Mi
piel de oro es delgada como el pétalo de un labio,
mi
piel de sol tras el secreto del horizonte,
mi
piel de peces tocados por el resplandor de esta aurora,
rompiente
sonora de mis pensamientos
y
estiramiento de aguas titilantes hasta la orilla de mi piel,
piel
dorada de durazno doloroso y perfumado
tibieza
que se va apagando en un crujiente otoño,
sudario
de oro fino sobre un ataúd de huesos
hasta
que la escarcha rosa de mi piel acabe de abrigar mi alma.
Mi
piel es un abrazo estrecho,
mi
piel es un pecho desgastado por la
piedra del curtidor
por
las patas de las arañas que me rozan en sueños
y
acaban besándome convertidas en princesas al despertar.
Piel
de tierra que contiene un mundo
se
abre y se cierra en mi palma y mi puño,
laberinto
de añoranzas desorientadas entre la inteligencia y el amor,
paisaje
remarcado en su contorno por un pincel de ensueños
por
una terquedad enfermiza de contenerme apenas
por
mis pies llagados de caminar sin rumbo
mientras
mis ojos enloquecidos buscan y buscan.