sábado, 6 de mayo de 2023

El Anciano y el Niño (cap. 3 de Historias de un Individuo Imposible)

 

 

Esta Historia no puede continuar así. Vengo a las palabras. El lenguaje articulado me somete a un estado de conciencia y a una expresión de realidad insatisfactorios, y a tantas cosas más, que actualmente trato de evitar. Ya casi no estoy en las palabras, ni en mis palabras… No me busquen aquí. No me reconozcan aquí.  Ésta es sólo una aparición fantasmagórica que se esfuma con el punto final. Todo esto suena a literatura. No sé cuánto pueda intuirse de lo que se encuentra en el trasfondo de esta palabrería. Estoy tratando de rescatar las últimas palabras de mi vida con sentido y algo de trascendencia – si la descubro - para mí y para ustedes. Algo así como un repentino diálogo conmigo mismo en medio de una plaza pública. Mucha vida y mucho teatro, todo junto. El resto del tiempo soy nada más que un cangrejo escondido en su agujero. Allí, las cosas son bien bien diferentes. Allí, las cosas seguirán siempre otro curso...

Cada día me pregunto si deberé pasar por este lapso de vida mía así no más. Siempre he intentado más de lo que he conseguido y logrado. He sido un ademán grandilocuente, como esos locos quijotescos que gesticulan tratando de representar el Universo. Un día creí que hasta la salvación de la Humanidad era parte de mi misión en la tierra. Yo era una persona especial, muy especial, y suponía que eso debía tener un efecto concordante con mi paso por el mundo. Mucho tiempo viví en complicidad con Dios. Lo experimentaba en mí y en todo, de tantas y tan maravillosas maneras. Ninguna experiencia en toda mi vida se asemeja a la inmensidad y particularidad de vivir a mi Dios, ese Dios. Ello ha sido mi experiencia suprema… Yo iba a ser un escritor, un buen escritor. Centré todos mis aprendizajes, mis esfuerzos concientes e inconcientes, mis motivaciones más queridas, en ese propósito. ¡Cómo me extasiaba escribir!... No puedo explicar la inmensidad de esa experiencia, siempre. Suponía que podría llegar a ser leído para bien de tantas personas. No es común que aparezca un individuo imposible Escribo en un blog, un sitio minúsculo en internet, igual que el agujero oscuro del cangrejo que soy.  La mayor parte de lo que he escrito está archivado o destruido, y nunca verá la luz en otros ojos. Ya no queda casi nada en pie de todo eso. Ya no queda casi nada en pie de nada, ni tampoco de Dios, aunque este particular casi es diferente de TODO.

También lo que escribo es parte de ese casi. Confesó mi amigo Hamlet: “Lo demás es silencio”.

Puedo oler, como un lobo viejo, la tempestad catastrófica que se avecina para esta Humanidad y para este Mundo, y que también he olido, como un lobo nuevo, ya desde mi adolescencia, aunque actualmente casi todo el mundo también es capaz de oler ese tan particular olor a quemado. Ya sé que no debo tratar de comprender ni saber para qué, ni por qué, escribo, ni nada de esas cosas “grandes” que me ha tocado vivir… o sea, TODO. Las razones son sólo etiquetas que les pegamos a las cosas para jugar a entenderlas y poner cara de serios y confiados, para jugar lo que llamamos la realidad. Por otra parte, no nos queda otra opción que jugar el Juego, porque estamos bien bien bien adentro de Él.

Siento compasión por mí, por ustedes, por mis seres amados, por la Humanidad. No he dejado de amar. El amor, mi amor, no se me ha caído de ninguna parte, de ninguna altura, no ha perdido su valor, quizás porque siempre ha sido lo más humilde, lo más yo mismo. Sólo está aquí, porque yo mismo estoy vivo, siempre conmigo, como mi piel ha estado toda mi vida pegada conmigo. Estoy juntando palabras porque siento amor y compasión. Que el amor sea ilusión también, ¡lo admito!... Es parte del juego. Pero es inevitable para nosotros que las ilusiones sean igualmente ilusionismo, o sea, magia, la magia misma de la existencia. Voy a hablar.

Yo no tengo nada que enseñar, nada que dar de verdad. Para enseñar y dar de verdad es necesario saber algo, poseer algo cierto. Todavía puedo crear y ofrecer ilusiones, como cuando escribía poesía, o me levantaba al alba para ir a enseñar en un colegio. Podría, pero ahora carezco del don del ilusionismo. No me puedo encantar a mí mismo, menos podría hacerlo con otros. Yo más bien me estoy diluyendo, disipando, como he visto que hacen las neblinas. Hasta mi bienamado Jesús se me presenta demasiado pesado, demasiado duro, demasiado anticuado, como una roca milenaria y desgastada que se aferra tercamente a sí misma. Sólo puedo jugar con palabras para ustedes; por ejemplo, palabras de consuelo, de esperanza, de entrega y de aceptación, subsumidos todos en medio de tanta palabrería falaz. Y de esas palpitantes por el reverso, ingrávidas ante este abismo… quedan pocas. Yo me encuentro al borde, junto al precipicio de mi realidad. Yo he querido con todo mi ser y persona venir hasta aquí, aunque nunca me imaginé lo que precisamente me he llegado a encontrar aquí. He caminado hasta aquí como un hipnotizado, un sonámbulo que da cada paso en la dirección correcta, ¿llevado?... ¿llevado?... ¡Esto es lo único que de verdad he logrado, aunque zigzagueando, tropezando, volviéndome a levantar, a través de toda mi vida, de principio a fin!... Creo que ustedes se encontrarán también en el borde y precipicio dentro de poco tiempo más, pero de su realidad. Me duele el alma saber que ustedes se encontrarán allí, habiendo NO querido llegar ahí… Me duele el alma saber que ustedes se encontrarán allí, habiendo aprendido justo lo contrario – que es parte de Lo Mismo - para estar ahí… ¿llevados?... ¿llevados?...  Recuerden, amigos míos, no sé por qué, ni para qué… ¡No teman!... Aún así, ¡no teman!... Sólo cuando estén ahí mismísimo, lo entenderán, aún sin por qué ni para qué. No necesitamos entender nada, ni saber nada de verdad, para llegar donde ha llegado la Humanidad: al borde de su Abismo.

Hace un par de años había comenzado a escribir estas Historias de un Individuo Imposible, o sea, acerca de mi propia vida. Quería rescatar los momentos más amados, más grandiosos y secretos de mi vida pasada y futura. Los resortes y engranajes invisibles del milagro de mi existencia y de la existencia. Quería revisar con una sola mirada, como un moribundo, el flujo y la sustancia profunda, como se degusta el fondo especioso y decantado de un vino añejo, agridulce, en el fondo de la botella inmóvil. Rescatar y arrojar afuera cuestiones tan íntimas y guardadas, que pocos las conocen, e incluso, muchas y así, nadie. Entonces, apenas escritos dos capítulos acerca de mis secretos de infancia y primera adolescencia, ellos, las más sagradas y supremas experiencias y saberes de esta existencia, se desprendieron de su halo intocable y divino, se desprendieron como se desprende el suelo bajo los pies, y el cielo por arriba infinito cae, ellos, que habían conservado inmarcesible su verdad y trascendencia entre la corrupción y el deterioro ilusorio de todo saber y experiencia humanos, ellos también se disolvieron en el mismo ácido de la ilusión y del delirio totales. Ya ni siquiera podían ser míos. Incluso cualquiera respuesta, cualquiera, todas, ante esta evidencia repentina se transformó también en una mascarada, un quid pro quo, una duplicación de la ilusión de la ilusión, sin excepción posible, hasta la ilusión de la constatación misma de la ilusión absoluta. Y entonces, ¿qué queda?... ¿Qué me queda?... ¿Qué nos queda?... Aparte de esta confusión y desorientación trascendentales, omnipotentes.

 

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