Se
abre la luz
y
entre sus piernas blancas
un
trino de cristales rotos
de
sicarios liberados en primaveras de Marte
centelleantes
como espuma de champán
sin
miedo a la destrucción feroz,
en
el avance sinuoso hacia un ápex inextinguible
que
crea sin cesar bajo su propio ritmo lento
calvicie
de espigas óseas abrillantadas por el fuego,
el
que descarga su hachazo hasta la médula del ser
y
apenas un tintineo de voces infantiles
cuando
se alejan por la ruta de la muerte,
por
la ruta del tiempo desmenuzado
en
infinidad de realidades luminosas
paridas
por gargantas de ruinosa oscuridad y hedor,
abiertas
por el grito de su propia negación
hacia
una luz cuajada en ríos sin fin.
Se
abre la luz
la
luz devota y asesina
más
allá de los blancos océanos impenetrables
descarnada
ausencia de la experiencia humana
sorbida
por las ansias de un infinito negro
en
demasiada luz.
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