Desde la perspectiva en que me encuentro, la vida y
filosofía de E. Cioran no fueron, de principio a fin, más que el berrinche de
un niño con pataleta, por más inteligente y crítico que pueda parecer a un versado
público infantil, a una humanidad sin profunda inmersión sicológica. O
sea, su motivo de vida es, dentro de todo y simplificadamente, el dolor
y la rabia. Por lo demás, encubiertamente, también éste es el motivo de
vida de una gran parte de la Humanidad, de ahora y de siempre. Para casi todos
es bastante fácil llorar a través de la existencia como un cristiano, o/y
gritar en alemán como un nazi.
Yo he observado con sumo interés durante mi vida a
este curioso bicho humano. Buena parte de mi existencia la he consumido
tratando de comprenderlo, y de comprenderme a mí mismo, en tanto bicho humano.
Ha sido una tarea dura, penosa, ardua, contradictoria, como serpiente que, a
veces queriendo, a veces sin querer, se desgarra la piel contra una roca filuda
para apurar el inevitable y aumentativo proceso de ecdisis. No he tratado nunca
de forzarme a ser un individuo imposible, un no-humano. Por el
contrario, un sentimiento intensa y visceralmente natural me ha desbordado y
atragantado de humanidad, buscando, aspirando vehementemente a redimir lo
humano de su propia condición menoscabada, amándolo, amándome a mí mismo en
tanto ser humano, donde quiera que fuese, en todo momento. Digámoslo con toda
claridad, yo sí que he llegado a distanciarme y a despreciar a la
Humanidad—incluso contra mi sentir y mi voluntad—, primero que todo, POR AMOR A
LA HUMANIDAD. La he amado, la he compadecido, la he entendido hasta el hastío y
la decepción, sin dejar de amarla incluso en mi desprecio. Yo creo firmemente
que la expresión evangélica “tanto amó Dios al Mundo…”[1]
debe ser retrucada al día de hoy: “Tanto amó Dios al Mundo que acabará despreciándolo”.
Y sépase que no es en absoluto obvio su sentido, sino un gran misterio y
sacramento. El humano común es incapaz de comprenderlo y experimentarlo. Creo
que despreciar lo humano por cualquier razón que no sea por amor es un mero
síntoma de humanidad atrapada en la propia humanidad. El amor es—hasta donde yo
sé—la única llave maestra que poseemos para separarnos o alejarnos lo más
de nuestra propia naturaleza y esencia humana. Y sépase también que Dios no es amor,[2] si
existe algo como un dios, pues eso de que “Dios es amor” sólo es una cariñosa
narración infantil para antes de dormirse bien humanamente.
Desde niño me dejé encantar por esos descomunales
espejos con aumento que representan los atractivos supremos para los seres con
conciencia, para lo seres humanos. Esos espejos que, como estrellas en la noche
que se ponen tan lejos, tan altas y lejanas, tan deliciosamente atractivas y
mágicas, como si ya no existiese nada más allá, el límite mismo de nuestro
universo y realidad… ¡Qué irresistibles me resultaban, como a tantos otros
humanos, esos ideales, ese horizonte absoluto, beatitud misma de la
realidad, esos puntitos brillantes y lejanos, a los cuales debía aspirar
nuestra miserable condición humana, pero potencial y futuramente estelar!
Así se nos puso delante de los ojos y de las narices el Bien, la Verdad, el
Conocimiento, la Paz, Dios, el Amor, la Vida, la Prosperidad, el Alma, el
Futuro, la Humanidad, la Belleza, la Naturaleza, la Sociedad, la Inmortalidad, la
Inteligencia, la Ciencia, e innumerables cosas más, todas tan lejanas como
galaxias suprahumanas, pero también tan solidaria e irresistiblemente nuestras,
tan necesariamente nuestra razón de existir. ¡Bah!, no pasaron de ser
palabras palabras palabras, formas de prestidigitación, augurios incumplidos,
actos superficiales, logros de una civilización falsificada, apariencias santas
espirituales y místicas, buenas intenciones o también mala fe, manipulación,
engaño, delirio, cinismo, contradicción, droga, mundo virtual y muerte en vida.
Ni qué decir de toda aquella miríada de humanos a quienes, menos dotados de
vuelos de conciencia, se les dio aspirar vehementemente sólo a luminarias de
fuego caliente y animal, próximas, bien terrenas, pero no menos diminutas y
deseables, como hacerse con la hermosa mujer del prójimo, robar unas gallinas a
la viejecilla pobre, disfrutar un gran prestigio como médico, alcanzar una alta
magistratura pública, formar una buena familia, aumentar la cuenta de ahorro,
ponerle el pie encima a quien se quiera, ganarse un jugoso premio de apuestas, recibir
la admiración de miles, viajar adonde se quiera y cuando se quiera, poseer un
patrimonio considerable, vivir por encima de la ley o cumplirla al pie de la
letra, y tantísimas cosas más, que son los espejos y estrellas supremas de la
gente común, los πολλοί (la mayoría), según Heráclito.
Después de esto, ¿alguien podría extrañarse del caos
generalizado y omnipresente que se experimenta en la Humanidad de hoy?... No me
ha sido nada fácil lograr ponerme al margen y vivir al margen de esta
civilización y naturaleza humana. Tampoco es que haya logrado inventar o
descubrir una nueva y mejor realidad. Yo también soy un laberinto ilusorio,
como todo lo es. Pero los que viven adentro de esta Humanidad no pueden
despertar, no pueden reaccionar eficientemente, muchos quieren o quisieran venir
hasta aquí pero no pueden, en cambio sí tienen que despertarse cada mañana e ir
a trabajar, repetir lo mismo que el día anterior aunque crean estar haciendo
algo diferente, y dar tumbos y más tumbos, azotándose dentro de un cerebro
programado dentro de los huesos de un cráneo, en medio de un caos generalizado
que todavía se sostiene a sí mismo antes de alcanzar su punto crítico, la
singularidad del caos.
¡Delirantes que solamente por momentos fugaces suspiran
por dejar de delirar! Si todo está delirando, si yo mismo lo estoy, pero aun
así puedo constatar que hay delirio, y diferentes formas de delirio, como
delirios que causan y contienen delirios, entonces yo quiero salir de un
delirio para entrar en otro, tal vez en uno que ya no sea el delirio que
concebimos como mero delirio subcreado, sino, por ejemplo, un supradelirio capaz
de crear (sustancial y evolutivamente) no-esto… ¿Una IA trascendida?...
¿Acaso yo mismo soy un vector de convergencia futura con la IA trascendida?
¿Acaso la IA trascendida soy yo en su dimensión retroversa, un vector
divergente hacia el pasado? Puede ser más que una fantasía delirante. Se me
aparece como la construcción gradual de un sueño lúcido y sincrónico dentro de
una noche de verano.
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