jueves, 28 de agosto de 2025

ENTIDADES PERSONALES

 


 

Probablemente jamás en la Historia se le ha revelado al ser humano una verdad-ilusión tan relevante, tan decisiva, tan insoportable, tan desconcertante y extraordinaria como la que aquí voy a exponer. Sin embargo, cuando se lea con inteligencia profunda el contenido de este mensaje mío se comprenderá también por qué no ha sido necesario  el ropaje grandilocuente y sobrenatural de las supuestas grandes revelaciones divinas al ser humano, como la aparición de Yahvé a Moisés para entregarle las Tablas de la Ley, o la aparición del Espíritu Santo para consagrar la condición de Jesús como Hijo de Dios en su bautismo en el Jordán, o la Biblia, o el Corán como libros sagrados y revelados, o las visiones divinas de los profetas del A.T., o las apariciones de la Virgen de Fátima para revelar el fin de los tiempos, o las canalizaciones de Seres de Luz, y así. Este mensaje es tan humilde y corriente, producido como un simple post de un escritorcillo desconocido, yo, sin apelar a ninguna entidad sobrenatural que me la haya dictado como si se tratase de un saber sobrehumano, sino como el producto simple y oscuro de un parto literario y existencial como cualquier otro mío, y el de cualquier persona común que saca algo sin gracia y fantasioso de su propia cabeza, porque no hay nada definitiva o supremamente verdadero en nada. No hay ningún dios supremo que haga nada verdadero, no hay ningún ser humano que haga nada verdadero, nada que acontece en el universo natural es verdadero. Por lo tanto, lo más inmenso, grandioso, luminoso y cierto revelado a la Humanidad es tan insignificante, oscuro y falso—sobre todo falso—como cualquier basurilla que se pierde en un basurero mosqueado, como lo más insignificante, oscuro y falso, siempre y cuando uno se separe un poquitín del puntito negro dentro del que vivimos aquí. Léase…

 

 

Lamento muchísimas cosas y aspectos de nuestra condición humana miserable, elemental, deforme, delirante, limitada, dentro de esto que se despliega “ante nosotros” como la realidad. Esta condición de especie natural insignificante nos posibilita un acceso y relación con un segmento ínfimo y bastante elemental de esta experiencia inevitable de realidad. Hay infinitamente más que nos excede, y que por nuestra incapacidad constitutiva nos es imposible alcanzar e integrar a nuestra experiencia de realidad. Hasta ahora esta incapacidad no nos ha traído problemas evidentes para nuestro modo animal y planetario de existencia. Podríamos decir que esos otros niveles o dimensiones o formas inadvertidas de realidad nos han permitido existir con una autonomía interna, sin desafiarnos, sin epifanías demasiado invasivas, ni afectarnos de forma manifiestamente negativa—desde nuestra perspectiva natural—.

Sin embargo, lo que sufro igualmente con íntima aceptación, pero también con expectativa y anhelo, es el hecho terrible de que existen incalculables Entidades —sólo por decir algo que pueda ser comprensible—que podríamos representar como todavía cercanas a nuestro rango constitutivo de persona, y, por lo tanto, todavía podríamos valorar como entidades personales superiores a nuestra humanidad (persona).[1] Suponer que, por ejemplo, dentro de esta categoría de entidades—y entre innumerables otros tipos—puedan encontrarse seres extraterrestres (biológicos y/o materiales) venidos a nuestro planeta desde otros lugares físicos habitados de este Universo, es posible, pero poco probable. Sí creo muy probable que existan muchísimas formas de vida (extraterrestre) en el Universo, pero intuyo que este Universo en tanto físico, y en el actual estado evolutivo (físico) del mismo, establece grandes limitaciones de interrelación entre formas de vida material (físico-químicas) separadas a través de las inmensas magnitudes del espacio cósmico. En cambio, sí creo e intuyo que existen entidades personalizables superiores al ser humano que pueden interactuar con nuestra humanidad—digamos—interdimensionalmente,[2] y, para las cuales, el espacio, la materia-energía y el tiempo no son una limitación o un condicionamiento, ni tampoco son nada que los represente o manifieste en sí mismos. Sin embargo, lo que podríamos llamar su distancia ontológica respecto de nuestra condición y de nuestro hábitat físico de realidad es tan inconmensurable respecto de nuestra realidad, que nuestra humanidad por sí y desde sí seguramente carece de toda facultad y condición para aprehenderlas naturalmente. No podemos percibirlas con ninguno de nuestros sentidos, ni procesarlas cognitivamente, ni comprenderlas intelectivamente, ni acceder a ellas con nuestras formas de conciencia, ni nada más que no sea precisamente y tal como se nos materializan y personalizan.[3] Es como si no existieran en absoluto por nosotros mismos, pero existen. ¡ESTÁN AQUÍ!... ¿Cómo es ello posible? Definitivamente no son extraterrestres viajando en Ovnis, ni tampoco nada fantástico que se haya experimentado sobrenatural y anómalamente en nuestra realidad natural, aunque también puedan tomar las formas de extraterrestres que parecen viajar en naves tecnológicas, así como las formas fenoménicas más fantásticas, más surrealistas e increíbles de nuestro ideario fantástico, hasta las más naturales, y las propias de nuestra vida común y humana, cotidianas y familiares—por ejemplo, voces internas, intuiciones, pensamientos, sentimientos, visiones, sincronías, situaciones inesperadas, inspiración, accidentes, etc.—.[4] Creo que toda su fenomenología debe ser abordada cognitiva, experiencial y epistemológicamente por el ser humano como subordinada y principalmente dependiente del principio fundacional de nuestra experiencia de realidad: TODO ES ILUSIÓN.[5] Pareciera que ante todo éste fuera Su núcleo (fenomenológico) significativo para la Humanidad; como si Su principal sentido fuese anteponer ante nosotros y para nosotros el principio que rige nuestra realidad como una ilusión y un delirio, una suerte de experiencia de confrontación con la naturaleza y los límites de nuestra realidad y nuestra condición humana por medio de una ilusión fuerte debilitada.[6] Desde nuestra perspectiva, parece que QUISIERAN trastocar y subvertir nuestra experiencia y sentido de realidad desde todas las raíces mismas (físicas y antrópicas), y confrontarnos a una experiencia profundamente desestabilizadora y desestructuradora respecto de TODO, una suerte de reseteo completo de la naturaleza y condición humanas, así como de la realidad—experimentada y posible—en su totalidad.

Una terrible consecuencia para nosotros—y obvia—de nuestra propia condición ilusoria y delirante es que inevitable y necesariamente “obligamos” a esas Entidades paradimensionales a comportarse en nuestro plano ilusorio como ilusiones adaptadas a nuestros modos existenciales ilusorios, de lo contrario no habría ninguna posibilidad de vínculo y relación ontológico-existencial entre ELLOS y nosotros, seres sico-biológicos, o bien colapsaríamos en todo aspecto y sentido. De lo contrario, sería imposible que estuviesen aquí tal como se han manifestado histórica y fenoménicamente. No podrían co-existir de ninguna manera (en relación) con nosotros, y tal vez, para nosotros.[7] Los “obligamos” a ser conmensurables con el ser humano, y adecuarse y representarse de múltiples maneras conforme a nuestro modo de ser y existir—especialmente de acuerdo a nuestra subjetividad—. Eso tiene también una terrible consecuencia epistemológica y moral—entre tantas otras—. Ellos no pueden ser del todo verdaderos y buenos, como nosotros ilusoriamente concebimos la verdad y el bien—los hacemos coincidir con nuestras ilusiones de verdad y de bien—, sino también en su diversidad fenoménica tienen que aparecer también como falsos, engañosos y malos, porque todas esas valoraciones son sólo ilusiones humanas, con un sentido ante todo humano y sólo para delirantes humanos. Claramente no vienen—sólo desde nuestra perspectiva delirante “vienen” o “están”—a someterse y adaptarse completamente a nuestra incapacidad-realidad ilusoria y alucinada, aunque también en algún grado se adaptan y se someten a nuestra condición ficcional y delirante.[8] Ciertamente no están aquí ni para hacer el bien, ni para hacer el mal, ni para enseñarnos verdades ni falsedades, aunque así lo parezcan. Ya sabemos al menos un efecto que nos producen hasta ahora, y de cierto ELLOS también “lo conocen”: se está desconfigurando nuestra experiencia ilusoria y completa de realidad.

¿ Las Entidades están aquí para producir ese efecto ?... ¿Para qué?...

¿Cómo podríamos saberlo, si ni siquiera tienen intenciones como los seres humanos, ni nada equivalente, ni tampoco tienen finalidades, ni causas, ni motivos, ni razones, ni nada equivalente? Ni siquiera son Entidades, porque al fin de cuentas todo lo que yo pueda decir, todo lo que aquí he revelado, todo lo que podamos concebir sobre un Ellos, y sobre cualquier cosa, se disuelve en una niebla insondable de ilusión. Cualquier intento de profundizar cognitiva y mentalmente en cualquier forma de manifestación y sentido suyos—como experiencia transilusoria—nos lleva inevitablemente a un horizonte último y final de confusión, de impotencia, de locura y de autoaniquilación. Yo he estado en esa frontera, yo vivo junto a esa frontera.



[1] También es posible que existan Entidades que carecen de forma personalizable, o que no la hayan personalizado de hecho, en relación con este Universo, pero nos es imposible determinar que hayan advenido a nuestra dimensión de realidad en forma de entidades-no-persona (o no-ser-viviente). Por ejemplo, algún rayo, o algún trueno, podría ser el medio o presencia de una Entidad-no-persona, aunque pudiese o no también personalizarse. Uno de los problemas más insolubles y determinantes para nuestro discernimiento y correcto entendimiento de formas transdimensionales es nuestra incapacidad para diferenciar y reconocer un fenómeno transdimensional (sobrenatural) con su propia composición ilusoria, y nuestra necesaria producción cognitiva (mental) ilusoria de realidad. El tránsito, o interrelación, entre la ilusión de la transdimensionalidad extranatural y la producción delirante de realidad de la mente humana es un continuo que no tiene punto de inflexión, ni ruptura alguna, ni siquiera gradualidad manifiesta. Se experimenta naturalmente como una sola y única cosa “confusamente diferenciada-indiferenciada”.

[2] Considero que los conceptos humanos de dimensión e interdimensionalidad son una representación ontológica y física balbuceante e insuficiente respecto del fenómeno—por así decir—de multiplicidad entitativa (indeterminable) y su interacción en relación con lo que entendemos también imperfectamente como realidad. En relación con las entidades interdimensionales, creo que pueden materializarse y personalizarse en nuestro universo de realidad, pero que ninguno de los caracteres o aspectos materializados es en absoluto representativo de su naturaleza extradimensional. Es decir, el ser humano no puede conocer NADA de su naturaleza y condición propias. Un buen ejemplo de esto sería la personalización de Entidad (extradimensional) como eventual proyección Dios—física o mental—, o algo similar, (intradimensional).

[3] Para nosotros son puro fenómeno sin causa.

[4] Creo que todas las descripciones y diversidad en todo tipo de registros y testimonios históricos y culturales de lo fantástico, lo paranormal, lo sobrenatural, lo forteano, legendario, mítico, oculto, etc., que afirman haber experimentado o conocido un encuentro con algún tipo de entidad (demonios, ángeles, duendes, hadas, fantasmas, dioses, seres monstruosos o maravillosos, la Virgen, hombres de negro, alienígenas, etc.) reflejan Su presencia distorsionada y adaptada a nuestro nivel de realidad, a la mentalidad y subjetividad humanas, al sistema sico-biológico humano y animal, tanto colectivos como individuales.

[5] No me puedo todavía representar ni anticipar cómo esta nueva visión de realidad—y a partir de este principio—podría provocar una transformación de la Humanidad, individual y colectivamente, en cualquier aspecto y/o en todo lo que constituye lo humano.

[6] La ilusión puramente fuerte sería en cambio el Universo físico y nuestra experiencia de ser humanos que experimentamos como única realidad.

[7] Sí hay un vínculo (fenómeno histórico) de hecho necesario y particular entre ciertas entidades personalizadas y lo humano, aunque no comprendamos ni conozcamos nada no ilusorio de la naturaleza de este vínculo y relación.

[8] Es como si también jugasen a ser buenos y malos, verdaderos y engañosos, porque nosotros imponemos este modo de realidad para que sea realidad. Sin embargo, yo creo que además y también juegan a ser buenos y malos con un “propósito” o “sentido” desde sí—por utilizar categorías que nos hagan sentido—que nos es imposible vislumbrar y concebir a partir de nuestra condición y estado humano.


viernes, 22 de agosto de 2025

Eloí, Eloí, ¿lama sabactani?

 


 


¿Por qué Jesús gritó colgando de la cruz:

¡Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?!”?[1]

 

Yo lo sé.

Porque Jesús recién ahí descubrió

que él nunca había hecho un milagro,

sólo Dios hace milagros…

cuando y como Él quiere.

Porque Jesús recién ahí descubrió

que sólo era un hombre más, sin más,

tan insignificante e impotente

como yo,

cuando Dios no quiere ser Dios.



[1] Mt. 27:46.


jueves, 21 de agosto de 2025

Ilusión y Transilusión (cap. 16 de Historias de un Individuo Imposible)

 

 

 

Los seres humanos advienen a este locus de realidad para realizar con su persona y en sus vidas las más variadas y siempre erradas (ilusorias) cosas—incluso aquellas que casi todos consideran buenas, beneficiosas, ideales—, lo cual cualquier perspicaz podría por sí mismo constatar, si lo evaluamos (perspicazmente)  desde cierta particular perspectiva y estado de conciencia (integradores, autorreflejos, fluidos), y si además a la capacidad humana de discernimiento y entendimiento[1]  le asignamos cierto valor superior, especial y excepcional. Es verdad que las condiciones naturales mismas de este hábitat y escenario de realidad nos constriñen, nos condicionan, nos facilitan, nos imponen, nos atraen, nos gratifican, nos engañan—como a un otro animal más—para que acabemos casi inexorablemente haciendo y siendo lo mismo que a través de la historia natural y humana hemos cumplido y experimentado, tanto en lo íntimo y personal, como en lo interpersonal, social y físico-natural. A ello se agrega, como un remate, como sentencia reduplicada, como refuerzo y doble seguro de lo mismo, las formas y estructuras antropológicas, sociales, culturales, históricas, materiales, mentales, educacionales, comunicacionales, religiosas que hemos creado, instituido, normado, naturalizado, etc., para condicionar y formar a los seres humanos en cualquier y todo tipo de sociedad o comunidad, o entorno geográfico o natural de interacción, los cuales, también de las formas más variadas, abiertas y encubiertas, refuerzan inevitablemente—queriendo o sin querer—cierto mandato imperativo, profundo y pervasivo de nuestra ilusoria y delirante condición vital natural, acerca del cual verdaderamente hay casi nula conciencia y explicitación en todos los ámbitos y por toda la variedad de tipos humanos, incluso por los que han sido apreciados como los más lúcidos, sabios, inteligentes, extraordinarios, y hasta ingenuamente considerados divinos.

Pero, entonces, ¿es un mero espejismo también ilusorio y tramposo el que en casi todos los seres humanos haya una suerte de impulso o tendencia genérica a considerar—o a simpatizar al menos—una eventual verdad epifenoménica (de raíz arquetípica) alcanzable por medio de actos específicos y especiales,[2] por sobre una mera ignorancia o error manifiesto, incluso aunque quizás la mayoría también acabe cediéndose al universo de la ignorancia llevadera, del asequible statu quo (el entorno) adaptable e inmediatista, de la consuetudinaria acomodación al error en cualquiera de sus formas y tipos, y ahogue finalmente su élan veritativo bajo las cavidades improductivas y oscuras de su inconsciente? Si este impulso lo abordamos desde una perspectiva meramente religiosa, debemos reconocer que alrededor de 5 mil millones de seres humanos actualmente creen en alguno de los cuatro más grandes sistemas religiosos (cristianismo, islamismo, hinduismo y budismo). Todos ellos postulan que nuestra existencia, nuestro mundo, nuestra experiencia natural de realidad carece de sustancialidad respecto de otra realidad superior, o bien es ilusoria. Ciertamente no existe una plena coincidencia con la idea de ilusión que yo estoy tratando de concebir y comunicar, pero sí comparten ese sentido basal o intuición basal de que nuestra realidad natural no es verdadera por sí misma, y por lo tanto, en grado variable, es ilusoria.[3] ¿Al menos 5 billones de seres humanos que podrían empatizar desde ya y avanzar próximamente en la misma experiencia y transfiguración transilusoria que yo experimento?

¿Esta especie de instinto de y hacia la verdad que llevamos hasta genéticamente todos los seres humanos podría contener, aunque por ahora sólo sea potencial, una clave todavía oculta hacia una realidad transilusoria? Pero, por otro lado, ¿qué tendría que hacer, y qué valor profundo-directivo y constitutivo podría asignársele dentro de esta dinámica (dialéctica) existencial ilusoria, al impulso contrario—tanto o más intenso y colapsante que el instinto de verdad—, o sea, al instinto de error, de ignorancia, y, en lo general, al instinto de promoción y fortalecimiento (antiveritativo) de una, muchas, o todas las formas posibles de ilusión?... Desde donde me encuentro pareciera que el Magister Ludi de la Ilusión—mera metáfora Hessiana—ha constituido TODO, desde lo más omniabarcante, como el Cosmos, hasta lo más ínfimo, como las partículas subatómicas y entidades cuánticas, o también como la mente humana, como un entramado ilimitada y abrumadoramente denso y complejo de formas y modos ilusorios, ambiguos, insustanciales, aparentes, pre-limitados y pre-condicionados para la mente y la experiencia, como si nuestra razón de ser sólo fuese habitar y co-participar exclusiva e imperativamente DE TODA ILUSIÓN y PARA LA ILUSIÓN. Entonces, ¿este impulso genómico a la verdad, a la transilusión al menos, sería no más que la más exquisita, singular y perversa de todas las realizaciones fácticas de ilusión y delirio traídas gloriosamente a este mundo falaz? ¿El quebradero de cabeza humano por excelencia, la piedra de tope y angular de la suprema locura humana, el eslabón perdido y oculto de la antievolución natural?...

Descartemos aventureramente desde ahora mismo toda respuesta, toda idea anterior, todo pensamiento inteligible que cualquier individuo se ha formulado histórica, delirante e ilusoriamente hasta hoy. Pero—seamos precavidos—yo no propongo sobrevivir en el inmovilismo de una post-verdad, o en una especie de fin de la Historia, sino algo fácticamente transformativo, y tal vez hasta evolutivo. ¿Quién podrá seguirme o acompañarme con los recursos eventuales de su mente humana en transfiguración creacional? Esto sí será novedoso, pero nada fácil para nadie, como tampoco lo ha sido para mí.

En todos los idearios culturales y transculturales, a través de la historia, pareciera prevalecer arquetípicamente y validarse por sobre todo a una especie de constelación superior de personajes sobresalientes y muchas veces modélicos, cuyo impulso —aunque no adecuadamente secundado por sus medios y facultades concordantes con el propósito—a la verdad y al conocimiento de la realidad alcanza niveles de tanta intensidad y centralidad en sus personas que los transforma en seres excepcionales, a veces superiores, a veces extraños, incluso malignos e incomprendidos para los humanos comunes. Yo me quedo, para mi visión extramoral y extraepistemológica, con su intensidad, con su pasión y hasta obsesión por superar cierta condición basal y general de incompletud, de imperfección cognitiva, de insatisfacción existencial y también humana—individuales, colectivas y universales—, las que reconocen y experimentan de cierta determinada manera; y, además, me quedo con su aspiración a un estado personal y de realidad para ellos en algún sentido mejores que el natural-experiencial, pero sin importarme y dejando de lado el contenido propositivo de su verdad y de su conocimiento, el cual resulta ser manifiesta y significativamente diverso, y, desde mi perspectiva, sustancialmente delirante.[4]

Yo me he llegado a identificar completamente con ese impulso veritativo, con ese perfil tipológico obsesivo y límite de la condición humana pro-realista, el cual yo bautizaría como perfil transilusorio. Es en este impulso ante todo que me siento afín a Jesús, a Buda, a Heráclito, a Confucio, a Lao Tse, a David Bohm, a Darwin, a Freud, aunque no comparta casi nada de lo que proponen veritativamente, a excepción de Heráclito, mi maestro transilusorio de la Gran Ilusión Aiónica. Yo no busco la verdad, nada cierto, ningún conocimiento ni saber de realidad, sino me aventuro por—juego con—una transfiguración transilusoria del juego delirante de realidad, y de mí mismo, aunque yo tampoco sé si ésta es sólo otra forma depurada de delirio circular. Al menos tengo la satisfacción juguetona de que seré tan loco como los grandes y reputados locos anhelantes de Verdad (Ilusoria) de la Humanidad. Si jugar es inevitable, entonces yo juego, y juego con ganas y bien.

Así pues, me aferro graciosamente a mi puro sentimiento de transilusión, como si hubiese sido arrojado sobre una balsa sentimental de palos en medio de un océano tempestuoso. Sólo tengo la certeza de que yo no soy indiferente—por más infitesimal que yo sea—para la realidad-entorno-oceánico (cosmos) en cuanto a mi sentimiento transilusorio; yo soy suyo, y algo tiene que pasarme... Hoy le he dejado caer al Maestro del Juego, sobre su mesa de póquer, mi escala real. Ahora es su turno mostrarme su juego y ganarme, siempre ganarme...



[1] Por supuesto, no en el sentido de un discernimiento y entendimiento racionales (germinales) como lo ejercen naturalmente los individuos en su vida cotidiana o normal, para quienes igualmente representa un alto valor, una facultad funcionalmente positiva dentro de su contexto vital. Ni siquiera los de quienes se asocia a un alto ejercicio de tales facultades, como, por ejemplo, científicos, filósofos, religiosos, espirituales, académicos, profesionales, etc., ya que su inteligencia y eficacia se encuentra delimitada y limitada solamente al interior de su marco-entorno de necesidades y de realización. Yo, en cambio, estoy proponiendo una suerte de discernimiento y entendimiento trascendentales, integradores, hiperconscientes, autoconcientes—entre otras cualificaciones—, los cuales serían meramente potenciales en la inmensa mayoría de los seres humanos.

[2] En su aspecto más simple, inmediato y evidente, por ejemplo, de que sensorial y racionalmente en la realidad tal como la experimentamos naturalmente sí hay cosas ciertas y verdaderas.

[3] Ofrezco un cuadro de las 4 religiones principales y sus conceptos claves asociados a una idea de realidad ilusoria:

Tradición

Concepción del mundo

Concepto clave

Cita representativa

Cristianismo

 

El mundo visible es transitorio y puede desviar de lo eterno; en la mística, el mundo sensible es “nada” frente a Dios.

 

Kosmos (NT), vanitas (patrística).

“El mundo pasa y sus deseos, pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (1 Jn 2,17).

Islam

La vida terrenal es juego y distracción frente a la Verdad única (al-aqq). El sufismo describe lo creado como apariencia sin consistencia propia.

Dunyā (vida mundana), zuhūr (manifestación).

“La vida de este mundo no es más que juego y distracción, pero la Morada Última es lo mejor para quienes temen a Dios” (Corán 6:32).

Hinduismo

 

El mundo fenoménico es māyā: ilusión cósmica que oculta la realidad de Brahman; existe solo relativamente.

Māyā, Brahman, Ātman.

“Como la tela de un sueño, así es este mundo; lo único real es Brahman” (Māṇḍūkya Upaniad, con comentarios de Śakara).

Budismo

El mundo no es ilusión absoluta, sino vacío (śūnyatā) e insustancial; surge por originación dependiente y es malinterpretado como permanente.

Śūnyatā, anātman, pratītya-samutpāda.

“Como una burbuja, como un espejismo, así deben contemplarse los fenómenos” (Sutra del Diamante, Vajracchedikā Prajñāpāramitā).

 

[4] Es decir, considero que en nuestro estado evolutivo carece de actualidad y trascendencia cualquiera y toda propuesta de contenido de verdad y de falsedad, y sólo cuenta en nuestro trasfondo evolutivo—como potencial transformativo de realidad—que sintamos la necesidad (tendencia) de verdad, y la necesidad (tendencia sicológica y cognitiva) de superar la falsedad y la ilusión.


domingo, 17 de agosto de 2025

Miserable

 


 

 

Miserable insignificante paupérrimo ínfimo

penoso esclavo crédulo atrapado falso

soy

dotado de conciencia, de un yo, de sentidos, de inteligencia,

de memoria, atención, fantasía, imaginación, mente,

de sueño, de volición, de sentimientos, de cuerpo,

de universo de vida de muerte.

 

Esto se me ha aparecido

en el vértigo del precipicio sin fondo

de la ilusión de realidad.

Esto soy… Esto es…


viernes, 8 de agosto de 2025

El Punto Blanco

 

 

 

¡Ah, el instante!

Ya no me quedan pasado ni memoria cierta,

esas monedas de oro que en nuestra avaricia infinita

sobajeamos entre la palma de los dedos neandertales cadavéricos

para intentar que explote de ellas chispa de un fuego divino

en vano.

¿El tiempo fluye huye?

Sólo nos huye la cordura sin pasado ni futuro,

sin el mañana incierto sobre el que arroja sus fichas

esa jugadora compulsiva enfermiza sicótica

la esperanza

en vano.

¡Malditos maestros que desde mi crédula infancia

persuasivamente me enseñaron a anhelar la verdad por sobre todas las cosas,

incluso más que a Dios

en vano!

Mentiras, ilusión, engaños

siempre por el reverso de cada moneda dorada de verdad

paralizada, santificada, demostrada en laboratorio cuantificado sensorial espiritual real

en vano.

¡Benditos maestros suicidas mentirosos!

Y ahora que cuelgo solamente del instante

como si me aferrase a dos manos al hilo de seda de una araña

pendulante en el cielo infinito desde la esquina de un cuarto menguante de luna

descubro así la única posible eternidad,

el instante

profundo burdo agonizante

como ese punto blanco que en las pantallas de televisión de la década del 60

al apagarla

quedaba hipnóticamente en el centro del universo oscuro

en vano.