lunes, 23 de enero de 2012

Otra vez la guerra



¡Qué apacible es la vida cuando la muerte no ha llegado!
¡Qué apacible es la muerte cuando la llamamos vida!
¡Por qué hemos creído en la inocencia del mundo!...
Porque vimos los árboles acariciar de verde santo la tierra
porque vimos las aves despertar el vuelo en impulso infinito
y el agua azul que circulaba cantando alrededor del planeta
porque vimos el gesto doloroso de las madres animales
extasiadas después del parto de la cría amada
y el tranco quebrado de los nuevos seres
que se esforzaban por primera vez sobre la tierra,
creímos en un dios perfecto y en el sentido de creer
creímos en el instante y el mañana
creímos en la necesidad de ser más y más
unidos en una sola redonda roca de tierra
concentrados en tomar en serio nuestra propia vida
anunciando a gritos que trataríamos de ser mejores
jurándonos que queríamos llegar a ser todos iguales
aunque unos pocos apretaban el cuello de los más, pobres inocentes
y henos aquí mirados desde diez mil metros de altura
apacibles, locos, juguetones y fatales,
incapaces de comprender la ruina inminente
del que aprieta un botón amarillo como jugando
del que ordena el lanzamiento de un misil que no ve
del que calcula sobre una pantalla el número de muertos enemigos
del que una vez arrojado al cielo el meteoro destructor
ya ningún arrepentimiento podrá volverlo atrás
y ningún sufrimiento podrá ser sanado
cuando del cielo caiga la maldición apocalíptica
que ahora al contemplarla venir por ciento inevitable
se mira ya sin creer lo que se está contemplando,
la destrucción de un mundo que evolucionó para la muerte
refutado por un solo error humano
incinerado en el fuego de un infierno atómico.

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