“Si los bueyes, los caballos y los leones tuviesen
manos y pudiesen pintar y producir obras de arte como los hombres, los caballos
reproducirían la forma de sus dioses como su propia figura, los bueyes según la
suya, y cada uno haría los cuerpos de acuerdo con su especie.”
Jenófanes, Fr. 15 DK
Si a las hormigas se les pudiese preguntar si
quisieran ser sapos, perros, elefantes o aves, o todavía más, como los seres
humanos, o incluso más, como los dioses de los humanos, seguramente
responderían que no,
de ninguna manera; preferirían seguir siendo hormigas, o, en el mejor de los
casos, llegar a ser superhormigas, igual que los seres humanos crean dioses que
sólo son humanos mejorados, como proyecciones de sus propias debilidades. Los
seres humanos no son mejores ni diferentes a las hormigas: sólo quieren seguir
siendo humanos, o superhumanos, porque no pueden ser diferentes de lo que ya
son, y siempre han sido; porque no pueden conocer algo diferente de lo que ya creen
conocer, y seguirán defendiendo. Las hormigas viven en hormigueros. Los
humanos, en su mundito y en sociedad; meten sus cabezas dentro de ajustados, oscuros
y brillantes agujeros, y así viven confiados y exitosos. ¡Suficiente!... ¡Que
Dios nos ampare de sus consecuencias!
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