domingo, 9 de marzo de 2025

Milagros (capítulo 8 de Historias de un Individuo Imposible)

 

 

¡Oh desmesurada visión!... Según la IA el Universo contiene entre diez cuatrillones de vigintillones y cien mil cuatrillones de vigintillones de átomos, y de 100.000 trillones a 300.000 trillones de estrellas. A cada segundo se crean 4.75×1042 átomos en el Universo… Una estrella nace cada 2 diezmilésimas de segundo, y 3 a 5 estrellas en el Universo son aniquiladas por segundo. Si sólo esto—mera suposición probabilística—para la experiencia humana ya es inabarcable e incomprensible en lo que conlleva implicado, nuestra máxima locura es experimentar una realidad desde un aquí y un ahora—como si existiese un aquí y un ahora ciertos en esta INMENSIDAD—, como si la estuviésemos definitiva y progresivamente conociendo; como si estuviésemos existiendo dentro de una realidad tal y como la percibimos y la conocemos. ¡Ah, qué sería de otra Humanidad completa que pudiese experimentar esta realidad tan “imperativamente cierta”, en cambio y ante todo como una ilusión y un delirio imperativos, aunque todavía sin poder escapar de esta ilusión y delirio!... ¿Sería siquiera adaptativa y viable una Humanidad que supiese esta realidad como una pura ilusión y un delirio propio, al mismo tiempo que estuviese condicionada y obligada a vivirla como nosotros la experimentamos falsamente, incluso dentro de un ingenuo autoengaño extralímites, como propusieron el Buda o el Cristo: que por algún recurso, práctica o artilugio, naturales o sobrenaturales, pudiésemos escapar de la Suprema Ilusión? ¿Qué cambia de esta ilusión y delirio cuando yo sólo sé que todo es así, pero no puedo dejar de experimentarlo como tal? Posiblemente sólo sea una forma mental un poco más refinada de la misma ilusión y delirio, pero también una forma antropogénica que aporte una respuesta sincrónica más refinada de parte del Universo, por ejemplo, como la aparición en los cielos personales de unos ovnis inteligentes, sobrenaturales e incomprensibles; o bien, la concesión de una sincronía más avanzada y para-natural, como en la magia, en la espiritualidad, o en el milagro, o en lo forteano. O tal vez solamente como el tigre que se queda agazapado, inmóvil, esperando entre la niebla algo que huele demasiado extraño y nuevo, sin saber nada más que eso, sin poder hacer nada más que eso.

Al menos yo lo he vivido y experimentado así desde mi adolescencia. Son demasiados los milagros y las sutilezas del Universo mío como para hacer mención somera de ellas. O como para simplemente no hurgar intensamente en ellas un poco más de lo habitual y de lo ya dado, acuciado por esta compulsión de roedores humanizados que, entre otras, nos caracteriza evolutivamente. Uno de los obstáculos y espejismos más limitantes y problemáticos de lo forteano y de la presencia de lo extranatural en nuestro nivel de realidad es que estamos condicionados y facultados para experimentarlos y conocerlos sólo desde este lado nuestro, con nuestros pobres e ilusorios recursos cognitivos, sicobiológicos, materiales y existenciales, pero desconocer, ignorar y exclusivamente especular ficcionalmente acerca de todo lo que lo origina (o está) desde “el otro lado” (Lo no-nuestro). Un caso de un individuo contemporáneo muy poco conocido en Occidente, el cual representa claramente en su persona esta ambigüedad sutil de la ilusión llevada al límite del milagro naturalista en nuestro plano de realidad es Sathya Sai Baba. Sai Baba hacía milagros, pero no sabía qué eran sus milagros—incluso, ¿esos serían milagros?—, al igual que Jesús, el cual experimentaba y especulaba de forma delirante con un Dios causal y padre, porque seguía hallándose profunda y condicionadamente sumergido en nuestro nivel de realidad ilusoria, él sólo un poco más sutilmente lúcido que cualquier científico nuestro respecto de la Suprema Ilusión. ¿Que era un hombre…? Todo lo prueba… ¿Que era un ser divino…? Nada lo prueba… ¿Sus milagros? Muchos humanos hacen milagros y obras contra las “leyes” de la Naturaleza, sin que demuestren con ello nada divino. Además, ¿alguien sabe qué es lo divino, si con un poquitín de honestidad alguien ha reconocido: “a Dios nadie lo ha visto nunca”[1]?

Los milagros, lo sobrenatural, la magia, lo aparentemente sobrehumano es lo único que ha hecho suponer, por ejemplo, que Jesús era divino: “Si ustedes no ven señales y prodigios, no creen”.[2] Pero, ¿por qué habrían tenido que creer por otro medio o razón, si su doctrina no era más que un zurcido de ideas y conductas “demasiado humanas”, producidas, tragadas, deglutidas y defecadas a través de toda la Historia humana? Ideas románticas, rebeldes, utópicas, polémicas, pero estrictamente humanas, como Novalis hizo eco de ellas: “El hombre debe convertirse en lo que es: un ser divino, lleno de luz, amor y sabiduría."[3] Ningún taumaturgo, ni dios, ni alienígena ha revelado nunca nada que demuestre él mismo un saber inalcanzable y sobrehumano. Toda vez que me he acercado peligrosamente a la Fuente-Sobrehumana-del-Milagro sólo he obtenido, primero, la aniquilación de todo saber humano; luego, la comunicación trascendental que apenas he podido procesar torpemente en mi interior como un: “TODO ES ILUSIÓN Y DELIRIO”. Si Jesús transformó el agua en vino, o caminó por encima de las aguas, o resucitó a unos muertos, sólo demuestra que todo esto es una ilusión y un juego que puede ser manipulado y reordenado de una manera mucho más fácil y sencilla de lo que desde siempre hemos creído. Yo creo que no es necesario saber que todo es ilusión y delirio para quebrantar las reglas de este juego ficcional. Yo creo que basta con alcanzar cierta interfaz profunda mente-realidad para obtener el crédito de alterar este sueño que estamos soñando. Pero, —¡cuidado!— ello no implica que nos hayamos convertido en amos y señores por sobre la ilusión y el engaño, sino simplemente avanzamos a un “nivel superior” dentro del mismo sueño, ilusión y engaño. Pasamos del nivel de estar subordinados y sometidos pasivamente dentro de nuestra existencia ilusoria, a crear y alterar ilusión dentro de la misma Ilusión. Los cristianos, los musulmanes, los creyentes en cualquier Dios piden, rezan, desean, porque ellos mismos son incapaces de producir ciertos cambios que quieren para sus existencias; pero si ellos pudiesen crear cambios en sus limitaciones e insatisfacciones, si ellos pudiesen controlar mejor el delirio de sus existencias, si pudiesen hacer milagros y maravillas, ya no necesitarían a un Dios que les prometa o les facilite el lenitivo de su felicidad—pero que jamás se realiza aquí y ahora—, y hasta se les haría obvio y necesario no creer en la existencia de Dios. La inmensa mayoría de los seres humanos no quiere superar y salir de la Ilusión y del Delirio, sino sólo experimentar una ficción de realidad más amable para ellos. Para la inmensa mayoría de los seres humanos sería un non plus ultra, un máximo concebible, un Paraíso y un Reino de Dios, poder aquí y ahora volar con su propio cuerpo, teletransportarse, convertir el agua en vino, realizar cualquier fantasía y deseo sexual, realizar lo que deseen realizar, convertir casi cualquier sueño en realidad, hacerse inmortales, aunque todo sea una completa Ilusión que siempre de alguna manera tendrá que acabar. En cambio, ¿para qué buscar algo inconcebible? ¿Algo que pueda incluso acabar por completo con la ilusión de uno mismo?

Yo me encuentro en ese umbral tenebroso. Yo sé que a través de mi vida he ido tomando decisiones difíciles, elegidas por mí en lugar de otras, donde los más hubiesen elegido las otras, pero no estas mías. En alguna medida estoy donde estoy, e iré hacia donde pueda ir, gracias a todas esas pequeñas elecciones previas, gracias a una capacidad que yo mismo me he llegado a habilitar, porque también me ha sido permitido habilitar. He venido, pues, a habitar en esta suerte de continuo y encubierto milagro. Los otros, los de Cristo, los de Sai Baba, los de los ángeles y extraterrestres, no me interesan. Nunca he deseado ser como Dios, nunca, consciente o encubiertamente, su poder. ¿Qué sopla furtivamente en mi corazón para que arda este fuego tan desasido de TODO, tan despiadadamente enemigo de toda ilusión, hasta de la ilusión de sí mismo? Y aun así me queda nada más que su aliento, soplo sin forma, sentido ni razón, como última exhalación ahí del moribundo. Nada más. O, tal vez, hoy me quede mañana, ese horizonte filudo y gris como un puñal que se va clavando de a poco en las entrañas mismas e invisibles de toda Ilusión.



[1] Jn. 1.18.

[2] Jn.4.48.

[3] Himnos de la Noche.


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