De la misma singular manera que el diario otrora abandonado
del expedicionario George Murray Levick acabó siendo descubierto congelado en
la Antártida—más de un siglo después (2014)—, yo escribo en este blog mis
últimas palabras, azotado y entumecido por las borrascas del ultramundo
impenetrable en que me encuentro aislado. No sé cuánto tiempo me queda. No es
tampoco lo que me importa.
Ya hace unos años hallé por aquí, en la cúspide del
Cabo Sin Esperanza, en el límite de TODO, una estela terrible escrita sobre un
material desconocido, con grandes letras rojas, tal vez de sangre humana: TODO ES ILUSIÓN. Seguramente los astros, las
galaxias y la redondez del Universo todo giran también con ojos desorbitados
obsedidos alrededor de este mismo lema nuclear, tal como estos miles y millones
de años yo he venido rotando especularmente y gateando alrededor de la estela TODO ES ILUSIÓN. No hay más.
El tiempo lo mido por zarpazos de pensamiento, temblores
de ultramundo cuántico inespecífico, paramatemáticamente. El tiempo para mí es la
clepsidra que chorrea pare vomita en todas direcciones gotas reflejas de oráculo
iridiscente, ramalazos por excesos furibundos de conciencia antropoidea intracraneal,
diminutos sedimentos alucinados de demencia cósmica. El TODO ES ILUSIÓN. Soy feto abortado agónico que
está cayendo inadvertidamente, casi sin dolor ni aspaviento, del útero patriarcal
de la existencia. Ahora soy el huérfano nuevo, el primogénito anodino del TODO ES ILUSIÓN. Ese tiempo. Soy el yo
cartesiano demasiado animal que no puede evitar corcovear como un toro salvaje
montado a horcajadas, hasta que muere sin saber qué es morir. TODO ES ILUSIÓN. Fauces de volcán hacia
adentro, hoyo luminoso y negro, habla y calla, como mano izquierda y derecha de
pianista manco.
Yo de rodillas allí delante ahora modestamente le
reprochaba: ¿Cómo todo puede ser una ilusión, si tú mismo, triste lema, eres
una enigmática ilusión? ¿Cómo podrías revelar esta verdad, si no eres más que una
ilusión verdadera? ¿Qué consecuencias?...
¿Qué
consecuencias?...
Hubo un silencio, luego un trueno definitivamente subterráneo,
y el resplandor casi eléctrico de un relámpago incomprensible. Entonces lo vi.
Entonces lo escuché. Lo supe TODO. Prosterné mi frente contra el suelo, gemí
apenas ¡Gracias!, aunque allí mismo no había nada. Sólo existía
obstinadamente LA REALIDAD.
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