Vicentito
tiene – supongo - unos 47 años. Es un padre de familia, como yo, como tú, o, si
no lo eres, como tantas personas. Tiene una hija de un año y medio; él la ama
más que a sí mismo, yo me doy cuenta. La pequeñita no lo ama sólo porque
todavía es demasiado pequeñita para cumplir satisfactoriamente con el buen concepto
de amor, pero sonríe, sonríe, y ríe también a carcajadas, con las
gracias que Vicentito continuamente le inventa. Juanita es su esposa, fiel y
abnegada como la mejor de las mujeres y de las madres… Así los veo yo, cuando
los visito ocasionalmente un domingo, o en una fiesta de cumpleaños... ¡No!...
Es verdad que los puedo revivir como si fuese hoy, pero han pasado ya varios
años desde que presenciaba esto, precisamente así. Se pueden decir
tantas cosas de la vida… ¿Por qué cuando suspiramos inesperadamente siempre buscamos alguna
sentencia, alguna enseñanza universal acerca de la existencia humana?... ¿Qué
puedo decirte, Vicentito, después de 7 años desde que sufriste ese accidente
automovilístico que te mantiene en cama sin la mitad de tu cerebro, contemplando
inmóvil y rígido lo que te queda de esta vida?... ¿Lo presentiste, lo buscaste,
o el misterio de la existencia guarda con siete llaves el secreto doloroso que sólo
ustedes comparten?...