Juntemos
las manos de totora
entre
remansos de equinoccios ancestrales
las
cándidas rodillas de las cascadas olorosas
las
uñas maceradas con la piel de los guanacos
los
parpadeos azules del cielo tarde a tarde
y
la espina curva del araucano atravesado.
Avancemos
por las húmedas carnalidades del hombre blanco
siempre
receloso de olvidar muy pronto
de
abandonar sus huesos esparcidos
entre
San Pedros marinos y nubes de llantos
que
se van aletargando hacia el sur del tiempo
como
las voces enterradas de las salitreras
donde
la sal de las estatuas aprenden a tocarse
y
acaban en un largo gemido detrás del viento
detrás
del empuje de una mujer morena
convertida
en montaña andina engullida por la noche.
Ven
a mi tierra mundo
a
mi tierra de pétalos flotantes y girasoles lacustres
a
mi tierra virginal de abejas muertas
de
osos polares sin frío
a
mi tierra larga como un rayo partido
con
el crujido del iceberg
que
intenta juntarse en pedazos
sobre
la mesa carcomida de una casa de campo
hace
tiempo abandonada.
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