que
cambiaría también por completo nuestros inútiles intentos de (ilusoria) comprensión.
Yo
creo y observo que cada vez, cada día que pasa, hay más personas en el Mundo
que piensan que, con seguridad, o muy probablemente, en un futuro próximo nos
vamos a destruir por medio de un gran holocausto bélico y sus consecuencias, o
también por otras catástrofes sincrónicas. Sin embargo, a diferencia del pánico
colectivo que causaba esta idea (fin de Mundo) en las diferentes épocas
anteriores, curiosamente hoy la gente en masa, salvo uno que otro desesperado
(para sus adentros), lo observa, lo piensa, lo espera incluso - ¿cómo decirlo?
– con naturalidad, tal vez con resignada y apacible aceptación. No
me cabe duda de que estamos suficientemente dotados con un set natural de
ilusiones para vivir y morir adecuadamente, también el Apocalipsis (¿la
ilusión final?). Muchos, quizás la mayoría, hacen uso de su capacidad natural y
abundante para ignorar, desentenderse, confiar, ser positivo, trivializar,
mentir, tener fe, negar, no creer, desinformar, explicar, manipular, racionalizar,
enfermar, “simplemente vivir”, etc., y de esta manera desactivan, anulan,
ILUSORIAMENTE, la realidad del evento en aproximación (no presente) muerte,
Apocalipsis-Todos-Juntos. Un ejemplo interesante
y representativo del paradigma actual, que vengo describiendo, lo podemos ver
en la popular película No miren arriba[3],
aunque en ella no se trate de una guerra nuclear, sino de la caída de un gran cometa.
O sea, no estoy revelando nada original, nada que no esté en el espíritu
mismo de nuestro tiempo. Basta enterarse, incluso sólo un poco, por los
medios de comunicación al alcance de cualquiera.
Frente
a esto, yo no recomiendo nada en particular, nada en general. Sólo soy un
vidente momentáneo y una víctima-victimario más. Cada uno debe descubrir por sí
solo cómo prepararse y acercarse a la experiencia de su muerte y de la muerte
de los demás, porque, aunque no haya una conflagración mundial y total, la experiencia
de la muerte está cerca, es inevitable para cada uno, uno por uno.
[1]
Incluso si hubiese resucitado, Jesús
dejaría de ser un referente humano (un ser humano), porque no habría seguido
existiendo en nuestro sistema natural humano, donde es necesario morir (del
todo) aquí.
[2]
Incluso aunque me suicide, sigo con
mi suicidio llevando todo al mismo fin. Es decir, si me suicido, y así no lo
impido, entonces también así, por el acto y hecho de suicidarme, lo acompaño
(dentro de la misma corriente total) hacia el mismo final.
[3] En inglés, Don’t Look Up (2021).
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