Sé por conocimiento directo—aunque TODO es Ilusión—que,
si una persona no vive personalmente un encuentro cercano con ovnis, el tema en
sí mismo no puede cobrar la credibilidad, el efecto y la trascendencia que sí
posee cuando se vivencia, y la cuestión ovni en general—sea por cualquier otra
manera y medio—para esa misma persona. ¡Que el escéptico inexperto se quede
escéptico y hasta enemigo, ya lo acepto sin enojarme! Si bien, como se dice
coloquialmente, también “hay experiencias, y experiencias”. La Ilusión Universal—cuando
quiere—sabe jugar con la ilusión y el delirio de las formas más extrañas e
incomprensibles. A mí me ha llevado y traído muchas veces por laberintos y
ensoñaciones alucinantes. Antes de la experiencia que relaté en el cap. 10,
tuve mi primer descomunal encuentro ovni.
Comenzaba a correr el año 1980, en el vigesimoprimer
año de mi vida; con precisión, el día lunes 11 de febrero. Todavía
guardo un registro periodístico del día siguiente. Yo me encontraba de
vacaciones en Concón, en el litoral central de Chile. Alrededor de las 22:30
hrs. salí al patio de la cabaña de mis amigos y vecinos, porque sentí la
necesidad de estar solo. Me senté en una banca en el jardín, apoyando mi
espalda en la cerca baja que lindaba por el poniente con un páramo arenoso, con
un par de casas a lo lejos, y hacia la izquierda, con un gran bosque de
eucaliptus que comenzaba justo allí. Yo me quedé mirando tranquilamente hacia
el oriente por un par de minutos, hasta que sin ninguna razón me giré por
completo para mirar justo en la dirección contraria, a mi espalda. Al terminar
de voltearme comenzó a aparecer de la nada una luz blanca intensa que avanzó
lentamente por encima de la línea de eucaliptus, de izquierda a derecha, como a
unos 500 metros de distancia. El cielo se encontraba completamente despejado y
oscuro. La visión de inmediato me pareció surrealista. El efecto que
producía esa luz era semejante al haz de luz que despiden los focos encendidos de
un automóvil mientras ilumina un camino en total oscuridad, pero lo alucinante
era que este supuesto automóvil, para mí invisible, no se desplazaba por el
suelo, sino por el aire, lentamente, y en completo silencio. Sin pensar, y con
la súbita certeza de que me encontraba ante un objeto volador no identificado,
golpeé insistentemente en la puerta de la cabaña para que salieran mis amigos,
junto con dos de mis hermanos, y me corroboraran lo que yo creía estar viendo.
Salieron todos, unas seis o siete personas; quedaron asombrados observando lo
mismo que yo veía, aunque yo no decía nada, mientras ellos conjeturaban y comentaban
la inexplicable visión. Entonces, ocurrió algo para mí todavía más alucinante. En
el punto focal oscuro desde donde surgía este haz de luz divergente comenzó a
encenderse de forma creciente una pequeña esfera de luz, la cual se mantuvo totalmente
inmóvil, de manera que el haz de luz comenzó a separarse de aquella esfera fuente
o punto focal de inicio, y siguió desplazándose aberrantemente separado, con la
misma intensidad lumínica hacia adelante. La esfera de luz inmóvil siguió
aumentando de tamaño hasta alcanzar el diámetro como de un balón de fútbol,
aunque mientras crecía se iba convirtiendo en una especie de esfera de luz
blanca gaseosa. Al mismo tiempo, mientras el haz de luz divergente en forma de
chevrón se desplazaba hacia adelante, aprecié que se encendía en medio del espacio
máximo de apertura de diámetro un chevrón pequeño, o haz de idéntica forma, pero
apuntando su punto focal en dirección opuesta a la del chevrón mayor—todo
dentro de un perfecto y limpio trazado geométrico—y que avanzaba como parte
integrante del chevrón mayor. Entonces descubrí algo que me remeció y me
maravilló hasta el alma. El chevrón pequeño, que apuntaba hacia adelante como
una especie de punta de flecha, se iba acercando evidentemente hacia el extremo
focal (la estrella Hyadum I) de la otra punta de flecha, o semejante también a
un chevrón estelar, que parecía figurar o representar la parte principal de la constelación
de Tauro allí mismo en el cielo estrellado. 
Fig.2. Evolución del
avistamiento
Yo me encontraba estupefacto, pero también sentía una comunión
indescriptible con lo que estaba ocurriendo. ¡Y ocurrió!... La punta del
chevrón pequeño de luz alcanzó justo, calzó y se unió en forma precisa con la
punta del chevrón de Tauro,
es decir, con la estrella Haydum I; en ese preciso instante
todo el haz de luz—incluido el chevrón pequeño—, el cual a medida que se
acercaba a la constelación de Tauro también se iba como gasificando,
repentinamente se extinguió, disolviéndose en el aire. Me encontraba dentro
de una avalancha existencial. Era todo tan significativamente denso y lleno,
tan inconmensurablemente cósmico y personal, tan indistintamente sobrehumano y
tan mío. ¿Lo que allí estaba ocurriendo podía no tener relación con la noche
anterior, y con mi vida completa, si, cuando antenoche, mientras caminaba solo
a una hora similar por las calles vacías y oscuras de las afueras de Concón, yo
miraba el cielo estrellado poniendo atención exclusivamente en la constelación
de Tauro, atraído por algo especial de su aspecto, por la profundidad
viviente de la inmensidad cósmica, porque en esos tiempos yo estaba
estudiando astrología?... Pero el avistamiento no terminó allí. Percibiendo y entendiendo
que lo que ocurría, ESO,
estaba plenamente consciente de mí ahí, que me conocía por completo, que
me observaba, que podía estar dentro de mi propia mente, tanto como fuera de
ella, en la tierra y en el cielo, decidí tratar de conectarme, de comunicarme
física y mentalmente con ESO. No tenía miedo, sólo una intensa y compleja emoción,
cuando caminé solo fuera del terreno, hasta la calle de tierra, con la
intención de acercarme a la esfera de luz gaseosa que seguía fija en el mismo
lugar. Me detuve en el camino y me quedé observándolo, tratando de establecer
algo así como una comunicación telepática y clarividente. Visualicé y sentí que
dentro de esa esfera había dos seres, uno alto y el otro bastante más bajo,
delgados, casi luminosos, que estaban contemplándome afectuosa y familiarmente.
Entonces, la esfera se disolvió en el aire como cuando se disipa una
concentración de humo. Unos segundos después, distinguí en el aire un fuerte olor
semejante a azufre o huevo podrido. Así terminó.
Durante el avistamiento yo había divisado, como a unos
cien metros al oriente, a un tercer hermano mío, junto con un amigo suyo, que
observaba también sorprendido este avistamiento desde la terraza de mi casa, lo
cual ambos me confirmaron con posterioridad. Sólo en mi entorno por lo menos éramos
9 personas que habíamos visto algo similar. Y digo similar, porque
cuando los escuchaba hablar del fenómeno parecían haber visto algo mucho más
simplificado, y hasta confuso, que yo. Todavía el evento se me volvió más
espectacular e indiscutible por el hecho de que al día siguiente me enteré por
un periódico de que un avistamiento y fenómeno, en buena medida similar, había sido
experimentado y presenciado por miles de chilenos con pocos minutos de
diferencia.

Fig.4