La
conciencia y la mente en su conjunto cuando experimentan, perciben, capturan,
representan en su máxima expresión, capacidad, realización, posibilidad, la
realidad, su inmensidad, su verdad, apenas logran un fragmento tan
insignificante, tan ilusorio, tan absurdamente humano de ese océano
ontológico inalcanzable… La conciencia y la mente cuando ponen atención,
experimentan, perciben algo, dejan fuera, en la inconciencia y la desatención
“el resto”, la simultaneidad de TODO. ¡Qué cosa más ínfima somos!...
Incluso los estados más elevados de la iluminación espiritual, los ensueños místicos
de integración universal en la Unidad, en Dios, en lo que sea más todo, son
sólo atisbos nebulosos de Algo que podría existir, de un estado de Yo-Todo,
pero que en verdad se nos niega, se nos imposibilita, se nos ilusiona de que
somos capaces de experimentarlo (incluso inmortalmente, eternamente).
Quizás sería mejor reconocer que todo lo que entra y todo lo que queda en
nuestra conciencia y mente es la irrealidad de la
realidad. Quizás ésta sea la paz suprema, la última, la paz menesterosa
y humilde – para nuestra ilusión ingénita, sin embargo, INMENSA - que
nos deja la conciencia máxima de ser casi nada…
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