lunes, 6 de septiembre de 2021

12-14 Años (cap. 2 de Historias de un Individuo Imposible)

 

 

 

Yo no tenía el control de mi mente, como tampoco lo he tenido en ningún momento de mi vida. Ustedes tampoco, y nadie... Hay tantas situaciones, decisiones, estados y procesos mentales que parecieran ser causados o depender directamente de nuestra volición, no sólo en la vida de uno como individuo, sino también en nuestras formas de vida colectivas, pero que esconden una causalidad tan ajena y diferente a la comprensión y autonomía humanas. Jamás somos independientes y autónomos, aunque poseamos algún grado de libertad; es algo parecido a experimentar alguna forma de inmovilidad (libertad), mientras estamos dentro de un planeta que se mueve alrededor del sol, y de un sol que se mueve dentro de una galaxia, y, así sucesivamente… Jamás podemos existir en una inmovilidad (científica) que no sea la que experimentamos respecto de un referente subjetivamente estanco y relativo. Por ejemplo, yo puedo permanecer con mis brazos inmóviles respecto del resto de mi cuerpo, pero no respecto del espacio (universal). Es decir, podemos permanecer inmóviles sólo respecto del espacio inmediato (referencial) que nos está rodeando, para producir el efecto circunstancial e ilusorio de inmovilidad, pero no más allá, respecto del que no podemos aparentar no movernos… ¡Y vaya que es relevante creer conocer y hasta creer controlar las causas de las cosas - ¡pobre Humanidad! -, pero no conocerlas en su causalidad profunda y sorpresivamente ascendente y emergente hasta nuestro pobre plano de ilusiones científicamente cotidianas, en donde acabarán inevitablemente quebrando de forma inesperada nuestro sólido ensueño de realidad!... Si mis brazos no se mueven respecto de mi cuerpo, pero sí respecto del espacio universal, entonces, ¿mis brazos se mueven o no se mueven, cuando no los muevo yo?[1]... Jamás tampoco podemos sentirnos libres más allá de un minúsculo contexto circunstancial y, sobre todo, ilusorio. Sin embargo, sentirnos libres – aunque sea sólo en alguna diminuta forma y grado -, o creernos libres, o sabernos libres, es más engañoso, diferente y más complejo que la determinación de la causa aparente de cualquier experiencia física y material. Esto he llegado a experimentar, a entender y a creer.

Y lo anterior lo digo aquí, porque una de las apreciaciones obvias y principales ante mi proceso interno y existencial a los 12, a los 14 o a los 16, es su condición vertiginosa y transformativa.  A los 17, en cambio, se produjo un quiebre existencial y vital tan profundo en mi vida y en mi persona, del cual nunca he logrado recuperarme, que cambió dramáticamente la dirección y la forma de mis procesos previos. Pero eso es “harina de otro costal”, así es que volvamos a los 12-16 años.

Yo me sabía, con todos mis medios, que estaba siendo llevado por Algo Inteligente y Sabio. ¡Qué fácil y natural me resultaba toda mi transformación, todo mi desenvolvimiento imprevisto junto con una realidad imprevista!... Si yo hacía algo que surgía de una sensación de “mí mismo”, al mismo tiempo percibía intuitivamente que yo no era diferente de aquellas personas que gritan una orden repitiendo las palabras que otro oculto – aunque esté en su propio pensamiento - le ordenó proferir. También era como caer por una cascada sin tener que hacer ningún esfuerzo para caer, pero igualmente sin poder resistirse. Es evidente, por otra parte, que la velocidad, la amplitud y la naturaleza de mi transformación – tan orgánica internamente - inevitablemente me iba a llevar pronto a un conflicto y desajuste con la realidad humana y natural de mi entorno próximo y también general, así como le había ocurrido a Emil Sinclair al romper el cascarón. También lo vi venir, y seguí adelante. Si la realidad no estaba hecha a mi medida, al menos yo estaba siendo hecho a la medida de lo que debía vivir en este estado de realidad.

Conocemos tan poco de la mente humana. Cuando queremos referirnos a la zona más “interna” de la experiencia subjetiva de la mente, lanzamos ingenuamente el concepto de consciencia, y luego, como un recurso desesperado, pero también innegable, hemos debido acuñar el terrible concepto que se esconde tras esta escenografía primaria de la consciencia: el inconsciente; o, menos perturbador, la inconciencia, como mera ausencia de conciencia, pero sin que posea entidad síquica como parte formativa de la mente. Yo he ido más allá en mi autoexploración a través de mi vida, pero no es oportuno hablar de ello ahora. Lo menciono así solamente para facilitar la comprensión de un tema difícil de conceptualizar y verbalizar. Cuando me referí más arriba a mi transformación descomunal de conciencia, en realidad tuve que reducir y simplificar otros procesos y fenómenos mentales que experimenté, y que carecen de una terminología conocida en el área de los estudios de la mente, pero que al menos están directamente asociados al fenómeno de la consciencia, lo mismo que al concepto sicodinámico de inconsciente. En palabras muy coloquiales, los conceptos de consciente e inconsciente son una “bolsa de gatos”, pero es lo que hay…

Este proceso expansivo integral de mi mente era estimulado, provocado, dirigido, etc., desde las profundidades de mi inconsciente, se desbordaba hasta mi consciencia y mi mente co-funcional[2], las que a su vez recibían sus propios y directos acompañamientos e intervenciones superiores, y, aquí, mi yo-conciente trataba de integrar y asimilar todo ese proceso y fenómeno a mi experiencia existencial de mí mismo y de la realidad en conjunto… ¿Qué ocurría en mi inconsciente?; ni siquiera con mínima claridad y precisión puedo explicarlo ni saberlo[3]. Casi todo lo que puedo atisbar es cuanto aparecía como una experiencia mental (fenómeno mental) a mi propia conciencia de vigilia, incluyendo en ella lo que podría denominar cierta intuición, o inspiración, acerca del inconsciente, aunque eso de la intuición, o inspiración, puede no ser más que un mero espejismo, o simplemente un pseudo-conocimiento (errado), pero también la mayor de mis verdades. ¿Seremos alguna vez capaces de saberlo?... Contemplando en retrospectiva esa edad entre los 12 y 14, me produce la impresión de haber estado soñando continuamente, como en esos sueños en que uno es el protagonista natural dentro del sueño, pero que también por momentos se reconoce y se siente soñando dentro de un sueño, como si uno hubiese entrado al sueño desde un afuera, y por tanto el yo que sueña adentro sueña y es soñado al mismo tiempo… ¡Cuánto caos creativo y explosivo, y cuánta sabiduría y armonía constructiva juntamente!... ¡Qué cerca estaba entonces del total abismo humano, de la impotencia límite de nuestra naturaleza y de la disolución de la integridad síquica! Podía presentirlo y entenderlo, pero era tal la pasión, la beatitud, el hechizo y tantas emociones sublimes más, que no había ni una pizca de miedo, de desconfianza, ni de cualquiera de esas respuestas tan humanas y animales al peligro real e imaginado de la realidad y de nosotros mismos. ¡Qué lejos y qué pobre la Sicología como ciencia humana respecto del conocer y comprender que nuestra condición mental y la existencia misma es sostenida y activada desde un PODER TRASCENDENTAL sólo invisible a nuestra propia mente y a nuestra capacidad de percibir realidad, porque nosotros somos los incapaces, y no porque las otras realidades profundas no existan, o sean insustancialmente difusas! Éste era el Poder Inconsciente que me arrastraba y que yo, al dejarme arrastrar, comencé a sentir y a percibir tan total y ubicuo, tan amorosa e íntimamente TODO, que acabé constituyéndolo como una entidad, un Ser plenamente definido y consistente, un YO-TÚ TRASCENDENTAL e INMANENTE, o sea, un DIOS. Y como este Ser, esta Experiencia desbordada y desbordaba por todas partes y sin excepción, también se me abalanzaba providencial, premonitoria y sincrónicamente, de modo que se materializó en ese mismo tiempo, espontáneamente, en el tomar la Biblia y leer, como un mero impulso interior e inconciente, y descubrir a ese Ser Trascendental también allí adentro, ante todo y sobre todo en Jesús, y a mí mismo allí también, adentro de ese Cristo viviente. Entonces, mi primer Demian-Sinclair se transfiguró en Jesús, con un efecto en mí y en todo incalculable e insondablemente mayor



[1] Heráclito de Éfeso, como expondré más adelante, conocía la respuesta como ningún humano de conocimiento público la ha conocido hasta hoy.

[2] Entiendo con este neologismo la condición de la mente en coordinación funcional con la consciencia de vigilia y el yo.

[3] La pretensión de la sicología sicoanalítica y sicodinámica de acceder a contenidos o ámbitos del inconsciente es tan precaria, que podría compararse a suponer que un conjunto de sombras chinescas proyectadas sobre la superficie de un grueso muro representa las cosas que ocurren invisibles por el otro lado de ese mismo muro. Es más probable – de acuerdo a mis experiencias y conocimientos - que los contenidos y el universo del inconsciente sean algo completamente diferente e inconcebible para nuestros contenidos y funciones síquicas asociadas a la condición de consciencia de vigilia.

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