Los
abuelos se me van quedando atrás
y
ya no sé quiénes son mis abuelos,
mis
hijos se me van quedando atrás
y
ya no sé quiénes son mis hijos,
yo
mismo me voy quedando detrás del tiempo
como
navío de madera rugosa sobre arena fina
mientras
la espuma violácea se sumerge llorando bajo las olas
y
desaparece entre los ensueños volátiles de un mar inquieto.
Me
levanto desde el interior de la roca
en
explosión de mariposas,
me
olvido de mis huellas
resecas
espigas diseminadas por el mundo
y
busco reconocerme afanosamente en la memoria
que
se repliega dentro de un caracol adolorido
hasta
el centro de su punto final.
Soy
cornamenta del atardecer sobre muros de chimenea abandonada
soy
la gélida mirada del insecto entre las patas de una araña
y
el picoteo animado contra el cascarón de mí mismo
que
sorprende con un destino superior el contacto de la muerte,
la
ingenuidad más certera e implacable de desgarrar la nada
por
detrás, pasada,
por
delante, futura.
Cuando
el ahogado levanta por un instante la cabeza
por
entre las olas de los demás ahogados,
sólo
entonces yo contemplo
existencia.
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