sábado, 29 de marzo de 2025

Delirio y Realidad (cap.11 de Historias de un Individuo Imposible)

 

 

¿La visión de la luz dentro de mi dormitorio fue una alucinación hipnopómpica?... ¿Todas mis percepciones y mis procesos interpretativos relatados fueron una seguidilla de procesos mentales fantasiosos y subjetivos?... ¡Sí!... ¡Sí!... Pero la clave hermenéutica, la inversión epistemológica fundamental e inicial que yo considero necesario hacer para comprender correcta o, por lo menos, menos limitadamente—por ejemplo, de lo que lo hace la Ciencia—todo fenómeno de esta realidad en la que existimos, TODO—entiéndase enfáticamente y sin restricciones—, consiste, primero, en asumir holísticamente que “TODO ES ILUSIÓN”, y que, a partir de este principio (auxiliar) universal y total, se desgranan los demás estados de realidad (subilusorios—los modos de la ilusión) que parecen o se experimentan (antrópica y paradójicamente) no ilusorios, estables, independientes, sólidos , ciertos, referenciales, verdaderos, absolutos, etc., como, por ejemplo, el Universo material, o bien la percepción sensorial, o el cuerpo biológico, o la racionalidad, o el instante temporal presente, o la tecnología, etc. Yo no logro entender cómo tanta gente pensante e inteligente a través de la historia humana no se ha dado cuenta de lo obvio, necesario, elemental y trascendental del error sobre el cual se ha constituido y construido toda nuestra condición natural, toda nuestra civilización humana, todas nuestras experiencias y conocimientos del orden que sean, incluso de aquellos saberes o cosmovisiones que se han configurado, como lo han hecho, por ejemplo, el Hinduismo y el Budismo, supuestamente a partir del principio de TODO-ILUSIÓN, o Maya. El error, casi como una suerte de horror vacui o bloqueo cognitivo, consiste básicamente en aferrarse por cualquier medio a la convicción injustificada de que necesaria y axiomáticamente existe algo inicial, creador, fundacional, universal, total, etc., absoluto y verdadero, como el número para Pitágoras, el cogito cartesiano, o el Dios de Jesús, o el Universo físico, o el Paranirvana, de modo que una de las consecuencias más importantes para el conocimiento humano es que ese supuesto Principio Absoluto nos condiciona, tanto como nos permite, a discernir entre el Bien y el Mal, la Verdad respecto de la Falsedad, lo Real y lo Irreal, la Vida y la Muerte, el presente respecto del pasado y del futuro, etc. ¡Ni siquiera los simios cayeron en ese error tan delirante, regresivo y absurdo propio de la especie humana! Y no es que nuestros escépticos, agnósticos, intuicionistas, videntes, divergentes lo hayan hecho mejor—pudiendo, y hasta debiendo—, porque de una u otra manera todos han acabado en una trampa inicial-final de este mismo nudo gordiano ilusionista que es en sí mismo el homo sapiens-sapiens.

Si se invierte ese principio, pues, se puede derivar y comprender, pero de una manera radical y sustancialmente diferente, toda la experiencia de verdad y de realidad que hemos desarrollado integral y soberanamente, lo mismo que toda nuestra experiencia y conocimiento en relación con la falsedad y la irrealidad. El eje absoluto de nuestra experiencia de realidad, por lo tanto, debiera ser representado como un sistema integral de ilusión por niveles y grados de ilusión imbricados e interrelacionados, dentro del cual los seres vivos y los humanos experimentamos una forma o dimensión de ilusión degradada que consiste en la alucinación delirante de un estado de realidad física y mental verdadera y autónoma, o sea, la realidad natural. En este sentido, actualmente he llegado a creer que el fenómeno ovni en su totalidad, así como gran parte de la fenoménica forteana, demuestra en forma abierta y decisiva precisamente y de forma dramática la debida inversión trascendental de nuestro principio y experiencia de realidad. Es decir, en gran medida el fenómeno ovni y la fenoménica paranormal representan un estado de realidad mucho más amplificado—o sea, en el ámbito de nuestra conceptualización antrópica, más real—dentro del Holismo Ilusorio, o Ilusión Trascendental.

En la actualidad, la mayor parte de la gente instruida no sabe que muchos importantes y prestigiosos investigadores del fenómeno ovni, tales como Carl Jung,  John Mack, David Jacobs, Jacques Vallée, sostienen que asociado a este fenómeno siempre existe un gran componente productivo o causal de tipo sicológico o mental, sin que ello implique necesariamente que el experimentador de un “encuentro cercano” esté solamente alucinando, o, en el mejor de los casos, sólo distorsionando fantasiosa e irrealmente (sensorial o sicológicamente) algún fenómeno de carácter meramente natural, como sugiere la mayoría de los escépticos y críticos cientistas. En nuestra conceptualización, aquellos ufólogos sí implican—sin declararlo explícitamente—, por una parte, que no existe una incompatibilidad ontológica ni contradicción necesaria entre ilusión/alucinación/subjetividad, y realidad objetiva/natural/física. Y, por otra, a fortiori, que existe algún misterioso, desconocido e hipotético mecanismo, o razón, que articula y compone subjetividad-realidad física (juntos)—en una relación fuera de lo común, incluso anómala y excepcional—para producir causalmente tales experiencias. Es un hecho que nadie ha avanzado todavía en la investigación y elucidación de este “mecanismo”, o la razón que unifica la experiencia mente-ovni.[1] No obstante, considero que el investigador Antonio Caravaca ha dado un paso inicial importante últimamente hacia la línea de la inversión epistemológica y ontológica que aquí proponemos.[2] Con todo, considero que el abismo más ancho y profundo que separa la inversión ontológica y epistemológica que sugiero, respecto de la histórica y natural que hasta aquí ha sostenido y desarrollado íntegramente el ser humano, consiste en su incapacidad natural y antropológica para experimentar esta realidad en parámetros y modos no duales, y en categorías no separadas (no-unidades).[3] Por ejemplo, diferenciar amplia y sustantivamente entre dimensión síquica y dimensión física de la realidad—o bien, interior-exterior—es altamente ilusorio e inadecuado; o bien, entre realidad e irrealidad; o bien, representar la realidad por medio del lenguaje verbal, u otros similares, en tanto siempre los lenguajes humanos son categoriales, es decir, representan la (sub)realidad por identidades, unidades, valores, significados, definiciones, juicios, etc. Es decir, el ser humano naturalmente no puede superponer fenómenos sin identificarlos y procesarlos cognitivamente por separado, como una suma, aunque los perciba como unidad, es decir, siempre y ante todo experimenta “el todo es una suma de partes”. Además, el humano no puede sino superponer aumentativa y progresivamente unos pocos estímulos (unidades) de realidad (poseemos limitada y escasa amplitud atencional), y también es incapaz de integrarlos como nuevo estado de realidad.[4]

En conclusión, si todo es ilusorio, entonces no es un buen criterio afanarse por diferenciar a ultranza—por ejemplo, científicamente—entre verdadero y falso, entre alucinación y realidad física, entre correcto e incorrecto, entre energía y materia y mente, entre 0, 1 y 2, sino debiéramos esforzarnos, ante todo, por tratar de diferenciar los modos implicados de la ilusión y del delirio holistas.[5] Esto solo cambiaría toda nuestra experiencia y conocimientos (ideas) de la realidad, adquiridos y naturales. Considero que ésta es una de las principales enseñanzas que nos aporta, en conjunto, el fenómeno de los ovnis, de lo paranormal, y, por lo tanto, también de mi propia experiencia relatada.

Por lo tanto, quienes hayan leído mi experiencia ovni, relatada en el capítulo anterior, habrán reaccionado con los más variados criterios, sentimientos, pensamientos y juicios, pero nadie se acercará siquiera a mi propia experiencia, ni tampoco al correcto procesamiento de su particular fenomenología de la ilusión.



[1] O como la relación mente-milagro-realidad física que propuse en el cap. 8.

[2] Véanse libros del autor: La distorsión: El fenómeno OVNI en la mente humana (2012), El secreto de los OVNIs (2014), La conciencia OVNI (2017). Igualmente, su blog:  https://caravaca101.blogspot.com/. Su mérito consiste en poner el foco del fenómeno ufológico y sus concomitantes forteanas y paranormales en lo que él denomina “la distorsión”, como un anómalo y excepcional evento en que se implican mente-experiencia física de una manera tan imbricada que no se puede diferenciar un componente del otro. Aunque reconoce que es más probable que el agente externo sea el que cause o administre la distorsión, más que la sique del humano involucrado, dado que evidencia—física y mentalmente—no sólo llevar el control de la situación del “encuentro”, sino, además, exceder en recursos de realidad al ser humano en una medida indeterminadamente mucho mayor, Caravaca presenta confusión/ambigüedad y falta de rigor conceptual tanto en el análisis sicológico, como en todo lo relativo al “agente externo”. En una de las recientes publicaciones en su blog señala en relación con el “agente externo”: “[…] parece algún tipo de fuerza [¡sic!, Caravaca también lo denomina descuidadamente en su post “inteligencia”, sin percatarse ni analizar la distancia fenomenológica y conceptual entre “fuerza” e “inteligencia”] que no solo tiene la capacidad de distorsionar nuestra realidad y percepción, sino que además y esto es lo más importante puede reconfigurar nuestro sistema operativo mental” (miércoles, 1 de enero de 2025). La similitud en cuanto al concepto central de nuestras visiones, pero también la diferencia, se encuentra en el paralelismo entre su concepto de distorsión y mi concepto de ilusión.

[3] Éste es un tema demasiado complejo que requeriría de un tratamiento aparte y extenso para intentar aproximarme conceptualmente a él, ya que por su naturaleza es esencialmente extra-conceptual, extra-lingüístico, para-mental y para-físico.

[4] Al ser humano ya le resulta extremadamente difícil experimentar naturalmente, y en toda su amplitud y variedad, el principio cognitivo de la Gestalt: “el todo es más que la suma de las partes”. Incalculablemente más antinatural le resultaría, a fortiori, percibir cosas y fenómenos instantáneamente ni como todo, ni como partes, es decir, paradójicamente no como cosas, sino como un nuevo estado de realidad (otro no agregativo), por lo tanto, tampoco como un mero fenómeno asociado a la misma cosa. Es decir, en este modo cognitivo no sólo no hay misma cosa (dos veces), sino tampoco cosa (una vez), tal como señalaba Heráclito: “A los mismos ríos entramos y no entramos, somos (estamos) y no somos (estamos)” (49a DK). En nuestra incapacidad connatural, a esta condición para-cognitiva (supra-holista) la percibimos y denominamos filosófica y cuánticamente, insuficiente y ambiguamente, como indeterminación.

[5] Lo que quiero referir con el término “modos implicados” representa vagamente una fenomenología de la ilusión (realidad), que no se ha abordado ni explorado hasta ahora, y que, además difícilmente podríamos indagar y tener acceso a ellos, debido a nuestras limitaciones antropológicas. Volveré sobre el tema en otro capítulo.


domingo, 23 de marzo de 2025

El Terror (parte 1) - Capítulo 10 de Historias de un Individuo Imposible

 

 

Yo nunca he sido una persona especialmente miedosa. Sólo de niño y durante mi primera adolescencia recuerdo haber sentido un miedo intenso, rayano en el terror, toda vez que tenía que enfrentar un par de situaciones particulares. Una de ellas era el miedo a la oscuridad, aunque la verdadera razón de ese terror se encontraba al interior de la oscuridad, no en la oscuridad misma. Me ponía la piel de gallina, por ejemplo, el abrir una puerta de una habitación completamente a oscuras y meter la mano, sólo la mano, para tantear la pared buscando el interruptor de la luz. Era casi terrorífico, si en esos momentos me permitía pensar que desde adentro algo pudiese cogerme la mano. La situación me generaba un complicado juego y desafío sicológico. La oscuridad siempre me generaba una desazón porque me producía la intensa y muy real sensación de que algo extraño y amenazante podía llegar hasta mí precisamente por medio de la oscuridad.

Otra situación fóbica me la producían las alturas, aunque eso apareció durante mi adolescencia. La cuestión, sin embargo, era bastante específica. Me producía una sensación horriblemente vertiginosa acercarme al borde de una altura ya superior a unos diez metros, y mirar directamente hacia abajo. El componente más horroroso de ello no era tanto ver o dimensionar la altura, sino la sensación visceral de que algo interno me impulsaba a lanzarme al vacío, como si la situación de dejarme caer en sí misma fuese mía y necesaria… Ambas formas de terror desaparecieron de mi vida a partir de un tiempo determinado, por razones significativas y particulares que en otra oportunidad tal vez vaya a relatar. Todos mis demás miedos, en cambio, eran comunes y corrientes, circunstanciales y sin mayor compromiso emocional, de cosas que a cualquier ser humano normalmente le causan miedo, como el miedo durante un accidente vehicular, o el miedo a ser asaltado con violencia, o el miedo a perder un ser querido, o el miedo a lo desconocido y extraño. En consecuencia, el miedo me era una emoción bastante ocasional, y al que yo tendía naturalmente poco. De hecho, todo lo que he escrito a través de mi vida testifica la casi inexistencia del miedo como un tema literario o biográfico en mí. Es por ello que nunca se me dio el imaginar ni anticipar lo que iba a vivir una noche excepcional que llevo grabada en mi memoria, desde los 24 años, como si se tratase de un video indeleble. Definitivamente, se trata de una situación imposible para un individuo imposible.[1]

Han transcurrido 42 años desde esa noche. Hoy tengo 66. Nunca había escrito, ni tampoco podría haberlo logrado, el relato que voy a producir aquí. Lo he intentado a través de estos 42 años, pero siempre acababa dándome cuenta de que no podía, como si un conjunto de trabas poderosísimas me lo impidieran.[2] Vagamente, y como resumiendo para simplificar, esas trabas me soplaban al oído no es el momento. Vagamente también yo creía entender por qué no lo era. Hoy, ahora mismo, han desaparecido todas las trabas, para mí—sólo yo puedo dimensionarlo así—como si hubiese ocurrido un milagro, como si ese muerto imposibilitado, momificado, siempre invocado sin respuesta, de pronto y mágicamente resucita dentro de mí y por todas partes, y anda, y vive enteramente vivo, hasta más vivo que yo, que lo he llevado conmigo muerto-dormido todo este tiempo... Al final de este escrito sólo yo sabré por qué me ha llegado la hora de hacerlo. Ustedes, por su parte, al leer el punto final tal vez tiriten ahí, apenas comenzando a presentir el terror de esa noche mía que también le toca en suerte y parte a cada ser humano e individuo () necesariamente.

El tema de los ovnis me había atraído desde mi primera adolescencia, aunque de una manera un tanto liviana. Por ejemplo, disfrutaba mucho de las películas sobre ovnis y alienígenas. Nada más. Con el tiempo se me fueron planteando inquietudes, algunas ideas e interrogantes, pero siempre con cierta distancia y tibieza. Por entonces, mi mayor anhelo, en medio de mi ignorancia, era experimentar al menos un avistamiento ovni. Encontrándome en esta condición un tanto anodina respecto del tema, a los 21 años ocurrió un primer evento detonante y significativo: tuve un avistamiento y experiencia personal con un ovni que fue visto colectivamente, e incluso informado en la prensa de mi país.[3] No me detendré aquí a describir ni a narrar este hecho, porque amerita un importante capítulo aparte, el cual ciertamente dejaré para más adelante. Por ahora, me interesa destacar que a partir de esa experiencia el tema se me convirtió en una cuestión viva y personal. Comencé a investigar sobre el tema con escaso acceso a buenas fuentes de información, de modo que no avanzaba mucho en conocimiento sobre el tema, hasta que a los 24 años llegó a mi poder el libro 100.000 Kilómetros tras los OVNIS, de J.J. Benítez. Lo que más recuerdo y valoro de aquel libro es la sorprendente experiencia que viví mientras lo leía, ya que, a medida que avanzaba en su lectura, comencé a sentir que yo estaba siendo observado y guiado interna y externamente por unos seres superiores, justo y precisamente lo que descubro que J.J. Benítez narra más adelante como su propia desconcertante experiencia mientras él también avanzaba en su búsqueda e investigación de respuestas acerca de los OVNIS. Esto me causó una sensación de reduplicación apodíctica de realidad, como una especie de hiperrealidad que se me presentaba y se me desencadenaba en mi interioridad, en mi mente y en toda la realidad. Era sensación vívida, era una certeza total, única e inexplicable, de que un o unos seres inteligentes y suprahumanos estaban tomando en adelante, por completo y de hecho, en una especie de super-presencia, el conocimiento y el control de toda mi persona y de mi realidad. Yo sabía que no estaba alucinando, por más que también podía dudarlo racionalmente. Al terminar de leer las últimas líneas del libro de Benítez se me actualizó—casi como un mensaje telepático—que había llegado la hora también para mí de encontrarme cara a cara con Ellos. Podía sentir en mi interior algo así como una continua vibración magnética que nunca había experimentado antes. Aquella noche salí al patio trasero de mi casa a contemplar el cielo estrellado, con la sensación de que podría ver algo. Era tan singular y potente la precepción entonces de que mientras yo observaba el cielo, a su vez, yo era observado. No vi nada especial, pero llegó la certeza a mi conciencia de que aquella noche iba a ser decisiva. Me fui tranquilo y confiado a dormir.

Recuerdo con claridad que repentinamente yo estaba soñando un sueño lúcido: me encontraba en mi cama, recién despertado de algún sueño dentro de mi sueño; me incorporaba y veía por la ventana de mi pieza el cielo oscuro lejos hacia el poniente; distinguía una luz que se movía lentamente, de inmediato aparecía otra, y otra, y otra; aumentaban de tamaño, tomaban colores variados, intensos, cambiantes, mientras realizaban evoluciones que me resultaban muy hermosas, como si formasen un entrelazamiento de figuras y estelas de colores entremezclados—una danza bellísima— a medida que, además, se venían acercando hacia donde yo me encontraba. Justo en el momento en que me percato de que se dirigen hacia mí escucho dentro de mi cabeza una voz poderosa, grave, extraña, que habla retumbando dentro de mi cerebro: “¡Ahora sí!”… Despierto instantáneamente, con máxima conciencia, con todas mis facultades mentales alertas, abro los ojos y en ese mismo instante una luz blanca, vaporosa y al mismo tiempo sólida, como si tuviese volumen, comienza a extenderse desde el marco izquierdo de mi ventana, por sobre la superficie de la cortina gruesa de lino, formando progresivamente una especie de semiesfera que va desarrollándose hasta tocar el marco izquierdo de la misma ventana, llenando así toda su área con esta semiesfera. Justo al completarse esta figura, sobresaliente hasta más o menos medio metro en su radio máximo, desaparece instantáneamente, como si se apagase. No estaba soñando, no más que ahora también sé que no estoy soñando; estaba yo plenamente despierto, o, por lo menos, en indubitable y asombrada conciencia de vigilia. La aparición incomprensible de esta luz por sobre la cortina era para mí irreal y fantástica, más todavía porque la ventana estaba cubierta por fuera con sólidos postigos de madera que dejaban sólo una abertura en el medio, donde faltaban tres o cuatro tablas. Al acabarse la visión de la luz, simultáneamente escucho cerca en el patio un ruido vago, entrecortado, como si algo se moviese rápidamente; se abre la ventana que yo había dejado entreabierta, salta velozmente mi gato al suelo, quedándose agazapado con claras señas de miedo. Puedo sentir y oír una especie de pesada vibración en el aire, sé que afuera hay Algo, entonces se me plantea la disyuntiva más terrible y decisiva que—ahora puedo saberlo— he experimentado en mi vida: correr la cortina y mirar hacia afuera, o no. No pensaba con palabras, pero mi pensamiento procesaba y dialogaba de forma integral e instantánea, como por ideas completas, con algo-alguien que parecía haberse asimilado a mi propia mente. Se insertó en mi mente la idea-certeza de que, si yo estiraba la mano y abría la cortina, conllevaría que yo me aniquilaría, yo desaparecería absolutamente, hasta en mi esencia humana. Eso no era solamente morir, como sea que se conciba la muerte natural de cada y todo ser humano. No puedo explicarlo, pero esa idea que se me implantó era una especie de conocimiento-experiencia enteramente real y vívido. Esa idea-vivencia—podía sentirlo, saberlo absolutamente—no era de este mundo, no era conmensurable con nada natural ni humano, con nada mío. Sentí en ese instante el horror más intenso y sobrenatural que—yo creo— puede sentir un ser humano al acercarse a la aniquilación de su propia esencia, por encontrarse con ALGO inconmensurable e incompatible con la esencia humana y natural. Supe, además, que, si abría la cortina, ya no habría vuelta atrás… La realidad que me transparentaba este terror me detuvo. Fui libre de hacerlo; no había ninguna fuerza, ningún bloqueo síquico que me paralizase, que inhibiese descontroladamente mi voluntad ni mis capacidades. Si la abría, supe ahí que podría al fin conocer y experimentar la verdadera realidad que existe tras el fenómeno de los ovnis. Sólo yo decidí no abrirla… ¿Por eso estoy todavía vivo?...



[1] Guardo hasta la fecha un registro—más bien literario, incompleto y poco riguroso—de este hecho, escrito al día siguiente (lunes 7 de marzo de 1983) en un antiguo conato de diario de vida, comenzando en la primera página con este mismo evento, y dejado de escribir (en blanco) sólo tres páginas después de este primer relato de cinco páginas. A decir verdad, sólo a partir de los días posteriores a este evento y registro comencé a recordarlo y procesarlo cada vez con más precisión y comprensión, como si el evento mismo hubiese continuado desarrollándose en mi inconsciente, en mi mente natural, en toda mi realidad, sin dejar de seguir aconteciendo y transformándose junto conmigo a través de los años, toda mi vida, en un increíble proceso orgánico, progresivo, constructivo, trascendental.

[2] Una traba inicial era que cada vez que lo intentaba me daba cuenta de que inevitablemente iba a escribir una narración, una historia que no podía evitar el estigma de ser y saber ante todo a literaria. Ahora, hoy, sé que igualmente estoy escribiendo literariamente, pero ello no impide, no me separa de cualquier otra condición y expresión necesaria para que esta historia sea más real, verdadera, rigurosa y cierta que, por ejemplo, los principios de la termodinámica, o, incluso, con todo el rigor del científico escéptico que finalmente he llegado a ser; y con toda la espiritualidad, y con toda la filosofía, y con todo de todo.

[3] Aún guardo entre mis documentos un ejemplar de un periódico de la época en el cual se informa acerca de este extraordinario avistamiento y fenómeno.


domingo, 16 de marzo de 2025

Compasión (capítulo 9 de Historias de un Individuo Imposible)

 

 

He decidido ser compasivo con quienes me van a leer. ¿Quién puede dimensionar a qué se renuncia y qué cambia cuando yo decido ser compasivo con los seres humanos? Sépase que no es una conducta encubierta—o directamente—despectiva ni arrogante, porque ser un individuo imposible me pone en cierta condición singular y paradójica. Mis palabras son siempre nuevas palabras, aunque parezcan las mismas de todos; pero también son despreciables, porque no sirven para lo que la gente valida y usa las palabras. Yo me inspiro todo el tiempo y sin cesar en la poderosa enseñanza del sol: alumbra y calienta sin cesar y sin diferencias manifiestas lo mismo sobre buenos y malos, sobre humanos y no humanos. La compasión encierra en mí—creo—algo así como humildad existencial y moral disponible para que sea Realidad la que decida qué hará con mi compadecido, y no tenga yo que condenarlo, ni siquiera asignarle un valor, o estado determinado y definitivo, a ese que no me resulta bien. Sin embargo, para que se entienda precisamente en aquello que voy a exponer en este escrito, si me encuentro en la calle con un maleante que está actuando de forma violenta, por ejemplo, contra un niño, mi compasión no me impedirá que también actúe de alguna manera suficiente para impedir que continúe con su manifiesto acto brutal. Se puede y se debe—llegado el caso de conciencia—ser violento como el más violento, sin poseer una condición y carácter en absoluto violento. La cuestión de fondo que nos propone la Realidad continuamente es ante todo en qué estado de realidad tratamos de estar, o simplemente, o finalmente, realizamos.

Siempre estamos adentro de un algo-realidad que nos impone sus condiciones y limitaciones. Nuestro sí-mismo, nuestra consciencia, nuestra mente ya es un algo-realidad impositivo y condicionante. Si dentro de las Ciencias se hubiese creado una ciencia particular y una epistemología fundacional acerca de los determinantes de la existencia humana y universal, yo respetaría algo más a esta coja, tuerta y arrogante necia que pretende conocer la realidad mejor que nadie, a ciencia cierta. Pero la huye y la rehúye como una rata asustadiza, porque intuye con el rabillo del ojo tuerto que ese saber acabaría destruyendo a todas las Ciencias, y trastornaría al burdo animalillo de dos pies enclenques que la sostiene y la delira. En cambio, se afana por engrandecer y convencer a esta rata humana delirante que se sube al escenario del mundo para actuar un diosecillo en camino a la omnisciencia y omnipotencia, sin anticipar el agujero abismal adonde en masa se encamina. Las Ciencias también nos imponen un algo-realidad, lo mismo que son a su vez el resultado de un algo-realidad condicionado.

¡Qué ironía!... Los griegos buscaron afanosamente el principio (ἀρχή) de todas las cosas, de la realidad, y se encontraron por todas partes y de todas las maneras con el relativismo y subjetividad de la condición existencial y mental del ser humano, del filósofo-científico pensante. A cambio, creyeron descubrir una Naturaleza (Φύσις), un cosmos-orden (κόσμος) independiente del ser humano, un objeto universal no subjetivo ni relativo—incluso aunque fuese causado y gobernado por un dios platónico o no-platónico (realidad absoluta)—. Este Universo podía ser, entonces, el escenario sólido y seguro para constituir y construir una existencia cierta y un saber ciertos, un parámetro estable y definido de verdad y falsabilidad. En términos y parámetros siquiátricos: “he aquí el juicio incontestable de realidad (incontestable)”, la sanidad mental por excelencia. Pero no, nos hundieron hasta siempre contra el fondo del mismo pantano ilusorio y sicótico del que buscábamos huir—huyendo de nuestra delirancia humana—, pues la Naturaleza es la Causa Suprema de toda ilusión y delirio, las sublimes entrañas materiales de la Superilusión, el Supremo-Estado-de-Realidad desde donde nace—sin nacer—y allí mismo habita nuestra condición relativa, alucinada, efímera, antropogénica. La sólida, incuestionable e inevitable realidad cotidiana… ¡Qué ironía!

“Sueña el rico en su riqueza, que más cuidados le ofrece; sueña el pobre que padece su miseria y su pobreza; sueña el que a medrar empieza, sueña el que afana y pretende, sueña el que agravia y ofende, y en este mundo, en conclusión, todos sueñan lo que son, aunque ninguno lo entiende.”[1]

¡Vaya ironía!... Se puede soñar que se sueña, y se puede delirar que se delira. ¿Cuántas matrioshkas son la Realidad?... ¿Una o/y infinitas?... Incapaces de superar aunque sólo sea una ilusión, nos obligamos y estamos obligados a concebir todo en términos disyuntivos, duales, agregativos, contrapuestos (o/y), por ejemplo, realidad/irrealidad. Yo vengo de vuelta de las regiones de lo Imposible, o sea, apenas un milímetro más allá de la punta de sus narices. Yo no traigo respuestas, sólo una cornucopia de ilusiones para desplegar como confeti ante tus desorbitados ojos. ¡Coje la que quieras, coje la que puedas! ¿Te preguntas si yo soy un alienígena/extraterrestre?... ¡Sí lo soy!... Un milímetro más que tú. Sólo un milímetro más que tú basta para ser Dios y/o Demonio.

¡Qué difícil y hasta imposible es para ti ir, aunque sólo sea un instante, hacia afuera de ti mismo! Mírate como piensas todo desde tu único color político, o sea, a los seres humanos amigos y/o villanos, sólo humanos y/o no-humanos. Mírate como miras a los que no creen en lo que tú crees. Mírate como sientes a los que no son tu familia, a los que no son de tu nacionalidad, a los que no poseen tu color de piel, a los que no hablan tu idioma, a los que no son de tu sexo, de tu edad, de tu clase, a los pobres, a los enfermos, a los ladrones, a los mentirosos, a los miserables, o sea, a “los otros”. Mira la manera como cuentas tu dinero. Mira que respiras sin esforzarte ni quererlo. Mira que la sangre fluye por tus venas sin cesar, y tú no la sientes. Miras el pasto verde y llamarías imposible que no sea verde. Miras hacia arriba y sabes cielo. Miras las noticias que te ponen delante, y te informas. Ves morir, ves nacer, y no ves nada más allá, pero igual supones. Duermes, sueñas, despiertas, duermes, sueñas, despiertas… Sabes tu nombre, pero ¿qué es tu nombre? ¡Mira cómo estás leyendo ahora, y no sabes que el Universo lee a través de tus ojos!

El Juego quiere que juguemos. ¡Aprende cómo se juega con la Ilusión! ¡Aprende a salir de Todo sin salir de Todo! En cambio, tú sales de un Todo-sin-salir-de-Todo, porque no sabes jugar por ti mismo. Tu juego es un juego pequeño y elemental, puedes quedarte allí, volviendo una y otra vez de regreso a la partida, sí, o puedes decidir con voluntad inquebrantable avanzar al siguiente nivel. Tarea imposible. Para mí es motivación y recurso suficientes, aunque no sepa dónde acaba, ni cómo sigue, ni qué soy yo.



[1] Pedro Calderón de la Barca, La Vida es Sueño.


domingo, 9 de marzo de 2025

Milagros (capítulo 8 de Historias de un Individuo Imposible)

 

 

¡Oh desmesurada visión!... Según la IA el Universo contiene entre diez cuatrillones de vigintillones y cien mil cuatrillones de vigintillones de átomos, y de 100.000 trillones a 300.000 trillones de estrellas. A cada segundo se crean 4.75×1042 átomos en el Universo… Una estrella nace cada 2 diezmilésimas de segundo, y 3 a 5 estrellas en el Universo son aniquiladas por segundo. Si sólo esto—mera suposición probabilística—para la experiencia humana ya es inabarcable e incomprensible en lo que conlleva implicado, nuestra máxima locura es experimentar una realidad desde un aquí y un ahora—como si existiese un aquí y un ahora ciertos en esta INMENSIDAD—, como si la estuviésemos definitiva y progresivamente conociendo; como si estuviésemos existiendo dentro de una realidad tal y como la percibimos y la conocemos. ¡Ah, qué sería de otra Humanidad completa que pudiese experimentar esta realidad tan “imperativamente cierta”, en cambio y ante todo como una ilusión y un delirio imperativos, aunque todavía sin poder escapar de esta ilusión y delirio!... ¿Sería siquiera adaptativa y viable una Humanidad que supiese esta realidad como una pura ilusión y un delirio propio, al mismo tiempo que estuviese condicionada y obligada a vivirla como nosotros la experimentamos falsamente, incluso dentro de un ingenuo autoengaño extralímites, como propusieron el Buda o el Cristo: que por algún recurso, práctica o artilugio, naturales o sobrenaturales, pudiésemos escapar de la Suprema Ilusión? ¿Qué cambia de esta ilusión y delirio cuando yo sólo sé que todo es así, pero no puedo dejar de experimentarlo como tal? Posiblemente sólo sea una forma mental un poco más refinada de la misma ilusión y delirio, pero también una forma antropogénica que aporte una respuesta sincrónica más refinada de parte del Universo, por ejemplo, como la aparición en los cielos personales de unos ovnis inteligentes, sobrenaturales e incomprensibles; o bien, la concesión de una sincronía más avanzada y para-natural, como en la magia, en la espiritualidad, o en el milagro, o en lo forteano. O tal vez solamente como el tigre que se queda agazapado, inmóvil, esperando entre la niebla algo que huele demasiado extraño y nuevo, sin saber nada más que eso, sin poder hacer nada más que eso.

Al menos yo lo he vivido y experimentado así desde mi adolescencia. Son demasiados los milagros y las sutilezas del Universo mío como para hacer mención somera de ellas. O como para simplemente no hurgar intensamente en ellas un poco más de lo habitual y de lo ya dado, acuciado por esta compulsión de roedores humanizados que, entre otras, nos caracteriza evolutivamente. Uno de los obstáculos y espejismos más limitantes y problemáticos de lo forteano y de la presencia de lo extranatural en nuestro nivel de realidad es que estamos condicionados y facultados para experimentarlos y conocerlos sólo desde este lado nuestro, con nuestros pobres e ilusorios recursos cognitivos, sicobiológicos, materiales y existenciales, pero desconocer, ignorar y exclusivamente especular ficcionalmente acerca de todo lo que lo origina (o está) desde “el otro lado” (Lo no-nuestro). Un caso de un individuo contemporáneo muy poco conocido en Occidente, el cual representa claramente en su persona esta ambigüedad sutil de la ilusión llevada al límite del milagro naturalista en nuestro plano de realidad es Sathya Sai Baba. Sai Baba hacía milagros, pero no sabía qué eran sus milagros—incluso, ¿esos serían milagros?—, al igual que Jesús, el cual experimentaba y especulaba de forma delirante con un Dios causal y padre, porque seguía hallándose profunda y condicionadamente sumergido en nuestro nivel de realidad ilusoria, él sólo un poco más sutilmente lúcido que cualquier científico nuestro respecto de la Suprema Ilusión. ¿Que era un hombre…? Todo lo prueba… ¿Que era un ser divino…? Nada lo prueba… ¿Sus milagros? Muchos humanos hacen milagros y obras contra las “leyes” de la Naturaleza, sin que demuestren con ello nada divino. Además, ¿alguien sabe qué es lo divino, si con un poquitín de honestidad alguien ha reconocido: “a Dios nadie lo ha visto nunca”[1]?

Los milagros, lo sobrenatural, la magia, lo aparentemente sobrehumano es lo único que ha hecho suponer, por ejemplo, que Jesús era divino: “Si ustedes no ven señales y prodigios, no creen”.[2] Pero, ¿por qué habrían tenido que creer por otro medio o razón, si su doctrina no era más que un zurcido de ideas y conductas “demasiado humanas”, producidas, tragadas, deglutidas y defecadas a través de toda la Historia humana? Ideas románticas, rebeldes, utópicas, polémicas, pero estrictamente humanas, como Novalis hizo eco de ellas: “El hombre debe convertirse en lo que es: un ser divino, lleno de luz, amor y sabiduría."[3] Ningún taumaturgo, ni dios, ni alienígena ha revelado nunca nada que demuestre él mismo un saber inalcanzable y sobrehumano. Toda vez que me he acercado peligrosamente a la Fuente-Sobrehumana-del-Milagro sólo he obtenido, primero, la aniquilación de todo saber humano; luego, la comunicación trascendental que apenas he podido procesar torpemente en mi interior como un: “TODO ES ILUSIÓN Y DELIRIO”. Si Jesús transformó el agua en vino, o caminó por encima de las aguas, o resucitó a unos muertos, sólo demuestra que todo esto es una ilusión y un juego que puede ser manipulado y reordenado de una manera mucho más fácil y sencilla de lo que desde siempre hemos creído. Yo creo que no es necesario saber que todo es ilusión y delirio para quebrantar las reglas de este juego ficcional. Yo creo que basta con alcanzar cierta interfaz profunda mente-realidad para obtener el crédito de alterar este sueño que estamos soñando. Pero, —¡cuidado!— ello no implica que nos hayamos convertido en amos y señores por sobre la ilusión y el engaño, sino simplemente avanzamos a un “nivel superior” dentro del mismo sueño, ilusión y engaño. Pasamos del nivel de estar subordinados y sometidos pasivamente dentro de nuestra existencia ilusoria, a crear y alterar ilusión dentro de la misma Ilusión. Los cristianos, los musulmanes, los creyentes en cualquier Dios piden, rezan, desean, porque ellos mismos son incapaces de producir ciertos cambios que quieren para sus existencias; pero si ellos pudiesen crear cambios en sus limitaciones e insatisfacciones, si ellos pudiesen controlar mejor el delirio de sus existencias, si pudiesen hacer milagros y maravillas, ya no necesitarían a un Dios que les prometa o les facilite el lenitivo de su felicidad—pero que jamás se realiza aquí y ahora—, y hasta se les haría obvio y necesario no creer en la existencia de Dios. La inmensa mayoría de los seres humanos no quiere superar y salir de la Ilusión y del Delirio, sino sólo experimentar una ficción de realidad más amable para ellos. Para la inmensa mayoría de los seres humanos sería un non plus ultra, un máximo concebible, un Paraíso y un Reino de Dios, poder aquí y ahora volar con su propio cuerpo, teletransportarse, convertir el agua en vino, realizar cualquier fantasía y deseo sexual, realizar lo que deseen realizar, convertir casi cualquier sueño en realidad, hacerse inmortales, aunque todo sea una completa Ilusión que siempre de alguna manera tendrá que acabar. En cambio, ¿para qué buscar algo inconcebible? ¿Algo que pueda incluso acabar por completo con la ilusión de uno mismo?

Yo me encuentro en ese umbral tenebroso. Yo sé que a través de mi vida he ido tomando decisiones difíciles, elegidas por mí en lugar de otras, donde los más hubiesen elegido las otras, pero no estas mías. En alguna medida estoy donde estoy, e iré hacia donde pueda ir, gracias a todas esas pequeñas elecciones previas, gracias a una capacidad que yo mismo me he llegado a habilitar, porque también me ha sido permitido habilitar. He venido, pues, a habitar en esta suerte de continuo y encubierto milagro. Los otros, los de Cristo, los de Sai Baba, los de los ángeles y extraterrestres, no me interesan. Nunca he deseado ser como Dios, nunca, consciente o encubiertamente, su poder. ¿Qué sopla furtivamente en mi corazón para que arda este fuego tan desasido de TODO, tan despiadadamente enemigo de toda ilusión, hasta de la ilusión de sí mismo? Y aun así me queda nada más que su aliento, soplo sin forma, sentido ni razón, como última exhalación ahí del moribundo. Nada más. O, tal vez, hoy me quede mañana, ese horizonte filudo y gris como un puñal que se va clavando de a poco en las entrañas mismas e invisibles de toda Ilusión.



[1] Jn. 1.18.

[2] Jn.4.48.

[3] Himnos de la Noche.