Fue una mañana de abril, fría y gris
como debe ser todo día en que uno abandona a un ser amado. Laura cerró la
puerta tras de mí. Giró el cerrojo por dentro y ya no quise oír más. Salí a la
calle con mis dos maletas y un abrigo colgando del brazo. Entonces no me
parecieron pesadas aun con la historia que llevaban dentro. Caminé hasta la
esquina y me detuve. Era necesario ese acto libre y honesto, detenerse un
momento y decidir con la vida colgando de un hilo. Miré hacia atrás y vi que
cerrabas velozmente la cortina. Bajé la vista, sonreí y seguí adelante. Han
pasado los años y te he visto alguna vez pasear, con una plácida sonrisa, del
brazo de alguien. Seguramente ya no te importa, pero lo que tú nunca llegaste a
saber, amada Laura, es que desde entonces nunca he dejado de llegar hasta una
esquina sin volver atrás la mirada.
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