martes, 9 de enero de 2024

Nadie vio lo que yo vi

 


  

Nadie vio lo que yo vi. Nadie recuerda lo que yo recuerdo. Una pandereta de ladrillo, encalada, día tras día observada únicamente por mi mirada de niño, atentamente, curiosamente, desaprensivamente, como una cita de enamorados por primera vez, a solas. Relieves deformes de una espátula que imprimió golpes de mezcla según los dictados del momento del corazón de un albañil. Los observaba, como se siente en un Nocturno de Chopin los rastros de un instante sobre las teclas de su piano polaco, porque cada encuentro entre mi vista y cada sinuosidad dejaba en mí una emoción particular y única, ahora tan nostálgica, tan lejana, como sólo el pasado bien escondido puede serlo. Trazos de pintura resquebrajada en figuras de un artista desconocido, pedazos de ladrillo rojo a la vista, descascarados y roídos por humedades persistentes, por quién sabe qué designios de la existencia. Lagartijas verdiazules a veces se calentaban palpitantes, agarradas de cualquier pequeño reborde, adormecidas bajo el sol en primavera; corrían a esconderse cuando mi mirada curiosa se encontraba con sus ojitos entelados. Esa pandereta por encima de la que levantaba tímidamente mi cabeza, después de encaramarme a duras penas por las pequeñas salientes que formaban algunos ladrillos, para espiar el jardín misterioso y prohibido de nuestro vecino gruñón, del gigante egoísta que reventaba a disparos de perdigón las pelotas de plástico que regularmente al jugar se nos saltaban sobre ese cerco de la distancia humana. Una llave de jardín pegada a ese muro blanco para regar una angosta hilera de calas, lirios y una mata de glicina lila más olorosa que los perfumes de mi madre, esculpida en mi alma para siempre. ¿Cómo un Universo tan grande, tan inabarcable para los sabios astrónomos, pudo haber creado un diminuto espacio, tan lleno, tan sólo nuestro entre él y yo, tan aislado, tan invisible y tan desbordante al mismo tiempo?... De esa pandereta ya no queda nada. El vecino está muerto, igual que Chopin. Hace más de cincuenta años todo eso desapareció; sólo persiste en mi memoria, gracias a un repentino chispazo de recuerdo, esa imperfecta olvidada pandereta blanca, hasta que yo también desaparezca y me encorve doblemente en esta misma nada presente, como un remolino de espuma desaparece en cualquiera playa ignorada.


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