miércoles, 28 de mayo de 2025

Los Señores de la Guerra

 



 

 

El altímetro alertó 40.000 pies con una luz roja parpadeante justo cuando Isaac Ben-Gvir tomaba el control de su F-16. El piloto activó manualmente el sistema de respaldo para desactivar Fly-by-Wire. Silenció los gritos del operador de radio y del comandante de escuadrilla. El cielo azul globalizado y un sol implacable de mediodía resplandecieron dentro de la cabina, se apropiaron de la visión completa de su mundo. 137 misiones impecables de combate lo premiaban en tierra con la postulación a General de Brigada. Nadie tiene todavía explicación razonable para el crac que Isaac Ben-Gvir conoció allí. Ningún peligro, ninguna amenaza plausible, su máquina en máximo rendimiento, y un patrón de comportamiento militar intachable, de excelencia. Sólo nosotros, y él, sabremos lo que realmente ocurrió… El piloto mueve bruscamente el stick hacia adelante, rompiendo el plano horizontal. El morro del F-16 se inclina hacia abajo, vertical, en picada. Con la mano izquierda empuja con vehemencia hacia adelante la palanca de potencia para alcanzar rápidamente los mil de potencia militar. La tasa de descenso se dispara: -10.000 pies por minuto y más. Las cámaras de postcombustión se encienden como un sol contenido: columnas de plasma propulsan el caza hacia una aceleración brutal. El vértigo de la velocidad y de la fuerza G en aumento disparan la memoria de las imágenes con la misma velocidad, como si su mente se hubiese acoplado a la estructura tremolante y ardiente de la aeronave. Decenas, cientos de niños, de mujeres corriendo desesperadas, miles de diferentes blancos humanos, en movimiento, habitando sus hogares, ocultos en sus tiendas, sus escuelas y hospitales, sus escondrijos inservibles, porque él apunta siempre los cohetes una y otra vez justo contra ellos, explotando todo en una masa de fuego y humo oscuro que ahoga la visión dentro de su nube de horror expansivo, una y otra vez, “sólo es la guerra”, “sólo es la guerra”, siempre se lo ha repetido. “El pueblo elegido está por encima de todo”. Ahora lo puede ver, sólo ahora que ha decidido acelerar hacia su tumba de tierra, contra su propia ceguera de alma, la que finalmente se le ha filtrado angustiosamente sin saber cómo por las paredes del cerebro, desde el fondo de su negra inconciencia, entrenada robótica y orgullosamente para matar. Necesitaba sentirlo. Necesitaba sentir en su cuerpo el dolor de la velocidad en descontrolado aumento, por el dolor de cada niño asesinado, despedazado, por cada civil que ahora sí se le convertía en persona verdadera y sufriente, viva, justo en el momento previo a hacerlas desaparecer. Al fin también él podía sufrir así. Necesitaba morir, sólo necesitaba morir a 1.824 mph contra su amada tierra de Israel.

 

 


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