Ha llegado el momento de hablar con
absoluta coherencia y claridad. Por el amor que les tengo a mis pacientes y
atentos lectores. Porque tengo que hablar con la palabra y volcarme como una
copa de vino cuando se extiende la mano un poco torpe y ansiosa del espíritu
naciente. Mi mano tiembla en una aurora detenida y a punto de ser disparada. Mi
corazón se ajusta a un nuevo pulso y reflexiona.
A comienzos de enero de este año 2013
estuve a punto de morir en este cuerpo físico. Estuve a punto de ahogarme en mi
amado río que corre delante de mi casa en el valle del Elqui. Sin embargo, mi
alma experimentó una prueba de tránsito e iniciación que debía ser vivida de
esta manera. Ahora ya nos soy el que ustedes conocían. Ya no soy el poeta que
escribía en letras su vida y su muerte. Quizás siga siendo un poeta, el vate
visionario que se dejaba poseer por la verdad poética, por la onda del espíritu
en la subjetividad lírica del drama humano; no lo sé. Quizás ya no pueda
escribir más poesía ni literatura como lo hacía hasta entonces. Quizás este
blog también deba morir como una parte importante de mí murió ahogada en mi río
Turbio. He tratado de escribir unas bellas palabras, pero ya no aparecen
espontáneamente las flores y espinas de esta poesía. Ya no volverán a aparecer,
lo sé. Algo ha muerto y es necesario llorarlo.
Ahora una nueva palabra desborda por
mis desfiladeros y gargantas. Una palabra llena de un fuego puro y constructivo
que se yergue buscando el lugar donde anidar sus huevos dorados. Esta palabra
es puro espíritu, pura trascendencia que se devuelve como las mareas ahogadas del
cielo. El logos divino se adentra por mis entrañas en la forma de una serpiente
infinita que ha comenzado a silbar en lengua desconocida.
Me voy a crear otro blog tal vez; me
voy respetuosamente de ustedes, mis amigos poetas, donde se alcancen otras
expresiones más atrevidas y todavía menos humanas—el silencio elocuente del Espíritu;
tal vez ustedes vuelen temerariamente –porque no dejaré siempre de llamarlos
conmigo-- para encontrarme sobre un pico nevado y azotado por el viento, o sólo
con la huella de un pie transfigurado en ala que allí se me haya quedado. Tal
vez venga de vez en cuando a entretener aquí unos balbuceos de Orfeo muerto,
pero inmortal. Soy feliz. Muerto, soy feliz, porque tras morir bajo las aguas he
hallado una nueva vida. Ahora no me queda más que vivirla.
me niego a decirle chao
ResponderBorrarbienvenido de nuevo a la vida hermano...
ResponderBorrarun nuevo comienzo, una nueva oportunidad de ver la vida.
te sigo leyendo desde colombia.
Un abrazo a un hermano de siempre, Jon, la vida continúa por todas partes... va y viene como la muerte...
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