Hoy, que han transcurrido treintaiséis
años desde entonces, quiero narrar un hecho que he guardado celosamente en mi
vida privada. De haberlo hecho antes me hubiera ganado el menosprecio, la burla,
la incredulidad y hasta persecución que sólo hubiera agravado insoportablemente
la misma que de igual manera he experimentado todo este tiempo. En unos meses
más cumpliré sesenta años y la vida comienza a declinar por este lado. No voy a
esforzarme en dar pruebas ni voy a insistir en la veracidad de los hechos. A
estas alturas de mi vida no necesito convencer ni impresionar a nadie con mis
atributos ni mi valía… A estas alturas de mi vida, ya no necesito ni atributos
ni valía. Sólo trataré de ser claro y directo.
Aquella noche dormía profundamente y me
hallaba en uno de esos sueños en los que repentinamente uno se descubre que
está soñando. Entonces desperté de inmediato, como si el descubrir la ilusión
del ensueño acabase sin dilación con la fantasía, pero --¡he aquí lo sorprendente!--
no con el sueño… Abrí mis ojos y continué viendo despierto ante mí lo mismo que
veía durante el sueño, plenamente autoconciente, antes de despertar: Ante mí se
abría una especie de vórtice en colores blanco y negro; giraba velozmente en
torno a un centro oscuro que yo veía en perspectiva hacia el fondo del mismo.
Dejándome guiar por mi positiva intuición me adentré voluntariamente por el
túnel que formaba el vórtice, el cual pareció recibirme, activándose la fuerza
gravitacional hacia su fondo. Cuando avancé veloz por él vi repentinamente que
el fondo y centro oscuro se tornaba blanco y comenzaba a ensancharse a medida
que me aproximaba a él. Entonces todo se volvió de ese mismo color ante mí. Lo
que al principio se veía simplemente de color blanco, pronto se transformó en
una suerte de vapor o niebla intensamente alba. Por el centro de la misma
comenzó a despejarse esta nubosidad, dejándome ver, cerca de mí y ante mí, las
escalinatas de la Basílica de San Pedro, y, más allá, el entorno de la Plaza de
San Pedro. Mi visión se producía desde el rellano superior de la escalinata, al
costado izquierdo de la misma. Entonces divisé con horror al Papa Juan Pablo II
solo, tirado sobre las escalinatas, enteramente vestido de blanco, y con su
ropa ensangrentada a la altura del estómago. No había nadie más en todo el
lugar. En seguida me pareció vislumbrar algo como un puñal junto a él, manchado
de sangre. Supe de inmediato que aquella visión era real, y que me advertía de
su futura y cruenta muerte, asesinado. Entonces pregunté mentalmente: ¿Cuándo?... Y, como respuesta, una
especie de mano invisible dibujó en el aire con letras negras, difusas y
vaporosas: 1981…
La visión y el sueño –si puede llamarse
así—cedieron. Quedé allí, acostado en mi cama con los ojos abiertos, a los 23
años, ¡una noche de comienzos de Diciembre
del año 1980!… En aquella época el mundo entero, y yo mismo, estábamos
deslumbrados con el carisma espiritual de ese santo varón. Sentía su alma cercana a la mía, de manera que el
dolor que me causaba saber que atentarían (dentro de un año más) contra su vida
cobraba dimensiones colosales e íntimas. ¡El mundo entero, que se esperanzaba
entonces con ese poderoso vicario y presencia de Cristo, se vería horrorizado y
desolado por este magnicidio!...
A la mañana siguiente decidí que debía
contárselo a alguien, y lo hice así con mi hermana, quien a la sazón tenía 16
años. Me escuchó con interés, pero sin mayor comentario… (Luego ella olvidaría
que se lo había anticipado el año anterior.) Sin embargo, este habitual escrúpulo que me ha acompañado toda la
vida me susurró internamente que ya no se lo participase a nadie más. No
albergaba la menor duda de que aquello iba a acontecer realmente así. Ya por entonces había desarrollado
cierta habilidad extrasensorial y síquica que me permitía, primero, discernir
mis sueños premonitorios (y frecuentes), de aquellos sueños sólo cargados de
simbolismo e intensidad, pero generados ante todo por mi fantasía onírica y mi
subconciente personal. Había reconocido también otros tipos de sueños, en que
ambos niveles de realidad (síquica y premonitoria) se entremezclan, generando
una especie de anticipo del futuro, pero deformado o supeditado a representaciones
significativamente síquicas, las que, pareciendo anticipatorias, sin embargo no
llegan a serlo. En este tipo de sueños no era nada fácil discernir qué era qué…
¡El sueño (y visión) del atentado a Juan Pablo II –lo supe desde el mismo instante
que lo presencié y lo experimenté-- no era ni de éstos, ni de los puramente
mentales!... Los hechos posteriores reafirmarían una vez más este certero
autoreconocimiento.
Digo esto para que se entienda el impresionante
grado de certidumbre que de inmediato me acompañó respecto de la necesidad (y hasta fatalidad) de los
terribles acontecimientos que estaba anticipando. (No es la ocasión de ahondar
en el hecho de que ya sabía, también, que estas visiones y premoniciones no
eran causadas primeramente por mí;
pero dejaremos esta larga y concatenada historia para otra oportunidad.) Así
pues, con esta terrible carga de conocimiento y responsabilidad pensé, en mi
afecto y valoración de su Santidad, informar a alguna autoridad cercana a su
persona sobre este hecho inminente, si ya no hacerlo a él mismo, lo cual me
pareció de inmediato impensable, dada su obvia inaccesibilidad para este
oscuro, insignificante y distante chileno. Sin embargo, no fue ninguna
consideración práctica, mundana o restrictiva lo que me detuvo entonces (si
bien también supe que nadie me creería ni me validaría), sino algo que se me
transmitió desde una zona más profunda y trascendental de la realidad y de mi
propia mente: ¡ASÍ DEBE SER!...
Mi vida continuó, por tanto, sin
preocuparme mayormente ni más de esta visión, ¡hasta el miércoles 13 de mayo de 1981!… Es imposible expresar lo que me
ocurrió al enterarme del hecho casi en el minuto posterior al acto criminal. Una
avalancha de inquietudes, pero sobre todo de sucesivas revelaciones se me
fueron hilando una tras otra, hora tras hora, día tras día... Primero pensé,
cuando se informó que el Papa había sido herido gravemente a bala, que moriría
poco después, o en cualquier momento. Sin embargo, horas después, días después,
constaté (mentalicé) que el mundo reaccionó con una intensidad, con un arranque
nunca visto de espiritualidad y amor hacia él y hacia su misión transformadora;
con una concentración de poder colectivo nunca visto de energía salvífica y
superior, que se remecieron los cimientos mismos del Destino… Que los Señores del
Proyecto Tierra –si pueden llamarse así--, recibieron la fuerza, la
autorización y el mandato de cambiar el destino de Juan Pablo II, pero, sobre
todo, ¡de la Humanidad misma!...
Lo que revelaré a continuación podrá
parecer chocante y delirante para muchos, y --debo reconocer que primero lo fue
para mí mismo-- hasta hoy también guardo un alto grado de desconfianza a su
exactitud y literalidad, aunque sé que hay en esto más verdad que error. Quizás
todo lo que narro se entendería y creería muchísimo más y mejor si pudiese aquí
y ahora agregar infinitas cosas que
tendré que callar por el momento. Permítaseme resumir lo principal en algunos
puntos que detallaré a modo de esquematizada cuenta:
Primero, se me hizo saber que Juan Pablo II
estaba enterado de antemano y por varios medios acerca de este atentado, aunque
no con exactitud. Por nombrar sólo uno, Juan Pablo conocía los tres secretos de
Fátima[1],
particularmente el tercero, hasta entonces ignorado por todo el mundo, y sólo
conocido por los Papas. En él se leía: “[…]El Santo Padre, antes de llegar
allí, atravesó una gran ciudad, medio en ruinas y (él) medio trémulo, con andar
vacilante, apesadumbrado de dolor y pena. Iba orando por las almas de los
cadáveres que encontraba por el camino.
Llegando a la cima del monte, postrado,
de rodillas a los pies de la cruz, fue muerto por un grupo de soldados que le
disparaban varios tiros y flechas, y así mismo fueron muriendo unos tras otros
los obispos, los sacerdotes, religiosos, religiosas y varias personas seglares.”
Juan Pablo se planteó a sí mismo
seriamente que él pudiese ser la víctima crística
de esta profecía. Juan Pablo conocía perfectamente los modos asesinos y arteros
de las fuerzas marxistas, pero en general de las fuerzas del mal humano, viniera de donde viniera… Él era, sin
duda, hasta desde una lógica mundana, el perfecto chivo expiatorio y el ícono
perfecto para destruir ideologías reaccionarias y oposicionistas, sea cual
fuere su tinte. Juan Pablo estaba cobrando una dimensión descomunal de líder
(católico) para una inmensa, creciente y mundial cantidad de seres humanos. Desde
todos los flancos humanos e ideológicos, pero sobre todo desde la lógica del
espíritu de Cristo y de María (tan suyo), él estaba disponible para ¡LA
CRUZ!... Esto es lo que primó absolutamente de su parte; con una valentía
propia de un Jesús mismo, asumió sin cálculo ni resquemor alguno su misión de Redentor
de la Humanidad de fines de siglo (XX), ya esclavizada a un Guerra Fría que
estaba a punto de detonar como apocalipsis nuclear. Juan Pablo quería, ante
todo, liberar al Mundo de la amenaza totalitaria y antiespiritualista del
comunismo y del marxismo, y en pro de avanzar en ello desde su privilegiada
posición y condición no temía arriesgar o perder su vida, de ser necesario. Si
yo mismo le pudiese haber advertido unos meses antes: ¡El 13 de Mayo de 1981 lo van a asesinar en la Plaza de San Pedro!,
estoy cierto de que no me hubiese respondido: “¡No creo!”, sino: “¡Así sea!”…
Segundo, el Mundo como colectividad de seres y
almas se acercaba ya a una encrucijada final: ¡1984… era la fecha del Armagedón en los Archivos del Tiempo!... La
Tercera Guerra Mundial estaba casi lista para los poderes fácticos de este
Mundo. Los Señores del Proyecto Tierra obtuvieron la autorización y dispusieron
este plan de último minuto para
rescatar a la Tierra de la conflagración final. Juan Pablo estaba también dispuesto
para ello desde antes de su nacimiento. El precio del rescate de redención de
la Humanidad era actualizar el rescate de redención que Jesús mismo había ya
instaurado y facilitado hacía casi 2000 años, al ser asesinado en la Cruz de
Jerusalem. Si Juan Pablo no hubiese aceptado y sufrido el “asesinato” de San
Pedro, el planeta actual ya no sería apto para la vida… De hecho, Juan Pablo
reconoció, asumió e hizo públicos, después de este dramático trance, la sobrecogedora
trascendencia y el milagro que le había sido asignado experimentar y cumplir.
Tercero, Juan Pablo II fue el catalizador, el
detonante religioso y político que activó el proceso de retroceso del
comunismo, primero en Polonia, su tierra natal, a través del poderoso
movimiento sindical de Solidaridad, liderado por su amigo Lech Walesa, y que el
Papa mismo alentaba activamente.[2]
Luego, como una reacción en cadena, por toda Europa (especialmente en el
inolvidable año 1989). El atentado sólo fortaleció esta dirección y movimiento
planetario, político y social hacia la caída del comunismo occidental –y hoy
también global, engullido por la economía capitalista--. La aniquilación del
comunismo, después del intento de asesinato de Juan Pablo, se precipitó como
ninguna guerra en la Historia de la Humanidad había sido ganada, como ningún
Imperio había caído: sin disparar ni un tiro, sin derramamiento de sangre, en
unos pocos meses, y hasta sin oposición ostensible… Cuando hacía sólo unos
meses, unos días antes se amenazaban dos poderes planetarios que tenían todas
las condiciones para despedazarse mutuamente y despedazar el Mundo… ¡Esto por
sí solo es un milagro!
Desde entonces hasta hoy se ha
cumplido, sin duda, el final de la segunda profecía de Fátima: “El Santo Padre
me consagrará la Rusia, que se convertirá, y será concedido al mundo algún tiempo de paz.” Pero hoy, ¡nuevamente hoy!, pareciera haber
regresado el Mundo al mismo espíritu infernal del pasado… El Planeta enfrentado
a una nueva Guerra Fría, todavía más terrible y global que la anterior… ¿Dónde
está hoy un Juan Pablo II?... ¿Se han concitado hoy para un nuevo plan salvador
los Señores del Proyecto Tierra?... ¿Qué aliento espiritual poderoso anima hoy
colectivamente a la Humanidad?... ¿Dónde podremos recibir hoy una cuarta
profecía de la Virgen?... ¿Existen hoy siquiera la Virgen y Jesús?... ¿Por qué
tanto ominoso silencio?... ¿El AMOR es más fuerte?... Y si no…¿QUÉ?...
Cuarto, la civilización humana actual no
conoce ni está en condiciones de conocer en profundidad lo que está ocurriendo
verdaderamente en nuestro planeta. No puede conocer las verdaderas causas de lo
que acontece, e incluso de lo que la Humanidad cree que realiza por sí misma.
No puede conocer hacia dónde ocurre lo que ocurre, ni sus reales consecuencias.
No puede conocer QUIÉNES (y QUÉ) están por detrás y por encima de todo lo que
acontece en la Tierra. TODO nuestro saber, científico, tecnológico, religioso,
histórico, cultural, antropológico es extremadamente
primitivo. TODAS nuestras capacidades perceptivas y cognitivas
(sico-biológicas) como especie son dolorosamente
insuficientes.
¿QUÉ?...
Hoy, como antes, si tengo que hablar,
hablaré; si tengo que callar, callaré… Pero TODO, lo mío, lo suyo, lo otro,
acontecerá dentro de poco, dentro de muy poco…
[1]
Primer secreto: “Nuestra Señora nos mostró un gran mar de fuego que parecía
estar debajo de la tierra. Hundidos en este fuego [estaban] los demonios y
almas, como si fuesen brasas transparentes y negras o bronceadas con forma
humana, que flotaban en el incendio llevadas por las llamas que de ellas mismas
salían, juntamente con nubes de humo, cayendo para todos los lados, semejantes
al caer de las chispas en los grandes incendios, sin peso ni equilibrio, entre
gritos y gemidos de dolor y desesperación, que horrorizaba y hacía temblar de
pavor. Los demonios se distinguían por sus formas horribles y asquerosas de
animales espantosos y desconocidos, pero transparentes y negros.
Esta visión duró un
momento, y gracias a nuestra buena Madre del Cielo, que antes (en la primera
aparición) nos había prevenido con la promesa de llevarnos para el cielo. Si
así no fuese, creo que habríamos muerto de susto y pavor.”
Segundo secreto: “En
seguida levantamos los ojos hacia nuestra Señora, que nos dijo con bondad y
tristeza: «Visteis el infierno, para donde van las almas de los pobres
pecadores. Para salvarlas, Dios quiere establecer en el mundo la devoción al
Inmaculado Corazón. Si hicieran lo que digo, se salvarán muchas almas y tendrán
paz. La guerra va a acabar, pero si no dejan de ofender a Dios, en el reinado
de Pío XI comenzará otra peor. Cuando vean una noche alumbrada por una luz
desconocida, sepan que es la gran señal que les da Dios de que él va a castigar
al mundo por sus crímenes, por medio de la guerra, el hambre y las
persecuciones a la Iglesia y al Santo Padre. Para impedirla, vendré a pedir la
consagración de Rusia a mi Inmaculado Corazón, y a la comunión reparadora en
los primeros sábados. Si atendieran a mis pedidos, la Rusia se convertirá y
tendrán paz. Si no, esparcirá sus errores por el mundo, promoviendo guerras y
persecuciones a la Iglesia, los buenos serán martirizados, el Santo Padre
tendrá mucho que sufrir, varias naciones serán aniquiladas, por fin mi Corazón
Inmaculado triunfará. El Santo Padre me consagrará la
Rusia, que se convertirá, y será concedido al mundo algún tiempo de paz».
Tercer secreto (revelado
por el mismo J.P. II, el 26 de junio del 2000): “Escribo, en acto de obediencia
a ti mi Dios, que me mandas por medio de su excelencia reverendísima el señor
obispo de Leiria y de vuestra y mi Santísima Madre. Después de las dos partes
que ya expuse, vimos al lado izquierdo de Nuestra Señora, un poco más alto, un
ángel con una espada de fuego en la mano izquierda. Al centellear despedía
llamas que parecía iban a incendiar el mundo. Pero, se apagaban con el contacto
del brillo que de la mano derecha expedía Nuestra Señora a su encuentro. El
ángel, apuntando con la mano derecha hacia la tierra, con voz fuerte decía:
«Penitencia, penitencia, penitencia».
Y vimos en una luz inmensa,
que es Dios, algo semejante a como se ven las personas en el espejo, cuando
delante pasó un obispo vestido de blanco. Tuvimos el presentimiento de que era
el Santo Padre. Vimos varios otros obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas
subir una escabrosa montaña, encima de la cual estaba una gran cruz, de tronco
tosco, como si fuera de alcornoque como la corteza. El Santo Padre, antes de
llegar allí, atravesó una gran ciudad, media en ruinas y medio trémulo, con
andar vacilante, apesadumbrado de dolor y pena. Iba orando por las almas de los
cadáveres que encontraba por el camino.
Llegando a la cima del
monte, postrado, de rodillas a los pies de la cruz, fue muerto por un grupo de
soldados que le disparaban varios tiros y flechas, y así mismo fueron muriendo
unos tras otros los obispos, los sacerdotes, religiosos, religiosas y varias
personas seglares. Caballeros y señoras de varias clases y posiciones. Bajo los
dos brazos de la cruz estaban dos ángeles. Cada uno con una jarra de cristal en
las manos, recogiendo en ellos la sangre de los mártires y con ellos irrigando
a las almas que se aproximaban a Dios.”
[2]
“Curiosamente, el Pontífice sufrió otro atentado en 1982, también el 13 de
mayo, en la plaza de Fátima. Esta vez un sacerdote ultraconservador quiso
acuchillarlo. Ese ataque casi pasó inadvertido para el mundo, menos para Lucía,
quien ya había advertido a Su Santidad de la posibilidad de morir martirizado.”
(http://www.prensalibre.com/hemeroteca/fatima-un-signo-en-la-vida-de-juan-pablo-ii)
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