¿Cómo podría
creer en un Dios tan imperfecto, tan poco creativo, tan penosamente humano,
incapaz de haber inventado otra creatura humana con una libertad que sólo tendiese
a realizar el bien universal, y ni siquiera sólo para su propio beneficio?... Eso,
suponiendo que un Dios se hubiese tomado en serio crear una realidad auténtica
y unificadamente Suya, y no un juego incomprensible para su creatura, como se
evidencia éste. ¿Cómo un Dios habría creado a este mamarracho que tiende a la
autodestrucción y al daño permanente de todo lo humano y de todo lo divino?…
¡Qué cosa más tonta y antidivina habría creado ese Dios: a un pobre ignorante y
retrógrado que prefiere echarle la culpa del mal a un demonio traicionero de
ese santo señor Dios, o, en último término, a sí mismo, para así conservar
libre de polvo y paja a un Dios intocable, al verdadero creador y único
responsable de TODO!
¡No!... ¡Para
mí es mejor que ese Dios irreal siga escondido, invisible, delirante, en el
interior de la estructura de la mente humana, como un mero reflejo maníaco e
insatisfecho de nuestra propia incapacidad natural!
Pero, entonces,
¿quién o qué es esa Entidad que a través de toda mi vida me ha amado y me ha
maltratado adentro de mí—en todo lo que me compone, sin excepción, y en todo lo
que soy—y en todo lo que existe fuera de mí, arrolladora y dulcemente?... ¿Tan
infantil y antropogénico sigo siendo, a pesar de toda esta lucidez inteligente,
que no puedo dejar de seguir experimentando esa—digamos así—Fuerza Directiva de
la realidad, como si igualmente poseyese, aunque sólo fuese en parte, una
condición semejante a Persona?... Es más, toda esa parafernalia sobrenatural,
mágica, taumatúrgica con que lo han descrito desde siempre nimbado de rayos, de
fuego, de ángeles, de milagros, y que ha empujado a todos quienes la
experimentan a caer de bruces hasta golpear la frente contra el suelo en un
gesto de asombro, anonadamiento, terror y adoración, yo también la he vivido, y
también se me han doblado las rodillas deshechas como cera dentro de un horno,
y he besado de un golpe la tierra con mi carne empequeñecida en partículas de polvo
a punto de destruirse por causa de esa sobrecogedora Presencia. Yo sé—porque en
ese instante terrible se nos enciende por primera y única vez, porque luego se
apaga, un sentido y un estado interno de conocimiento sobrenatural—que no ha sido
una alucinación, ni de otros, ni mía. En todo caso, si lo fuese, no sería menos
alucinación que contemplar las estrellas, sumar uno más uno y que resulte dos, o
amar a mis hijos. ¿Dónde y cómo encontrar la razón y la verdad de todo esto,
sin que acabe ingenuamente llamándote Dios?... Negarte por completo, se
lo dejo a los pobres durmientes de sí mismos, e insensibles a todo lo que vibra
en este fuego trascendental llamado realidad. Yo no puedo negarte, aunque
te niego, bendecido y maldito, yo no puedo negarte, ni quiero dejar de no poder,
aunque empecinadamente te siga negando.
Aquí estás, en
mí y en todo, como un misterio, como un acertijo indescifrable, como si yo
fuese un niño con el Universo entre mis manos, imaginando y haciendo sólo
niñerías con él. ¿Yo podría más, si quiero más?... Yo sé que yo soy Tú, y Tú
eres yo, y esto es más que Tú seas Dios, y yo, un yo, pero también, menos,
muchísimo más menos que más. Yo sé que a nadie dejas en paz, en la inmovilidad
que se puede experimentar dentro del caudal de este río. Tú eres el río y la
cascada, y tú la paz, el remanso, la verdad y la ilusión. Por eso quiero más,
aunque reciba menos. ¡Cómo quisiera ver las palmas de tus manos dentro de las
que me encuentro con el Universo herido entre mis manos! Pero no puedo, soy
incapaz. ¿Hasta dónde quieres Tú mismo llegar haciéndote sentir en mí que tú y
yo somos incapaces de más? Juegas contigo mismo en mí. Tú sí lo sabes, sólo en
mí no lo sabes, por eso tampoco lo sabes. ¡Vaya juego!...
No puedes dejar
de ser Persona, mientras soy persona, porque entonces no serías yo. Yo quisiera
conocerte en tu ser No-Persona, conocerme tanto a mí mismo, que me trascienda a
mí mismo, a mi humanidad, pero eso no lo puedo. Pero también me has revelado
que el rayo transformador de toda realidad siempre está vibrando, a punto de
salir disparado en cualquier instante de tu arco y de tu mano de fuego
sobrenatural y semihumano. Yo sé que estás apuntando sin cesar esa flecha
terrible justo hacia el centro de mi corazón. Todos cargamos esa sobrecogedora
cruz tuya.
Y de ser cierto
las profecías escatológicas, que también en mí has insuflado, y como has
inscrito también en cada átomo y en cada onda, al final del túnel habrá una luz
tan descomunal y tan nueva que lo borrará todo al crearlo todo. Si sólo dejarás
entrar a los buenos, pero no a los malos, no podrás hacerlo, porque tú eres el
Dios creador de tus buenos y de tus malos; pero sí podrás hacerlo, si entonces
quieras dejar una parte de ti fuera de ese Tú mismo, porque me has hecho
entender y saber que eres Dios, tanto como No-Dios. Y nadie sabrá antes ni
entonces por qué, ni cómo, ni para qué.