jueves, 21 de agosto de 2025

Ilusión y Transilusión (cap. 16 de Historias de un Individuo Imposible)

 

 

 

Los seres humanos advienen a este locus de realidad para realizar con su persona y en sus vidas las más variadas y siempre erradas (ilusorias) cosas—incluso aquellas que casi todos consideran buenas, beneficiosas, ideales—, lo cual cualquier perspicaz podría por sí mismo constatar, si lo evaluamos (perspicazmente)  desde cierta particular perspectiva y estado de conciencia (integradores, autorreflejos, fluidos), y si además a la capacidad humana de discernimiento y entendimiento[1]  le asignamos cierto valor superior, especial y excepcional. Es verdad que las condiciones naturales mismas de este hábitat y escenario de realidad nos constriñen, nos condicionan, nos facilitan, nos imponen, nos atraen, nos gratifican, nos engañan—como a un otro animal más—para que acabemos casi inexorablemente haciendo y siendo lo mismo que a través de la historia natural y humana hemos cumplido y experimentado, tanto en lo íntimo y personal, como en lo interpersonal, social y físico-natural. A ello se agrega, como un remate, como sentencia reduplicada, como refuerzo y doble seguro de lo mismo, las formas y estructuras antropológicas, sociales, culturales, históricas, materiales, mentales, educacionales, comunicacionales, religiosas que hemos creado, instituido, normado, naturalizado, etc., para condicionar y formar a los seres humanos en cualquier y todo tipo de sociedad o comunidad, o entorno geográfico o natural de interacción, los cuales, también de las formas más variadas, abiertas y encubiertas, refuerzan inevitablemente—queriendo o sin querer—cierto mandato imperativo, profundo y pervasivo de nuestra ilusoria y delirante condición vital natural, acerca del cual verdaderamente hay casi nula conciencia y explicitación en todos los ámbitos y por toda la variedad de tipos humanos, incluso por los que han sido apreciados como los más lúcidos, sabios, inteligentes, extraordinarios, y hasta ingenuamente considerados divinos.

Pero, entonces, ¿es un mero espejismo también ilusorio y tramposo el que en casi todos los seres humanos haya una suerte de impulso o tendencia genérica a considerar—o a simpatizar al menos—una eventual verdad epifenoménica (de raíz arquetípica) alcanzable por medio de actos específicos y especiales,[2] por sobre una mera ignorancia o error manifiesto, incluso aunque quizás la mayoría también acabe cediéndose al universo de la ignorancia llevadera, del asequible statu quo (el entorno) adaptable e inmediatista, de la consuetudinaria acomodación al error en cualquiera de sus formas y tipos, y ahogue finalmente su élan veritativo bajo las cavidades improductivas y oscuras de su inconsciente? Si este impulso lo abordamos desde una perspectiva meramente religiosa, debemos reconocer que alrededor de 5 mil millones de seres humanos actualmente creen en alguno de los cuatro más grandes sistemas religiosos (cristianismo, islamismo, hinduismo y budismo). Todos ellos postulan que nuestra existencia, nuestro mundo, nuestra experiencia natural de realidad carece de sustancialidad respecto de otra realidad superior, o bien es ilusoria. Ciertamente no existe una plena coincidencia con la idea de ilusión que yo estoy tratando de concebir y comunicar, pero sí comparten ese sentido basal o intuición basal de que nuestra realidad natural no es verdadera por sí misma, y por lo tanto, en grado variable, es ilusoria.[3] ¿Al menos 5 billones de seres humanos que podrían empatizar desde ya y avanzar próximamente en la misma experiencia y transfiguración transilusoria que yo experimento?

¿Esta especie de instinto de y hacia la verdad que llevamos hasta genéticamente todos los seres humanos podría contener, aunque por ahora sólo sea potencial, una clave todavía oculta hacia una realidad transilusoria? Pero, por otro lado, ¿qué tendría que hacer, y qué valor profundo-directivo y constitutivo podría asignársele dentro de esta dinámica (dialéctica) existencial ilusoria, al impulso contrario—tanto o más intenso y colapsante que el instinto de verdad—, o sea, al instinto de error, de ignorancia, y, en lo general, al instinto de promoción y fortalecimiento (antiveritativo) de una, muchas, o todas las formas posibles de ilusión?... Desde donde me encuentro pareciera que el Magister Ludi de la Ilusión—mera metáfora Hessiana—ha constituido TODO, desde lo más omniabarcante, como el Cosmos, hasta lo más ínfimo, como las partículas subatómicas y entidades cuánticas, o también como la mente humana, como un entramado ilimitada y abrumadoramente denso y complejo de formas y modos ilusorios, ambiguos, insustanciales, aparentes, pre-limitados y pre-condicionados para la mente y la experiencia, como si nuestra razón de ser sólo fuese habitar y co-participar exclusiva e imperativamente DE TODA ILUSIÓN y PARA LA ILUSIÓN. Entonces, ¿este impulso genómico a la verdad, a la transilusión al menos, sería no más que la más exquisita, singular y perversa de todas las realizaciones fácticas de ilusión y delirio traídas gloriosamente a este mundo falaz? ¿El quebradero de cabeza humano por excelencia, la piedra de tope y angular de la suprema locura humana, el eslabón perdido y oculto de la antievolución natural?...

Descartemos aventureramente desde ahora mismo toda respuesta, toda idea anterior, todo pensamiento inteligible que cualquier individuo se ha formulado histórica, delirante e ilusoriamente hasta hoy. Pero—seamos precavidos—yo no propongo sobrevivir en el inmovilismo de una post-verdad, o en una especie de fin de la Historia, sino algo fácticamente transformativo, y tal vez hasta evolutivo. ¿Quién podrá seguirme o acompañarme con los recursos eventuales de su mente humana en transfiguración creacional? Esto sí será novedoso, pero nada fácil para nadie, como tampoco lo ha sido para mí.

En todos los idearios culturales y transculturales, a través de la historia, pareciera prevalecer arquetípicamente y validarse por sobre todo a una especie de constelación superior de personajes sobresalientes y muchas veces modélicos, cuyo impulso —aunque no adecuadamente secundado por sus medios y facultades concordantes con el propósito—a la verdad y al conocimiento de la realidad alcanza niveles de tanta intensidad y centralidad en sus personas que los transforma en seres excepcionales, a veces superiores, a veces extraños, incluso malignos e incomprendidos para los humanos comunes. Yo me quedo, para mi visión extramoral y extraepistemológica, con su intensidad, con su pasión y hasta obsesión por superar cierta condición basal y general de incompletud, de imperfección cognitiva, de insatisfacción existencial y también humana—individuales, colectivas y universales—, las que reconocen y experimentan de cierta determinada manera; y, además, me quedo con su aspiración a un estado personal y de realidad para ellos en algún sentido mejores que el natural-experiencial, pero sin importarme y dejando de lado el contenido propositivo de su verdad y de su conocimiento, el cual resulta ser manifiesta y significativamente diverso, y, desde mi perspectiva, sustancialmente delirante.[4]

Yo me he llegado a identificar completamente con ese impulso veritativo, con ese perfil tipológico obsesivo y límite de la condición humana pro-realista, el cual yo bautizaría como perfil transilusorio. Es en este impulso ante todo que me siento afín a Jesús, a Buda, a Heráclito, a Confucio, a Lao Tse, a David Bohm, a Darwin, a Freud, aunque no comparta casi nada de lo que proponen veritativamente, a excepción de Heráclito, mi maestro transilusorio de la Gran Ilusión Aiónica. Yo no busco la verdad, nada cierto, ningún conocimiento ni saber de realidad, sino me aventuro por—juego con—una transfiguración transilusoria del juego delirante de realidad, y de mí mismo, aunque yo tampoco sé si ésta es sólo otra forma depurada de delirio circular. Al menos tengo la satisfacción juguetona de que seré tan loco como los grandes y reputados locos anhelantes de Verdad (Ilusoria) de la Humanidad. Si jugar es inevitable, entonces yo juego, y juego con ganas y bien.

Así pues, me aferro graciosamente a mi puro sentimiento de transilusión, como si hubiese sido arrojado sobre una balsa sentimental de palos en medio de un océano tempestuoso. Sólo tengo la certeza de que yo no soy indiferente—por más infitesimal que yo sea—para la realidad-entorno-oceánico (cosmos) en cuanto a mi sentimiento transilusorio; yo soy suyo, y algo tiene que pasarme... Hoy le he dejado caer al Maestro del Juego, sobre su mesa de póquer, mi escala real. Ahora es su turno mostrarme su juego y ganarme, siempre ganarme...



[1] Por supuesto, no en el sentido de un discernimiento y entendimiento racionales (germinales) como lo ejercen naturalmente los individuos en su vida cotidiana o normal, para quienes igualmente representa un alto valor, una facultad funcionalmente positiva dentro de su contexto vital. Ni siquiera los de quienes se asocia a un alto ejercicio de tales facultades, como, por ejemplo, científicos, filósofos, religiosos, espirituales, académicos, profesionales, etc., ya que su inteligencia y eficacia se encuentra delimitada y limitada solamente al interior de su marco-entorno de necesidades y de realización. Yo, en cambio, estoy proponiendo una suerte de discernimiento y entendimiento trascendentales, integradores, hiperconscientes, autoconcientes—entre otras cualificaciones—, los cuales serían meramente potenciales en la inmensa mayoría de los seres humanos.

[2] En su aspecto más simple, inmediato y evidente, por ejemplo, de que sensorial y racionalmente en la realidad tal como la experimentamos naturalmente sí hay cosas ciertas y verdaderas.

[3] Ofrezco un cuadro de las 4 religiones principales y sus conceptos claves asociados a una idea de realidad ilusoria:

Tradición

Concepción del mundo

Concepto clave

Cita representativa

Cristianismo

 

El mundo visible es transitorio y puede desviar de lo eterno; en la mística, el mundo sensible es “nada” frente a Dios.

 

Kosmos (NT), vanitas (patrística).

“El mundo pasa y sus deseos, pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (1 Jn 2,17).

Islam

La vida terrenal es juego y distracción frente a la Verdad única (al-aqq). El sufismo describe lo creado como apariencia sin consistencia propia.

Dunyā (vida mundana), zuhūr (manifestación).

“La vida de este mundo no es más que juego y distracción, pero la Morada Última es lo mejor para quienes temen a Dios” (Corán 6:32).

Hinduismo

 

El mundo fenoménico es māyā: ilusión cósmica que oculta la realidad de Brahman; existe solo relativamente.

Māyā, Brahman, Ātman.

“Como la tela de un sueño, así es este mundo; lo único real es Brahman” (Māṇḍūkya Upaniad, con comentarios de Śakara).

Budismo

El mundo no es ilusión absoluta, sino vacío (śūnyatā) e insustancial; surge por originación dependiente y es malinterpretado como permanente.

Śūnyatā, anātman, pratītya-samutpāda.

“Como una burbuja, como un espejismo, así deben contemplarse los fenómenos” (Sutra del Diamante, Vajracchedikā Prajñāpāramitā).

 

[4] Es decir, considero que en nuestro estado evolutivo carece de actualidad y trascendencia cualquiera y toda propuesta de contenido de verdad y de falsedad, y sólo cuenta en nuestro trasfondo evolutivo—como potencial transformativo de realidad—que sintamos la necesidad (tendencia) de verdad, y la necesidad (tendencia sicológica y cognitiva) de superar la falsedad y la ilusión.


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