¡Ah, el instante!
Ya no me quedan pasado ni memoria cierta,
esas monedas de oro que en nuestra avaricia infinita
sobajeamos entre la palma de los dedos neandertales cadavéricos
para intentar que explote de ellas chispa de un fuego divino
en vano.
¿El tiempo fluye huye?
Sólo nos huye la cordura sin pasado ni futuro,
sin el mañana incierto sobre el que arroja sus fichas
esa jugadora compulsiva enfermiza sicótica
la esperanza
en vano.
¡Malditos maestros que desde mi crédula infancia
persuasivamente me enseñaron a anhelar la verdad por sobre todas las
cosas,
incluso más que a Dios
en vano!
Mentiras, ilusión, engaños
siempre por el reverso de cada moneda dorada de verdad
paralizada, santificada, demostrada en laboratorio cuantificado
sensorial espiritual real
en vano.
¡Benditos maestros suicidas mentirosos!
Y ahora que cuelgo solamente del instante
como si me aferrase a dos manos al hilo de seda de una araña
pendulante en el cielo infinito desde la esquina de un cuarto menguante
de luna
descubro así la única posible eternidad,
el instante
profundo burdo agonizante
como ese punto blanco que en las pantallas de televisión de la década del
60
al apagarla
quedaba hipnóticamente en el centro del universo oscuro
en vano.