domingo, 23 de marzo de 2025

El Terror (parte 1) - Capítulo 10 de Historias de un Individuo Imposible

 

 

Yo nunca he sido una persona especialmente miedosa. Sólo de niño y durante mi primera adolescencia recuerdo haber sentido un miedo intenso, rayano en el terror, toda vez que tenía que enfrentar un par de situaciones particulares. Una de ellas era el miedo a la oscuridad, aunque la verdadera razón de ese terror se encontraba al interior de la oscuridad, no en la oscuridad misma. Me ponía la piel de gallina, por ejemplo, el abrir una puerta de una habitación completamente a oscuras y meter la mano, sólo la mano, para tantear la pared buscando el interruptor de la luz. Era casi terrorífico, si en esos momentos me permitía pensar que desde adentro algo pudiese cogerme la mano. La situación me generaba un complicado juego y desafío sicológico. La oscuridad siempre me generaba una desazón porque me producía la intensa y muy real sensación de que algo extraño y amenazante podía llegar hasta mí precisamente por medio de la oscuridad.

Otra situación fóbica me la producían las alturas, aunque eso apareció durante mi adolescencia. La cuestión, sin embargo, era bastante específica. Me producía una sensación horriblemente vertiginosa acercarme al borde de una altura ya superior a unos diez metros, y mirar directamente hacia abajo. El componente más horroroso de ello no era tanto ver o dimensionar la altura, sino la sensación visceral de que algo interno me impulsaba a lanzarme al vacío, como si la situación de dejarme caer en sí misma fuese mía y necesaria… Ambas formas de terror desaparecieron de mi vida a partir de un tiempo determinado, por razones significativas y particulares que en otra oportunidad tal vez vaya a relatar. Todos mis demás miedos, en cambio, eran comunes y corrientes, circunstanciales y sin mayor compromiso emocional, de cosas que a cualquier ser humano normalmente le causan miedo, como el miedo durante un accidente vehicular, o el miedo a ser asaltado con violencia, o el miedo a perder un ser querido, o el miedo a lo desconocido y extraño. En consecuencia, el miedo me era una emoción bastante ocasional, y al que yo tendía naturalmente poco. De hecho, todo lo que he escrito a través de mi vida testifica la casi inexistencia del miedo como un tema literario o biográfico en mí. Es por ello que nunca se me dio el imaginar ni anticipar lo que iba a vivir una noche excepcional que llevo grabada en mi memoria, desde los 24 años, como si se tratase de un video indeleble. Definitivamente, se trata de una situación imposible para un individuo imposible.[1]

Han transcurrido 42 años desde esa noche. Hoy tengo 66. Nunca había escrito, ni tampoco podría haberlo logrado, el relato que voy a producir aquí. Lo he intentado a través de estos 42 años, pero siempre acababa dándome cuenta de que no podía, como si un conjunto de trabas poderosísimas me lo impidieran.[2] Vagamente, y como resumiendo para simplificar, esas trabas me soplaban al oído no es el momento. Vagamente también yo creía entender por qué no lo era. Hoy, ahora mismo, han desaparecido todas las trabas, para mí—sólo yo puedo dimensionarlo así—como si hubiese ocurrido un milagro, como si ese muerto imposibilitado, momificado, siempre invocado sin respuesta, de pronto y mágicamente resucita dentro de mí y por todas partes, y anda, y vive enteramente vivo, hasta más vivo que yo, que lo he llevado conmigo muerto-dormido todo este tiempo... Al final de este escrito sólo yo sabré por qué me ha llegado la hora de hacerlo. Ustedes, por su parte, al leer el punto final tal vez tiriten ahí, apenas comenzando a presentir el terror de esa noche mía que también le toca en suerte y parte a cada ser humano e individuo () necesariamente.

El tema de los ovnis me había atraído desde mi primera adolescencia, aunque de una manera un tanto liviana. Por ejemplo, disfrutaba mucho de las películas sobre ovnis y alienígenas. Nada más. Con el tiempo se me fueron planteando inquietudes, algunas ideas e interrogantes, pero siempre con cierta distancia y tibieza. Por entonces, mi mayor anhelo, en medio de mi ignorancia, era experimentar al menos un avistamiento ovni. Encontrándome en esta condición un tanto anodina respecto del tema, a los 21 años ocurrió un primer evento detonante y significativo: tuve un avistamiento y experiencia personal con un ovni que fue visto colectivamente, e incluso informado en la prensa de mi país.[3] No me detendré aquí a describir ni a narrar este hecho, porque amerita un importante capítulo aparte, el cual ciertamente dejaré para más adelante. Por ahora, me interesa destacar que a partir de esa experiencia el tema se me convirtió en una cuestión viva y personal. Comencé a investigar sobre el tema con escaso acceso a buenas fuentes de información, de modo que no avanzaba mucho en conocimiento sobre el tema, hasta que a los 24 años llegó a mi poder el libro 100.000 Kilómetros tras los OVNIS, de J.J. Benítez. Lo que más recuerdo y valoro de aquel libro es la sorprendente experiencia que viví mientras lo leía, ya que, a medida que avanzaba en su lectura, comencé a sentir que yo estaba siendo observado y guiado interna y externamente por unos seres superiores, justo y precisamente lo que descubro que J.J. Benítez narra más adelante como su propia desconcertante experiencia mientras él también avanzaba en su búsqueda e investigación de respuestas acerca de los OVNIS. Esto me causó una sensación de reduplicación apodíctica de realidad, como una especie de hiperrealidad que se me presentaba y se me desencadenaba en mi interioridad, en mi mente y en toda la realidad. Era sensación vívida, era una certeza total, única e inexplicable, de que un o unos seres inteligentes y suprahumanos estaban tomando en adelante, por completo y de hecho, en una especie de super-presencia, el conocimiento y el control de toda mi persona y de mi realidad. Yo sabía que no estaba alucinando, por más que también podía dudarlo racionalmente. Al terminar de leer las últimas líneas del libro de Benítez se me actualizó—casi como un mensaje telepático—que había llegado la hora también para mí de encontrarme cara a cara con Ellos. Podía sentir en mi interior algo así como una continua vibración magnética que nunca había experimentado antes. Aquella noche salí al patio trasero de mi casa a contemplar el cielo estrellado, con la sensación de que podría ver algo. Era tan singular y potente la precepción entonces de que mientras yo observaba el cielo, a su vez, yo era observado. No vi nada especial, pero llegó la certeza a mi conciencia de que aquella noche iba a ser decisiva. Me fui tranquilo y confiado a dormir.

Recuerdo con claridad que repentinamente yo estaba soñando un sueño lúcido: me encontraba en mi cama, recién despertado de algún sueño dentro de mi sueño; me incorporaba y veía por la ventana de mi pieza el cielo oscuro lejos hacia el poniente; distinguía una luz que se movía lentamente, de inmediato aparecía otra, y otra, y otra; aumentaban de tamaño, tomaban colores variados, intensos, cambiantes, mientras realizaban evoluciones que me resultaban muy hermosas, como si formasen un entrelazamiento de figuras y estelas de colores entremezclados—una danza bellísima— a medida que, además, se venían acercando hacia donde yo me encontraba. Justo en el momento en que me percato de que se dirigen hacia mí escucho dentro de mi cabeza una voz poderosa, grave, extraña, que habla retumbando dentro de mi cerebro: “¡Ahora sí!”… Despierto instantáneamente, con máxima conciencia, con todas mis facultades mentales alertas, abro los ojos y en ese mismo instante una luz blanca, vaporosa y al mismo tiempo sólida, como si tuviese volumen, comienza a extenderse desde el marco izquierdo de mi ventana, por sobre la superficie de la cortina gruesa de lino, formando progresivamente una especie de semiesfera que va desarrollándose hasta tocar el marco izquierdo de la misma ventana, llenando así toda su área con esta semiesfera. Justo al completarse esta figura, sobresaliente hasta más o menos medio metro en su radio máximo, desaparece instantáneamente, como si se apagase. No estaba soñando, no más que ahora también sé que no estoy soñando; estaba yo plenamente despierto, o, por lo menos, en indubitable y asombrada conciencia de vigilia. La aparición incomprensible de esta luz por sobre la cortina era para mí irreal y fantástica, más todavía porque la ventana estaba cubierta por fuera con sólidos postigos de madera que dejaban sólo una abertura en el medio, donde faltaban tres o cuatro tablas. Al acabarse la visión de la luz, simultáneamente escucho cerca en el patio un ruido vago, entrecortado, como si algo se moviese rápidamente; se abre la ventana que yo había dejado entreabierta, salta velozmente mi gato al suelo, quedándose agazapado con claras señas de miedo. Puedo sentir y oír una especie de pesada vibración en el aire, sé que afuera hay Algo, entonces se me plantea la disyuntiva más terrible y decisiva que—ahora puedo saberlo— he experimentado en mi vida: correr la cortina y mirar hacia afuera, o no. No pensaba con palabras, pero mi pensamiento procesaba y dialogaba de forma integral e instantánea, como por ideas completas, con algo-alguien que parecía haberse asimilado a mi propia mente. Se insertó en mi mente la idea-certeza de que, si yo estiraba la mano y abría la cortina, conllevaría que yo me aniquilaría, yo desaparecería absolutamente, hasta en mi esencia humana. Eso no era solamente morir, como sea que se conciba la muerte natural de cada y todo ser humano. No puedo explicarlo, pero esa idea que se me implantó era una especie de conocimiento-experiencia enteramente real y vívido. Esa idea-vivencia—podía sentirlo, saberlo absolutamente—no era de este mundo, no era conmensurable con nada natural ni humano, con nada mío. Sentí en ese instante el horror más intenso y sobrenatural que—yo creo— puede sentir un ser humano al acercarse a la aniquilación de su propia esencia, por encontrarse con ALGO inconmensurable e incompatible con la esencia humana y natural. Supe, además, que, si abría la cortina, ya no habría vuelta atrás… La realidad que me transparentaba este terror me detuvo. Fui libre de hacerlo; no había ninguna fuerza, ningún bloqueo síquico que me paralizase, que inhibiese descontroladamente mi voluntad ni mis capacidades. Si la abría, supe ahí que podría al fin conocer y experimentar la verdadera realidad que existe tras el fenómeno de los ovnis. Sólo yo decidí no abrirla… ¿Por eso estoy todavía vivo?...



[1] Guardo hasta la fecha un registro—más bien literario, incompleto y poco riguroso—de este hecho, escrito al día siguiente (lunes 7 de marzo de 1983) en un antiguo conato de diario de vida, comenzando en la primera página con este mismo evento, y dejado de escribir (en blanco) sólo tres páginas después de este primer relato de cinco páginas. A decir verdad, sólo a partir de los días posteriores a este evento y registro comencé a recordarlo y procesarlo cada vez con más precisión y comprensión, como si el evento mismo hubiese continuado desarrollándose en mi inconsciente, en mi mente natural, en toda mi realidad, sin dejar de seguir aconteciendo y transformándose junto conmigo a través de los años, toda mi vida, en un increíble proceso orgánico, progresivo, constructivo, trascendental.

[2] Una traba inicial era que cada vez que lo intentaba me daba cuenta de que inevitablemente iba a escribir una narración, una historia que no podía evitar el estigma de ser y saber ante todo a literaria. Ahora, hoy, sé que igualmente estoy escribiendo literariamente, pero ello no impide, no me separa de cualquier otra condición y expresión necesaria para que esta historia sea más real, verdadera, rigurosa y cierta que, por ejemplo, los principios de la termodinámica, o, incluso, con todo el rigor del científico escéptico que finalmente he llegado a ser; y con toda la espiritualidad, y con toda la filosofía, y con todo de todo.

[3] Aún guardo entre mis documentos un ejemplar de un periódico de la época en el cual se informa acerca de este extraordinario avistamiento y fenómeno.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario