lunes, 12 de agosto de 2024

El Tiempo, el Tiempo, el Tiempo...

 

 

 

Esta mañana, bien temprano, al levantar las persianas de mis ventanas, me encontré afuera, en el patio, que el Tiempo estaba jugando sentado en el suelo, solo, a los dados. Lo comprendí de inmediato porque parecía un niño, desgreñado y tonto. Entre él y yo existía una relación singular, como si nuestras mentes se comunicasen sin palabras. Aun así, no tuve miedo. Era - cómo decirlo - algo tan inmenso, tan inconmensurablemente más que yo, pero al mismo tiempo estaba allí, delante de mí, como un cuadro humano tan común, desvencijado y miserable. Me di la vuelta, distinguí la hora en el reloj de la pared: 6:47 AM. Entonces se me ocurrió una idea peregrina. Habíamos seguido el camino equivocado, todas las vías humanas desembocaban justo allí afuera, en mi patio. Al comienzo de los tiempos nos habíamos tocado las piernas y pensamos “caminante no hay camino, se hace camino al andar”, y ya, primero gateamos, luego nos incorporamos; orgullosos de tal proeza, echamos a andar simplemente porque ahora teníamos dos piernas, pero nunca y siempre caminábamos lo mismo hasta acabar uno y todos allí mismo, sentados en el niño extraño afuera de mi patio, jugando a los dados. Todo era tiempo pasado, presente y futuro, eso y nada más. ¿Para qué más, si sólo teníamos que recorrer el mismo camino, una y otra vez, de lo más natural, desde el principio de los tiempos hasta mi patio? Por primera vez me di cuenta de que yo no estaba sentado en mi patio, sino que miraba mi patio desde mi ventana, y yo no estaba allí. Pero tal vez sólo era la ilusión de mi propio reflejo que yo proyectaba sentado allí afuera, mirando hacia la ventana. Aun así, eso bastó para que el niño levantase la vista hacia mí y, riendo con lágrimas que caían de sus ojos, me susurrase para que nadie más nos escuchase:

No fue la mejor elección haber tomado el sol, la luna y las estrellas como unidad de tiempo. Malas elecciones el segundo, la hora, el día, y hasta la eternidad. Debiste haberles poetizado mucho antes que su única unidad de tiempo debería siempre haber sido la experiencia expansiva y fugitiva del instante dentro del cual aparece simplemente todo aquello que cada uno, y todos juntos, es capaz de contener allí, sin importar demasiado de dónde, adónde, cuánto, cuándo, ni qué sea.

Volví a dejar caer de prisa la persiana, y no he dejado de tiritar hasta este instante.


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