viernes, 29 de agosto de 2014

Por qué precisamente ahora




¿Por qué precisamente ahora
que estamos separados por una declaración
de dolor e irrealidad
te amo así, tanto?
¿Por qué el amor
una y otra vez
ama lo imposible,
ama lo que murió,
ama y llora?

Mírate, amor
a ti misma,
y llora.


viernes, 22 de agosto de 2014

Bajo la copa impenetrable




Bajo la copa impenetrable del árbol celeste
tiritan mis pensamientos farolas marinas
espigas de fuego regurgitadas del alma
mientras el mundo se arrodilla bajo un océano
de nubes galácticas y chispazos de hielo
y las manos sin párpados se abren y giran
risueñas volutas del empuje interior
que al encontrarse sorprendidas
unas con otras
rápidamente se abrazan
y se besan ardiendo
desnudas
porque saben que al instante
separará a la carne y al amor
el universo que nunca se detiene.

sábado, 16 de agosto de 2014

UNA HISTORIA MÁS


Mientras viajaba hoy hacia mi casa en automóvil me encontré con un extraño personaje vestido de verde, instalado en la mitad de un cruce de calles, dirigiendo el tránsito. Tantas veces había pasado junto a personajes similares que me producían una velada respuesta de antipatía y extrañeza. Esta vez me lo  quedé observando y ocurrió algo distinto. Vi un rostro adusto, pero también leí en él una mirada inquieta, quizás una pena, una preocupación, o quizás lo mismo que yo pensaba de él… ¿Era necesario que estuviese ahí, dirigiendo el tránsito?... ¿Acaso esa postura hierática, extraña, o simplemente su trabajo era verdaderamente importante, o siquiera tenía sentido?... Yo tenía claro que jamás me pondría un traje como el suyo para salir a la calle, pero él lo había hecho, y asimismo tantos otros. Vi en él a otros, pero ante todo a una persona, a una persona que tenía deseos de ir al baño, de comer, de fumarse un cigarrillo o tomarse una cerveza, de llorar y gritar, de hablar con sus hijos, de reír y cerrar los ojos por un largo rato… Reconozco que al pensar en él yo lo estaba inventando; imaginaba su alma y su vida, sus circunstancias y su sentido. Es posible que él fuese muy otro de lo que yo me representaba; es posible que este policía no fuese más que la proyección de mí mismo. Pero aun así entre él y yo había una identidad común. Yo no quería ser él, pero inevitablemente era como él. Entonces se me ocurrió algo inusitado, un poco loco, pero necesario. Me devolví al cruce y me lo encontré ahí. Me estaba esperando. Abrí la puerta del copiloto y me saludó con cierta compostura. Le dije que quería conversar con él y lo invité a tomar una cerveza. Me dijo que no podía beber porque estaba de servicio, pero que con gusto aceptaba mi invitación a conversar. Nos fuimos a un bar y allí me contó su vida. Una vida común; una vida salpicada de anécdotas, de recuerdos, de penas, de esfuerzos, de deberes, de mujeres, de hijos y amigos; una vida de minúsculos y pequeños gustos y disgustos; me habló de su capitán, de su trabajo y de los sueños que todavía no había logrado realizar; me preguntó la hora, dejó la gorra a un lado y se me quedó mirando escrutadoramente… Y tú –me preguntó-- ¿qué haces? Entonces me di cuenta de que yo también me había inventado, igual que lo había inventado a él… Soy profesor, soy escritor –le respondí con cierta incomodidad--, soy un hombre que ha vivido una historia como tantas otras, y ahora, policía dirigiendo el tránsito en un cruce de calles.


viernes, 15 de agosto de 2014

UNA CLASE MÁS





El catedrático Pérez se montó los lentes redondos sobre el arco de la nariz, miró sobre ellos hacia la nutrida concurrencia de jóvenes coloridos y prestos, y comenzó a levantar la voz primero como un murmullo de piedras que ruedan bajo el agua. De pronto pareció invocar a las nueve Musas y un himno de sacras verdades se desbordó por su boca meliflua; levantó su índice hacia el cielo y como por arte de magia quedó todo resuelto. Los jóvenes lo escuchaban inmóviles cual palomas en el reborde del campanario de la iglesia, y ante sus ojos brillaban los fogonazos de la historia humana, los átomos desgajados del caos primigenio, las figuras perfectas que trazaba en el aire con sus finas manos, los libros y las frases famosas que arreciaban como goterones de una tormenta de verano. La hora continuó avanzando sobre un tiempo inmenso, más allá de lo imposible, y a la par de un Orfeo músico callaban estupefactas las mesas y las sillas, las lámparas, los vidrios y el techo arrobados con su encanto. Hasta que al fin, cuando algo maravilloso se reveló en su corazón tremolante, enmudeció abruptamente y exclamó: “¡La clase ha terminado!” Un “¡Viva!” se escuchó espontáneo en el coro de la concurrencia del ágora, seguido por un aplauso estruendoso que alcanzó hasta el techo y el cielo mismo, pues el catedrático Pérez, subido sobre un carro de fuego, se amarró la capa púrpura al cuello, se ciñó la corona de oro y diamantes, y entre fogonazos y trompetas ascendió a los cielos, divinizado.