¿La visión de la luz dentro de mi dormitorio fue una
alucinación hipnopómpica?... ¿Todas mis percepciones y mis procesos
interpretativos relatados fueron una seguidilla de procesos mentales
fantasiosos y subjetivos?... ¡Sí!... ¡Sí!... Pero la clave hermenéutica, la inversión
epistemológica fundamental e inicial que yo considero necesario hacer para
comprender correcta o, por lo menos, menos limitadamente—por ejemplo, de lo que
lo hace la Ciencia—todo fenómeno de esta realidad en la que existimos, TODO—entiéndase enfáticamente y sin
restricciones—, consiste, primero, en asumir holísticamente que “TODO ES ILUSIÓN”, y
que, a partir de este principio (auxiliar) universal y total, se desgranan los
demás estados de realidad (subilusorios—los modos de la ilusión—)
que parecen o se experimentan (antrópica y paradójicamente) no ilusorios, estables,
independientes, sólidos , ciertos, referenciales, verdaderos, absolutos, etc.,
como, por ejemplo, el Universo material, o bien la percepción sensorial, o el
cuerpo biológico, o la racionalidad, o el instante temporal presente, o la
tecnología, etc. Yo no logro entender cómo tanta gente pensante e inteligente a
través de la historia humana no se ha dado cuenta de lo obvio, necesario,
elemental y trascendental del error sobre el cual se ha constituido y construido toda
nuestra condición natural, toda nuestra civilización humana, todas nuestras
experiencias y conocimientos del orden que sean, incluso de aquellos saberes o
cosmovisiones que se han configurado, como lo han hecho, por ejemplo, el
Hinduismo y el Budismo, supuestamente a partir del principio de TODO-ILUSIÓN, o Maya.
El error, casi como una suerte de horror vacui o bloqueo cognitivo,
consiste básicamente en aferrarse por cualquier medio a la convicción
injustificada de que necesaria y axiomáticamente existe algo
inicial, creador, fundacional, universal, total, etc., absoluto y verdadero,
como el número para Pitágoras, el cogito cartesiano, o el Dios de
Jesús, o el Universo físico, o el Paranirvana, de modo que una de las
consecuencias más importantes para el conocimiento humano es que ese supuesto
Principio Absoluto nos condiciona, tanto como nos permite, a discernir
entre el Bien y el Mal, la Verdad respecto de la Falsedad, lo Real y lo Irreal,
la Vida y la Muerte, el presente respecto del pasado y del futuro, etc. ¡Ni
siquiera los simios cayeron en ese error tan delirante, regresivo y absurdo propio
de la especie humana! Y no es que nuestros escépticos, agnósticos,
intuicionistas, videntes, divergentes lo hayan hecho mejor—pudiendo, y hasta
debiendo—, porque de una u otra manera todos han acabado en una trampa inicial-final
de este mismo nudo gordiano ilusionista que es en sí mismo el homo sapiens-sapiens.
Si se invierte ese principio, pues, se puede derivar y
comprender, pero de una manera radical y sustancialmente diferente, toda la
experiencia de verdad y de realidad que hemos desarrollado
integral y soberanamente, lo mismo que toda nuestra experiencia y conocimiento
en relación con la falsedad y la irrealidad. El eje absoluto de
nuestra experiencia de realidad, por lo tanto, debiera ser representado como un
sistema integral de ilusión por niveles y grados de ilusión imbricados e
interrelacionados, dentro del cual los seres vivos y los humanos experimentamos
una forma o dimensión de ilusión degradada que consiste en la alucinación
delirante de un estado de realidad física y mental verdadera y autónoma, o sea,
la realidad natural. En este sentido, actualmente he llegado a creer que
el fenómeno ovni en su totalidad, así como gran parte de la fenoménica
forteana, demuestra en forma abierta y decisiva precisamente y de forma dramática
la debida inversión trascendental de nuestro principio y experiencia de
realidad. Es decir, en gran medida el fenómeno ovni y la fenoménica paranormal representan
un estado de realidad mucho más amplificado—o sea, en el ámbito de
nuestra conceptualización antrópica, más real—dentro del Holismo Ilusorio, o Ilusión Trascendental.
En la actualidad, la mayor parte de la gente instruida
no sabe que muchos importantes y prestigiosos investigadores del fenómeno ovni,
tales como Carl Jung, John Mack, David
Jacobs, Jacques Vallée, sostienen que asociado a este fenómeno siempre existe
un gran componente productivo o causal de tipo sicológico o mental, sin que
ello implique necesariamente que el experimentador de un “encuentro cercano”
esté solamente alucinando, o, en el mejor de los casos, sólo distorsionando
fantasiosa e irrealmente (sensorial o sicológicamente) algún fenómeno de
carácter meramente natural, como sugiere la mayoría de los escépticos y
críticos cientistas. En nuestra conceptualización, aquellos ufólogos sí implican—sin
declararlo explícitamente—, por una parte, que no existe una incompatibilidad
ontológica ni contradicción necesaria entre ilusión/alucinación/subjetividad,
y realidad objetiva/natural/física. Y, por otra, a fortiori, que existe algún
misterioso, desconocido e hipotético mecanismo, o razón, que
articula y compone subjetividad-realidad física (juntos)—en una relación
fuera de lo común, incluso anómala y excepcional—para producir causalmente
tales experiencias. Es un hecho que nadie ha avanzado todavía en la
investigación y elucidación de este “mecanismo”, o la razón que unifica la
experiencia mente-ovni.[1] No
obstante, considero que el investigador Antonio Caravaca ha dado un paso
inicial importante últimamente hacia la línea de la inversión epistemológica y
ontológica que aquí proponemos.[2] Con
todo, considero que el abismo más ancho y profundo que separa la inversión
ontológica y epistemológica que sugiero, respecto de la histórica y natural que
hasta aquí ha sostenido y desarrollado íntegramente el ser humano, consiste en
su incapacidad natural y antropológica para experimentar esta
realidad en parámetros y modos no duales, y en categorías no separadas (no-unidades).[3]
Por ejemplo, diferenciar amplia y sustantivamente entre dimensión síquica y
dimensión física de la realidad—o bien, interior-exterior—es altamente ilusorio
e inadecuado; o bien, entre realidad e irrealidad; o bien, representar la
realidad por medio del lenguaje verbal, u otros similares, en tanto siempre los
lenguajes humanos son categoriales, es decir, representan la (sub)realidad
por identidades, unidades, valores, significados, definiciones, juicios, etc.
Es decir, el ser humano naturalmente no puede superponer fenómenos sin
identificarlos y procesarlos cognitivamente por separado, como una suma, aunque
los perciba como unidad, es decir, siempre y ante todo experimenta “el todo es
una suma de partes”. Además, el humano no puede sino superponer
aumentativa y progresivamente unos pocos estímulos (unidades) de realidad
(poseemos limitada y escasa amplitud atencional), y también es incapaz
de integrarlos como nuevo estado de realidad.[4]
En conclusión, si todo es ilusorio, entonces no
es un buen criterio afanarse por diferenciar a ultranza—por ejemplo,
científicamente—entre verdadero y falso, entre alucinación y realidad física,
entre correcto e incorrecto, entre energía y materia y mente, entre 0, 1 y 2, sino
debiéramos esforzarnos, ante todo, por tratar de diferenciar los modos implicados
de la ilusión y del delirio holistas.[5]
Esto solo cambiaría toda nuestra experiencia y conocimientos (ideas) de la
realidad, adquiridos y naturales. Considero que ésta es una de las principales enseñanzas
que nos aporta, en conjunto, el fenómeno de los ovnis, de lo paranormal, y,
por lo tanto, también de mi propia experiencia relatada.
Por lo tanto, quienes hayan leído mi experiencia ovni,
relatada en el capítulo anterior, habrán reaccionado con los más variados
criterios, sentimientos, pensamientos y juicios, pero nadie se acercará
siquiera a mi propia experiencia, ni tampoco al correcto procesamiento de su
particular fenomenología de la ilusión.
[1]
O como la relación mente-milagro-realidad física que propuse en el cap. 8.
[2]
Véanse libros del autor: La
distorsión: El fenómeno OVNI en la mente humana (2012), El secreto de
los OVNIs (2014), La conciencia OVNI (2017). Igualmente, su blog: https://caravaca101.blogspot.com/. Su mérito consiste en poner el foco del
fenómeno ufológico y sus concomitantes forteanas y paranormales en lo que él
denomina “la distorsión”, como un anómalo y excepcional evento en que se
implican mente-experiencia física de una manera tan imbricada que no se puede diferenciar
un componente del otro. Aunque reconoce que es más probable que el agente
externo sea el que cause o administre la distorsión, más que
la sique del humano involucrado, dado que evidencia—física y mentalmente—no
sólo llevar el control de la situación del “encuentro”, sino, además, exceder
en recursos de realidad
al ser humano en una medida indeterminadamente mucho mayor, Caravaca presenta
confusión/ambigüedad y falta de rigor conceptual tanto en el análisis
sicológico, como en todo lo relativo al “agente externo”. En una de las
recientes publicaciones en su blog señala en relación con el “agente externo”:
“[…] parece algún tipo de fuerza [¡sic!, Caravaca también lo denomina descuidadamente
en su post “inteligencia”, sin percatarse ni analizar la distancia fenomenológica
y conceptual entre “fuerza” e “inteligencia”] que no solo tiene la capacidad de
distorsionar nuestra realidad y percepción, sino que además y esto es lo más
importante puede reconfigurar nuestro sistema operativo mental” (miércoles, 1
de enero de 2025). La similitud en cuanto al concepto central de nuestras
visiones, pero también la diferencia, se encuentra en el paralelismo entre su
concepto de distorsión y mi concepto de ilusión.
[3]
Éste es un tema demasiado
complejo que requeriría de un tratamiento aparte y extenso para intentar
aproximarme conceptualmente a él, ya que por su naturaleza es esencialmente
extra-conceptual, extra-lingüístico, para-mental y para-físico.
[4]
Al ser humano ya le resulta
extremadamente difícil experimentar naturalmente, y en toda su amplitud y
variedad, el principio cognitivo de la Gestalt: “el todo es más que la suma de
las partes”. Incalculablemente más antinatural le resultaría, a fortiori, percibir
cosas y fenómenos instantáneamente ni como todo, ni como partes, es
decir, paradójicamente no como cosas, sino como un nuevo estado de
realidad (otro no agregativo), por lo
tanto, tampoco como un mero fenómeno asociado a la misma cosa. Es
decir, en este modo cognitivo no sólo no hay misma cosa
(dos veces), sino tampoco cosa (una vez), tal como señalaba Heráclito:
“A los mismos ríos entramos y no entramos, somos (estamos) y no somos (estamos)”
(49a DK). En nuestra incapacidad connatural, a esta condición para-cognitiva (supra-holista)
la percibimos y denominamos filosófica y cuánticamente, insuficiente y ambiguamente,
como indeterminación.
[5]
Lo que quiero referir con el
término “modos implicados” representa vagamente una fenomenología de la
ilusión (realidad), que no se ha abordado ni explorado hasta ahora, y que,
además difícilmente podríamos indagar y tener acceso a ellos, debido a nuestras
limitaciones antropológicas. Volveré sobre el tema en otro capítulo.