Soneto de la separación (Vinicius de Moraes)
De repente de la risa se hizo el llanto
Silencioso
y blanco como la bruma
Y de
las bocas unidas se hizo la espuma
Y de
las manos extendidas, el espanto.
De
repente de la calma se hizo el viento
Que
de los ojos deshizo la postrera llama
Y de
la pasión se hizo el presentimiento
Y
del momento inmóvil se hizo el drama.
De
repente, no más que de repente
Hízose
triste lo que se hizo amante
Y
solo, lo que se hizo alegre.
Hízose del amigo próximo, el distante
Hízose
de la vida una aventura errante
De
repente, no más que de repente.
(Traducido del portugués por Rodrigo Inostroza B.)
EL CUERVO
(Edgar Allan Poe)
(Edgar Allan Poe)
Érase una noche oscura mientras meditaba débil y cansado,
inclinado sobre un singular y raro libro de olvidada ciencia,
mientras cabeceaba casi dormido, de pronto sobrevino un repetido golpe
como de alguien que tocase leve, golpeando la puerta de mi cuarto.
"Algún visitante," murmuré, "llamando a la puerta de mi cuarto,
--Sólo eso, y nada más".
¡Ah!, con claridad recuerdo ese desolado diciembre,
y cada separada moribunda brasa dibujaba su fantasma sobre el suelo.
Yo esperaba ansioso otro mañana; - en vano había intentado pedir
a mis libros un final a mi dolor - dolor por mi perdida Leonora -
por la única y radiante virgen llamada por los ángeles Leonora -
aquí ya sin nombre, para siempre.
Y el sedoso triste incierto musitar de las cortinas rojas
me conmovía- me llenaba de fantásticos terrores jamás antes sentidos;
entonces pues para acallar el latido de mi corazón me pongo a repetir
"Es un visitante que ruega entrar ante la puerta de mi cuarto -
Algún visitante tardío que ruega entrar ante la puerta de mi cuarto;
-Eso es y nada más.”
Al punto mi ánimo cobró valor, y ya sin titubeos,
"Señor", dije, "o señora, en verdad vuestro perdón imploro;
pero el hecho es que estaba dormitando y con tanta suavidad golpeaste,
y tan débilmente viniste a tocar, a tocar mi puerta,
que apenas creí escucharte"- ahí con amplitud abrí la puerta; -
oscuridad había, y nada más.
En aquel sondear profundo las tinieblas permanecí por largo tiempo, asombrado, temeroso,
dudando, soñando sueños que ningún mortal había antes osado soñar;
pero el silencio era insondable y la quietud callaba,
la única palabra ahí proferida era el susurro "¿Leonor?"
Esto susurré, y un eco me murmuró la palabra "¡Leonor!"
-Sólo esto, y nada más.
Vuelto a mi recámara, toda el alma ardiéndome por dentro,
pronto oí unos golpecitos algo más fuerte que antes.
"Sin duda," dije yo, "sin duda hay algo en el postigo de mi ventana:
deja que vea, entonces, lo que sucede allí, y este misterio explorar-
Dale a mi corazón todavía un momento y este misterio explorar; -
“¡Es el viento y nada más!".
Me abalancé a abrir la persiana, y con un gran impulso y aleteo
entró un majestuoso cuervo de los sacros días de antaño;
no hizo la menor reverencia, ni un minuto se detuvo o dudó
y con aires de gran señor o dama, se irguió encima del portal -
se irguió sobre el busto de Palas justo encima del portal -
erguido, posado y nada más.
Entonces este pájaro de ébano hechizando mi triste imaginación en sonrisa
por el decoro grave y serio del semblante con que se revestía,
"Aunque tu cresta esté desnuda y rapada, tú," le dije, "para el arte no eres un cobarde,
horrible, triste y vetusto cuervo que merodeas la ribera nocturna -
dime cuál es tu nombre señorial en la plutoniana ribera de la noche! "
Dijo el cuervo: "Nunca más."
Cuánto me asombró a este pájaro tan desgarbado oír,
aunque su respuesta poco significado, poca relevancia tuviese,
pues no podemos sino concordar que ningún humano vivo
ha sido antes bendecido con la visión de un ave sobre la puerta de su recámara -
pájaro o bestia sobre el busto esculpido en el portal de su pieza
con semejante nombre: "Nunca más."
Mas el cuervo posado solitario sobre el plácido busto sólo decía
esa única palabra, como si su alma en esa única palabra se vertiese.
Nada más dijo entonces – ni una pluma entonces movió -
hasta que yo apenas más que murmurando, "otros amigos han volado antes -
al día siguiente él me dejará, como mis esperanzas han volado antes ".
Entonces dijo el pájaro: "Nunca más."
Sorprendido en el silencio roto por la respuesta tan bien proferida,
"Sin duda", dije, "lo que pronuncia es su repertorio y almacén,
tomado de algún infeliz maestro a quien un cruel desastre alcanzó pronto
y alcanzó más pronto incluso a sus canciones alguien que llevase su carga -
hasta los plañidos fúnebres de su esperanza, de que la melancolía llevase su carga
de 'Nunca - nunca más' ".
Mas el cuervo todavía hechizando toda imaginación mía en una sonrisa,
derecho hice rodar un mullido asiento frente al pájaro, el busto y la puerta;
entonces hundiéndome en el terciopelo comencé a urdir
una fantasía con otra, pensando en lo que este ominoso pájaro de antaño
-lo que este triste, desgarbado, horrible, adusto y ominoso pájaro de antaño
significó graznando "Nunca más.”
Sentado me quedé conjeturando en esto, sin pronunciar palabra,
frente al ave cuyos ígneos ojos quemaban el centro de mi pecho;
esto y más, sentado, adivinaba, con la cabeza descansada reclinando
sobre el aterciopelado forro del cojín donde la luz de la lámpara se deleitaba,
pero, cuyo forro de terciopelo violeta con la luz de la lámpara deleitándose allí,
donde ella debía presionar, ¡ay!, nunca más.
Entonces me pareció que el aire se tornaba más denso, perfumado por invisible incensario
mecido por serafines cuyas pisadas tintineaban en el piso engalanado.
"Miserable", sollocé, “tu Dios te ha concedido - por estos ángeles te ha enviado
respiro - respiro y nepente de tus recuerdos de Leonora:
¡Apura, oh, apura este benigno nepente y olvida a tu ausente Leonora! "
Dijo el cuervo: "Nunca más."
"Profeta!" dije yo, "cosa del mal – profeta incluso si pájaro o demonio! -
ya sea el Tentador enviado, o bien una tempestad te arrojó a esta ribera,
desolado e impávido, a esta desierta tierra encantada -
a esta casa por el horror acosada- dime en verdad, te imploro -
¿Existe - existe bálsamo en Galaad? - ¡dime - dime, imploro "!
Dijo el cuervo: "Nunca más."
"Profeta!" dije yo, "cosa del mal – profeta incluso, si pájaro o demonio!
por ese cielo que se curva sobre nosotros -, por ese Dios que ambos adoramos -
dile a esta alma abrumada de penas si en el remoto Edén
habrá refugio para una santa doncella a quien los ángeles llaman Leonora
- refugio para una única y radiante virgen a quien los ángeles llaman Leonora ".
Dijo el cuervo: "Nunca más."
"Sea esa palabra nuestra señal de partida, pájaro o demonio", le grité, incitándolo a partir -
"¡Vuelve a la tempestad y a la orilla plutoniana de la noche!
¡No dejes negra pluma en señal de esa mentira que tu alma ha declarado!
¡Deja mi soledad intacta - Abandona el busto del dintel de mi puerta!
¡Aparta tu pico de mi corazón y aparta tu figura de mi puerta! "
Dijo el cuervo: "Nunca más."
Y el cuervo nunca alzando el vuelo todavía está sentado, todavía está sentado
sobre el pálido busto de Palas justo encima de mi puerta;
y sus ojos tienen la apariencia de un demonio soñando,
y la luz de la lámpara sobre él derramándose arroja su sombra hasta el suelo;
y mi alma, desde el fondo de esa sombra que yace suspendida sobre el suelo
ha de levantarse - ¡nunca más!
(traducido
del inglés por Rodrigo Inostroza B.)
Soneto Fidelidad
(Vinicius de Moraes)
En todo a mi amor estaré atento
antes y con tal celo y siempre tanto
que incluso en frente del mayor encanto
de él se encante más mi pensamiento.
Quiero vivirlo en cada vano momento
y en su alabanza he de esparcir mi canto
y reír mi risa y derramar mi llanto
por su pesar o su contento.
Y así cuando más tarde me busque
quién sabe la muerte, angustia del que vive
quién sabe la soledad, el fin de quien ama
pueda yo decirme del amor (que tuve)
que no sea inmortal puesto que es llama
sino infinito en cuanto dure.
(Traducción del portugués: Rodrigo Inostroza Bidart)
EL ARTE
(Emile Verhaeren)
De
un salto,
Su
pie quebrando el suelo profundo,
Su
doble ala en la luz,
El
cuello extendido, el fuego bajo sus pupilas,
Parte
hacia el sol y hacia el éxtasis
Este
devorador de espacio y de esplendor, ¡Pegaso!
Delicadas,
las danzas
Languidecían
su gracia y su cadencia
En
la verde cumbre de las colinas, allá.
Eran
las Musas de oro: sus pasos
Se
cruzaban como flores entrelazadas;
El
amor, junto a ellas, dormía bajo un laurel
Y
las sombras del follaje guerrero
Caían
sobre el arco y sobre las flechas estelares.
El
Olimpo y el Helicón brillaban en el aire;
Sobre
las vertientes de donde las fuentes se derraman,
Templos
puros, semejantes a coronas blancas,
Iluminaban
de recuerdos los valles claros.
Grecia,
con sus Partenones de mármol
Y
sus gestos de Dioses que agitaban los árboles
En
Dodona, la Grecia entera con sus montes
Y
sus pueblos cuyos nombres acunaba la lira,
Aparecía,
bajo el galope del loco caballo,
Semejante
a una arena familiar
en
su vuelo cotidiano dentro de la luz.
Pero
de pronto, allende el país natal
Un
día ve, desde el fondo de los pasados lúgubres,
Surgir,
oprimiendo un disco entre sus cuernos,
La
inagotable, grave y materna Isis.
Y
fue el arte de Tebas o de Menfis
Al
tallar Hathor en portales de rosas,
Y
fue Ur y Babilonia
Y
sus jardines suspendidos de qué clavos del astro de oro.
Y
luego Nínive y Tiro, y los decorados
De
la India antigua, y los palacios y las pagodas,
Bajo
la humedad de las estaciones cálidas,
Al
torcer su cénit como hogueras esculpidas.
Y
también a lo lejos fue este Oriente alzado
En
quioscos de esmalte, en terrazas de marfil,
Donde
sabios y ermitaños famosos
Reflejaban
en el agua bella, pero transitoria,
Sus
rostros de juguete;
Y
dulcemente se reían con su reflejo
De
los gestos vanos que en la vida habían hecho.
Y
de este desconocido vasto subían Odas,
Siguiendo
juegos, siguiendo modas,
Que
Pegaso escandía con su paso firme;
Se
hubiese dicho que en sus himnos antiguos
Su
canto cotidiano
Había
dormitado largo tiempo
Antes
de despertarse con las músicas sublimes
Que
propagaba de cima en cima
A
través del infinito.
Sobre
este mundo de esmalte, de bronce y de granito
Avanzaban
también poetas lúcidos;
Destruían
la muerte nocturna al igual que Alcides;
Sus
poemas sagrados, que unificaban las leyes,
Aseguraban
en textos de oro la voluntad de los reyes;
Su
frente acollaba contra la fuerza insaciable;
Su
alma intensa y dulce había previsto la vida
Y
la expandía ya como un bello sueño claro
Sobre
el trance de niño que dormía el universo.
El
enloquecido caballo al que ningún vuelo audaz
Fatiga,
Con
un más descomunal aletazo todavía, engrandece su vuelo
Y
se exalta, más alto todavía, entre el espacio.
Entonces,
un otro mar, un otro sol
A
su izquierda se ilimitaron,
Y
fue el occidente, y fue el porvenir,
Cuya
grandeza iba a definirse,
Que
resplandecieron.
Allí,
en llanuras de bruma y de rocío,
En
regiones de montañas, de aguas, de bosques,
Aparecían
templos blancos, de donde el oro de las cruces
Despedía
una claridad nueva y bautizada.
Cada
pueblo se diseñaba como un redil
Donde
la manada de los techos congregaba sus vellones rojos;
Maravillosos
palacios dominaban los tugurios;
Un
ábside se desplegaba igual que una muceta;
Jardines
de oro dormitaban debajo de grandes árboles;
Ríos
surcaban muelles de mármol;
Pasos
masivos y regulares de soldados pelirrojos
Corrían
a lo lejos bajo un vuelo de locas banderas;
Sobre
cerros se alzaban altos laboratorios;
Industrias
quemaban los vientos con sus fuegos;
Y
todo esto rezaba, golpeaba, mordía los cielos
Con
un ímpetu tal que sonreía la gloria.
Y
era Roma, y luego Florencia, y luego París,
Y
luego Londres, y luego a lo lejos las Américas;
Era
el trabajo loco y sus febriles líricas
Y
su fulgor enorme a través de los espíritus.
El
globo estaba conquistado. Se conocía su extensión.
Fuegos
semejantes a los fuegos de las estrellas, allá en lo alto,
Hacían
gestos de oro; se hubiese dicho antorchas
Clavadas
para conducir el pensamiento perdido;
Como
en otro tiempo los poetas fervientes y luminosos
Avanzaban
semejantes a los dioses, en la extensión ardiente,
Engrandecían
su siglo –Hugo, Shakespeare, Dante—
Y
dedicaban su vida al corazón del universo.
Y
Pegaso siente estas visiones nuevas
Tan
ampliamente deslumbrar sus pupilas
Que
fue como inundado de orgullo y de luz,
Y
ya los dientes sin freno, el cuello sin riendas,
Abandona
de pronto su ruta acostumbrada.
En
adelante, el mundo entero fue su arena.
(Traducido
del francés por Rodrigo Inostroza B.)
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