Los
dioses cruzaron el océano del tiempo
sobre
sus naves silenciosas como caballos diamantinos.
El
universo contempló con una boca sin párpado ni aliento
la
energía terrible contenida en su voluntad inexorable,
cuando
las quillas de sus naves magnetizadas de
fuego
abrían
las olas del espacio y del tiempo.
Ceñidos
con sus filosas espadas de la perfecta muerte
y
sus armaduras probadas en todas las guerras del universo
se
vienen sin apuro acercando a las playas de este planeta,
cargados
con las joyas y dones devueltos del mercenario español
con
las bondades invertidas de la cruz y de sus milagros curanderos
para
volcar las mesas podridas de estos sacerdotes de cultos milenarios,
para
limpiar la tierra del hongo radioactivo
que
estos hijos de dioses están a punto de cultivar por las praderas
de
las almas, de las carnes, de las aguas y trigales de pan
como
en otro tiempo ya los aniquilaron en Marte.
Los
dioses verdaderos vienen salvadores
a
mostrarse verdaderos dioses de su Tierra
y
la hora puede ser mañana,
la
hora de la batalla nunca vista,
la
última batalla de los dioses
invisibles.
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