[Yahya
al-Najjar, un niño palestino de semanas de edad, que murió de hambre en el sur
de la Franja de Gaza, 19 de julio de 2025.]
Es verdad que, si creo que TODO ES ILUSIÓN, no tiene
importancia trascendental, es igualmente una ilusión, la vida y la
muerte, morir o seguir viviendo, pasar hambre toda la vida o ser obeso y
satisfecho de sí mismo, bombardear, destripar o acariciar. Al final de cuentas
y siempre, la Gran Ilusión lo resuelve todo, de alguna manera toda ilusión es
enteramente consumida y reabsorbida por otra ilusión. Pero nosotros existimos
en un complejo de ilusiones paralelas, entramadas y jerarquizadas unas con
otras. Lo he reseñado antes. Nosotros existimos en un sistema ilusorio de
muñecas Matrioshka, pero, cuando uno se encuentra necesariamente adentro de
una, eso no se experimenta lo mismo que estar adentro de otra. No se siente
igual agredir que ser agredido. No se siente igual ser rico que ser pobre,
dotado que no dotado. A veces queremos y podemos salir del interior de la
muñeca que estamos viviendo, porque la realidad es un entramado de ilusiones
próximas e intercambiables, pero también de otras ilusiones distantes,
desconocidas e inaccesibles. En alguna medida y con mucha seriedad nos es
inevitable comprometernos con un entorno de realidad ilusoria dentro del que
existimos sin poder evitarlo, a no ser que rompamos la regla de que “hay que
estar vivos en un cuerpo vivo para experimentar este rango de ilusiones",
o sea, de que muramos y advengamos probablemente a otro plano de ilusión por
ahora inaccesible. Yo vivo este tipo de conciencia de ilusión integral todos
los días, de desapego trascendental, pero también vivo como cualquier ser
humano, con innumerables compromisos y actos cotidianos, necesarios para
subsistir y para desenvolverme como un humano activo, por ejemplo, en esta
misma práctica de escribir.
Por eso, cuando contemplo el genocidio de Gaza a
través de ciertos medios de comunicación que, por lo demás, yo me tengo que
esforzar en encontrar y descubrir críticamente en medio de una masa
abrumadora de desinformación, de indiferencia comunicacional, de partidismo
malintencionado y egocéntrico que se ha adueñado del universo humano, yo recibo
un golpe descomunal y extraordinario, tan profundo y amplio en mi situación y
condición existencial, que no puedo echar a un lado como una mera ilusión más,
como un simple hecho lamentable y lejano más en este juego de ilusiones que nos
toca vivir a diario, el Genocidio de Gaza. Yo sigo siendo un ser
humano, aunque todo sea una ilusión. Por lo tanto, si estoy vivo, no es en
absoluto indiferente, sino hasta inmensamente comprometedor, qué clase de humano soy.
No puedo concederme no preguntarte a ti, que eres biológicamente tan humano
como yo, ¿qué clase
de humano eres tú?
Yo no voy a detenerme ni a explicar de ninguna manera
los abominables y desgarradores hechos para la condición humana que se cometen
a cada segundo en la Palestina ocupada por el régimen israelí. Eso sería
inagotable para mí y para cualquiera que quiera informarse honestamente acerca
de ellos. Eso sería un exponerme a, en cualquier momento, explotar en un llanto
que silencia en adelante toda palabra.
No se crea que mi tomar partido, mi comprometerme
tiene algo siquiera de ese casi insuperable e inevitable sesgo partidista,
ideológico, moralista, discriminador entre buenos y malos, entre mejores y
peores, y tantas otras barbaridades y también sutilezas, concientes e
inconcientes, con que los seres humanos desde siempre nos hemos caracterizado y
condicionado. Siento por el pueblo hebreo la misma simpatía compasiva y
comprensiva que siento por cada uno y todos los pueblos de esta Tierra. En
buena medida, he alcanzado una mirada y una sensibilidad integradora y
comprensiva de todos los seres humanos, sin que se me quede ninguno afuera,
por más extraño y disímil que sea a mi perspectiva y a mi sensibilidad, o a la
perspectiva y a la sensibilidad de cualquier otro ser humano que experimente
respecto de cualquier otro individuo humano. Este principio mío de vida y de
juego de ilusión de realidad me permite proponer de inmediato una consecuencia
trascendental, una conclusión anticipada e inexcusable de la cuestión profunda,
integradora y compleja que quiero mostrar e instalar en la probablemente
sorprendida conciencia de mi lector acerca de esta atrocidad humana de Gaza: El
israelí que mata y el palestino que muere son en un plano sico-existencial un
solo y mismo tipo humano, el único y exclusivo ser humano que existe, el que es
Todos-en-cada-uno. El israelí (judío) que murió de hambre, de sed, de
frío, en la cámara de gases, disparado, o de las innumerables maneras que
fueron torturados y masacrados por los nazis en el siglo pasado, es el mismo
transfigurado en su propio yo-nazi que ahora hace lo mismo con cada
palestino, de la misma manera en que cada palestino haría lo mismo con cada
israelí en similares circunstancias. Y conste que hasta tal vez la mayoría de
israelíes también abominen las monstruosidades que otros connacionales están
cometiendo y compartiendo en Gaza, y en otras partes de medio oriente. Todos y
cada uno de nosotros llevamos en nuestro sico-gen colectivo, ciertamente con una
grandísima variedad de matices y grados,—permítaseme la metáfora un tanto
simplista, generalizadora y meramente actual y circunstancial— a un nazi-israelí-palestino.[1]
Son sólo las circunstancias históricas, el entorno existencial y los
condicionamientos profundos que subyacen en la mente individual, los que
determinan, en última instancia, cuál será el rasgo que predomine en cada persona
humana, y en cada colectivo. Este mismo esquema tripartito se está repitiendo cualitativamente
a escala menor por todo el planeta, sin excepción, colectiva e individualmente.
Con todo, como expondré más adelante, el Genocidio de Gaza posee una condición
única y más aberrante (cualitativamente) que cualquiera otra situación genocida
ocurrida en esta era histórica de los últimos 10 mil años. Sin embargo, no
desconozco que por encima de todo y ante todo, la realidad y la experiencia
histórica, los acontecimientos tal y como ocurren en la vida real de todos los
días son inmensa y hasta inconmensurablemente complejos y complicados de
comprender, valorar, identificar, separar y hasta lograr de ellos simplemente
una inteligibilidad elemental y suficiente para la conciencia y la inteligencia
humanas. El nivel de la ilusión de realidad cotidiana, colectiva y planetaria
ha alcanzado actualmente una complejidad y multiplicidad tal, que su efecto delirante
ya avanza progresivamente hacia un estado humano caótico y desquiciado
colectivo, generalizado y también individual. Ni los problemas ni las
soluciones a los eventos integrados que representa la vida planetaria contemporánea
están ya al alcance del rango actual de inteligencia, de conciencia y de sana mente
humana. Este grado de ilusión creciente nos está superando manifiestamente en
nuestra capacidad de especie de interactuar constructiva o conectivamente con
este rango de realidad ilusoria.
Pero, ¡cuidado!, el hecho de que hasta aquí haya pretendido
justificar existencialmente el drama de Gaza en su condición profunda,
histórico-trascendental, como un condicionamiento de la ilusión de la
naturaleza humana (sicogénica), no implica que debamos experimentar como
humanos este drama sin insertarnos intensa y comprometidamente en una respuesta
y en una vivencia vital, natural, con todas nuestras capacidades y recursos
humanos, dentro de un pobre, pero también eficaz rango de libre albedrío (sin verdadera
libertad). Creo que estamos obligados—aunque ya sólo sea por mera
sobrevivencia—a generar y actuar hasta los modos y consecuencias más extremas,
pero, sobre todo, de la forma más cautelosa y sabia posibles, para
evitar y corregir los actos más abierta, indiscutible y salvajes de la crueldad,
del egoísmo, del canibalismo connatural, de la condición genocida, tiranosáurica
y omnidepredadora, que subyace o eclosiona desvergonzadamente en cada uno de
nosotros, como una planta carnívora emerge violentamente en medio de una extensa
pradera colorida y perfumada de azucenas y lirios. Esta es la naturaleza
extrema que nos debe horrorizar del Genocido de Gaza. Por primera vez en la
Historia, una facción de humanos se encarniza sin límites y con la complacencia casi mundial
sobre un grupo de humanos indefensos, sometidos, pobres, aislados, torturados y
masacrados a vista y paciencia de la inmediatez que nos aporta por primera
vez en la Historia, la tecnología, los medios de comunicación globalizados,
la conciencia colectiva, y las supuestas políticas e instituciones de
unificación y responsabilidad planetaria, como la ONU, FAO, FMI, Banco Mundial,
Consejo de Europa, OIT, OMS. Nadie puede esconderse ni abstraerse de esta
evidencia flagrante. Nadie puede decir “yo no sabía”; nadie puede decir “es
demasiado lejano”; nadie puede decir “me enseñaron que ellos no eran
seres humanos como nosotros”; nadie puede decir “no es mi problema”;
nadie puede decir “que otros hagan algo, porque yo no puedo hacer nada”.
Sólo podemos ser cómplices y actores aberrantes en mayor o menor grado de este
Genocidio de Gaza, y de todos los genocidios
humanos, si primero no contemplamos atentamente ALLÍ, y luego, ACTUAMOS.
Tú verás en conciencia cómo, pero ¡ACTUAMOS! Yo, y me sumo a otros…
De lo contario, dejemos y dejaremos que este caos absurdo,
pero, en nuestro rango de responsabilidad, evitable, nos acabe aniquilando
a todos—desde afuera o desde adentro—, más temprano que tarde, en esta realidad
universal de ilusión y compromiso.
[1]
Podrían elegirse y encontrarse un sinfín de hitos y situaciones
históricas que tipifiquen igualmente este particular trío histórico y actual
que acabo de mencionar. Nazi sería, tipológicamente, el factor
asesino, canibalesco y brutal de la naturaleza humana. Palestino sería,
tipológicamente, el factor arrasado y sufriente de la naturaleza humana. Israelí
sería, tipológicamente, la síntesis nazi-palestina ambivalente de la
naturaleza humana. Entiéndase, por lo tanto, que, en un contexto de mera actualidad
histórica, los miembros de Hamás, de Hezbolá, hutíes, iraníes, y de todos los
resistentes violentamente a los actuales israelíes opresores serían igualmente,
desde un punto de vista tipológico universal, israelíes. Entre
otros casos similares que están ocurriendo actualmente en el mundo podemos
nombrar: 1. Rohinyás (Myanmar). El ejército birmano ha llevado a cabo campañas
de limpieza étnica contra los rohinyás musulmanes. Masacres, violaciones,
destrucción de aldeas, desplazamientos forzados. Más de 700.000 refugiados en
Bangladés, muchos en condiciones infrahumanas. 2. Uigures (China). Detención
masiva, reeducación forzada, esterilizaciones, vigilancia extrema en Xinjiang.
Se estima que más de un millón han pasado por campos de detención. 3. Yazidíes
(Irak y Siria). Masacres, esclavitud
sexual, genocidio declarado por la ONU. Miles aún desaparecidos o en campos de
desplazados. Responsables: Estado Islámico (ISIS) y otros grupos extremistas. 4.
Pueblos indígenas de Brasil (Amazonas). Invasión de tierras, asesinatos por
mineros ilegales, destrucción ambiental. Naciones como los Yanomami y los
Mundurukú viven bajo amenaza constante. Responsables: Empresarios,
narcotraficantes, extractivistas protegidos por estructuras del poder político.
6. Tigriña (Tigray, Etiopía). Guerra civil con limpieza étnica, hambruna
inducida, violaciones masivas. Miles asesinados, millones
desplazados. Responsables: Gobierno etíope, fuerzas eritreas. 6. Conflicto
ruso-ucraniano, en el cual se evidencia especialmente la compleja trama de
responsabilidades compartidas e involucramiento adicional de agentes políticos y
militares multinacionales, en la catástrofe que viven histórica y actualmente
en particular los habitantes de las regiones disputadas de Donetsk, Lugansk,
Jersón, y Zaporiyia, entre otras. 7. Hazara (Afganistán). Atentados selectivos,
discriminación, limpieza étnica. Minoría chiita históricamente
perseguida. Responsables: Talibanes y Estado Islámico-K. 8. Pueblos indígenas
mapuche (Chile y Argentina). Criminalización, violencia policial y militar,
asesinato de líderes. Conflictos territoriales no resueltos, acusaciones de
terrorismo. 9. Ahmadíes (Pakistán). Discriminación institucional, asesinatos,
ataques de multitudes. Considerados no musulmanes por la ley, perseguidos
sistemáticamente. 10. Inmigrantes latinoamericanos en Estados Unidos: 1.
Militarización de la frontera. La frontera sur de EE.UU. se ha convertido en
una de las más militarizadas del planeta. Uso de drones, tropas, muros,
sensores y tecnología de vigilancia masiva. Miles de muertes por
deshidratación, ahogamiento o abandono. La frontera actúa como un dispositivo
necropolítico (Mbembe) que regula quién vive y quién muere. 2. Campamentos y
centros de detención. ICE (Immigration and Customs Enforcement) ha operado
cientos de centros donde inmigrantes, incluidos niños, son detenidos por meses
o años. Condiciones inhumanas, falta de higiene, abuso sexual, separación
familiar. 3. Vigilancia racializada y criminalización. La comunidad latina es
desproporcionadamente perseguida en paradas policiales, redadas laborales, y
deportaciones express. Se configura una categoría ciudadana de segunda clase,
incluso para quienes tienen residencia o ciudadanía. 4. Explotación laboral
sistemática. Millones de migrantes trabajan en condiciones precarias en
agricultura, construcción, limpieza y servicios. Son esenciales para la
economía, pero sin derechos plenos, lo que constituye una forma estructural de
servidumbre moderna. 5. Desplazamiento forzado y políticas exteriores. EE.UU.
ha promovido directa o indirectamente políticas económicas (como el CAFTA-DR) y
militares (intervenciones y apoyo a dictaduras) que han exacerbado las
condiciones que empujan a migrar. Las condiciones que fuerzan a migrar son, en
parte, producidas por el propio imperio estadounidense. 6. Destrucción cultural
y trauma transgeneracional. Separaciones familiares masivas bajo la
administración Trump (pero también antes y después), sin registros para reunir
a padres e hijos. Pérdida de lazos afectivos, trauma colectivo, erosión de la
identidad. 7. ¿Genocidio por omisión? Genocidio mundial. Autores como
Achille Mbembe o Angela Davis han planteado que cuando un Estado permite
sistemáticamente que mueran, sufran o desaparezcan ciertas poblaciones —por
raza, clase o estatus legal—, se trata de un genocidio diferido o encubierto,
aunque no cumpla todos los elementos jurídicos de la Convención sobre el
Genocidio (1948).
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