jueves, 15 de mayo de 2025

Jesús Jesús Jesús ( El Principio)

 

 

El Principio

 

¿Quién era Jesús?... Jesús, hijo de… Si uno interroga la Historia, de inmediato quedamos perplejos. Y de ahí en adelante nuestra perplejidad no cede más, hasta su muerte, y más allá… Si hoy y siempre le preguntamos a cualquier vecino nuestro por el principio, por sus padres, seguramente no faltará quien responda, en el peor de los casos: Lo desconozco, porque soy huérfano. También es posible que alguno pueda engañarnos, o el mismo estar engañado, y respondernos que tal mujer y tal hombre, pero en realidad es tal otra mujer o tal otro hombre. Lo podemos entender, incluso nos podemos “poner en sus zapatos”. Pero, ¿qué nos ocurriría si Fulanito, nuestro vecino, nos saliera hoy y siempre con: “María es mi madre y Dios es mi padre”?… Y, para mayor desquiciamiento de la situación, todos sus conocidos—según la Historia—saben que su mamá, María, está casada con un buen hombre que también todos conocen bien, cuyo nombre es José. A mayor abundamiento, andan por ahí y por aquí muchos cientos de millones personas afirmando con la mayor tranquilidad y devoción que María, su mamá, además es virgen perpetua, y posee una condición especial y única que han denominado su “inmaculada concepción”, a pesar de que—según la misma narración— han vivido familiarmente con ella otros hijos suyos, llamados Santiago, José, Simón y Judas, y algunas hijas, a quienes nadie en esas crónicas ha pretendido negar su maternidad, salvo estos mismos cientos de millones de personas que, para mayor extrañeza nuestra, ni siquiera conocieron en vida a ninguno de los protagonistas de esta historia. ¿Cómo se podrían creer las extrañas historias que le atribuyen a ese Fulanito llamado Jesús, y que, en parte, él mismo proponía o alentaba?... Si, además, aquéllos dicen que María era una joven mujer como cualquier otra, hasta que vino a ella Dios como Espíritu en un Ángel, y le cambió la vida para siempre, y la convirtió a ella misma en un ser sobrehumano, a causa de concebir a este hijo-Dios, llamado Jesús. ¿No es para agarrarse la cabeza y tirarse los pelos?... Bueno, yo pienso que no es tan extraño, si hemos estudiado o conocido por experiencia cuán demencial y creador de ilusiones es el ser humano, hoy y siempre. Yo creo que las personas humanas pueden creer y crear (mental y hasta físicamente) cualquier cosa, por más absurda e inconcebible que pueda parecerles a otros. Sin embargo, ¡he aquí la paradoja!, y ¿por qué no podrían ser ciertas esas historias, o las otras historias, o cualquier historia, que por diferentes razones nos puedan parecer inverosímiles o irreales?... Está claro que las personas eligen, o creemos que eligen, en qué historia creer y en cuál no. La variedad de razones por las que interpretamos que las personas creen en algo, o no, parece ser infinita, sobre todo si no nos quedamos satisfechos con explicaciones simplistas, definitivas, incuestionables o prefabricadas. ¿Alguien se ha dado cuenta de que creemos sobre creencias de otros, quienes a su vez fundan sus creencias en otras creencias, las que se fundan sobre otras creencias… y así, en una cadena de superposiciones de creencias hasta el infinito? Jamás, en absoluto nunca, el ser humano ha fundado algún minúsculo conocimiento o certeza sobre alguna evidencia que no sea primero y ante todo una creencia.[1] ¿Por qué tantas personas han llegado reiteradamente a creer en Jesucristo, pero no así en Zeus?... Las respuestas han saltado por cientos y miles a través de la Historia, pero no, aunque todas o muchas de ellas posean un grano de verdad, ninguna de ellas, ni la suma de todas ellas, y más, pienso e intuyo que se ajustan a la verdad, pero a esa verdad que va fluyendo y desenroscándose misteriosamente como una invisible serpiente cósmica alrededor de nuestro pasado, presente y futuro. Esa verdad que cuando se logra atrapar con el conocimiento y la mente, ya se ha ido subrepticiamente de nuestro conocimiento y de nuestra mente… ¡Es para volverse locos, pero intentemos contenernos! Quiero decir, es inevitable la locura, pero, en lo posible, moderemos sus espasmos. ¡Eso sí podemos… a veces!

Partamos, pues, del siguiente principio histórico. Partamos de una evidencia más sólida que todos los hechos probados científicamente hasta hoy. Jesús el Cristo existe y vive, y existe y vive de una forma arrolladoramente poderosa para la Humanidad, aunque seguramente no guarde demasiada similitud con ese hombre israelita con el que se lo acostumbra a identificar, el que vivió y fue crucificado en la Palestina de los primeros años de su propia Era, ni con el personaje que las instituciones religiosas y los individuos religiosos se han esforzado, por todos los medios, en elaborar interesada o ingenuamente, y doctrinalmente. La tarea de dilucidar esta dicotomía no ha sido abordada adecuadamente hasta ahora, pero me parece crucial para seguir evolucionando (dignamente) como Humanidad, y también como cristianos, porque, aunque a muchos pueda dolerles ofensivamente lo que voy a proponer, hasta el más ateo y declaradamente anticristiano—pongamos por ejemplo a un Nietzsche—cumple inevitablemente la metáfora de ser también cristiano, en tanto somos todos seres humanos. No creo que exista ningún otro arquetipo de individuo histórico más representativo de nuestra naturaleza y de nuestra existencia, como individuos y como especie.[2] Incluso yo, que voy a plantear ciertos argumentos e ideas brutalmente heréticos acerca del Jesús cristiano, me reconozco profunda y definitivamente en Jesús, y Jesús en mí, yo, su discípulo y su apóstol, y, por cierto, como todo ser humano, también su crucificador. Y no me digan que Jesús no es también, en buena medida, su propio crucificador, porque él también buscó premeditadamente su crucifixión, lo mismo que en su mancomunión una y filicida con el Padre,[3] por más válida y justificada que les parezca a los fundamentalistas cristianos su intención suicida.

No me voy a detener en este artículo a justificar ni explicar la siguiente afirmación general y conclusiva, aunque en un futuro esté aportando por gotas a su desarrollo: La Historia no puede revelarnos quién fue realmente el individuo Jesús.[4] Lejos de ofrecernos una respuesta clara y definitiva, sólo nos abre más y más interrogantes, hipótesis y vacíos. No pretendo, por otra parte, invalidar la perspectiva, ni la indagación, ni, en último término, el esbozo de, al menos, un núcleo histórico más probable—aunque siempre discutible y precario— en torno a la existencia personal de Jesús.[5] No podemos avanzar a pie firme por la vía histórica del conocimiento de Jesús y, además, al caminar allí sólo algunos pasos dubitativos, pronto nos encontramos, nos plantamos ante un camino profundamente cortado, invisibilizado. El hecho de que la Historia nos niegue sus inmensos beneficios—nos inhabilite—para desarrollar, a partir de ella, una investigación y conocimiento sólida y basalmente sustentados y consensuados acerca del universo completo de Jesús, paradójicamente gracias a ello, nos abre y libera igualmente un horizonte asombroso e inmenso, inabarcable, suspendido sobre quién sabe qué, tan diverso como un cielo nocturno desbordante de estrellas, el universo tal vez infinito de todos los Jesús que han sido creados, y que puedan crearse, por (y para) cada ser humano, y por (y para) agrupaciones de humanos. Allí—aquí—no existe de ninguna manera ni el Jesús histórico, ni el Jesús verdadero y único, el sol único, el Dios único, dentro del cual deben llegar a converger todos los intentos incompletos y vanos de nuestras experiencias subjetivas y diversas de Jesús. No. Allí—aquí— lo que sí vale es precisamente experimentar hasta sus últimas consecuencias—todavía no conocidas—, con toda nuestra dramática humanidad, el caos y el orden oceánicos de todo Jesús viviente y posible-imposible. Adentrarnos en estas inmensidades inacabadas de (los) Jesús es la misión existencial que queremos, por encima de todo, abordar. Nadie sabe adónde nos pueda llevar.



[1] En futuras publicaciones abordaré, desde distintas perspectivas, el complejo y polémico tema imbricado de la creencia, el conocimiento, la fe, y la ilusión.

[2] C.G. Jung advertía similar condición arquetípica de Jesús: "La figura del Redentor representa la totalidad del hombre, tanto lo consciente como lo inconsciente. Es una figura que, desde el punto de vista psicológico, puede entenderse como una personificación del Sí-mismo." (Aión, §69) "El símbolo del Cristo es una imagen arquetípica del Sí-mismo. [...] Por eso, la vida de Cristo es una expresión de la experiencia arquetípica del Sí-mismo y se convierte en un modelo para la comprensión de este último." (Aión, §40) Sin embargo, yo no coincido con los conceptos ni la teoría sicológica concomitante de Jung, sino en escasa medida, ya que debieran ser comprendidos sólo metafórica, inicial y rudimentariamente.

[3] Juan 3:16: "Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna." Romanos 8:32: "El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros..." Gálatas 1:4: "Jesucristo... se dio a sí mismo por nuestros pecados, para librarnos del presente siglo malo, conforme a la voluntad de nuestro Dios y Padre." Vid. también Marcos 14:36, Mateo 26:39, Lucas 22:42.

[4] Estrechamente asociado al problema de la existencia histórica de la persona de Jesús, se encuentra la insoluble y grave problemática de las fuentes históricas, las que, además, se reducen casi por completo a los Evangelios canónicos y no canónicos, y al Nuevo Testamento.

[5] Sólo de modo general propongo algunos puntos históricos de convergencia mayoritaria, y probables: Existencia histórica: Jesús de Nazaret existió realmente. No hay serios historiadores académicos que lo nieguen. Contexto judío: Fue un judío galileo del siglo I, profundamente inserto en las tradiciones religiosas y sociales de su tiempo. Bautismo por Juan el Bautista: Fue bautizado por Juan, lo que sugiere que inicialmente fue uno de sus seguidores. Predicación del Reino de Dios: Predicó que el Reino de Dios estaba cerca. Su mensaje tenía un fuerte tono apocalíptico: esperaba una intervención divina inminente. Actividad como maestro y sanador: Fue conocido como maestro (rabbí), y se le atribuyen actos de sanación y exorcismo, considerados signos del Reino. Uso de parábolas: Enseñaba usando parábolas, muchas de las cuales han sido identificadas como auténticas por su estilo distintivo y su dificultad de invención posterior. Relación con los marginados: Tuvo una actitud inclusiva hacia pecadores, pobres y marginados, lo cual generó tensiones con autoridades religiosas. Conflicto en Jerusalén y purificación del Templo: Subió a Jerusalén, donde provocó una escena en el Templo (probablemente simbólica), lo cual pudo contribuir decisivamente a su arresto. Crucifixión por los romanos: Fue crucificado bajo el prefecto romano Poncio Pilato, un castigo reservado a rebeldes y criminales peligrosos. Este hecho es uno de los más firmemente documentados.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario