sábado, 31 de agosto de 2024

Pueblos Pobres de la Tierra

 

 

Pueblos pobres de la Tierra

manipulados engañados estupidizados:

ganado delirando que pasta en verdes y jugosas praderas †eternas†

mientras los carniceros hechiceros del poder

afilan sus cuchillos de fuego

amontonándolos

esclava y suavemente

dentro del matadero.


miércoles, 21 de agosto de 2024

Existencia Humana (Capítulo 5 de Historias de un Individuo Imposible)

 

 

 

La visión más palmaria de nuestra condición existencial en este plano de realidad no se nos devela tanto en nuestro estado y progresión después de nacer en nuestra forma de moluscos dentro de su concha, como sí lo desnuda descarnadamente la muerte. Desde siempre que he puesto atención en la muerte tal como se manifiesta en el acaecer de mi entorno natural, en la manera como la muerte mata y rompe tan peculiar y totalmente a cada individuo, nunca he dejado de experimentar algo tan propio y exclusivo de la muerte - no lo he podido explicar -, que me instala siempre en un umbral-frontera ominoso, en una especie de intuición integral de sospecha y desconfianza, como si una corriente vibrante y alienígena me facilitase presentir con una sorpresiva modalidad de certeza que todo lo que se me aparece en existencia, todo lo que yo soy, todo lo que es como es, es sólo un efecto distorsionado y difuso, este Universo, de lo que no se me aparece, de lo que no soy, de lo que  no es como es. Durante gran parte de mi vida he tratado de reconocerme a mí mismo en los demás, de aprender discipularmente de otros humanos todo, humildemente y sin dudar de que había tanto saber disponible para mí, de que el Universo entero era un libro abierto para mí y para la humanidad, incluso de creer y presentir que había un poder divino, un designio superior, supremo, total, que lo hacía necesidad, realización y destino. Pero al final, como yo mismo me reconocía humano y lograba, en un acopio casi culpable de grandeza personal, reconocerme igual o semejante a los más inspiradores y señeros maestros de humanidad, de vida, de superación transformativa, de verdad, de Dios, y de cualquier realización máxima que un humano pudiese concebir, ponía atención repentinamente en su muerte, y entonces hasta Jesús, el Hijo de Dios, acababa apaleado y torturado por judíos y romanos, desgarrado vilmente en una cruz, como un cualquiera, es decir también como yo, sin nada, borrado como hijo de Dios, borrado como maestro de verdades, borrado como humano por la muerte, completa y terriblemente desmentido. Y lo que es aún peor, cargando él y yo una nueva tortura, todavía más absurda e incompatible con mi humanidad y la suya, la única del único, de haber resucitado. Porque, aunque no hubiese resucitado, o, aunque hubiese resucitado, yo sabía por vibración trascendental que eso mismo era mucho más incomprensible y desconocido, más incompatible con cualquier forma de existencia conocida y posible; es decir, más falso que todo lo verdadero, más separador y destructor de toda forma de vida, de conocimiento y de existencia, incluso que la muerte; más mortal que toda muerte y resurrección conocidas. Que las dos vías posibles o ciertas desembocaban estrechándose en un único y mismo despeñadero abisal. Y también el más sabio de entre los hombres, el más inteligente y lúcido, Nietzsche, acabar babeando espuma tirado en una calle de Turín, demente, embrutecido durante años de senectud como el peor humano, hasta morir deshecho así. Y Buda, el gran liberado en vida, el hombre inquebrantable y sabio en la verdad suprema, espejo de máxima paz concebible, acabando viejo y achacoso, desmentido en todo, morir como un cualquiera entre dolores y excrementos de disentería.

Claro que entonces yo podía creer en cualquier cosa después de la muerte. Podía tener fe, o agregarle cualquier argumento de fuerza mayor para salvarnos, para salvarme de la muerte alienígena, de esta muerte que siempre lanza una carcajada incomprensible justo al final, al caer el telón. Incluso la tuve intensamente, me solacé en certezas apacibles de continuidad, pero la muerte seguía vibrando en el aire como un cruel latigazo siempre más, todavía más incorruptible y mejor que cualquier evidencia. Y mientras más me desdoblaba de mis propios desdoblamientos, en esta autosuperación recursiva de molusco fuera de sus nuevas conchas, más la muerte destruía ubicua más la vida menos. Y ya no era la muerte, sino otra cosa mucho más inmensamente más que la muerte y que su vida. Y si quedaba algo de la vida, esta vida insistente que vive mientras vivimos, ahora vibraba que sólo le pertenece a la muerte.

Yo sé que esto no le ocurre casi a nadie, y el no experimentarlo lo vuelve fatalmente incomunicable, lo hace incomprensible, lo hace indiferente, lo hace ridículo, lo hace inexistente. Yo mismo lo he logrado sólo después de inmensas transformaciones tectónicas de mi mente, después de prácticas y prácticas centenarias de desdoblamiento, de separarme de mí mismo; de separarme no de mi cuerpo, sino de mi mente; de separarme luego no de mi mente, sino de mi yo; de separarme luego no de mi yo, sino de mi esencia humana… No estoy dejando una huella para que nadie me siga. Nadie puede seguir a nadie por estos lados. Tal vez el camino del Tao posee una inclinación propia. No hay nada que conocer.

lunes, 12 de agosto de 2024

El Tiempo, el Tiempo, el Tiempo...

 

 

 

Esta mañana, bien temprano, al levantar las persianas de mis ventanas, me encontré afuera, en el patio, que el Tiempo estaba jugando sentado en el suelo, solo, a los dados. Lo comprendí de inmediato porque parecía un niño, desgreñado y tonto. Entre él y yo existía una relación singular, como si nuestras mentes se comunicasen sin palabras. Aun así, no tuve miedo. Era - cómo decirlo - algo tan inmenso, tan inconmensurablemente más que yo, pero al mismo tiempo estaba allí, delante de mí, como un cuadro humano tan común, desvencijado y miserable. Me di la vuelta, distinguí la hora en el reloj de la pared: 6:47 AM. Entonces se me ocurrió una idea peregrina. Habíamos seguido el camino equivocado, todas las vías humanas desembocaban justo allí afuera, en mi patio. Al comienzo de los tiempos nos habíamos tocado las piernas y pensamos “caminante no hay camino, se hace camino al andar”, y ya, primero gateamos, luego nos incorporamos; orgullosos de tal proeza, echamos a andar simplemente porque ahora teníamos dos piernas, pero nunca y siempre caminábamos lo mismo hasta acabar uno y todos allí mismo, sentados en el niño extraño afuera de mi patio, jugando a los dados. Todo era tiempo pasado, presente y futuro, eso y nada más. ¿Para qué más, si sólo teníamos que recorrer el mismo camino, una y otra vez, de lo más natural, desde el principio de los tiempos hasta mi patio? Por primera vez me di cuenta de que yo no estaba sentado en mi patio, sino que miraba mi patio desde mi ventana, y yo no estaba allí. Pero tal vez sólo era la ilusión de mi propio reflejo que yo proyectaba sentado allí afuera, mirando hacia la ventana. Aun así, eso bastó para que el niño levantase la vista hacia mí y, riendo con lágrimas que caían de sus ojos, me susurrase para que nadie más nos escuchase:

No fue la mejor elección haber tomado el sol, la luna y las estrellas como unidad de tiempo. Malas elecciones el segundo, la hora, el día, y hasta la eternidad. Debiste haberles poetizado mucho antes que su única unidad de tiempo debería siempre haber sido la experiencia expansiva y fugitiva del instante dentro del cual aparece simplemente todo aquello que cada uno, y todos juntos, es capaz de contener allí, sin importar demasiado de dónde, adónde, cuánto, cuándo, ni qué sea.

Volví a dejar caer de prisa la persiana, y no he dejado de tiritar hasta este instante.


sábado, 3 de agosto de 2024

Apocalipsis

 

 


Apocalipsis

Kaliyuga

Dies Irae

Zand-i Wahman yasn,

¡Qué privilegio el nuestro

vivirlo al fin

toda la Humanidad

en primera persona!