jueves, 29 de noviembre de 2012

Reviente de una vez el cielo




Reviente de una vez el cielo
reviente el miedo y la amenaza
de su infinita lejanía
arrebujado en sudarios azules
y negras mortajas de inexplicables hilados
entre jeroglíficos de estrellas
y moradas prometidas por abuelos y padres.
Reviente el sol dentro de la luna
y la luna dentro de la tierra
como semilla acurrucada
en el cubículo negro de un terrón
hasta que la pasión del tiempo maduro
asole las carnes secas
con sangre de nuevos seres en flor
como he visto  los dorados cráneos de los duraznos
doblar las ramas del duraznero hasta morir.
Reviente la verdad cautelosa
la creación cansada y vieja
los libros grasientos y ansiosos de llamas
para acabar la tortura de fingir
como finge el día la sonrisa del amanecer
en este desencuentro que no conduce a nada
entre un día que no sabe si comienza
y una noche que no sabe si acaba.
Reviente el tiempo
la añoranza de los débiles y cansados
que todos los días se levantan a trabajar
que miran alguna foto de un difunto amado
y suspiran por ti, por ti…
Revienten las manos extendidas
revienten los besos de los labios muertos
revienten las lágrimas que resecó la necesidad
y el silencio que se esconde detrás de cada cosa.
Revienta—¡santísimos demonios!
revienta,
hora del Dios de todos
hora de tu odio y de tu amor,
converge ya en tu hora de proféticos milenarios tiempos,
revienta de una buena vez,
hora del horror,
hora del bien supremo,
hora que deshuesa las horas
de  su divino sentido
en su maldita vacuidad.

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