Cuando
llegue a viejo, madre mía,
no
quiero que mis huellas comiencen a desconocer mis pasos
no
quiero que mi pensamiento divague dentro de cañerías del cotidiano
en
recuerdos manidos que mis nietos imiten a mis espaldas
en
méritos caducos como Atlántidas sumergidas
a
la hora de la once de un gran hombre que se va.
Cuando
llegue a viejo no quiero leer los diarios decadentes,
saludar
por la mañana al guardia que saluda por un sueldo,
a
las vecinas que saben conversar de todo
y
quedarme mirando embobado a los demás
con
la fe de morir lo más tarde y dulcemente posible.
No
quiero, madre mía,
llegar
a ser un poeta mustio y desaseado
sin
pólvora ni dinamita
como
he visto envejecer a tantos.
Déjame
si fuese así morir contigo, madre mía,
en
tu poema de morir temprano.
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