Ester, morena niña de ocho años, se
había alejado de su madre y de su hermano mayor, mientras jugaba en el parque;
sin embargo, podía verlos desde lejos, y eso la tranquilizaba. Buscaba tréboles
de cuatro hojas entre la hierba y las plantas. Se detuvo bajo un aromo de ancha
copa para volver a contemplar el preciado y único trébol que guardaba en el
bolsillo de su vestido, dentro de una pequeña bolsa de plástico. Entonces creyó
escuchar muy cerca un sonido semejante a un pitido. Miró con atención y descubrió
que a no más de un paso había caído un pajarillo de sólo algunas horas de vida,
pero que, aún sin plumas suficientes ni fortaleza, sólo se estremecía cada
cierto rato. Ester no supo que en ese momento se cumplía en ella la ley de la vida: tres condicionamientos
naturales, sólo tres opciones humanas ante cualquier situación… Ester podía
acercarse y tomarlo amorosamente para ayudarlo a volver a su nido. Ester podía
seguir adelante indiferente a su suerte. Ester podía aplastarlo con su pie… --Lo
demás sólo sería variaciones de lo mismo--… ¿Cómo podía saber que veinte años
más tarde elegiría amar a John y que, ya dispuestos a casarse en unos días más,
se enteraría de que John le era infiel con su mejor amiga?... ¿O que a los
cincuentaicuatro años, sentada en el reborde de un alto puente, la mirarían de
reojo y con indiferencia decenas de transeúntes antes de que se lanzase al
vacío?... En cada uno de esos decisivos instantes, la misma encrucijada…La vida
de un humano cualquiera se debate en la inconciente necesidad de optar por
alguna de estas tres precarias formas de libertad… Esta vez, Ester decidió dar
un paso y aplastar al insignificante pajarillo…
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