Escuchó que golpeaban en su ventana.
Trató de escapar de su sueño hipnótico. Dejó de soñar para incorporarse alerta
a la realidad. Intentó abrir sus párpados que pesaban sobre sus ojos como dos
inmensas rocas de granito, pero no respondieron. Escuchó luego un sonido agudo,
un sonido intencionado y terrible que no pudo reconocer como humano. Sintió
miedo, un miedo sobrenatural y
desesperado. Intentó levantarse, incorporarse, agitar los brazos, mover las
piernas, pero su cuerpo momificado yacía inerte sobre la cama. Trató de gritar
con todas las fuerzas de su cerebro aterrorizado; trató de alejar con un grito
desde las vísceras su pesadilla; trató de cortar con un tajo de conciencia la
insoportable irrealidad. Pero nada cambió, salvo aquella cosa que comenzó a
crecer invasivamente alrededor de su casa. Aquella cosa que se venía acercando
más y más hacia él, deformándolo todo, entre sonidos espantosos e inauditos,
infundiendo el horror a la esencia de las cosas, contaminando la realidad con
su sustancia insoportablemente desconocida, amenazante y terrible. La realidad
se volvió miedo. Las cosas, miedo. Él mismo ya era sólo un miedo.
Entonces se despertó de un salto y se
sentó sobre la cama. Sintió que su corazón pateaba insoportablemente su pecho.
Miró hacia la ventana y vio en ella el brillo tenue de las luces anaranjadas de
la ciudad. Todo estaba en silencio. ¿Esa era la paz de los mortales?... La
terrible paz onírica de un sueño de horror que ya no se sabía dormir ni
despertar.
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