Los seres humanos advienen a este locus de realidad
para realizar con su persona y en sus vidas las más variadas y siempre erradas
(ilusorias) cosas—incluso aquellas que casi todos consideran buenas,
beneficiosas, ideales—, lo cual cualquier perspicaz podría por
sí mismo constatar, si lo evaluamos (perspicazmente) desde cierta particular perspectiva y estado
de conciencia (integradores, autorreflejos, fluidos), y si además a la
capacidad humana de discernimiento y entendimiento[1] le asignamos cierto valor superior, especial
y excepcional. Es verdad que las condiciones naturales mismas de este hábitat y
escenario de realidad nos constriñen, nos condicionan, nos facilitan, nos
imponen, nos atraen, nos gratifican, nos engañan—como a un otro animal más—para
que acabemos casi inexorablemente haciendo y siendo lo mismo que a
través de la historia natural y humana hemos cumplido y experimentado, tanto en
lo íntimo y personal, como en lo interpersonal, social y físico-natural. A ello
se agrega, como un remate, como sentencia reduplicada, como refuerzo y doble
seguro de lo mismo, las formas y estructuras antropológicas, sociales,
culturales, históricas, materiales, mentales, educacionales, comunicacionales,
religiosas que hemos creado, instituido, normado, naturalizado, etc., para
condicionar y formar a los seres humanos en cualquier y todo tipo de sociedad o
comunidad, o entorno geográfico o natural de interacción, los cuales,
también de las formas más variadas, abiertas y encubiertas, refuerzan
inevitablemente—queriendo o sin querer—cierto mandato imperativo, profundo y
pervasivo de nuestra ilusoria y delirante condición vital natural,
acerca del cual verdaderamente hay casi nula conciencia y explicitación en
todos los ámbitos y por toda la variedad de tipos humanos, incluso por los que
han sido apreciados como los más lúcidos, sabios, inteligentes, extraordinarios,
y hasta ingenuamente considerados divinos.
Pero, entonces, ¿es un mero espejismo también ilusorio
y tramposo el que en casi todos los seres humanos haya una suerte de impulso o
tendencia genérica a considerar—o a simpatizar al menos—una eventual verdad epifenoménica
(de raíz arquetípica) alcanzable por medio de actos específicos y especiales,[2]
por sobre una mera ignorancia o error manifiesto, incluso aunque quizás la
mayoría también acabe cediéndose al universo de la ignorancia llevadera, del asequible
statu quo (el entorno) adaptable e inmediatista, de la consuetudinaria
acomodación al error en cualquiera de sus formas y tipos, y ahogue finalmente
su élan veritativo bajo las cavidades improductivas y oscuras de su
inconsciente? Si este impulso lo abordamos desde una perspectiva meramente
religiosa, debemos reconocer que alrededor de 5 mil millones de seres humanos
actualmente creen en alguno de los cuatro más grandes sistemas religiosos (cristianismo,
islamismo, hinduismo y budismo). Todos ellos postulan que nuestra existencia,
nuestro mundo, nuestra experiencia natural de realidad carece de sustancialidad
respecto de otra realidad superior, o bien es ilusoria. Ciertamente no existe
una plena coincidencia con la idea de ilusión que yo estoy tratando de concebir
y comunicar, pero sí comparten ese sentido basal o intuición basal de que nuestra
realidad natural no es verdadera por sí misma, y por lo tanto, en grado
variable, es ilusoria.[3]
¿Al menos 5 billones de seres humanos que podrían empatizar desde ya y avanzar próximamente
en la misma experiencia y transfiguración transilusoria que yo experimento?
¿Esta especie de instinto de y hacia la verdad
que llevamos hasta genéticamente todos los seres humanos podría contener,
aunque por ahora sólo sea potencial, una clave todavía oculta hacia una realidad transilusoria?
Pero, por otro lado, ¿qué tendría que hacer, y qué valor profundo-directivo y
constitutivo podría asignársele dentro de esta dinámica (dialéctica) existencial
ilusoria, al impulso contrario—tanto o más intenso y colapsante que el instinto
de verdad—, o sea, al instinto de error, de ignorancia, y, en lo general, al
instinto de promoción y fortalecimiento (antiveritativo) de una, muchas,
o todas las formas posibles de ilusión?... Desde donde me encuentro pareciera
que el Magister Ludi de la Ilusión—mera metáfora Hessiana—ha constituido
TODO, desde lo más omniabarcante, como el Cosmos, hasta lo más ínfimo, como las
partículas subatómicas y entidades cuánticas, o también como la mente humana,
como un entramado ilimitada y abrumadoramente denso y complejo de
formas y modos ilusorios, ambiguos, insustanciales, aparentes,
pre-limitados y pre-condicionados para la mente y la experiencia, como si
nuestra razón de ser sólo fuese habitar y co-participar exclusiva e
imperativamente DE TODA ILUSIÓN y PARA LA ILUSIÓN. Entonces, ¿este impulso
genómico a la verdad, a la transilusión al menos, sería no más que la más
exquisita, singular y perversa de todas las realizaciones fácticas de ilusión y
delirio traídas gloriosamente a este mundo falaz? ¿El quebradero de cabeza
humano por excelencia, la piedra de tope y angular de la suprema locura humana,
el eslabón perdido y oculto de la antievolución natural?...
Descartemos aventureramente desde ahora mismo toda
respuesta, toda idea anterior, todo pensamiento inteligible que cualquier
individuo se ha formulado histórica, delirante e ilusoriamente hasta hoy. Pero—seamos
precavidos—yo no propongo sobrevivir en el inmovilismo de una post-verdad, o en
una especie de fin de la Historia, sino algo fácticamente transformativo, y tal
vez hasta evolutivo. ¿Quién podrá seguirme o acompañarme con los recursos
eventuales de su mente humana en transfiguración creacional? Esto sí
será novedoso, pero nada fácil para nadie, como tampoco lo ha sido para mí.
En todos los idearios culturales y transculturales, a
través de la historia, pareciera prevalecer arquetípicamente y validarse por
sobre todo a una especie de constelación superior de personajes sobresalientes
y muchas veces modélicos, cuyo impulso —aunque no adecuadamente secundado por
sus medios y facultades concordantes con el propósito—a la verdad y al
conocimiento de la realidad alcanza niveles de tanta intensidad y centralidad
en sus personas que los transforma en seres excepcionales, a veces superiores,
a veces extraños, incluso malignos e incomprendidos para los humanos comunes.
Yo me quedo, para mi visión extramoral y extraepistemológica, con su
intensidad, con su pasión y hasta obsesión por superar cierta condición basal y
general de incompletud, de imperfección cognitiva, de insatisfacción
existencial y también humana—individuales, colectivas y universales—, las que
reconocen y experimentan de cierta determinada manera; y, además, me quedo con
su aspiración a un estado personal y de realidad para ellos en algún sentido mejores
que el natural-experiencial, pero sin importarme y dejando de lado el contenido
propositivo de su verdad y de su conocimiento, el cual resulta ser manifiesta y
significativamente diverso, y, desde mi perspectiva, sustancialmente delirante.[4]
Yo me he llegado a identificar completamente con ese
impulso veritativo, con ese perfil tipológico obsesivo y límite de la condición
humana pro-realista, el cual yo bautizaría como perfil
transilusorio. Es en este impulso ante todo que me siento afín a
Jesús, a Buda, a Heráclito, a Confucio, a Lao Tse, a David Bohm, a Darwin, a
Freud, aunque no comparta casi nada de lo que proponen veritativamente, a
excepción de Heráclito, mi maestro transilusorio de la Gran Ilusión Aiónica.
Yo no busco la verdad, nada cierto, ningún conocimiento ni saber de realidad,
sino me aventuro por—juego con—una transfiguración transilusoria del juego
delirante de realidad, y de mí mismo, aunque yo tampoco sé si ésta es sólo otra
forma depurada de delirio circular. Al menos tengo la satisfacción juguetona de
que seré tan loco como los grandes y reputados locos anhelantes de Verdad (Ilusoria)
de la Humanidad. Si jugar es inevitable, entonces yo juego, y juego con ganas y
bien.
Así pues, me aferro graciosamente a mi puro sentimiento
de transilusión, como si hubiese sido arrojado sobre una balsa sentimental de
palos en medio de un océano tempestuoso. Sólo tengo la certeza de que yo no soy
indiferente—por más infitesimal que yo sea—para la realidad-entorno-oceánico
(cosmos) en cuanto a mi sentimiento transilusorio; yo soy suyo, y algo tiene
que pasarme... Hoy le he dejado caer al Maestro del Juego, sobre su mesa
de póquer, mi escala real. Ahora es su turno mostrarme su juego y ganarme,
siempre ganarme...
[1]
Por supuesto, no en el
sentido de un discernimiento y entendimiento racionales (germinales) como lo
ejercen naturalmente los individuos en su vida cotidiana o normal, para quienes
igualmente representa un alto valor, una facultad funcionalmente positiva dentro
de su contexto vital. Ni siquiera los de quienes se asocia a un alto ejercicio
de tales facultades, como, por ejemplo, científicos, filósofos, religiosos,
espirituales, académicos, profesionales, etc., ya que su inteligencia y
eficacia se encuentra delimitada y limitada solamente al interior de su
marco-entorno de necesidades y de realización. Yo, en cambio, estoy proponiendo
una suerte de discernimiento y entendimiento trascendentales, integradores,
hiperconscientes, autoconcientes—entre otras cualificaciones—, los
cuales serían meramente potenciales en la inmensa mayoría de los seres humanos.
[2]
En su aspecto más simple, inmediato y evidente, por ejemplo, de que sensorial
y racionalmente en la realidad tal como la experimentamos
naturalmente sí hay cosas ciertas y verdaderas.
[3]
Ofrezco un cuadro de las 4 religiones principales y sus conceptos claves
asociados a una idea de realidad ilusoria:
Tradición |
Concepción
del mundo |
Concepto
clave |
Cita
representativa |
Cristianismo |
El mundo visible es
transitorio y puede desviar de lo eterno; en la mística, el mundo sensible es
“nada” frente a Dios. |
Kosmos (NT), vanitas (patrística). |
“El mundo pasa y sus deseos,
pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (1 Jn 2,17). |
Islam |
La vida terrenal es juego y
distracción frente a la Verdad única (al-Ḥaqq). El sufismo describe lo
creado como apariencia sin consistencia propia. |
Dunyā (vida mundana), zuhūr (manifestación). |
“La vida de este mundo no es
más que juego y distracción, pero la Morada Última es lo mejor para quienes
temen a Dios” (Corán
6:32). |
Hinduismo |
El mundo fenoménico es māyā: ilusión cósmica que oculta
la realidad de Brahman; existe solo relativamente. |
Māyā, Brahman, Ātman. |
“Como la tela de un sueño,
así es este mundo; lo único real es Brahman” (Māṇḍūkya Upaniṣad, con comentarios de Śaṅkara). |
Budismo |
El mundo no es ilusión
absoluta, sino vacío (śūnyatā) e insustancial; surge por
originación dependiente y es malinterpretado como permanente. |
Śūnyatā, anātman, pratītya-samutpāda. |
“Como una burbuja, como un
espejismo, así deben contemplarse los fenómenos” (Sutra del Diamante,
Vajracchedikā Prajñāpāramitā). |
[4]
Es decir, considero que en
nuestro estado evolutivo carece de actualidad y trascendencia cualquiera y toda
propuesta de contenido de verdad y de falsedad, y sólo cuenta en nuestro
trasfondo evolutivo—como potencial transformativo de realidad—que sintamos
la necesidad (tendencia) de verdad, y la necesidad (tendencia sicológica y
cognitiva) de superar la falsedad y la ilusión.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario