miércoles, 22 de diciembre de 2021

Después de Cristo

 

 


Estacioné mi automóvil debajo de un gran algarrobo, me eché a la espalda la mochila y comencé a caminar. Hasta allí llegaba mi mapa, la huella sobre el camino, y las buenas referencias. Desde ahí hacia adelante, me convertía en sabueso en medio de esta inmensa soledad de humanos. Me sé parte de las montañas, del silencio recogido, del viento, del sol del norte, de modo que este páramo resuena dentro y fuera de mí como un vacío lleno lleno lleno…

Escalé, trepé, anduve buscando pasos entre riscos y peñas hasta que cayó la noche. Dentro de mi saco de dormir me quedé contemplando durante horas este cielo inmaculado e infinito. Estaba exhausto, pero no podía dormir. Cuando uno se aleja de los hábitos del mundo civilizado las cosas se tornan diferentes, y se comportan diferente. Es verdad que yo había cambiado, y por ello mi percepción de este universo infinito de estrellas y de infinito había cambiado. Pero, junto con ello, también el universo infinito de estrellas se me dejaba ver, se mostraba para mí como antes era incapaz de verlo, estando también AHÍ. Estaba convencido, como lo estoy ahora, de que todas esas estrellas me observan de alguna forma semejante a como yo las contemplo a ellas. No, no me observaban, porque observar es una disposición y acción propia de un ser vivo, biológico, animal. Tampoco puedo concebir que me aman, aunque yo siento que el Universo me contempla con un amor tan único, tan especial y sobrecogedor, que sólo lo puedo sentir cuando soy observado por el Universo desbordado de estrellas. Pero, ¿cómo si no este minúsculo animal humano podría traducir, o mejor todavía, producir en su precario mundo mental y conceptual cualquier experiencia de realidad que lo supera tan sólo un poco, no ya aquello que lo supera inconcebible o hasta infinitamente?...

Tan sólo un paso más adelante, cuando uno comienza también a enfundar dentro de palabras, dentro de voces, de sonidos, de sensaciones y pensamientos esas ondas metafísicas, cuánticas, que circulan por todas partes, y en especial aquí, donde todavía puedes presentir los rastros arqueológicos y manifiestos del Gran-Creador-de-Esto, entonces también se hace manifiesto que es necesario estirar la condición personal y humana hasta una cierta forma nueva de delirio y locura, de lo contrario uno se queda atrás, bien atrás de TODO, dormido dentro de esa otra forma de delirio y locura en que vivimos a diario, alucinando tan cómoda y naturalmente. No podía negar que al menos yo sí estaba loco al encontrarme allí, solo, extraño, exaltado, presintiendo y buscando las cosas más demenciales que tal vez pueda encarnar todavía un ser humano ante el Universo. Como un eco cercano a mi propio mundo interior escuché repetidas veces el ulular de un chuncho, hasta que me dormí.

Deambulé primero dos días entre las montañas. Varias veces en mi vida había ya realizado estas aventuras síquicas de dejarme llevar por la brújula de mi tercer ojo, asociado a la sincronía emergente de la realidad entorno. Era éste un lenguaje y una experiencia de realidad más abundantes y exquisitos que cualquier lenguaje y conocimiento humanos. Hasta entonces nunca me había fallado. Si alguien me hubiese preguntado allí mismo si estaba dispuesto a caminar hasta el final de mi vida, buscándolo, hubiese respondido sin la menor duda que ; aunque también hubiese agregado con misteriosa convicción que pronto iba a encontrarlo...

Al séptimo día, ya poseía un conocimiento vivo y recursivo de que, al despertar en el octavo día, ese octavo será diferente de todos los anteriores. Despunta el sol por encima de los cerros y mi ánimo sonríe dichoso, porque la luz nueva expresa para mí el destino del día que comienza. No alcanzo a completar mi tercer paso, y ya puedo oír los versos relucientes e infantiles del agua cuando cae desde una piedra hasta la otra piedra. Descubro el hilito de un arroyo que viene bajando entre las rocas. Lo sigo hacia lo alto como se persigue el perfume distante y cercano de un ser amado. Lo presentía de tantas maneras.

Llego a la cima y me encuentro deslumbrado por el sol ante una increíble explanada con un humedal rodeado de juncos, helechos, piedras, musgos y flores. Hay diferentes aves en el agua, en tierra, entre las ramas, en vuelo pausado o veloz. Junto a una higuera desbordante, y en medio de otros árboles, distingo la figura soleada de una pequeña cabaña rústica, enclenque, casi irreal, casi dentro de un sueño mío, modesto y feliz. Más allá, hacia el fondo, nuevamente se yerguen las masas cúbicas, desnudas, rocosas, escalonadas, pardas, grises, ocres, azules, siempre subiendo más alto, más allá de mi vista. ¡Era cierto, allí vivía él!...

No tengo prisa. ¿Cómo podría tenerla ante esto?... Camino unos pasos hacia allá, o hacia acá, me siento, contemplo, siento, percibo, me ocurren tantas cosas, vienen a mí, voy hacia ellas, y ya no estoy más en estas palabras.

Don Manuel[1] me recibió en su casa como si me hubiese estado esperando. Parecía tan interesado en mí, como yo en él. Nuestra confianza mutua era evidente y natural. Nos comportábamos como niños curiosos y alegres que descubren a un nuevo amigo después de años de soledad. Yo mismo no cesaba de preguntarle por las cosas asombrosas que descubría y observaba a mi alrededor, hasta que él me hizo una sencilla pregunta que lo cambió todo.

--¿Y qué lo trae por aquí?...

Lo sentí con absoluta claridad. La realidad junto conmigo se transformó en un solo instante. No tengo palabras para describirlo. Era como si la realidad que yo conocía no existiese más, pero no de una manera irreal, sino algo tan diferente que ya no era ni real, ni irreal, ni nada que yo pudiese asimilar. Debe haberse notado en mi cara, porque don Manuel me acercó una silla y fue a buscar un cuenco con agua agria. Ya no sonreía, y su rostro (o su expresión) me pareció casi inhumano, como de un ser viejo, de espíritu vegetal o mineral, milenario y extraño.

--Us…ted… He… veni…do por us…ted...

Estoy casi seguro de que unos minutos antes él hubiese soltado una carcajada. En cambio, sin expresar nada, caminó tres pasos, se sentó en un rincón sobre un montón de paja, cerró los ojos, bajó el mentón y se quedó en silencio.

Ya no sé qué digo, pero debo hablar. Escucho un siseo, como un viento que repta por debajo de una tierra cubierta de hojas. Es un zumbido, como un enjambre de abejas apretadas dentro de mi cabeza. Pero también es algo que viene de lejos, algo tan grande, tan inmensamente grande que al avanzar se siente que el tiempo y el espacio se hacen a un lado. Ya no estoy aquí. ¿Qué es aquí?... El miedo animal, regresa el miedo animal, ancestral, visceral, premonitorio. ¿Quién o qué me obliga a ser ante ESTO tan terriblemente superior a mi vano yo soy? Me hiere, hiere mi cuerpo, mis manos, mis piernas, mis oídos, sangran mi ano y mi sexo. No pide permiso, sólo invade, aterra, duele, me enoja, y lloro. Voy, ya no me queda nada, sólo voy dentro de una luz blanquísima como una nube que arde desde dentro. He sido vaciado, vaciado de todos mis recuerdos, de mis amores, de mis realizaciones, de mis creencias y saberes, de mi sufrimiento, de mí mismo, de mi humanidad, de todo. Puedo saber que ni siquiera la muerte está delante de mí, sino tan lejos, tan inalcanzable para mí como la vida. Ya no me queda nada ni todo, sólo voy.

¡Puedo ver!... ¡Ahora puedo ver!... Pero veo en todas las direcciones, aunque no son direcciones, ni soy yo quien mira. No miro con ojos, porque no hay ojos que puedan observar todas las cosas juntamente, desde todos lados y de una sola vez. Y no hay oídos que puedan oír simultáneamente todos los sonidos del Universo sin que ningún sonido opaque a otro. Y no hay amor ni odio, ni bien ni mal, ni verdad ni ilusión, ni emoción, ni pensamiento, ni conciencia, ni mente en todas las cosas, que ya no son cosas cuando carecen de tiempo y de espacio. Y aunque ya no soy yo, aún estoy aquí. ¿Cómo es posible?...

Y desde el centro, aunque no hay centro alguno, sino sólo el centro para mí, y para todos los que experimentan un centro, una diminuta esfera de luz palpitante se me aproxima girando y flotando en medio del vacío, aunque no hay vacío, sino sólo el vacío para mí, y para todos los que experimentan un vacío.

A medida que se acerca y crece puedo distinguir la hermosa esfera azul de nuestro mundo. ¿Quién se mueve y quién se acerca?... Pero ya no hay movimiento, sino una determinada distancia. Eso es lo que yo experimento. Y desde el centro de nuestro planeta veo dirigirse flotando hacia mí una figura pequeña, desde la cual salen, giran y vuelven a regresar muchas diminutas bolitas de luces de colores. Es maravilloso. Me siento feliz, demasiado feliz. Estoy sobrecogido, vibrando, saltando de una emoción a otra, demasiado bueno, demasiado extraordinario para lo que yo soy. Todo parece converger, reunirse en un instante, y en él: ¡ES CRISTO!... ¡ES CRISTO!... ¡ES CRISTO!... ¡ES CRISTO!... ¡ES CRISTO!... ¡ES CRISTO!... ¡ES CRISTO!... ¡ES CRISTO!... ¡ES CRISTO!...

¡Estalla, explota!... Una LUZ de radiancia absoluta me traspasa y arde TODO, se enciende este Universo, y todos los Reinos infinitos se expanden por una sola vez dentro del SÍ MISMO.

Retroceden tiempo y espacio, mandato y ordenamiento, serafines, demonios y dioses, luz y tinieblas regresan a nuestro lugar, el lugar común donde nacen, existen y mueren las cosas conocidas, los átomos, las galaxias, los seres, yo, tú, juntamente TODO, después de Cristo.

No veo a Cristo; sólo es Manuel que viene caminando lentamente hacia mí. ¿Por qué sonríe si hay tantísima tristeza en su mirada?... Se sienta en el suelo, justo delante de mí. Detrás de él gira muy grande la Tierra azul moteada con ampulosos girones de nubes blancas. Puedo escuchar por todos lados el canto de incalculables pajarillos. Es muy extraño lo que está ocurriendo.

Algo va a decirme; una presión ominosa contra mi pecho, está todo aquí, dentro de mí y alrededor de mí, no creo que pueda soportar y sostener tanto; me siento frente a él. Trato de no sentir, no sé cómo hacerlo. Esto es real. No importa cómo, pero es real. Sólo ahora me percato del parecido de Manuel con Cristo Jesús.

--¡Mira, escucha, regresa y escribe lo que vas a conocer!... Se acerca con pies de paloma la hora más temida por esta Humanidad y este Mundo. Nadie puede ver los engranajes ocultos, sólo la cara externa de los punteros del reloj. El águila imperial empujó demasiado alto a sus polluelos para volar. El ídolo de pies de barro comienza a hundirse por su excesivo peso. Será juzgado con benevolencia cuando se cuenten los cadáveres deshechos sobre la faz de una tierra asolada. La ambición orgullosa por alcanzar las estrellas le fue implantada junto con la necesidad de existir. ¿Qué queda de un sueño después de despertar?... Lo que hay de condenable en él solamente debe ser juzgado por tribunales humanos... ¡Subestimaste el terrible poder oculto del oso y del dragón, alzados en el Mundo para ayudarte a destruir el Mundo!... ¡No podías evitarlo!... ¡Mira!...

Y vi que todas las cosas eran fragmentos de colores que volaban en todas direcciones como chispas encendidas que resplandecían por un instante, y luego no sé. Y un estruendo caótico se extendía por dentro de este armonioso y bellísimo desorden. Y todo iba y venía, iba y venía, iba y venía, iba y venía… Sin que faltase nada, ni nadie, ni un segundo de historia, de presente, de futuro, de ecos temporales, con velocidad tan absoluta que ya nada se me aparecía moverse, sólo mi vértigo desorientado. Y ya no había ni Tierra, ni cielos, sino que todo entraba y salía de una forma imposible por Manuel, o por Cristo, y todo junto, sentado él, o Eso, ingrávido ante mí, con sus ojos abiertos y cerrados al mismo tiempo… ¡Mira!...

Y vi nuestro Mundo que dormía apaciblemente adornado por los rayos de un sol equidistantemente lejano-cercano. Y escuché el tic-tac de un reloj equidistantemente lejano-cercano. Y miles de pequeñas explosiones al oriente y al poniente de la Tierra, como luciérnagas de fuego, de dolor y de muerte. Y vi que dos cohetes o rayos o bólidos se elevaban desde dos tierras[2] hundidas y heridas por la rabia y el sufrimiento tan alto como la altura alcanzada por la Humanidad, danzaban alrededor del Mundo su misteriosa danza macabra, y se precipitaban, junto con la invisible sombra cósmica, aullando dentro del nido del águila imperial. El fogonazo descomunal y ardiente me ciega, y ya no veo más… ¡Mira!...

Reconozco que he pasado antes por aquí, hace… no lo sé. Tampoco sé si estoy confundido, o me ocurre algo más… ¿Qué hay detrás de mí?... ¿Escucho aguas?... No puedo recordar. Ni siquiera puedo volver mi cabeza para mirar hacia atrás. No lo entiendo. ¿Qué me ha ocurrido?... Me duele la cabeza y siento náuseas. Debo caminar, sólo caminar rápido y regresar a mi casa. Debo regresar a mi casa. Estoy sudando mucho, pero siento escalofríos.

¡Ah, recuerdo… pero no sé si es un recuerdo!... Tal vez fue un sueño, un sueño muy vívido… Tal vez tengo fiebre y he estado delirando… Tal vez fantasías, puras fantasías… Solamente sé que está ahí, dentro de mí, aislado, clavado y obsesivo. Veo a Manuel posado en su jergón de paja, contemplándome con esa mirada extraña, misteriosa, indefinible, que ahora me eriza la piel.

--Pero, ¿Cristo es real?... ¿Está vivo?...

Manuel me responde sin abrir la boca, sólo con palabras dentro de mi cabeza.

“Sí. Has estado con él y no puedes reconocerlo. Todos hemos estado con él sin reconocerlo. Todos hemos sido él, pero no hemos sabido serlo.”

--¿Cómo es posible eso?... Si tantos lo han amado, y hasta han dado su vida, han dado todo por él. Yo sé que no soy digno de él, pero ¿nadie, nadie?...

“¿De qué sirve tocar su manto, y hasta llevarlo puesto?... ¿De qué sirve clamar: ¡Señor, señor, soy tu esclavo!?... ¿De qué sirve amar y hasta darlo todo por una imagen, por una sombra en tu corazón y tu mente, por más hermosa y buena que ella sea para ti?”

--¡Sí sirve!... Él actúa, él responde a quienes lo buscan con un corazón puro y humilde, con verdadera fe.

“Si tú vives en un universo de sombras, ¿cómo podrías diferenciar entre una sombra que actúa y responde, y una no-sombra que no pertenece a tu universo de sombras?... Primero, esfuérzate por reconocer que eres una sombra, luego concebirás al menos que ya nada es lo que era antes para ti.”

--¿Sombras son también todas las cosas terribles que me has hecho mirar?... ¿Qué debo hacer con todo eso?...

“Cuando alcanzas la verdadera experiencia de que una sombra es una sombra de algo invisible, entonces ya nunca más esa sombra vuelve a ser la sombra que era antes.”

--No te entiendo.

“No hay nada que entender. Primero, los sueños se deben soñar, la vida se debe vivir. La Humanidad, la Tierra, sufre y muere. Si no sufre y muere, entonces no hay un después.”

--Pero, ¡Cristo, Cristo!... El de nuestras sombras humanas, el que murió en la cruz, el resucitado o no resucitado, el Cristo No-Cristo, el que sea y lo que sea, y, por encima de todo, el Cristo de Amor… ¿Cómo va a soportar, y hasta querer el sufrimiento, el mal y la muerte de cada uno de los seres humanos que experimentarán el cataclismo horroroso que me has hecho mirar?...

“¡MIRA!”

 

 



[1] Me reservaré su verdadero nombre.

[2] https://www.elconfidencial.com/tecnologia/novaceno/2021-11-22/china-misil-hipersonico-pentagono-eeuu_3328422/

https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-59300371


domingo, 21 de noviembre de 2021

Cada noche

 

 

Cada noche salgo al campo silencioso y bueno que rodea mi casa.

Cada noche miro el cielo, y veo tantísima oscuridad, y tantas tantas estrellas.

Quisiera ver más, quisiera ver por ejemplo el universo infinito, pero no puedo.

Cada noche veo que estamos muy muy muy muy adentro de un sueño,

aunque sé que no es un sueño, sino algo muy muy muy muy diferente.

Entonces me meto en paz en mi cama, con la sonrisa de un niño,

y me quedo esperando algo.