viernes, 9 de mayo de 2025

PROLEGÓMENOS A JESÚS, JESÚS, JESÚS

 

 

 

Ahora que me encuentro en estas pretendidas alturas—porque se le hace accesible al ingenio humano que yo hable así—, o en el diminuto fondo ocular de mi telescopio holístico de Universo de Realidad, Jesús (el nazareno) no sólo se me aparece en el centro inmenso de la experiencia histórica humana, allá, en el abismo cotidiano, sino que toma formas y sentidos insospechados a lo largo de esta enloquecida y caótica Humanidad—de Oriente a Occidente, de Norte a Sur—que lo ha crucificado y resucitado, que lo ha comido y bebido, que también lo ha vomitado, durante unos dos mil años nuestros (AC-DC). ¡Lo puedo ver con resplandeciente y oscura claridad!... ¡¿Quién más puede hacerlo así?!... ¡Respóndame ustedes, los últimos humanos, si pueden!... Yo, al menos, voy a decir algo como nadie lo ha dicho. Yo no caminaré sobre las aguas, sino sobre la NADA, y, aun así, quiero creer que dejaré una huella accesible, porque hasta ahora ha sido Destino de Humanidad el caminar amorosamente sobre huellas (de fe) de algún avanzado y solitario explorador del futuro, para no caer y destriparse cada uno en el fondo abisal de su propia NADA.

En un extremo, la cuestión histórica acerca de si Jesús existió como persona individual es tan dudosa o tan resuelta como puede serlo, más o menos, preguntarse si Sócrates existió como persona individual.[1] Las respuestas pueden ser de lo más variadas, dependiendo del punto de vista y de los supuestos que finalmente se apliquen a una pesquisa de esta índole. Yo, me quedo con la respuesta afirmativa, sí existió Jesús, y me atengo, en lo general, al examen informado y reflexivo que hace Bart D. Ehrman en su libro Did Jesus Exist? The Historical Argument for Jesus of Nazareth (2012). Para mí y aquí, ésa no es una cuestión relevante ni atingente, porque negar la existencia histórica de Jesús nos debería llevar rigurosa e inevitablemente, in extremis, a dudar y revisar al  menos epistemológicamente toda la Historia que creemos conocer, y particularmente la Antigua, lo cual sí puede ser un asunto muy serio e importante de estudiar y revisar, pero que nosotros salvamos y evitamos en este caso, manteniéndonos dentro del ámbito de la evidencia fáctica—aunque los hechos sean ilusorios en su condición intrínseca—que nos ofrece la riquísima e inabarcable complejidad de la figura (representacional) de Jesús,  y de la evidencia incontestable de su extraordinaria e inagotable realización y desarrollo a través de nuestra historia—mi Jesús, tu Jesús, cualquier Jesús—. Adentrase en estos ámbitos del Jesús representacional—según mi filosofía personal, el nivel universal de nuestra ilusión histórica—y de su hermenéutica, sí que resulta del todo complicado, polémico, debatible, incierto, amplísimo, multifactorial, multiperspectivista, lúdico, personal, al mismo tiempo ineludible, y tantísimas cosas más. Pienso que es precisamente desde el trasfondo oceánico de esta cuestión no resuelta, esta cuestión verdaderamente principal y decisiva para nuestra humanidad, realidad tan compleja e incierta dada la insuficiente y cuestionable evidencia testimonial, es decir, desde la dificultad de respondernos de forma consistente, y ni siquiera suficiente: ¿Quién era Jesús?, y todo su contexto personal e histórico de identidad y vida personal, que surge la sombra subsidiada, como un efecto ante todo sicológico, de empujar la duda todavía más allá, acerca de su mera existencia individual, sin la suficiente justificación. Creo que uno de los efectos principales que siento que todavía debo provocar en esta vida, de ustedes y mía, es la visión (casi) apocalíptica de que Jesús, al igual que el Amor, nos devela los límites mismos y la sustancia inacabada e ilusoria de la condición humana, y quizás, todavía ALGO MÁS…

De aquí en adelante saltaré livianamente sobre la zanja de su inexistencia, y me centraré en el universo de Jesús. Quien me conoce, sabe o intuye que cuando yo hablo truena y tiembla la realidad—vuestra realidad—. Es mi sino. Por ello, me he propuesto la tarea, para mí terminal, de hacer tronar, relampaguear y temblar a Jesús, en una sucesión de creaciones-publicaciones mías diversas, holistas, académicas, poéticas, filosóficas, reveladas, tentativas, semiciegas, inusitadas, que irán apareciendo ocasionalmente—como artículos numerados—en este blog (www.rodrigoinostrozabidart.blogspot.com). Su título principal será Jesús, Jesús, Jesús.

 



[1] De hecho, existen autores que cuestionan también la dimensión histórica de Sócrates (F. Nietzsche, H. Diels, M. Onfray, A. Glucksmann, J. P. Gálvez, L. E. Navia, I. Meyerson, entre otros) hasta el punto de hacer equivaler esta ambigüedad testimonial a una opacidad histórica semejante a su inexistencia individual.

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