¡Oh desmesurada visión!... Según la IA el Universo
contiene entre diez cuatrillones de vigintillones y cien mil cuatrillones de
vigintillones de átomos, y de 100.000 trillones a 300.000 trillones de
estrellas. A cada segundo se crean 4.75×1042 átomos en el Universo… Una
estrella nace cada 2 diezmilésimas de segundo, y 3 a 5 estrellas en el Universo
son aniquiladas por segundo. Si sólo esto—mera suposición probabilística—para
la experiencia humana ya es inabarcable e incomprensible en lo que conlleva
implicado, nuestra máxima locura es experimentar una realidad desde un aquí y
un ahora—como si existiese un aquí y un ahora ciertos en esta INMENSIDAD—, como
si la estuviésemos definitiva y progresivamente conociendo; como si
estuviésemos existiendo dentro de una realidad tal y como la percibimos y la
conocemos. ¡Ah, qué sería de otra Humanidad completa que pudiese experimentar
esta realidad tan “imperativamente cierta”, en cambio y ante todo como una
ilusión y un delirio imperativos, aunque todavía sin poder
escapar de esta ilusión y delirio!... ¿Sería siquiera adaptativa y viable una
Humanidad que supiese esta realidad como una pura ilusión y un delirio
propio, al mismo tiempo que estuviese condicionada y obligada a vivirla como
nosotros la experimentamos falsamente, incluso dentro de un ingenuo autoengaño
extralímites, como propusieron el Buda o el Cristo: que por algún recurso,
práctica o artilugio, naturales o sobrenaturales, pudiésemos escapar de la
Suprema Ilusión? ¿Qué cambia de esta ilusión y delirio cuando yo sólo sé que
todo es así, pero no puedo dejar de experimentarlo como tal? Posiblemente sólo
sea una forma mental un poco más refinada de la misma ilusión y delirio, pero
también una forma antropogénica que aporte una respuesta sincrónica más
refinada de parte del Universo, por ejemplo, como la aparición en los cielos
personales de unos ovnis inteligentes, sobrenaturales e incomprensibles; o
bien, la concesión de una sincronía más avanzada y para-natural, como en la
magia, en la espiritualidad, o en el milagro, o en lo forteano. O tal vez
solamente como el tigre que se queda agazapado, inmóvil, esperando entre la
niebla algo que huele demasiado extraño y nuevo, sin saber nada más que eso,
sin poder hacer nada más que eso.
Al menos yo lo he vivido y experimentado así desde mi
adolescencia. Son demasiados los milagros y las sutilezas del Universo mío como
para hacer mención somera de ellas. O como para simplemente no hurgar
intensamente en ellas un poco más de lo habitual y de lo ya dado, acuciado por
esta compulsión de roedores humanizados que, entre otras, nos caracteriza evolutivamente.
Uno de los obstáculos y espejismos más limitantes y problemáticos de lo
forteano y de la presencia de lo extranatural en nuestro nivel de realidad
es que estamos condicionados y facultados para experimentarlos y conocerlos
sólo desde este lado nuestro, con nuestros pobres e ilusorios recursos
cognitivos, sicobiológicos, materiales y existenciales, pero desconocer,
ignorar y exclusivamente especular ficcionalmente acerca de todo lo que lo
origina (o está) desde “el otro lado” (Lo no-nuestro). Un caso de un individuo
contemporáneo muy poco conocido en Occidente, el cual representa claramente en
su persona esta ambigüedad sutil de la ilusión llevada al límite del milagro
naturalista en nuestro plano de realidad es Sathya Sai Baba. Sai Baba hacía
milagros, pero no sabía qué eran sus milagros—incluso, ¿esos serían milagros?—,
al igual que Jesús, el cual experimentaba y especulaba de forma delirante con
un Dios causal y padre, porque seguía hallándose profunda y condicionadamente
sumergido en nuestro nivel de realidad ilusoria, él sólo un poco más sutilmente
lúcido que cualquier científico nuestro respecto de la Suprema Ilusión. ¿Que era
un hombre…? Todo lo prueba… ¿Que era un ser divino…? Nada lo prueba… ¿Sus
milagros? Muchos humanos hacen milagros y obras contra las “leyes” de la
Naturaleza, sin que demuestren con ello nada divino. Además, ¿alguien sabe qué
es lo divino, si con un poquitín de honestidad alguien ha reconocido: “a Dios
nadie lo ha visto nunca”[1]?
Los milagros, lo sobrenatural, la magia, lo aparentemente
sobrehumano es lo único que ha hecho suponer, por ejemplo, que Jesús era
divino: “Si ustedes no ven señales y prodigios, no creen”.[2]
Pero, ¿por qué habrían tenido que creer por otro medio o razón, si su doctrina
no era más que un zurcido de ideas y conductas “demasiado humanas”, producidas,
tragadas, deglutidas y defecadas a través de toda la Historia humana? Ideas
románticas, rebeldes, utópicas, polémicas, pero estrictamente humanas, como Novalis
hizo eco de ellas: “El hombre debe convertirse en lo que es: un ser divino,
lleno de luz, amor y sabiduría."[3]
Ningún taumaturgo, ni dios, ni alienígena ha revelado nunca nada que demuestre él
mismo un saber inalcanzable y sobrehumano. Toda vez que me he acercado
peligrosamente a la Fuente-Sobrehumana-del-Milagro sólo he obtenido,
primero, la aniquilación de todo saber humano; luego, la comunicación
trascendental que apenas he podido procesar torpemente en mi interior como un:
“TODO ES ILUSIÓN Y DELIRIO”. Si Jesús transformó el agua en vino, o
caminó por encima de las aguas, o resucitó a unos muertos, sólo demuestra que
todo esto es una ilusión y un juego que puede ser manipulado y reordenado de
una manera mucho más fácil y sencilla de lo que desde siempre hemos creído. Yo
creo que no es necesario saber que todo es ilusión y delirio para quebrantar
las reglas de este juego ficcional. Yo creo que basta con alcanzar cierta
interfaz profunda mente-realidad para obtener el crédito de alterar este sueño
que estamos soñando. Pero, —¡cuidado!— ello no implica que nos hayamos
convertido en amos y señores por sobre la ilusión y el engaño, sino simplemente
avanzamos a un “nivel superior” dentro del mismo sueño, ilusión y engaño.
Pasamos del nivel de estar subordinados y sometidos pasivamente dentro de nuestra
existencia ilusoria, a crear y alterar ilusión dentro de la misma Ilusión. Los
cristianos, los musulmanes, los creyentes en cualquier Dios piden, rezan,
desean, porque ellos mismos son incapaces de producir ciertos cambios que
quieren para sus existencias; pero si ellos pudiesen crear cambios en sus
limitaciones e insatisfacciones, si ellos pudiesen controlar mejor el delirio
de sus existencias, si pudiesen hacer milagros y maravillas, ya no necesitarían
a un Dios que les prometa o les facilite el lenitivo de su felicidad—pero
que jamás se realiza aquí y ahora—, y hasta se les haría obvio y
necesario no creer en la existencia de Dios. La inmensa mayoría de los
seres humanos no quiere superar y salir de la Ilusión y del Delirio, sino sólo
experimentar una ficción de realidad más amable para ellos. Para la
inmensa mayoría de los seres humanos sería un non plus ultra, un máximo
concebible, un Paraíso y un Reino de Dios, poder aquí y ahora volar con su
propio cuerpo, teletransportarse, convertir el agua en vino, realizar cualquier
fantasía y deseo sexual, realizar lo que deseen realizar, convertir casi
cualquier sueño en realidad, hacerse inmortales, aunque todo sea una completa
Ilusión que siempre de alguna manera tendrá que acabar. En
cambio, ¿para qué buscar algo inconcebible? ¿Algo que pueda incluso acabar por
completo con la ilusión de uno mismo?
Yo me encuentro en ese umbral tenebroso. Yo sé que a
través de mi vida he ido tomando decisiones difíciles, elegidas por mí en lugar
de otras, donde los más hubiesen elegido las otras, pero no estas mías. En
alguna medida estoy donde estoy, e iré hacia donde pueda ir, gracias a todas
esas pequeñas elecciones previas, gracias a una capacidad que yo mismo me he
llegado a habilitar, porque también me ha sido permitido
habilitar. He venido, pues, a habitar en esta suerte de continuo y encubierto
milagro. Los otros, los de Cristo, los de Sai Baba, los de los ángeles y
extraterrestres, no me interesan. Nunca he deseado ser como Dios, nunca,
consciente o encubiertamente, su poder. ¿Qué sopla furtivamente en mi corazón
para que arda este fuego tan desasido de TODO, tan despiadadamente enemigo de
toda ilusión, hasta de la ilusión de sí mismo? Y aun así me queda nada más que su
aliento, soplo sin forma, sentido ni razón, como última exhalación ahí del moribundo.
Nada más. O, tal vez, hoy me quede mañana, ese horizonte filudo y gris como
un puñal que se va clavando de a poco en las entrañas mismas e invisibles de
toda Ilusión.