Multitudes humanas silenciosas, solitarias, abandonadas,
aisladas, ansían la Verdad, el Bien, el Amor, el mañana. Enterradas bajo los
escombros de la cotidianeidad, parasitadas por los condicionamientos de su
propio cuerpo hambriento, de su cerebro delirante y ficcional que no puede
detenerse, como una locomotora cayendo por un precipicio, subyugadas a sus amos
tiranos internos, sus peores enemigos, hechizadas por sus amos externos, los
otros humanos vampiros y zánganos que detentan poderes aberrantes, ese
verdadero prójimo anticristiano, hasta elegido democráticamente. Multitudes
humanas que anhelan superarse a sí mismas, pero no pueden. Multitudes
humanas que tratan de ser mejores que eso, pero no pueden, aunque no
pueden dejar de creer que pueden, zombis dentro de un videojuego. Formas de
humo que se disuelven tratando de vivir una vida inexistente de un Universo que
se va apagando dentro de un fuego inexistente. Pero el fuego sí se enciende y
se apaga con certeza y precisión absoluta dentro de los quemadores de la cocina
a gas del hogar de cada persona, más cierta y segura—lo único cierto y
seguro—que todo el Universo.
¿Por qué no simplemente dejarnos tratar y maltratar a
su antojo por nuestra propia naturaleza, por nuestro salvajismo animal personal
y compartido, precisamente como se dejan ser todos los animales, sin
resistencia? ¿Por qué no aceptamos simplemente, después de tanta Historia
de lo mismo, que somos unas bestias egoístas, mentirosas, asesinas,
materialistas, inconcientes, hedonistas, sicóticas, tal como hemos terminado
acomodando y sustentando al fin nuestra existencia planetaria realista
contemporánea? ¿Para qué hacernos visiones ideales y metas superiores de
nosotros mismos, o proponernos constelaciones de bienes superiores a los que
hay que tratar de alcanzar, realizar, desarrollar, crear, amar, interiorizar
por todos los medios posibles para llegar a ellos y traerlos a este mundo?
Hemos fracasado tres mil años y más intentándolo. ¡Eso también era pura
ILUSIÓN! ¿Cómo tardamos tanto en darnos cuenta de eso, si estuvo todo el
tiempo delante de nuestros ojos, y en todas partes, y siempre? Seguro que eso
también evidenciaba y evidencia nuestra mísera y caótica naturaleza—superposición
de infinitas capas de lo mismo—, tanto peor de lo que siempre hemos concebido
delirantemente respecto de nosotros mismos, y respecto de lo que somos
capaces. ¿O la consciencia —junto con sus adláteres—sólo será
también otro condicionamiento enfermizo y alucinatorio de la naturaleza
inevitable propia de este animal frustrado, enloquecido y ansioso, cuando se
nos ocurre concebir y anhelar con absoluta convicción y sentido a un ser
humano mejor, y a una realidad mejor? Somos animales asesinos
e imbéciles de hecho, pero también santos, sabios y puros de hecho en
nuestras fantasías incumplidas, en nuestras paranoias delirantes, con las que
algunos llegan a identificarse al extremo de materializarlas psicokinésicamente.
Quisiéramos escapar de esta condición caótica, de esta ilusión, de esta
catarata que se nos cae encima sin pausa ni excepción. También y
simultáneamente quisiéramos quedarnos debajo de esta catarata viva, amamos la
vida sin importar si es una ilusión o un desastre, quisiéramos morir bien
tardíamente. Pero también no queremos ni lo uno ni lo otro. Eso somos. Unos
sólo hacen más de lo uno, otros sólo hacen más de lo otro, pero todos hacemos lo
mismo en lo mismo.
Aquí donde yo estoy, en la palabra, en la conciencia,
en el pensamiento, en la intuición, sólo hay más de lo mismo en lo mismo. Otros
juegan tenis, van a misa, trafican drogas o armas, se embriagan, trabajan duro
en una oficina, aprenden a sumar y restar, dan órdenes a sus subordinados, se
inclinan ante una imagen de Buda, se ganan la vida pintando, conversan sobre
física, son torturados, caminan por la calle, reciben premios, defienden a
imputados, juegan por internet, evitan mirar al cielo, ostentan esto o lo otro…
Yo estoy aquí donde me encuentro, como una lombriz que en un determinado
momento ha descubierto que puede mirarse la cola. ¿Y eso qué? Tal vez también
comienzo a mirarle la cola a todos los gusanillos, aunque ellos no pueden
vérsela. Tal vez a algunas lombrices les gustaría muchísimo poder mirarse la
cola, y aprender a mirársela. Pero ¿cómo podrían querer mirase la cola si no
saben que poseen cola? Tal vez igualmente puedan imaginarse qué es eso, y de
qué hablo. ¿Y eso qué?... Es inevitable que las lombrices sigan el rastro de
otras lombrices, estamos forjados con un sexto sentido para caminar en fila.
Arranca de la fila, tarde o temprano verás que detrás de ti otros han comenzado
a seguirte, aunque tu peregrinar lleve al mismísimo infierno o a la nada. Si yo
mismo, hasta cuando arranco, acabo descubriendo que sigo siendo parte de otra
fila infinita que no logro ver. ¿Y eso qué?... Todo es así, y sobre todo
de otra manera, TODO ES ILUSIÓN.
Multitudes humanas diversas, enredadas a manojos entre
texturas y tejidos de sueños y delirios personales y exclusivos, concibiéndonos
y tratándonos unos a otros de las más disímiles maneras, suma caótica de
individuos caóticos que intentan y se afanan por saber algo más allá de lo que
no saben que no saben, y hasta por saber lo que saben que no saben, ni pueden
saber.
¿Entidades?[1]
Sólo son ficciones porque son para mí y percibidas por
mí, individuo-ficción. Pero están aquí y donde quiera. Serán siempre ficciones,
pero son infinitamente superiores a mí dentro de mi propia ficción, y por sobre
la ficción de todos, y de TODO. Ellas son—digámoslo así—las que producen esta
realidad-irrealidad que nosotros debemos experimentar a diario; Ellas la
controlan, la dirigen, la inventan, o al menos así se nos aparece y nos
acontece. No creo que yo pueda hacer nada mejor que predisponerme, o creer con
convicción honesta que lo estoy haciendo, para que actúen como actúan (ocurren)
en mí, y en la realidad-irrealidad que me imponen vivir, aunque entienda bien
poco fuera de mi mónada de qué se trata eso. Al menos mi conciencia sí resiste
este raro extremo y estado, y se puede entregar todavía animosamente a este
juego juntamente con sentido y sin sentido, como experimentar que uno siempre está
siendo y haciendo algo, tanto como percibir qué está aconteciendo siempre en
todas partes, siendo yo mismo acontecido junto con todo (activa-pasivamente), o
como si yo mismo, pobre yo consciente, me experimentase borrosa y
dubitativamente también como proyección difusa y empequeñecida de esa
inconmensurable Entidad.[2]
Puedo cuestionarme si estoy siendo suficientemente maleable, suficientemente
perceptivo y fiel a Su “presencia y voluntad”, aunque, al mismo tiempo de que
me equivoque o acierte más o menos en esa apreciación y/o en mis actos—desde una perspectiva y
experiencia subjetiva y personal—, también no importa en absoluto cualquier
equivocación o cualquier acierto, porque estos no existen en esta realidad
dinámica que igualmente fluye indiferente al error y al acierto, como si cada
error y cada acierto (de realidad-irrealidad) siempre fuesen absorbidos dentro
de un océano infinito de otra cosa desconocida. Desde nuestra
pequeña incompleta errática perspectiva y facultad ilusoria es como si Dios
juzgase todo en un orden implicado, a veces unas faltas las castigase, pero
otras, esas mismas u otras las perdonase y las omitiese, todo ello sin orden, o
hasta contra el orden; o como si a veces existiese Dios, pero a veces no
existiese; o como si a veces hiciese calor, pero no frío, y viceversa. Si las
multitudes solitarias y oprimidas—en lugar de aspirar a tanto—pudiesen integrar
evolutivamente todo esto que he mostrado, aunque sólo fuese apenas germinalmente
en sus pequeñas estructuras mentales condicionadas animales, y ampliarlas un
poquito más inclusivamente a eso que por ahora les resulta absurdo,
ilógico, contradictorio, maligno, equivocado, impracticable, inaceptable,
ajeno, el juego cósmico se nos volvería más receptivo y más disponible
para la presencia a voluntad de las Entidades Infinitas (personales e
impersonales) en nuestro diminuto yo y en nuestro diminuto mundo. Es “bueno” para
nosotros —¡hágase Tu voluntad y la mía!—saber jugar bien el juego que no
podemos dejar de jugar. TODO ES ILUSIÓN.
[1] Para la comprensión de qué entiendo
por “Entidades”, véase https://rodrigoinostrozabidart.blogspot.com/2025/08/entidades-personales.html
[2]
Jesús lo representó de forma
similar: “[Padre] no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc 22:42), y, “El que
me ve a mí, ve al Padre… yo estoy en el
Padre y el Padre está en mí” (Jn 14:9-10) Sin embargo, el gran error de Jesús,
tan humano y común, fue haber creído que entre él y Dios existía una relación completamente
próxima, hasta de igualdad de hecho, como de padre a hijo, sin percatarse del
abismo ontológico, y al mismo tiempo de la paradójica e incomprensible similitud,
que existía entre él y la Entidad
que hacía con él lo que quería, negándole el conocimiento de Su verdadera
naturaleza, como el conocimiento de la naturaleza ilusoria de Jesús mismo, o
sea, de unidad-sin unidad.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario