Puedo entender a quienes se resisten a percibir o
reconocer la más mínima fisura en la perfección de su Jesús. Jesús
es su Jesús, y punto. Igual les ocurre a los budistas con su Buda, a los
musulmanes con su Mahoma, a los algonquinos con su Manitu, y así... Incluso lo
más espiritual, lo más trascendente, o sea la idea de Dios, o la negación de la
existencia de Dios, hasta lo más abstracto, racional e impersonal, por ejemplo,
el conocimiento científico, lo defendemos, lo amamos, lo concebimos sin ninguna
diferencia ni menos animalidad que las leonas que defienden a sus cachorros… Todo
o nada, obsesivamente. Seguimos amando como animales, creyendo como animales,
pensando como animales. Esto no es poco, pero tampoco mejor. Al parecer, sólo
se trata de diferencias de grado, pero no de tipo, para bajarle un poco los
humos a la vanidad y la grandilocuencia humanas.
Dado que esta condición animalesca humana es
pervasiva, la vemos aparecer por todos lados, como la mala hierba, tomando a
veces formas más bizarras y encubiertas de lo que uno podría imaginar. Por ello
mismo, el Jesús histórico también ha sido defendido, y también discutido
con celo felino,[1]
lo mismo que el Jesús teológico, doctrinal, escritural, eclesiástico, y
cualquier otro que pueda parecer de lo más sólido, riguroso, objetivo,
verdadero e irrefutable. Obviamente, además, con toda la gama inagotable de
perspectivas y visiones que la pasión amorosa de los diferentes seres humanos
sea capaz de generar, y con todo el conflicto y brutalidad inagotables que esa
misma diversidad y animalidad de amores y antiamores ha generado y seguirá
generando.
Yo amo el amor. Amo amar. El amor que yo amo es como
el tiempo y el espacio, creemos que no queda nada afuera, lo sostiene y lo
respira todo. Yo lo amo TODO con un amor extraño, y es justo aquí cuando me
encuentro con mi propio JESÚS.[2] Y
aunque TODO sea ILUSIÓN, sea este amor la corona y la gloria de toda
ilusión.
Pero yo no voy a hablar aquí de mi Jesús, de ese
Jesús, sino del Jesús de los otros, del Jesús de mi prójimo, de
ese estereotipo de amor esculpido en las costras y escaras de piedra de nuestras
almas, a sangre y fuego, por la historia viva y trágica de cada ser humano
hasta aquí. Sea ese Jesús al que llaman ¡Señor y Dios mío!, sea ése que
tantos ignoran, sea ése que también odian, sea el que fuere… Pero el único grande,
el Jesús de todos—el Verbo que sabe nombrarse a sí mismo con todos los nombres
humanos—se va desnudando de sus encarnaciones envejecidas y moribundas, como
una crisálida que se despliega sin fin, recursivamente una y otra vez, desde su
propia carne crística escuálida y amortajada; este Jesús Dios-No Dios, que
se renueva y se recrea sin pausa, cobija infinitos pliegues para acurrucarte,
infinitos innombrables espejos que te devuelven tu imagen transfigurándose de
infinitas maneras. A veces te ves a ti mismo, a veces crees ver a tu Jesús, a
veces no ves nada, a veces te aterra lo que ves. Lo llamas Jesús, lo llamo
Jesús, sólo porque es fácil llamarlo Jesús, como se canta una canción de cuna a
un bebé. Pero en este Jesús está también todo lo feo de todo ser humano, todo
lo peor, todo lo más aberrante y maligno, lo más monstruoso que igualmente nos
define humano. No, de ninguna manera es el Jesús hierático de las
catedrales ni de los sacerdotes. En las cárceles, en los hospitales, en los
cementerios, en los prostíbulos, en las atrocidades de la guerra, en las
pobrezas mortecinas, en los actos criminales y en las crueldades más terribles
se encuentran los más fieles discípulos de Jesús, ésos que, amándolo y
odiándolo de una sola vez, lo crucifican, lo torturan, lo laceran, lo niegan y
reniegan, se lo comen vivo, se beben su sangre, cuando sorben como vampiros
desde las heridas que hombres y mujeres infligen al cuerpo sufriente de la
humanidad, a Jesús
Humanidad, en ti, en mí, en cada uno, pero sin excepción.
Este Jesús de Amor—¡escúchese bien!—no excluye a nadie ni a nada. No es el
Jesús de nuestros irrenunciables apegos a un único y verdadero Jesús. Este
Jesús es el asesino y el asesinado. El cadáver descompuesto de Jesús, y el
Jesús resucitado.
¿Quién conoce a este JESÚS?
[1]
Los problemas, y sus
multiplicidades, que ha generado la visión histórica de Jesús son inabarcables.
Sólo para mostrar a quienes no conocen en profundidad y amplitud este universo
de la aporía histórica en torno a Jesús, presentaré una breve sinopsis de sólo
algunos aspectos discutibles, de variable importancia y tipo: “I. Problemas
sobre las fuentes y la transmisión textual: 1. Anonimato original de los
evangelios. Los evangelios no llevaban originalmente los nombres de Marcos,
Mateo, Lucas o Juan; estos títulos fueron añadidos después, lo que plantea
dudas sobre su autoría y fiabilidad directa. 2. Falta de manuscritos originales.
No existen autógrafos de los evangelios; todos los textos conservados son
copias de copias, con variantes acumuladas en el tiempo. 3. Diferencias
textuales entre manuscritos. Hay miles de variantes textuales entre los
manuscritos del Nuevo Testamento, lo que complica establecer un "texto
original" fiable. 4. Dependencia
literaria y la cuestión sinóptica. Mateo, Marcos y Lucas comparten material,
pero difieren en cronología, detalles y teología. La prioridad de Marcos y la
hipotética fuente Q son teorías no confirmadas que generan debate. 5. Fecha
tardía de composición. Los evangelios fueron escritos varias décadas después de
la muerte de Jesús (aprox. 70–100 d.C.), en comunidades alejadas de los hechos
descritos. 6. Transmisión oral y distorsión de la memoria. La tradición oral
entre los eventos y su redacción pudo haber distorsionado o reelaborado los hechos
para ajustarse a necesidades litúrgicas o teológicas. II. Problemas
sobre el contenido y la coherencia narrativa. 7. Contradicciones entre los
evangelios. Hay discrepancias importantes entre los relatos evangélicos, por
ejemplo, en la genealogía de Jesús, los detalles de la resurrección, o la
duración del ministerio. 8. Falta de evidencia externa directa. No existen
fuentes contemporáneas externas que verifiquen de forma concluyente los
milagros o eventos sobrenaturales narrados. 9. El silencio de autores
contemporáneos. Filósofos, historiadores y cronistas del siglo I no mencionan a
Jesús, o lo hacen de forma indirecta o muy tardía (como en el caso de Josefo o
Tácito, con interpolaciones posibles). 10. Inconsistencias en la cronología
pascual. Los evangelios no coinciden sobre la fecha de la crucifixión en
relación con la Pascua judía, especialmente entre los sinópticos y Juan. 11. Problemas
con el censo de Quirino. El censo mencionado en Lucas (para justificar el
nacimiento en Belén) no coincide históricamente con los reinados de Herodes y
Quirino. 12. Ausencia de detalles biográficos claves. No se sabe con certeza
cuántos años vivió Jesús, cuántos hermanos tuvo, ni qué hizo durante la mayoría
de su vida (la “vida oculta”). III. Problemas de contexto
sociopolítico y teológico. 13. Representación de los fariseos y judíos. Los
evangelios reflejan tensiones posteriores entre cristianos y judíos,
atribuyendo a los judíos una culpa que refuerza estereotipos antijudíos. 14. Inverosimilitud
de ciertas escenas judiciales. Es dudoso que un juicio nocturno como el de
Jesús, según los evangelios, se realizara bajo el Sanedrín en esas condiciones.
15. Uso de profecías del Antiguo Testamento
Los evangelios parecen haber modelado eventos
en la vida de Jesús para que cumplieran pasajes proféticos, más que
registrarlos históricamente. 16. Expectativas mesiánicas y reinterpretación. Jesús
no cumplió muchas de las expectativas judías sobre el Mesías (liberación
política, restauración del templo), lo cual llevó a reinterpretar su figura
como “Mesías sufriente”. IV. Problemas hermenéuticos y
filosófico-teológicos. 17. Tensión entre historia y fe. La intención
teológica de los evangelios (convencer de que Jesús es el Mesías) puede haber
primado sobre la fidelidad a los hechos históricos. 18. Milagros y verificación
histórica. La historicidad de los milagros no puede verificarse con métodos
históricos convencionales, lo que coloca muchos relatos fuera del análisis
crítico empírico. 19. La resurrección como evento trascendente. La
resurrección, eje de la fe cristiana, no puede demostrarse históricamente; los
relatos son simbólicos y contradictorios. 20. Construcción posterior del
"Jesús divino". Algunos estudiosos argumentan que la divinidad de
Jesús fue desarrollada progresivamente en la tradición cristiana, y no es una
autocomprensión explícita de Jesús histórico. V. Otros problemas
metodológicos y culturales. 21. Proyección teológica en la figura de Jesús.
Las comunidades cristianas proyectaron en Jesús conceptos culturales (como el
Logos griego o el Siervo de Yahvé) que moldearon la narrativa. 22. Ausencia de
testigos imparciales. Los autores de los evangelios eran creyentes
comprometidos; no contamos con relatos de testigos neutrales u opositores. 23. Influencia
de géneros literarios antiguos. Los evangelios usan formas literarias de la
época como biografías heroicas o hagiografías, que no buscaban la objetividad
moderna. 24. Idealización del martirio. La pasión de Jesús fue redactada para
equipararlo a mártires heroicos y sufrientes, reforzando un modelo de redención
narrativa. 25. Redacción en contextos
distintos del judaísmo palestino. Los evangelios fueron escritos en griego, en
ambientes urbanos y helenizados, lo que distorsiona o transforma la figura de
un profeta rural galileo. VI. Problemas textuales, de autoría y composición.
26. Redacción comunitaria y
anónima. Los evangelios reflejan tradiciones orales colectivas más que voces
individuales; los autores probablemente compilaron fuentes preexistentes sin
criterios modernos de autoría. 27. Ausencia
de mención directa de Jesús en Pablo sobre su vida terrenal. Pablo, la fuente
más temprana, apenas menciona enseñanzas, milagros o eventos de la vida de
Jesús, lo que plantea dudas sobre la circulación temprana de tales relatos. 28.
Interpolaciones y ediciones tardías. Se sospecha que algunos pasajes (como el
final largo de Marcos o el “Testimonium Flavianum” de Josefo) fueron añadidos o
modificados por editores posteriores. 29. Construcción teológica de la infancia
de Jesús. Los relatos del nacimiento de Jesús parecen construcciones teológicas
destinadas a cumplir profecías, más que testimonios históricos. 30. Silencio
sobre Jesús en las cartas de Santiago y Judas. Supuestos hermanos de Jesús no
ofrecen casi ningún detalle sobre él en sus cartas, lo que resulta problemático
si realmente lo conocieron. 31. Ausencia de una biografía continua. Los
evangelios no ofrecen una narrativa cronológica uniforme o continua, sino
episodios fragmentarios con grandes lagunas (como la infancia y juventud). 32. Contradicciones
en el linaje mesiánico. Mateo y Lucas ofrecen genealogías incompatibles de
Jesús, lo que complica la afirmación de su linaje davídico. VII. Problemas
históricos y contextuales. 33. Improbabilidad del viaje a Egipto. El relato
del viaje de la familia de Jesús a Egipto para huir de Herodes no tiene
corroboración histórica ni coherencia geográfica clara. 34. Identificación
errónea de autoridades. Los evangelios parecen no conocer con precisión la
estructura del Sanedrín o el rol exacto de los sumos sacerdotes, lo que indica
una distancia histórica con los hechos. 35. Desconocimiento del entorno rural
galileo. El retrato de Galilea en los evangelios refleja un conocimiento
limitado o estilizado de su economía, política y geografía. 36. Anacronismos
imperiales. Algunos relatos parecen proyectar estructuras o conceptos romanos
posteriores a la época de Jesús, lo que sugiere redacción tardía. 37. Ausencia
de fuentes judías contemporáneas sobre Jesús. Las fuentes judías del siglo I
(como Filón de Alejandría) no mencionan a Jesús, pese a tratar temas religiosos
del mismo período. 38. Asimilación de motivos helenísticos. El nacimiento
virginal, la ascensión, y otros elementos recuerdan modelos helenísticos de
hombres divinos (como Esculapio o Apolonio de Tiana). 39. Ambigüedad sobre el
rol de Jesús en relación con el Templo. Su posición respecto al Templo de
Jerusalén es ambivalente: lo respeta, lo critica, lo purifica, lo profetiza
destruido, lo trasciende. VIII. Problemas teológicos y doctrinales con
implicaciones históricas. 40. Evolución de la cristología. Jesús es
presentado como profeta, mesías, hijo de Dios, Logos eterno... en una
progresión doctrinal que probablemente no refleja su autocomprensión original. 41.
Improbabilidad histórica de discursos largos (como en Juan). Los extensos
discursos atribuidos a Jesús (especialmente en Juan) difícilmente podrían
haberse recordado o registrado literalmente. 42. Ambigüedad escatológica. Jesús
parece anunciar un inminente fin del mundo que nunca llegó, lo que genera una
tensión entre su expectativa y la posterior reinterpretación eclesial. 43. Problema
del "secreto mesiánico". En Marcos, Jesús prohíbe hablar de su
identidad; esta construcción teológica tiene difícil encaje en un contexto
histórico real. 44. Multiplicidad de
retratos incompatibles. Los evangelios ofrecen imágenes distintas de Jesús:
revolucionario apocalíptico, sabio pacífico, sanador carismático, mesías
espiritualizado... 45. La figura del “traidor” como construcción narrativa. La
caracterización de Judas como traidor absoluto parece responder más a
necesidades simbólicas que a evidencia verificable. IX. Problemas
hermenéuticos, simbólicos y filosófico-políticos. 46. Narración desde el desenlace (la cruz). La
vida de Jesús está narrada retrospectivamente desde la cruz y la resurrección,
lo que distorsiona la historicidad de sus acciones anteriores. 47. Problema del
milagro como evidencia. Los milagros, que cumplen funciones apologéticas y
simbólicas, escapan a todo análisis histórico riguroso. 48. Cristalización de
discursos contra “los judíos”. La hostilidad hacia los “judíos” como colectivo
puede reflejar conflictos de segunda generación más que la realidad del ministerio
de Jesús. 49. Reescritura tipológica del Antiguo Testamento. Muchas escenas de
los evangelios están modeladas como “cumplimientos” de escrituras hebreas, lo
que puede haber distorsionado los hechos originales. 50. Problemática del
“Jesús único”. La insistencia teológica en la unicidad radical de Jesús a
menudo bloquea su comparación con otros líderes religiosos, lo que impide un
análisis histórico libre de supuestos dogmáticos.
[2]
El manifiesto de Amor entre
yo y Jesús lo he expuesto en mi libro Evangelium: La Revolución del Amor (Evangelium: La Revolución del Amor). Existe una versión en inglés: Evangelium:
The Revolution of Love, Archway Publishing, USA, 2019.
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