¿Alguna vez han bajado, mis lectores,
desde el carro de un tren y se han quedado allí, solos, a dos pasos de
cualquier cosa, con una sensación triste, como si la vida se estuviese yendo
hacia algún ignoto lugar en ese tren que se desliza suspirando tras la
espalda? Nos queda el vapor pequeño de
una consciencia inválida entre dos sienes; nos queda un cuerpo bien plantado
sobre dos piernas y una maleta cargada con algo pesando al final de cierta
extremidad. En la otra, un boleto cortado que resbala y se lo lleva a
empujoncitos la brisa por entre rieles y pedregales. Entonces se te allega
inevitablemente el recuerdo de una mujer amada, y tú sonríes, aunque sabes que
en aquella estación no te espera nadie, salvo un cuervo que parece mirarte de
reojo desde una cornisa de fierro.
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