sábado, 3 de abril de 2021

Realidad e Irrealidad

 


 


  

Debe resultar extraño que uno inicie un estudio de la Realidad refiriéndose a la fenomenología de los ovnis.[1] Seguramente no sería extraño, si mi intención fuese desarrollar sólo el tema de los límites de la realidad – no es nuestro caso -. Y es que existe una cierta deformación de perspectiva (esquema cognitivo) que nos tiene culturalmente instalado el asunto Ovni bien por allá, en las fronteras lejanas de lo real, o sea, a punto de caerse por el precipicio de lo irreal y fantasioso, si es que no, para muchos, ya en caída libre derechamente hacia el fondo de ese abismo... Es incuestionable y natural que cada uno haya desarrollado su sentido de realidad, la mayoría de las veces sin siquiera darse cuenta, alrededor de sí mismo (o “lo propio”), y un poquito caricaturescamente, “girando y girando en torno a su propio ombligo”.[2] La Psicología del Desarrollo en general sostiene que el individuo va desarrollando un proceso gradualmente superador de la condición egótica infantil a través de su vida (desarrollo). Aunque esto pueda ser válido si establecemos los parámetros de desarrollo en relación con ciertas habilidades y realizaciones cognitivas, sicológicas y hasta conductuales (funcionales), consideramos que deja de ser válido cuando evaluamos su “desarrollo” en relación con un concepto ampliado y totalizador de realidad e irrealidad. Ante este particular desafío, el individuo, mientras crece y se “desarrolla”, sólo va reproduciendo una y otra vez – aunque en cierto sentido nuevos - procesos y realizaciones egóticas, concordantes con sus nuevas habilidades (“superiores”) y circunstancias (“superiores”), casi siempre inconscientemente… Un niño de cuatro años que juega con su amigo imaginario, y hasta está dispuesto a dar la vida por él, pronto va a la escuela, se educa, crece, aprende mucho, estudia en la Universidad y, ¡gran logro!, realiza un PhD, incluso summa cum laude. Luego, es contratado en el MIT (Massachusetts Institute of Technology), ¡y ya!, tenemos a un ser humano en su máximo desarrollo posible, ¡tenemos a un científico prestigioso y brillante!... Pero, háblale a ese científico de los alienígenas y de los ovnis – el “amigo imaginario” - … Dale a leer The Interrupted Journey, de John G., Fuller, y, si es capaz de leerlo completo, y aún te permite otra solicitud, dale a leer Captured!, de Stanton T. Friedman y Kathleen Marden… Te aseguro que se sabrá confrontado por ti a eso que él y la mayoría llaman la “irrealidad” y la “fantasía”. Entonces, no tendrá cómo evitar reproducir su paradigma egótico infantil todavía enquistado en sus estructuras síquicas[3], y “desarrolladamente” experimentarlo como irreal y fantasioso. Tal vez, sólo tal vez, sea uno de esas notables excepciones, como los científicos Jacques Vallée o J. Allen Hynek, que en ese desafío se convierten de escépticos, en creyentes de la realidad (dura) del fenómeno ovni.[4]

Neo intentando saltar el abismo por primera vez, en la película Matrix (Captura de pantalla).

 

La experiencia humana de realidad es un evento complejo y compuesto de muchos factores, condiciones, elementos, situaciones, etc., que acaban produciendo también este efecto que concebimos como “realidad”.[5] Para un humano experimentar e investigar la realidad es como seguir el hilo de Ariadna ya dentro del laberinto, sin que sepamos a ciencia cierta dónde estamos, ni adónde vamos.[6] Actualmente creemos saber, como uno de sus varios aspectos fundamentales, que lo que el individuo común experimenta como la realidad se produce como resultado de una combinación entre lo dado y una construcción empírico-existencial progresiva (un Yo que vive). Lo dado, a su vez, es un compuesto de condicionamientos y tendencias aportados por la condición biológica (orgánica, genética, evolutiva, endocrina, etc.), por la estructura o estrato sico-biológico (mente-cuerpo), y por el entorno físico-ambiental y social (geografía, clima, cultura, familia, localidad, etc.). En grado variable, todo lo anterior ya está dado como realidad desde el momento en que la persona nace, aunque a posteriori, también en grado variable, es posible modificar estos factores y condicionamientos. A veces se modifican de forma espontánea o involuntaria, por ejemplo, como parte de una enfermedad, de un trastorno sicológico, de un desastre natural, de un accidente, de un conflicto social, etc. En otras ocasiones, se modifican voluntariamente, por ejemplo, por matrimonio, por aprendizaje, por cambio de residencia, por terapia sicológica, por ideología, por creencia religiosa, por intervención médica, etc. Sin embargo, en uno u otro caso, la persona rara vez realiza estos cambios o es consciente de ellos como procesos y experiencias que modifican, o para modificar, la realidad. Es posible incluso que la persona pueda reconocer: ¡Qué difícil es mi realidad![7]... Como si fuese conciente de una distinción y distancia entre mi realidad y la realidad. Y no es que no lo sea; nadie “normal” o en su “sano juicio” carece del todo de conciencia práctica y sicológica de esta distinción. Pero también nadie normal y en su sano juicio está exento de confusión e inconsciencia de esta relación de planos y realidades. No existe ningún tipo de ciencia o de saber que te enseñe en la práctica - con un corpus sustentable de conocimientos y evidencias integrales – donde termina el YO, y donde comienza LO OTRO.[8] Y nuevamente no es que no lo haya del todo, porque toda la experiencia humana está constituida sobre esta polaridad básica, y, por lo tanto, todo el saber humano, en todas las áreas y épocas, ha propuesto algo sobre esta distinción y relación. Algo que históricamente en alguna medida sí ha funcionado – civilización, progresos múltiples -, pero pobre, y seguramente insuficiente para lo que planetariamente, por primera vez, se nos avecina. Porque la inconsecuencia, la confusión, la inconsistencia, el autoengaño, la ilusión colectiva, la inconciencia, la contumacia, el orgullo, la ambición, y mucho más, todo está ahí mezclado, junto a un atisbo de conciencia lúcida acerca de la relación entre “mi yo-ombligo”, y aquello (LO OTRO) que comienza a alejarse progresivamente de mi YO. ¿Es posible siquiera percibir y experimentar la Realidad – científica, y hasta supracientífica -, es decir no como una ilusión o delirio de realidad, si no podemos evitar la inconsecuencia, la confusión, la inconsistencia, el autoengaño, la ilusión colectiva, la inconciencia, la contumacia, el orgullo, la ambición, y mucho más, o sea, el filtro todopoderoso de LO DADO, remachado por la productividad subjetiva del YO y de la mente-cuerpo humana a través de la experiencia de vida?... ¿No se parece más este hecho y fenómeno a la producción de un estado de irrealidad y delirio, que a la experiencia y conocimiento de un estado de realidad cierta?...


Escher, Mano con esfera reflejante (1935).

 

De ninguna manera queremos desacreditar los méritos del YO.[9] Para los milenarios sabios hinduistas, el Atman (YO) es un principio divino, consustancial a su naturaleza última y absoluta (Brahman-Atman). La percepción y reconocimiento de la grandeza y maravilla de la Realidad es en gran medida una realización autoperceptiva del YO, que puede percibir grandeza y divinidad sólo porque el mismo YO la contiene y la reproduce (auto)perceptivamente – recordemos que el YO produce en gran medida la realidad -. Sin embargo, a diferencia del principio Atman, que configura toda individualidad diferenciada en el Universo, pero sin ruptura ni separación sustantiva de nada entre sí, el YO humano posee la misteriosa y exclusiva capacidad de diferenciar y separar (sicológica y cognitivamente) cada cosa respecto de todo lo demás, y de concebir todas las cosas diferenciadas y aisladas entre sí (irreductiblemente identificadas y únicas)[10] , por ejemplo, como constituidas por átomos definidos, separados (material, espacial y temporalmente) y sin unión física constitutiva con todos los demás átomos del Universo. Sin embargo, la física cuántica ha refutado consistentemente esto, y ha vuelto a validar - incluso experimentalmente - el viejo paradigma unitotal hindú. No existe, según este saber cuántico, una separación sustantiva ni física (local) entre un átomo y otro en todo el Universo.[11] ¿Cómo es posible que nosotros, siendo parte constitutiva de la realidad, creemos en cambio este estado de ficción separativa, y de irrealidad?[12]...

No es atribuible sólo al YO este efecto distorsionador que produce una realidad centrada en la subjetividad yoica y que, además, constituye la realidad con un patrón de diferenciación constante (identidad de las cosas separadas). Por muy fuerte y central que sea este YO, sin embargo, también es interdependiente de las otras facultades y funciones constituyentes directamente de la mente humana, pero, además, de los condicionantes biológicos que sustentan[13] la mente (cerebro, sistema nervioso, cuerpo), y todavía más allá, desde la interacción con el medio ambiente (entorno social y natural). Sin ir más lejos, el Yo en su interrelación primaria y orgánica con la mente es determinado por las demás funciones de la mente - y también las determina –, por ejemplo, la consciencia[14], la razón, las emociones, la inteligencia, la memoria, la percepción, la atención, la voluntad, etc. Con esto, quiero poner en el foco que el YO se manifiesta y se comporta de determinada manera (permanente y/o circunstancialmente), porque las otras facultades también se manifiestan y se comportan de determinada manera, “influyendo” y “siendo influenciadas” por el YO.[15] Con esto también trato de decir que mi yo es una mezcla inseparable o indeterminable de un yo mismo (teórico, eventual, sustancial, estructural, o lo que sea) y una cantidad y tipo de variantes concomitantes (interactuantes) múltiples que lo consolidan fluida y dinámicamente, pues varían a cada instante empírico. La primera y más íntimamente ligada con el YO es la consciencia. ¿Qué otra facultad de la mente es más esquiva al conocimiento científico y materialista que la consciencia?[16]... La consciencia es precisamente nuestra capacidad por excelencia de acceder a la realidad y, al mismo tiempo, a la irrealidad. Otra vez, con ella y por ella, nos enfrentamos a nuestra característica paradoja de constitución natural. Es decir, experimentamos realidad por la conciencia, pero al mismo tiempo creamos irrealidad por la consciencia. Por ejemplo, miramos una mariposa amarilla que la conciencia percibe real-ahí, pero al mismo tiempo es nuestra consciencia la que crea la ilusión de una mariposa precisamente como la percibimos, sin que sea realmente como la percibimos, sino como nuestro cerebro y nuestra mente la producen, la procesan y representan (subjetivamente). ¿Hasta qué punto la mariposa amarilla que observamos posada sobre la margarita es real e irreal al mismo tiempo?... En las condiciones actuales de la ciencia, pero más aún, en el estadio evolutivo sicobiológico natural en que se encuentra la especie humana no es posible saberlo con certeza, y ni siquiera aproximada o probabilísticamente.

En resumen y conclusión, no son sólo el YO junto con la consciencia las causas de este fenómeno de realidad-irrealidad que entrelaza y condiciona indisolublemente la naturaleza y la experiencia humana, sino cada una de las facultades sicobiológicas, junto con los demás factores constituyentes (lo dado). Desmentimos con confianza que alguna de nuestras facultades cognitivas - ya sean los sentidos, la razón, la inteligencia, la memoria, etc., ni tampoco la suma o agregación de ellas - pueda producir alguna forma o grado cierto de realidad (transreal). Por el contrario, creemos con buenas razones e indicios – aunque siempre sean sólo probabilísticos o sugestivos – que la experiencia de irrealidad como (pseudo)realidad prevalece siempre en la naturaleza y ejercicio de la condición humana, sin que logre tal vez nunca acceder a un eventual plano de transrealidad.

Entonces, si somos incapaces de justificar y saber cuán real e irreal es lo más inmediato y evidente para un ser humano; si nuestras ciencias y todos nuestros saberes son sólo aproximaciones funcionales y auxiliares a una experiencia subjetiva-objetiva de realidad-irrealidad, ¿cómo podríamos aproximarnos – en cualquier sentido – a una experiencia que incluso trasciende y supera por completo – o en forma extrema - la condición humana?... ¿Cómo podría no ser una consecuencia necesaria e inevitable que todo ser humano – y cualquier saber humano - sea incapaz de experimentar y conocer la naturaleza del fenómeno Ovni-Entidades, y, además, no se resista a creer que es real – sino concebirlo como irreal (incluso inconcientemente) -, si no ha vivido nunca una experiencia personal de Encuentro Cercano (EC)?... Y ¿qué otra cosa podría ocurrir, si, para terminar de anonadarnos, esas experiencias de EC casi siempre producen la ruptura completa o profunda del sentido realidad-irrealidad de los experimentadores?...

Después de esta exposición inicial y somera, creo que ya puedo esbozar hacia donde comienza a apuntar mi investigación y mi punto de vista. Sostengo que eso de la “realidad” no es en absoluto ni evidente, ni cierto, ni sustentable, ni objetivo, ni científico, ni material, ni muchas otras cosas más que tradicionalmente se le asocian, sino un constructo multiforme y multicausal que tanto sicobiológicamente, como físicamente, es producido en referencia a una eventual transrealidad, que actualmente es inexperimentable (inalcanzable) para el ser humano. Además, que todo esto que producimos como realidad, e igualmente todas las facultades y factores que la producen, están más cerca de una completa irrealidad, o ilusión, o delirio – alucinación individual y colectiva -, que de una experiencia de realidad transitiva hacia una transrealidad original. O sea, que vivimos natural y forzosamente en una triple condición de irrealidad – triplemente clausurada -: 1) la naturaleza física, Universo, por sí misma ilusoria, o por lo menos indeterminada; 2) la condición sicobiológica (naturaleza) humana; 3) la experiencia (existencial) de realidad (pseudorealidad).[17] Entonces, como decíamos al principio, el abismo de la irrealidad no estaría en las fronteras, bien lejos de nosotros, sino que estaríamos todos cayendo sin pausa por el centro mismo del abismo, creyendo ilusoria y demencialmente que nos encontramos firmemente asentados en el centro del “Universo de la Realidad”.

De confirmarse en el futuro la validez de esta teoría que parece fortalecerse a pie firme en los campos investigativos de avanzada o alternativos en todas las ciencias, acarrearía las más trascendentales y totales transformaciones de TODO, como no lo ha experimentado antes la humanidad histórica. Tamaña revolución o cataclismo ontológico – inevitable - hace sensato resistirse cuanto se pueda a la experiencia de esto, lo mismo que a su mera reflexión y consideración intelectual ecuánime. No me arredran, por tanto, las polémicas ni los más intensos negacionismos y escepticismos en mi contra. Es inevitable, además, errar y caerse en algún momento cuando uno se desliza en la cresta del tsunami.

¡Allí mismo se encuentra, justo allí, en el límite mismo de la Realidad-Irrealidad, el fenómeno Ovni-Entidades!... O sea, EN TODAS PARTES. ¡Sigamos adelante!...

 



[1] Dado que no pretendo realizar una Investigación académica, sino una indagación abierta y personal, me permito no mencionar bibliografía consultada, ni ad hoc, cuando ésta – e información en general - esté disponible y fácilmente accesible en internet. Sólo daré una información bibliográfica precisa cuando realice alguna cita o comentario textual.

[2] Este solo es un tema que sería necesario abordar largamente, pues posee tal amplitud y variedad de aspectos individuales y colectivos, que representa una de las características antropológicas que definen mayormente a la condición humana – sin duda aún no debidamente estudiada -.

[3] No propongo implícitamente que todo el “sistema” síquico infantil sea egótico. De hecho, no lo es, sino un conflicto (desafío) continuo entre sus estructuras egóticas vs sus estructuras de otredad (postergación o negación del yo en beneficio o asunción del otro, o lo otro). Es más, creo que el sistema síquico adulto nunca supera por completo, o en absoluto, el desafío estructural interno egótico-otredad. El “amigo imaginario” en el niño es precisamente un interesante ejemplo de unificación egótica y de otredad, pero no mero egotismo.

[4] Superan las estructuras condicionantes egóticas, en beneficio de la asimilación de la otredad (lo ajeno y extraño a sí mismo).

[5] Cada vez que se aborda teóricamente la problemática de la realidad no puede hacerse más que desde unos pocos aspectos, ya que su análisis amplio y en profundidad tal vez podría ser abarcado – tentativamente - sólo por una comunidad mundial de investigadores, y a condición de que se vaya modificando de acuerdo a las experiencias históricas de realidad, pues es imposible que se complete y acabe la experiencia y dinamismo mismo de la Realidad. Además, es evidente que hay una dimensión indeterminada de la Realidad que es irreductible a la teoría o razón humana, por ejemplo, la realidad en tanto vivencia instantánea e individual, pero también probablemente las cosas en “sí mismas”, no mediadas por un ser humano que las experimenta como “reales-ahí”, aunque sólo se las está representando (perceptiva y cognitivamente), como si la representación fuese idéntica a la cosa, y hasta como si fuese la cosa misma. Esto lo consideramos el estado delirante connatural e imperativo de la condición sicobiológica de todo ser humano. [Volveremos recurrentemente sobre esto.]

[6] Creo que, como humanos, nos parecemos mucho más al gato de Schrödinger dentro de la caja, que al físico observador fuera de la caja, que cree estar fuera de la caja, aunque él también es el gato…

[7] Aunque esa misma persona, y cualquiera, ante la misma situación también afirme indistintamente: ¡Qué difícil es la realidad!... O bien: ¡Qué difícil es mi realidad!...

[8] Considero que no existe una correlación entre teorías del yo-otro (yo-la otreidad), y su realización empírica en el mundo-aquí (de cada día). La prueba de ello son las grandes deficiencias de los sistemas de educación – evidenciado en los alumnos débilmente educados (yo-otreidad) -; de los comportamientos morales y sociales; de las deficiencias y debilidades manifiestas de los procedimientos sicológicos, siquiátricos y médicos; de las inconsecuencias y trastornos asociados a las prácticas espirituales y terapias alternativas; del impersonalismo y materialismo cotidiano de las ciencias y tecnología; del trato caótico y destructivo del medio ambiente y de la vida animal y vegetal; del fin de las filosofías y cosmovisiones humanistas integrales; en fin, de la vida individual y colectiva en conflicto en el planeta entero.

[9] De ninguna manera podría aquí realizar un recuento de los aspectos constructivos, positivos y múltiples del YO. Éste es un aspecto mencionado sólo con fines referenciales e introductorios de futuras reflexiones más amplias y sistemáticas.

[10] Como en el principio de identidad aristotélico, y que la racionalidad y las ciencias modernas comparten como principio irrenunciable: “A=A”. Es decir, A sólo es A, y nada más que A, de modo que no puede ser B (A≠B), por ejemplo, un elefante es un elefante, pero no es una golondrina; o lo real no es irreal. Sin embargo, la física cuántica discute actualmente si la legalidad cuántica se aplica sólo al plano atómico, pero no al nivel macro del sistema materia-energía (cosas).

[11] El teorema y demostración de John Stewart Bell en relación con la interconexión no-local cuántica, no han sido refutados, sino, por el contrario, hasta ahora han sido experimentalmente reforzados.

[12] Es decir, ¿cómo es posible que la constante y principio de realidad se contradiga a sí misma en la condición mental humana, y en su experiencia? Seguramente el problema está todavía planteado – y menos resuelto - de manera muy inicial. [Volveremos sobre esta paradoja en otras publicaciones.]

[13] Yo soy actualmente más partidario de un paralelismo “sustantivo” mente-cuerpo, que de la mera relación causa-efecto entre cerebro-mente, aceptando igualmente un estrecho interaccionismo, aunque mal conocido hasta ahora (ni dualista, ni emergentista).

[14] Recordemos la distinción entre consciencia, como facultad o capacidad síquica, y conciencia, como estado actual y en acto.

[15] O sea, ninguna faculta mental posee una funcionalidad específica y autónoma, sino una naturaleza semiespecífica, y siempre interdependiente, variante y dinámica (junto con otras facultades, u otras “variables”).

[16] Hasta ahora las neurociencias no ofrecen una explicación consistente y suficiente sobre la naturaleza y causa de la consciencia.

[17] Pensamos que a ninguno de estos tres aspectos de la irrealidad de la realidad se les ha dado hasta ahora un tratamiento adecuado y holista, como tenemos intención de realizar.

1 comentario:

  1. Creo que la Neurociencia,así còmo la Ciencia cuántica tienen una mayor comprensión y conocimiento de esa otra realidad "no dual",y de la "Consciencia" que la misma Ciencia ortodoxa y convencional.

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