miércoles, 6 de septiembre de 2017

Cayó una gota




Cayó una gota como clavo de sangre
segada desde parronales ventosos, aéreos
sobre los bosques de la tierra invertida;
una bocanada de escalofríos medulares
de miedos fantasmales, de tabúes cósmicos,
aulló bajo el tropel de los querubines místicos
bien alto por encima de las montañas
teñidas con besos mudos de seres iluminados
entre los enmohecidos párpados de estalactitas vegetales
hasta hundir sus garras explosivas, insanas, iracundas
en el cáliz palpitante de la tierra secular.
La primera gota de la tormenta única,
la purpúrea y franca novia del trueno,
la temida incluso por los profetas sobrios,
envuelta en pergaminos de arenas tenebrosas
cual el silencio de la escarcha,
árido sol de la tarde.
La primera gota roja de la procelosa herida humana
atravesó la tierra de polo a polo,
enceguecida
como un chirriante clavo de sangre.

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