Tan fácil la muerte nos libera de todo dolor.
Ridícula ilusión del cuerpo
que ya harto de sufrir injusticia tras injusticia
la zancadilla constante de la existencia a tu existencia,
la brutalidad de pertenecer a una raza de animales
mezquinos cobardes carroñeros,
que apenas sienten el más mínimo impulso
se apropian de tu vegetal dignidad,
de la misma humanidad pordiosera y destructora de sí
que en mí se vuelve delicadeza y tacto.
Quienquiera que haya hecho esto,
sea un alguien o un nadie,
lo ha hecho.
Y al hacerlo me ha hecho a mí y a ellos
y me seguirá haciendo aunque yo no quiera,
si eso quiera que él quiera o no quiera--¿qué a mí?
Ni la más insignificante partícula atómica
es menor que mi voluntad de ser ante Dios o la Nada.
Y heme aquí pensando contra él para él
porque mis enemigos y yo y él no somos
más diferentes que el cielo del infierno suyos,
más ajenos que el sufrimiento que yo mismo causo a tantos,
más indiferenciados que un pensamiento rebelde
que no destruye nada para crecer,
que no se come a nadie ni a nada para vivir.
Y yo sufro y me atrevo a sufrir injusticia
como si un orden naciente me facultase a exigir perdón,
coherencia, sensatez, verdad y al final de todo belleza
para que nadie quede insatisfecho.
Miserable dolor arrogante de sí mismo
para dominar el universo y exigir
¡basta de sufrir!
Dolor monstruoso y pecaminoso
que quiere forzar a la existencia en su propio beneficio,
dime, madre, resuelve, soy tu hijo recién nacido:
¿quieres matarme?
No hay comentarios.:
Publicar un comentario