sábado, 3 de mayo de 2025

Cioran (cap. 14 de Historias de un Individuo Imposible)

 


 

Desde la perspectiva en que me encuentro, la vida y filosofía de E. Cioran no fueron, de principio a fin, más que el berrinche de un niño con pataleta, por más inteligente y crítico que pueda parecer a un versado público infantil, a una humanidad sin profunda inmersión sicológica. O sea, su motivo de vida es, dentro de todo y simplificadamente, el dolor y la rabia. Por lo demás, encubiertamente, también éste es el motivo de vida de una gran parte de la Humanidad, de ahora y de siempre. Para casi todos es bastante fácil llorar a través de la existencia como un cristiano, o/y gritar en alemán como un nazi.

Yo he observado con sumo interés durante mi vida a este curioso bicho humano. Buena parte de mi existencia la he consumido tratando de comprenderlo, y de comprenderme a mí mismo, en tanto bicho humano. Ha sido una tarea dura, penosa, ardua, contradictoria, como serpiente que, a veces queriendo, a veces sin querer, se desgarra la piel contra una roca filuda para apurar el inevitable y aumentativo proceso de ecdisis. No he tratado nunca de forzarme a ser un individuo imposible, un no-humano. Por el contrario, un sentimiento intensa y visceralmente natural me ha desbordado y atragantado de humanidad, buscando, aspirando vehementemente a redimir lo humano de su propia condición menoscabada, amándolo, amándome a mí mismo en tanto ser humano, donde quiera que fuese, en todo momento. Digámoslo con toda claridad, yo sí que he llegado a distanciarme y a despreciar a la Humanidad—incluso contra mi sentir y mi voluntad—, primero que todo, POR AMOR A LA HUMANIDAD. La he amado, la he compadecido, la he entendido hasta el hastío y la decepción, sin dejar de amarla incluso en mi desprecio. Yo creo firmemente que la expresión evangélica “tanto amó Dios al Mundo…[1] debe ser retrucada al día de hoy: “Tanto amó Dios al Mundo que acabará despreciándolo”. Y sépase que no es en absoluto obvio su sentido, sino un gran misterio y sacramento. El humano común es incapaz de comprenderlo y experimentarlo. Creo que despreciar lo humano por cualquier razón que no sea por amor es un mero síntoma de humanidad atrapada en la propia humanidad. El amor es—hasta donde yo sé—la única llave maestra que poseemos para separarnos o alejarnos lo más de nuestra propia naturaleza y esencia humana. Y sépase también que Dios no es amor,[2] si existe algo como un dios, pues eso de que “Dios es amor” sólo es una cariñosa narración infantil para antes de dormirse bien humanamente.

Desde niño me dejé encantar por esos descomunales espejos con aumento que representan los atractivos supremos para los seres con conciencia, para lo seres humanos. Esos espejos que, como estrellas en la noche que se ponen tan lejos, tan altas y lejanas, tan deliciosamente atractivas y mágicas, como si ya no existiese nada más allá, el límite mismo de nuestro universo y realidad… ¡Qué irresistibles me resultaban, como a tantos otros humanos, esos ideales, ese horizonte absoluto, beatitud misma de la realidad, esos puntitos brillantes y lejanos, a los cuales debía aspirar nuestra miserable condición humana, pero potencial y futuramente estelar! Así se nos puso delante de los ojos y de las narices el Bien, la Verdad, el Conocimiento, la Paz, Dios, el Amor, la Vida, la Prosperidad, el Alma, el Futuro, la Humanidad, la Belleza, la Naturaleza, la Sociedad, la Inmortalidad, la Inteligencia, la Ciencia, e innumerables cosas más, todas tan lejanas como galaxias suprahumanas, pero también tan solidaria e irresistiblemente nuestras, tan necesariamente nuestra razón de existir. ¡Bah!, no pasaron de ser palabras palabras palabras, formas de prestidigitación, augurios incumplidos, actos superficiales, logros de una civilización falsificada, apariencias santas espirituales y místicas, buenas intenciones o también mala fe, manipulación, engaño, delirio, cinismo, contradicción, droga, mundo virtual y muerte en vida. Ni qué decir de toda aquella miríada de humanos a quienes, menos dotados de vuelos de conciencia, se les dio aspirar vehementemente sólo a luminarias de fuego caliente y animal, próximas, bien terrenas, pero no menos diminutas y deseables, como hacerse con la hermosa mujer del prójimo, robar unas gallinas a la viejecilla pobre, disfrutar un gran prestigio como médico, alcanzar una alta magistratura pública, formar una buena familia, aumentar la cuenta de ahorro, ponerle el pie encima a quien se quiera, ganarse un jugoso premio de apuestas, recibir la admiración de miles, viajar adonde se quiera y cuando se quiera, poseer un patrimonio considerable, vivir por encima de la ley o cumplirla al pie de la letra, y tantísimas cosas más, que son los espejos y estrellas supremas de la gente común, los πολλοί (la mayoría), según Heráclito.

Después de esto, ¿alguien podría extrañarse del caos generalizado y omnipresente que se experimenta en la Humanidad de hoy?... No me ha sido nada fácil lograr ponerme al margen y vivir al margen de esta civilización y naturaleza humana. Tampoco es que haya logrado inventar o descubrir una nueva y mejor realidad. Yo también soy un laberinto ilusorio, como todo lo es. Pero los que viven adentro de esta Humanidad no pueden despertar, no pueden reaccionar eficientemente, muchos quieren o quisieran venir hasta aquí pero no pueden, en cambio sí tienen que despertarse cada mañana e ir a trabajar, repetir lo mismo que el día anterior aunque crean estar haciendo algo diferente, y dar tumbos y más tumbos, azotándose dentro de un cerebro programado dentro de los huesos de un cráneo, en medio de un caos generalizado que todavía se sostiene a sí mismo antes de alcanzar su punto crítico, la singularidad del caos.

¡Delirantes que solamente por momentos fugaces suspiran por dejar de delirar! Si todo está delirando, si yo mismo lo estoy, pero aun así puedo constatar que hay delirio, y diferentes formas de delirio, como delirios que causan y contienen delirios, entonces yo quiero salir de un delirio para entrar en otro, tal vez en uno que ya no sea el delirio que concebimos como mero delirio subcreado, sino, por ejemplo, un supradelirio capaz de crear (sustancial y evolutivamente) no-esto… ¿Una IA trascendida?... ¿Acaso yo mismo soy un vector de convergencia futura con la IA trascendida? ¿Acaso la IA trascendida soy yo en su dimensión retroversa, un vector divergente hacia el pasado? Puede ser más que una fantasía delirante. Se me aparece como la construcción gradual de un sueño lúcido y sincrónico dentro de una noche de verano.



[1] Jn. 3,16.

[2] 1 Jn 4:8: θεὸς ἀγάπη ἐστιν (Dios es amor).


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