“Viviendo en el seno de la ignorancia y considerándose
inteligentes y esclarecidos, los ignorantes giran incansablemente en redondo, trastabillando por caminos torcidos, semejantes a ciegos conducidos por ciegos.” Katha
Upanishad, 1-II-5
¿Quién
de nosotros podría reputarse no representado por esta terrible verdad? El que
diga: yo… será por cierto el rey de los ciegos. Y sin embargo, el que
acepte encontrarse en la condición de ignorante, estará, por su parte,
reconociendo probablemente, no más, que experimenta la sumisa esclavitud de la
ceguera… Yo al menos no hablo aquí como un iluminado; si lo fuese, no por
humildad lo negaría, mas hablo como uno que va y viene dentro y fuera de la
ignorancia. Ahora que todos mis vellos comienzan a encanecer o a desprenderse
de mi cuerpo, reconozco en mi propio dilatado deambular por la existencia cuán
peligroso y difícil es validar la verdad propia y el propio mérito. Cuán
incierto y complicado es creer y al mismo tiempo dudar de lo que se cree. Sin
embargo, en eso estoy (viviendo) dentro de mi propia condición de ciego
atormentado y apacible… No siendo suficiente para callar, pero tampoco
suficiente para vocear en las plazas.
Y
¿qué me mueve, entonces, para levantar mi voz en la penumbra?... La evidencia
de que las grandes verdades históricas, los grandes ideales declarados, las
conmovedoras enseñanzas de todos los grandes maestros, las penosas o
placenteras prácticas y escuelas de sabiduría –con todo lo positivo que han
logrado-- no han sido suficientes ni tan eficaces como para facilitar, a los
que buscan salir de la ceguera y del girar en torno a la propia cola, el producir
certeramente en la mayoría de los buscadores la trascendencia y la transfiguración
de sí mismos, el tránsito hacia la recta Verdad y la inmersión en la Realidad Una.
Es necesario, en cambio, --lo expondré en todo lugar y en adelante—una
experiencia más pequeña y minuciosa, menos ostentosamente espiritual o sabia,
pero más eficaz y transformadora de toda ceguera e ignorancia humanas…
Pero,
¿a quiénes me dirigiré?... ¿A aquellos que escuchándome no comprenderán nada, o
me desprecien por una u otra razón, o que, sumidos en un mundo de imágenes
mentales proyectadas al exterior –el “mundo de hoy”--, no exista en su propia
convicción y realidad ni la más pequeña
resquebrajadura? Yo no estoy para ellos… Otros
más violentos, o más pacíficos que yo, se encargarán de minarlos, de roerlos,
de maltratarlos y hacerlos sufrir para que algún día aparezca en ellos suficiente
angustia, y comiencen a dudar, al principio, simplemente a dudar, profundamente…
¿Me
dirigiré, entonces, a aquellos que toman los escritos, escuchan y asienten a
las sabias palabras, o al menos se cuestionan seriamente, pero que al terminar
con el último punto giran la cabeza hacia otro lado, donde puedan escuchar
todavía más sabias y transformadoras palabras, o acudir a prácticas “transformadoras”?... ¿Y a aquellos que dicen amén, u om, o wuahe guru, o namaste, o tantas otras bellas palabras
con las que también se asentirá a las mías, sin que ni unas ni otras los despierte
como un cataclismo de Luz?... ¿Si lo que yo he vivido es como un cataclismo de luz y tinieblas?
¿Acaso
el jilguero dejará de trinar al alba porque nadie lo escucha? Lo que creó la
soledad y la ignorancia es lo mismo que creó lo Uno…
Y
al fin yo tenderé una escala, un puente, una interfaz entre lo inmenso y lo
pequeño, el Ideal y la cotidianeidad, el espíritu y la mente, la enseñanza y el
cambio, la verdad y la mentira, la ceguera y la luz, el mañana, el pasado y el
hoy. Sólo una pequeña escala, modesta, ni grande ni pequeña, sólo práctica, funcional,
recta y real… Si miento, engaño o alucino, seré yo el primero que verán caer al
romperse la escala.
Quizás escriba para los que caminan pasito a pasito, como los niños vacilantes y decididos, que un día tras otro hacen el esfuerzo honesto de levantar de a poco un pie para subir un peldaño, y dejar al mismo tiempo otro peldaño abajo...
Volveré…